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Dos sumisos y un perro

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Recuerdo perfectamente aquel verano, hace un par de años. Estábamos en el chiringuito de la playa tomándonos una cerveza y unos espetos de sardina, y como sin darle importancia, me dijiste:

“Cariño, mañana he quedado con dos sumisos en casa. Quiero usarlos a los dos mientras te convierto a ti en un perro. Además, uno de ellos te va a reemplazar durante 24 horas. Hará todas tus funciones, y será tú mientras uso al otro sumiso y le humillo a él. Mañana, desde que nos despertemos, te vas a convertir en un perro y te vas a comportar como tal. Inutilizaré tus manos, tendrás un plug con cola de perro, máscara de perro y por supuesto irás desnudo, sin otro adorno que tu collar. Comerás en el suelo, harás tus necesidades como un perro y no podrás sino ladrar durante 24 horas. ¿Qué te parece, mi amor?”

No lo esperaba y tuve que pegar un trago largo a mi cerveza para ordenar mis ideas antes de contestarte:

“Claro, preciosa Dómina. Haré siempre todo lo que quieras. Me parece genial tu idea”.

Te reíste y me besaste, comprobando con tu mano que tu comentario había tenido un efecto inmediato debajo de mi bañador. Mirándome a los ojos y apretando mis genitales, dijiste:

“Eres una puta perfecta, Pedro. Pienso humillarte como no te haces una idea. Quiero que tengas claro que será José quién te sustituya durante esas 24 horas, y eso significa que dormirá en nuestra habitación (aunque no en la cama), que limpiará mi pis con su lengua cada vez que vaya al baño, que me despertará lamiendo mis pies y comiéndome el coño, limpiará mi orgasmo cada vez que me corra con él o con el otro sumiso… en fin, todas tus tareas las realizará él durante 24 horas. Lo único que no hará es besarme, ni follar sin condón. Esos privilegios son y serán siempre para ti, preciosa. ¿Estás contenta?”.

Agaché la cabeza en el mismo instante que sentí una especie de bola de fuego subir por mi estómago hasta mi cabeza. Conozco bien esa sensación. Es el calor de la humillación. De la vivida o de la que viene… y en este caso, ni siquiera lo habíamos hablado antes. Te habías ocupado tú misma de organizarlo, y estaba sintiendo el calor de tu excitación organizándolo todo. De hecho, mirándote a los ojos para decirte que estaba muy contento de lo que habías organizado, vi que te mordías los labios. Lo haces siempre que estás excitada, y sin terminar tu cerveza, te bajaste del taburete y me dijiste:

“Te espero en el baño, preciosa. Me he excitado muchísimo pensando en mañana. Tengo ganas de follar contigo. Ahora”.

Y guiñándome un ojo, bajaste las escaleras del chiringuito. Yo pagué apresuradamente y fijándome que nadie se daba cuenta de lo que estábamos haciendo, bajé al baño. Me metí directamente en el baño de mujeres y llamé a la puerta que estaba cerrada. La abriste con la parte de abajo del bikini en la mano, y me la metiste en la boca, diciendo:

“¿Me lo guardas, mi amor? Además quiero asegurarme de que no haces mucho ruido mientras me follas”.

Y sin esperar ni un segundo me agarraste de la oreja y dirigiste mi cabeza a tu coño. Con el bikini aún en la boca, comencé a lamerlo. Estabas mojada. Me vuelve loco ver lo rápido que te excitas. Que nos excitamos. Mientras te comía el coño dijiste:

“¿Has visto las ganas que tengo del plan de mañana, mi amor?. ¿No estás contento?”.

Afirmé con la cabeza sin dejar de darte placer con la lengua y con mis dedos, y escasamente tres minutos después, sentí tu primer orgasmo empaparme la cara por completo. Me dispuse a limpiar tus propios fluidos con mi lengua, como es mi obligación en cada uno de tus orgasmos, pero me ordenaste sentarme en la taza, te subiste encima, de frente a mí y, mientras nos besábamos, agarraste mi ridícula polla y la llevaste a tu interior. Me encantaba sentir tu calor. Tu humedad, y como dándote cuenta de mis pensamientos, apretaste fuerte con tus músculos vaginales, y sentí que ibas a romperme en dos. Comenzaste a cabalgarme mientras me llamabas puta, y nos corrimos en menos de cinco minutos.

Salimos del baño como si no hubiera pasado nada, y nos fuimos directos al mar a darnos un baño. Después estuvimos tomando el sol y a las 6 subimos a la urbanización para descansar en la piscina. En un momento dado, te acercaste a mí para asegurarte que todo estaba claro para el día siguiente.

“Mi chico, quiero que te quede claro que desde que amanezcas mañana, no podrás dirigirme la palabra. Sólo podrás observar y ladrar. Dormirás en el suelo, comerás pienso en un bol de perro, beberás mi pis y estarás con la correa y la máscara de perro durante 24 horas. Cuando quieras hacer pis, te acercas a un rincón que prepararé para ti y, levantando la patita trasera, lo haces. Si quieres hacer otras cositas y tienes el plug, prefiero que intentes aguantar. Si no puedes aguantar, entonces quiero que ladres fuerte y te coloques boca arriba. Esa será la señal para que te quite el plug, pero quiero que sepas que pondré un periódico en el suelo para que hagas tus necesidades, y que no pienso limpiarlo, ni tampoco limpiarte a ti… así que tú sabrás. Te recomiendo que hoy no cenes, y que te apliques un Micralax para quedarte limpito y no pasar por ese mal trago de estar con el culo sucio durante horas”

Te contesté que a partir de ese momento solo tomaría líquidos, y que tenía varios micralax en el neceser, y que haría eso para no pasar por la humillación de estar manchado durante horas, mientras tú disfrutabas de mi sustituto y del juguete. Al dejar ese punto claro, quisiste ahondar en el resto del día:

“Mi amor. Se te van a hacer muy largas las 24 horas, porque apenas voy a mirarte. Sé que estás y que estarás bien, así que no te preocupes. Querré que estés en la misma habitación que yo siempre, pero especialmente cuando esté follando que, por otro lado… va a ser casi todo el rato. Ja, ja, ja, ja.”

Nos reímos y te dije que tenía muchas ganas de sentirme humillado para ti, pero en ese momento no era plenamente consciente de lo abajo que tenías pensado llevarme. Al subir de la piscina, nos duchamos juntos, fuimos a dar un paseo y después de ver una película nos metimos en la cama. Nada más entrar en ella, completamente desnudo, como ordenas que lo haga siempre, me miraste y me dijiste:

“Pedro, tengo muchas ganas de lo de mañana, pero ten claro que en el momento en el que no puedas más, es tu responsabilidad pararlo. Te voy a hacer sentir una mierda, y pienso estar follando con ambos constantemente. 24 horas dan para mucho, cariño. Lo deseo muchísimo, pero tú eres lo más importante de mi vida y no quiero que te rompas, así que está en tu mano pararlo si no eres capaz. ¿Está claro, verdad?”

