Eran casi las doce de la noche. No sé por qué habíamos elegido ese horario, justo cuando termina un día y comienza otro. Quizá lo hicimos como una analogía de lo que nos pasaba como pareja: terminábamos con una etapa para empezar otra. Lo que no sabíamos era si esta nueva etapa serviría para afianzar nuestro vínculo o simplemente terminaría por romper el delgado hilo que todavía nos mantenía unidos.
Camila estuvo encerrada en el baño durante una hora, y luego otro tanto en el cuarto. Yo me había dado una ducha y en cinco minutos estaba listo. Me calcé una camisa nueva, bien planchada, y un pantalón chupín de gabardina gris. La esperé, y en cierto punto creo que era mejor que se quedara en el cuarto hasta el último momento. Esperar junto a ella podría ser una tortura.
Se vino para la sala de estar cuando faltaban cinco minutos para los doce. Llevaba un vestido floreado bastante casual, que dejaba ver lo justo y necesario. Sus mayores atributos estaban en sus piernas, que con los años de perseverante running fueron cobrando una forma digna de una modelo. El vestido le llegaba bastante por encima de las rodillas y dejaba ver parte de esas deliciosas gambas que tanto admiraba; y el escote era bastante humilde, sólo dejaba al desnudo parte de su piel. Los pechos estaban completamente cubiertos. De todas formas no eran muy grandes: dos manzanitas con botoncitos parados. Su cabello ondulado estaba recogido.
Me sonrió con nerviosismo, mostrando sus perfectos dientes blancos.
—Ay estoy nerviosa. —dijo.
Camila tiene una belleza que puede resultar imposible de resistir, ya que es una belleza sutil, que en principio pasa desapercibida. De hecho, quien la viera en otra situación, no tan producida como en ese momento, no repararía en ella. Sin embargo es la clase de chicas que siempre tiene varios pretendientes al acecho. Su actitud amable y relajada, y el hecho de no ser extremadamente sensual, generan en los hombres la confianza suficiente como para creer que sería fácil seducirla.
Durante mucho tiempo luché contra mis celos, pero, con tal de salvar nuestro noviazgo, desde hace tiempo que me trago mi orgullo y mi desconfianza.
—Estás preciosa —le dije, con voz temblorosa.
En su mirada pude ver la complicidad que nos mantuvo juntos los últimos meses.
Me abrazó. Yo sentí cómo mi corazón se encogía al sentir el calor de su cuerpo pegado al mío. Su cuello despedía un olor a perfume delicioso. La miré atentamente. Su nariz prominente era, quizá, su único defecto físico. Pero lo cierto es que combina bien con su rostro de labios gruesos y ojos marrones de mirada profunda. Besé su boca. Nuestras miradas no se despegaban.
—Acordate de todo lo que hablamos. Si no…
—No me lo repitas. —La interrumpí—. En serio, no hace falta.
Y era cierto. Habíamos hablado de ello muchas veces, y de manera detallada. No valía la pena volver a lo mismo.
Camila me sonrió. Creo que había algo de lástima en su mirada.
Entonces sonó el timbre.
—Yo abro —dije, aferrándome a una de las pocas cosas sobre la que tenía control.
Tomás y Santiago estaban al otro lado de la puerta. Los hice pasar.
—Cómo andás chabón. —Saludó Tomás, exageradamente efusivo.
Era un rubio de ojos azules, muy alto y bastante delgado. Llevaba el pelo corto. Creo que tiene veinticinco años o algo así. Yo sabía que era músico. Camila lo conocía de alguna página de internet y varias veces me había hablado de él, sin que yo le diera mucha importancia. Nunca me gustaron esos músicos indies que escriben cualquier cosa y se dicen artistas.
El otro era amigo de Tomás. Tenía el pelo bastante largo y la barba frondosa. Era un poco mayor que Tomás, treinta años quizá.
