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Así se comienza un nuevo año...

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El fin de este 2021 fue un tanto inesperado.  Siempre hemos estado acostumbrados a las reuniones familiares para fin de año, pero, en esta ocasión, las cosas no ocurrieron como esperábamos. La familia, por razones diversas, no pudo congregarse como en años anteriores, así que cada quién tuvo que arreglárselas para pasar estas festividades como mejor pudiera.

Nosotros, habiendo quedado desprogramados, decidimos despedir el año en un afamado resort. Nada raro, lo tradicional, la cena de San Silvestre, algo de distracción, baile y recibir el 2022 con júbilo y entusiasmo. Así que partimos hacia el lugar el día 29. Y, tal como suponíamos, no éramos los únicos que andábamos en ese plan. Vimos otras parejas llegar al lugar, al igual que nosotros, solos.

El sitio, ubicado en un lugar tradicional, de clima frío, nos ofrecía diferentes atracciones para entretenimiento, caminatas, fogatas, música en vivo y demás, de manera que pretendíamos pasar el fin de año lo mejor posible, dejando atrás la idea de que aquello iba a ser diferente a otros años, alejados de nuestros familiares.

El día 30 conocimos a una pareja, Sandra y Jorge, mientras jugábamos al tenis. Siendo ellos y nosotros aficionados al deporte, y no habiendo más jugadores disponibles al momento, decidimos jugar un partido de dobles mixto. Y así lo hicimos. La idea era entretenernos y pasar el tiempo haciendo algo de ejercicio. Jugamos a tres de cinco sets. Ellos, más compenetrados como pareja en el juego, nos superaron 3-1. Pero la actividad resultó entretenida. Al terminar, quedamos de compartir un rato en la cena y conversar.

Llegada la noche, estuvimos puntuales en el comedor, esperando a Sandra y Jorge, como habíamos convenido. Las dos parejas de esposos éramos muy similares, tanto en edad como en figura, y con la misma perspectiva de pasar el fin de año de la mejor manera. Una vez conversamos nos dimos cuenta que pasábamos por la misma etapa de vida, con hijos adultos e independientes, por lo cual tanto ellos como nosotros andábamos, por decirlo así, desprogramados.

En algún momento, durante la cena, llegamos a conversar sobre nuestras realidades, el tema del nido vacío y la crisis de la mediana edad. Cada uno comentó cómo había lidiado con aquella situación. Y claro, entre apunte que va y viene, salió a relucir las expectativas que cada cual, como pareja, se planteaba hacia el futuro. Y, aunque quisimos ser prudentes, en poco tiempo se hizo evidente que tanto ellos como nosotros habíamos tenidos nuestras aventuras.

El licor y la conversación fueron cómplices para que cada uno de nosotros se abriera a los demás y relatara sus experiencias y puntos de vista. Nuestras mujeres, que, coincidieron en haberse casado muy jóvenes, y haberse dedicado en cuerpo y alma a sacar adelante a su hogar y sus hijos, plantearon que, una vez cumplido el propósito, querían autonomía y sentirse libres. Y claro, esa independencia y libertad apuntaba a cerrar ciclos inconclusos de su adolescencia y adultez joven. Caprichitos y cosas que habían quedado pendientes por ahí.

Mi mujer, un tanto desinhibida, relató como en su etapa adulta había descubierto su interés y gusto por los hombres de color, capricho que la había llevado a desconocerse, porque de un momento a otro se liberó de las imposiciones morales y sociales y, dada la posibilidad, se dio la oportunidad de vivir la aventura y experimentar hasta dónde aquello, que, tiempo atrás resultaba prohibido, ahora era una actividad al alcance de la mano. Sandra, tal vez para no quedarse atrás, relató que, en principio, empezó a mostrarse coqueta e insinuante con los hombres, tal vez con la intención escondida de sentirse todavía atractiva y deseada, y que aquel comportamiento la llevó a provocar a los amigos de Jorge.

Jorge y yo, también hicimos nuestros aportes. Yo apunté que fue en mis cuarenta cuando se presentaron oportunidades que nunca antes se habían dado, y que aquello, ciertamente, había generado roces en nuestra relación de pareja, hasta el punto que, en algún momento, a mi se me había aparecido una tal Xiomara y a ella, mi mujer, un tal David. Y que hubo un tire y afloje por demostrarle el uno al otro qué tan apreciado era por los miembros del sexo opuesto. En mi caso, yo llegué a tener relaciones sexuales con Xyomi, pero la aventura de Laura, mi esposa, con su David, se había frustrado, dando paso a un inmenso deseo de desquite, que, después, explotó en sus encuentros con hombres de color.

