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Comprando un coche

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Mi primera vez con un tío no fue ni buscada ni planificada, pero ahí acabamos los dos.

Después de muchos sustos mi antiguo coche decidió que había llegado su hora y se rompió definitivamente. Evidentemente, no escogió el mejor momento y no podía comprar otro. Así hice mis cuentas y me fui a un concesionario multimarca que estaba cerca de casa.

Desde el principio le fui claro al vendedor, no tenía tiempo que perder y tampoco quería hacérselo perder a nadie. Le dije mi presupuesto y el estado de mi coche actual. No puso muy buena cara; pero se recompuso en seguida y se puso a pensar. De repente llamó a gripo pelado a un tal Oscar. Tuvo que hacerlo varias veces.

De detrás del concesionario de la zona del taller salió un jovencito con cara de empanado. No parecía tener muchas luces. Era alto, casi tanto como yo, un metro ochenta. Tendría unos 20 años. Flaco, llevaba un mono con las mangas cortadas y la cremallera bajada hasta la mitad del pecho, no tenía mucho músculo, ni carne ni nada, se le marcaban los pequeños músculos porque no había dónde esconderlos. No tenía ni un pelo en todo el cuerpo, ni siquiera en las axilas… bueno, algunos había en el mentón de la barba, pero afeitado como estaba solo se le veían unos puntos negros. Era rubio pelo liso y peinado a un lado; aún tenía esa cara de niño de facciones suaves, nariz redonda, labios carnosos y mirada alegre.

—Oscar, coño que está empanado! —dijo el dueño del concesionario mientras él se encogía de hombros y esbozaba media sonrisa, como el que no sabe muy bien que responder. —Es mi hijo, bueno hijastro de mi mujer, lo tengo aquí como favor a su madre, pero no sé, el zagal no tira. —sentenció dirigiéndose a mí mientras el tal Oscar seguía allí sin saber ni qué hacer ni dónde meterse.

—Oscar, vete a ver si el Fiat está listo y si lo está lo sacas que hoy acompañas a tú al cliente. —Dicho esto y teniendo las instrucciones claras, Oscar salió corriendo y desapareció. —Mira! —dijo dirigiéndose a mí, el coche está bien, no tiene ni kilómetros ni daños, pero tiene más de diez años y me está costando venderlo. Tú lo pruebas y si te gusta hablamos del precio.

—De hablamos nada, ya te he dicho lo que tengo y no hay más, el coche viejo me ha pillado con el paso cambiado y no tengo más. —Protesté viendo que el dueño intentaba meterme un choche más caro de lo que me podía permitir; pero él ya se alejaba camino de la zona de atrás y haciendo movimientos raros con la mano, como dándome a entender que no pasaba nada.

Al poco rato, entró Oscar por la puerta de la calle, había sacado el coche por la puerta de taller y venía a buscarme. Tenía una mirada rara y estaba como nervioso. Me dejó conducir a mí y nos fuimos a probar el coche. La verdad es que funcionaba bien, era mucho más moderno que el mío y todo respondía rápido y sin lucecitas ni ruidos raros. Oscar no paraba de morderse las uñas. Lo cual me mosqueaba bastante, era como si el coche tuviera un gran fallo y él solo esperaba que no lo descubriese.

Yo le metí más caña al coche y el coche respondía y Oscar cada vez se ponía más nervioso. Así que decidí coger el toro por los cuernos. Me salí en una carretera secundaria que conocía y paré el coche.

—A ver! ¿Me puedes decir qué coño le pasa al coche? —Le dije de golpe, mirándolo fijamente a los ojos. Esperando amedrentarlo a ver si confesaba.

—Al… coche… no… por qué? No te gusta… ¿qué le pasa? —me respondió entre balbuceos.

—Joder! Estás súper nervioso. Si al coche le pasa algo, me lo dices y ya está, no tengo mucho dinero, ni tiempo.

—No! Al coche no le pasa nada. De hecho, iba a ser para mí. Si te lo quiere vender es para joderme. Pero es que no es eso… es que el muy cabrón me ha dicho que te tengo que sacar 3.200€ y si no lo vendo por eso me despedirá, le dirá a mi madre que no valgo para esto.

