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Decía que respetaba a la mujer de los amigos

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Con cierta frecuencia los integrantes de la parte administrativa de la empresa nos reunimos. La vez que fue en la casa-quinta del jefe de departamento, Carlos Soler, duró todo el día; pileta con intervalo para el asado y luego más pileta o juegos hasta el momento de la partida al anochecer. Faltando un rato para el almuerzo se acerca el anfitrión.

- “Entre las presentes el físico de tu mujer se lleva el primer premio”.

- “No sé si tendrá el primer puesto pero tenés razón en que mi señora es una hermosa mujer”.

- “Es así, aparte de su aspecto tiene una manera de moverse, hablar y gestualizar que lleva a la imaginación en direcciones un tanto escabrosas”.

- “Esos enfoques particulares, que cada uno maneja a su antojo, no me parecen tema de charla adecuado siendo el esposo de la dama en cuestión”.

- “Perdón, se me fue la mano fruto del entusiasmo que provoca verla en malla. Teniendo en cuenta la teoría de que todas las mujeres son putas en potencia, hasta que encuentran la oportunidad y ahí concretan su deseo oculto, confiás en ella?”

- “Naturalmente, yo no estaría unido a una mujer de la cual desconfiara. Vivir pensando que tu pareja, en cualquier momento te va a convertir en astado, no es vivir, es estar en el infierno.

- “Entonces descatás totalmente la posibilidad de engaño”.

- “Si hiciera eso estaría negando que es un ser humano. Nadie está exento de un calentón, nadie está inmune a un flechazo que pueda terminar en caída. Mi confianza está que me lo hará saber antes, y juntos, decidir cómo continuar en el futuro”.

Esa charla poco común y fuera de lugar fue un mensaje de alerta; el dueño de casa, divorciado, tenía fama de mujeriego y, según los rumores que circulaban y se renovaban periódicamente, había varias empleadas que se habían abierto de piernas frente a él, sin que el estado civil de las involucradas hubiera representado un mínimo obstáculo. En un primer momento pensé contárselo a Graciela pero en seguida desistí. Hay veces en que el aviso, con intención de prevenir, resulta contraproducente al despertar la curiosidad. Por supuesto iba a centrar mi atención en ambos.

Evidentemente el comentario de mi jefe era el preludio del asedio para conseguir algo más, cosa que se verificó a lo largo del día, con acercamientos, comentarios al oído y en voz baja, roces y algunos intentos de juego en el agua.

Mirando hacia la pileta, veo a mi mujer subir la escalera metálica mientras Carlos pasaba por atrás haciendo que ella se diera vuelta sonriendo. Me lo imaginé haciendo un comentario gracioso y ella mostrando agrado, hasta que, unos metros antes de donde yo estaba, responde al llamado de otra señora que venía atrás. Al darse vuelta observo que la malla dejaba parte de una nalga a la vista con la marca roja de dedos que habrían apretado fuerte. Que el llamado había sido para avisarle de lo que mostraba quedó evidenciado en el movimiento de su mano corriendo la tela para tapar.

Al llegar a mi lado se agachó para ocupar la toalla que habíamos tendido cuando escuché la voz de uno que estaba cerca, dirigiéndose a otro «Esos dedos sí que tienen suerte»; el rubor en su cara dio muestras de haber oído, me miró y bajando la vista de tiró de espaldas como quien desea tomar sol. La ausencia de comentarios me produjo un malestar generalizado, corporalmente en forma de nauseas, acidez y taquicardia, y anímicamente presentándose como asombro, para dar paso a la bronca y luego al odio. Acostado boca arriba con un almohadón bajo la cabeza, paralizado por las sensaciones y emociones, puse la mirada en el horizonte y desenfoqué la vista; con el cuerpo rígido y los puños cerrados, blancos por el esfuerzo, me concentré en no ceder al deseo de romperla a trompadas y patadas.

