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Comprando un coche (Parte 2)

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A pesar de darnos los teléfonos y eso, después de nuestro primer encuentro Oscar no dio señales de vida.  Para mí fue una putada, solo pensaba en lo ridículo de la situación, toda una vida de hetero y ahí estaba colgado de un niñato que pasaba de mí y ni los mensajes de Whatsapp leía. De repente pensaba que al final había sido solo una estrategia de ventas que le salió mal, pero era un pensamiento ridículo. Tenía sueños húmedos y andaba todo el día empalmado pensando en aquel efebo rubio que la chupaba tan bien y que tenía aquel enorme pollón que deseaba con todas mis fuerzas probar con mi boca.

Un día de repente llamó él, pero solo para darme los papeles del coche. Al final, y a base de decirle que no me podía pasar a ninguna hora en la que el taller estuviese abierto decidió esperarme el viernes sobre las 14:15 o así. No trabajaban los viernes por la tarde y a esa hora no habría nadie, pensé para mí. Él accedió en seguida, por fin se mostraba suave y accedía a quedar, pensé.

Al llegar el viernes yo iba muy contento. Él estaba nervioso, huraño, mantuvo las distancias en todo momento. Me indicó que los papeles estaban en la oficina y que tenía que firmarlos. Me indicó el camino de la oficina y aunque iba delante no hacía más que mirar de reojo. En la oficina se puso a buscar en un cajón lleno de papeles iguales, todos sujetos con un clip y ordenados. Serían todos los cambios de nombre. Me fijé en que llevaba el mismo mono, la cremallera estaba bajada hasta el principio del abdomen, se le veían todos los pectorales. Intenté ladear la cabeza para ver si podía ver su polla colgando, había un hueco enorme entre su blanca piel del abdomen y la tela del mono que caía por su peso, pero estaba oscuro y no pude ver nada. Por fin los encontró y me indicó dónde tenía que firmar. Me dio los míos y añadió:

—Bueno pues con esto está todo, gracias por la compra, espero que lo disfrutes —su tono sonó seco y distante.

—Esto, yo, Oscar… a ver…

—No voy a darte los 200 € —me cortó el tajante.

—Olvídate del dinero, joder, yo pensé…

—¡Me violaste! ¿Vale? ¡Me violaste! Me has destrozado la vida y no quiero verte. Solo he accedido a verte para ver si me pedías el dinero y podía así romperte la cara.

—Oscar, yo no te violé, joder… eso no…

—Me has jodido la vida.

—Tú a mí también, no como, no duermo, ando empalmado todo el día, me hago pajas como un quinceañero y para colmo el puto criajo del que me he colgado no me contesta ni al whatsapp… bueno peor, me quiere partir la cara y solo dice que le he destrozado la vida.

—Llame a mi novia por tu nombre…

—¿Qué?

—Que llame a mi novia por tu nombre, ¡joder! Por la noche quedé con ella y mientras me la chupaba, cuando estaba a punto de irme la llamé por tu nombre.

Casi me da por reír, pero no era el momento. Realmente, solo había que mirarlo para ver que lo estaba pasando mal. Aquello era importante, me puse en su pellejo y no me gustó lo que vi. Si yo con cuarenta y pico lo estaba pasando mal, él, tan joven, lo estaría pasando fatal de verdad. Los jóvenes lo magnifican todo. No sabía realmente que hacer, y lo único que quería era tocarlo y sentirlo cercano, no como ahora que me rechazaba.

—Oscar… yo…

—Tú qué? ¡Marica de mierda!

Acto seguido hizo un ademan con la mano y se apoyó en la mesa, cerca de mí. Me levanté de la silla y acercándome a él le pregunté: —¿te puedo abrazar? Por favor.

Contestó un sí con morritos y nos fundimos en un gran abrazo. No sé el rato que estuvimos abrazados, no quería que terminase nunca. De repente él empezó a darme besitos en el cuello y en la oreja. No le dije nada, le dejé hacer durante bastante rato. Después fui bajando mis manos hasta cogerle su pequeño y duro culo con mis dos manos. Una vez lo tuve así cogido lo acerqué contra mi cadera y nuestros bultos se rozaron, a lo que se le escapó un quedo gemido en mi oreja que, me hizo babear de placer.

Sin pensarlo mucho le bajé la cremallera y me senté en la silla, para ver de cerca como su enorme polla salía del encierro de su mono. Como siempre no llevaba calzoncillos y eso facilitaba mucho las cosas. Su polla salió impetuosa como los toros salen de toriles a la plaza. Se la cogí con una mano y empecé a besarla y a intentar que me cupiese la mayor parte en mi boca. Él mientras se quitó el mono por los hombros y cayó hasta sus tobillos, y allí se lo quitó rápido del todo, botas de trabajo y todo. Se cogió la polla con una de sus manos y empezó a jugar con mi boca, me la metía me la sacaba, me la arrastraba por la barba o la separaba para que yo sacase la lengua. También me ponía los huevos a tiro. Yo me comía todo lo que él me pusiese cerca.

