Dormía; suave el vientre le acaricié;
me incliné y le besé los tiernos senos.
Ella ronroneó; sus rasgos, serenos;
fue mi mano al chocho y se lo toqué.
El vello rizado lo atravesé;
de su calentura no eran ajenos
los dos dedos que metí, no eran menos.
Ella gimió, murmuró; la monté.
Después le separé las piernas quietas,
y posicioné el pubis muy en el medio:
se la clavé mirándole las tetas.
Ella suspiró; qué placer mi asedio,
qué bien cabalgar sobre carnes prietas.
Tuvimos buen despertar, qué remedio.