Camila se había mantenido atrás. Cuando los muchachos terminaron de saludarme, se acercaron a ella. Tomás le dio un beso en la mejilla, agarrándola de la cintura. Mi novia enrojeció levemente.
—Mucho gusto —dijo después, cuando saludó a Santiago.
—Bueno, por fin nos conocemos. —dijo este último, sosteniéndole la mirada.
—¿Quieren tomar algo? —Preguntó ella.
—Una cerveza estaría bien. —dijo Tomás—. Te ayudo —Agregó después, y fue detrás de mi novia a la cocina.
Acompañé a Santiago al living. De la cocina escuché una carcajada de Camila que me heló la sangre.
Al rato volvieron con una botella de cerveza artesanal y cuatro vasos.
Camila se sentó a mi lado. Los visitantes quedaron en frente nuestro, en otro sofá.
Tengo que reconocer que siempre tuve una faceta prejuiciosa. Nunca me cayeron bien los “chetos” de Capital. Camila también era de ahí, y mi condición de ciudadano del conurbano siempre causó cierta rispidez entre nosotros. Aunque nunca lo habíamos hablado, ser de una condición sociocultural diferente, a veces era un problema. Yo siempre me sentí inseguro con este tipo de personas, siempre tan cancheras y sofisticadas.
Hubo unos cuantos segundos de tenso silencio. Hasta que Santiago rompió el hielo.
—¿A qué te dedicás? —preguntó.
Me pareció una pregunta tonta, pero al menos dijo algo.
—Contratista. —contesté.
—Qué copado —dijo.
Me dieron ganas de preguntarle qué tenía de copado ser contratista, pero me contuve.
Tomás llenó los vasos de cerveza, mientras cruzaba miradas con Cami.
—Che creo que no te dije —comentó dirigiéndose a mi novia—, felicidades por tu nuevo trabajo. Creo que el otro día cuando me lo comentaste no te felicité, soy un colgado.
—No pasá nada, todo bien. Gracias —contestó ella, mirándome a mí, como esperando que yo agregue algo.
—¿Hace mucho que viven acá? Es un lindo barrio. —Preguntó Santiago.
—En realidad acá vivo yo sola —aclaró Camila, bebiendo un trago de birra—. Aunque él viene muy seguido —. Agregó, dirigiéndose a mí.
—Che, que buena colección de libros tienen. No sabía que te gustaba leer Cami —comentó Tomás, mirando el mueble que estaba contra la pared.
—Sí, me encanta. Y a Marce también —contestó ella, intentando incluirme en la charla. Pero él no dio la menor importancia a ese detalle.
—Mirá vos, tantas veces que hablamos y no sabía que también compartíamos el gusto por la literatura.
—Una cosa más para que charlen —dijo Santiago, mirándome de reojo, como para ver mi reacción.
Yo sólo atiné a tragar saliva.
—Y ¿hace mucho que están de novios? —Preguntó.
—Tres años ¿no? —dijo Tomás.
—Sí, tres años. —dije yo.
—Demasiado tiempo. —Acotó Santiago.
La conversación siguió por un rato, siempre con cosas banales. Cami les recomendó ver “Dark” en Netflix. Tomás habló de su música, mientras mi novia lo miraba con ojos brillosos. Santiago observaba las piernas de Camila, sin disimular su admiración. De repente, este último dijo, hablándome a mí:
—Tomy me dijo que no vas a participar Marcelo. ¿Todavía pensás así?
Se hizo un silencio profundo y violento. Sentí cómo Camila daba una larga exhalación. La miré. Tenía la cabeza gacha.
—Bueno, igual, si después cambiás de opinión, no pasa nada. —Aclaró Tomás.
—Pero es mejor saberlo de antes —dijo Santiago.
—No, no se preocupen, no voy a participar.
—Joya, todo bien.
—Voy a traer otra cerveza —dijo Camila.
