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Confesión: Mi esposa embarazada de un conocido

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Hola, ¿cómo están? Me presento en estos medios para contarles algo muy íntimo de mi vida. Quisiera compartir estos hechos para tener diversos puntos de vista, así puedo apreciar otros pensamientos aparte del mío ya que, en muchas ocasiones, uno se cierra a su propia manera de interpretar las cosas para, de cierta manera, contentarse, pero a estas alturas tengo muchas dudas y eso ya no me sirve. Prefiero compartir estas cosas a través del anonimato, tanto mío como el de ustedes, ya que estas son situaciones que no veo pertinente comentarlo con algún amigo, compañero o alguien muy cercano por temor a que se pueda ver flagelada mi intimidad y la de mi esposa. Estoy abierto a leer sus más sinceras opiniones con respecto a lo que cuento. Trataré de contar lo sucedido con lujo de detalle, para que así ustedes tengan todas las cartas sobre la mesa y puedan precisar bien los acontecimientos a cómo ocurrieron.

Ya por el título que le he puesto a esto sabrán qué es lo que pasó, pero más importante para mí son las circunstancias y condiciones para llegar a ello. Ahora se los voy a explicar todo. Yo con mi pareja nos amamos mucho, ella es, de todas las novias que he tenido, la que más buena está, no la voy a describir porque no me parece pertinente, más aún si quiero permanecer en el anonimato, pero es una mujer guapísima; de hecho me apetece hacerle el amor todos los días, eso llevó a que haga mucho ejercicio para poder rendir. Hay días en los que, ustedes sabrán, no se puede, pero pasados esos días se nos viene una explosión de ganas.

Hace mucho tiempo que estamos juntos, ambos aprendimos mucho del otro y le chambeamos bastante para conseguir nuestra independencia y estabilidad económica. Tal es así, que ya pudimos hacernos con un terreno, una casa que la fuimos amueblando de a poco, hasta hacerla habitable. Nosotros vivíamos en un departamento, pero la casa está en otra ciudad alejada, por lo que, llegado el momento, nos tuvimos que mudar y dejar todos los círculos sociales que teníamos y formar otros, lógicamente. En pocas palabras, se trata de una nueva etapa en nuestras vidas, por así decirlo.

Es en este punto en que las cosas se ponen particulares. Mi mujer, para esta nueva etapa, quiere ser madre, tener un hijo. Me comentó que para ella no se trata de un deber o algún tipo de mandato social, sino que es un deseo, como un sueño suyo, ve con pasión esto de ser mamá. A mi eso de tener hijos nunca me interesó, no es algo que desee ni que quiera, pero las cosas van más allá cuando la persona que amo lo desea y quiere que esté a su lado; entonces, por amor, la acompaño a cumplir su sueño, ella me ayudó a cumplir el mío por lo que no voy a ser tan egoísta de no ayudarle en el suyo.

Ustedes se preguntarán: ¿y dónde está el problema entonces? Lo que sucede es que poseo una ets, una muy común, de hecho algunos pueden que la tengan pero no se han dado por enterados aún. Yo no pienso, ni considero contagiarle la ets a ella, justamente por ello compro cajas y cajas de condones. Debo de sacrificar ciertos placeres por culpa de esta desdicha, como no poder disfrutar de una mamada a pelo o, en estas situaciones, no poder darme la satisfacción de correrme dentro de ella. Mi mujer apreció mucho que le haya contado sobre ello y mi decisión firme de cuidarla. Además, supongamos que en una situación, por demás fantástica, ella dijera que no le importaría tenerla, aun así no querría hacerlo, por razones que en el sexo le practico mucho sexo oral a ella, y eso implicaría que se expanda más la transmisión. En fin, una situación delicada que, creo, debe de pasar mucho pero uno no anda por ahí contándolo, ¿no?

