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El cabrón

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Un agradable hormigueo en su ombligo despertó a Ricardo. Poco a poco, esa sensación fue descendiendo hasta que un cálido aliento se posó sobre su polla que empezaba a reaccionar. El paso de una lengua caliente comenzó a deslizarse a lo largo del grueso tronco de su miembro ya erecto. Suspiró profundamente al sentir como los labios carnosos besaban primero y abrazaban después su gordo capullo. El hombre levantó la sábana y, en la tenue luz de la primera hora de la mañana, adivinó a ver la cara de Pilar, su mujer:

-Buenos días. -Saludó ella antes de engullir el pollón de su marido.

-Buee... nos dí... aaahhh... -Se entregó Ricardo a la ardiente boca de su mujer.

Pili era una magnífica feladora. Desde el comienzo de su relación, cuando aún eran dos casi adolescentes ella se había distinguido por su excelente dominio del francés. Pero a medida que pasaban los años y su relación se mantenía ella había dado muestra de su facilidad para otros idiomas. Así dominaba el griego a la perfección y hablaba un excelente cubano (ruso en otras culturas). Y es que si bien Pili tenía un precioso cuerpo en general, eran sus maravillosas tetas las que acaparaban las miradas más lascivas. Pese a la doble maternidad, aquella mujer de 45 años era una auténtica MILF de tetas perfectas que aún ganaban la disputa a la gravedad.

Aquel matrimonio había llegado a superar las dos décadas después de muchos vaivenes. Él había sido un mujeriego empedernido. Ella una mujer que transpiraba sensualidad y, dado los escarceos de su novio, entonces, ella también había disfrutado de los placeres de la carne (propia y sobre todo ajena). Pero desde que se unieron en matrimonio la estabilidad parecía dominar a aquella pareja.

Y ahora, Pili, despertaba a su marido, Ricardo, con una de sus maravillosas mamadas mañaneras:

-Sigue Pili, sigue... Joder, que puta comepollas eres... Aaaggg...

La mujer no tuvo problemas (ni reparos) en tragarse hasta la última gota de la abundante corrida de su marido.

***************

Cuando Ricardo salió de la ducha su mujer estaba desayunando en la cocina vestida con una camisa de él. El hombre tomó un café rápido nada más:

-Hoy voy al gimnasio antes de ir al estudio. No vengo a comer.

Pili esperaría a que los niños se despertasen para prepararlos y llevarlos al colegio. Ricardo, tras el gimnasio, iría al estudio de arquitectura donde trabajaba desde hacía 20 años, cuando acabó la carrera. Era habitual que comiese fuera de casa. Pilar sabía de la importancia de cerrar negocios con los adinerados clientes del estudio.

Durante toda la mañana, Ricardo estuvo con temas burocráticos. Frente a él, Carla, su compañera en el estudio, había estado centrada de lleno en un gran proyecto. Había sido contratada un año antes y desde el principio la química fue altísima. Ella era seis años menor que él (40). Era una mujer guapa, de físico bien trabajado, tetas medianas y un culo espectacular. Casada y con una hija, parecía encantada de la vida. Pero sus marcas bajo los ojos denotaban un mal día:

-¿Te pasa algo Carla?

-Bah, ya sabes...

Dejó en el aire una cuestión que parecía ser un habitual tema de conversación entre ellos:

-¿Comemos juntos?

-Sí, por favor... -La mujer parecía ansiosa por su compañía.

Ricardo y Carla estaban liados. Por tópico que suene, todo había comenzado en la primera cena de navidad a la que la mujer asistió en la empresa, 8 meses antes y cuando llevaba 4 trabajando allí. Se podría decir que lo suyo había sido un flechazo. Él carismático y con un atractivo sexual casi magnético. Ella una mujer segura de sí misma y con carácter. Pero había algo más. Ricardo era un mujeriego incorregible. Carla, aunque tratara de disimularlo, una frustrada sexual. Aquellas navidades, en los baños del local de copas, donde terminaron los empleados de RT Arquitectos, Ricardo se folló a Carla por primera vez.

*************

Ricardo solía decir a su mujer que no iría a comer a casa cada vez que le apetecía buscar algo con Carla. Y este era uno de esos días. Por eso, a las 14 horas, los compañeros de trabajo se encontraban comiendo en un restaurante céntrico:

-Estoy harta de Arturo. Es un hombre tradicional y aburrido. -La mujer criticaba la nula iniciativa de marido. -Le quiero, no puedo decir lo contrario, pero necesito más... mucho más... -Decía esto mientras apuraba su segundo gin tónic de sobremesa.