Sandra, muy curiosa, preguntó y eso ¿cómo fue? Así que, Laura, relató cómo conoció a Andrés, el hombre con el que tuvo su primera experiencia extramatrimonial consentida. Pero a aquellos su historia, aunque les causó curiosidad, ciertamente no pareció sorprenderles. Jorge comentó que, en su trabajo, debido a su posición gerencial, las mujeres no dejaban de asediarlo y que, especialmente en celebraciones como el día de la secretaria, no faltaba la mujer que se insinuaba para pasar un rato de entretención, como liberándose de tanta atadura, para terminar yéndose a un motel para calmar la calentura que se generaba en el ambiente.

Entre trago va y trago viene, quedamos de compartir la cena de San Silvestre la noche siguiente, como en efecto sucedió. Nos encontramos a eso de las 9 pm, al día siguiente, 31 de diciembre, todos ataviados muy elegantemente. Las damas aparecieron especialmente vestidas, una de blanco, Sandra, y otra de negro, mi mujer, bien arregladas y perfumadas, y que, ataviadas con sus accesorios, se veían bastante sexys y atractivas. Nosotros, Jorge y yo, vestíamos de smoking negro, como ameritaba la ocasión. Nos acomodamos en la mesa y empezamos a conversar de todo un poco, de esto de aquello, de política, del clima, del ambiente, de lo bien arreglado que estaba el lugar y cosas así.

Pasados los minutos empezó a sonar la orquesta que amenizaba el lugar y, por supuesto, la ocasión invitaba a divertirse y bailar. Laura y yo iniciamos el baile, y Sandra y Jorge nos siguieron. Y, así las cosas, con música a todo volumen, la actividad se centró en bailar y bailar, prácticamente todo lo que interpretaran. Y, entre tanda y tanda, fuimos pasando la noche. Cada cierto tiempo coincidíamos en la mesa y, a manera de descanso, tratábamos de conversar un rato, pero, con el volumen de la música, charlar era casi imposible.

Para compartir, entonces, pues, cambiábamos de pareja de baile y, así, en algún momento Laura y Jorge desaparecían. Y Sandra y yo, bailando, también nos perdíamos de la vista de ellos. Ya sabía yo de las habilidades de mi esposa bailando, y no dudaba que Jorge iba a estar encantado con ella. Sandra, por otra parte, no lo hacía nada mal, pero reconocía yo que sus recursos de baile eran inferiores a los que Laura demostraba en la pista. Sandra y yo, por decirlo así, estábamos más parejos. Lo necesario para pasarla bien y entretenidos.

En uno de nuestros descansos, habiéndose ido Laura y Sandra a retocarse un poco, como lo manifestaron, Jorge me dijo, ahora si entiendo cómo esos negros se desviven por tu mujer. Sí, respondí yo, ¿qué descubriste? Es que tu mujer mueve ese trasero con un vaivén que excita de primera. Me perdonas, pero mi verga ha estado parada todo el tiempo mientras hemos estado bailando. ¡Caramba! Es una hembra muy sensual. ¡Te felicito! Gracias, le contesté. Es lo que hay y para nada me puedo quejar. Ciertamente, afirmó él, no tienes de qué quejarte. Me imagino que así se mueve en la cama, apuntó. Eso te lo dejo a tu imaginación, respondí.

Al llegar ellas, conversamos un rato, pues había llegado el momento de servir la cena. El volumen de la música bajó y el ambiente se relajó un tanto, lo propio para cenar. La comida estuvo excelente y el postre, ni se diga. Así que, mientras levantaban las mesas y se reorganizaba todo aquello, seguimos conversando un rato. Le he dicho a Sandra lo bien que baila Laura. ¡Te felicito! Gracias, respondió ella. Y también le he dicho que eres muy afortunado, porque si así como se mueve en la pista se mueve en la cama, debes disfrutar tu matrimonio. Oye, no hables así, replicó Sandra a lo que decía su marido. Excúsenme si dije algo indebido, por favor, se apresuró a comentar. Tranquilo, dije yo, no hay lío. ¡Todo bien!

