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Aventuras y desventuras húmedas: Segunda etapa (11)
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Tiempo de lectura: 17 minutos

—¿Quieres conducir? —le dijo Sergio enseñándole las llaves del coche. 

—¿Tu coche?

—A no ser que estas llaves sean de otro, sí.

—Es que… nunca lo he conducido. Nada, llévalo tú mejor, a mí me da un poco de cosa, a ver si lo voy a rozar.

—¿Tú crees? —Llegando ya a la altura del coche— ¿Qué me importa algo que lo roces? Mamá, donde lo golpees, ya lo hice yo antes. Además, llevaste el coche de la tía, que eso es un barco.

—¡Venga! Tira esas llaves.

Sergio lanzó las llaves por encima del coche y Mari las cazó al vuelo, se sintió una colegiala a la que su novio mayor de edad le dejaba conducir. Qué estupidez, si ella era muchos años mayor… ¡Ah! Y además su madre…

—Qué poco cojo el coche, debería hacerlo más a menudo, al final le voy a coger miedo y se me va a olvidar.

—Pues menuda paliza te pegaste al venir al pueblo tú sola.

—Ya… —puso la llave en el contacto y arrancó a la primera, el pequeño coche seguía en forma— Eso es diferente, es una línea recta, aquí hay mucho tonto en la carretera.

—En eso puede que tengas razón, pero venga, vamos. Y no te preocupes de los tontos, ya les digo yo cuatro cosas por la ventana.

Ambos rieron y en tres maniobras Mari sacó el coche del aparcamiento. Apretó con fuerza el volante y dio la primera curva, tampoco parecía tan difícil conducirlo, con suma rapidez se amoldó.

Fue despacio, aunque cuando se disculpó con Sergio, él le cambió la palabra a precavida, siempre tenía buenas frases para su madre. Los dos se bajaron del vehículo, había muy pocos aparcamientos y tuvieron que estacionar en uno algo alejado, pero no importaba, aún quedaban bastantes minutos para que el filme empezara.

—Espero que te guste, porque no sé si me gustara a mí… —dijo el joven subiendo las escaleras del centro comercial.

—Seguro que sí, siempre has tenido buen gusto. Todavía recuerdo de pequeño cuando elegías las películas del videoclub, salvo alguna que no parabas de traer, las demás eran buenas.

—Me encantaba ir al videoclub, ahora digamos que lo tengo en casa, bajo una película y fin. Aunque de cierta manera lo echo de menos, solíamos ir muchas veces juntos.

—Era cuando no parábamos de hacer cosas juntos, luego creciste y dejaste de ser mi bebe.

Ambos se sonrieron a la par que entraban en la parte principal del centro comercial. Estaba a rebosar, apenas tenían que seguir ríos de gente que iban de un lado a otro. Con calma, sin desesperarse se dirigieron a los cines, que por suerte estaban algo más vacíos, pero no mucho. Por lo que Mari vio, lo que se llevaba entre las parejas de hoy en día era más ir a cenar que ir a ver una película. “Bueno, ellos se lo pierden”.

Llegaron al puesto de comida y refrescos, justo al lado de la entrada del cine, por supuesto sitio estratégico. Hicieron la larga cola mientras hablaban de los próximos exámenes del joven, hasta que Mari se dio cuenta al mirar alrededor, que solo había parejas jóvenes.

—Será la primera vez, que una madre y su hijo vienen a esta hora al cine. —Sergio la miró extrañado sin entender muy bien a lo que se refería— Lo digo porque aquí solo hay parejas.

—Cierto. Las madres que llevan a sus hijos al cine no suelen tener más de 10 años. —Mari sonrió ante el comentario y Sergio añadió— Esto me recuerda a algo. ¿Te acuerdas cuando me fui con la tía, que te dije que paramos a dormir en un hotel?

—Sí, hijo, qué cabezonería. Todo por no esperar a salir el día siguiente.

—Sí, mamá, ya me lo has dicho más de cien veces… —Mari le golpeó el brazo riéndose— Pues en ese hotel, pasaba algo similar a esto. La mayoría de los que estaban eran parejas, no había niños.

—Voy a tener que preguntarle a tu tía a ver a que hoteles te lleva.

