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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera etapa (8)

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Mari separó sus parpados con suma pesadez, sentía que había dormido miles de horas, pero cuando miró el móvil se dio cuenta de que solo eran las diez de la mañana. Puso un pie en el suelo y se quedó con la mirada perdida en la blanca pared, como siempre hacia al despertar, no pensaba en nada.

Se levantó con ganas, queriendo empezar un nuevo día con alegría, sin embargo sintió algo, las piernas le dolían. En la cadera y en la parte baja de la espalda, más o menos por la zona del lumbago, sentía unos pinchazos increíbles. Abrió los ojos de pronto, dándose cuenta de todo lo que había pasado aquella noche. Todavía no era consciente de lo que había sucedido, parecía haber sido un sueño, pero ahora, con cierta luz entrando en la habitación se dio cuenta de que era real.

Volteó la cabeza con calma, temerosa de darse cuenta de que todo aquello no lo soñó y que era muy cierto el placer que sintió en su sexo. Ver a su hijo todavía dormido a su lado y destapado, mostrando su desnudez, la propinó la última bofetada de realidad.

Corrió al baño, con sus maltrechas piernas que parecían que habían olvidado como caminar, era más un bebe grande que una mujer de mediana edad. Cerró la puerta y colocó el pestillo, sintiéndose segura en una zona que no estaba su hijo.

Fue al espejo, apoyando sus manos en el lavabo y dejando el grifo del agua abierto para comenzar a mojarse la cara con ganas. El millar de gotas que golpeaban su rostro le iban aclarando la mente más y más. Al levantarse de cama lo recordó, era normal, todo lo que sucedió en la oscuridad parecía irreal, pero frente al espejo las imágenes volvían.

Ella con la mano de su hijo entre sus piernas, cabalgando encima de él con el miembro llegándole a zonas desconocidas. No podía sostener en su cuerpo la presión que se le estaba acumulando. Su pecho zumbaba nervioso y su corazón latía a un ritmo descoordinado por el estrés que se estaba generando. Recordó las últimas imágenes, aquellas fuertes manos agarrando su cadera y después, el hombro para que el agarre fuera más duro y poder incrustar aquella gran herramienta en su interior.

—¡¿Qué he hecho?!

Preguntaba a su reflejo en el espejo que no le daba ninguna respuesta, solo su mente le contestaba trayéndola otras imágenes muy concretas. Ella queriendo más, mucho más, abriendo todo su sexo para que su hijo entrara a placer y notando como… SU SEMEN la llenaba como ningún otro.

—Quería… comerme su… su…

No pudo acabar la frase, el shock producido por el golpe de la realidad era demasiado, estaba hiperventilando por quitarse el velo de lo que tanto había querido. No era otra cosa que lo que esa noche pasó, Mari quería tener relaciones sexuales con su HIJO.

Miles de pensamientos aberrantes pasaron por su mente, ya no solo era la traición a Dani, su hombre todos estos años, si no más grave era la relación con su hijo. Tantas preguntas sobre el futuro cercano se aglutinaron en su mente, tuvo que cerrar sus ojos para que estas no la desbordases. Los gritos en su cabeza parecían detenerse por un momento, aun así, el cuerpo estaba completamente descontrolado, la mujer se tuvo que dar la vuelta, mientras corría al retrete. Las paredes la oprimían, aprisionándola cada vez más en aquel baño lejos de todos. Estaba sola, con la cabeza devastada después de hacer algo inimaginable. El frío del retrete en sus manos no la calmó, ni tan siquiera pausó un poco su respiración. Inclinó la cabeza mientras las paredes de baldosa blanca se la comían, las podía notar casi sobre su espalda y miró fijamente al agua que posaba tranquila en el retrete. Vomitó.

Sergio se despertó más tarde, algo desconcertado y desorientado. Miró hacia el lado donde debería estar su madre, no estaba y tampoco se la escuchaba en el baño, quizá hubiera bajado sola a desayunar.

