Todavía Ricardo estuvo charlando un rato conmigo al llegar a casa. Intercambiamos nuestros números de teléfono móvil, y el quedó en llamarme para que saliéramos a dar una vuelta. Entré al sitio donde me aguardaba la tía, con un montón de emociones nuevas para mí, porque admito que Ricardo me había entusiasmado y si, quería volver a verlo muy pronto.
Al llegar a la estancia, mi tía estaba sentada en la sala, acompañada por un hombre mayor. Debía tener unos cincuenta años, los que se le notaban por la aparición de algunas canas en su creciente barba, la falta de cabello y la formación de una redondez en su abdomen producto de no sé cuántas cervezas tropicales. Bertha me llamó cuando yo había alcanzado la cocina y me encontraba acomodando las compras en la alacena, así que acudí a ella tan pronto hube dejado la última lata en su lugar.
-Mira sobrina, te presento al señor Melquiades. Es un viejo amigo y dueño de uno de los almacenes más prestigiosos de esta localidad.
-Mucho gusto Don Melquiades- dije mientras extendía mi mano para saludarlo.
-Es un placer chiquilla- dijo él, a la vez que acariciaba mi mano, prolongando el momento de soltarla- que guapa tu sobrina Bertha. De haber sabido que tenías estás bellas visitas, me habría aparecido por aquí más pronto.
-Jaja- río mi tía con naturalidad- gracias Melquiades. Así somos todas las mujeres de mi familia. Pero ven Dany- dijo ella mostrándome el sitio de la sala donde me invitaba a sentarme.- acompáñanos a platicar un poco. ¿Gusta algo de tomar?
-Un ron con coca cola estaría bien- repuso el hombre.
-Muy bien. Danny, sírvenos tres vasos iguales por favor.
-Si tía- respondí al tiempo que me dirigí hacia la cocina. Empecé a preparar las bebidas, en lo que repasaba lo que durante ese día me había acontecido: al parecer yo no solo era bonita, sino que lucía mucho más sexy de lo que yo misma alcanzaba a sospechar. Las miradas lujuriosas de los hombres en la calle, sus frases obscenas y la forma en que indisimuladamente ponían sus manos por encima del pantalón en donde se hallaban sus penes me habían asustado pero también dado una sensación de poder sorprendente: los provocaba y esto no solo me hacía sentir muy caliente sino ansiosa. Incluso Ricardo, quien se había comportado como un caballero, habría sido tocado por mi encanto. Porque también pude notar que al disimulo veía mis piernas, mi delicada cintura y la tremenda curva que mis nalgas dibujaban a través del mini vestido.
Regresé con las bebidas en lo que la conversación entre Melquiades y Bertha se había tornado al parecer más jocosa.
-Jaja que cosas dice Don Meoqui. Quién lo viera, tan decente que se ve.
-Jaja- respondió él mientras tomaba el vaso que le ofrecí- pues uno que es hombre, ya sabrá Bertha.
-Pues si- dijo ella a la par que bebía el aguardiente y me ordenaba con la mirada que me sentará en el mismo sillón en el que el hombre se encontraba. Y lo hice, aunque me coloqué en el otro extremo. Y ella agregó- y además es costeño, es decir de temperamento ardiente.
-Como todos los de éstos rumbos- sentenció el, mientras me miraba de reojo las piernas. Ahí entendí que el vestido, de por sí pequeño, no era apto para sentarse, pues la falda se subía mucho y obligaba a permanecer con los muslos cerrados y las manos entre ellos. Mi tía de pronto lanzó un pequeño grito en lo que profería:
-¡Pero que idiota soy! ¡Tengo que ir a ver a la vecina para inyectarla!
-Ups tía- le contesté aliviada, porque pensé que eso obligaría a ese señor a retirarse.- pues ve entonces.
-Sí, vaya con confianza Bertha. Yo solo me acabo mi bebida y me iré también. – dijo él mientras para mí se prendían de nuevo las alarmas.
-Está bien. En un rato regreso, cómo en unos cuarenta minutos. Levantas por favor todo y lavas los trastes Dany.- ordenó ella en lo que tomaba su bolsa y se dirigía a la puerta.