Probablemente se dio cuenta de mi estado y quiso saber si yo había visto algo y en qué medida me afectaba.

- “Te pasa algo querido?”

Mi respuesta fue darme vuelta y mirarla fijamente, sin mover un músculo de la cara o pronunciar una palabra y regresar a la postura que tenía. Fue la manera de demostrarle que no era un estúpido indolente, que iba a aceptar cosas de esa naturaleza y que le haría pagar punto por punto lo que hiciera. Con el corazón estrujado por la tristeza llegué a la conclusión de que lo sucedido, o venía precedido de algunos acercamientos, o mi esposa era una puta redomada, o ambas cosas. De lo que no había dudas era que mis cuernos ya estaban, sea incipientes, sea formados, sea enormes.

Nuestro matrimonio tiene una antigüedad de diez años y ha transitado los habituales momentos de alegrías y enojos. Mantenemos un sano equilibrio en todos los aspectos, al punto que sus ingresos, muy superiores a los míos, no han sido motivo de roce o celos. Acordamos aportar igual cantidad al mantenimiento del hogar y conservar independencia total sobre el resto. Naturalmente su contribución a la compra de la casa fue mayor y el automóvil que usa es de mayor gama que el mío, pero esas diferencias no han sido causa de incomodidad o fricción.

La siguiente reunión fue en un restaurant y posterior copa en discoteca. Por supuesto que no perdía de vista a los involucrados, pues acepté concurrir para ver y si lo anterior había sido algo transitorio o debía resignarme a perderla. Consentir no formaba parte de mi futuro. Mientras conversaba con uno de los asistentes el galán me pidió bailar con ella, cosa que acepté, mientras seguía la charla; unos minutos después miré buscándolos en la pista sin encontrarlos. Cuando regresaron noté en mi esposa las mejillas arreboladas y un botón de la blusa mal abrochado, lo que fue suficiente para indicarle que nos íbamos pretextando un fuerte dolor de cabeza.

Pasadas tres o cuatro semanas Graciela me preguntó si sucedía algo para que se hubieran interrumpido las salidas en grupo. Mi contestación fue terminante.

- “En las últimas veces que participamos la conducta tuya y de Carlos, hacen suponer que entre ambos hay una cierta intimidad que yo no acepto, y eso a la vista de todos, pues ninguno hace el mínimo esfuerzo por disimular. Si además tenés la pretensión de que te facilite las cosas estás equivocada. Esas reuniones se terminaron para nosotros”.

Días después me avisan que me llamaba el jefe de departamento; ya en su despacho me ofreció asiento.

- “Necesito hablar con vos sin tapujos, sin ambigüedades, sin dar vueltas, me das unos minutos?”

- “Sin problemas, te escucho”.

- “Vos sabés o por lo menos tenés cierta sensación de que tu esposa y yo somos amantes, y aunque te resulte doloroso es la verdad”.

- “Explosiva noticia que no me asombra, pero debo reconocer que sos arriesgado, no pensaste que podría reaccionar y retorcerte el pescuezo como a una gallina?”

- “Sí, pero perderías tu trabajo y tu independencia, pasando a ser el mantenido de una mujer que busca placer fuera del hogar”.

- “Así que mi única alternativa es sentir crecer los cuernos”.

- “En cierto modo sí, pero necesito de tu ayuda, naturalmente con un buen beneficio para tu futuro”.

- “Esto sí que es extraordinario, no solo los tengo que sufrir sino también colaborar en su crecimiento”.

- “Tomalo como que de algo negativo, e inevitable, vas a obtener un buen progreso”.

- “La envoltura es atrayente, veamos el contenido”.