-¿Tienes mucho curro esta tarde...?

-¿Me estás proponiendo algo Ricardo?

Un minuto después subían por el ascensor del edificio donde estaba su estudio de arquitectura. Pese a compartir el reducido espacio con otro trabajador de aquella torre de oficinas, Ricardo pellizcó el impresionante culo de Carla, arrancándole un suspiro que hizo incomodar al convidado de piedra. Por fin llegaron a la sexta planta. El hombre seguía a la mujer que se apresuraba en abrir el despacho.

Ricardo cerró tras entrar y Carla se abalanzó sobre él. Enganchada a su cuello lo besó apasionadamente, mordiéndole el labio inferior antes de meterle la lengua. Él la abrazaba y buscaba abrir la cremallera de aquel ajustado vestido que, definía de manera sensual, el cuerpo de ella.

Entre suspiros y jadeos, acabaron desnudos sobre un sofá de cuero negro que decoraba elegantemente aquella oficina. Carla tumbada boca arriba, recibía la boca de Ricardo que recorría desde sus labios hasta sus tetas, previo mordiscos en su cuello. La saliva caliente de su compañero de trabajo le resultaba excitante. Sus pezones se endurecían entre los carnosos labios de él cuando los succionaba.

El hombre siguió descendiendo por el definido abdomen de la mujer hasta situarse entre sus piernas. Un coño rasurado del que manaba gran cantidad de flujo era la espectacular visión que tenía Ricardo:

-Cómeme, cabrón. Cómete mi coño...

El hombre no dudó en pasear su lengua por la desafiante raja vaginal. Con las manos separó los labios y lamió la rosada cueva, entre gritos de placer de Carla. Ricardo le metió dos dedos a modo de garfio y encontró el punto G de ella mientras le mordía el clítoris. Antes de que llegara al orgasmo la hizo ponerse a cuatro patas.

Carla, con la cabeza apoyada en el asiento y el culo en pompa, le ofrecía a Ricardo una espectacular visión de su ano y vagina. El hombre dirigió su boca hacia su objetivo y comenzó a pasar su lengua del coño al culo y del culo al coño. Durante 10 minutos, estuvo practicándole una comida espectacular al tiempo que ella se masturbada entre gemidos:

-Fóllame, cabrón. Méteme ese pedazo de polla que calzas, joder.

Ricardo se colocó de rodillas tras ella. Dio un cachetazo en una de las nalgas de la mujer y, tras escupir directamente en el ano, comenzó a dilatarlo con un par de dedos:

-¿Quieres culo, cabrón? ¿Quieres partirme el culito? -lo desafiaba ella mientras lo movía como una brasileña en el sambódromo.

El ano de Carla demostraba una tremenda flexibilidad. No es que la sodomía fuera una práctica habitual con su marido pero desde que Ricardo le partiera el ojete, una noche en la habitación de un hotel al poco de comenzar, sí era frecuente que éste le diera por culo. Y esta tarde de viernes la iba a empalar de nuevo.

Con cuidado, el hombre colocó su grueso capullo en la entrada de su culo y empezó a empujar. Carla gritaba al sentir que el ariete de carne era de mayor diámetro que su esfínter. Trató de relajarlo y confió en su flexibilidad. Por fin, la cabeza de la polla de su compañero de trabajo atravesó el anillo muscular de su culo. Tras unos segundos para acomodar el tamaño de la polla al del conducto rectal, y un nuevo salivazo, el hombre volvió a penetrar el culo de Carla. Se la incrustó hasta los huevos:

-Aaayyy... Sí joder. Esto es lo que yo necesito. Un tío que me folle como la puta que soy...

-Qué culo joder. -El hombre alababa el tremendo culo de jugadora de vóley que tenía Carla.

Ricardo comenzó a penetrar el culo de la mujer agarrado a sus caderas. De manera pausada al principio, disfrutando de cada centímetro conquistado dentro de aquel ardiente culo. Después acelerando poco a poco, hasta provocarle un duro castigo anal a aquella casada insatisfecha:

-Vaya culo perra. Joder y pensar que el capullo de tu marido no lo sabe disfrutar...

