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Bodas de oro

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El mes pasado Saúl y yo cumplimos 50 años de casados. Mi esposo me preguntó a principio de mes, una mañana que despertó aún con los efectos del Viagra, con la verga bien parada y poniéndola frente a mi cara, que quería que hiciéramos en nuestro aniversario para festejarlo.

–¿De verdad me complacerías? – le pregunté viéndole a la cara y lamiendo su glande.

–Sí, mi Nena puta, pide lo que quieras –contestó abriendo mis labios con la punta de su pene y le di una mamada acariciando sus testículos.

–Quiero hacer el amor con todos mis machos juntos, obviamente incluyéndote –dije al sacarme la verga, que le había crecido enorme mientras se la mamaba.

–¡Pide algo factible, Nena! Dos ya murieron, otros dos viven muy lejos, estoy dispuesto a pagar el boleto de avión de ida y vuelta, aunque me salga algo caro satisfacer tu deseo, pero no sabemos si puedan complacerte ese día –contestó con el miembro decreciendo rápidamente de volumen.

–Eso ya será decisión de ellos, tú no te preocupes –. Pero para ser justos, también pueden estar Marisa, Regina, Blanca… –me interrumpió abruptamente sin terminar de mencionar a sus antiguas amantes.

–¡A ellas déjalas aparte! No las metas en esto, porque tú quieres una orgía y no estoy dispuesto a mezclarlas en esto –dijo terminantemente–. Quiero que tú seas feliz, lo mío es otro asunto.

–Bueno, déjame preparar la reunión. Verás que sí puedo lograrlo –contesté metiéndome otra vez su pito en la boca y comenzamos con “el matutino”…

Quince días antes, Eduardo, mi compadre y segundo amante, quien también estuvo en la boda, me había preguntado qué deseábamos como regalo de bodas de oro. En ese momento me sorprendió con la pregunta ya que aún no salía de mi vagina su miembro exangüe y empezaba a escurrirme su semen en mis piernas.

“Tenerlos así a todos juntos, uno tras otro, mientras los demás miran”, le contesté en un arrebato de amor, apretándole la verga con la vagina. “Concedido… de mi parte”, exclamó Eduardo cerrando los ojos placenteramente y me dio un riquísimo beso.

–¿Así vas a convencer a mis socios y a mi compadre? –me dijo al terminar de besarme.

Al descansar, lo puse al tanto de los problemas que había para sus socios: dos muertos y los otros dos casados y viviendo lejos, sin muchas opciones de venir en vacaciones decembrinas sin sus esposas, además del gasto que les ocasionaría y que no me parecía justo. Me preguntó a qué se dedicaban quienes estaban vivos y dónde vivían. Le platiqué de Pablo y Othón y cuándo nos habíamos visto por última vez.

–A Othón será fácil hacerlo venir, digo, a la CDMX, porque en ti es seguro que sí –dijo acariciándome una teta–. Necesito más información de Pablo para ofrecerle un buen pretexto de publicación.

–Él está fuera del circuito cultural, es ingeniero muy reconocido, incluso Saúl lo admira. Ocupa algo de su tiempo libre ayudando a preparar alumnos que concursan en las olimpiadas de Matemáticas, Física y Astronomía; él es feliz con los alumnos. Los organizadores también lo tienen en buena estima porque incluso les prepara materiales de divulgación para traer más alumnos –concluí.

–¡Eso está muy bien! “La ciencia también es cultura” –dijo parafraseando a Froilán López Narváez, cambiando la palabra “ciencia” por “rumba” –. Ve si puedes conseguirme algo de ese material que él ha hecho o las páginas de Internet donde puedo bajarlo.

Después de ponerme en contacto con Pablo para obtener el material, le pregunté dónde pasaría las vacaciones decembrinas, me contestó que en la CDMX, y que, aunque fuera difícil, intentaría verse conmigo.

Le envié la información a Eduardo y después de verlo dijo “¡Perfecto, incluso esto me facilitará la propuesta para Othón! Sólo te queda convencer a mi compadre”, me dijo sin que yo entendiera lo que él se proponía. Así, ese día que Saúl me preguntó lo que deseaba como regalo de aniversario, todo cuadró perfectamente.

–¡Saúl aceptó mi propuesta! –entusiasmada le dije a Eduardo.