- “El asunto es que en cada cita el comienzo es extraordinario y el final desastroso. Me explico, cuando nos reunimos ella llega excitada, enloquecida de obtener placer, entregada por completo, y así se deja hacer y, a su vez, me hace de todo, pide a gritos que la haga gozar, pero pasado el orgasmo se derrumba. Comienza el llanto y las palabras de arrepentimiento, soy una puta, él no se merece esto, no es posible que goce como una yegua, etc., etc. Y luego de vestirse se va. Una sola vez pude retenerla para un segundo round”.

- “Y qué rol pretendés que cumpla”.

- “Acá viene el trato, si la convencés de que consentís la relación te consigo el ascenso a jefe de división lo que significa duplicar tus ingresos”.

- “Por favor, esto es algo muy serio, dejame pensarlo con cierta tranquilidad y mañana te contesto”.

Al día siguiente, habrían pasado diez minutos de haber llegado, cuando vino a verme.

- “Pudiste pensar mi propuesta?”

- “Sí, y lo hice detenidamente, aunque con profundo dolor. Es triste constatar que tu matrimonio dejó de existir sin tener manera de revertir esa situación. Por otro lado tu propuesta es atractiva aunque, en comparación a la pérdida es insignificante, pero es lo que hay”.

- “En eso tenés razón”.

- “Acepto tu oferta, pero yo soy como las putas, primero el pago y luego el trámite. Al día siguiente de firmar mi ascenso con el correspondiente incremento de sueldo, te la entrego en casa como novia ante el altar”.

- “Perfecto, y cómo pensás hacerlo?”

- “Entre nueve y media y diez de la noche te espero en casa; me avisás que estás llegando y yo abro el portón de la cochera. Algo inventaré para que esa noche esté vestida y preparada para salir sin saber lo que le espera. Seguramente a esa hora estará terminando de arreglarse y cuando vos entrás salgo yo. Te parece bien?”

- “De acuerdo”.

- “Una sugerencia, la semana pasada fuimos a una galería porque necesitaba hacer un regalo y, en la búsqueda, me indicó dos conjuntos de lencería que le encantaban, lo mismo que unos pendientes en el negocio de al lado. Si vos aparecés con eso va a tener la confirmación de que acepto la nueva situación y de paso, en otro momento, me haré acreedor a un deseo renovado”.

- “Es una muy buena idea, después pásame los datos”.

Y lo acordado se cumplió. Ascendí a jefe de división ante la mirada compasiva de mis compañeros, pues alguien comentó el costo del ascenso, lo cual me motivó más para, de inmediato, llamar a mi hermana diciéndole que mañana era el día elegido para llevarse a Graciela a una cena de mujeres y posterior copa en una discoteca.

En la jornada siguiente, a la hora establecida recibí el aviso para abrir la cochera y, entrado el automóvil, cerré. Al bajar le cedí el paso para de inmediato darle un buen golpe de tonfa en la nuca y, ya desmayado, esperar a que las mujeres salieran. Después de la partida esperé que despertara ayudándolo con un poco de agua. Cuando recobró la conciencia tenía las manos atadas y un trapo en la boca; ahora venía explicación y acción.

- “Estimado Carlos, lamento que nuestra cordial relación termine de esta manera, pero a veces la vida nos lleva por caminos indeseables. Yo perdí mi mujer y adquirí cuernos y, en ambas cosas has tenido una participación destacada, por lo cual te toca pagar. Ahora comienza la operación machacado, que consiste en golpearte hasta romper tabique nasal, ambos pómulos, mandíbula inferior y reventar un ojo. Luego romper algunas costillas y dejar tumefactos testículos y pene. Te deseo mejor suerte en la próxima conquista”.

Terminada la actividad metí el cuerpo en su propio auto para salir y dejarlo estacionado en un parque, retornando a casa. Si algún aprovechado, de los que hoy abundan, lo encontraba seguramente se llevaría todo lo de valor que encontrara incluida la lencería y los pendientes.