Volvió a recordar todo lo acontecido a la noche, sobre todo por culpa de ver los trozos blancos de fluidos secos que reposaban tanto en su miembro como en su cadera. Sin duda fue una gran noche, el placer había sido tan grande que de la misma quedó rendido para el resto de la noche. Habían acumulado demasiada tensión y la liberación fue gloriosa, sin embargo algo le taladraba el cerebro.

Recorrió desnudo la habitación, cogiendo alguna que otra prenda y caminó a la ducha. Comprobó cómo se imaginó que Mari ya no estaba, “habrá bajado a desayunar”. Aunque su mente le decía otra cosa, una picazón le surgía en el interior de su cerebro, sabía que algo no iba bien.

Bajo los chorros calientes de la ducha, de su cuerpo no manaba la misma sensación de plenitud que con su tía. Aunque el sexo había sido igualmente satisfactorio algo fallaba, una cosa tan obvia y que habían sobrepasado de una forma tan despreocupada, eran madre e hijo.

La conciencia hizo acto de presencia y la sensación de preocupación por su madre se hizo patente. Mientras se limpia los restos que Mari había dejado en él después de llegar a un placer inimaginable, Sergio meditaba “¿estará bien?”.

Mari no lo estaba. Es más, estaba fatal. Su cuerpo le temblaba a cada poco pensando en lo que hizo. Por una noche de pasión, ahora tenía que pagar la factura de millones de cuestiones que debía resolver. La principal de ellas “¿cómo será ahora nuestra relación?”.

Sentada en un banco, cerca del teatro donde la tarde anterior disfrutaron cogidos de la mano, ahora apenas podía mirarlo sin arrepentirse. Cierto que se lo pasó muy bien, fue feliz cada minuto que estuvo con su hijo, incluso a la noche… por mucho que le causara un mal dentro de ella, había gozado como nunca.

Después de que el frío madrileño le aclarara un poco las ideas, volvió al hotel, ya iban a ser las once y media de la mañana y en media hora deberían de poner rumbo a casa. Pensar en el viaje de vuelta, tantas horas dentro en un coche sin decir nada o peor… hablando del tema, la aterraba. Sin embargo, tenía que suceder, debía afrontar la conversación con ganas, ya que era inevitable.

—Lo mejor será hablarlo en casa.

Abrió la puerta de la habitación, recordando en rápidos flashes todas las sensaciones que tuvo a la noche. Cerró los ojos con fuerza con la puerta aún a medio abrir, era extraño puesto que tanto placer… parecía dañarla por dentro.

Logró entrar sin cambiar el rostro que llevó toda la mañana. Sergio estaba con la maleta en la cama, tratando de cerrarla a presión como buen adolescente. Ambos se miraron, por un momento quedaron de pie, quietos, mudos, con los ojos fijos en el otro escudriñando la expresión de cada uno.

—Hola.

—Hola.

Solamente se dedicaron el frío saludo, tan helador como el clima del exterior. La mujer anduvo por la habitación, sin posar los ojos en ninguna parte del cuerpo de su hijo, casi sentía pavor por iniciar una conversación con él. Por lo que hizo lo más sensato, cogió la mochila y se fue por donde vino, en un movimiento tan rápido que sin esperar a que su hijo le dijera nada, saltó.

—Te espero en el coche.

Sergio se quedó perplejo. Aunque una parte de su mente sabía que eso podía pasar. Consiguió cerrar la maleta con fuerza y salió de la habitación, mirando por última vez el mural en la parte del cabecero. Era evidente, no se lo podía negar, allí había hecho algo aberrante para el resto del mundo, aunque no tanto para él. El placer fue tan inmenso…

Miró por última vez aquella zona de la habitación, mientras recordaba como golpeaba con su miembro a su madre y esta se estremecía con cada entrada. Fue delicioso como nada antes, incluso más que con Marta, con Alicia, más que con… su tía, quizá por lo prohibido de que fuera Mari.

Bajó despidiéndose de la habitación, haciendo lo mismo en el ascensor recordando como abrazó allí a la mujer que más amaba. Se rio pensando en la visión de aquellos pechos perfectos y maldiciéndose a sí mismo por no haberlos tocado, “quizá no vuelva a tener una oportunidad”.

