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De empleado a jefe, de novio a soltero

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Era una tarde noche de transición entre invierno y primavera, las cosas en la agencia donde trabajaba funcionaban muy bien, con excepción de una cosa: y es que mi jefa se había estado comportando últimamente como una auténtica perra, juzgando de más mi trabajo y haciéndome ver cada defecto que tenía en el ámbito profesional con ella.

Esa tarde no fue una excepción, ya que, aunque ella había vendido una importante propuesta creativa que había emanado unas horas antes de mi cabeza con un cliente bastante grande, regresó a la agencia para darme dos noticias; la buena, que habíamos triunfado y conseguido una cuenta muy importante para la agencia, y la mala: que para que esto sucediera, habríamos de quedarnos a trabajar algunas modificaciones sobre la presentación que previamente había mostrado (léase, salir hasta las 3 am de La Oficina).

Mi reacción fue positiva al principio, aunque al tiempo de que mi cabeza asentía por fuera, por dentro imaginaba a un tren pasando sobre ella una y otra vez.

La jornada extra fue horriblemente normal, eran las 2:00 am y yo no había si quiera empezado con las modificaciones que me había pedido; aunado a esto, las molestas llamadas de mi novia empezaban a resonar en mi teléfono, cada vez más frecuentes y más hartantes.

Fue en una de esas llamadas que no aguanté más y contesté el teléfono, me salí de la oficina dispuesto a librar una discusión con mi pareja.

Aunque modulé mi voz, fueron inevitables las variadas subidas de tono y de vocabulario que usé para expresar mi punto de vista con ella, terminando como siempre en la súbita cortada de llamada, seguida de un insulto al aire.

Regresé, resignado y frustrado a comenzar lo que en teoría debía ya estar terminando, y al mismo tiempo que subía los escalones para llegar a mi estación de trabajo, escuché sonidos que en mi cabeza sonaban conocidos, y que hicieron que bajara mi velocidad y tratara de escuchar con más atención.

Era un golpeteo seco y constante; casi imperceptible que provenía de La Oficina de mi jefa. El golpeteo tenía un ritmo semilento con una precisión destacable, una frecuencia que asemejaba el segundero de un muy preciso reloj.

Tanta curiosidad hizo que detuviese mi camino por completo y me acercara lo más que pudiese a su privado, cuidando mis pasos para no ser escuchado y poniendo cada vez más atención en el curioso sonido que se libraba dentro de aquél cuarto.

Tengo que admitir que para entonces, mi cabeza había volado ya con miles de historias que le dieran sentido a tan implícito sonido, y con cada minuto que pasaba, cada historia que se dibujaba en mi mente, tenía tintes más prohibidos.

Fue entonces que sucedió algo que jamás debió suceder, algo que sólo dejó cabida a la reacción, eliminando cualquier posibilidad de premeditación o reparo; algo a lo que ningún hombre habría podido reaccionar de forma natural…

Todo sucedió en segundos, el golpeteo súbitamente incrementó su intensidad y su ritmo, dejó de ser un golpeteo casual para convertirse en algo violento y desesperado; fue en ese momento, y justo cuando sin darme cuenta me encontraba ya junto a la puerta y con la oreja a centímetros de esta, que mi celular sonó, emitiendo el tono que advierte el llamado de mi pareja.

El golpeteo se detuvo de golpe, al mismo tiempo que torpemente y con la mayor velocidad que pude me alejaba lo más lejos que podía de aquella oficina, con el celular sonando y sonando reclamando ser atendido.

La voz de mi jefa no se hizo esperar, llamando mi nombre con un tono serio y fuerte y exigiendo mi presencia en los aposentos de trabajo de ella.

Calculé por un minuto en mi mente la historia que le diría al ser inevitablemente cuestionado, después de tener algo sólido respiré hondo un par de veces y me encaminé a mi destino.

Golpee tres veces la puerta que me había tenido cautivo hace algunos minutos, esperando la respuesta de aquella mujer, repasando una y otra vez lo que diría al ser cuestionado.

La puerta se abrió, y adentro ella me esperaba con esa cara característica de perra que me atormentaba diario, y que nunca ofrecía buenas noticias ni reconocimientos; como era de esperarse, preguntó por mi trabajo de forma tajante y esperó mi respuesta…

A punto estuve de dar mis explicaciones, cuando de nuevo mi celular celosamente comenzó a sonar y a vibrar, dejándome totalmente vulnerable y expuesto a toda una serie de posibilidades poco gratas y cada vez más humillantes.

Mi jefa, mirándome fijamente me solicitó responder la llamada, al mismo tiempo que dibujaba una mueca que jamás había visto en ella.

Giré 180 grados, saqué el teléfono de mi bolsillo y lo contesté con voz temerosa, era mi novia, de nuevo; gimoteando y sollozando por mi ausencia, recriminando la poca atención que tenía con ella, y echándome en cara lo malo que era, lo descuidada que la tenía y las ganas que tenía de dejar la casa en ese mismo instante.

