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Anulación matrimonial

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"Ay, sí, sí, cariño, así", suspiraba Gema bajo el cuerpo de Damián, penetrada por la polla de este. "Mmm, sí-sí, sigue, sigue", murmuraba Gema con voz suplicante porque su orgasmo iba a llegar de un momento a otro y debía apremiar a Damián, que ya se había corrido, para que continuara follándola. "Oh, no, no te pares, cariño", dijo con decepción Gema todavía con la polla de Damián en el coño; "Lo siento, amor, no puedo más", dijo Damián mientras salía del cuerpo de Gema; después cayó derrengado bocarriba sobre el colchón junto a Gema. Ambos se quedaron en silencio, respirando agitadamente, durante varios minutos. Luego habló Damián: "No te ha gustado"; "A ver, sí, cariño, pero no me he corrido"; "No siempre puedes..."; "¿Y tú sí, tú siempre puedes?"; "Es que, amor, lo de los hombres es distinto"; "Distinto, distinto", repitió Gema despectivamente, "voy a tener que pedir la anulación de nuestro matrimonio si esto sigo así", dijo Gema; "Supongo que bromeas", dijo Damián, desconfiado; "Sí, cariño, bromeo", río Gema, "sabes que te quiero un montón"; "Y yo a ti".

¿Cómo no iba a querer Damián a Gema?: una mujer tal que Gema es poco común. Tenía Gema un cuerpo carnoso y sonrosado con unas medidas excepcionales. Tener cerca a Gema era igual a tener una erección. Los pies pequeños, las piernas bien torneadas culminadas por muslos confortables, las caderas anchas, el pubis oscurecido, la cintura fina, las tetas grandes, los pezones desafiantes, el cuello delgado y suave, los hombros muy femeninos, el rostro ovalado y bello, el cabello azabache, todo, todo en su fisonomía era deseable. ¿Cómo no iba Damián a temer el día que se quedase sin tamaño entretenimiento? Damián volvía siempre a casa con la ilusión por encontrar a Gema desnuda dormitando en la cama por la mañana temprano; él, entonces, se quitaba el uniforme de guarda que olía a noche y a detritus, destapada a Gema y, apenas había acariciado su coño unos instantes, se subía sobre ella, le abría los muslos y la follaba: "Ay, sí, sí, cariño, así".

Sin embargo, aunque él nunca lo admitiría, ni ahora ni en un futuro, Gema era demasiada mujer para Damián. Sí, Damián era un hombre alto, fornido, corpulento, muy macho, de bonitos ojos azules y cara bien dibujada, pero... le faltaba algo importante para sujetar a una mujer a su lado: la ternura. Damián era impulsivo, iba a lo suyo y creía que eso era lo correcto y que eso era lo que una mujer necesitaba. No. Damián, no. ¡O sí!, pero ¿cuánto tiempo iba a estar una mujer soportando a un hombre que no le proporcionaba orgasmos, procurándoselos ella misma en la íntima soledad de su salita de estar cuando veía pelis porno mientras su marido trabajaba, como era el caso de Gema? ¿Cuánto tiempo, Damián?

"Señora, le estoy ofreciendo un descuento en la factura de la luz nunca visto, permítame entrar y se lo explico con detalle", dijo el comercial a Gema frente a la puerta semiabierta de su domicilio. Gema, a esa hora se la tarde; sola en casa, pues Damián había sido reclamado para un servicio especial en el Palacio de Congresos. Las seis de la tarde. El sol alumbrando su salón débilmente y Gema, cubierta únicamente por una batita de andar por casa atendiendo solícita a un comercial que olía a plaza y a súper. Tan cerca uno del otro junto a la mesa camilla; a tan pocos centímetros de distancia sus rostros: el cabello largo de él rozándose con el de ella, los dientes blanquísimos de él fotografiados por los ojos de ella, y el beso lánguido el primero, apasionados los siguientes, y el paquete que crece y que ella libera, y la batita que cae y se pliega en los finos tobillos... Efusiva esta carnalidad de dos cuerpos que se entremezclan hasta que se forma el ángulo recto cuya base es ella tumbada de espaldas sobre la mesa camilla con las piernas flexionadas mostrando el ahuecado centro que él se ocupa de taponar, emotiva su sensualidad. "Ay, sí, sí, cariño, así". Y no es a Damián a quien Gema anima, es a un joven que ya se ha preocupado de que la amante de la que está a punto de disfrutar también disfrutará, y para ello, antes de que ella se abriera de piernas, él ha estado arrodillado, con su boca pegada al coño de ella, sorbiendo los jugos manjares, libando con su lengua el dulce néctar que mana de las entrañas de Gema que ahora grita exultante: "Sí, sí, siiiií", cuando se corre. "Oh, oh, uff, tía, tía, qué buena estás, tía, uff, uff, oohh". Se ha corrido después el comercial, alucinado por la suerte que ha tenido, y hubo más: no sólo de pan vive el hombre.

