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De monja a puta de lujo

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No sé cómo comenzar,  siento que durante mucho tiempo estuve perdida, pero por fin sé quién soy, una mujer fuerte, sincera y decidida, pero no siempre fui así, también fui joven, inexperta, maleable, sumisa, hubo un tiempo en que no tenía ni voz ni voto en mis decisiones, un tiempo en el que me encontraba fuera de sitio sin saber muy bien donde estaba mi camino, esta es mi historia desde mi juventud hasta el día de hoy, la historia de una monja joven que se dejó llevar por el sexo, la historia de una chica con un padre demasiado recto y sin saber perdonar, un padre que castigó a su hija por lo que le contaron un día cuando vieron a su hija con el novio en una situación, digamos que un poco cariñosa, un padre que no quiso enfrentarse al que dirán, él siempre recto, siempre modélico ante la sociedad, un padre que encerró a su hija en un convento y que tiró la llave, pero el destino me tenía reservada mi venganza, el destino quiso que conociera a Andrés el hombre que la enseño a follar, ahora soy y no para siempre una de las chicas de compañía más caras y más carismáticas de la ciudad a la que nunca le han puesto cara quizás por el que dirán.

Mi historia comenzó una tarde del mes de febrero, un febrero frío y lluvioso como hacia tanto que no había, un febrero que con 18 años mi padre me llevó al convento donde me quedé, sola sin saber todavía que iba a ser de mí, con tan solo una maleta y algo de ropa miraba detrás de la puerta enrejada como se marchaba mi padre sin tan siquiera decirme adiós, aquel día gasté todas mis lágrimas que una tras otra fueron cayendo por mis mejillas.

Habían pasado cuatro años desde aquel día, cuatro años daban para mucho y me había convertido en una de las monjas más jóvenes del convento, una chica de 22 años muy rebelde, inquieta y muy curiosa según la madre superiora, una chica de cabellos rubios, ojos azules y cara angelical a la que le gustaba reír, cantar, leer y dibujar, esto último parecía que no se me daba nada mal, hacía cuatro años que no había salido de los muros del convento cuando un día me encomendaron una tarea que según mis superioras estaba hecha a medida para mí y así podrían descansar de mí durante un tiempo, la tarea era ser la enlace entre el arquitecto y mis superioras, para que la reconstrucción de la nueva parroquia junto al convento se llevara a buen puerto.

El primer día que me fijé en él bajaba del andamio sucio y sudoroso, era un hombre guapo, mayor que yo, tenía la camisa abierta y podía adivinar sus músculos bien perfilados del gimnasio, el olor que desprendía su perfume era muy embriagador por lo menos para mí, fui la única monja en fijarse en él, en lo tremendamente atractivo que era y evidentemente la única que por la noche pensaba en aquel hombre, había algo que me atraía sin que yo pudiera evitarlo, era tan evidente que él se había percatado y seguramente Andrés también pensaba en mí, pensaba en la joven monja que revoloteaba como una zángana a su alrededor, en la joven monja con cara angelical y que a pesar del hábito se podía adivinar un bonito cuerpo por debajo, la monja que le miraba con deseo, la monja que era diferente a las demás, más alegre, más desinhibida a la que seguro podía dominar.

Empezó claramente a tirarme un anzuelo, a recoger sedal lentamente para ver si picaba, algo de lo que intenté escapar en más de una ocasión, pero no me era fácil huir de él más cuando en más de una ocasión era yo la que buscaba el anzuelo sin que fuera una cosa demasiado evidente, por ejemplo cuando supervisaba con él los avances viendo los planos, Andrés intentaba siempre posar su mano en mi cintura o se acercaba demasiado, ese tipo de cosas que intentaba a diario y a diario le apartaba de mí regañándole.

Andrés era un hombre de esos que gustan a las mujeres por su labia y por su físico y aunque yo era un poco más resistente y monja seguía siendo mujer después de todo, las noches para mí empezaron a ser un tormento, soñando e imaginándome con él, hacía tiempo que esas sensaciones no las tenía, las tenía ocultas, olvidadas y encerradas gracias a la oración y a mis hermanas, gracias a las continuas confesiones, trataba de no pecar de no caer en las tentaciones de la carne, pero con Andrés me estaba poniendo realmente a prueba, todas las noches me despertaba exaltada por las visiones de los dos juntos, después de verme jadear y gemir, después de haber humedecido mis bragas y de tener mi vagina mojada.