–Bien, ahora adviérteles que sabes que ellos vendrán también para estar contigo una noche. Ya les he hecho una propuesta que desarrolló tu ahijada, claro que ella no sabe el trasfondo nuestro, pero le entusiasmó la idea de hacer una serie de divulgación para infantes, está escogiendo a los ilustradores; lo ve como un negocio muy factible. Ellos no están muy convencidos, pero, además de disfrutarte, la propuesta es real y debes convencerlos de ello.

Hablé con Othón y Pablo y primero se molestaron, pero les expliqué que la propuesta editorial que les habían hecho era real, además de los pasajes redondos con sus parejas, Othón tendría de una semana a diez días pagado el hotel. Durante algunos días, mi ahijada fue el conducto para que prepararan algunos documentos que ella les mostraría ya como pruebas cuando estuvieran acá para firmar el contrato.

–Ya arreglé nuestra fiesta de festejo –le dije a Saúl–, y no te costará dinero, sólo ser revisor de algunos textos, los cuales te envió hoy tu ahijada con una propuesta de trabajo– le dije y se fue a su estudio para ver el correo.

–¿Por qué metes a mi ahijada en esto? –me dijo molesto media hora después de ver los documentos que bajó.

–Es un trabajo real que ella dirigirá y tú serás el revisor técnico. La idea fue de Eduardo, pero tu ahijada la desarrolló entusiasmada –le expliqué y, aún con el semblante serio, aceptó con la cabeza. Después, esbozó una sonrisa y me abrazó.

–¡Lo que hace una puta caliente para que se la cojan como ella quiere! –me dijo antes de besarme y comenzar a desnudarme. Yo hice lo mismo con él.

Encuerados los dos, me llevó con el pito babeante a la cama.

–Lástima que hoy no haya más atole como el otro día que te viste con Eduardo… –dijo y me clavó la verga en la vagina de una sola estocada.

La mañana fue feliz. Saúl me dijo que, independientemente del regalo de bodas que yo tendría, le parecía una idea genial la de iniciar una colección infantil de libros de divulgación y deseaba que tuviera éxito nuestra ahijada. “Sí, tan genial como su padre”, le dije acordándome de mi duda sobre si ella era hija de Saúl o no (como relaté al final de “Quiero hacer un gato”). “Bueno, la idea fue de Eduardo y ella la desarrolló y la llevará a la práctica, ambos son los autores”, contestó evadiendo por completo que Saúl fuese el padre (¿ya le habrá hecho examen de ADN?).

Se llegó la noche del festejo. Tanto Othón como Pablo les dijeron a sus esposas que estarían trabajando toda la noche en la editorial de Eduardo, cuyas oficinas están en un anexo a su casa, y que regresarían a la mañana siguiente. En efecto, trabajaron tres horas bajo la dirección de la hija de Eduardo. Ella se despidió al estar todos de acuerdo en la mecánica de trabajo desde casa, y los dejó para arreglar lo de los contratos, los cuales firmaron y Eduardo los invitó a pasar a su casa para la celebración. Adriana había aceptado ir a la casa de su hermana para pasar con ella el fin de semana en San Juan del Río, donde la recogería Eduardo el domingo. ¡Toda la casa para nosotros cinco!

Cuando Saúl y yo llegamos ellos platicaban animadamente sobre lo que sería el proyecto. La mucama nos llevó a la sala y Eduardo le pidió que sirviera el champaña y que al terminar que se fuera a dormir.

–Les presento a Saúl, mi esposo, ya se conocían, aunque nunca hubieran intercambiado más que un saludo. También ya conocieron a Eduardo, otro de mis amores. Me faltan dos, pero ellos ya no están entre nosotros –dije quebrando la voz.

–La razón de esta segunda reunión es para celebrar las bodas de oro, donde nosotros somos el regalo que ella le pidió a Saúl –dijo Eduardo dándonos una copa de champaña a cada quien–. ¡Salud por Tita y Saúl! –dijo levantando la copa y tomamos un trago después de decir “salud”.

–En nombre de Tita, y especialmente en el mío, quiero agradecerles su presencia y agradecer a Eduardo la afortunada razón que nos reunió. ¡Salud! –dijo Saúl y volvimos a brindar.

–Amores, estoy feliz de poder cumplir este deseo, gracias a todos, pero quiero hacer un brindis por dos ausentes: Roberto y Joel –dije y empecé a llorar.

