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Con mi ex en su casamiento

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Pedro y yo estuvimos juntos muchas veces desde que nos conocimos. Eso sucedió hace ya quince años, cuando éramos un par de adolescentes. No fuimos nunca una pareja oficial, pero quizás sea mi ex más importante, aún sin serlo realmente. Es definitivamente la persona que más sensaciones me generó: atracción, lujuria, amor, ternura, enojo, odio, decepción, todas en un eterno e incansable loop.

Los reencuentros siempre fueron ansiados y hermosos, mientras que las distancias siempre dolieron mucho más de lo esperado para el tipo de vínculo intermitente que teníamos.

Por supuesto que en esos quince años tanto él como yo tuvimos varios vínculos y relaciones con otras personas, pero entre nosotros hay algo inevitable. Es por eso que nunca importó si pasaban años, siempre se mantuvo una intimidad que nunca podría tener con otra persona. Con él viví cosas que con ningún novio viví.

Incluso en momentos en los que ambos estábamos en pareja, yo sentía que un rayo me partía la cabeza al cruzarlo. Tenemos amigos en común, por lo que eso pasaba relativamente seguido. Hace ya varios años que él está con su pareja actual, y aun así verlo todavía me despierta las mismas sensaciones que hace una década.

Un día cualquiera mi peor pesadilla se cumplió: Pedro anunció su casamiento. Una parte de mí esperaba que eso sucediera algún día, pero aun así la noticia fue un puñal en el medio del pecho. Si bien hacía mucho que no teníamos ningún encuentro a solas, cada tanto nos cruzábamos y nos sacábamos chispas con algún comentario, caricia o mirada. En el fondo yo no estaba lista para dejarlo ir por completo, para asumir que tenía que cerrar esa puerta y que finalmente el largo ciclo con él había terminado. Pensaba que si se casaba, pronto tendría hijos (siempre había querido hijos) y ahí sería definitivamente el fin. Verlo en familia iba a ser insoportable.

Recibí la invitación al casamiento mientras iba en colectivo a trabajar. Me quedé mirando el archivo por una incontable cantidad de minutos, tantos que cuando levanté la vista me había pasado de la parada donde debía bajarme. Pedro y Florencia, 18 de marzo de 2023. Tenía algunos meses para acostumbrarme a la idea.

Durante ese tiempo lo crucé varias veces en distintos lugares, donde hablamos alegremente de su casamiento y fingí que el tema me tenía muy tranquila.

Finalmente llegó el sábado del evento. Faltaban pocos días para el otoño pero todavía parecía pleno verano en Buenos Aires. Me había comprado un vestido para la ocasión. Era simple pero muy lindo: negro, corto y al cuerpo. Tenía un lindo escote, sin ser exagerado. Me puse una gargantilla, unos aros simples y el perfume que más le gustaba a Pedro. Si iba a ser la última vez que nos viéramos estando los dos solteros, por lo menos quería que se acordara de las buenas épocas cuando me pasara cerca. En los pies llevaba unos zapatos altos negros. Me miré al espejo luego de maquillarme y peinarme, y me gusté mucho. Era como quería lucir el día de su casamiento. Sentí que estaba muy linda, pero lo suficientemente simple para que no pareciera que me había esforzado en llamarle la atención.

No quería llegar sola a la iglesia, por lo que le pedí a Juan, un “amigo” con el que cogíamos cada tanto, que me acompañara. Me pasó a buscar en su auto y llegamos a la iglesia cinco minutos antes de que arrancara la ceremonia. Busqué con la mirada a mis amigos y con mi acompañante fuimos rápidamente a sentarnos cerca de ellos.

Lo vi a Pedro en el altar, radiante. Con un traje negro que le quedaba pintado y un moño gris perla. Poco después apareció Florencia por la puerta y comenzó a avanzar por el pasillo de la iglesia, mientras sonaba la clásica marcha nupcial. Su vestido era un sueño y ella estaba preciosa. Detestaba que fuera tan linda y que me cayera tan bien. Quería que fuera una bruja y odiarla, pero era una mujer que en otras circunstancias podría haber sido mi amiga.

Se me debía notar en la cara que estaba nerviosa, porque Juan me agarró la mano y la apretó suavemente, haciéndome un gesto para tranquilizarme. Él estaba al tanto de la situación y sabía que era muy importante para mí estar ahí, por lo que agradecí haberle pedido que me acompañara.

Al saludar a los novios y abrazar a Pedro, noté que olió muy sutilmente mi cuello y al separarnos me sonrió con picardía.

–Gracias por venir –dijo.