—Che así que conocieron Jujuy, es un hermoso lugar. —comentó Tomás— La quebrada de Humahuaca es una obra de arte.
—Sí —contesté, con desgano.
Camila volvió con la cerveza. Pero en lugar de sentarse a mi lado, se puso en medio de ellos. Mi corazón empezó a latir aceleradamente. Me di cuenta que tenía mías manos cerradas en un puño, sobre mi regazo, y me transpiraban los dedos.
—¿De qué hablaban? —preguntó Cami, tratando de disimular su creciente nerviosismo con una sonrisa forzada.
—Del norte —dijo Tomás —yo fui hace un par de años y me enamoré —agregó, mirando fijamente a mi chica.
—Ay sí, es increí…
Camila no terminó la frase. Tomás arrimó su cara, con rapidez, y le comió la boca de un beso. Ella retrocedió por instinto. Su espalda quedó pegada contra el respaldo del sofá. Los miré, boquiabierto. Tomás redobló la apuesta. La agarró de la cintura y la besó de nuevo. Esta vez Cami cedió. Rodeó con sus brazos el cuello de Tomás y correspondió al beso con un hambre que hizo que el alma se me cayera al piso.
Cuando la escena terminó, Cami me miró. Yo no podía articular palabra.
—Marcelo ¿te gusta que te humillen? —preguntó Santiago.
—Qué —dije, desconcertado.
—A algunos les gusta que los humillen.
—No sé. No. Creo que no.
Santiago agarró de la barbilla a Camila. La hiso girar hacia él. Ella se acercó. Lo miraba con cierta incertidumbre. Santiago le susurró algo al oído y ella soltó una risa nerviosa.
—¿Qué le dijiste? —reclamé saber.
Santiago me miró, con desdén.
—Le dije que es mucha mujer para un salame como vos.
Sentí que mi sangre hervía.
—Menti…—Cami quiso advertirme que lo que me dijo Santiago era una broma, pero este la acalló con un beso.
Era demasiado extraño ver cómo los labios de mi novia se movían, apasionados, y su lengua salía y se tocaba con la de ese tipo barbudo. Lo hacía con una naturalidad que me espantaba.
Santiago le susurró otra cosa al oído. Esta vez fue una frase muy larga. Mi novia me miró con vergüenza, y luego lo miró a él. No me molesté en preguntarle qué le dijo, seguramente sólo me ganaría otra de sus gastadas.
—La tres —dijo Camila, contestando alguna pregunta quizás.
—¿Escuchaste Tomy? —dijo Santiago a su amigo.
—Perfecto —contestó este.
Los dos se arrimaron a ella, quedando pegados a su cuerpo. Camila estaba atrapada entre los dos cuerpos. Tomás le dio un beso, mientras Santiago le daba un chupón en el cuello. Me sentí indignado al darme cuenta de que mi novia llevaría la marca de ese chupón por un par de días.
Tomás empezó a masajear la pequeña teta de mi novia, haciendo movimientos circulares con la palma de la mano. Santiago deslizó la mano, lentamente, hasta la rodilla de Camila. Ella tenía los ojos cerrados. Una sonrisa se le dibujaba en la cara, ya que sentía algo de cosquillas en el cuello. Abrió los ojos y me miró, expectante.
Traté de regalarle una sonrisa, pero mis labios temblaban tanto como el resto de mi cuerpo, y sólo pude hacer un gesto grotesco. Sin embargo, asentí con la cabeza, con vehemencia.
Los dedos de Santiago se movían lentamente sobre los muslos de mi novia, con la paciencia que tiene el que sabe que no habrá nada que le impida llegar a su meta. De repente, ya se encontraban debajo de la tela floreada del vestido. Tomás la besaba con una ternura inmensa, como si fuese su verdadero novio. La mano de Santiago se perdió, al fin, en la entrepierna de Cami. Él me miró, mientras hacía movimientos ahí adentro. Después de un rato retiró la mano, pero con ella agarraba la bombacha rosa que hasta hace unos segundos llevaba puesta mi novia.