La alternativa de una inseminación artificial está en un plano fantasioso para nosotros, con todo el dinero que hemos invertido para una casa propia, no sobra para eso. Así que tomamos otra alternativa más rudimentaria, fuimos a lo obvio: que alguien se encargue de preñarla. Como estaríamos en otra ciudad, no había problema con que la criatura, al crecer, refleje rasgos distintos a los míos levantando sospechas (en todo caso, yo ruego que salga con la belleza de la madre). Mi mujer, unos cuantos días antes de la mudanza, se encargó de seleccionar al candidato, no fue ni un amigo, ni pariente, ni vecino, ni nada de eso: se trataba de un conocido y ya, alguien que daba igual lo que pudiera o no decir de la propuesta, puesto que ya no estaríamos en la ciudad para ello. Es un chico joven, ella decía que se parecía a mí, yo no le veía para nada el parecido, es mucho más alto y delgado que yo, se me hacía que ella debía de haber proyectado algo de mí en aquel chico para decir eso.

Cuando pusimos en marcha el plan, ella me comentaba que sentía mucha adrenalina, como si fuera a robar un banco o algo, muy al estilo película de acción. Nos citamos con el conocido en un pub, por la noche. Mi mujer llevaba la batuta, hablaba con el muchacho con un semblante serio y calculador, como una profesional. Cuando le comentó la propuesta, noté como el chico tenía que disimular su excitación, de seguro se le erizaron todos los vellos del cuerpo. Lo que se le exigió fue que, obviamente, se hiciera todos los estudios correspondientes para la detección de una ets, algo lógico puesto que venimos de eso. El chico musitó algo de que tendría que pagarse todos los estudios con la obra social o algo así, a lo que mi mujer le dijo secamente que ese es el mínimo precio por tener sexo a pelo, que no se queje. Sonreí cuando el colega se disculpaba rápidamente y decía que no habría ningún problema, por supuesto que no quería que ella se pusiera de mala gana y se echara para atrás la propuesta.

Nos trajo los estudios a la brevedad, sabía que nos mudaríamos en unos días, de seguro habrá puesto dinero extra para tener todos los resultados tan prontamente.

El día de la procreación yo iba a estar presente junto a mi esposa, allí en la alcoba de nuestro departamento donde se llevaría a cabo. Quería saber, ver con mis propios ojos lo que allí pasaría, iba a ser el día en que mi mujer concebiría su futuro bebé y me parecía un día importante para estar presente. Sé que puede sonar raro, pero aunque sea obvio lo que allí ocurriría, la incertidumbre que me quedaría si no estuviese presente, el no saber cómo ocurrió, de qué manera, me carcomería de forma tal que se me generarían pensamientos adversos sobre nuestra relación.

Eran las cuatro de la tarde, hacía un lindo día. El teléfono móvil de ella suena, le había llegado un mensaje pero lo ignoró por completo. Al rato me suena el mío, era el colega que ya había llegado. Le aviso y ella automáticamente comienza a desvestirse.

—¿Por qué te sacas toda la ropa? Si es suficiente con que te saques la bombacha nomás y ya —recuerdo que le pregunté.

Ella me dice que el chico debe estar bien excitado, y de esa forma puede que no resulte bien, tal vez no se ponga a punto y tal. Bueno, se lo dejé pasar, de cierta manera tenía algo de sentido.

Voy a buscar al chaval. Al entrar a la habitación, con ella desnuda de pie cerca de la cama, el chaval se asombra y dice: «¡opa!».

—Ya sabes a lo que venimos —le recalca ella—, no tiene sentido tanto rodeo.

El colega entonces se va desvistiendo, sin quitarle un segundo la vista de encima. Temblaba un poco. Estando desnudo noto otra diferencia conmigo: traía un cipote más grande que el mío y con un poco de vello encima, cosa que en mi no lo toleraba, siempre me afeitaba.

Mi mujer se acostó en el borde de la cama, boca arriba, con las piernas flexionadas. Yo me acomodé a un lado, en un sofá que estaba casi pegado a la cama. El colega se fue aproximando a ella, notoriamente excitado, temblando un poco y con la respiración agitada. Comienza a metérselo así nomás.

—Despacio, con calma —recuerdo que le dijo ella, con sus manos atajando la cintura del chaval.