Era un comentario a modo de broma, pero Sergio se dio cuenta en ese momento de algo que no había pensado todavía, ¿Qué pasaría si su madre se enterase de lo que pasó con Carmen?

—Culpa mía, exculpó a la tía en su totalidad.

Mari volvió a reír, la cola estaba acercándose al final cuando a Sergio se le ocurrió algo. Era una estupidez, algo que no le encontraba sentido, pero quería contarlo. Quería decirle a su madre que les habían tomado por pareja, solo por observar la reacción de su madre.

—Sabes que fue lo más extraño, que nos tomaron como pareja, dos enamorados como los demás del hotel.

—¿Y eso?

El gesto de su rostro fue una mueca que la afeó. Tenía curiosidad, pero mostrando una desconfianza por las palabras que fueran a salir de la boca de su hijo, quizá no le gustaban. Muy cerca del puesto de palomitas, Sergio siguió hablando.

—No sé, la verían a ella más joven y que podría estar… con un hombre florero. —al joven le dio la sensación de querer molestar a su madre, pero de forma sana, por lo que prosiguió—Es que la tía es una mujer muy guapa. Además se cuida, viste a la moda y claro, puede que piensen que sea mi pareja… qué raro suena…

Mari sintió ciertos celos en su interior, sin saber a qué se debían. Podría ser porque su hermana diera la sensación de aparentar menos edad que ella, porque se veía algo más joven siendo la mayor o porque… ¿Podría tener un chico como Sergio sin llamar la atención?

El recipiente de cristal donde las palomitas saltaban sin parar la reflejaba. Con su chaqueta de cuero negra, aquellos pantalones vaqueros y el jersey ceñido, estaba preciosa. “Mucho más que Carmen” pensó mirándose fijamente por varios segundos con cierta envidia. Sus ojos relucían y echando un vistazo a las chicas más jóvenes que había allí, algo en lo más profundo saltó la barrera de la humildad meditando una realidad, “soy más guapa que ellas”.

—¿Podría pasar como tu pareja?

Sergio sonrió maliciosamente, sabía que su madre era competitiva, pero ahora comprobaba que el punto que decía su tía era cierto. Alzó los hombros para seguir picándola y queriendo ver hasta donde era capaz de llegar. El puesto de palomitas se liberó y les tocaba pedir, anduvieron dos pasos hasta la sonriente joven que les iba a tomar nota. Justo antes de pararse frente a ella, Sergio le dijo a su madre para azuzarla.

—¿Quieres comprobarlo?

A ella no le dio tiempo a responder, solo quedarse con cierta cara de expectación por ver cuál era la ficha que movía su hijo. De pronto algo totalmente improbable y descabellado saltó en su mente, “¿no me irá a dar un beso delante de ella?”. En un principio no reparó en el beso en sí, lo que primero le saltó a su cabeza era que si Sergio la besaba, lo haría delante de toda aquella gente, pero después meditó.

Se dio cuenta de que el beso lo había dejado en segundo plano, “¿qué me bese Sergio…?”. Lo había tomado como algo normal, algo que podía pasar en casa en cualquier momento, pero se ocultaba a sí mismo cuál sería la zona. Por un momento se vio en el futuro cercano, casi el presente. Su hijo asaltándola delante del mostrador con un beso ante la atenta mirada de la joven dependienta. Sus suaves labios tocando los suyos y con una mano certera rodeándole la cintura revestida con la chaqueta de cuero.

La mente se le atoró y desechó cualquier imagen relacionada con besos entre una madre y un hijo. “¿Por qué me he imaginado eso?” pensó mientras se negaba a afirmar lo evidente… le había gustado.

—Yo quiero una grande de palomitas y que el refresco también sea grande. —miró a Mari que estaba con el rostro firme y le preguntó con naturalidad— Tú, mi vida, ¿qué quieres? ¿Una de palomitas pequeñas?

Mari abrió los ojos mirando el descaro de su hijo. Sin embargo, ¿qué descaro? Aquella joven no tenía ni idea de quienes eran. Sus palabras habían sonado tan ciertas para la joven Nuria, si es que el nombre que ponía en su chaqueta se correspondía con la realidad, como para cualquier otra persona de la cola. Sergio había hablado tan claro que era convincente y la muchacha no había puesto ni un gesto de extrañeza, ¿por qué no comprobar si podía pasar por su novia? Solamente era un inofensivo juego.