Laura, ¿he dicho algo malo? No, respondió ella, no te preocupes. Todos reímos de manera cómplice, pero, realmente, el comentario aquel, en lo que a mí respecta, me había parecido un tanto atrevido. Y Sandra parecía estar un tanto perturbada y molesta. Bueno, apunte yo, es que el trago va desinhibiendo a las personas. ¿Será eso? No, había dicho Sandra, el normalmente no se comporta así. Tal vez, dije yo, tratándose de personas que recién nos conocemos y que no tenemos nada en común, la situación le anima a mostrarse más abierto. No, Enrique, me confrontó Sandra, él está insinuándosele a tu mujer. ¿De verdad? Contesté. ¿Te parece? Sí, dijo ella tajantemente.

Más bien vamos a bailar y no nos tiremos la noche. ¡Ven! Con un semblante un tanto adusto por parte de ella, como enojada, nos dirigimos a la pista y nos dedicamos a bailar. No le pongas tanta atención al asunto y olvidemos lo dicho ¿vale? ¿A ti no te molesta? Preguntó. El comentario de tu marido, la verdad, me pareció un poco atrevido en esta ocasión. Y traté de alterarme un poco. Pero eso me han dicho los mulatos cuando bailan con ella, y es lo que encuentran atractivo. Por eso no me ha sorprendido. Pero, con ellos ya se sabe cómo es el juego. En esta ocasión, se supone, estamos compartiendo algo más formal. Sí, es verdad, respondió.

¿Y a ti no te dan celos? Continuó. ¿En qué sentido? Respondí. Pues que Laura esté teniendo relaciones sexuales con otros. ¿No te molesta? La verdad, no, contesté. Si llegamos a aquello es porque estuvimos de acuerdo, esté yo presente o no. La mayoría de las veces yo he estado acompañándola, así que no me incomoda. De hecho, debo confesártelo, me excita ver que ella lo está pasando bien. Ella, sabiendo que yo estoy ahí para protegerla, si fuera el caso, disfruta de su macho sin prevención y con todo el entusiasmo. En ese sentido, no me dan celos. Es una aventura compartida en pareja. ¡Claro! Ella está con su macho, pero yo veo la escena en primera fila. Es eso…

¿Y solo ha estado con negros? No, respondí. También ha estado con blanquitos, pero ciertamente los negros y las vergas grandes son lo que la excitan y disfruta al máximo. Incluso alguna vez estuvo con un muchacho normal, comparado con esos negros, y la pasó muy bien. Al menos fue lo que se vio. Pienso que, en esto del sexo, la mente juega un papel importante. Nosotros generamos expectativas con respecto al desempeño de las parejas sexuales y, según lo que esperemos, igualmente disfrutamos. Puede ser, puede ser, dijo ella. Y así, entre charla y baile, pasamos largo rato, finalizado el cual volvimos a la mesa.

Allí estaban conversando animadamente Laura y Jorge. Así que nos integramos todos y volvimos a compartir y brindar, pues ya se estaba acercando el fin de año. Los anfitriones animaban a todos los asistentes. Pasaba el tiempo y pronto empezó la cuenta regresiva, 5, 4, 3, 2, 1… ¡Feliz año! Todos nos abrazamos, estrechamos nuestras manos y nos dimos el feliz año nuevo con mucha alegría. Hubo fuegos artificiales, palabras de despedida del nuevo año y, finalizado aquello, aplausos, abrazos, brindis y más saludos. Y después, la música nuevamente empezó a sonar.

Volvimos a bailar. Ya estábamos más tomados, más alegres y también un poco más desinhibidos. Sandra y yo vimos a Jorge acariciar a mi mujer mientras bailaban, con mucha delicadeza, pero también con mucho deseo. Yo fingí no darme cuenta, pero Sandra no perdía detalle. Y, claro, no pasó mucho tiempo antes que me dijera que, al parecer, Jorge estaba muy entusiasmado con mi mujer. ¿No te parece? No te preocupes, dije yo, esto pronto va a acabar y cada quien para su casa. Así que no te afanes y trata de terminar bien la noche. Pues eso intento, dijo ella, y me besó. Lo permití y me pareció extraño, pero preferí pasar la página y darle punto final a aquello.