Me sorprendió que haya elegido esa prenda para esa noche. Sólo usaba ese color en navidad. Supongo que lo hizo por tratarse de una noche especial.
Santiago revoleó la bombacha y la tiró hacia donde yo estaba.
—Guardatelo de recuerdo —dijo—. Un suvenir de tu debut como cornudo.
Sin pensarlo, la agarré, la doblé en cuatro y me la metí en el bolsillo del pantalón.
—¿Estás cómoda acá, o preferís ir al cuarto? —Preguntó Tomás.
—Yo estoy bien —contestó ella, tal vez pensando más en mi comodidad que en la suya, ya que en el cuarto debería sentarme en una pequeña silla—. Pero como ustedes quieran —agregó.
—Acá está bien —dijo Santiago. Le hizo un guiño a Tomás, y este asintió con la cabeza.
Santiago se puso de pie, y se colocó en uno de los laterales del sofá.
—Vení flaquita. Acá tenés lo que querías. —dijo, desabrochándose el cinturón.
Pensé que Camila iba a mirarme, buscando mi aprobación nuevamente. Pero se acercó a donde estaba él.
Tomás la agarró de las piernas, y ella acompañó el movimiento, extendiendo su cuerpo, el cual quedó boca abajo. Como el sofá no era tan grande, sus piernas quedaron apoyadas sobre el apoyabrazos y sus pies en el aire.
Tomás se sacó la remera. A pesar de ser delgado, tenía un físico admirable, tipo nadador: su cintura delgada y sus hombros anchos hacían que la parte superior de su cuerpo fuera casi triangular, y su abdomen era plano y marcado.
Se sentó en el borde del sofá, apoyó la mano sobre las piernas de mi chica, y frotó con vehemencia, hasta meterse debajo del vestido. Entonces vi cómo la mano se movía, masajeando el culo desnudo de Camila.
Ella no esperó a que Santiago desabroche el pantalón, sino que lo hizo por él. Su boca se abrió, como asombrada, cuando vio el bulto enorme. Luego le bajó el bóxer. Una poderosa pija venosa quedó frente a ella, a centímetros de sus labios.
Tomás le levantó el vestido. Las nalgas de Camila quedaron expuestas. Le dio un beso en el culo. Santiago apoyó una mano sobre la cabeza de ella, y empujó.
Camila, al tiempo que se aferraba a ese tronco grueso, abrió la boca. La verga entró lentamente. Vi con claridad cómo la lengua de mi novia, hecha agua, daba el primer lengüetazo al glande. Santiago gimió. Camila lo masturbaba mientras se la chupaba. Él cerró los ojos y arqueó la espalda, embriagado de placer.
No necesitaba verlo para saber que le estaba pasando bien. Si mi novia tenía un talento, era saber chupar una verga. Lo estaba haciendo igual a como me lo hacía a mí. Primero frotó con vehemencia la cabeza, llenándola de saliva. Luego se la tragó casi entera, y después de nuevo en la cabeza, generando ese placer tan intenso que es difícil de soportar por mucho tiempo. Santiago tenía los testículos tan frondosos como su rostro. Ella los masajeaba mientras se llevaba una y otra vez la verga de aquel tipo que acababa de conocer a la boca.
Mientras tanto Tomás le comía el culo. Estaba en una posición en la que me permitía ver todo con lujo de detalle. Su lengua se metió entre las nalgas de Cami, y frotó el ano con ella. Por momentos Camila paraba de mamársela al otro, para girar y observar cómo el otro le devoraba el orto. Supongo que era una imagen que quería guardar de recuerdo.
Pero Santiago enseguida la llamaba para que continúe con su tarea, a lo que ella acudía sin chistar.
Tomás se desnudó por completo. Agarró un preservativo que guardaba en su pantalón. Se subió al sofá y se puso encima de ella.