—Cariño, deja que decida yo. —lanzó una mirada cómplice a Nuria y le dijo entrecerrando los ojos— Hombres… un día les dices que sí y ya te planean la vida…

—Te entiendo perfectamente, querida. —Nuria se rio levemente manteniendo cierta seriedad en el puesto de trabajo.

—Nada, cielo, ponme por favor una mediana con un refresco grande.

La joven trajo todo en un tiempo más que rápido dándoles la cuenta, en el momento que Mari simuló que detenía la mano de Sergio y decía de la misma.

—Esta vez me toca pagar a mí. —sacó un billete del monedero y se lo tendió a la muchacha. Sergio observaba— Siempre intenta pagar antes que yo… —volvió a dirigirse a Nuria buscando de nuevo la complicidad.

—El mío al revés, no saca la cartera ni aunque le amenacen.

Las dos mujeres volvieron a reír, mientras Sergio seguía observando atónito la escena por el comportamiento de su progenitora.

—Bueno, guapa, muchas gracias.

—De nada, pareja. Disfrutar de la película.

Los dos se alejaron sonriendo y cuando el señor de la entrada les cortó el ticket señalándoles por donde se llegaba a su sala, Mari miró a su joven acompañante y le dijo por lo bajo.

—Al parecer… yo también podría tener un novio joven.

Mari alzó la barbilla sintiéndose orgullosa, quizá con un poco de exageración para que su hijo se riera. Sin embargo, le había gustado que confundieran a Sergio con su joven pareja, era una muestra más de que todavía seguía siendo bella, se lo tenía que creer. Para los demás siempre había sido guapa, decidida, inteligente… ¿Por qué para ella no? Debía desterrar esa negatividad.

****

Se adentraron en la sala, amplia e iluminada únicamente por las luces de las escaleras que subían hacia las butacas. La oscuridad no era total, pero apenas se podían apreciar los números de cada asiento. La pantalla se encendió y les proporcionó algo de visibilidad para encontrar su lugar sin recurrir al móvil.

Sus asientos estaban en el ala derecha, alejados de la muchedumbre que se concentraba en la mitad central. Como le gustaba a Marta, Sergio adquirió una silla justo al lado de las escaleras y la otra a su izquierda la que solía ser para él. Se acomodaron primero y después dejaron la ropa que les sobraba en el asiento más próximo que quedaba libre.

Los tráileres comenzaron e impacientemente Sergio comenzó a devorar las palomitas que su “pareja”, al menos esa noche, le había comprado. Para cuando la película comenzó, el joven ya se había comido un cuarto del enorme bote.

La película transcurrió de lo más normal, ambos disfrutaron, incluso Sergio vio que era mejor de lo que había supuesto. Mari en cambio, con estar en el cine ya era feliz, aunque sí, también le estaba gustando.

El final se acercaba y esta comenzó a tomar tintes de tensión. La mujer se sumergió en la trama, que para ser de acción estaba bastante lograda, y se inclinaba hacia la pantalla con mucho interés.

Sergio por otro lado ya era asiduo de este tipo de películas y no prestaba su total atención, sino que desde hacía unos cuantos minutos le interesaba otra cosa. Se había terminado las palomitas para la mitad de la película, en él era habitual, siempre se las comía sin control. Pero aun así, todavía quería más y le pidió a su madre.

Por supuesto Mari no le negó y puso entre ellos su bote de palomitas, para que ambos las disfrutasen. Sin embargo, la primera vez que fue a coger, se detuvo en una milésima reparando en cierta zona de su madre. Con la oscuridad casi completa y con su progenitora fijando toda la atención a la gran pantalla, la mujer cogía palomitas sin mirar y algunas se les resbalaban de los dedos. Sergio vio una en concreto, como se deslizaba con paciencia por la parte alta de su pecho para después rodar por el jersey. Algo que podría ser lo más normal del mundo y que Sergio, por supuesto no se quedó mirando.

Lo inusual fue que cada vez que se limpiaba las pequeñas migas que dejaban las palomitas, el jersey no se movía, pero la camiseta interior que llevaba sí que lo hacía. A cada golpe de su mano para quitarse los pequeños trocitos que le molestaban, se movía ligeramente hasta el momento que Sergio la miró.