Ella en todo momento tenía un semblante serio y calculador, que me resultaba de todas maneras sexy.

Me acuerdo que cuando logró metérsela toda, se quedó un rato quieto, respirando dificultosamente. Luego, con los brazos bien extendidos, apoyadas las manos a ambos lados de ella, comenzó el vaivén. El colega gemía. No se dieron ni besos, ni toqueteos durante toda su estancia. Mi mujer lo miraba, la mayor parte del tiempo, con ese semblante serio, supervisando el trabajo del chaval. Lo único que noté es que ella, cada tanto, le hacía unas caricias en la cintura, pero luego creo que ni gimió.

Tenía algo de novedoso ver a mi mujer desde ese ángulo, diferente al que estoy acostumbrado. Me excitó la situación, pero como a cualquiera se excitaría al ver gente linda teniendo sexo. Al cabo de unos instantes, me quité el pantalón y comencé a masturbarme con ganas. Mi mujer me miró con una cara desencajada cuando vio que me estaba pajeando, pero luego cambió su semblante por uno comprensivo.

—Hacé de cuenta que sos vos el que me está penetrando, mi amor. —fue lo que me dijo.

Casi al instante de dicho eso, el colega empieza a bufar fuerte.

—¿Se está corriendo? —Le pregunto, porque como estaba continuamente jadeando no me enteraba.

Ella me hace un “sí” con la cabeza. Luego de la corrida, se queda quieto unos momentos aún dentro, recobrando el aliento. Ella le acariciaba la cintura. A continuación se sale lentamente de ella, y le pide permiso para usar la ducha. Ella le indica el baño de la habitación.

Mi mujer se sienta en el borde de la cama, con los brazos extendidos detrás, apoyadas las manos en la cama. Se encontraba un poco agitada, no sé por qué.

—Bueno, le despido yo nomás ahora cuando salga del baño —le digo incorporándome con los pantalones de vuelta puestos.

Ella me mira seria:

—No, mi amor, todavía no terminó.

—Pero si ya acabó, ¿no?

—No siempre se queda a la primera, vamos a hacerlo una vez más para asegurar.

Me quedé desconcertado, como ella estaba tan segura de ello, me resigno y vuelvo al sofá. Probablemente sea cierto, yo, como nunca estuvo en mis planes tener bebés, y mucho menos luego de la ets, no me molesté en investigar sobre el tema así que le cedí la razón.

Tras salir del baño, el chaval se para en frente de ella y le pregunta si ya estaba lista, al parecer el colega también estaba enterado de ello. Ella asiente y él comienza a masturbarse tímidamente. Mi mujer le mira unos instantes y luego se agacha y comienza a chupárselo. Yo también me había corrido al tiempo que el chaval, por lo que ahora no veía con los mismos ojos todo ello, me sentía algo turbado, pero tampoco quitaba los ojos de la escena. Ella se lo mamaba con mucho esmero, rápido, con intensidad. A mi no me lo hacía así, era mucho más suave, luego entendí que nosotros en nuestras relaciones no teníamos apuro, comprendí que si le estaba haciendo una mamada de campeonato así era para que el chaval se excitara lo más pronto posible, y terminar ya con todo el trámite.

De repente, la escena me vuelve a excitar, teniendo una erección nuevamente. Ya bien excitado el chico, ella se arroja a la cama, esta vez no en el borde sino más al medio, y el chico se le sube encima. En esta ocasión ella no le dijo que vaya con calma ni nada, el chico la penetró rápido, cogiendo un ritmo acelerado, con el cual hacía mover el colchón. Ella ni se inmutaba, ni se quejaba. Me quedé absorto por ello, pero luego recordé que debía de tener restos de la lefa dentro del coño aún, lo que le serviría de lubricante natural para tan salvajes penetradas.

No habrán estado así más de cinco minutos, que ya se estaba corriendo otra vez, hundiendo todo lo que podía su pelvis. Gemía estrepitosamente el chaval, me hizo pensar en lo que le estaba tocando, hacerlo sólo con la intención de correrse, sin procurar, como yo, extenuar todo lo que pueda mi erección para acabar junto con ella. Me acuerdo que durante la follada, ella llegó a jadear pero bajito, y durante la eyaculada se le iba la vista. ¡Qué envidia me daba!, y, a su vez, una impotencia, pero ya está, no podía hacer nada.