–No me perdería jamás una fiesta gratis. –le guiñé un ojo amistosamente y salí a la vereda junto con el resto de los invitados.

Volvimos al auto y nos dirigimos hacia el salón, que no era muy lejos. No pudimos hablar mucho del tema con Juan, ya que llevábamos a otras tres personas en los asientos de atrás. Iban charlando despreocupadamente de la ceremonia y de la comida que deseaban que hubiera al llegar a la fiesta, mientras yo trataba de disolver el nudo de mi garganta.

Al llegar al salón ya había bajado mi ansiedad y estaba decidida a disfrutar de la noche. No voy a mentir, los tragos ayudaron y también la buena compañía. Mis amigos y Juan estaban pasando un gran momento, y era imposible no sentirse bien en medio de aquella gente. Por momentos miraba a Pedro y su mujer y me sorprendía darme cuenta de que genuinamente me alegraba por ellos. Quizás eso sea en el fondo querer a alguien.

Las horas siguientes fueron diversión pura: alcohol, baile, comida, risas.

Ya eran las 4 am y yo estaba en mi mejor momento. Tenía el nivel justo de ebriedad: lo suficiente para estar divertida y desinhibida, pero no tanto como para perder el control. Me dirigí al baño. Justo salía la única chica que estaba adentro. Entré a uno de los cubículos, hice pis, me acomodé la ropa y salí. Me lavé las manos y me paré frente al espejo gigante que había allí. Acomodé mi vestido, verifiqué que mi maquillaje estuviera relativamente prolijo y me peiné un poco con los dedos. Todavía me veía linda. Al pasar la mano por mi cabello, sentí un tirón. Miré mi espalda y vi que tenía un mechón enganchado en el cierre trasero de mi vestido. Comencé a hacer contorsionismo para tratar de desengancharlo, sin éxito. Luego de varios minutos miré casualmente hacia la entrada del baño y lo vi a Pedro como un ángel, apoyado sobre el marco de la puerta, mirando mi lucha contra mi prenda. Tenía un gesto risueño, parecía estar divirtiéndose con la escena.

–Qué hacés ahí mirando?

–Perdón, es que esta imagen no tiene desperdicio.

–No te parece mejor ayudarme en lugar de ver cómo me humillo? –dije en tono de broma.

Pedro no me respondió y se acercó a donde estaba yo. Estaba tan lindo que sentí un mini infarto mientras lo veía caminar hacia mí.

Se ubicó detrás mío y buscó mi mirada en el espejo. Lo sentí muy cerca y se me nubló la mente. En ese momento no pensé en que cualquier mujer de la fiesta podría entrar, incluida su reciente esposa.

–Qué tengo que hacer? –dijo cortando el hilo de mis pensamientos

–Desenredarme el pelo del cierre del vestido. Con cuidado eh, no rompas el cierre.

–Voy a hacer lo que pueda, no me retes antes de tiempo –me dijo riendo.

Nunca iba a acostumbrarme a su risa? Iba a dejar de ser música para mi cerebro alguna vez?

Con suavidad corrió mi pelo hacia uno de mis hombros, para poder ver bien el lugar del conflicto. Yo sentí sus dedos pasando por mi cuello y sentí como se erizaba toda la piel de mi cuerpo.

Mientras Pedro trataba de sacar el mechón de pelo atascado en el cierre, yo miraba su cara de concentración reflejada en el espejo.

–Cómo carajo hiciste este quilombo, Candela? –dijo soltando una carcajada.

–No sé, bailando muy agitadamente, supongo.

Buscó mi mirada en el espejo y me devolvió la sonrisa.

–Bueno, me alegra porque indica que la estuviste pasando bien. No esperaba menos.

No respondí. Seguí mirando sus maniobras.

–No es nada fácil hacer esto con el nivel de alcohol en sangre que tengo, sabés?

–Valoro mucho el esfuerzo. Igual me está doliendo un poco…

–Perdón, perdón. Te juro que ya casi lo logro.

De repente sentí un tirón en el cierre de mi prenda, y vi que había logrado quitar el nudo y bajar el cierre. Corrió mi pelo nuevamente, acariciándome intencionalmente la espalda con la yema de sus dedos, y una vez despejada la zona, subió muy lentamente el cierre.

–Misión cumplida. –dijo orgulloso

–Te debo una. Si hubiera tenido que hacerlo sola seguramente hubiera necesitado un vestido de repuesto.

Me di vuelta quedando frente a él, y lo miré de arriba a abajo.

–Te favorece el matrimonio, eh.

–A vos también te favorece mi matrimonio. Siempre fuiste así de linda? –dijo haciéndose el gracioso.