Al volver a la mesa y siendo ya la 1:30 am, con mucha gente abandonando el lugar, le pregunté a Laura, si ya era hora de irnos. Me dijo que sí, que ya se sentía un tanto cansada. Así que, reunidos todos de nuevo, anuncié que la habíamos pasado muy bien y que ya nos despedíamos. En principio no dijeron nada y cortésmente también se despidieron. Bueno, que pasen buena noche, terminé de decir y emprendimos nuestro camino a la habitación. No habíamos avanzado mucho cuando Sandra llegó hasta nosotros, de nuevo, para, dirigiéndose a Laura, proponernos que los acompañáramos un trago en su habitación.

Laura accedió. Así que volvimos a reunirnos los cuatro y emprendimos camino hacia su habitación. Me traje las botellas, dijo Jorge, acabémoslas, pues es un desperdicio dejarlas sin terminar. Sí, me parece bien, contesté. Llegados a la habitación, Sandra acomodó unas sillas alrededor de una pequeña mesa, todo al lado de la gran cama. Nos sentamos; Jorge sirvió las bebidas y nos pusimos a charlar. Estuvo buena la reunión, comentó. Sandra le dijo algo a Laura y se fueron al baño. Jorge y yo seguimos allí, conversando. Sí, hubo buena música, buena comida, buena bebida y todo estuvo bien organizado. La inversión valió la pena.

Al rato las damas llegaron a acompañarnos, desprendidas de sus abrigos. Oye, ¿acaso no hace algo de frío? Dije. Pues de eso se trata, contestó Sandra, de calentar la noche. ¿Y cuál es el plan? No hay plan, respondió. Depende de nosotros. ¡Qué bueno! Dijo Jorge. ¿Cuál es la sorpresa? Sandra prendió la radio en la habitación y seleccionó una emisora que emitía música romántica. Y, siguiendo el ritmo, ella y Laura empezaron a contonear sus cuerpos, bailando frente a nosotros. Laura lo hacía frente a Jorge, moviendo su trasero sensualmente, y Sandra frente a mí. Y, bailando, empezaron a quitarse sus vestidos hasta quedar en ropa interior.

A mí aquello me cogió por sorpresa. Estaba un tanto confundido y desubicado, porque las manifestaciones de Sandra, minutos atrás, me daban a entender que para nada le gustaba aquella situación entre su marido y mi mujer. No entendía en qué momento habían cambiado las cosas o si aquella preguntadera era la forma de calibrar mi estado de ánimo con relación a que la posibilidad de un intercambio entre ellos y nosotros se pudiera dar. No obstante, como he relatado, las cosas parecían fluir entre Jorge y mi esposa, mientras que Sandra y yo no habíamos pasado de su furtivo e inesperado beso.

Jorge, más entusiasmado que yo en ese momento, se excusó para ir al baño. Muchachas, dijo ¡espérenme! Mientras, las dos damas siguieron su rutina de baile frente a mí, ataviadas con su ropa interior, una de negro y otra de blanco, muy atractivas. El hombre no demoró nada. Al igual que “flash”, su ida y regreso fue en un pestañear de ojos, solo que salió desnudo y con su miembro endurecido y erecto. Y, llegando a mi mujer, sin recato alguno, nos dijo: Espero poder complacer a Laura. ¿Tienes algún inconveniente? Yo no, contesté. No sé que opine ella. No tengo objeción, intervino ella. Bueno, pues, ¡adelante! ¡Disfrútense los dos!

Jorge llegó hasta donde mi mujer y, sin preliminar alguno, procedió a retirar su sostén mientras ella seguía bailando y le hacía el juego. ¡Que senos tan hermosos tienes, mujer! ¡Qué delicia! Gracias, respondió ella ante el halago. Ya sé por qué los mulatos procuran complacerte. Eres todo un deleite, continuó él mientras besaba y masajeaba los senos de mi mujer con mucha delicadeza. Ya está más dura que antes, dijo. ¡Tócala! insinuó, llevando una de las manos de Laura hacia su pene. Ella le siguió el juego y, masajeando su tronco de arriba abajo, respondió a sus demandas.

Sandra, mientras tanto, se dirigió a mí para preguntarme, y nosotros ¿qué vamos a hacer? ¿Qué sugieres? Pregunté. Lo que tú quieras, respondió. Mmmm… me quedé mirándola. ¿Tú sabías que esto iba a pasar? Realmente no, contestó. Vi a Jorge tan entusiasmado con tu mujer, que quise ver hasta dónde podíamos llegar. ¿Y qué querías ver? Bueno, tal vez ver cómo tu mujer le responde a mi marido. ¿Ya habían tenido una aventura como esta antes? No exactamente igual, pero si algo parecido. Pero ambos, Jorge y yo, estuvimos con las parejas en habitaciones separadas. Entiendo, respondí. Y esta ver quieres ver y que te vean, supongo. Sí, contestó.