Como tenía las manos desocupadas le volvía a coger el culo. Esta vez sin telas. Se lo masajeé y amasé a conciencia. Luego con mis dos dedos índices, uno de cada lado empecé a jugar con su agujerito. Aquello le gustó mucho, gemía y me dejaba chuparle la polla a conciencia. Cogí saliva con los dedos de mi mano derecha y le unté bien el ojete, luego empecé a introducir mi dedo anular y después de darle unas cuantas chupadas más a mi dedo índice también entraron los dos. Aquello lo hizo enloquecer, tanto que empezó a pajearse olvidándose de mi boca.

Con la mano izquierda le empuje por el abdomen, indicándole que se tumbara en la mesa. Le abrí las piernas y empecé a comerme ese pequeño y delicioso agujerito. Cuando estuvo húmedo y dilatado empecé a follarme su ojete con mi lengua. Aquello lo enloqueció. Su mano iba arriba y abajo por su polla. Noté que su ojete se ponía tenso y que él jadeaba mucho y rápidamente me levanté e introduje todo lo que pude de su polla en mi boca. Acto seguido explotó allí dentro como si fuera magma hirviendo, litros y litros de leche. No pude con todo, me choreaba por la barbilla y también tenía en las manos. Oscar se incorporó solícito y me lamió toda su leche.

Cuando hubo acabado se volvió a recostar sobre la mesa, abriendo enormemente las piernas. Me miraba con lujuria con sus alegres ojos inyectados de deseo, mientras se revolvía el pelo con las manos y se llevaba sus dedos a su boca que chupada con deleite. Así tumbado abrió las piernas ofreciéndome sin condiciones su pequeño y rosado agujerito que me llamaba a gritos.

Me desnudé rápidamente. Mi polla estaba dura dura, toda impregnada de precum. Estaba tan excitado que había sido solo casualidad no haber explotado dentro de los pantalones. Me acerqué a él y abrió más las piernas. Restregué el líquido de mi polla contra su agujerito y él jadeó con más ganas. Aquello iba a costar, a simple vista era como meter un pepino por el ojo de una aguja, ya sabes que no cabe. Pero una vez lo situé en la entrada y empecé a empujar, poco a poco su culo se abrió y engulló toda mi polla.

Oscar gritó y se mordió la mano para aguantar el dolor. Pero me decía que la metiera toda y eso hice. Una vez dentro del todo paré para ver como estaba. Con cuidado de que no se saliera me incliné sobre él y lo besé en los labios. Húmedo y cálido, sabroso, su boca era siempre tan deliciosa. Después de un tiempo, Oscar empezó a mover su cadera y yo me aparté de él para poder follármelo a conciencia. Una vez dilatado, aquel culo suyo comía polla como un bulímico los pasteles. Dentro y fuera, dentro y fuera. Cada vez más bestia y cada vez más rápido y Oscar solo decía “más, más, dame más”.

Se le volvió a poner dura y empezó a pajearse. Intenté tocarle aquella polla otra vez, pero perdía el ritmo. Él se sonrió y me indicó que parase. Siguiendo sus indicaciones me senté en la silla y él de cara a mí se sentó en mi polla, con lo que su enorme miembro quedaba entre los dos. Él empezó a cabalgar sobre mi polla a su propio ritmo y yo por mi parte me ocupaba de la suya, la masajeaba, le tocaba los huevos, la pajeaba con las dos manos, arriba y abajo, suave o fuerte, lento o rápido… daba igual el agujero de su glande me tenía hipnotizado. Tanto es así que de repente sin darme cuenta empezó a escupir lefados de sabrosa leche. Me excitó tanto verme cubierto de leche que me corrí de forma salvaje dentro de su culo. Aquello lo hizo gritar de placer mientras su polla seguía escupiendo.

Se levantó y se sentó de lado encima de mí. Nos estuvimos besando hasta que se me durmieron las piernas. Su olor, la sensación húmeda que chorreaba de su culo sobre mis piernas, su boca siempre solícita y esa lengua suya tan juguetona me tenía embriagado. Después de eso me llevó a las duchas del taller. El agua caliente y que a él de casualidad se le callera el jabón, hizo inevitable que lo empotrase allí mismo. Luego lo acompañé a su casa, pero me perdí y acabamos en la mía, donde me comí su polla para cenar y repetí toda la noche. Pasamos muchos años así, incluso hoy nuestros caminos se vuelven a encontrar de vez en cuando y la llama del deseo se enciende rápido en los dos.

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