Saúl me abrazó, me dio un beso en la frente y levantó su copa diciendo “¡Por Roberto y Joel!”. Todos brindamos, aunque en las caras de Othón y Pablo se notaba que no sabían de quiénes hablábamos, pero era evidente que se trataba de los socios que ya habían muerto.

Eduardo trajo un carro de servicio donde estaban unas ricas viandas. Y prendió una pantalla donde aparecieron algunas escenas de película y fotos de mi boda, incluso de las invitaciones y la luna de miel. “No lo he visto, mi hija lo editó con mucho cariño para ustedes”, explicó Eduardo. Al terminar, aplaudimos y Eduardo nos había vuelto a llenar las copas.

“Salud por el que se la llevó y después de tantos enredos aceptó compartirnos de su manjar”, expresó Eduardo y Saúl me bajó la parte superior del vestido, como no traía sostén, cayeron mis tetas pesadamente. “Los invito a que remojen sus copas en las bellezas que nos atrajo”, dijo Saúl tomando una chiche y remojó el pezón en su copa; los demás hicieron lo mismo. “Después les mostraré lo que nos ha retenido.

Brindamos y de inmediato Saúl me levantó con ternura, pero me bajo todo el vestido. Entonces entendí por qué me había pedido que no trajera ropa interior. Quedé sólo con la pulsera y la argolla que me regaló Joel, así como unos pequeños aretes que me dio Roberto, aditamentos que me coloqué ese día para recordarlos también a ellos.

“Antes de felicitarla con un cálido abrazo, les pido que se pongan tan cómodos como lo está ella” dijo y empezó a desnudarse, los demás hicieron lo mismo. “Feliz aniversario, mi Nena”, dijo Saúl con la verga erecta metiéndola entre mis piernas al darme un abrazo. Eduardo, quien no se había desnudado, les indicó con un ademán a Pablo y Othón que pasaran a felicitarme. Mientras ellos me felicitaban como lo hizo Saúl, Eduardo abrazó a mi esposo y le dijo “Felicidades”, al terminar eso, se desvistió rápido y me felicitó metiéndome la verga cuando me cargó al abrazarme. “Mi mujer sigue tan hermosa como hace 50 años” dijo al separarse de mí.

De inmediato, Joel por atrás, en el ano para recordarme quién me lo estrenó, y Pablo por adelante, en la vagina, me abrazaron metiéndome sus miembros y me franelearon muy rico, viniéndonos los tres casi al mismo tiempo. Después de ellos, Saúl y Eduardo me abrazaron, pero los dos entraron por la vagina. ¡Me sentía una muñeca de plástico, mis pies no tocaban el suelo una mano en una chiche, otra en una nalga. Saúl mamando la otra chiche y, desde atrás, girándome la cabeza, Eduardo me besaba. ¡Otra venida simultánea! Y me acosté boca abajo en la alfombra.

Después sentí una lengua en cada nalga que se deslizaron una al ano y otra a la vagina mientras mis piernas se abrían y giraba mi cuerpo. Seguía sintiendo las serpenteantes lenguas abajo y luego dos bocas, una en cada teta. Al rato, Pablo me cargó y me sentó en sus piernas… Sí, ¡me penetró limpiamente!, pero cómo si no, mi vagina estaba llena de semen. Me besó. Nos abrazamos y me moví en círculos, orgasmo tras orgasmo hasta que Pablo se vino.

Descansaba en la verga flácida de Pablo, quien seguía abrazándome, y sentí a Eduardo y Othón, uno en cada pierna, besándome y lamiendo mis pies. Saúl me jaló suavemente de los pelos y volteó mi cabeza hacia arriba para besarme, su lengua navegaba dentro de mi boca cuando sentí la succión de Pablo en mis pezones, los había juntado y me estiró las tetas hacia arriba para mamar en mejor posición. Casi cinco minutos sintiendo cuatro bocas. Al primer respiro les pedí unos minutos de tregua para comer algo y pedir vino. Eduardo le señaló la cava a Joel para que escogiera la botella y tomó el sacacorchos. Vasos y no copas para el vino.

–¡Salud por mi Nena puta! –dijo Saúl y los demás lo secundaron –aunque me falta el semen de otros dos en este atole, para disfrutar de un coctel completo, me perdonarán que yo empiece a saborearlo, pero siempre me ha gustado el atole que hace mi Nena puta con ustedes, la hacen venir mucho –dijo Saúl, apuró la mitad del vaso, luego me acostó en la alfombra abriéndome las piernas y se puso a chuparme.