Al día siguiente el personal del departamento se extrañó de su ausencia sin que nadie hubiera dado alguna explicación. En la segunda jornada, a media mañana, llegó un comunicado de la gerencia diciendo que el señor Soler tenía algunos problemas de salud y mientras durara su licencia mandarían un reemplazo. Por supuesto que los más allegados, sumados a los profesionales del chisme, iniciaron la investigación, pues las circunstancias del hecho con el agregado de un comunicado ambiguo, daban para pensar algo distinto.

Y como era de esperar los experimentados baqueanos, siguiendo el rastro, encontraron lo que buscaban con diagnóstico incluido. La enumeración de daños, entre los que estaba una probable incapacidad permanente para mantener su fama de semental, hizo que algunos perjudicados expresaran públicamente su alegría. Yo mantuve cara de ignorante sin hacerme eco de los comentarios, a pesar de integrar la lista de los cornudos figurando entre los de cornamenta mejor arbolada. Satisfecha la curiosidad decayó el tema y nunca más supimos de él.

Dos o tres días después uno de los chismosos profesionales, que además estaba en la lista de los corneados, se acercó mientras tomaba un café.

- “Te acompaño?”

- “Encantado”.

- “Vos fuiste el que provocó el problema de salud del jefe?”

- “No tengo idea de lo que estás hablando”.

- “El día de tu ascenso todos nos sorprendimos, aunque algo vislumbramos sobre la causa. Al rato la duda quedó resuelta pues, el basura de Pablo, contó que al día siguiente vos le entregabas a Graciela en bandeja de plata, dejándole libre la cama matrimonial. Que justo la mañana posterior a la noche pactada para la entrega, el arrogante galán apareciera con seis fracturas y los genitales hechos puré es demasiada coincidencia como para no adjudicarte la autoría. Seguramente no vas a aceptar lo que hiciste, pero aquellos que tuvimos que agachar la cabeza para no perder el trabajo te estamos muy agradecidos”.

Han pasado, una semana desde que asumió el nuevo jefe y diez días desde que desapareció el anterior. También se han extinguido las reuniones del grupo, y para mi mujer, los mensajes a la una de la mañana, los moretones en las tetas, la marca de dedos en las nalgas, el tiempo de trabajo fuera de horario y, para colmo de males, una ausencia que le provoca síndrome de abstinencia, buen sexo.

Por el contrario yo estoy disfrutando. En mis compañeros de trabajo, lo que antes eran miradas de compasión o desprecio se transformaron en expresiones de cordialidad y respeto; además faltan las actitudes de perdonavidas de mi superior, pero lo más gratificante está en casa.

Me resulta tan placentero como un orgasmo contemplar a mi mujer en el hogar. Esperando la llamada que no llega sin saber cuánto durará la espera. La angustia de enviar numerosos mensajes por día sin recibir respuesta y sin tilde de haber sido abierto. La ansiedad irresuelta de no poder preguntar por el amante al único que algo podría saber, es decir a su marido. Las sesiones masturbatorias en el baño que no calman su deseo, mientras yo me mantengo a prudente distancia desde aquel episodio en la pileta, lo cual hizo que en una cena me interrogara.

- “Te pasa algo que hace tiempo que no me tocás?”

- “Buenísima pregunta. En la oficina, Pablo cuenta, a quien quiera escucharlo, que vos sos la mejor puta que ha tenido. Que nada ha quedado sin probar y siempre con resultados sobresalientes, pues él solo se limita a esperar que lo busques desesperada por chupar, tragar semen, y comerte su rabo por delante y por detrás. Como contrapartida, entre el personal, ostento el triste privilegio de ser el rey de los cornudos”.

- “Y no hacés nada?”

- “Después de ver dedos marcados en tu nalga y moretones en las tetas, que vos trataste de ocultar, lo que hago es, calladito, tragarme el sapo. Voy a resolver tu incógnita, no te toco porque me das asco”.

Así pasó casi un mes, ya que no encontraba el modo de terminar este matrimonio de una manera que me resultara satisfactoria. El divorcio era cosa segura, pero además quería vengarme.

