Nuevos relatos publicados: 13

Cruising on the rock

  • 12
  • 8.830
  • 8,60 (5 Val.)
  • 0

Con mi amigo Quique solemos hacer todas las semanas nuestras excursiones en bicicleta. No hacemos carreras, pero sí nos vestimos con el culotte de ciclista. Ambos tenemos varios, pero uno lo tenemos igual, un azul oscuro con amarillo al lateral y la inscripción de una marca conocida sobre el amarillo en letras grandes y en vertical. Este lo usamos poco, porque como es igual, siempre queremos distinguirnos; sin embargo es el que nos ajusta más, porque fue el primero que compramos hace tres años, además, marca necesariamente mejor el paquete. Por todo eso nos gusta más, pero variamos con los otros. Yo tengo un hermano menor que yo, que es gay como yo, de nombre Isaac y es bastante afeminado. Isaac quiere que se lo regale porque una vez me lo vio puesto y le gustó como se notan los huevos y la polla. Pero no se los doy porque no le va eso de hacer ejercicio con bici, aunque que la suya es mejor que la mía.

A lo que vamos. Por cierto, me llamo Rubén y al igual que Quique tengo 19 años, que cumplimos él el 8 de septiembre y yo el 12 del mismo mes. Ambos fuimos concebidos en sendas folladas que se dieron nuestros respectivos padres en el puente de la Constitución Inmaculada estando en los Pirineos de Andorra, donde se conocieron los cuatro esquiando. Ya se hicieron amigos.

Hace dos semanas mi amigo Quique y yo decidimos usar el culotte de marras. Recuerdo que cuando salí de casa, bicicleta en mano y con los tirantes puestos sin maillot ni camiseta, verme dentro del culotte apretado, me hizo sentir muy a gusto y algo orgulloso, muy propio de mí que me gusta ser exhibicionista. Me empalmé, por supuesto, pero me monté en la bicicleta y me fui a casa de Quique que ya me esperaba en la puerta de su garaje hablando con su padre. Quique me vio sin maillot y se lo quitó para dárselo a su padre.

— Ya te decía yo que está haciendo mucho calor, —le dijo su padre.

Me acerqué, nos saludamos y su padre nos dio las obvias recomendaciones paternas. Quique a todo contestaba:

— Sí, papá.

Decidimos arrancar y, mientras nos podía ver el papá de Quique, yo seguía a mi amigo hasta las afueras de la ciudad. Una vez enfilados en el carril bici seguimos todas las normas hasta cierto lugar donde tomamos una carretera no muy señalizada ni con línea media y nos pusimos uno al lado del otro. Íbamos hablando y solo pasó un coche que venía por detrás y nos arrimamos al lado, luego seguimos hablando.

Quique me dijo:

— Llevó condones.

— Yo también, siempre los llevó, —le dije.

— Dentro de tres kilómetros o todo lo más cuatro hay un camino de tierra y piedras y conduce a un lugar de cruising.

— ¿Encontraremos a alguien con el calor que hace?, —pregunté.

— No he venido nunca, me he informado bien y dicen que siempre hay chicos, —me contestó.

— A probar suerte, pues. —dije.

— Dejaremos las máquinas abajo, donde hay un taller pintado en rojo, porque a partir de allí hay piedra y pueden malograrse las ruedas; solo nos pedirá dos euros, —así se explicó Quique y yo estaba conforme.

Seguimos la carretera y al final había un camino. Doblamos por allí y el tramo estaba bien al comienzo, pero pronto se ponía feo, con piedra y en cuesta. Al poco divisamos el taller pintado de rojo y, llenos de ánimo, nos dirigimos allí. Nos asomamos y apareció una persona mayor sonriente. Tras el saludo, Quique le dijo:

— Queríamos dejar las bicicletas aquí para caminar un rato, ¿es posible?

— Oye, chaval, ponlas ahí enganchadas a continuación de las otras, —dijo el caballero.

— ¿Cuánto es?, —preguntó.

— Dos euros por cada bicicleta o una mamada, —contestó el hombre con una amplia sonrisa.

— Tome 4 euros, lo segundo ya veremos al bajar, si las bicis están bien, —añadió Quique.