Perfecto. Entonces, démonos la libertad de ver cómo tu marido se folla a mi mujer. Y después los dos nos encargamos de hacer lo nuestro. ¿Te parece? Sí, dijo, está bien. De manera que nos quedamos los dos mirando lo que ellos hacían. Jorge estaba impulsado y ya había despojado a mi mujer de su panti, dejándola vestida tan solo con sus medias, zapatos y accesorios. Laura, consiénteme, requirió él, estimúlame un poquito. Ella entendió el mensaje y, sentándose en el borde de la cama, frente a él, que estaba de pie, procedió a chuparle su pene y masajear sus bolas con las manos. Aquel sintió aquella caricia muy excitante, porque casi de inmediato empezó a empujar su pene dentro de la boca de mi mujer, tomándola de la cabeza para guiar sus movimientos.

Ella, tal vez se sintió ahogada en algún momento, porque dejó de chupar el miembro de Jorge, pero siguió masajeándole con ambas manos y, con su lengua, dando ligeros toques a su glande. No se diga más, dijo Jorge, ya estoy con ganas de que me recibas. Entonces ella, recostándose en la cama, se deslizó un poco hacia la cabecera, abrió sus piernas y lo espero. Te voy a devolver el favor, y, acomodándose en medio de sus piernas, llevó su cabeza directo a la vagina de mi esposa y empezó a chupar su sexo y meter los dedos en su vagina para estimularla. Eso surtió efecto y ella, excitada como estaba, empezó a contorsionar su cuerpo y a gemir mientras aquel hacía su trabajo.

Sandra, mientras tanto, se las había arreglado para bajarme el pantalón y chupaba mi pene sin perder de vista a lo que hacía su marido con mi mujer. Y yo, para no desanimarla, tenía metida mi mano dentro de su panti y le masajeaba sus nalgas, llegando incluso a tocar su sexo con mis manos. Ella facilitaba que yo hiciera aquello, acomodándose para que me quedara fácil llevarlo a cabo. Sandra, dijo su marido incorporándose, esta mujer me tiene loco, espero tu permiso para continuar. Y ella, sin dejar de chupar mi pene, con su mano izquierda, le hizo la seña de que continuara. Como, ¡anda! Sigue…

Con ese permiso, Jorge se abalanzó sobre mi mujer, quien, con sus piernas bien abiertas, ya lo estaba esperando. La penetró con gran ímpetu y empezó a bombear dentro de ella con gran vigor, besándola en el cuello mientras sus manos jugueteaban con sus nalgas y sus piernas. ¡Qué rica estás, mujer! Decía mientras proseguía con su faena. Sandra, ¿siempre es así? pregunté. Pero no conmigo, respondió ella, continuando concentrada en chupar mi sexo. Bueno, dije, ya está viendo lo que querías. ¿Los acompañamos? ¡Vamos! Dijo ella.

Ambos nos levantamos y yo, para empezar a entrar en situación, decidí besarla y abrazarla, teniendo de fondo el ruido que aquellos dos estaban haciendo y los gemidos de mi mujer, que, al parecer, estaba disfrutando de lo lindo las embestidas de Jorge. En ese intercambio de besos y abrazos, Sandra y yo nos despojamos de la ropa, y ya, desnudos ambos, dije, señalándole la cama, primero las damas. No, dijo ella. ¡Compláceme! Primero tú. Bueno, dije, resignado y obediente, acomodándome al lado de mi mujer, que, ensartada por aquel hombre, seguía disfrutando del encuentro.

Sandra, entonces, vino hacia mí, me cabalgó, acomodó mi pene a la entrada de su vagina y, descolgando su cuerpo sobre el mío, facilitó la penetración. Y hecho esto empezó a moverse desbocada sobre mí, a la par que lo hacía su marido con mi mujer. Yo aproveché para masajear los senos de esta mujer, Sandra, que no estaba para nada mal. No era la hembra espectacular, pero, para lo que estábamos experimentando era apropiada y suficiente. Tanto ella como su marido, al parecer, estaban llevando a cabo su fantasía. Y nosotros, involucrados en el juego, disfrutábamos la situación y pasábamos el momento.