–Sabés que sí.

–Es cierto, mal gusto nunca tuve.

Me miraba a los ojos y yo me sentía bajo el efecto de todas las drogas. Lo tenía muy cerca. Había acercado su mano para acariciarme la mejilla. De repente el momento se vio interrumpido por unas voces que se acercaban por el pasillo que llevaba al baño. Eran la suegra y la cuñada de Pedro, pero yo en ese momento no lo sabía. Sólo me di cuenta por su cara que había algún tipo de problema cerca.

Inmediatamente me hizo un gesto para que no dijera nada comprometedor, y en un movimiento un poco ninja, me tomó suavemente de la muñeca y me arrastró hacia el cubículo más cercano, cerrando la puerta con delicadeza.

Tratamos de ahogar la risa como dos adolescentes haciendo alguna travesura, aunque en realidad no habíamos estado haciendo nada malo. Éramos sólo una mujer con un inconveniente y su amigo dándole una mano. Quizás era raro que el ayudante fuera el recién casado, pero eso podría haber sido casualidad.

El cubículo en el que entramos, por suerte, estaba muy limpio. Era pequeño, por lo que estábamos bastante cerca. Esperaba que nadie se fijara por debajo de la puerta si estaba ocupado, porque sería mucho más comprometedor que el novio estuviera escondido con una invitada, a que estuviera ayudándola con un cierre.

De cualquier manera, debo admitir que me gustaba ese momento de complicidad en su propia fiesta. Me gustaba que estuviera allí conmigo cuando podría haber estado bailando o comiendo con sus seres queridos. Lo estarían buscando? Muchos pensamientos se me cruzaban por la cabeza.

–Son mi suegra y mi cuñada –me dijo al oído– y son muy, muy, muy jodidas.

–Quién diría que en tu casamiento íbamos a terminar acá escondidos, no?

Se rio sin sonido mientras se escuchaba como las dos mujeres se lavaban las manos y salían hacia la fiesta nuevamente.

–Sobrevivimos exitosamente. No te estarán buscando?

–Espero que no. Es raro si me quiero quedar acá un ratito más?

–Sí, un poco raro es. –le dije y se rio.

Todavía hablábamos susurrando. Lo miré fijo a los ojos pensando en que lo único que quería era besarlo. Como si me hubiera leído la mente, o como si nuestros pensamientos estuvieran clonados, llevó cariñosamente su mano enorme (siempre me habían encantado sus manos grandes) a mi cuello, y se acercó en cámara lenta, como si estuviera midiendo mi reacción. Cuando su boca estaba a mitad de camino de la mía, acorté el trayecto y junté mis labios con los suyos. Nos besamos lentamente y apasionadamente. Quería sentir su lengua tibia en la mía toda la vida. El gusto a fernet de su boca y el gusto a gin-tonic de la mía se fusionaban formando un sabor extraño.

Cómo ese hombre que me volvía loca podía estar casado con una mujer que no era yo? Quizás porque yo no hubiera elegido casarme o tener hijos. O quizás porque estábamos destinados a un vínculo de ternura y pasión eterno, sin compromisos, títulos ni ataduras. Sólo complicidad y entendimiento absolutos.

Interrumpí el beso sólo para mirarlo y tratar de descifrar qué pensaba. Quizás también para inmortalizar cada detalle de ese instante en mi mente. Me miró un segundo y me agarró con determinación de la cintura llevándome hacia su cuerpo.

–No quiero parecer un gil, pero te quiero decir algo.

–Si vas a hablar que sea por algo que valga la pena –le dije con mis labios rozando los suyos.

–Te extrañaba

–Sos un poco tarado –le respondí antes de volver a besarlo.

Sus manos acariciaban mi cuerpo con naturalidad, como quien maneja la misma ruta con frecuencia y la conoce bien.

Bajó con una de sus manos el cierre de mi vestido que un rato antes había ayudado a liberar. Pasó su mano desde mi nuca hasta la parte baja de mi espalda desnuda.

Bajé con el taco de mi zapato la tapa del inodoro para poder utilizarla de asiento, y en un movimiento rápido senté a Pedro sobre ellas. Quité por debajo de mi vestido mi tanga de encaje negra y la colgué del gancho que se utiliza para colgar pertenencias. Él me miraba fijo sin decir nada, aunque sus ojos parecían destellar. Subí un poco mi vestido, que era apretado y limitaba mis movimientos, y lo rodeé con mis piernas, sentándome sobre él. Él bajó los breteles de mi vestido que ya se encontraban bastante sueltos luego de abrir el cierre, y liberó mis pechos. Los acarició, apretó y besó, mientras yo sentía entre mis piernas cómo crecía su erección, todavía contenida dentro de su ropa.