El caballero se sonrió y nos miraba con deseo. Mi amigo Quique es rubio y guapo, muy guapo, con una mirada atractiva, sus ojos son marcadamente verdes como los de su padre. Yo soy más común, tengo pelo castaño y, aunque no soy feo, tampoco soy tan guapo como Quique, es que él es que enamora solo con verlo. Ambos tenemos cuerpo atlético, porque vamos al gym, hacemos bici cada sábado y jugamos a basquet. Él tiene los pies algo más grandes que los míos y eso me gusta, sobre todo chuparle cada dedo, pero a él le gusta más mi culo, carnoso, redondeado y de prominentes nalgas. A estas alturas ya no hace falta decir que Quique es gay y al igual que yo también ha salido del closet. También lo hicimos la misma semana, el mismo día y a la misma hora. Fue en Formigal, tras una jornada en la que quedamos cansados de tanto esquiar. Nos habíamos quedado los dos en una habitación, nuestros padres estaban en una suite para los cuatro y sus hermanas Juani y Lea con mi hermano Isaac estaban en otra para los tres. Mi hermano mayor Leandro no viene a nada por su chica, lo tiene esclavizado. Tras desnudarnos —en eso no teníamos ningún problema—, nos metimos juntos a la ducha, el vapor llenó todo el baño y nosotros seguíamos bajo el agua tocándonos todo el cuerpo. Luego, para vernos mejor, salimos desnudos a la habitación y nos secamos, nos abrazamos y nos besamos. Entonces no sabíamos besarnos todavía y nuestros besos eran simplones. A besarnos aprendimos viendo porno gay. Nos tumbamos cada uno en su cama, pero Quique se vino a la mía y se puso encima de mí.

— ¿Lo hacemos?, —preguntó.

— Métemela, —dije acariciando su polla.

— ¿Estás seguro?, —volvió a preguntar.

— Claro, por eso nos han puesto juntos; nuestros padres están los cuatro en la suite, ¿para qué? Seguro que follan y se intercambian.

— ¿Tú crees?, —preguntó con los ojos muy abiertos.

— Seguro que sí, —le dije.

Le costó, pero me la metió hasta el fondo y se corrió abundante. Me hizo un poco de daño, pero el placer fue mayor, sobre todo cuando comenzó a bombear con un mete y saca esplendoroso motivado por las cochinadas que yo le iba diciendo: «puto, maricón, mete fuerte la polla, párteme, lléname» y otras lindezas. Quedamos sudados para ir de nuevo a la ducha.

En la noche lo volvimos a hacer y nos follamos los dos uno al otro. Conversamos y quedamos que lo diríamos a nuestros padres en el desayuno. Nos íbamos a esquiar y madrugamos, las hermanas de Quique y mi hermano prefirieron quedarse en el hotel durmiendo. Estábamos desayunando los seis y dije mirando a mis padres:

— Me parece que soy gay…, no, no, no me lo parece, es que soy gay y me gustan los chicos..., bueno... de momento me gusta uno más que todos...

Mis padres y los padres de Quique se miraban y cuando mi padre iba a contestar se le adelantó Quique de cara a sus padres:

— Yo quería también deciros que soy gay y me gusta un chico que se llama Rubén.

Allí mismo me estampó un beso en la cara, me puse rojo, pero le devolví el beso en los labios, dulces besos.

Nuestros padres ya no dijeron nada. Solo nos miraban, se miraban y sonreían. Llegando a casa mis padres compraron dos bicicletas y los padres de Quique nos regalaron los primeros equipos de ciclista para invierno.

Ahí estamos ahora, nos queremos mucho, no somos novios sino amigos y nos estábamos encaminando a un cruising para buscar con quien follar, sin pensar que a la noche yo me quedo en casa de Quique y seguro que nos follamos como es costumbre. Pero como yo no conocía el cruising y Quique tampoco había que probar.

Salimos del taller, nos encaminamos cuesta arriba, me bajé los tirantes y Quique hizo lo mismo. Le dije:

— Me voy a quitar el culotte porque con el sol que hace se me marcará mucho. Me lo quité y me lo puse al cuello colgando por la espalda. Quique hizo lo mismo y anduvimos desnudos todo el camino hasta llegar al bosque donde ya vimos algunas parejas en acción. Nos adentramos hacia el fondo donde me dijo Quique que había un acantilado que daba al mar. Salió un chico y se insinuó. Quique le dijo:

— Somos dos, necesitarás otro.

Ni corto ni perezoso silbó fuerte y apareció otro chico más o menos como nosotros, también desnudo. El primero llevaba shorts y se llamaba Esteban. Sacó de su bolsillo dos condones, le dio uno a su compañero al que llamaba Arturo. Le quité el condón de las manos porque lo noté nervioso y se lo coloqué. Esteban se lo puso él mismo. Había un árbol caído y sin ramas en los costados y me puse agachado, dándole el culo a Arturo y apoyando mis manos en el árbol. Poniéndole el condón supe que acabaría pronto. Quique hizo lo mismo que yo. Ambos chicos fueron muy considerados y nos comieron el culo para facilitar la entrada. Arturo metía su lengua hasta dentro, ese era un buen lameculos, le daba a todo el entorno de mi ano y con lo sensible que soy me daba un extremado placer. Estaba yo delirando y gimiendo y grité:

— ¡Ahggg! ¡¡Métemela, cabrón, que te vas a correr sin metérmela, no seas tan maricón!!