Siempre recordaré aquel día, era un día tormentoso del mes de marzo, un mes que nos estaba sorprendiendo con temperaturas cercanas al verano y a la semana con heladas y lluvias copiosas, aquel día nos encontrábamos solos en el contenedor que utilizaba de oficina, al principio le busqué por la obra un buen rato, los obreros me dijeron que estaría en la oficina, pero al llegar no estaba, pero si los planos encima de su mesa, los giré y me quedé mirándolos un buen rato hasta que saqué un par de ideas, no me había dado cuenta cuando entró hasta que le noté por detrás de mí, tan cerca que notaba su cuerpo sobre el mío, una vez más le esquivé y me eché hacia un lado, le tenía a mi derecha con una mano apoyada en la mesa y su cuerpo presionando mi cadera, su olor, esa sensación de tenerle tan cerca, los sueños y visiones que tenía con él por las noches hacia que me excitara y un calor entraba por mi cuerpo sin poder salir del hábito, Andrés se percató de que aquello no era como otros días, otros días ya me hubiera apartado por completo e incluso le hubiera llamado la atención, aquel día era diferente, él lo sabía y yo lo sabía.

Era tan evidente que yo había levantado un poco la prohibición y así se acercó más a mí, sus labios junto a mi oído, su cuerpo unido a mi espalda sin que recibiera queja alguna, solo nerviosismo, solo miradas nerviosas por mi parte, tartamudeos al hablar y una respiración más rápida de lo normal, Andrés se puso por completo detrás de mí, apoyaba su cuerpo sobre el mío, sus manos sobre la mesa rodeándome sin dejarme salir, seguíamos hablando cuando empecé a notar como su pelvis se rozaba contra mi hábito, como podía sentir su erección sobre mis glúteos, su cabeza por encima de mi hombro derecho con sus labios moviéndose, hablándome, mordiendo mis lóbulos y cambiando de conversación.

Me sentía nerviosa, muy nerviosa sin saber qué hacer, es cierto que antes de ingresar en el convento había tenido relaciones sexuales, pero desde que ingresé en el convento, aunque fuera obligada no había vuelto a pensar en el sexo hasta que le conocí, hasta que Andrés se cruzó en mi vida. Mi respiración se había acelerado al igual que mi corazón, miraba hacia abajo con los ojos fijos en el plano como esperando que pasara algo, esperaba que sonara el teléfono, que llamaran a la puerta, o que se oyeran las voces de mis hermanas llamándome para irme con ellas, para atender la llamada de la madre superiora que me requería como había pasado tantas veces, pero aquel día no pasó nada de eso, todo lo contrario, noté como su pelvis presionaba mis glúteos por detrás y como sus manos subieron por mi cintura hasta mis senos.

Debería haber gritado, debería haberme ido, pero no lo hice, ni una cosa ni la otra y no sé por qué, quizás porque no quería, quizás porque quería ver si tenía la fuerza suficiente como para aguantar o quizás porque realmente me quería quedar, había fantaseado tanto con él, le había soñado haciéndome el amor que ahora al estar a solas con él me sentía feliz, realmente quería sentir todo lo que había soñado, sentir sus manos sobre mis senos gustándome tanto, notaba y sentía escalofríos por todo el cuerpo, podía notar como su pene me golpeara por detrás excitándome tanto, pero sobre todo notaba como tenía las bragas, con sed de sexo, con mi vagina que se empezaba a dilatar, a humedecer, podía notar como apretaba mis muslos por debajo del hábito, podía notar esa sensación antes de, antes del sexo.

Andrés seguía susurrándome al oído y empezaba a quitarme la cofia y el cuello de mi hábito dejando al descubierto mi pelo rubio y la rosada piel de mi cuello, sus labios enseguida se posaron en mí para besarme, notaba los húmedos besos desplazándose poco a poco y una electricidad atravesó mi cuerpo de inmediato, cuando sus manos apretaban mis senos por encima del hábito grueso de lana ya a esas alturas yo estaba totalmente entregada a lo que él quisiera hacerme y salvo por una pequeña resistencia en mi interior, pero prácticamente nula contra los deseos de mi cuerpo que no atendían a ninguna razón, mi respiración, los pequeños gemidos y jadeos, además de haberme observado cómo me mordía mis labios síntoma del gozo que estaba experimentando al verme reflejada en el espejo que teníamos delante detrás de la mesa, me habían delatado ante él y le animaba a que siguiera a que terminara lo que había empezado.