Cuando Damián llegó a su casa, se encontró a Gema desnuda y despatarrada en el sofá de la salita de estar, iluminada por una lamparita de noche situada en una cómoda cercana. Era la una de la madrugada. El servicio especial de Damián le había permitido volver a su hogar, no con los primeros rayos de sol, como habitualmente, sino con la luna llena brillando a través de los cristales, con una noche entera por delante. "Gema, estás despierta", dijo Damián; "Mmmm, sí, cariño", dijo Gema con los ojos cerrados, excitando sus genitales con dos dedos. El sofá colmado de voluptuosidad, de curvas y pliegues, de cuero joven y caliente. "¿Qué haces, Gema?", preguntó desconcertado Damián; "Tú qué crees, cariño, me masturbo", dijo Gema distantemente; "¿No prefieres que te folle, no tienes bastante conmigo?"; "Cómeme el coño, cariño, por favor", pidió Gema. Damián se acercó hasta el sofá, se sentó a los pies de Gema, e inclinando el torso metió la cabeza entre los muslos. Gema rio. Damián, perplejo, chupó un poco el chocho de Gema, luego se irguió y, de rodillas sobre un cojín, se desabrochó el pantalón y se sacó la polla muy empalmada. "Espera, cariño", dijo Gema, "espera, voy a abrir la cristalera de la terraza, huele a tabaco"; "Es verdad, y ni tú ni yo fumamos"; "Cierto, quiero..., no sé, llevarme un recuerdo..., no sé, ven, Damián, ven conmigo, saldremos a la terraza, ven..., si, aquí, junto a la barandilla, asomémonos, qué bonita está la luna, ay, venga, date la vuelta, ponte frente a mí, mmmm, todavía estás empalmado, voy abajo y te la chupo, chuc, chup, chuc, ay, cariño, qué bien sabes, chuc, chup, chuc". El relente de la noche enfriaba los hombros de Gema sobre los que Damián apoyaba las manos. A cada vaivén de la cabeza de Gema, Damián se sentía mejor, más pletórico y la polla estaba a punto de estallarle a Gema en la boca. "Joder, qué gustazo", pensaba Damián, "qué mamada, nadie tiene una mujer como la mía". "Uff, amor, oh, me voy a correr ya mismo", avisó Damián; "Sí, córrete, cariño, hazlo", dijo Gema escupiendo unos segundos la polla de Damián de la boca, y siguió, "chuc, chuc, humm". Damián fue a tocarle las tetazas a Gema para así obtener más placer; entonces, sintió algo pegajoso en la palma de la mano: era como pegamento seco, entre las tetas de Gema, en el canalillo, era..., era..., era semen viejo. Se iba a correr, sí, pero no lo a gusto que hubiera deseado, pues el descubrimiento que había hecho lo conturbó; eso y el olor a tabaco: de seguro, Gema había estado con otro hombre. Esperaría a que Gema terminara lo que estaba haciendo, esperaría a "oohh, Gema-aahh". Espasmos eléctricos recorrieron la ruda fisonomía de Damián, después se vio sujetado por las rodillas, se vio elevado, su culo sobre la barandilla y luego el cielo azul oscuro moteado de estrellas y las ventanas del edificio desfilando de arriba a abajo, y el golpetazo. Gema oyó el pringoso estallar de huesos sobre la acera y pensó que sí, que su matrimonio había sido anulado.

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