—Qué cabrón! Yo le he dicho que mi tope son 3000, que no tenía más.

—Qué hijo de puta, me va a despedir por 200€, el muy cabrón… —Oscar se puso a llorar, aquello parecía afectarle mucho, estuvo un buen rato así y de repente me miró y empezó a suplicarme. —Tío, por favor, haré lo que quieras, si quieres dentro de un mes cuando cobre te devuelvo los 200, pero por favor, cómpralo, sino lo compras me va a montar una gorda delante de mi madre, tío, por favor, haré lo que quieras…

Inevitablemente, a mí me entró la risa. A lo que Oscar me puso los ojos como platos. No es que me estuviera cachondeando de él o de sus penas. Lo que pasa es que ese argumento es muy viejo en ventas y yo llevo muchos años vendiendo, la de pedidos que se han cerrado solo porque el jefe te está esperando en el coche. Solo una vez fue verdad, era una rubia que estaba muy buena y de verdad estaba dispuesta a hacer lo que fuera. No es que yo sea un cabrón, es que era imposible sacársela de la boca.

—Tío no te rías de mí, va en serio —protestó Oscar ante mi ataque de risa, a lo que le expliqué la situación. Me juró y perjuró que no era el caso, que no intentaban sacarme más dinero. Yo seguía con mi sonrisa cínica de no creerme nada.

Como aquella venta estaba ya jodida y de ahí no íbamos a sacar nada ni él ni yo y, la verdad, es que me estaba aburriendo bastante de la situación (de verdad necesitaba un coche). Pues estando en estas ni corto ni perezoso, sentado como estaba en el asiento del conductor, me bajé la cremallera, metí mi mano y saqué toda mi polla. No es muy grande, pero en cuanto nota que puede haber acción se pone morcillona rápido (no está mal para mis cuarenta y pico) y le dije: —así están las cosas, yo no me creo nada de ti y tú supuestamente estás jodido, quieres venta y mis 200 pavos, pues ya sabes, escúrreme los huevos con tu boca.

—Paso! Yo no soy maricón —y dicho esto giró la cabeza y se quedó mirando hacia a fuera.

—Vale! —contesté yo metiendo la primera y haciendo el ademán de salir del pequeño descampado donde me había parado.

—¡Espera, espera! Joder! Va tío no seas así, ¿qué te cuesta? Son solo 200 € y te los voy a devolver… ¡Va! —Solté el embrague un poco más sin soltar palabra, como ignorándolo —Vale, vale… lo hago… te la chupo… pero te corres fuera. —Automáticamente solté todo, puse el coche en punto muerto y me recosté en el asiento bajando un poco el respaldo, mi polla ya apuntaba hacia arriba e incluso brillaba una gotita de precum en la punta. No pensé mucho en ello, solo había aprovechado la situación.

Oscar, llevó una mano a mi polla y la cogió con suavidad. Le temblaba el pulso, tenía unas manos grandes y huesudas, demasiado suaves para ser mecánico. Poco a poco, fue agachando la cabeza. Hasta que sus carnosos labios quedaron a escasos milímetros de mi polla. Aquello me puso muy cachondo, mi polla hasta palpitaba, aún no me había tocado y ya tenía mis buenos 17 cm en su pleno apogeo, toda gorda y con las venas bien marcaditas. Como él parecía no decidirse le puse una mano en la cabeza e hice fuerza para que la bajase. Por fin sus labios hicieron contacto con la punta. Los tenía muy secos por el nerviosismo, así que de forma refleja se pasó la lengua por ellos para humedecerlos, al mismo tiempo también la restregó por mi polla, lo que me arrancó un suspiro de pasión e impaciencia. Hice más fuerza y mi polla por fin penetró aquella boca grande, de blancos dientes y labios carnosos, que estaba caliente y era acogedora.