Te dije que sí. Que no te preocuparas por mí y que te concentraras en disfrutar de mi sustituto y del nadie, que yo siempre estaría allí para ti. Para todo. Nos quedamos dormidos enseguida, y por la mañana, la ansiedad me despertó a las 6:30 de la mañana. No paraba de dar vueltas en la cama. Estaba excitado y dándole vueltas a lo que iba a suceder. No sabía quién era el sumiso nuevo al que querías usar, pero sí conocía bastante bien a José. Te lo habías follado varias veces, y desde el primer día no se había cortado en expresar las ganas que tenía de estar en mi lugar… y hoy le ibas a conceder ese privilegio durante 24 horas, mientras yo era testigo de todo.

Tengo ordenado no salir de la cama sin despertarte como es debido, pero tampoco puedo hacerlo muy pronto, porque te gusta dormir, así que me quedé con el móvil hasta que sentí que tus movimientos eran cada vez más frecuentes. Me acerqué a darte un beso, y preguntándome qué hora era, me lo devolviste quedándote dormida casi instantáneamente. Me moría de amor viéndote dormir, con los pelos alborotados y ese cuerpo que me vuelve loco y del que dos sumisos estaban a punto de disfrutar. Estabas tan dormida, que no te habías dado cuenta, pero como impulsada por un resorte, te giraste y me empujaste fuera de la cama.

“Perro sarnoso. ¿Qué haces intentando besarme? Sal de mi cama y a cuatro patas quiero que vayas hasta el baúl de los juguetes que está en el armario de la entrada. Te quedas esperando allí hasta que yo llegue”

Lo había olvidado. Estaba nervioso y quería besarte por última vez en 24 horas. Pero después de ese beso fugaz, te habías dado cuenta y me habías tratado como lo que era. Tu perro. Estuviste en la cama desperezándote un buen rato. Entonces, mientras esperaba a cuatro patas mirando de frente al baúl de los juguetes, escuché tu voz:

“Hola José, buenos días. Pues sí, mira tú. No suelo madrugar tanto, pero por algún motivo que no puedo entender, hoy me he despertado pronto. Jajajajaja. ¿En serio? Bueno, solo espero que hayas dormido lo suficiente como para estar a la altura de mis necesidades. Vale, vale… tú sabrás, pero te adelanto que no quiero excusas. Oye por cierto, recuerda que tienes que ir a por el nadie al centro comercial Plaza Mayor. Justo, el que está al lado del aeropuerto. Se llama Luis, y te esperará sentado en la terraza del Burger King. Ya sé que a las 10 de la mañana estará cerrado, bobo… pero no te preocupes, que no serán hamburguesas lo que va a comer. No te retrases. A las 11 hemos quedado, y no me gusta la impuntualidad. Vale, venga… te veo en un rato. Ciao”

Noté perfectamente que habías elevado el tono para que pudiera escucharlo todo, pero no me moví de mi posición. Me quedé a cuatro patas y delante del baúl, hasta que sentí tus pequeños y bonitos pies arrastrarse por el suelo del salón hasta llegar a mi altura. Me acariciaste la cabeza y dijiste:

“Buen perro”.

Y sin otro comentario ni caricia, te agachaste y empezaste a hurgar en el baúl. Fuiste sacando cosas. Un arnés con dildo, film, una cadena con pinzas, plugs de distintos tamaños, una jaula de castidad para mi pollita, dos mordazas (una de ellas con dildo), dos máscaras negras de látex, mi máscara de perro, mi plug con cola, tres collares, el bol de perro y un montón de cosas. Yo miraba sin decir nada, ya que me lo habías prohibido expresamente.

Cuando habías sacado suficientes cosas señalaste con una mano el suelo, y yo me coloqué de frente a ti, mirando al suelo. Sin una palabra me colocaste el collar. Luego giraste sobre mi cuerpo y escupiste varias veces en mi culo. Con un par de movimientos clavaste el plug con cola de perro dentro de mí. Yo aguanté el suspiro. No quería darte el placer de que supieras que me había dolido, así que apreté los dientes y aguanté. Inmediatamente después me ordenaste que me tumbara en el suelo, de espaldas y con las patitas en alto, y fue lo que hice inmediatamente.

Con cinta americana convertiste mis manos en dos muñones completamente inservibles. Me ordenaste cerrar los puños, y los envolviste con cinta americana. Dejaste mis pies como estaban, pues sabías que poco o ningún uso le daría a los mismos, y nada más terminar me miraste con una mordaza de bola en la mano. Levanté el cuello y la colocaste en mi boca. Al hacerlo volviste a acariciarme la espalda, pero no dijiste nada. Buscaste la máscara de perro y la ataste en mi cabeza, asegurándote de que los nudos fueran firmes y no podían soltarse. Colocaste la jaula de castidad en mi pollita y finalmente buscaste la cadena y la ataste a la argolla del collar. En el otro extremo, la agarraste con tu mano y comenzaste a moverte en dirección a nuestra habitación. Al llegar allí, ataste el extremo al pomo de la puerta y te pusiste a hacer la cama.

Estuviste organizando la casa unos 20 minutos y te metiste en la ducha. Yo seguía allí, con la correa impidiéndome salir de un radio de escasamente un metro, y escuchándote cantar en la ducha. Estabas contenta, y yo también. Al rato dejé de escuchar el grifo del agua y te vi acercarte al armario, ponerte un tanga negro de encaje, unos pantalones cortos y unas sandalias de tacón. Arriba te pusiste un top sin sujetador. Sin mirarme volviste al baño, te maquillaste, te pintaste los ojos y finalmente, antes de pintarte los labios, me miraste. Nos quedamos mirando un instante, pero giraste el cuello y terminaste de perfilar tu bonita boca con el pintalabios rojo. Mi favorito.

No pasaron ni diez minutos y se escuchó el timbre del portal. Cogiendo la correa, te acercaste al telefonillo, y yo detrás de ti. Te escuché decir:

“¿Quién es? Anda, pero si tengo dos regalitos. Subid, subid… estaba esperándoos”

Volviste a mirarme, y en esta ocasión sí acariciaste mi pelo y mis hombros, y escuché un ahogado “Te quiero” al que yo respondí con un ladrido. Nada más terminar de ladrar escuché ruido en el descansillo. Ni siquiera esperaste a que llamaran al timbre de casa. Abriste la puerta y te encontraste a José, que sin pensárselo dos veces te dio dos sonoros besos mientras apoyaba su mano en tu cintura. Tu le respondiste pegándole mucho a él, y haciéndole sentir tus ganas, pero inmediatamente después, tus ojos se fijaron en el juguete que te había traído José.

“Anda. ¿Qué tenemos aquí? Tú debes ser Luis, ¿verdad?. José me ha hablado mucho de ti, y veo que se quedó corto cuando te describió físicamente. Mmm. Me gusta el juguetito que me has traído José, aunque no sé si sabes bien lo que acabas de hacer”

Te reíste y cerraste la puerta con llave. Mirándolos a los dos, les dijiste que se sentaran en el sofá, que tenías que estar segura de que todo estaba claro antes de que “aquello se destrontrolara”, así que después de preguntarles qué querían de beber, fuiste a la cocina a por ello. En ese momento se hizo un incómodo silencio. Ambos me miraban sin decir nada. Entonces -como yo esperaba- fué José quién se dirigió a Luis y le dijo:

“Esta es la puta de Laila. Es su sumiso picha corta y engreído al que tengo muchas ganas de humillar otra vez, pero esta vez no seré un suplente. Esta vez yo seré el titular, y él solo será un perro. Imagino que nos lo contará ahora, pero lo hemos estado preparando hace tiempo y durante las próximas 24 horas le convertirá en un perro a todos los efectos”.