Cierta parte del escote era visible y desde su posición el seno derecho se podía contemplar con su forma curva. Por un instante, para el joven la película se terminó, la poca luz que había en el lugar enfocaba a ese lugar exacto y sus ojos centelleaban de placer.

Había visto pechos, unos más grandes, otros más pequeños, pechos perfectos como los de Carmen y pechos bonitos aunque no tan grandes como los de Marta. Incluso esa misma madrugada había sentido en sus propias manos los de Alicia, ¿Por qué se maravillaba ante los de Mari? Ni lo entendía, ni podía dejar de mirar.

Cada vez que metía la mano en el bote de palomitas, lanzaba una mirada fugaz para poder observarlos. Por un lado se sentía sucio, no le parecía lo correcto hacérselo a su madre, pero otra parte y la que ganaba por mayoría, le decía que siguiera mirando.

Las palomitas se terminaron y la excusa para deleitarse con su preciada vista se acabó. El bote de palomitas que yacía en el suelo entre las piernas de su madre parecía ahora tan lejano, una reliquia de un museo acordonada para no tocarla. Con el final a la vuelta de la esquina, Sergio se centró en la película, olvidándose o tratando de hacerlo… de su madre.

Sin embargo la tensión aumentó. Mari se encorvó hacia delante y de pronto, mientras una persecución de autos ocupaba la pantalla con cierto suspense, la mujer por puro instinto, como lo haría con su marido, buscó su mano hasta encontrarla. Sergio la miró, su madre le aferraba con fuerza buscando entrelazar los dedos de su hijo, este rápido lo permitió. Mari no le miraba, pero Sergio sí lo hacía, la mano le apretaba sin querer soltarse jamás.

La mujer se volvió a recostar en la butaca cuando la persecución acabó. Con comodidad movió su trasero en el asiento, pero… la mano seguía aferrada a Sergio. El joven no quería soltarla, ni se le pasaba por la cabeza, todo ese rato juntos había sido maravilloso, de risas y buen humor, muy alejado de lo mal que se sentía a la mañana.

¿Marta y Alicia? Mientras estaba junto a Mari solo eran un mero recuerdo del pasado, una anécdota medio olvidada a la que no le daba la menor importancia. Con el valor que pudo reunir, movió el dedo gordo de su mano y con suma delicadeza, se atrevió a… ¡Acariciar el meñique de Mari!

Siguió haciéndolo por un minuto más o menos, el corazón le palpitaba con fuerza, no entendía cuál era el propósito, solo que lo quería hacer. Las manos le sudaban, suerte que la palma apenas rozaba los dedos de la mujer, sin embargo su mano izquierda, parecía que estaba debajo de un grifo.

Sergio no prestaba atención a la película, solo a los finos dedos de su madre que finalizaban en unas uñas de color rojo, “¿Se está comenzando a cuidar?” pensó. De pronto, algo sucedió, algo que si no estuviera en total tensión, le hubiera hecho saltar del asiento, la mano de Mari le correspondió y… comenzó a acariciarle.

No había sido un movimiento casual o un espasmo, eran caricias, unas caricias maravillosas. La respiración se le agitó y se le aceleró el corazón. Una pregunta siempre le rondaba la cabeza y la solía dar esquinazo desde el verano, pero después de un día tan malo, se dio en lujo de pensarla, “¿me gusta, mamá?”.

—Sergio, —el joven salió de sus pensamientos algo sobresaltado. Giró su rostro para ver a su madre que ahora tenía ambas manos sobre la suya— perdón… pensaba que estabas menos atento. Solo te quería decir, gracias por invitarme al cine.

Los ojos de su madre le miraban fijamente, ese azul tan intenso que se veía a la perfección en la oscuridad de la sala. Se mantuvo en silencio contemplándola, su coleta estaba bien hecha, se había puesto ropa a la moda e incluso se maquilló ligeramente. Su madre no necesitaba eso para estar bella, Sergio lo sabía bien, lo que necesitaba era felicidad.