–Yo también quiero chupar paleta, dije. Como si hubiese sido una orden, Othón y Eduardo se acercaron con sus vergas cerca de mi cara. Se las jalé y me las traté de meter juntas, pero fue imposible, eran unos glandes más grandes que de costumbre, así que los junté y lamí alternadamente, pero restregándolos entre sí y en sus caras había asombro y placer al sentir el capullo del otro.

Saúl seguía con su trabajo de lengua, tomaba el semen revuelto con mis jugos que seguían manando; me dobló la cintura para lamer mi culo, trató de meter la lengua, pero como no podía la volvió a deslizar por el periné y me saco un orgasmo con un grito y sorbió lo que me salió de la vagina.

Me desmayé de tanto placer. Cuando volví en sí estaba sobre la mesa de centro y al abrir los ojos vi cuatro pares de huevos, cada uno con una adorable y conocida verga correspondiente. Pablo me ayudó a levantarme y me sentó junto a Saúl, quien me abrazó y me comenzó a acariciar las tetas.

Descansé mientras escuchaba decir a cada uno por qué le gustaba yo. “Por puta”, dijo Othón y completó “nunca conocí a una mujer tan ardiente”. “Por chichona y ponedora”, definió Eduardo. “Por todo lo que han dicho, además de su bella cara y su risa alegre”, explicó Pablo.

–A mí me tocó estrenarla toda, menos lo que le abrió Othón. La conocí siendo una niña muy bella, pero la desvirgué varios años después. Cuando confirmé que era ninfómana y, además, se enamoraba quedándose enganchada a sus vergas, no tuve más remedio que compartir su perrito, o cangrejo, con ustedes –dijo Saúl extendiendo la mano con su vaso para decir “¡Salud!”.

Vinieron recuerdos anecdóticos de cada quién. Sonreía al recordar los episodios, pero a veces también soltaba alguna lágrima cuando recordaba a Roberto como parte de la continuación de la anécdota, o cuando acariciaba la pulsera o la sortija que me dio Joel y hasta este día volví a usar. Sí, todos mis verdaderos amores estaban allí…

Bailamos y seguimos haciendo el amor hasta la madrugada en que pedí descansar. Eduardo nos llevó a su recámara. Todos se despidieron dándome una felicitación efusiva, a cada uno le tocó un beso en la verga y una lamida en los huevos antes de salir de la recámara. No sé si ellos siguieron platicando. Yo traía las tetas amoratadas y los labios interiores rojos e hinchados, no fueron pocas las veces que tuve a dos dentro. Mis piernas escurridas de semen hasta los pies.

–Duerme, mi Nena puta, yo te limpio. ¡Feliz aniversario! –me dijo antes de lamerme la entrepierna y quisiera o no, le obedecí.

Al amanecer, nuestra ropa estaba doblada en el cuarto, pero junto a ella estaba una nota: “Pónganse ésta. Es nueva, pero ya está lavada”. ¡Hasta ese detalle cuidó Eduardo!

–¡Buenos días, Nena! –dijo Saúl, bajando a chuparme la panocha–. ¡Está muy rico el atole fermentado! –insistió y me dio un beso que me recordó a todos juntos, incluidos los dos grandes ausentes.

Lloré de alegría. Saúl me abrazó y me llevó al baño. “¿Quieres ducha o tina?”, preguntó. “Ducha”, contesté.

Después de vestirnos. Fuimos a la sala donde la mucama nos dijo que pasáramos al desayunador, donde había cubiertos para tres personas. “El señor no tardará en bajar. ¿Quieren jugo de naranja, zanahoria, toronja o betabel?”, dijo y cuando acabó de servir los jugos, apareció Eduardo.

–¿Cómo amanecieron los tórtolos recién casados? –nos preguntó al sentarse, y la mucama mostró un evidente gesto de sorpresa y curiosidad– Sí, recién casados hace medio siglo, yo estuve allí –le dijo a la mucama quien ya nos conocía desde hacía mucho tiempo.

–¡Felicidades por sus bodas de oro! –dijo ella–. El regalo tiene que ser muy especial y de oro –le indicó a Saúl. Vio la pulsera y la sortija, abrió la boca y exclamó–: ¡Está hermoso!

–Sí, me dieron un hermoso regalo –le contesté

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