Luis me miró y no dijo nada. José, sin embargo, tenía un brillo chulesco en la mirada, y sentí cómo apretaba mi mandíbula mientras una bola de fuego recorría mi estómago. Entonces llegaste tú, serviste el agua a tus invitados y te sentaste enfrente de ellos, junto a mí. Agarraste la correa y la acortaste, de modo que mantuve mi cabeza pegada a tus piernas. Sin dejar siquiera que los dos sumisos terminaran sus bebidas, dijiste:

“Lo primero de todo quiero que os quede claro qué podéis y qué no podéis hacer. Aquí soy yo la que manda y vosotros dos obedeceréis sin dudar todo lo que os ordene. A la mínima señal de desobediencia os vais a casa. Me da igual que falle uno o el otro. Si alguno de los dos se extralimita, os vais los dos por donde habéis venido.”

“Lo segundo y más importante de todo. Este que veis aquí ataviado como un perro, es mi sumiso Pedro. Él es la persona más importante de mi vida, y está deseando ser humillado mientras disfruto de vosotros. Si alguno se extralimita con él, se va a la calle y no vuelve a saber de mí”.

“A partir de aquí, tengo pensado disfrutar mucho de vosotros dos, y ya sabéis de qué forma. Hasta mañana por la mañana, José reemplazará a mi sumiso. Él será la persona que reemplazará a Pedro en todas sus obligaciones. Ya las conoces, así que no voy a perder el tiempo recordándolas… pero más te vale cumplir, o sentirás mi ira en tu cuerpo, y te aseguro que eso no te va a gustar”.

“Luis, tú serás mi juguete. José ha sido nuestro juguete en muchas ocasiones, y principalmente lo que hago con los juguetes es follármelos y disfrutar de ellos. También os haré interactuar entre vosotros. Entre mi sumiso (que temporalmente será José) y tú. En ese sentido espero obediencia absoluta por ambas partes”.

“José, hay una sorpresa que no te he contado, pero que te voy a contar ahora. Así como sabes que la pollita de mi sumiso me pertenece y solo yo puedo tocarla, contigo de suplente no va a ocurrir igual, así que no solo serás receptor, sino también emisor. No sé si me explico. Jajajajajaja.”

Ambos se quedaron callados o afirmando. A José se le nubló la mirada, pues siempre ha manifestado sin ningún rubor que lo que le gusta es follar contigo y humillarme a mí. Yo sonreía dentro de lo que me permitía la mordaza que me habías colocado, porque sabía bien lo que tenías en mente.

Volviste a preguntarles si había alguna duda o alguna pregunta que pudieran tener, les pediste las dos cajas de condones que les habías pedido comprar y las dejaste encima de la mesa del salón. Entonces, para sorpresa de ambos, te pusiste de pie y le pusiste un pañuelo en los ojos a José. Sobre el pañuelo, colocaste la máscara de látex. Cuando le tuviste así le pediste a Luis que le desnudara, pero no podía usar las manos. Debía desnudarle con los dientes.

Yo miraba e imaginaba la cara de José mientras Luis le quitaba la ropa con los dientes. Mientras tanto, ibas desnudando a Luis, y de forma intencionada, exclamaste:

“¡Vaya, vaya! Te lo había pedido dotado, José. Pero esto es un espectáculo. Qué bien nos lo vamos a pasar todos hoy”.

Yo te miraba mientras escuchaba a José exclamar un “Sí, Señora. Me alegro” que apenas le salía del cuello. Con Luis totalmente desnudo y mientras terminaba de quitarle la camiseta a José, te levantaste y colocaste un dildo con ventosa en el suelo. Después apartaste suavemente a Luis y agarraste a José de la mano, diciéndole:

“¿Vienes conmigo, José? ¿Quieres jugar y ser obediente para mí?”.

José contestó que sí, que lo estaba deseando. Que llevaba esperando ese momento desde hacía meses. Y entonces te reiste y besaste su cuello diciendo:

“Eres tan riquiño… siempre con tantas ganas de complacerme”.

Y entonces, cogiendo su mano, la llevaste a tu entrepierna. José palpó brevemente tu humedad a través del tanga y dijo:

“Mmmm… Me encanta sentirla tan excitada, Señora. Estoy deseando disfrutarlo”.

Y sin más, le agarraste del pelo y le diste un sonoro bofetón. Luego otro. Y otro. Y otro. Y al rato, le preguntaste cuántos bofetones le habías dado. José, todavía incrédulo, pues con el pañuelo y la máscara no esperaba esa situación, dijo que no los había contado, así que le dijiste:

“No te preocupes, José. Nadie nace aprendido. Pero ahora te vas a sentar en el suelo, vas a meterte este dildo con ventosa que está pegado al gres y cuando lo tengas bien dentro, voy a inmovilizarte por completo. Así aprenderás a estar atento, y entenderás que ser mi sumiso no es tan sencillo como crees”.

Le escupiste en la cara y José, palpando el dildo, lo fue acomodando dentro de su culo. Le costó bastante tiempo, y cuando lo hizo te abalanzaste sobre las cuerdas negras para dejarle completamente inmovilizado e insertado por el dildo mediano, que ahora tenía dentro de su cuerpo.

Tal y como estaba, con los ojos tapados y la máscara de látex, completamente desnudo, insertado por el dildo e inmovilizado, volviste a pegarle un bofetón y le dijiste:

“Ahora vas a sentir bien lo que significa ser humillado, zorra barata”.

Y sin decir una palabra te quedaste de pie y, mirando a Luis le dijiste:

“Ven guapo. Desnúdame. Quiero que me comas el coño, y después pienso follar contigo hasta que no pueda ni respirar”.

Luis se acercó a ti y te desnudó con cuidado. Se acercó e intentó besarte, pero le pusiste una mano en los labios y le dijiste que no volverías a advertirle dónde estaban los límites. Sentándote en el sofá, cerca de donde estaba José, abriste las piernas y dijiste:

“Ven Luis. Come. Dame placer”

Luis no dudó en meter su cabeza entre tus piernas. Yo te escuchaba gemir e interpreté rápidamente que era un buen comedor de coño, lo que me alegró. Tus gemidos eran cada vez más cortos e intensos. Tu respiración cada vez más acelerada. José no se movía, y yo observaba disfrutando de tu placer. Entonces me miraste. Fue una mirada fugaz. Distinta a la mirada que me dedicas cuando estás disfrutando de otro y yo mantengo mi posición. Fue casi una mirada para dedicarme tu orgasmo, porque inmediatamente agarraste con ambas manos la cabeza de Luis y mientras te restregabas contra su cara, tuviste el primer orgasmo del día. Un orgasmo largo, intenso… maravilloso.