—Buenos días, —Raquel le esperaba sonriente en recepción— marchan, ¿verdad? Acaba de pasar su madre hacia el garaje.

—Sí, se ha adelantado.

—¿Lo pasaron bien?

Sergio la miró sonriente, recordando cada momento y haciendo a un lado esta mañana.

—En verdad, creo que ha sido el mejor fin de semana de mi vida.

Raquel incluso se sorprendió, ninguno de sus huéspedes le había dicho antes algo parecido con tanta franqueza, solían soltar frases cordiales y punto. La mujer le volvió a sonreír y le despidió con la mano.

—Me alegro entonces, que tenga buen viaje.

Cuando el ascensor le dejó en el garaje y al fondo vio a su madre apoyada en el coche, esa frase adquirió más relevancia, contestándola en su mente, “el viaje no va a ser tan agradable”.

El sonido del coche abriéndose, no consiguió que ninguna conversación comenzara, sino que fue el pistoletazo de salida para una agonía. Dentro del vehículo ninguno se decidía a hablar. Ambos evitaban mirarse, ni siquiera pasar la vista por el mínimo pliegue de piel del otro, se sentían mal con ellos mismos. Incluso Sergio, que al principio de la mañana se había levantado más o menos vital, ahora empezaba a ver las consecuencias de sus actos.

Mientras más kilómetros pasaban, más claro veía que aquello iba a traer cola y que al menos estarían un tiempo “raros”. Habían traspasado una barrera infranqueable, no solo porque Mari engañara a su marido, sino porque dicho amante era nada más y nada menos que su hijo.

Debían asumir demasiadas cosas, un día de placer quizá podría desembocar en terribles consecuencias, Sergio se hizo la pregunta clave “¿ha valido la pena?”. No sabía si podía contestar esa pregunta, al menos el rostro de su madre le decía que no, sin embargo el tiempo arreglaría la situación y quizá, podrían tener una relación normal. Por el momento no pensaba en volver a repetirlo, solo su curioso amigo de entre las piernas se alegraba de vez en cuando.

No obstante a mitad de viaje, el infierno se hizo presente. La pesadez de conducir en tensión, junto con alguien que se resigna incluso a mirarte era una losa que le estaba comiendo por dentro. “No hablemos de eso, ¿vale? Pero tengo que hablar de algo o me muero”.

Antes de comentar algo carraspeó su garganta, primero por destensarla para hablar después de tanto tiempo y luego para llamar la atención de Mari.

Esta que seguía con la cabeza en el cristal de la ventanilla, mirando el paisaje a la vez que su frente temblaba por las vibraciones del coche, no paraba de pensar en lo mismo. Su mente le decía lo odiosa que era, había tenido sexo con su hijo, algo totalmente inmoral y horrible para la sociedad. Sin embargo, ella no lo veía tan… tan… malo.

Sí, engañó a su marido y con el último hombre en la tierra con quien debería hacerlo, pero las sensaciones no habían sido malas, todo lo contrario. Todavía notaba ese picor, el momento del gran clímax que le había revuelto cada uno de los nervios que tenía en el cuerpo. La sensación de tocar el cielo, de sentirse dichosa, aquello no era horrible.

Algo le sacó de sus pensamientos, dejándola con la película de su mente detenida en el instante que Sergio se colocaba detrás de ella para insertársela. Miró hacia su izquierda, su hijo había carraspeado y sus ojos estaban fijos en ella.

Le gustaba que la mirase, no como le gustó lo de la noche, sino como madre, su mirada inspiraba amor. ¿Cómo era posible que sintiera dos cosas tan opuestas? Por un lado un asco terrible hacia su persona por haber llegado a tal punto y por otro lado un amor incalculable hacia su hijo.

—Estuvo bien la función.