Y estando ellos sobre nosotros, en algún momento, Sandra, sin dejar de moverse sobre mi pene, se abalanzó sobre los senos de mi mujer para besárselos. Su marido, entonces, se retiró, insinuándole que se acomodara mejor. Disfruta de ella un rato y déjame sentir como estás ahora. Ella, entonces, se retiró, se acomodó encima de mi esposa, siguió besándole sus senos, pero expuso sus nalgas para ser penetrada por su marido, quien no perdió tiempo para hacerlo. Apenas Sandra se sintió penetrada, se fue acomodando para besar a mi mujer en la boca, sin que esta lo rechazara.

Me parece justo que participes, dijo Jorge, mirando que yo estaba al costado de ellos, observando la escena. ¡Toma mi lugar! Yo, sin decir nada, me levanté para tomar su puesto y, tal como él esperaba, penetré a su mujer, que acomodada sobre mi mujer seguía besándola. ¿A ti también te gusta mirar? Pregunté a Jorge. Sí, dijo él. Entonces porque no nos tomamos un trago mientras ellas juegan solas. Y ¿por qué no? Respondió él. Yo me aparté de Sandra. Entonces, Jorge dijo a su mujer, Sandra, sabes qué, quisiera verte saboreando el sexo de Laura. Sabe muy rico.

Ella, entonces, complaciendo a su marido, se escurrió hasta que su cara estuvo a la altura del sexo de mi mujer. Y una vez allí su lengua empezó a juguetear con el clítoris de Laura, quien al parecer disfrutaba aquello y estaba a gusto. Pero, dije yo, tu mujer no está siendo atendida. Sandra, dijo él, deja que Laura te pruebe. Tú también sabes rico. Así que Sandra se acomodó para que mi esposa también tuviera acceso a su sexo, de manera que, ya acomodadas, los dos hombres disfrutamos de un excitante sesenta y nueve entre ellas. Bueno, dije, ¿eso querías ver? Sí, respondió Jorge. Eso no se ve todos los días. Y así, en vivo y en directo.

Sandra, deja que Laura vaya arriba, ordenó Jorge. Ambas se movieron para acomodarse de nuevo. ¡Ay, no se me coloque así! expresó Jorge mirando cómo se acomodaba mi mujer. ¡Qué excitante y provocadora se ve tu mujer en esa posición! ¿Me dejas penetrarla? ¡Pero, cómete alguito! Respondí. Al fin y al cabo, ya entrados en gastos, ni modo. ¡Dale, pues! Y, diciendo y haciendo, aquel se acomodó para penetrar a mi mujer desde atrás. Ella, al sentirse, penetrada, emitió un gemido de placer. Y así, dándole duro, llegó el momento en que aquel se retiró, esparciendo todo su semen en la espalda de mi mujer, que gimió y gimió con sus embestidas.

Ella, como me dijo después, con sus piernas temblorosas, también se levantó para descansar un rato, retirándose con la excusa de ir al baño. Sandra, entonces, quedó allí, con sus piernas abiertas, así que yo me acerqué. ¿Puedo? Le pregunté. Me debes una. ¡Ven! Así que yo me coloqué encima de ella y la penetré en posición de misionero. Se vieron espectaculares, le comenté mientras empezaba a bombear dentro de su sexo. ¡Qué imágenes tan excitantes se ven cuando dos hembras hacen el amor! Y se ve que a tí te gusta. No lo había hecho antes, respondió, pero me gustó. Laura me lo facilitó. Y seguí allí, dándole y dándole hasta que me vine. Al parecer ella lo disfrutó. Nos levantamos y nos fuimos a hacerle compañía a mi mujer y su marido, que, instalados en unas sillas, nos observaban.