Con la intención de poner mayor distancia del ambiente que tan malos recuerdos me traía organicé alguna reunión en casa, pero con amistades que nada tenían que ver con el trabajo. Entre ellos Claudio, un solterón de cuyo negocio soy cliente y que vendría acompañado por una amiga, Andrea, a la cual no conocíamos. La otra pareja era un matrimonio vecino.

Durante una cena agradable, charlas sobre temas variados e interesantes, en un momento la escuchamos a Andrea hablarlo a Claudio diciéndole Hache y en seguida rectificarse pidiendo perdón. Cuando miro al nombrado con cara de extrañeza, él respondió.

- “Amiga, aunque no me convenga, ellos son gente de confianza, contales por qué me decís de esa manera”.

- “Aguanten el cuento porque es largo. Le digo Hache por no decirle Hijo de p. . ., pero hay que aclarar, porque él es así en una sola faceta de su vida y es relativo a las mujeres. Si fuera al completo no sería su amiga. Nunca asume un compromiso y su único nexo con el sexo opuesto es la obtención de placer. Vale la pena decir que no es egoísta de pura casualidad, pues el placer de la compañera de turno forma parte del propio”.

La curiosidad motivó la pregunta de mi mujer.

- “Y vos lo sabés por experiencia propia?”

La mirada, de la amiga al amigo, hizo que éste respondiera.

- “Lamentablemente no. Cuando la conocí intenté pasar a mayores pero las palabras no tenían el efecto buscado a pesar del tiempo empleado, entonces decidí pasar a la acción y en una leve distracción le robé un beso. La contestación fueron cuatro dedos marcados en la mejilla y el aviso de que la próxima vez no solo cortaría la relación sino también mis bolas. Desde entonces, hace cuatro años, somos buenos amigos”.

- “Debemos pensar que no te gustan los hombres?”

- “Me encantan, pero no estoy dispuesta a ser un número en la lista de trofeos de hombres que solo buscan hembras”.

Después de todo lo escuchado una duda era inevitable.

- “Quien diría que luego de varios años de frecuentar tu amistad recién ahora tengo conocimiento de esa apasionada destreza tuya, lo que me lleva a preguntar, los dos matrimonios estamos en peligro y debemos mantener la distancia?”

- “De ninguna manera, la pareja de un amigo es sagrada”.

La nueva mirada de Andrea parecía decir «O te falla la memoria o estás mintiendo».

- “No me mires así, esa vez fue una excepción. La señora en cuestión no perdía oportunidad de insinuarse, se frotaba en cuanto podía, en las reuniones se sentaba enfrente y, cuando no la miraban, se abría de piernas mostrando su entrepierna sin nada que la tapara. Pude hacerme el distraído hasta el día que me preguntó si era maricón. Esa ofensa pudo con mi fortaleza, y en el momento apropiado, disculpen la expresión, la hice tragar semen, me la cogí y le rompí el culo”.

Después de esa conversación, francamente inusual, la cosa siguió tranquila y distendida hasta el final, y terminamos comprometiéndonos a nuevas reuniones, pues ésta nos había agradado a todos. Y así se concretaron juntas semanales sea en las propias casas o en algún restaurant.

Una mañana, en que había poca actividad en la oficina, pido permiso para salir unas tres horas antes pues necesitaba hacer algunos trámites personales, entre ellos llevar mi impresora a mantenimiento en el negocio de Claudio. Fui a casa a buscarla y al abrir la puerta de entrada escucho un lamento en la planta alta. Ante eso busco en el cajón del perchero la pistola con silenciador que suelo tener para seguridad, y subo.

Por la rendija de la puerta entornada tenía ante mí a dos experimentados actores, desnudos, ella tendida sobre la alfombra boca abajo hiperventilando y con las piernas abiertas, entre las cuales estaba él, eran mi esposa y mi amigo, quien le anunciaba lo que iba suceder.