Sin embargo, todo aquello ayudaba a mejorar la apariencia y sobre todo una parte que hipnotizó al joven. Su cuerpo estaba girado y ambos brazos se apretaron contra sus senos, era inevitable que estuviera así y de haberse fijado en como tenía la camiseta interior no lo habría hecho. Un pecho se chocó contra el otro, dando la sensación de aumento de tamaño, aunque no era real, nadie le iba a quitar ese pensamiento al muchacho.

Estaban allí, delante de sus ojos, unos pechos tan perfectos como los de su tía que suplicaban su atención. Cerró los ojos en el instante que se dio cuenta de lo inapropiado de la situación, estaban tan cerca y para colmo… su madre estaba mirándole.

Sonrió de forma casual, más mostrando una mueca de nerviosismo que la propia sonrisa. Mari que apenas podía vislumbrar el rostro de su hijo, no le dio importancia pensando que podría haber sido un efecto óptico, salvo que no lo era. Lo único que había pasado y que la mujer observó malamente en la oscuridad del cine, fue que su hijo se alteró al ver un escote que mostraba tanto.

—Todo es poco para ti.

La frase les sorprendió a ambos, incluso Mari echó para atrás la cabeza y sonrió perpleja por tal afirmación. Ladeó la cabeza haciendo caer la coleta sobre el hombro y con media mueca de felicidad y otra media de incredulidad le contestó.

—Qué romántico, Sergio.

Ambos sacaron una ligera sonrisa y volvieron la vista a la pantalla, donde la trama se había resuelto y el protagonista salía victorioso. En las butacas, Sergio no había salido victorioso, sino que seguía sudando y una leve erección comenzaba a hacerse hueco en su ropa interior… y no tenía intención de bajar. Sobre todo por un motivo en especial, la mano de Mari le seguía acariciando.

La mujer fue la primera que se levantó al terminar la película. Sergio mientras ella se colocaba bien la ropa, se estuvo mirando un rato más la mano, todavía podía notar el suave tacto de la caricia.

—¡Qué bien estuvo! ¿No crees? —saltó su madre cuando ambos comenzaron a bajar las escaleras.

—Te diré que no tenía ninguna esperanza, pero sí, me ha sorprendido.

—Pues la has elegido de maravilla, has acertado de pleno. Cuando este para descargarla, a ver si me la puedes bajar y así la vuelvo a ver.

—Lo que quieras, mamá.

Salieron por la puerta trasera con las demás personas y Mari no dejaba de hablar de la película. Comentaba casi todas las escenas y como los giros de guion del final le habían encantado. El joven no podía dejar de mirarla, la veía feliz, radiante, con una sonrisa perpetua, cuando su madre estaba así, era perfecta.

En un momento, sin dejar de hablar sobre el protagonista y sin dar ni siquiera una pausa a su alegato, de forma instintiva, Mari agarró de nuevo la mano de su hijo que caminaba a su lado. La conversación continuó por el mismo derrotero, pero a Sergio ya poco le importaba la película, lo que le estaba encantando era que de nuevo, los dos se acariciaban.

Sintió algo extraño, un sentimiento mágico o así es como lo calificó su cabeza. Parecían dos realidades diferentes, en una Mari se explayaba en las explicaciones mientras gesticulaba con su mano izquierda. Sergio la escuchaba sin parar e incluso sonreía a sus acertados comentarios. Sin embargo, sus manos entrelazadas hablaban otro idioma. Sentía que aquello no eran unas caricias normales, sino algo más, algo que sintió por primera vez en casa de su tía Carmen.

El cosquilleo que le acompañó hasta el coche no cesó y en el momento que se tuvieron que separar, se sintió desdichado, hubiera seguido pegado a ella por toda la eternidad. “¿Por qué esos pensamientos? ¡Sergio, te gusta tu madre, joder!” le gritó su raciocinó mientras él lo negaba a capa y espada.

—Córtame si te aburro, Sergio —le comentó la mujer mientras se colocaba el cinturón.

—No, no, si me gusta escucharte, habla cuanto quieras.

—¡Jope! Hoy estás un poco adulador. —rio buscando que su hijo hiciera lo mismo, pero no lo hizo, solo mantenía una dulce sonrisa llena de ternura.

—Me alegro mucho de verte así y de que lo hayas pasado bien.

—Sí, me ha encantado no te puedo mentir, hacía muchísimo que no venía al cine. —Mari comenzó a mirar a la carretera buscando en su pasado, mientras Sergio encendía el motor.