Como la vez anterior, se quedaron un rato “pegados”, y luego se separaron procedimentalmente, sin dirigirse mirada ni palabra alguna. Estaban ambos sudados. Ella se dirigió sin más al baño y yo acompañaba al chaval al otro baño, ubicado en la sala.

Al rato baja ella, ya con su blusita y su falda de mezclilla. Se había arreglado el cabello. Esperamos al chaval, quien se estaba duchando. Salió y compartimos alguna charla, nos deseó con cariño mucha suerte en nuestro viaje, mucha suerte para nuestra nueva vida, y nos dijo que jamás iba a comentar a alguien esto, que nos respetaba mucho y nos admiraba. Nos resultaron tan conmovedoras sus palabras. Mi mujer se acercó para darle un abrazo. Me resultó un poco largo, y se me hacía muy raro que se acariciaran las espaldas. De repente se separan, ella parecía intentar recatarse. Noté una intensa tensión entre ambos, me miraban, se miraban entre ellos, no sabían qué hacer.

—Ahmm… ¿Estás… de nuevo…? —Le había preguntado ella al chaval, y él asiente como con culpa.

Ella suspira y me mira con cara de resignación. Me dice:

—Bueno, vamos a aprovechar que está a tiro nuevamente, amor…

—No, mi amor, ya está —le había respondido sin tomarme a serio, casi riéndome.

—Mi amor —me dice seria, me separa un poco del colega y tomándome las manos continúa—: tenemos que asegurarnos, sino no habrá servido de nada todo esto. No vamos a tener otra oportunidad así, vamos a aprovechar...

—Okey, cómo quieras —le respondo secamente. Ella se queda mirándome a los ojos, no quería que se lo confirmara así. Le doy un tierno beso y, así, sí.

Se separa de mí y le hace señas al colega. Se ubica detrás del sillón, el que nos sentábamos a mirar pelis, y allí, paradita, levanta su falda, baja sus bragas, se inclina y apoya firme las manos sobre la parte superior del respaldo. Ahora si aplicaba lo que le había dicho de la ropa, aparentemente. El colega se ubica detrás, baja sus pantalones y comienza a entrarle, ¡por tercera vez!, a mi mujer.

Esto a mí ya me parecía demasiado, no creía que fuera necesario. Supongo que se aplica lo mismo de las otras veces, pero algo se me hacía extraño. Un sabor raro se me quedó tras eso hasta el día de hoy, que les estoy relatando esto a ustedes. Necesito diversidad de opiniones, porque no sé cómo tomarme esto, todo lo que pasó, ya hasta dudo si habremos hecho bien. Para colmo, el colega ni llegó a correrse, comenzó con una marcha brutal, como anteriormente (allí ya no sé si aplicaba lo de la lefa o, ¿acaso ella no se había lavado?), y ella ni se inmutaba, gemía con los ojos cerrados, mientras yo veía cómo su cuerpo se movía de atrás para adelante. Y como no podía faltar, a pesar de estar con mala cara, mi pene vuelve a reaccionar y me excito de nuevo. Pero ya no estaba para pajas. En fin, lo que pasó es que el colega comenzó a aminorar la marcha, hasta que se salió del todo. Mi mujer se da la vuelta para ver qué pasó, y el tipo le responde, con cara de consternado, que no podía seguir haciéndolo, que lo lamentaba pero se tenía que ir. Y se fue, sin más. Nos quedamos mi mujer y yo con cara de nada… ¡Qué cojones!

Okey, perdonen el exabrupto al final. Ojalá hayan podido leerme y dejarme sus opiniones, para así tener al menos gente para charlar de esto porque, como les comenté al principio, no me animo a tocar el tema con mis amigos. Es algo extraño.

Hasta luego y gracias por haberme leído.

Gab8

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