Fue justo cuando me dispuse a contestar palabras de arrepentimiento y soltar un montón de falsas promesas para reparar aquél daño, que ella tomó mi izquierda por la muñeca, apretando de forma notable, y haciendo que perdiera la concentración totalmente en mi conversación telefónica.

Al momento que volteé, mi mano se encontraba yaciendo en los labios de mi jefa; unos labios que jamás había notado. Unos labios hinchados y húmedos que rozaban delicadamente las yemas de mi cordial y avanzando por mi índice pedían la atención que sólo pide una boca que desea ser utilizada.

Sujetaba pobremente mi celular, al mismo tiempo que la voz que provenía de él, se convertía de lo más dura e impaciente, a un montón de palabras que se entremezclaban y no hacían sentido alguno.

Mi mirada subió de sus labios a sus ojos, ojos que sólo dejaban ver lujuria y perversión. Unos ojos que invitaban a colgar el teléfono y a ver lo que se escondía debajo de esos pantalones de cuero ajustados y esa blusa que mágicamente se encontraba ya algo desabotonada, dejando ver parte de ese par de tetas perfectas, especialmente hinchadas y grandes, pidiendo a gritos ser usadas por la más corriente y vulgar de mis ideas.

Mi pulgar se movió a la tecla de colgar, cuando ella con su ya conocida voz, y dejando de chupar mis falanges, exigió que no lo hiciera, que por el contrario, siguiera calmando a la mujer que estaba detrás de él, desesperada y confundida.

Tuve que tomar una decisión entonces, y es que mi jefa jamás me pareció atractiva, por más sensual que de hecho, ella es. Debo confesar que estuve a punto de colgar y salirme del lugar, pero es que parecía que ella sabía lo que yo pensaba, y justo antes de actuar, sentí sus largas y perfectas uñas deslizar sobre mis testículos; un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, desde el dedo pequeño del pié hasta el último de mis cabellos, el silencio gobernó la situación por segundos, y fue seguido por una frase al teléfono que dije sin pensar, y que fue vomitada por lo más inconsciente de mi ser:

“Lo que ahora necesito es que te calles y me esperes. Que después de que haya terminado con mi jefa, voy a llegar cogerte tan duro que no vas a tener nada que decir hasta el puto martes”.

Al versar lo anterior, mi izquierda se salió de la boca de mi jefa y le reventó una cachetada certera en su perfil izquierdo, fue un golpe firme y duro, fue un golpe que le hizo saber que estaba a punto de convertirse en una puta, y que si eso estaba a punto de pasar, tenía que prepararse para ser tratada como tal.

El golpe hizo que de su boca saliera un gemido de dolor, sorprendida por lo que había dicho y por lo que había hecho, se puso de rodillas frente a mi, y aún sonrojada por el impacto, desabotonó mi pantalón con mucha agilidad y con ambas manos comenzó a masajear mi miembro, mismo que se encontraba aún dormido, debido a la gran cantidad de presión a la que estaba siendo sometido.

Mi novia, reaccionando a mis palabras, y al contrario de lo que pensé, preguntó de forma morbosa de cómo sería aquella sesión que le había prometido.

Respondí aún más violento, pensando que de esa forma ella colgaría el teléfono al sentirse humillada, mientras podía sentir cómo las manos inquietas de mi jefa hurgaban dentro de mi ropa con claras intensiones de exhibir mi sexo…

Entonces ya nada valía…

Mi pene al salir de mi ropa interior, fue llevado a esos labios que ya habían trabajado mis dedos, creciendo poco a poco dentro de la boca de mi jefa; creciendo más que cualquier otro día de mi vida; con una potencia y una rigidez que desató la insaciable y húmeda boca de aquella que había hecho de mi trabajo antes una tortura.

Por otro lado, mi novia narraba por teléfono lo mucho que quería tener mi falo en su boca, que le encantaba chupármelo y que ese día me daría la mejor mamada que me hubieran hecho en la vida, que no permitiría que me corriera en otro lugar que no fuera su boquita y que después de tragarlos me la volvería a levantar.

Decidí poner el altavoz, para tener mi diestra libre y poder desabotonar la blusa de mi jefa. Casi podía imaginar los pezones parados y rosas de ella, así que dejé el celular en el escritorio mientras mi novia hablaba y mientras mi jefa comía mi verga y la dejaba lista para lo que seguía, yo saqué sus senos y los manoseé como si fuera el primer par de tetas que tocaba.

Sus labios comenzaron a hacer sonidos deliciosos mientras mi pene entraba y salía de su boca, me encontraba listo para continuar y dentro de mi, yo sabía perfectamente lo que sucedería y es que tenía tal maestría con sus labios que si no me detenía, terminaría corriéndome irremediablemente en su cara.

Fue así como dije en voz alta: Me encantaría dejarme venir en tu cara, pero primero voy a divertirme con tus nalgas.

Pareciera como si hubiera pronunciado palabras mágicas; al unísono se dejaron escuchar sendos gemidos, uno proveniente del celular, y otro proveniente de mis testículos.

