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Cruising en Caracas

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Domingo 21:13

Estoy acabado. El muchacho no voltea a mirarme desde la estación anterior, supongo que se arrepintió de las miradas que nos estuvimos lanzando desde que me subí al tren en Altamira. Debí bajarme en Plaza y sigo aquí, con una enorme erección y sin poder moverme de la calentura y vergüenza que siento. Si me tocara sobre el pantalón empezaría de inmediato a eyacular. Haría un desastre. Lloraría aquí mismo de la vergüenza. Y esa idea sólo logra encenderme más y más.

Volvió a mirarme, sonrió. Es difícil notarlo por su tapabocas. No entiendo, creo que se bajará aquí. Me cuesta mirarle porque hay una señora atravesada, se mueve cuando trato de hacer contacto visual. ¡Qué mierda hace esta vieja! Es como si supiera que me está jodiendo y lo disfrutara. Me está sonriendo. No ella, él me está sonriendo. Se levantó, creo que me está retando. Me cubriré con el morral y me levantaré si él se acerca a la puerta. Está yendo a la puerta.

Lunes 00:45

Lo seguí, no debí hacerlo, pero aún estoy aquí, en este plano existencial. Me guio sin hablarme a un edificio. Nos bajamos en La Hoyada, salimos por detrás de la estación, abajo. Creo que quería tomar un bus, pero era tarde, ya no habían. Se dispuso a caminar y lo seguí, mi erección había cesado, pero no había descendido la temperatura de mi sangre. Hervía y corría por todo mi cuerpo, por mis dedos incluso.

Caminamos bajo el túnel, pero eso fue nada comparado con el terror que se mantenía al mismo nivel que mi excitación que ocupó mi cuerpo consciente de la realidad de estar a esas horas en el centro siguiendo a un completo desconocido.

Llegamos a la estación las Flores muy rápido, caminamos al paso más veloz posible. Estoy seguro de que yo podía superar su velocidad, pero él me guiaba.

Temí aún más cuando decidió cruzar a la derecha detrás de la estación del Bus. Aun así ya había llegado muy lejos, seguí detrás de él hasta entrar en un callejón entre el laberinto de casas camino abajo. La puerta era blanca, la pared alta. Me pidió que guardara silencio. En ese punto ya dudaba de todo. Actuaba por inercia, quería sacar un cigarro pero ya debía entrar, me llamaba con su mano.

Entré y caminé por un largo pasillo, pasamos frente a varias puertas a oscuras hasta que abrió una a nuestra izquierda y entramos. En ningún momento se acercó a mí hasta estar allí dentro, que luego de cerrar la puerta me sujetó un hombro me tomó del cuello. Creí que tendría que pasar por el incómodo proceso de arrodillarme a mamar. No sucedió. Me giró hacia la pared junto a la puerta y me empujó hacia ella. Deslizó mi mono y habló: "Tienes puesta una pantaletica, qué rica putita traje a casa". Me era imposible hablar, estaba expuesto, ya no me pertenecía. Con su dedo halaba mi panty de encaje rosa y lo soltaba de nuevo. Me nalgueaba. Todo apretando mi cuello con la otra mano.

Introdujo su dedo entre mis nalgas sin pausa abriendo paso en el agujero donde pronto serían dos y tres los dedos, sin lubricación previa, los que estarían dentro.

-Esto es lo que les gusta a las putas como tú, que les metan cosas en el culo sin importar qué sea. Ni quién sea -mientras me abría el culo cada vez más.

-Necesito verga, la necesito dentro -siempre les digo esto porque es la verdad. Siento necesidad de verga dentro de mí, casi siempre. Mis dedos y mis juguetes no son suficientes. Necesito carne dentro de mi culo. Un hombre bombeando dentro de mí.

-¿Crees que me aguantes?

-Aguanto lo que sea -le respondí con temor. Temor a que me lastimara en exceso, pero seguridad en que mi culo soportaría el dolor que fuese necesario para darle placer al chico delgado y alto que me había sonreído en el metro.

Me bajó la pantaleta de coñazo. No pude ver su verga, sólo sentí sus manos apretar con furia mis caderas y su verga torpe lastimar alrededor de la entrada.

-Por ahí no es -dije susurrando a modo de súplica.

-Yo digo dónde es -contestó con autoridad.

Su voz masculina y autoritaria me hizo temblar las piernas y doblar un poco las rodillas, lo que hizo que su pene me invadiera de manera violenta, haciéndome daño. Se sintió realmente enorme, me ardía, me dolía, me sentía humillado y por encima de todo, sentía el mayor de los placeres al saber que ese hombre estaba haciendo lo que le placía con su puta.

Mi culo ardía y yo gemía incontrolado. El chico me sacó la verga de pronto y me arrojó a la cama, creí que caería en el suelo por la total oscuridad. En cambio él conocía su lugar. Se tardó un poco por lo que creo que se quitaba la ropa. Pronto estuvo sobre mí metiendo una media usada en mi boca, halando mi cabello y penetrándome de nuevo sin considerar el dolor que ya me había causado. Eso me ponía más y más puta. Me hacía aguantar más. Estuvo repitiéndome que si quería verga, debía aguantarla como era debido. Me dijo también que los maricones lo único que pensaban era en una verga gorda que les dejara el hueco bien abierto y no se equivocaba. Me nalgueaba, gruñía y me daba puñetazos en la espalda baja. El quinto golpe vino acompañado de una brutal embestida y un escupitajo en la nuca, de inmediato empecé a eyacular. Mi sensibilidad era cada vez mayor, casi lloré apretando la media con mis dientes. Aún él no terminaba y yo ya sentía mucho dolor.

Estuve aguantando, dándolo todo un par de minutos hasta que me empezó a ahorcar con las dos manos y me enterró toda la carne hasta el fondo dejando toda su leche dentro de mí. Aún la tengo dentro. Sacó la verga de mí y me hizo subirme el mono y salir de su casa. No le pregunté su nombre. No sacaré su leche de mí hasta la mañana.

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