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El bautizo campestre: Días 2 y 3

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El primer día había sido increíble y revelador y la noche espectacular. Habíamos follado como animales y esto, recién comenzaba… Ahora, teníamos en frente un nuevo día, lleno de nuevas experiencias que, tanto Andrea como yo, estábamos dispuestos a vivir.

I

Despertamos pasadas las cuatro de la tarde. En la pieza solo estábamos Andrea y yo. Le besé la frente antes de levantarme.

Andrea: para dónde vas?

Yo: al baño. Quieres algo?

Andrea: no. Espérame, también quiero ir.

En el baño decidimos que yo iría por algo para comer y tomar para quedarnos el resto del día descansando. Al volver, comimos y tras follar un rato, volvimos a dormir. Desperté en medio de la noche. Andrea dormía profundamente.

Las camas de Enrique y Mario estaban vacías. Con cuidado salí de la cama. Me estiraba cuando desde lejos siento las risas de mis amigos. Me pongo un short y salgo a su encuentro. No quería despertar a Andrea.

Yo: -con el dedo índice en los labios- shuuu!!! Andre duerme.

Enrique: discúlpanos hermano. No lo sabíamos.

Mario: oye hermano, quiero decirte que lo que pasó anoche no saldrá de nosotros tres… Ya lo hablamos el huaso y yo y solo quería decírtelo.

Yo: no esperaba menos de ustedes. Pero gracias de todos modos. Ahora traten de no despertarla que mañana nos levantaremos temprano par a ir a la laguna… se animan?

Mario: si me despierto… voy.

Enrique: no lo sé…

Yo: en fin, nos vemos mañana. Buenas noches, hermanos.

Los dos: buenas, bro.

Volví a la cama. Andrea no se había movido. Levanté las tapas, la miré. Me causó ternura por lo que acurrucándome detrás, le besé suavemente la frente y volví a dormir. El segundo día había pasado.

II

El sol recién saludaba cuando llegaron Juan y su esposa, Rosa, en una vieja camioneta Chevrolet C10 de una cabina, a buscarnos para ir a la laguna. Ni Enrique ni Mario se animaron por lo temprano, por lo que, en la camioneta de Juan nos fuimos su esposa, Andrea, dos primos de Rosa (Pedro y Segundo de 18 años) y yo.

El cielo estaba despejado lo que prometía un día claro y cálido. Al llegar descargamos de inmediato. Una parrilla, varios trozos grandes de madera seca, dos bolsas de carbón; dos juegos con tres caballetes cada uno que sostenían dos tablones rectangulares de 150 cm x 300 cm cada uno, varias bancas plásticas; dos toldos de 3x3 y tres grandes coolers. Uno con comida y los otros dos con cervezas, bebidas y, por supuesto, agua ardiente.

A mediodía ya nos habíamos tomado entre los tres adultos una botella y media de agua ardiente. Las risas y las bromas iban y venían. Los chicos, Juan y yo nos habíamos bañado en la playa donde teníamos el campamento y también en la que estaba al otro lado de una pequeña colina con el fin de tirarnos piqueros desde las rocas. El mayor no sabía nadar por lo que entre juegos esa mañana aprendió. Estábamos Andrea, Rosa, Juan y yo alrededor de la parrilla conversando cuando se acercaron los dos chicos.

Segundo quería aprender a tirarse desde las rocas y Pedro que le siguiera enseñando a nadar. Miré a Andrea que, entretenida, mantenía la conversación con Juan y Rosa y, tras avisarle, partí con ellos. Menos de 5 minutos después, tras una saliente, disfrutábamos lanzándonos al agua. Ni diez minutos habían pasado cuando apareció Rosa.

Rosa: cauros los sándwich están listos. Vayan… -Dirigiéndose a mi- Oiga, primo, le puedo pedir un favor, pero no se lo cuente a naiden, si po… tamo??