Andrés seguía presionando su pelvis contra mí dándome pequeños empujones hacia delante, sus manos dejaron mis pechos y agachándose empezó a subirme el hábito hasta la cintura, ahora sentía sus manos acariciar mi piel, las notaba recorrer mis muslos metiendo sus dedos en su parte interior llegando a tocar mi vulva, notar como mis bragas se habían mojado susurrándome precisamente eso al oído, luego los sacaba de allí y apretaba con ellos mis glúteos por encima de mis bragas, notaba como muy despacio cogían la tela de mis bragas y me las empezaba a quitar bajándomelas por debajo de mis rodillas, sus manos se apartaban de mis caderas dejando caer mi hábito hasta el suelo tapándome nuevamente las piernas, veía a través del espejo como se empezaba a bajar y quitar sus pantalones, veía como sus manos nuevamente me subían el hábito, dejándolo por encima de mis caderas como antes o sujetándolo con sus brazos a la vez que sentía su pene sobre mis glúteos desnudos, sus manos sobre mis caderas y fue el momento en el que realmente me asusté y pensé en lo que estaba haciendo, la parte racional de mi cerebro todavía no me había abandonado, seguía luchando contra la excitación de mi cuerpo, hasta que sentí sus dedos sobre mi clítoris, humedeciéndose en mis labios y en mi vagina, allí acabó toda resistencia.

Una de sus manos había bajado por mi cadera hasta mis nalgas, metiéndose entre mis muslos para descubrir la humedad que guardaban celosamente, sus dedos empezaron a pasearse por en medio de mis labios, presionando mi clítoris y acariciando la entrada de mi vagina, algo que había jurado no volver a hacer estaba a punto de suceder, había jurado no entregar mi vagina a ningún hombre estaba a punto de caer como un castillo de naipes. Andrés me separó un poco de la mesa abriendo un poco mis piernas, mis bragas húmedas hacía tiempo que yacían en el suelo por debajo de sus calzones y parecían estar haciendo el amor al igual que nosotros cuando sentí como algo gordo, duro y suave bajaba al abrigo de mis labios hasta mi vagina y metiéndose en ella su glande empezó a penetrarme sacando un pequeño gemido de mí al notar aunque solo fuera su cabeza dentro de mí.

El gemido fue en aumento cuando le sentía entrar y salir de mí, cuando me iba llenando con su pene, dilatando más y más mi vagina, mi cuerpo estaba casi paralelo al suelo, mis piernas abiertas y Andrés detrás de mí entrando y saliendo de mi vagina con su pene, me sujetaba a la mesa mediante el apoyo de los antebrazos, mi cara se movía según recibía cada empujón, cada vez que me penetraba y me atravesaba entera con su lanza, veía el reflejo en el espejo, veía como Andrés miraba como me la metía, como su cara experimentaba el placer de meterme su pene y aquello me excitaba aún más, que él viera como desaparecía su polla dentro mi vagina y por supuesto ver mi propio placer reflejado en mi cara, con la boca abierta sin poder emitir sonido alguno, salvo en ocasiones que al sentirme penetrada tan profundamente con su pene cuando le veía mover su pelvis hacia delante y hacia atrás con fuerza, conseguía arrancarme pequeños gritos que poco a poco se hicieron más asiduos.

Andrés sin sacar su pene de mi vagina hizo que me incorporara y tirando del hábito hacia arriba me dejó completamente desnuda, sus manos paseaban por mi cuerpo como buscando algo perdido, recorrían mis curvas y parecía impresionado de que una monja tuviera esas medidas, sus manos apretaban ahora con la desnudez de mi cuerpo mis pechos tirando de unos pezones puntiagudos casi haciéndome daño, pero era un daño placentero, ahora yo misma buscaba su polla moviendo mis nalgas hacia delante y hacia atrás metiéndome su polla en mi vagina sin que él se moviera, el olor a mi sexo empezaba a perfumar aquel contenedor reconvertido en oficina, el sonido acuoso al meterme su pene en mi vagina tremendamente mojada, los golpes de su pelvis contra mis nalgas junto con mis gemidos y pequeños gritos envolvían aquella oficina improvisada.

Por un momento pensé que todo había acabado, su pene descansaba dentro de mi vagina, muy dentro en mi interior cuando Andrés me la sacó, ya está, eso era todo pensaba, no había notado que se hubiera corrido y por supuesto que yo aunque me había encantado tampoco, aunque no sabía que era eso de tener un orgasmo, pero estaba equivocaba porque Andrés me cogía de la mano y me llevaba hasta el enorme sofá de cuero que tenía allí en la oficina, hacía que me tumbara boca arriba y sin que me tuviera que decir nada yo misma le abrí bien mis piernas elevándolas al techo, dejándole ver mi vulva peluda y desaliñada con la raja de mi vagina abierta, dilatada y húmeda, no tardó en tumbarse encima de mí, en meter enseguida su pene en mi vagina y hacerme disfrutar nuevamente con cada movimiento, con cada empujón que sentía y con cada penetración.