Después de correrte le pediste a Luis que limpiara tus fluidos de las piernas, coño, culo, sofá e incluso del suelo, pues habías tenido un pequeño squirt. Mientras Luis lamía con la lengua, le dijiste:

“Verás, Luis. Este privilegio de limpiar mi corrida suele corresponderle a mi sumiso. Hoy debería ser José quién limpie cada uno de mis orgasmos… pero está ocupado en esa esquina, así que lame sin excitarme. Lame para limpiarme, y cuando termines, acércate a la mesa, te pones un condón y te quedas de pie aquí cerquita, ¿vale?”

Luis afirmó con la cabeza mientras seguía limpiándote y, cuando consideró que ya estaba todo a tu gusto, se acercó a la mesa a por un condón. Estaba empalmado y se lo puso inmediatamente, mientras le pedías que se acercara a ti. Él se acercó y tú, dijiste en alto:

“Vamos a ver si me cabe en la boca. Es enorme. Mmmmm…”

Empezaste a hacer todo tipo de ruidos. Te conozco bien. Te he visto comer muchas pollas y no sueles hacerlo así, pero tenía claro cuál era tu objetivo. Querías humillar a José y hacerle sentir lo mucho que estabas disfrutando de Luis. Después de un buen rato comiéndole la polla y extralimitándote en los ruiditos, le pediste a Luis que se sentara en el sofá. Te colocaste dándole la espalda, mientras con tu mano derecha metías su potente miembro dentro de ti. Pude observar perfectamente cómo abrías la boca a la vez que su polla entraba en ti.

“Ohhhhh. Joder. Síii. Me encanta. Mmmm. Así, hasta el fondo. Pienso cabalgarte hasta correrme varias veces. No se te ocurra correrte sin mi permiso, zorra”.

Y comenzaste a follárselo. Subías y bajabas sobre su polla lentamente, disfrutando de cada centímetro, mientras contenías la respiración. Después de un buen rato cabalgándotelo lento, aumentaste el ritmo. Pusiste tus manos en sus rodillas y dándote impulso te lo follabas asegurándote de sentir intensamente cada vez que su polla llegaba al fondo de ti.

Con una seña me dijiste que me acercara. No veía bien con la máscara de perro, me costaba respirar con la mordaza puesta y sentía el plug de cola de zorra dentro de mi culo, pero a pesar de eso me hiciste apoyar la cabeza entre tus piernas. Te gusta hacerlo para que sientas el ritmo de tus cabalgadas y la intensidad del polvo que le estabas echando a Luis. Sin dejar de subir y bajar de su polla, tus gemidos iban aumentando de intensidad. Me sujetaste la cabeza y la colocaste a escasos centímetros de la enorme polla de Luis. Veía perfectamente como sus más de 20cm desaparecían dentro de ti. Podía oler perfectamente tu sexo, y también el látex del condón de Luis. Entonces tu ritmo aumentó vertiginosamente. Tu respiración y el volumen de tus gemidos también lo hicieron, y supe que tu segundo orgasmo estaba muy cerca. Agarraste fuerte mi cabeza entre tu coño y la polla de Luis, y te corriste.

No le habías dado permiso a Luis para correrse, y había cumplido como un campeón. Entonces, parando, levantaste tus caderas y su polla dura salió de tu interior. Sin mirarle, dijiste en alto:

“José. ¿Te apetece limpiar el orgasmo que acaba de darme Luis? ¿Te gustaría empezar a disfrutar de privilegios como si fueras mi sumiso, guapito?”.

Luis contestó que te encantaría, y le ordenaste a Luis que le desatara. Cuando lo hizo, José se levantó y con el dildo aún dentro de su culo se acercó a cuatro patas hasta quedarse lamiendo tus pies. Sonreíste y le dijiste:

“¿Tienes ganas, cachorrito? ¿Tienes ganas de limpiar el coño de tu Señora? Ven, zorra. Tienes permiso para limpiarme con mi lengua. Sabes cómo hacerlo porque has visto como lo hace Pedro cuando es contigo con quién disfruto, así que procura que me quede satisfecha con tu nueva obligación”.

José no dudó y subió hasta tu coño. Empezó a lamer y a limpiar con la lengua tu humedad. Estabas empapada. Yo podía ver perfectamente cómo te chorreaban las piernas hasta la rodilla y supe que habías disfrutado muchísimo follándote a Luis. Entonces, mientras José cumplía con su obligación, le dijiste a Luis.

“Luis, guapo. Quítale el dildo a José y fóllatelo mientras me limpia. Puedes correrte cuando quieras, pero me gustaría que estuvieras un buen rato sodomizándole. Lo harás por mí, ¿verdad?”.

Nada más escuchar esto, José levantó la cabeza desconcertado, y rápidamente le dijiste:

“¿No te perece bien, puta? ¿Preferirías follar conmigo? Lo que pasa es que se te olvida que aquí soy yo quien da las órdenes, y te voy a hacer sentir lo que siente mi sumiso cuando juego contigo. Siempre has dicho que te gustaría ser mi sumiso, ¿verdad? Que querías estar en la situación de Pedro. Pues ahora lo vas a estar, descuida”.

Y sin decir nada miraste a Luis, que entendió perfectamente lo que tenía que hacer. Retiró cuidadosamente el dildo del culo de José y se acercó por detrás. Con calma apoyó su enorme polla en la entrada de José que, cuando sintió los primeros centímetros de la gruesa polla de Luis entrar, se quedó quieto y tenso.

Te reíste y dijiste:

“José. Que los árboles no te impidan ver el bosque. Tienes una orden que cumplir y sentir la polla de Luis te está haciendo incumplirla. Vuelve a limpiarme o te irás ahora mismo a tu casa”.

Sin perder un segundo continuó con su labor mientras Luis seguía haciendo entrar su polla en su culo. Entonces sentiste que había llegado al fondo y mirándole, sonreíste. Como respuesta, Luis comenzó a mover sus caderas despacio… entrando y saliendo del culo de José. Me miraste y apuntaste a tus caderas, dejándome claro que querías que estuviera a tu lado. Me acerqué y restregué mi cabeza contra ti en señal de cariño y amor por ti. Con una mano acariciaste mi cabeza y dijiste:

“Buena perra. No sabes cómo te echo de menos ahí abajo”.

Sonreí por dentro y entonces le dijiste a José:

“José, tienes permiso para dejar de limpiar y comerme el coño. Tengo ganas de correrme en tu cara”.

José, que seguía con el pañuelo en sus ojos y la máscara de látex encima, comenzó a comerte el coño. En ese momento echaste tu cabeza para atrás y suspiraste:

“Ohhhh… sí… vamos puta. Hazme disfrutar como tú sabes. Demuéstrale a mi perro que eres un buen comedor de coños. Y tú, Luis. Quiero que aguantes hasta que me corra. Y cuando me esté corriendo quiero que te corras dentro de José. Vamos chicos… vamos a disfrutar”.

Y Luis intensificó sus embestidas. Y José aceleró su ritmo y su lengua jugaba en círculo en tu clítoris a la vez que sus dedos entraban y salían de tu coño, como yo mismo le había enseñado a hacer las primeras veces que fue nuestro juguete. Se notaba que tenía prisa por provocarte el orgasmo y hacer que Luis terminara de follárselo. Pero yo sabía perfectamente que eras capaz de correrte en 5 segundos o en 25 minutos si era lo que querías, así que supuse que, por mucho empeño que tuviera, se lo harías desear un poco más.