Yo: dale, prima. Cuénteme.

Rosa: no sé nadar… me enseñaría?

Yo: claro… cuándo?

Rosa: ahorita… pue’e?

Yo: si, pero tú estás con ropa…

Rosa: pue’e o no pue’e?

Yo: si. Puedo.

Rosa comenzó a sacarse la ropa. Debajo de su atuendo holgado y sin forma llevaba un traje de baño de una sola pieza color negro que contrastaba con su blanquísima piel. Trigueña con 38 años en el cuerpo, de salvaje y abundante negro pelo rizado largo hasta la cintura, de 1.67 m, delgada, estrecha de caderas, pero con dos tetas de campeonato. El hecho de tener un culo pequeño era obviado por sus atractivas facciones que incluían un bello par de verdes ojos.

El agua nos lamía el cuerpo. Rosa de pronto me dijo que quería orinar y salió a ocultarse tras unos matorrales. Me pareció raro que no lo hiciera en el agua, pero no le di mayor importancia.

Me sumergía sucesivamente hasta que debajo del agua, de reojo, noté la silueta de una persona. Al salir y abrir los ojos vi a Rosa desnuda con el agua hasta la cintura. Con un ademán señaló que me acercara.

Al estar juntos, pero sin llegar a tocarnos aún, por unos segundos nos miramos, inmóviles. Entonces, ella, posando su palma en mi dorso, acercó su boca a la mía hasta fundirnos en un largo y apasionado beso.

Rosa: el Juan es un bruto… puedes no serlo tú.

Yo: si. Si eso deseas, si puedo.

Volvimos a besarnos, pero esta vez ambos con nuestras manos recorrimos el cuerpo del otro. Entonces, tiernamente, le di la vuelta dejándola de espaldas a mí. Le puse mi corneta ya dura en medio de sus nalgas y comencé un sube y baja lento, muy lento.

Mis manos estaban ocupadas con sus duras tetas. Los pezones estaban a punto de estallar. Rosados, puntiagudos, rodeados por una aureola generosa pintada del mismo color. En tanto, con mi boca, besaba detrás de sus orejas, en su nuca, en su cuello, hombros.

Dejé una de sus pechugas para centrarme en su clítoris. Comencé lentamente con círculos concéntricos cada vez más cerrados. Casi rozándole la húmeda piel, bajaba hasta la entrada de su vagina ya completamente lubricada gracias a sus propios fluidos.

Rosa, en un reflejo, abrió ligeramente más las piernas en un intento de aumentar sus sensaciones. Sus gemidos comenzaron a impregnar la atmósfera hasta ese momento llena solo con los cantos de las aves.

El primer orgasmo le hizo emitir un ronco gemido, al tiempo que su cuerpo se contraía en espasmos regulares. Dio la vuelta y, apoyando su cabeza en mi hombro, me abrazó. La tomé en andas para llegar hasta la playa. A unos tres metros de la orilla había un prado debajo de un sauce grande, nudoso y viejo.

La dejé estirada sobre la corta vegetación. Abrió sus piernas y brazos en una invitación imposible de negar. Mi polla estaba a mil. Quedé sobre ella con la punta de la corneta jugando en la entrada de su anhelante y húmedo coño.

Respirándole en la oreja y, pasándole la lengua por ella y todo alrededor, comencé lenta, tierna, consideradamente a penetrarla. Tenía solo el glande dentro y al tiempo que lo sacaba y metía, besaba, alternativamente, sus tetas con pasión.

Con cada metida, llegaba un poco más profundo. Cuando toqué fondo dejé mi polla unos segundos ahí. Tenía toda su pechuga izquierda en mi boca y sus gemidos mudaron a audibles quejidos. Entonces, empezó el mete y saca, lento, pero regular. Así estuvimos por unos minutos hasta que a su petición aumenté el ritmo.