En un primer momento se quedó allí quieto con la polla metida en la boca, sin saber qué hacer. Le pregunté si necesitaba las instrucciones. Dicho esto, empezó a mover la lengua, a succionar y a mover la mano a ritmo para darme placer. Al principio, le costó coger el ritmo, sus dientes casi me dan un susto y tuve apartarle una mano que amenazaba por exprimirme un huevo. Pero, poco a poco, el chaval le fue cogiendo el ritmo y su mano y su boca se sincronizaron bastante bien. Cortaba un poco el rollo el que cada poco se parara para decirme que le avisara.

En un momento dado me quedé mirando su culo y la verdad es que tenía muy buena pinta: pequeño, respingón y duro. Se lo toqué y aquello no le gustó nada, pero le dije que si no preguntase tanto iría mejor la cosa, que me estaba cortando el rollo y que necesitaba más alicientes. Así que se dejó hacer. Me entraron ganas de tocar aquel culo sin toda la tela, y alargando la mano le bajé la cremallera del mono hasta abajo del todo. Le cogí el brazo y estirando del mono se lo saqué de la parte superior derecha. Ya con la mitad de la espalda al descubierto fui bajando hasta donde debería haber estado el elástico del calzoncillo. Pero Oscar iba estilo comando, nada de nada. Me divertí de lo lindo tocando aquel culo duro, duro. Masajeando sus cachetes y rozando el agujerito estrecho que tenía. Que divertido era oírlo protestar y chupar al mismo tiempo.

De repente se me ocurrió que si no tenía gallumbos dónde se había metido su polla cuando bajé la cremallera hasta abajo. Alargué mi mano hasta su zona genital, tenía un pubis sin casi ningún pelo, definido, apuntaba a tener la “v” marcadita, no por definición, sino por no tener donde esconderla. Pero su pubis se me hizo eterno y su polla no aparecía. Extrañado me incorporé un poco y vi donde estaba su polla. En ausencia de sujeción su polla se había empalmado hacía abajo, por su pierna izquierda. Era enorme, tanto que a la mitad de su pierna su mono tenía una gran mancha de precum. El mamón de Oscar, tanto protestar y estaba cachondo y empalmado con una polla en la boca. “Puto marica” pensé.

Estiré de aquella polla para sacarla de su prisión y me maravillé ante semejante portento de la naturaleza, menudo pollón. Mediría unos 23 o 24 centímetros de dura carne, tenía un glande rojo, grande y estaba palpitando. Empecé a hacerle una paja a aquel monstruito por el puro placer de ver como se movía. Oscar protestó de verdad, no paraba de decir que no le tocara la polla, pero lo cierto es que cada vez chupaba con más ahínco. Me la lamía, me comía los huevos, me pajeaba a conciencia y succionaba con ganas, luego paraba, jadeaba, me decía que no se la tocase y volvía al ataque.

Me cayó una gota de precum en la mano y me lo llevé a la boca, para saber a qué sabía, era acre, fuerte, un poco amargo, pero con un fondo agradable. Me humedecí el dedo con mi saliva y le hice un masaje circular solo en la punta. Oscar suspiró y se metió mi polla hasta que casi le dan arcadas. Empezó a chuparla frenéticamente. Y yo a pajearlo salvajemente. De repente su polla se puso dura y empezó a palpitar y soltó varios lefazos bien disparados. Aquello me puso cachondísimo y me abandoné al placer que hacía tiempo que estaba conteniendo. Hice el ademán de sujetarle la cabeza para obligarlo a comerse mi corrida, pero no hizo falta en cuanto lo notó apretó bien los labios y se tragó todo lo que salió, no desperdició ni una gota. Cuando se levantó me enseñó su boca abierta, con sus blancos dientes y sacó la lengua para indicarme que se lo había tragado todo. No me corté un peló y cogiéndole la nuca con una mano le di un morreo con lengua profundo, húmedo y sabroso. Se dejó hacer.

Como se había hecho tarde nos arreglamos como pudimos y nos fuimos para el taller, me toco pagar los 200 de más y a Oscar limpiar algo la tapicería del coche. A los pocos días me llamó para que fuera a recoger los papeles… pero eso os lo cuento otro día.

Gracias por comentar.

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