Yo miraba tus ojos, miraba después cómo José se empeñaba en darte placer y cómo tu bonito coño reaccionaba empapándole la cara completamente. A la vez veía la cara de placer contenido de Luis, al que se le estaba haciendo difícil aguantar sin correrse por toda la excitación acumulada. Entonces, ladré. Ladré y comencé a dar vueltas sobre mí mismo. Quería contribuir a tu excitación, y mirándome, con la boca abierta y tu respiración muy comprometida, dijiste:

“Eres perfecta, perra. Chicos, cuando mi perra ladre la décima vez, quiero un coro de gemidos y orgasmos. Empieza, perra”.

Y comencé a ladrar:

“Guau, guau, guau, guau, guau…”

Me interrumpiste para decir:

“Más alto perra. Hazme sentir orgullosa de mi perrita. Ladra para mí”.

Y ladré fuerte. Como un perro orgulloso. Como un perro feliz. Y al llegar al décimo ladrido, escuché tus intensos gemidos que fueron sofocados por los gritos guturales de Luis, descargando en el culo de José. Todo el salón se convirtió en una especie de película porno casera. Tu cuello hacia atrás, mientras con tu mano derecha frotabas rápidamente tu clítoris, haciendo que un generoso squirt dejara la cara y la cabeza de José completamente empapada. A la vez, las intensas embestidas de Luis mientras llenaba el condón con su sémen.

Y un rato después, el silencio… las respiraciones agitadas. Yo estaba excitado, pero mi pequeña polla no podía luchar con el metal de la jaula de castidad. Al estar desnudo sentí que un grueso y denso hilo de líquido preseminal llegaba hasta el suelo. Sentí ganas de lamerlo para complacerte, pero la mordaza no me lo permitía. No obstante, arrastré mi cara con la máscara de perro por el suelo. Al verlo y mientras le ordenabas a José limpiar tu corrida, me dijiste:

“Eres adorable, perrito. Ven aquí, que voy a quitarte la mordaza. Debes tener hambre y sed”.

Me acerqué a ti. Al hacerlo pude ver cómo José seguía trabajando con su lengua en tu coño, en tu culo… en tu bonito cuerpo. Me dedicó una sonrisa de superioridad que me llenó de rabia e impotencia. Me dieron ganas de machacarle la cabeza, pero enseguida agarraste mi collar y me llevaste a tu lado, diciendo:

“Perrito. Tú eres lo más importante de mi vida. Eres tú quién les permite a estos dos disfrutar de mí. No se te olvide… y baja esa mirada de furia o te castigaré hasta arrancarte la piel”.

Te miré y agaché la mirada. Justo en ese momento me quitaste la máscara de perro, para poder retirarme la mordaza. Al hacerlo cayeron por mi barbilla mis babas. Las recogiste con tu mano y la pasaste por toda mi cara. Me diste un tortazo y con mirada firme, dijiste:

“Si no puedes, sabes que hay una seña para pararlo todo. Pero acabamos de empezar. Quiero que estés a la altura, perro. No me falles y guarda tu orgullo, zorra”.

Sin decir nada, volviste a colocar la máscara de perro y me pediste que fuera a por el bol metálico que estaba en la cocina. A cuatro patas, como el perro en el que me habías convertido, me dirigí a la cocina pensando si podría aguantar. Miré el reloj de la cocina. Todavía no era ni la una del mediodía. Eso significaba que apenas habían pasado dos horas desde que todo había empezado. Suspiré y pensé en las ganas que tenías de esas 24h. Me preparé mentalmente y recordé que siempre dices que soy la mejor puta que has tenido jamás. Estaba dispuesto a no fallar. Quería hacerte disfrutar y después de intentar coger el bol con los dientes y no poder, comencé a arrastrarlo con el hocico hasta el salón.

Al llegar al salón me encontré con una escena completamente diferente a la que había dejado un par de minutos antes. Tú estabas desnuda en el sofá, bebiendo agua. Mientras tanto, Luis estaba siendo follado por José, al que imaginaba que le habías concedido su premio por haber sido sodomizado por Luis. José empujaba violentamente y los gemidos de dolor de Luis inundaban toda la habitación. Casi sin mirarles, sonreíste al verme aparecer en el salón empujando el bol con mi boca.

“Esa es mi chica. Veo algo distinto en tus ojos. Gracias mi amor. Ven, ponte aquí, a mis pies. Túmbate”.

Y dejando el bol cerca de ti, me tumbé con mi cabeza pegada a tus bonitos pies. Echaste algo de agua en el bol y después escupiste dentro. Al hacerlo me miraste y dijiste:

“Bebe, perro. Bebe y disfruta del espectáculo”.

Y echándote para atrás en el sofá, te quedaste mirando cómo José le rompía el culo a Luis. Yo bebí algo de agua con tu escupitajo y me tumbé en dirección a los dos sumisos. Pasado un rato escuché tus gemidos y al girar el cuello vi que estabas masturbándote. Me generó muchísima frustración no poder comerte el coño en ese momento, pero probé con algo que no estaba entre las cosas que me habías prohibido. Giré mi cabeza y comencé a lamer tus pies con mi lengua. No pareció molestarte, porque no dijiste nada y seguiste masturbándote hasta que José se corrió. Entonces aceleraste el ritmo de tus dedos y te corriste tú también. Al hacerlo, le pediste a José que limpiase tu corrida, y a Luis le indicaste que fuera al baúl y te acercara una pala con nuestros nombres y también una fusta de color negro.

Mientras José se esmeraba en limpiarte, Luis llegó con la pala y la fusta. Entonces, me retiraste de tu lado con una patada y me obligaste a ponerme a cuatro patas con la cabeza apoyada contra el suelo. Le diste a Luis la fusta y cogiendo la pala, exclamaste:

“Este perro ha desobedecido una orden directa. Quiero que le pegues con la fusta las mismas veces que lo haga yo con la pala, pero en el lado opuesto al que golpee yo. ¿Está claro?”

Luis contestó con un “Sí Señora”, y yo apreté los dientes cuando sentí el primer palazo en mi culo. Inmediatamente después sentí el fustazo de Luis. Pero era su primera experiencia azotando, y me golpeó con la vara de la fusta, haciéndome temblar de dolor. Tú no dijiste nada, y toda tu respuesta fue otro fuerte palazo exactamente en el mismo sitio en el que golpeaste la primera vez. Luis repitió movimiento, mientras yo apretaba los dientes y trataba de relajarme. Pero no podía. Tus azotes eran cada vez más violentos, y también lo estaban siendo los fustazos de Luis. Yo daba las gracias con cada golpe, y apretaba los dientes tratando de no gemir de dolor (no te gusta, me lo has dicho muchas veces).

Además, mientras me estabas pegando podía ver de reojo como José seguía con la cabeza entre tus piernas, y supe a ciencia cierta que te habías excitado al pegarme y que seguías mojándote. Estuvisteis un buen rato azotándome y de pronto le dijiste a José que podía levantarse y que se acercara con Luis. Les pediste que se pusieran un collar cada uno (de hecho les pediste que cada uno se lo pusiera al otro), y que, desnudos como estaban, fueran a la cocina para preparar algo de comer. Estabas hambrienta.