- “Vamos putita, que ahora le toca al anillo estriado”.

- “No por favor, me vas a romper”.

- “Vamos nena, no me salgás con eso que lo tenés bien usado”.

- “Sí, pero la de Carlos es la mitad de la tuya”.

- “Mala suerte, llevás un mes buscándome, sabiendo lo que te esperaba. Ya tragaste tu ración de leche y tu conchita tuvo la corrida que deseaba, ahora a aguantar”.

Por supuesto que filmé con el mayor detalle posible el espectáculo que se me ofrecía. El primer grito de dolor se produjo al entrar el glande; cuando el tremendo taladro barrenaba sin pausa hasta entrar íntegro el llanto de ella tapaba los bufidos de él. Con la excitación que traía de la penetración vaginal ocho o diez empujones fueron suficientes para descargar en el recto. Era el momento de entrar y lo hice con la pistola apuntándoles.

- “El que se mueve recibe y, como tiene silenciador, ni ustedes van a escuchar el disparo. Querida tapate con algo y no te muevas. Caballero ex amigo, tome su ropa y salga de la habitación”.

Salí detrás del vigoroso cogedor cerrando la puerta a mis espaldas y luego de un minuto ingresé nuevamente al dormitorio.

- “Lamento decirte que has quedado sin amante. Intentó atacarme y tuve darle tres tiros en el pecho; durante los próximos cuarenta minutos no salgas de la pieza porque hay que retirar el cuerpo y limpiar la sangre. Mientras espero a los que se encargarán de la tarea te escucho”.

- “Te juro que no quise engañarte, me sedujo y lo dejé besarme, es verdad que no me resistí pero cuando después quise detener sus avances me mostró la grabación que había hecho con el celular, amenazándome con mostrarte esas imágenes”.

Después de cenar, estando en el comedor y ella ordenando la vajilla en la cocina hablé con un amigo de muchos años que vivía en otra ciudad.

- “Con inmensa suerte ando bien de salud, aunque anímicamente dolido. No es fácil digerir el impacto de ver a tu esposa en cuatro, con los codos en el piso, tomándose la cabeza con las manos y gritando, no de dolor sino de placer. Dolor que aumenta cuando ves que quien le estruja las tetas mientras la penetra desde atrás es tu amigo”.

- “. . .”

- “Sí, ya inicié la venganza. Ayer, con tres tiros se acabó el corneador que descansa bajo tierra al lado del río”.

- “. . .”

- “No, el pico y la pala son usadas por dos jóvenes contratados. Hoy ya están preparando el pozo siguiente”.

- “. . .”

- “Por supuesto, mañana le toca. Soy tonto pero no al extremo, no me tragué el sapo de que la obligaron mediante chantaje, de su eterno amor o de su promesa de fidelidad nunca quebrada por propia voluntad”.

- “. . .”

- “En eso no hay peligro, solo se escucha un suave «bam» y el ruido de la corredera al retroceder para expulsar vaina y entrar en recámara un nuevo proyectil. Cuando termine te aviso cómo anduvo”.

Al cortar la comunicación escuché pasos que rápido se alejaban, señal de que la infiel estaba al tanto de la conversación.

Al día siguiente, cuando regresé del trabajo, Graciela no estaba y, a primera vista, se había llevado sus cosas de uso diario. Las señales seguían siendo buenas. Cené y luego de ver algo de televisión me acosté y dormí bien con la ayuda de un sedante. El sonido del despertador me ayudó a despabilarme y comprobar que seguía solo. Salí un rato antes de lo habitual ya que deseaba pasar por la seccional de policía y hacer la denuncia, pues ella no pasaba una noche fuera, a lo más llegaba de madrugada si la salida con amigas se prolongaba, pero siempre de alguna manera, me lo hacía saber.