Ellas me preguntaron al mismo tiempo: ¿cómo me la quieres meter? Mi jefa se levantó y se volteó, poniendo su enorme culo en mi verga parada y humedecida por sus labios mientras yo bajaba salvajemente su pantalón de cuero ajustado que ya dejaba ver por encima la marca de su vagina, delatando un pequeño rastro de humedad que hacía evidente gracias a que el color de dichos pantalones se oscureciera en su entrepierna.

Te voy a penetrar como a una perra.

Fue otro enunciado que yo nunca diría, pero que simplemente salió de mi boca, provocando otro par de gemidos intensos y deliciosos.

Del celular se escuchó la voz de mi novia, algo quebrantada, haciéndome saber que estaba masturbándose con mis palabras y diciéndome que nadie la ha cogido de a perro como yo.

Cuando escuché eso, la mano de mi jefa tomó mi sexo y lo llevó a su coño. Yo, sin meterlo, rozaba sus labios exteriores una y otra vez, sintiendo como su humedad se incrementaba cada vez más y se alistaba para recibir un pene grande que pudiera saciar el deseo que en ese momento era incontrolable.

El momento no había llegado, cuando mi novia comenzó a gemir, pidiéndome que fuera en ese momento a metérsela como le había prometido: mi jefa al escuchar los gemidos, introdujo a la fuerza mi verga dentro de ella, soltando un gran gemido; chorreándose de tal forma que sus fluidos se embarraban por todo su escritorio.

La penetración fue profunda y deliciosa; su vagina estrecha y húmeda secretaba un olor a sexo delicioso. Sus nalgas, al vaivén de mi cintura, se enrojecían y pedían a gritos ser golpeadas por mis manos, pero yo controlaba cada metida, haciendo que la sesión fuera duradera y placentera.

Fue una locura darme cuenta que en el lugar lo único que se escuchaban eran gritos, gemidos y sonidos culpables, unos venían del dispositivo, otros venían de mi jefa, otros venían de mi, o de mis manos golpeando las deliciosas nalgas que tenía enfrente.

Mi ritmo se aceleró, generando sonidos sexuales producidos por la humedad y la tremenda bombeada que le estaba propinando, yo, cuidando de no venirme ya que para ese entonces, ya había estado a punto de hacerlo dos o tres veces, ella, gritando que me corriera dentro y que cogía delicioso.

Saqué mi pene de ella, seguía igual de duro y húmedo. y viendo como los músculos de su trasero se contraían por la cogida grité: te voy a romper el culo, mami.

Sentí inmediatamente como mi jefa se corría con esas palabras, parando su trasero más, como aceptando que la penetrara de la forma en que yo quisiera.

Por el celular se escuchó: siempre he querido que me cojas por atrás, nunca lo he hecho, pero hoy lo haré, hoy voy a dejar que te metas por donde quieras, que termines en donde quieras y que me trates como quieras.

Lo que escuché hizo que tomara ese culo y lo penetrara sin piedad. Entre los gemidos, se escuchaba un: “me estás lastimando” pero yo no podía parar, seguía entrando más duro y más rápido, haciendo que su orificio se hiciera más grande cada vez.

Sus tetas, rebotando al ritmo de la cogidota que recibía. Los golpes subían más y más de tono, llegó un momento en que la tomé del cabello y tiré de él de tal forma que su cara volteaba hacia el techo.

VENTE, VENTE. Comenzó a gritar mi jefa, sin pudor ni miramientos, yo, con el afán de que se callara para que mi novia no escuchara, le saqué la verga del ano, llena ya de fluidos, la volteé de su posición, le propiné otra cachetada y acto seguido volví a introducir mi pene en su boca, para que ella guardara silencio e hiciera que me viniera con su rica boca.

Ella siguió chupándome, cada vez más rico. Mi novia ya estaba preguntando de dónde venían los gritos y yo, dominado por el placer lo único que hice fue suspirar y correrme dentro de la boca de mi jefa, fue tanto lo que salió que se desbordó de la boca de mi jefa, que siendo sorprendida con vigorosa corrida, comenzó a toser y a desbordar el líquido por la boca.

Al momento colgué el celular, al mismo tiempo que solté un sonido de placer extremo. Mi jefa lucía asquerosamente sexy, con mi semen por toda su cara y limpiando con sus manos el exceso que escurría por su barbilla.

Mi pene en reposo ya después de aquella gran culeada, regresó a su estado flácido sin nada más que ofrecerle a aquella mujer que seguía tocando su clítoris y pidiendo que la llenara de nuevo.

Mi celular sonó de nuevo, y al contestar, mi jefa lo arrebató y le dijo a mi novia:

Tu novio mañana va a ser jefe, así que cuando llegue, asegúrate de recordarle la época de cuando fue empleado.

Ella colgó, se vistió y me mandó a casa. Yo me fui, totalmente agotado y resignado a terminar mi relación.

A la fecha no entiendo lo que pasó.

Llegué a casa y expliqué lo que pasó; sin mentiras, con mucha culpa y con mucho valor.

Así fue que terminé con mi novia y me volví director. no sin antes darle la cogida que jamás en mi vida le volví a dar a nadie.

Fin.

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