Nos quedamos solos y acariciaste con ternura mis marcas en la espalda, piernas y glúteos. Estaba llorando de dolor, pero no quería que lo notaras. Sin embargo, mientras me acariciabas las heridas, dijiste:

“Si sigues llorando me voy a excitar y voy a follarme a uno de estos dos, así que procura contenerte, perra desobediente. Espero que en lo que te queda de vida de perra full-time aprendas a obedecer a tu Dueña. O puedes estar seguro que esto que has sentido ahora serán cosquillas comparado con lo que pienso hacer contigo. Te quiero, pero no voy a consentir que me desobedezcas. Menos aún delante de ningún sumiso. ¿Está claro, verdad?”.

Ladré para que supieras que había entendido el mensaje, y acariciando mi cabeza me dijiste que me tumbara en el suelo a tus pies. Incluso me diste permiso para dormir si estaba cansado. Te giraste para coger el teléfono y estuviste un rato con él, sin prestarme atención así que, quizás por aburrimiento o quizás por cansancio, me debí quedar dormido.

No pasó mucho rato cuando escuché el ruido de cubiertos. Estabas comiendo en la mesa del salón. En el suelo, de rodillas y desnudos estaban José y Luis. Ibas poniendo comida en tus pies, y ellos se lo comían directamente de tus pies. Al verlo sentí una punzada de envidia. Me sentí humillado. Esos eran mis pies, y nosotros comíamos muchas veces así. Me di cuenta que cada uno estaba comiendo de uno de tus pies, y que tenías una cadena corta que unía ambos collares, de modo que no podían comer a la vez, y siempre tenía que ceder uno de ellos. Normalmente colocabas la comida en uno de los pies, de forma que era el sumiso de ese pie el que comía, y el otro el que se acercaba… pero de vez en cuando ponías comida en tus dos pies a la vez, y había un momento de lucha entre ambos sumisos. Ambos querían comer de tus pies antes que el otro. Tú te reías viéndoles luchar, y les dijiste que te encantaba ver sus ganas y su ansiedad por comer a tus pies. Que te hacía sentir bien tener a dos sumisos a tus órdenes.

Me miraste y te diste cuenta que estaba despierto. Entonces te levantaste y te acercaste a mi lado. Colocándote en cuclillas y enseñándome tu precioso coño, colocaste el bol debajo de ti y measte dentro, llenándolo casi por completo. Sin decir nada te levantaste a la cocina y cogiste un saquito pequeño de pienso de perro que habíamos comprado un par de días antes. Echaste el pienso en el mismo bol y empujándolo despacio con el pie, lo colocaste al lado de mis patas delanteras y dijiste:

“Come perra. Tienes que estar activo para que no te quedes dormida”.

Volviste a la mesa y seguiste comiendo, hasta que les pediste a los sumisos que fueran a la cocina a cuatro patas y trajeran la tarrina de helado que ellos mismos habían traído esa mañana. Les pediste helado de chocolate, y por supuesto lo trajeron. Liberaste la cadena que les unía y les ordenaste recoger la mesa y la cocina, así que desaparecieron durante un buen rato, dejándonos solos en el salón.

Yo comía y bebía del bol y te miraba de vez en cuando. Pero no me prestabas atención. Estabas mirando el teléfono mientras tomabas tu helado de chocolate preferido. Te conozco bien, y hubiera apostado a que estabas leyendo tus notitas en Google Keep. Siempre que tienes una situación que llevas deseando durante mucho tiempo intentas dejar escritas notas con cosas que quieres hacer, porque siempre dices que luego, con la emoción y con la excitación, se te olvidan y te da mucha rabia.

Me acerqué a ti con ojos de perrito pochón, pero no me miraste. Y al rato, te escuché:

“Perro, vete a la habitación y trae unas mallas negras y un top. Llevo horas desnuda y quiero descansar un poco”.

Sin dudarlo, me dirigí a cuatro patas a la habitación y con la boca cogí unas mallas negras y un top rojo que te sentaba increíble. Te lo coloqué en el regazo y no me diste ni las gracias. Me tumbé a tus pies y apoyé mi cabeza sobre ellos, pero me diste una patada suave en la cara y dijiste:

“Vete, chucho. No me molestes”.

Ladré y girando 360º sobre mí, me dirigí a la otra esquina del salón, justo debajo de la ventana, en una esquina soleada. Me coloqué de medio lado y volví a quedarme adormilado, pero al rato sentí que Luis y José entraban en el salón comentando lo buena que estás y lo bien que follas. Creo que lo hicieron a posta, porque incluso subieron algo el tono cuando me vieron allí tumbado. José me miró y sonrió. Yo, sin embargo… agaché la mirada y cerré los ojos. No podía decir que no me hubieras avisado, pero aún eran las 4 y media de la tarde y sentía que esas 24h se me iban a hacer muy largas. Sin embargo, estaba dispuesto a entregarte mi humillación para que disfrutaras de ella (y también de los dos sumisos).

Cuando viste entrar a los sumisos en la habitación, les pediste que se acercaran. Me mirabas y les mirabas a ellos dos. Ellos de pie, desnudos, a un metro escaso del sofá en el que estabas tumbada, ya vestida con las mallas negras y el top rojo que te había bajado hacía unos minutos. Yo tumbado en el suelo. Entonces me di cuenta que tu mirada quería decirme una especie de “esto de lo dedico”, y estiré un poco el cuello, mirando hacia donde estábais y tratando de escuchar bien lo que les decías.

“Quiero dormir una siesta. Nos quedan muchas horas por delante, pero quiero descansar un rato. Salid a la piscina o bajad al salón de juegos. Haced lo que queráis, pero no quiero veros en el salón. Quiero estar aquí tranquila, con la tele puesta y mi chucho a mis pies. Dentro de 1h30 minutos quiero que entréis en el salón. José, deseo que me despiertes como sabes que hace mi puta cada día. Luis, mientras tanto quiero que te quedes de rodillas a su lado. Sin decir ni hacer nada. ¿Está claro, chicos?”.

Ambos contestaron que sí y salieron por la puerta del salón para tumbarse en la piscina. Escuché los chapuzones y pude ver cómo se tumbaban desnudos al sol, simplemente con el collar que les habías puesto. Imaginé que me dirías que me acercara, pero no lo hiciste. Te colocaste de medio lado, encendiste la tele y cerraste los ojos. Yo hice lo mismo y ambos nos quedamos dormidos. Me hubiera gustado dormir pegado a ti, besándote… acariciando tu pelo y diciéndote mil te quieros, pero los perros no hablan. Me lo habías repetido varias veces en las últimas horas, así que no hice nada y me quedé dormido soñando contigo.

Pasado un buen rato (supuse que a la hora acordada) sentí ruido a mi alrededor y pude comprobar medio dormido que José estaba lamiendo tus pies, arrodillado frente al sofá. Estuvo más de 20 minutos tratando de que te despertaras, pero dormías profundamente. Entonces te moviste un poco en el sofá y te sentaste, arrastrando tu coño hacia el extremo del sofá, en una clara invitación para que te diera placer. Sin embargo, cuando se acercó con su lengua hacia tu precioso coño depilado, le agarraste la cabeza y le dijiste.

“Dime José, ¿te apetece una mamada antes de comerme el coño o después?”