—Mamá, te lo digo en serio. Cuando vinimos del pueblo te prometí que intentaría que estuvieras más feliz, espero seguir cumpliéndolo.

—Cariño, no tienes que prometer nada, yo ya soy feliz…

—De verdad, Mari, —Sergio la cortó sin querer escuchar excusas— trataré de hacerlo. Los días que papá no pueda y si no te apetece ir a un sitio sola, te acompañaré. No tienes más que pedírmelo.

—Hijo, que no de verdad. Tranquilo que no hace…

—A ver —el coche tomaba el rumbo de vuelta a casa— ¿hay algo que te gustaría hacer? ¿Qué hayas visto… no sé… otra película que te haya llamado la atención? O ¿un restaurante que quieras visitar…?

Mari vio como las palabras de su hijo eran sinceras. No se sorprendía de escucharlo, conocía bien a Sergio, bueno, le llevaba conociendo bien desde agosto. Pero no era la veracidad de sus palabras, sino como las entonaba, una seguridad, un poderío… daba la sensación de que incluso la voz le había cambiado. Sin dejar que terminara le cortó, porque un hormigueo comenzaba a recorrer su nuca.

—Sí.

Su respuesta fue en un tono más elevado de lo habitual, sentía que daba la respuesta correcta en el segundo final de un programa y como en la película, si no lo decía, todo acabaría en tragedia.

—Sí. Quiero ver una cosa —repitió mientras Sergio se volteaba cada poco a mirarla—. Me gustaría ir a ver la función de teatro del rey león, ¿sabes de cuál te hablo?

—La que anuncian en la tele y que es en Madrid, ¿no? —Mari asintió con la cabeza— Si papá no quiere, voy contigo.

“¡Que no quiera, por favor!” saltó una voz oculta en lo más profundo de su alma. Se atusó el cabello porque los dedos le temblaban. El pensamiento la había atorado del todo, se sentía incómoda en todas las posiciones y el coche se cerraba en torno a ella asfixiándola.

—Este mes de enero tengo los exámenes, pero según los termine, miramos para ir, ¿te parece?

—Sí —respondió más segura que en toda su vida.

La carretera se aclaraba al llegar a la zona residencial. El frío del exterior contrastaba con el del interior y los espejos se comenzaban a empañar. Sergio abrió las ventanas, pero el clima nocturno era helador, no era necesario jurar que estaban en invierno.

El muchacho por fin aparcó cerca de casa, por un lado una maravillosa noticia para Mari, que realmente se sentía enclaustrada dentro del vehículo. Sin embargo, también le embargaba una sensación de comodidad de la cual no se quería desprender, como si quisiera embarcarse en el viaje a Madrid con su hijo ya mismo.

Eran sentimientos contradictorios que se evaporaron cuando el joven abrió la puerta. Mari hizo lo mismo para no parecer extrañada, saliendo al exterior donde una ráfaga de aire gélido le aclaró la mente, lo más importante era llegar a casa, “¡Qué frío!”.

Cruzó los brazos para retener el mayor calor posible dentro de su cuerpo. Pero no le iba a ser muy necesario, Sergio que ya había llegado donde ella, dándose cuenta de la situación, despegó su brazo del cuerpo y la rodeó para atraerla hacia él. No lo hizo por ningún motivo en especial, era mera costumbre, la rutina de hacerlo siempre con Marta. Siempre que salían del coche la abrazaba, sobre todo cuando hacía ese tipo de tiempo.

No obstante no era su novia la que sujetaba con fuerza contra el lado derecho de su cuerpo, sino su madre. La mujer con una cara sin gesticular de la sorpresa, notaba como el calor la inundaba por todos lados. Lo único que desconocía, era de dónde provenía ese calor.

—Pues lo de Madrid, mamá, déjamelo a mí. Lo único tendré que mirar un hotel, que ir y venir en el mismo día sería una paliza.

—Sí —volvió a decir con ganas Mari sin mirarle a la cara, le daba vergüenza. Después sonando demasiado ansiosa añadió— Aunque si prefieres ir y volver no estaría mal. —de la posibilidad de que Dani la acompañase, ya se habían olvidado.