¿Qué le había dicho...? Me la ensartó toda de una vez. Ahí grité desesperado. Pero el chico esperó hasta que dejara de gritar y me acomodara su polla en mi culo. Al momento gritaba Quique y yo sentí alivio. Arturo me folló bien, pero acabó pronto. Mientras Esteban follaba a Quique, Arturo y yo mirábamos cómo sudaban y le pregunté a Arturo si estaba cerca el acantilado. Me dijo que sí y que si quería yo me acompañaba. Cuando acabaron Esteban y Quique nos fuimos los cuatro al acantilado. Ya tenía yo más ganas y al borde del acantilado me puse a masturbar mi polla. Los otros tres hicieron lo mismo y nos masturbamos los cuatro de frente y sobre la pequeña playa nudista que había bajo el acantilado. Pregunté por donde bajar y me contestó Esteban:

— Dando la vuelta por donde habéis venido, justo al lado del taller pintado en rojo hay una senda muy buena y se llega allí.

Preguntó Arturo:

— ¿Habéis venido en bici? Pienso que sí por el short que os cuelga del cuello.

— En efecto, hemos dejado las bicis en el taller, —dijo Quique.

— ¿Habéis pagado?

— Sí, —contestó Quique sucintamente.

Yo añadí:

— Sí, pero le hemos prometido que si las bicis están bien le daríamos una mamada.

Esteban hizo una mueca de desagrado y nos encaminamos hacia el taller tal como íbamos, desnudos. Nos contó de regreso Esteban que ellos dos no pagan nunca, y se van turnando en las mamadas, que no le importaba lo que hicieran los demás, pero eso de pagar y mamar polla era excesivo. Nos lo dijo riéndose mucho y nos hizo reír con sus gestos, indicándonos que casi nadie paga porque todos prefieren darle una mamada, ya que tiene una polla grande que está muy buena.

Al llegar revisamos las bicis y estaban bien y limpias. Esteban le dijo al señor del taller:

— Atiende, Fernando, Arturo y yo ahora tendremos un poco de prisas porque nos vamos a enseñarles a la playa. Antes yo te doy la mamada que te debemos, luego, al regresar, ellos vienen aquí y te pagan lo prometido.

Me daba la impresión de que el tal Fernando se puso feliz y estaba de acuerdo. Nos pusimos el culotte sin subirnos los tirantes, con los cascos y las rodilleras seguimos a Esteban. Yo iba detrás de Esteban, Quique y Arturo se retrasaron unos metros conversando. Al final llegamos juntos. Dejamos las bicis en el suelo y sobre ellas nuestra ropa y cascos y nos echamos al mar. Nos tumbamos un rato al sol y volvimos al mar como unas tres veces, porque el sol picaba mucho. Yo tenía deseos de cascármela y se lo dije a ellos. Fuimos donde estaban las bicicletas y me daban un condón pero preferí sacar dos de los míos y le di uno a Quique. Los chicos se agacharon, se pusieron en cuatro y nosotros detrás de rodillas, luego para penetrarles me levanté y le subí a Esteban su culo cogiéndole de las caderas y acerqué mi polla a su agujero, luego poco a poco se la fui metiendo. Quique se dio más prisa con Arturo. Acabamos extenuados. Nos metimos al agua y salimos a secarnos para ponernos de nuevo el culotte.

Llegamos al taller, nos besamos y nos despedimos. Fue entonces, al pasarme su número de móvil, cuando nos confirmaron que Esteban y Arturo eran novios y vivían juntos. Como nos preguntaron sobre nosotros primero Quique y luego yo les dijimos que también éramos novios, pero cada uno vivíamos en casa de nuestros padres. Entramos al taller y Fernando nos dijo:

— Me gusta la gente que cumple su palabra.

Se dejó caer aquella cosa que hacía de pantalón y apareció la polla más grande que había visto yo en toda mi puta vida. Larga, gruesa, húmeda…, mmmh… ¡Había polla para los dos! Nos pusimos de rodillas lamiendo y mamando aquella polla con verdadero placer. Por fin se corrió, nos lo echó todo por la cara y me corrí dentro de mi culotte, salió mi lefa por la lycra afuera y Quique se rio porque le había ocurrido lo mismo. Fernando alababa nuestra mamada y nos dio una manguera para lavarnos, por supuesto que mojamos el culotte, tanto Quique como yo. Nos calzamos y y con el culotte mojado. Mojados, se marcaba toda la anatomía. Fernando nos hizo pasar a so oficina y nos abrió dos latas de cerveza, sacó cacahuete tostado y unas rodajas de chorizo.

Cuando acabamos aquel aperitivo, parimos en las bicis y llegábamos a mi casa con el culotte seco, a las tres de la tarde, pero muy felices. Nos duchamos rápido y le di uno de mis shorts y nos metimos en el comedor donde estaba toda mi familia acabando de comer. Nosotros, felices, comimos como nunca; la verdad es que teníamos hambre.

(8,60)