Mari clavó sus ojos en él por primera vez en el día, “al menos ha tenido el valor de hablar, yo ni eso” se dijo viendo el bello rostro de su jovencito. Sergio seguía con la vista puesta en su madre, quizá rogándole mentalmente que le contestase y dejase esa tensión a un lado. Poniendo en serio peligro su vida, no viró la cabeza hasta escuchar alguna palabra salir de la boca de su madre, la que fuera.

—Hijo, —Mari al fin se decidió— ahora no estoy con la cabeza para hablar, sé que lo entiendes. —Sergio puso al fin los ojos en la carretera. Por supuesto que lo entendía— Quiero relajarme un poco, pensar todo en frío y después, hablamos.

—Pero… ¿Todo bien? ¿Hice algo mal? O…

—Cariño, no —cortó la mujer moviendo rápidamente la cabeza—. De verdad, no quiero hablar de nada de eso, no has hecho nada malo si es lo que quieres saber, solo que necesito tiempo. Cuando lleguemos a casa y me centre, te prometo que tendremos una conversación.

—Vale, te entiendo, mamá.

Mari más aliviada, giró el rostro. La tensión se había relajado de cierta forma, aunque el viaje prosiguiera en silencio, al menos algo habían conseguido, las primeras palabras afloraron.

Sergio algo más tranquilo, aunque no del todo, puso toda la concentración en la carretera, quedaba menos de la mitad del viaje y aunque había sido una conversación corta, le sirvió. No se morirá de agobio por estar en silencio todo el viaje, algo era algo.

Rebuscó en la zona derecha, donde algún que otro CD de música acumulaba polvo desde hacía par de años. Cogiendo uno de forma aleatoria lo puso en la vieja radio. La música comenzó a sonar y Mari se recostó en el asiento del copiloto más relajada, quizá sabedora que esa conversación sucedería, aunque… ¿Qué se dirían?

****

La llegada a casa fue como se temían, aduciendo ambos cansancio y cada uno reposando lo más lejos posible del otro. Alguna que otra pregunta respondió la mujer a su marido, pocas la verdad, tampoco era que tuviera un interés increíble en saber qué tal se lo había pasado. Con Sergio ocurrió lo mismo, sin embargo, era su hermana la que no paraba de preguntarle con verdadero interés, el joven respondía como podía, sin parar de pensar en su madre.

Fue una tarde en la que la separación entre ambos amantes de la capital parecía obligatoria. Si uno estaba en la sala, el otro se iba a la cocina, si uno iba por el pasillo, el otro se metía en su cuarto. Estuvieron evitándose casi todo el tiempo, tratando por un lado de retrasar la “curiosa” conversación que les esperaba y por otro lado, con miedo de que los otros dos habitantes notasen algo extraño.

No fue hasta después de la cena que ambos se encontraron sin querer en la cocina. Mari estaba depositando todos los platos en el fregadero, pensaba darles un poco de agua y dejarlos a secar, pretendía hacerlo rápido para irse al sofá al abrigo de su marido, y no ver a Sergio.

El joven había marchado al baño, solo un momento para volver y terminar con la cena. Sin embargo en ese mismo instante en el que él dejaba correr su líquido a través de su miembro viril, su padre y su hermana se levantaban de la mesa. Dejaron sola a Mari en la cocina, con prisas por terminar de recoger todos los platos, no obstante… no le daría tiempo.

Su hijo volvió con la idea de comerse una fruta que rápidamente se le olvidó cuando vio a su madre sola en el interior. El corazón le dio un vuelco, porque ella le estaba mirando, sabían que estaban solos y no era decoroso huir, aunque una parte de su cabeza se lo pedía.

No podía comprender por qué ese pavor a tener la conversación con su madre. Con Carmen todo fue más fácil, no hubo ni que hablarlo, lo hicieron, gozaron, repitieron y… repetirían. Pero el interior más profundo de su conciencia le decía cuál era el problema. Carmen estaba lejos, la veía muy poco y era su tía. Mari estaba en casa, la veía a diario y ERA SU MADRE.

Todavía en la puerta el pánico por entrar en la cocina era enorme, pero más temor le tenía a que apareciera su hermana y le viera así de pasmado, por lo que dio un paso, sintiendo que entraba en una cámara de torturas.