Rosa: ay, primo… hágale así, pero más rapidito por favor. Ahhh… así… ahhh… Por la cresta, me estoy orinando, pueh… ahhh. Que ricooooo.

Su eyaculación me volvió loco y aumenté el ritmo aún más hasta acabar dentro de su coño. Luego de unos segundos intenté salirme de encima de ella, pero no me lo permitió. –Me gusta sentir tu peso-, me dijo. Luego, de unos minutos, nos bañamos e iniciamos el camino de vuelta, pues ya teníamos mucha hambre.

II

En el trayecto de vuelta nos vinimos bromeando y dándonos cariñosos agarrones. Varias veces nos detuvimos a besarnos y tocarnos. Desde la cima de la colina se tenía una gran vista del campamento ubicado a unos 100 metros de ahí.

Desde donde estábamos con Rosa vimos a Andrea, sobre una de las mesas, desnuda con los brazos extendidos sobre su cabeza y las piernas totalmente abiertas con Juan en medio, lamiéndole el coño al tiempo que cada uno de los chicos hacía lo propio con sus tetas.

La escena me había dejado impávido. Una cosa era compartir a la mina, pero otra era que follara a diestra y siniestra con quien se le pusiera por delante. Había que poner límites o esto terminaría mal. En eso pensaba cuando, Rosa interrumpió.

Rosa: Te molesta, primo, que la prima se divierta con los chicos y Juan?

Yo: eh, no. Claro que no… vamos.

Rosa: deja que follen tranquilos… ven. Te la voy a chupar mientras miramos. Allá me hiciste gozar como naiden, así que ahora me toca a mí. Ven te dicen. Si, de allá también se ve.

Caminamos unos 10 metros hasta la sombra de un conjunto de sauces. Tomé asiento en unas rocas. Rosa, despojándose del traje de baño, se agachó entre mis piernas, sacó la verga del traje de baño y comenzó a chuparla como si fuera un helado.

Entre tanto Rosa me mamaba la corneta, abajo Juan ya estaba follándose a Andrea con todo. Ella, a su vez, chupaba la verga a los dos chicos, alternativamente, mientras éstos le estrujaban sus hermosas tetas.

Juan sacó su verga para acabar sobre el abdomen de Andrea. Pedro tomó de inmediato su lugar. Se la folló en la misma posición durante unos tres minutos, acabando en una de las tetas de mi novia. Segundo no perdió un segundo y se la folló con vehemencia por casi 5 minutos, eyaculando en su coño.

Mientras y sin pensarlo tomé la cabeza de Rosa y comencé a aumentar el ritmo de la mamada. Literalmente estaba follándole la boca. En el momento de acabar, ella misma no permitió que se saliera, succionando con más fuerza para no dejar que ni una gota de semen se le escapara.

Al levantar la vista, pude ver a mi polola levantándose de la mesa. Lentamente y aún desnuda, caminó hacia la laguna. Cuando tuvo el agua hasta la cintura se sumergió, supongo, para lavarse. En ese momento, bajamos con Rosa.

Desde el agua, Andrea me hizo señas para ir a acompañarla. Partí. Estaba desnuda. En cuanto llegué a su lado se lanzó sobre mí, abrazándome con brazos y piernas. Nos besamos apasionadamente.

Andrea: Estoy caliente, amor. Quieres follarme?

Yo: por supuesto, pero vamos a la orilla. Quiero que me la chupes, primero.

Andrea: te sigo.

En la orilla, a unos 20 metros donde estaban haciendo el asado, Andrea, desnuda y arrodillada, se metía mi verga en la boca con verdaderas ganas. Al parecer, las tres pollas que recién se había servido no habían sido suficientes.

Andrea, mirándome a los ojos, se tiró hacia atrás, apoyando su peso en los codos y pies, ofreciéndome su coño. –Fóllame-, me dijo con su típica voz ronca cargada de deseo y excitación.