—No te la cojas hasta que te lo pida. —dijo Santiago.
Tomás esperó con su larga y delgada verga. Camila me miró y luego susurró.
—Cogeme.
—Pedíselo por favor. —Ordenó Santiago.
—Cogeme por favor. —Exclamó ella en voz alta.
Tomás se acomodó y le enterró la verga. Cami gimió, y Santiago aprovechó para meterle de nuevo la pija en la boca.
Me sorprendió lo hábil que era mi novia. Tomás la ensartaba con potencia, pero ella no se separaba de la pija del otro, y no paraba de estrujarla y lamerla. De apoco, su mirada de chica de clase media, bien educada, y de una familia chapada a la antigua, era reemplazada por una cara de viciosa adicta al semen.
No sé cuánto tiempo estuvieron cogiendo frente a mis ojos. Media hora quizá. Pero no cabe duda de que duraron mucho más de lo que yo jamás duré. Camila acabó dos veces mientras su delgado cuerpo era sacudido por Tomás. Este, a su vez, explotó en un intenso orgasmo que exteriorizó con un grito salvaje.
Al rato Santiago llegó a su límite.
Cami abrió la boca, sacó la lengua y comenzó a moverla mientras él se masturbaba. Nunca la había visto hacer ese gesto, pero no era más que un detalle un poco grotesco en esa noche alocada.
El visitante largó tres chorros de semen, pero muy poco fue a parar adentro de la boca. La mayoría quedó resbalándose sobre su pómulo, y otro tanto ensució su pelo.
—Mostrale a tu novio cómo quedó tu cara. —dijo Santiago. Ella me miró con vergüenza luego negó con la cabeza.— Haceme caso —Agregó él—. A él le va a gustar. Acércate y mostrale.
Camila me miró, interrogante. Yo no dije nada. Ni que sí, ni que no.
Santiago la agarró de la muñeca. Me pareció notar que a Tomás no le gustaba la actitud de su secuaz, pero no dijo nada. El otro la acercó a mí.
—Mirala de cerca —dijo. Apoyó su mano sobre el hombro de Camila e hiso presión. Ella se arrodilló.— Mirá como quedó la puerca. ¿Por qué no la ayudás a limpiarse?
—Dale mi amor —dijo ella—. Hacé lo que vos quieras. Esto es por los dos.
El semen que había quedado en su pómulo ahora colgaba de su barbilla. Hacía una sonrisa forzada que convertía la escena en más bizarra de lo que ya era.
Saqué la bombacha que me había guardado en el bolsillo, y la froté en su rostro, hasta dejarlo limpio. Luego la volví a doblar y la guardé.
Santiago acarició la cabeza de Cami con ternura.
—¿Por qué no vas a buscar otra cerveza? —le dijo.
Ella se acomodó el vestido y se fue a la cocina. Los hombres se sentaron. Quedamos un rato en silencio. Camila tardaba. Creo que antes de ir por la cerveza fue al baño.
—¿Qué te pareció? —Preguntó Santiago.
—¿Está todo bien? —inquirió Tomás, quien estaba aun completamente desnudo, aunque tuvo la delicadeza de apoyar su trasero en su pantalón, el cual había extendido en el sofá.
—Fue muy intenso —contesté—. Es difícil decir otra cosa ahora.
—Pero no te molesta que nos sigamos comiendo a tu mujer ¿no?
—Mientras ella esté de acuerdo, hagan lo que quieran.
Camila volvió con la cerveza. Me sorprendió, y un poco me indignó, que aceptase el papel de sumisa con tanta facilidad. Pero supongo que cuando a una mujer la hacen gozar, es capaz de hacer muchas concesiones.
—Y a vos Cami ¿Qué te pareció la experiencia?
—Qué se yo, es muy raro.
—Así que Marcelo sabe que te habías chapado a Tomy.
—Sí, me lo contó. —respondí yo por ella.