—Sergio.

La voz de su madre le congeló. Ni siquiera alzó la cabeza para mirarla, solo se quedó como estaba, delante de la nevera, con la puerta abierta y mirando unos yogures que tenían muy buena pinta. La fruta estaba demasiado cerca de Mari.

—Ven.

Como un perro fiel obedeciendo a su amo, cerró la puerta de la nevera y dio tres pasos a la derecha, los suficientes para colocarse al lado de su madre.

El aroma que la mujer desprendía le recorrió las fosas nasales, rememorando unas imágenes poco luminosas, pero muy vividas. Aquello no era un perfume, era simplemente el olor característico que desprendía su cuerpo y mientras estaban en la oscuridad de aquella cama, lo sintió tan gratificante…

—Si se puede, hablamos mañana. Hoy ya es tarde y estoy cansada.

Mari quería evitar la conversación a toda costa, pero en algún momento tenía que salir a la luz. Vivían juntos era imposible evadirse todos los días, debían terminar con eso, la cosa era que la mujer no sabía qué decirle.

No es que le hubiera gustado, es que el sexo con Sergio fue de un nivel superior, aún sentía el calor nacer en su cuerpo cuando recordaba todo el miembro del joven en su interior. Sin embargo la pega de tener un lazo familiar tan estrecho la hacía sentirse asqueada con ella misma, una situación insalvable e incompatible. Deberían mantener el secreto para que no volviera a repetirse, aunque… un pequeño demonio en su interior la decía “Si es en secreto, ¿por qué no?”.

—Mañana vuelvo a la universidad, pero a la tarde estoy aquí.

—Bien.

No hubo más que decir, los dos supieron que la fecha para la conversación había sido fijada y ambos dejaron de mirarse. El joven partió sin fruta, ni yogur, directamente a su cuarto para poder dormir, la tensión lo había matado.

Mari hizo lo mismo, viendo que su hijo estaba en el cuarto, se marchó al suyo diciéndole a Dani que ya se iba a dormir, quedándose este junto a su hija viendo una película a la cual ambos prestaban atención.

La mujer se metió en cama con un gran suspiro, como si se hubiera salvado del ataque de un oso salvaje, sin embargo, mañana lo tendría que volver a ver. Cerró los ojos a la par que su hijo hacia lo mismo a escasos metros. Estaban en la misma casa, pero esta vez separados por varias paredes, no como veinticuatro horas atrás, donde ambos compartían cama.

En la mente de la mujer, todo comenzó a funcionar, la imaginación voló como solo lo hace antes de dormir. El cerebro se puso a juguetear con los recuerdos, dejándole algunos para que los viera con total nitidez y otros deformándonos esperando convertirlos en sueños.

Mari no pudo frenar aquello, estaba demasiado cansada y dejó fluir todo lo que su cabeza le daba. Las sensaciones de la noche anterior la empezaron a turbar, la imagen de ella encima de su hijo se volvía más clara y no tan oscura como era en realidad. Las piernas de la mujer se apretaban bajo las sabanas debido a un picor muy caliente que amanecía como el sol.

Ahora ya no estaba encima, si no de rodillas frente a un gran mural mientras una bestia la golpeaba con fuerza con su terrible miembro masculino. Su hijo estaba allí detrás, volviendo a hacer que sintiera el paraíso en la tierra. Aquellos innumerables centímetros en su interior, tocando los millones de nervios de su vagina y haciendo que los fluidos manases como nunca Dani se había acercado.

El sueño pareció vencerla mientras sus piernas apretaban y rozaban con fuerza un sexo hinchado y caliente. Se iba a dormir, justo en el momento que recordó lo que pensó mientras lamia el dichoso mural. Le hubiera gustado comer aquel pene, meterlo en la boca, ver cómo le daba placer y el hombre… su hijo se derretía de gusto. No se podía engañar, todavía le quedaba mucho por disfrutar con el joven o al menos… se daba cuenta de que eso era lo que quería.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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