José te dijo que no sabía, que le daba igual, pero tú, con fuego en la mirada, le dijiste:

“Sabes que cuando hago una pregunta concreta, exijo una respuesta concreta. Si no sabes hacerlo, le haré la pregunta a Luis”.

Entonces, José contestó que prefería la mamada antes de comerte el coño, y tú, sonriendo y agarrando su polla que empezaba a coger tamaño, exclamaste:

“Mucho mejor. ¿Ves qué fácil son las cosas cuando te las recuerdan? Te lo digo porque a partir de ahora no voy a repetir la pregunta, ni a exigirte una respuesta clara. Si no lo haces, tengo aquí otro sumiso que seguro que aprende rápido. ¿Verdad, Luis?”

Luis contestó con un escueto “Sí, Señora” mientras tu estabas masturbando a José. José permanecía de pie al lado del sofá, y tú le estabas masturbando con la mano derecha. Entonces, mirando a Luis, exclamaste:

“José, nuestro invitado se está aburriendo. ¿Qué te parece si mientras yo te masturbo a ti tú haces lo mismo con él?”.

José te miró y dudando un segundo comenzó a masturbar a Luis. Se escuchaban los gemidos de ambos al ritmo de tus sacudidas y de las de Luis, y entonces, riendo, comentaste:

“Poneros de pie, uno frente al otro. Quiero que cada uno le haga una paja al otro. Y vamos a hacer un concurso. El que se corra primero pierde. El que aguante follará conmigo. ¿Os parece bien, putitas?”

Ambos se quedaron mirándose y tú hiciste la clásica cuenta atrás. Al llegar al 0 ambos comenzaron a masturbarse uno al otro. Los nervios y las prisas hicieron que todo fuera acelerado y violento. Los dos sumisos doblaban su cuerpo para impedirle al otro que pudiera masturbarle y así evitar correrse, pero te diste cuenta enseguida y cogiendo la fusta, te pusiste de pie a su lado.

“Ambas espaldas rectas. Al que note que se mueve para impedirle algo al otro, se lleva 50 fustazos y por supuesto queda eliminado”.

Ambos se dieron cuenta de que la cosa se estaba poniendo seria y siguieron buscando que el otro se corriera antes, para poder follar contigo, pero entre los nervios y las prisas, ninguno conseguía que el otro se corriera. Entonces dijiste:

“Voy a ayudaros un poco”.

Y girándote abriste el cajón de la mesa baja del salón y sacaste el vibrador rosa que te regalé hace tiempo y comenzaste a masturbarte tumbada en el sofá, obligándoles a mirarte. Yo estaba excitado con la imagen. Adoro ver cómo te masturbas. Muchas veces lo haces delante de mis narices (literalmente) y me excita muchísimo a la vez que me humilla… pero hacerlo mientras dos sumisos se pajean desesperados por hacer que el otro se corra y así poder follar contigo, era lo más.

Estabas muy excitada. Te excitaba el juego. Te excitaba el poder que tenías sobre todos nosotros, pero además la escena era excitante de por sí. Yo te miraba y sabía que estabas a punto de correrte, así que a cuatro patas me acerqué a tu lado y comencé a ladrar. Al verme a cuatro ladrando, con la máscara de perro, mi pollita enjaulada y el plug con la cola de zorra asomando por mi culo, sentiste que tenías todo lo que querías, y acelerando el ritmo, te corriste mirándome.

Entonces José te miró sin saber qué hacer. Conocía esa duda perfectamente, y también la forma en la que juegas con ese tipo de situaciones. Si seguía masturbando a Luis, recibiría una reprimenda por no acudir a limpiarte, como era su obligación por ser el sumiso (suplente). Y si acudía a limpiarte, corría el riesgo de que le dijeras que había desobedecido tu orden directa de masturbar al otro nadie. Mirándole, le preguntaste:

“¿Qué pasa José? ¿No sabes qué hacer? No parece tan fácil ser mi sumiso, ¿no? A lo mejor así aprendes a valorar a Pedro y te das cuenta lo insignificantes que me parecéis todos los demás. Pero como te veo dudar con tus obligaciones y la orden existente, vamos a subir un poquito el nivel, ¿os parece, putitas?”.

Los dos sumisos afirmaron con la cabeza sin tener ni idea de que es lo que tenías en mente. La verdad es que yo tampoco lo sabía, pero seguía a tu lado en el sofá mientras seguías masturbándote en búsqueda de tu segundo orgasmo consecutivo. Viendo como se masturbaban y mordiéndote los labios, les dijiste:

“Poneros un condón cada uno y tumbaros en el suelo. Quiero que os hagáis un 69. El juego sigue siendo el mismo. El primero que se corra pierde. El que aguante follará conmigo”.

Los dos sumisos parecieron remolonear. Se ve que a ninguno de los dos le entusiasmaba la idea de comerle la polla al otro, pero una orden es una orden. De hecho, viendo que no terminaban de cumplir, me acerqué a cuatro patas y me puse a ladrarles, como un perro tratando de llamar su atención.

Tú reías mientras seguías masturbándote, y ellos captaron el mensaje perfectamente. Se pusieron un condón y Luis se tumbó en el suelo mientras seguía masturbándose para no perder la erección. Al rato fue José quién se colocó encima y al revés, para empezar a hacer ese 69 que les habías ordenado hacer. Estuvieron bastante rato. Yo les observaba y me daba cuenta de que ninguno de los dos lo estaba haciendo con pasión, sino simplemente tratando de cumplir la orden de la forma más ligera posible.

Te diste cuenta de que no se lo estaban tomando todo lo en serio que exigías y dijiste:

“Vaya. Parece que tenéis un pacto de no agresión para que no haya un perdedor. No os preocupéis. No habrá perdedor si eso es lo que estáis buscando. Pero tened claro que tampoco habrá un ganador. O mejor dicho. Los dos vais a perder, y yo voy a follarme al que me apetezca, pero lo haremos de otro modo”.

Dejaste de masturbarte y tu mirada cambió por completo. Conozco bien esa mirada aunque tengo la suerte de no haberla vivido muchas veces. Hay fuego en tu mirada. Deseo contenido. Furia ante la desobediencia. No soportas que te desobedezcan, y menos aún dos sumisos que no están sabiendo aprovechar la oportunidad que les estás dando. Pensabas hacérselo pagar, y no tardaste mucho en demostrárselo.

“A cuatro patas los dos”, dijiste. “Quiero que os pongáis con el hombro derecho de uno pegado al hombro izquierdo del otro. Vamos, no tengo todo el día”.

Los dos sumisos hicieron lo que ordenaste, y tu cogiste la pala personalizada con nuestros nombres y comenzaste a pegarles con ella de forma aleatoria. Ibas cambiando entre culo, espalda y costado de cada uno de ellos, sin aparente orden ni concierto. Pero te observaba desde mi posición y tenía claro que estabas contando los impactos en cada uno de ellos. En un momento dado, José se dejó caer al suelo, pero eso hizo que te ensañaras con él. Dedicaste todos tus azotes a su culo y su espalda, mientras le ordenabas que volviera a su posición. Pero se había derrumbado. Estaba hecho un ovillo, intentando parar los golpes y pidiéndote por favor que no le pegaras más. Pero seguías pegándole. Estabas furiosa y te estabas excitando conforme te rogaba que parases. En un momento dado, y con la intención de ayudarte, ladré tres o cuatro veces. Paraste, me miraste y acercándote a mí, me dijiste:

“Buen chucho. No sé qué hago aquí con estos dos idiotas. Eres todo lo que deseo. Pero… ya que los tengo aquí… casi que me los follo, ¿no te parece, mi amor?”.