Bueno, dije yo, al empezar la noche esto no figuraba en el programa. Y créanos que para nosotros tampoco, dijo Sandra. Las cosas se fueron dando. Así es mejor ¿no? Continué. Sí, respondió su marido, sin planear tanto las cosas siempre salen mejor. ¿Tú que dices, Laura? Sí, a veces es mejor no cargar expectativas. Nosotros vinimos aquí para pasar la noche de San Silvestre entretenidos, pero nunca pensamos que esto se pudiera dar, y menos en estas fechas. Pero no fue así. ¿Y en qué momento pensaste que esto se podría dar? Le preguntó Jorge a mi mujer. Riendo, ella respondió, desde que empezamos a bailar y me hiciste sentir tu virilidad en medio de mis piernas. Me excitaste…

No era mi intención, respondió él. Pero ciertamente tú también me excitaste con tu forma de bailar. Y Sandra molesta de verlos a los dos en esas, añadí. ¿Cómo? Dijo Jorge aparentando sorpresa. Molesta no, afirmó Sandra, un poco extrañada porque tú normalmente no te comportas así. Pero hoy estaba con la calentura a flor de piel, les manifesté. Y, después de esto, ¿qué piensas? No, pues nada, contestó ella, la pasamos rico y eso es lo importante. Y en ese intercambio de impresiones, desnudos como estábamos, se fue pasando el tiempo mientras desocupábamos las botellas con las cuales justificamos ir a su habitación. Y ya, viendo que amanecía, consideramos que era tiempo de irnos, así que dijimos, bueno, ya fue suficiente, y está amaneciendo. Creo que nos vamos…

Sandra y Jorge nos manifestaron que la habían pasado súper bien y que quizá, en otro momento pudiéramos volvernos a juntar de nuevo. Todo es posible, por qué no, dije yo. Nos estrechamos las manos, pero, Jorge, cuando se estaba despidiendo de mi esposa, le dijo, Laura, me das la ñapa. ¡Ay, no! dijo Sandra. Déjalos que se vayan a descansar. Es solo un momentico, dijo él. ¿Qué dices? Ya nos íbamos, dijo ella. Rapidito, dijo él. Mi esposa, entonces, se volteó para apoyar sus brazos en el espaldar de una de las sillas, inclinándose hacia adelante y exponiendo sus nalgas. Que sea rápido, entonces, dijo. Así que Jorge aprovechó, la penetró desde atrás y empezó a bombear.

¿Quieres un café? Me preguntó Sandra. Hay que prepararlo, respondí, ¿habrá tiempo? Sí, creo que sí, y empezó a llenar la cafetera que colocan en las habitaciones para tal fin. El agua empezó a hervir y aquellos, al menos mi mujer, hervía en gemidos. Laura es muy caliente ¿verdad? No siempre es así, respondí. Parece que el miembro de tu marido le ha dado en el punto en el que ella siente el máximo placer, y tal vez por eso no desechó la invitación. Quien sabe cuándo nos volvamos a ver, y quien sabe si cuando lo hagamos volvamos a tener una aventura como esta. Sí, dijo ella mientras veía cómo su marido gozaba de mi mujer. Nunca se sabe…

Porque lo dices. Hemos tenido varias fantasías, dijo ella, pero siento que él ha tenido más libertad que yo para llevarlas a cabo. No sé, pero después de esto tal vez yo le exija más autonomía para hacer cositas que siempre me ha llamado la atención hacer. ¿Cómo qué? Pregunté. Como ir a un club swinger, ir a las cabinas, ir a un “glory hole”, sentirme una puta de verdad. ¿Y no lo hiciste hoy? No, contestó, es diferente. Hoy fue como una fiesta de amigos. Yo quiero tener mis aventuras sola. ¿Entiendes? Sí, respondí, lo entiendo. Ya llegará tu oportunidad, pero eres tú quien debe tomar la iniciativa. ¿No te parece? No creas que no lo voy a hacer. ¡Prometido! Que disfrutes tus aventuras, entonces.

Terminada la faena entre Jorge y mi mujer, su ñapa, y, al parecer, ambos satisfechos, Sandra les invitó a que nos acompañaran a tomar el café. Volvimos a sentarnos todos a la mesa para saborear la bebida y dar así por terminado aquel asunto. Bueno, dije yo a manera de brindis, feliz 2022. Este año pinta para bueno, al menos en lo que al sexo se refiere. Brindemos por eso, dijo Jorge. Para nada te puedes quejar replicó su mujer. Tranquila. Ya después nos desquitamos los dos. Pero a mí manera, respondió ella. Por ahora, continuó él, mirándola un tanto perplejo por lo que acababa de decir, deseémonos un feliz año.

Y así, sin dar más espacios ni concesiones, nos despedimos de aquellos y nos dirigimos a nuestra habitación, medio desnudos, como andábamos, ya que nuestra habitación estaba a cuatro puertas de distancia, en el mismo piso. Así empezó para nosotros este nuevo año.

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