—Me imagino que por ahí viene la mano —comentó Santiago— Una cosa es que te hagan cornudo por la espalda, y otra muy distinta es que vos lo consientas. La misma historia de siempre. Sentir que tenés el control sobre la infidelidad te hace sentir más seguro ¿no?
Quedé pensativo un rato. Todo lo que decía Santiago parecía que era para sacarme de mis casillas. Pero no podía negar que algo de razón tenía.
—No lo pensé tan intelectualmente, pero puede que estés en lo cierto.
—No te preocupes Marcelo —dijo Tomás—. Si te va eso de ser cornudo, está todo bien. Además, esto queda acá, entre nosotros cuatro.
—Obvio —afirmó Santiago, y luego, mirando a mi novia agregó—: Cami, ponente en bolas.
Camila se había sentado a mi lado nuevamente. Sentir su olor a sudor y a semen me generaba una sensación indescriptiblemente morbosa.
Se paró, se despojó del vestido y luego del corpiño.
—Que rica piba. —comentó Santiago.
—Gracias —dijo ella.
—Vení. Marcelo no te va a coger hoy.
Camila fue al encuentro de los corneadores. Se sentó entre ellos. Tomás acarició su rostro. Ella sonrió. Parecía haber una conexión que iba más allá de lo sexual entre ellos, y eso me molestaba mucho más que todo lo que le acababan de hacer frente a mis narices. Le dijo algo al oído. Nunca odié tanto los susurros como en esa noche. Pero aun así, ansiaba mirar cómo se cogían a mi novia nuevamente.
Ella masajeó la verga de Tomás, la cual estaba toda pegoteada y largaba un olor que hasta yo sentía. Enseguida se puso dura. Camila se inclinó y comenzó a chuparla. Santiago le magreaba el culo. Luego ella dejó de mamarla, se paró, y caminó hasta la puerta. Tomás la siguió con la pija como mástil. Camila apoyó sus manos en la puerta y separó las piernas. Él se puso otro preservativo. La agarró de las caderas. Besó su hombro y se metió adentro suyo, con dulzura.
Sus movimientos fueron de apoco, cada vez más intensos. Cami arañaba la madera y gemía como una posesa. Algunos de los vecinos podrían escucharla, y si habían visto entrar a los visitantes, sus mentes podridas los harían especular historias muy cercanas a la realidad.
Cuando Tomás acabó, Santiago fue por su turno. Este último se la cogió con un salvajismo que solo vi en algunas películas pornográficas. Sus testículos chocaban con las nalgas de mi chica cuando su sexo se enterraba por completo. Ella quedó con el torso pegado a la puerta, largando gemidos incontrolables, apenas pudiendo mantenerse de pie. Estoy seguro de que alcanzó el orgasmo al menos dos veces más.
Cuando Santiago acabó, eyaculó sobre la cola de Cami.
Ellos todavía querían guerra. Pero mi novia ya no daba más. Había quedado totalmente exhausta.
Los corneadores pasaron un rato al baño, se vistieron, y se despidieron.
—La pasé increíble —dijo Tomás, dirigiéndose a Camila, quien se había puesto el arrugado vestido para despedirlos.
—Cuando quieran cuenten conmigo. Una mina divina tu novia —dijo Santiago.
Camila se metió en la ducha. Yo abrí el cierre de mi pantalón, y me encontré con mi verga fláccida y el calzoncillo empapado de semen. Había acabado sin siquiera tocarme.
Me desnudé, dejando la ropa tirada en el suelo de ese living lleno de olor a sexo. Abrí la puerta del baño y me metí en la ducha, junto a Camila. Nos bañamos juntos, sin decir una palabra. Fuimos al cuarto y nos acostamos abrazados.
—¿Qué te parece si la próxima vez elijo yo a los tipos? —pregunté.
—Está bien —dijo después de un corto silencio—. Pero yo los tengo que aprobar.
—Obvio —concedí.