Desaté su cinturón y cuidadosamente lo acomodé en la parte de atrás del inodoro. Desabroché su pantalón y metí mi mano dentro de su ropa interior, acariciando muy lentamente su miembro, ya muy duro. Escuché su respiración en mi oído, y sentí cómo mi humedad iba en aumento.

No teníamos mucha noción del afuera, no sabíamos si nos buscaban (especialmente a él), o si entraba y salía gente del baño. Tratábamos de hacer el menor ruido posible, pero estábamos abstraídos de la realidad. Tampoco tenía idea de cuánto tiempo hacía que faltábamos en la fiesta. Podrían haber sido quince minutos o cuarenta.

De repente sentí su mano en mi entrepierna, sus dedos pasando entre mis labios lentamente, rozando mi clítoris.

–Creo que cada vez me gustás más, aunque no parezca posible. –dijo en mi oído mientras me tocaba, y yo gemía lo más silenciosamente posible en el suyo. Yo me agarraba de su nuca, clavando las yemas de mis dedos pero cuidándome de no marcarlo con mis uñas.

Lo miré a los ojos y llevé mi mano derecha a mi boca, pasando la lengua por ella antes de volver a llevarla a su verga. Lo escuché gemir al sentir la humedad de mi saliva, y en ese mismo momento me ubiqué sobre su erección y la metí dentro mío. No pude evitar gemir al sentirla completa en mi interior. Él hizo lo mismo y sentí su aliento dentro de mi boca. Lo besé y comencé a moverme lentamente sobre él, mientras él apretaba con fuerza mi culo. Cada vez me movía con más velocidad, saltando sobre ese miembro que conocía tan bien. Él me tomaba del cuello por momentos, miraba mi boca entreabierta, pasaba su lengua por mis labios.

Llevó uno de sus dedos a mi boca y luego de que lo chupara mirándolo profundamente a los ojos, lo llevó a mi culo y comenzó a acariciar mi ano, metiendo lentamente su dedo. Yo mantenía mis movimientos mientras sentía mi clítoris estimularse contra su piel en cada salto.

Luego de un rato lo tomé fuerte del cuello, y mirándolo a los ojos le dije:

–Quiero que me hagas acabar.

Me tiró fuerte del pelo de la nuca y me sonrió antes de besarme intensamente. Me tomó de las caderas y comenzó a moverme con fuerza. Yo estaba por alcanzar mi orgasmo, y en ese momento Pedro volvió a meter su dedo en mi culo, esta vez agregándole un segundo dedo, lo que terminó de detonarme. Exploté sobre él mientras él amortiguaba mis gemidos con su mano libre.

–Estoy cansada de que me gustes tanto. –le dije– Parate.

No dijo nada y se paró. Le gustaban las órdenes tanto como a mí.

Me puse en cuclillas con mis tacos enormes, y comencé a comerme su verga. Era probablemente la pija que más me gustaba en el mundo.

Él me miraba hipnotizado y tiraba su cabeza hacia atrás sin poder evitar que sonara su respiración agitada.

Tenía su mano derecha entre mi cabello y por momentos me marcaba el ritmo.

Sabía exactamente qué y cómo le gustaba. Qué ritmo, intensidad, profundidad y humedad. Pedro me tomó con sus dos manos marcando las últimas embestidas antes de estallar en mi boca. Saqué mi lengua y lo miré, mientras saboreaba su semen y disfrutaba su cara de satisfacción.

Me levantó del piso y limpió con su dedo pulgar mis labios.

–Me hace mierda que seas tan linda. Y a mí también me agota que me gustes tanto. –dijo bromeando– Esta es nuestra despedida?

No respondí inmediatamente porque no tenía la respuesta. Siempre creía que era nuestra despedida y nunca lo era. Me limité a sonreír y acariciarlo con ternura. Acomodamos bien nuestra ropa y salí primero del cubículo para verificar que no hubiera nadie.

Había una chica que yo no conocía lavándose las manos. Me pregunté si habría escuchado algo. Seguramente sí, pero su rostro estaba tranquilo y no me dirigió más que una mirada indiferente. Me miré al espejo, me arreglé un poco el maquillaje corrido y me peiné un poco con los dedos. No me veía tan mal como esperaba. Cuando la chica se fue le golpeé la puerta a Pedro para indicarle que podía salir. Antes de que él abriera la puerta del cubículo yo ya me había ido de allí perdiéndome entre la gente al ritmo de quién sabe qué canción de carnaval carioca.

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