Mi esposo es un machista de pene muy pequeño. El tamaño de su pene lo descubrí rápidamente, cuando éramos novios y empezamos a coger. Llegaba una de cada tres o cuatro veces cuando lo hacíamos, pero en esos tiempos no me importaba. En todo lo demás era perfecto. Como decía mi mamá “hija, es un hombre para casarse ya”.
Ya casados descubrí su machismo. No es un machista bruto y prepotente, sino todo lo contrario, sutil y de detalles finos. No me molestaba, era y es muy parecido a mi papá.
Con los años, cuando empecé a tener fantasías sexuales fuera de mi matrimonio, lo primero que venía a mi mente era tener un pene grande. Lo segundo era hacer cosas que lo humillen, que atenten contra su machismo. Es extraño pues sé que lo sigo amando, pero mis fantasías siempre eran por ambos senderos, un pene enorme que me hiciera gozar y el humillar a mi esposo.
Comencé a ver porno y tener chats hot, con eso quedaba muy caliente y cuando tenía sexo con mi esposo, gracias a lo avanzada que estaba, me hacía llegar ya casi siempre, cerraba mis ojos e imaginaba lo que había visto y recordaba todas las cosas sucias de las que había hablado y se me hacía muy fácil llegar, incluso con el pene pequeñito de mi esposo como herramienta.
Finalmente di el paso y cogí con otro hombre. De pene muy grande, dominante y experto en casadas. Me hizo volar en mi propia casa, lo que me abrió al mundo de ser infiel y a la vez humillar a mi esposo. Sé que no lo hago por mala, sólo por placer y morbo. En todo lo demás soy plenamente feliz con él, pero necesito sentirme viva y disfrutar mi cuerpo explorando mis fantasías.
Hace unos meses, en la empresa en la que trabaja mi esposo le asignaron un practicante, Pedro, un chico de 22 años. Como aún se trabajaba virtual, el chico venía a casa dos o tres veces a la semana, mi esposo coordinaba con él, le asignaba sus tareas y el chico las hacía en su propia casa. Más de una vez me mencionó que era un chico brillante.
Algunas veces, llegaba cuando mi esposo no había concluido una reunión virtual o no regresaba de una presencial. Me ponía a conversar con Pedro mientras lo esperaba. Era un joven claramente de condición muy modesta, había estudiado becado y era el primer de su promoción (me lo comentó con mucho orgullo), pero su ropa y sus modales, y el respeto con el que me trataba, lo mostraban claramente como alguien muy humilde. No aceptó llamarme Marta, ni siquiera señora Marta, siempre me decía “doña Marta”, yo me reía y le respondía que me hacía sentir muy vieja, pero él inmutable.
Más de una vez pensé en lo rico que sería cogérmelo en casa. Siendo el practicante de mi esposo no se me ocurría nada más humillante. Eso me excitaba ya mucho. Empecé a recibirlo en pijama cuando mi esposo no estaba en casa o en ropa sexy de casa cuando él estaba en reuniones por zoom. Pero jamás noté un mínimo cambio en su actitud. Tampoco estaba loca como para tirarme a su entrepierna y mamársela sin permiso.
Una mañana llegó al departamento. Mi esposo ya me había avisado que llegaría algo tarde de una visita. Yo estaba en un pijama muy ligero, un short medio traslucido y una camiseta igual. Tenía puesto un bikini negro que sabía era notorio bajo el short. Así le abrí la puerta. Como estaba con varias cosas de casa lo hice sentarse en la sala y seguí con lo mío.
En algún momento tenía que bajar unas sábanas desde un armario alto. Cuando lo hacía, me subía a un taburete y como una vez me caí y golpeé feo, mi esposo, a partir de ese momento, siempre que lo hacía, sostenía el taburete para darme estabilidad. Estando Pedro allí, le pedí que me ayude.
Vino hacia donde yo estaba, en el pasadizo entre la sala y mi habitación, sostuvo el taburete y me subí a bajar las sábanas. Me demoré unos segundos y estando sobre el taburete me di cuenta que mis nalgas estaban a la altura de su rostro. En ese instante, adrede, me demoré más, como arreglando unas cosas allá arriba.
Al bajar me di cuenta que Pedro estaba perturbado. Sabía por qué. Le miré abajo y estaba erecto. Claramente un pene grande. Lo cogí sobre su jean y el sólo atinó a decirme “que hace doña Marta”.
Escuchar eso me excitó más. Se lo desabroché y abrí. Saqué su pene erecto. Era muy grande. Me arrodillé y empecé a chupárselo, allí en el pasadizo de mi departamento. Él sólo seguía repitiendo “que hace doña Marta”. Sentí que era yo quien tenía el mando. Me levanté, lo cogí de la mano y lo llevé a mi habitación.
La cama estaba distendida, con todo desordenado. Sobre ella el pijama de mi esposo y algunas de sus cosas. Eso me dio más morbo. Le pedí que se acueste y lo hizo. Bajé algo más su pantalón y su bóxer y su pene quedó completamente erecto. Lo mame un rato más, no podía tragarlo todo, pero era delicioso tener ese pene tan grande sobre la cama donde sólo tenía el pequeñito y miserable pene de mi esposo.
Me saqué el short y el bikini. Me monté sobre él y lo comencé a cabalgar, en muy pocos minutos tuve un delicioso orgasmo y me chorreé completamente sobre él. Seguí moviéndome salvajemente y me llegó un segundo orgasmo. Quise ser su perra y se lo dije “Pedro, cógeme como a una perra”.
Me acomodé al borde de la cama, como una perrita, él se paró detrás de mí y comenzó a cogerme. Sentí su verga llenarme donde mi esposo sólo me hacía sentir vacía. Fue tan delicioso que en unos minutos tuve un tercer orgasmo. Le pedí que se siente en el borde de la cama y me senté sobre sus piernas, con su pene completamente dentro de mí, lo miraba a los ojos, pero no me atreví a besarlo. Cuando sentí que él se venía, me volví a venir.
Me levanté y Pedro me dijo “doña Marta, por favor no le cuente a su esposo, se lo ruego”. Le dije que no diría nada, pero que debía limpiarlo. Cogí toallitas húmedas del baño, le limpié su pene y sus testículos que estaban húmedos de mis corridas y su propio semen. Cuando estuvo limpio le dije que fuera a la sala.
Mi esposo llegó unos 15 minutos después. En ese tiempo me había lavado la vagina. Ni bien entró fui donde él y lo besé, y le dije “hola mi amor”, además le di un tierno beso. Pedro me miraba aterrado. Lo disfruté mucho.