Esta vez la notaba más dentro de mí, esta vez su pene entraba y salía con tanta facilidad que me arrastraba a un mundo imaginario para mí hasta entonces, su pene me llenaba rozando toda mi vagina hasta el fondo, arrebatándome los gritos de mi boca, sentía como me penetraba tan fuerte que me hundía en el sofá, que ahora si sentía algo diferente, sentía como mi cuerpo me abandonaba y entraba en un éxtasis, un éxtasis de sexo, notaba como el vientre me ardía y una explosión de calor me llenaba por dentro, no sabría explicar aquella sensación de placer solo sé que me hizo gritar de verdad y como mis gritos alertaron a los obreros que trabajaban fuera, solo sé que sentí como una ola inundaba mi vagina y como Andrés acelerando su ritmo metiéndomela con rapidez, con fuerza y llegándola a meter muy profundamente sus gemidos empezaron a ser también audibles en el exterior, su excitación no le permitió sacar su pene dentro de mi vagina cuando explotó y descargó dentro de mí, una eyaculación tremenda que empezó a recorrer mi interior hasta mis ovarios, no fui consciente hasta mucho más tarde cuando después de vestirme y pasar mi vergüenza por el camino hacia el convento con todos los obreros mirándome llegué a mi celda y me empecé a limpiar.

Al día siguiente fingí estar enferma, al siguiente y al siguiente, hasta que por fin una mañana desperté con dolores menstruales, estaba aliviada y sin embargo a pesar de mis oraciones sentía que había fallado y más porque por las noches todavía revivía aquel encuentro con tanto placer, no tardó mucho en saberse todo aquello dentro de los muros del convento, no tardé en ser expulsada y colgar los hábitos marchándome de allí pidiendo refugio en mi casa, supongo que el que los obreros chismorrearan tampoco había ayudado a que no se supiera fuera de los muros del convento, tanto chismorreo que llegaron a oídos de mi familia, de mi padre que una vez más me obligó hacer las maletas para irme de casa y repudiarme en público.

Dos años más tarde y no precisamente unos buenos años para mí, ya con 24 años vivía independizada, vivía muy cómodamente en una casa más grande que la de mi padre, quizás haciendo lo que siempre me gustó por lo menos desde aquel día, me había convertido en una de las prostitutas de lujo con más caché de la ciudad, era conocida por todos los hombres poderosos y ricos de la región y aunque nadie supiera realmente mi identidad pues siempre celosa de ella les recibía en la habitación de un hotel, abriendo la puerta con un batín blanco transparente dejándoles soñar desde el primer momento con mi espectacular cuerpo desnudo, pechos duros, cuervas difíciles de crear, sexo perfumado, depilado y cuidado y de mi rostro solo unos ojos azules muy claros perfilados de negro, labios carnosos de color rojo intenso y llevando una máscara de carnaval veneciana tapando el resto de mi cara.

El tiempo quiso, que aquel que me llevó al convento, aquel que me echó de su casa, me estuviera follando por sexta vez como un hipócrita, metiendo y hundiendo su polla en la vagina de su hija sin saberlo, seis visitas ya engordando mi cuenta en el banco y fue al único que le permitía no usar preservativo y descargar su semen dentro de mí, pero quería que sufriera lo que yo había pasado así que ese día nada más terminar de follarme fue con el único con el que me quité la máscara, nunca más volvió y sé que muy pocas veces salía de su casa.

Siempre dije que sería durante un pequeño y breve momento de tiempo, que en cuanto ahorrase para comprarme una casa y poner un pequeño negocio de flores lo dejaría como así fue al cabo de cinco años de ser la más cotizada de la ciudad, por otro lado y durante ese tiempo seguía disfrutando y mucho de mi amistad con Andrés, aquel hombre tan maravilloso que despertó un día mi sexo me llamaba a menudo y siempre había un hueco para él, los minutos se convertían en horas y las horas en tardes follando con él, disfrutando como hundía su polla en mi vagina haciéndome gritar alto y sin importarme lo que pudieran decir de mí, Andrés se había ganado el derecho a follarme siempre que quisiera, con el único hombre donde los orgasmos eran reales y no fingidos, el único hombre que sigue disfrutando de mi cuerpo aun hoy.

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