Volví a ladrar y froté mi cabeza con tu pierna. Acariciaste mi cabeza y me pediste que me pusiera a cuatro patas y te subiste sobre mí, como si de una amazona se tratase mientras, con determinación, dijiste:

“Ven Luis. Tengo ganas de sentir tu polla en el culo, y parece que José no tiene ganas”.

Te tumbaste apoyando tus bonitas tetas en mi espalda, dejando tu precioso culo expuesto y Luis se colocó detrás de ti. Sentí perfectamente que estaba empujando su polla en tu culo porque podía sentir cada movimiento en mi cuerpo. No pasaron ni treinta segundos, cuando le dijiste:

“Vamos, puta. Fóllame el culo. Lo estoy deseando… y estoy deseando que mi perro sienta cada una de tus embestidas y que se excite con mi placer mientras su minúscula polla lucha por salir de la jaula de castidad”.

Efectivamente estaba excitado. Me conocías tan bien… y más me excité todavía al escuchar tus gemidos al ritmo de las embestidas de Luis, que follaba con ganas tu precioso culo mientras José seguía tumbado cerca del sofá. Estuvo bastante tiempo follándote, y tus gemidos iban en aumento, acompasados con una respiración cada vez más comprometida. Entonces sucedió. Te corriste mientras Luis te sodomizaba, y mientras lo hacías le dijiste:

“Córrete zorra. Córrete dentro de mi culo. Ahora”.

Luis aumentó la velocidad y la intensidad de sus embestidas. Pensaba que iba a tirarte de encima de mi espalda al sentir la fuerza que transmitía, pero pasado algo menos de un minuto se vació por completo entre gemidos de placer. Y después, ese silencio solo interrumpido por dos personas que han tenido sexo y que ahora compiten por el mismo oxígeno. El olor a sexo se expandía por la habitación, mientras Luis salía cuidadosamente de tu interior y se quitaba el condón.

Cuando te diste cuenta de que acababa de quitárselo, le dijiste:

“Ahora te tragas tu leche, puta. No pensarías que te iba a salir gratis follarte este culazo, ¿verdad? Venga, que yo lo vea. No desperdicies ni una gota, guapito”.

Sin dudar, Luis vació el contenido del condón en su boca y te dio las gracias. Te acercaste y le diste un beso en la mejilla. Tenía claro que volvería a ver a Luis. Se estaba portando muy bien, y sentía que te gustaba follar con él.

Seguidamente miraste a José, que estaba humillado y desatendido, y que te miraba con ojos de rabia. Te acercaste a su lado y le acariciaste la cara. Inmediatamente después, le diste un tortazo con la mano abierta que casi hace que, con su 1,90 acabe en el suelo. Te miró con rabia, y repetiste el tortazo. Después otro. Y otro. Le agarraste del pelo, te acercaste a su boca y le escupiste en los ojos diciéndole:

“Zorra barata. No vuelvas a desobedecerme ni a retarme en tu vida o no volverás a saber de mí. Y ahora ponte a cuatro patas en el sofá, que te voy a enseñar para lo que sirves”.

José se colocó a cuatro patas. Te acercaste con una mordaza que él mismo te había regalado y se la pusiste bien apretada. Igualmente le colocaste una jaula de castidad mientras le decías:

“Querías ser mi sumiso, ¿no?. Pues aprende a bajar la cabeciña y a asumir tu condición. Tu humillación es mi placer, y eso es lo único que debería importarte… no las veces que folles conmigo. Siempre te he visto venir. Eres un jugador, no un sumiso… pero ya que hoy eres tú mi sumiso suplente voy a usarte como tal, y de paso voy a darte una lección que no olvidarás fácilmente”.

Y te giraste enérgicamente para colocar tu strap con el dildo negro, el más grande y grueso. En broma lo llamamos “el destructor”. Te acercaste con “el destructor” calzado en tus caderas y agarrándole del collar le hiciste levantar el cuello, para inmediatamente metérselo en la boca. No le cabía. Es muy grueso, pero igualmente le hiciste que lo lubricara con la boca mientras decías:

“Más te vale que seas capaz de lubricarlo, porque tal cual lo saque de tu boca voy a follarte con él. Y si no está muy lubricado lo vas a sentir. Vamos, traga, puta”.

Y después de provocarle varias arcadas te giraste para colocarte detrás de José, al que pediste que sacara el culo por un extremo del sofá para quedar expuesto. Cuando lo tuviste en posición me llamaste con una seña. Me acerqué a tus pies y me quedé mirando. Te agachaste un poco y me susurraste:

“Te lo dedico, mi amor”.

E inmediatamente tu strap empezó a intentar abrirse paso atravesando el culo de José, que no paraba de moverse y de gemir, emitiendo todo tipo de quejidos. Yo te miraba y conociéndote como te conozco, estaba segura que esa actitud estaba acabando con tu paciencia, y efectivamente debió ser así, porque dejaste de empujar con “el destructor” y le pediste a Luis que te trajera las cuerdas rojas que tenías perfectamente enrolladas.

Hiciste a José bajar del sofá. Te miraba con ojos de pánico, pero tú ni siquiera le mirabas. Le hiciste colocarse de pie junto a uno de los extremos de la mesa del salón. Le ataste los tobillos a las patas de la mesa y le ordenaste que apoyara su pecho en la mesa, estirando los brazos hacia las patas contrarias. Ataste sus muñecas a las patas, y después de asegurar que no podía mover ni piernas ni brazos, hiciste que su tronco quedara completamente inmovilizado contra la mesa. También le pusiste una mordaza y ataste su cabeza, de modo que estaba completamente inmóvil. Conozco bien esa sensación, porque me habías atado en esa mesa cientos de veces. Pero por suerte nunca te había visto con la expresión tan enfurecida, ni con tanta determinación. Tu lenguaje corporal indicaba que tenías un buen cabreo. Pensé en José y estuve seguro que sería la última vez que vería su cara. Te colocaste detrás y escupiendo en su culo, hiciste que “el destructor” fuera abriéndose paso hasta desaparecer por completo en su culo.

Se escuchaban los gemidos de José, así como sus gritos ahogados por la mordaza, pero no te importó lo más mínimo. Comenzaste a follártelo duro, fuerte, rápido. Estabas empujando tan fuerte que el extremo contrario de la mesa terminó golpeando contra la pared. José intentaba gritar, pero no podía moverse ni un centímetro. Siempre me asombra lo bien que se te dan las cuerdas. Si te lo propones eres capaz de inmovilizar por completo a una persona, y esa era la tesitura en la que se encontraba José. Follado violentamente por ti y sin poder mover ni un centímetro su cuerpo. Tan solo sus débiles gemidos interrumpían tus gemidos y tu respiración agitada por la intensidad de tus embestidas.

(continuará)

(7,50)