—No hay problema, mejor dormir y salir al día siguiente. Ya hice eso de salir a lo loco con la tía y mira, acabamos en un hotel durmiendo. —a Sergio se le pasó por la cabeza, que de haber sabido lo que sentían podrían haber aprovechado la cama aquel día. Rio por dentro relamiéndose del placer que Carmen le provocaba y siguió— Eso sí, me encargo de que nos den dos camas, no te preocupes. Con Carmen solo quedaban de matrimonio, aunque eran enormes, mamá, no te haces a la idea.

Mari alzó la mirada hacia su hijo, le veía sonreír, una sonrisa perfecta, maravillosa. En el interior de su cuerpo ese calor se avivó, sin entender que era lo que lo hacía prenderse de esa manera. Los dedos de Sergio en su cintura le quemaban, pero de una forma de lo más gratificante, deseaba que aprestase más fuerte… mucho más. Su vergüenza la hizo seguir con los brazos cruzados, deseando únicamente en su mente, mostrarle un poco de afecto a su primogénito y al menos rodearle la cintura como él hacía.

El portal estaba cerca, una entrada que daba lugar a otro mundo, a una cosa donde no era tan feliz como lo era en el coche de Sergio. Le resultaba curioso, una situación tan peculiar… tenía la felicidad en casa, a una puerta de distancia y no podía disfrutar de ella como quisiera, sin embargo en la calle, en el cine o en casa de su hermana… sí. Mari sonrió ante semejante estupidez, porque sí, su forma de actuar… le resultaba estúpida.

—Me da igual —salió de los labios de la mujer formando una nube de vaho.

—¿Cómo? ¿Qué dices? —Sergio se había perdido con la respuesta.

—Me da igual como sea la cama que nos vayan a dar.

Sus ojos se miraron y ambos lo sintieron, una extraña conexión que les hizo sonrojarse al momento. Una respuesta sin ningún doble sentido, a su madre le daba igual como fuera la cama, ¿Por qué… la usarían para dormir? En ambas mentes surgió el mismo pensamiento. Una pequeña posibilidad germinó en sus cerebros golpeados por el frío, una posibilidad tan absurda, tan retorcida que no se permitían pronunciarlo en alto. ¿Y si usaban la cama para algo más?

El tintineo de las llaves del joven les trajo a la realidad, al mundo helador donde vivían y donde esos pensamientos volvían a esconderse en un profundo abismo dentro de sus almas. Subieron las escaleras en completo silencio con un semblante congelado digno de alguien que se dedica profesionalmente al póker. La casa estaba a oscuras, Laura ya estaba dormida y Dani seguía trabajando, los dos estaban “solos” dentro de las cuatro paredes.

Ninguno de los dos encendió la luz, recorrieron los metros del pasillo en casi completa oscuridad. La luminosidad tan escasa que envolvía la casa, era la proporcionada por las farolas de la calle, nada más. Mari siguió la sombra de la silueta del joven, una masa negra algo más alta que ella que le hacía de guía, de protector.

—Vaya —la garganta a Mari le carraspeó, estaba demasiado tensa— hacía mucho que no venía a estas horas a casa.

—Que no se convierta en costumbre.

El reproche de Sergio a modo de broma la hizo reírse, de manera falsa. No tenía ganas de reír, tenía ganas de gritar, de quitarse la indescriptible tensión que la ahoga sin parar. El joven se detuvo, estaban ya en la puerta de Mari y ella se lamentó de que el pasillo no tuviera unos metros más, o mejor unos kilómetros.

—Aunque en el pueblo llegaste mucho más tarde —añadió Sergio en una parcial oscuridad.

La figura del joven le imponía, parecía enorme enfrente de ella, si era su hijo… ¿Por qué ese sentimiento? No lo comprendía. Pero lo que si le hizo recordar la voz del muchacho, fue el pueblo y la casa de su hermana. Aquella vez que llegó tan borracha y su hijo… Sergio… la llevó a la cama viéndola en ropa interior. Además no con una lencería de mercadillo, no, si no con una preciosa que le realzaba lo que la genética le había otorgado.

El calor la invadió, pudo respirar hondo al abrigo de la oscuridad sin que su hijo se diera cuenta, tenía un poderoso aliado, pero también su enemigo, la poca luz la estaba volviendo loca.