Entonces, me incliné ligeramente estirándole la mano que ella tomó y dirigiéndola suavemente la dejé de espaldas a mí, cargando su peso en unas manos de brazos estirados y rodillas flexionadas a modo de ofrecer sus agujeros a mi entera satisfacción.

Pedro y Segundo con una cerveza en la mano no se perdían un segundo del show que estábamos dando. Rosa y Juan, en tanto, preparaban todo para el almuerzo, pero tampoco se perdían detalle.

Andrea, en cuanto sintió mi corneta, volteó su cara. Su rostro se encontraba desfigurado por la lujuria. Con su mano derecha comenzó a estimularse el clítoris. –Fóllame, pero por el culo, igual que antenoche-. Me dijo casi en un hilo de voz.

Apoyé la punta de mi verga en su ano y lentamente comencé a penetrarlo. Esta vez me fue menos costoso, por lo que tras tres embestidas comencé con un mete y saca a buen ritmo. Andrea aullaba de placer y como nunca antes, exultaba groserías como fóllame más fuerte, cabrón y cosas por el estilo.

La sorpresa cedió prontamente a la excitación y aumenté el ritmo casi sin notarlo. Me calmé cuando sentí su orgasmo. Fuertes espasmos acompañados de gemidos y aullidos. Fue tan intenso que quedó tendida de bruces sobre la arena húmeda.

La tomé de las caderas empinando su culo y de un solo empellón se la clavé hasta el fondo. Continué dándole por un par de minutos más hasta acabar en sus entrañas. Andrea estaba con la cara en la arena húmeda, abierta de piernas y el culo parado, chorreándole caliente semen.

III

Me levanté y caminé, desnudo, hacia los muchachos. Al llegar a su lado les dije: es toda suya, trátenla bien, pero denle duro y por todos sus agujeros. Yo, voy y vuelvo.

Seguí mi ruta hasta el cooler de las cervezas. Saqué una y volví sobre mis pasos para tomar asiento donde antes estuvieron los chicos. Andrea, en cuatro patas, se comía una tranca por el coño y otra por la boca a la vez. Eso me volvió a calentar. Di vuelta la vista y con un gesto de la mano, llamé a Rosa.

Antes que Rosa se encaminara, Juan tomó su brazo y, acercándose algo le dijo al oído, recibiendo como respuesta un gesto de la cabeza como aceptación. Acto seguido se quitó el traje de baño y desnuda llegó hasta mí, agachándose entre mis piernas.

Rosa: Juan quiere ver cómo me follas para hacerlo igual después él. Quieres follarme denue’o???

Yo: por supuesto que sí, rosita… eres una tremenda hembra. Venga. Chúpamela. Eso, así.

Mientras Rosa mamaba verga como posesa, Andrea, encima de Pedro, recibía su corneta en el coño al mismo tiempo que Segundo se la clavaba con determinación en su ya dilatado culo. Su cabeza se balanceaba como si fuera una muñeca de trapo al ritmo de las dos vergas que tenía incrustadas.

De pronto, tomé a Rosa y le indiqué que se sentara en mi corneta dándome la espalda y lo hizo. Comenzó a mover sus caderas. Entonces, busqué con la mirada a Juan. Cuando las cruzamos, con un gesto de mi cabeza lo invité a acercase.

Yo: Rosita, querida, chúpaselo a tu esposo mientras sigues saltando sobre mi verga, por servicio.

Rosa: venga pa ca pue… ya lo oyó… venga…

El resto de la tarde comimos, tomamos y follamos hasta cerca del ocaso. La noche era joven cuando nos dejaban en la casa. La pieza estaba sola. Sobre la cama estaba una nota que decía que nos esperaban en las competencias de esa noche.

Nos miramos y sonreímos. Fuimos al baño, nos duchamos y acostamos, rendidos. El tercer día terminaba para nosotros, sin embargo, aún quedaban dos y uno de ellos era la fiesta final.

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