Antes de salir llamé a las amigas preguntando si ellas tenían alguna noticia. Ninguna supo decirme algo, aunque dos respuestas fueron con cierta vacilación. Hecha esa elemental búsqueda, nada más que para aparentar preocupación fui a la seccional de policía para hacerles saber mi temor de que hubiera tenido algún percance, pues cuando salía, si estimaba una demora fuera de lo habitual me avisaba, y ya habían pasado veinticuatro horas sin noticias.

El agente que me atendía, después de registrar mis datos y los de mi esposa me pidió esperar un momento. A los pocos minutos regresó acompañado por otro, cuyas insignias de grado indicaban alguien de mayor jerarquía, quien me interrogó.

- “Sr Atilio Gálvez, me permite su documento?”

- “Encantado, ahí lo tiene”.

- “Me dice el agente que viene a informar la ausencia anormal de su esposa Graciela Torres”.

- “Así es, hace un poco más de un día que no tengo noticias de ella y eso hasta ahora nunca había sucedido”.

- “Vea, ayer vino su esposa para denunciar que usted había matado a su amante y ahora pretendía hacerlo con ella, y por eso había abandonado precipitadamente la casa estando usted en el trabajo. Va a quedar detenido hasta tanto lo disponga el juez. Quiere llamar un abogado?”.

- “No creo necesitar abogado porque seguramente esto es una confusión. Que mi mujer tenga un amante es una noticia tristísima y totalmente nueva. Puedo saber a quién maté según ella?”

- “Sí, a Claudio Roldán y dice que lo escuchó a usted, hablando con un amigo, decir que ya lo habían enterrado y ahora le tocaba a ella”.

- “Ahora sí estoy seguro del error. Claudio es un amigo, del cual soy cliente y con quien hablé por teléfono hace menos de una hora. Pero no pretendo que crean mi palabra, ya lo llamo nuevamente”.

Marqué y mientras esperaba que me atendiera veo que el policía me hace señas de que él quería hablar.

- “Amigo, estoy en la seccional segunda de la policía, no cortes, te van a hablar”.

Y pasé el aparato al que me interrogaba. Se pusieron de acuerdo y a la media hora quedaba demostrada la inexistencia del asesinato. Por otro lado, como la llamada a la que ella aludía había sido una simulación para que la escuchara, le ofrecí al funcionario el teléfono para que lo analizaran. Después interrogué al que decía ser mi amigo.

- “Según la denuncia de Graciela vos debieras de estar muerto por ser su amante. Que estás vivo no hay dudas, contame algo sobre lo otro”.

- “Hermano te pido perdón, es verdad, pero te juro que me volvió loco, y vos sabés que en ese tema soy débil, lo cual no me exime de cierta culpa”.

- “Una verdadera lástima que esta amistad termine así”.

Cuando me dijeron que podía irme, agradecí la amabilidad y les pedí que me tomaran la denuncia por abandono de hogar. Terminado el trámite regresé a casa, donde me esperaba Claudio.

- “Gracias amigazo, ahora el divorcio podrá hacerse más rápido y puede que logre sacarle algo de plata. Espero que la tarea no te haya supuesto un sacrificio”.

- “De ninguna manera, ojalá todos los favores que me piden fueran así, un verdadero placer”.

El juicio de divorcio fue bastante rápido, y mi participación en los bienes gananciales fue mejor de lo esperado, en parte porque ella se allanó de inmediato a todos los trámites. La amenaza de enviar el video a sus compañeros de trabajo fue efectiva.

El día que tomé conocimiento oficial de la sentencia recibí una llamada, era Andrea.

- “Hola Atilio, me dijo Claudio que te salió la sentencia de divorcio”.

-“Tal cual, esta mañana firme el enterado”.

- “Perfecto, como no quiero que alguien me gane de mano te invito a cenar como inauguración de tu nuevo estado civil”.

- “Encantado, no vemos esta noche”.

Estoy contento, el futuro pinta bueno.

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