—Yo… me voy a cama. —no quería conversar, quería ir a dormir, quería romper esa intimidad cuanto antes.

—Vale, que descanses.

Mari miró hacia atrás ya dentro de la habitación. Similar a lo que debes ver al morir, la película de tu vida, la mujer vio la de aquella tarde. Lo ilusionada que había estado al saber que iría, lo a gusto que se sintió, todas las risas y la felicidad extrema. Sin embargo ese calor, ese dichoso calor, que seguramente se inició al dar la mano a su hijo.

El tacto de la mano aún podía sentirlo en la piel, era tan suave, tan cómodo “ojalá me tocara con sus manos” pensó súbitamente sin saber muy bien lo que hacía. El labio inferior le comenzó a temblar, se apretó con fuerza el vientre notando que un alíen le iba a salir del interior. Abrió los preciosos ojos que había heredado tanto como pudo, para que si era posible, su hijo los pudiera contemplar. Después con toda la fuerza de voluntad que disponía soltó el aire caliente que tenía en sus pulmones, similar a la chimenea en un tren y entonces dijo algo impensable.

—Sergio, te amo.

Cerró la puerta sin dar oportunidad a réplica, no quería escuchar la respuesta, ya sabía que su hijo también la amaba, sin embargo ¿hasta qué punto?

Anduvo a pasos rápidos hasta el tocador, allí posó sus manos para apoyarse e hiperventilar como si le estuviera dando un ataque de pánico, pero… ¿No era eso? Quizá fuera peor. Se quitó la chaqueta y viendo que no le servía de nada, tiró toda su ropa a una esquina. Desnuda estaba mejor, hacia un poco de frío, no obstante no lo sentía, era un horno que manaba su propio calor.

Aquellas telas la aprisionaban, la estaban asfixiando como antes lo había hecho el coche, pero ahora tirada en la cama, por encima del edredón estaba bien, algo más liberada. Sin embargo, no era suficiente, sentía que algo la estaba haciendo presión en el vientre. Se negaba a asumir la verdad, pero cuando su respiración se volvió a agitar de forma frenética, no lo pudo ocultar más.

Allí mismo, se dio la vuelta topando su rostro contra la cama. Soltó su sujetador lanzándolo a algún lado donde ya lo encontraría a la mañana siguiente. Pasó ambas manos por sus pechos desnudos, sus pezones erectos daban pistas de cómo se sentía su cuerpo por dentro. Una de sus manos se movía inquieta, en dirección a un rincón del cual nadie había sabido nada en varios meses.

Atravesó con los dedos la última porción de tela que tapaba su cuerpo y en un momento de locura, tocó lo que su entrepierna escondía. Abrió la boca, los ojos y cada poro de su piel. Sintió el paraíso al apretar sus labios vaginales entre sus dedos, estaba ardiendo, tanto que no recordaba una situación así en su vida.

Se dejó llevar por una lujuria que controlaba su cuerpo y en un abrir y cerrar de ojos, su cadera comenzó a moverse frenética contra la cama. Mordió la almohada hasta desgarrarla, con el objetivo de que nadie se enterase de lo que había pasado allí, por lo menos lo consiguió. Su mano quedó quieta mientras notaba como esa presión en su vientre desaparecía y la sensación acuosa en su mano aumentaba.

El placer fue instantáneo, duradero y perfecto. No pudo medir el tiempo que quedó tirada en la cama gozando de aquella breve masturbación que había proporcionado la mayor de las felicidades. Quizá se había llegado a dormir, pero le daba igual, solo pensó que lo mejor sería meterse por el edredón para no helarse durante aquella noche.

Miró al techo donde nada había, solo su felicidad y un rostro al que no se le borraba la sonrisa. Rememoró toda la tarde, culminado con aquella guinda que no podía haber sido mejor. Había sido una noche, que no olvidaría jamás y todo… TODO, gracias a Sergio, su querido hijo.

CONTINUARÁ

———————

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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Autor
LilithDuran
LilithDuran
Siempre tratando de hacer un hueco, para escribir y apasionarme con cada historia. Aquí encontrareis lujuriosas aventuras eróticas y en Amazon, podréis deleitaros con todos mis perversos libros. Disfrutad...

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