-Si señora.
Una vez que Bertha cerró por fuera la puerta, el hombre volteó descaradamente hacia mí y dijo: ven, que estás muy lejos. Así no se puede brindar.
-Aqui estoy bien. Gracias- contesté mientras instintivamente buscaba algo con que taparme mis extremidades inferiores.
-De acuerdo preciosa, entonces yo voy- advirtió él al tiempo que acercaba su humanidad a escasos centímetros de la mía- salud, por el placer de conocer a una mujer tan guapa como tú- agregó en lo que chocaba su vaso con el mío. Yo estaba espantada, pero también algo intrigada. Porque aún no entendía hasta donde es capaz de llegar un hombre para saciar sus instintos. Después de todo, esa seguía siendo la casa de mi tía, a la que él y cualquier persona debía un respeto, así que no sospeché que llegara a más de unos piropos subidos de tono y unas lascivas miradas. Pero él continuó su insistencia, poniendo una de sus rudas manos encima de mis piernas. Empezó a acariciarlas, mientras con su brazo rodeaba ahora mis hombros.
-Pero que lindas piernas tienes muñeca… y tu piel es igual de suave y bonita.
-¿Qué hace? -pregunte a la defensiva, a la vez que intentaba levantarme. Pero él no me dejó mover ni un centímetro. Acercó su rostro a mi cara y tomó una de mis manos, atrayéndola hasta donde se encontraba la base de su pene. Me sentía escandalizada por lo que estaba haciendo, pero la curiosidad de tener entre mi mano una tranca que se adivinaba dura y gruesa pudo más que cualquier reclamo que quisiera hacerle. El notó que no había movido mi mano de aquel sitio -por más que pudiera hacerlo- y dijo: ¿Te gusta, eh? Entonces abrió su cremallera, se abrió el calzón y lo que vi me sorprendió sobremanera: era una polla dura, no demasiado grande pero si gruesa y venuda. Roja y brillosa en la punta. Yo solo tenía como referencia la mía, pero he de reconocer que ni en su mayor excitación se hallaba cómo aquella. Empecé a halarla con mi mano, haciendo un movimiento de sube y baja desde el tronco hasta la cabeza, haciendo contorsionar al hombre dueño de aquella poderosa herramienta. Don Melquiades solo cerraba los ojos, levantaba su cadera para permitirme más la suculenta paja que le estaba haciendo y decía:
-Muy bien preciosa. Así, así se hace. Sigue de esa manera consintiendo a papi.
Yo continué con aquella dinámica, en la que sentía cada vez más caliente su polla. Y yo también me excité, porque poner a un hombre en tal situación me brindaba una sensación de poder indescriptible. Empecé a frotarme también, pero deseaba hacer correr a ese hombre a quien apenas acababa de conocer. Y le di más rápido, apretando su falo con mayor fuerza y a todo lo largo del mismo. Y él empezó a pedir entre gruñidos, gritos ahogados y jadeos que no parara, a advertirme que estaba a punto de venirse, que lo haría muy pronto, que le faltaba muy poco… Y entonces de su pene salieron disparadas varias emisiones de líquido seminal, algunas de las cuales se estrellaron en mi cara y en la falda de mi vestido, haciéndome sentir por unos momentos orgullosa de hacer eyacular a mi primer hombre.
-Me encantó lo que hiciste princesa- dijo él un par de minutos después, cuando se hubo recuperado y guardado su animalito adentro del pantalón. Se levantó y me dio un beso en la frente, a la vez que me pedía que limpiara todo antes del regreso de mi tía.- te dejo esto, no cómo pago, sino como gratificación- sostuvo en lo que vaciaba su cartera sobre mi minifalda, a centímetros de donde había dejado parte de su semen.- Y ya me voy, pero a la próxima quiero hacer otras cosas contigo.
Yo no le dije nada. Pero lo acompañe a la puerta de salida, mientras guardaba los voluminosos billetes entre mi sujetador. Al cerrar la puerta, supe que Bertha me habría abierto otras muchas a mundos nuevos…y probablemente me agradarían sobremanera…
Comenten sobre esta historia, que debe concluir en el próximo avance.