-Dame fuerte cabrón. Quieto ser tu puta. Fóllame como merezco.

Ricardo fue un paso más allá y tiró de la melena rizada de su compañera. La mujer ahora llevó su mano a su clítoris y comenzó a masturbarse al tiempo que aquel cabrón le partía el culo. La polla del hombre se endureció aún más en el interior del culo de Carla. Al final estalló en una formidable corrida. La mujer aceleró el ritmo contra su clítoris hasta alcanzar el orgasmo cuando su compañero inundó sus tripas de lefa. El grito de los dos se oyó en toda la planta de aquel edificio de oficinas.

Minutos después, el hombre estaba sentado en el sofá con la polla flácida y manchada con restos de la batalla. La mujer permanecía tumbada boca abajo, con el ano enrojecido y palpitando por volver a su tamaño original. El semen salía y resbalaba por sus muslos. Aquellos polvos furtivos con Ricardo le servían a Carla para sobre llevar su frustrante vida sexual. Cuando volviera a casa no dudaría en besar a Arturo, su marido. Lo quería con todo su corazón pero no colmaba sus necesidades sexuales. Su pasividad y actitud conservadora ante algunas perversiones la obligaban a buscar fuera lo que no le daban en casa.

El móvil de Ricardo recibió un whatsapp. El hombre lo buscó entre su ropa y lo leyó. Sonrió:

-¿Tu mujer?

-Sí. Ahora le contesto.

Se vistieron. Se besaron y Ricardo marchó a su mesa en el despacho. Durante el resto de la tarde siguió trabajando delante del ordenador. Contestar correos, enviarlos, clientes, proyectos... Unos metros más allá, Carla estaba colgada del teléfono. Quizá hablando con su marido. Ricardo sonrió de manera malévola.

*************

A las 9 de la noche, Ricardo llamó a su mujer. Le sería imposible volver a casa a una hora lógica. Eso quería decir que hasta bien entrada la madrugada. Recién colgó, Carla se despidió de él con un beso en los labios:

-No te quedes hasta tarde.

-No te preocupes. Me iré pronto.

-Gracias.

-¿Por qué?

-Porque necesitaba ese polvazo que hemos echado.

Ricardo le sonrió y la besó apasionadamente. Ella le mordió el labio inferior y le agarró el paquete:

-Uf, cómo me pones cabrón. Me voy que me pierdo...

El hombre alcanzó su IPhone 12 y buscó el listado de whatsapp. Allí estaba, aún sin leer, el mensaje de Andrea. Esta era una chica de 23 años que trabajaba de camarera en un restaurante y poniendo copas en un garito los fines de semana. Se habían conocido por casualidad una noche en un famoso local de copas. Ricardo había salido con unos amigos un sábado y coincidieron en el mismo lugar. El novio de la chica era un allegado de uno de los amigos del arquitecto. Las miradas de Andrea y Ricardo se cruzaron un par de veces de manera lasciva. Volvieron a verse una par de semanas después en el mismo local. Esta vez, la joven logró que su novio se fuera antes a casa y ella tuvo vía libre para quedar con aquel maduro de irresistible atractivo sexual. Esa actitud altiva, casi chulesca, esa pinta de cabrón empotrador. Ese porte elegante, era algo que le daba un morbazo increíble a la joven Andrea. Y aquella noche acabaron follando en el BMW de él.

Andrea estaba estudiando periodismo y trabajaba para sacarse un dinero. La chica, que seguía con su novio aún después del encuentro con Ricardo, era una guapa morena de melena lacia. Ojos negros y boca grande. Era algo baja y constitución delgada donde sobresalían dos impresionantes tetas. Verla tras la barra del garito con una camiseta ajustada era un espectáculo. De vez en cuando ella le llamaba para quedar y echar un polvo. Aquella tarde le había enviado un whatsapp para decirle que había logrado quitarse a su novio de encima y que podrían verse en el garito donde servía copas.

Ricardo salió de su oficina con el tiempo justo para pillar sitio en un restaurante para cenar. Luego quedó en verse con Andrea.

El K'ntaro era un tugurio oscuro con música noventera para una clientela en la cuarentena. El dueño vio en la chica un gancho perfecto para atraer a maduros agarrados a una juventud que se les escapaba entre los dedos. Cuando llegó Ricardo, el bar estaba ambientado con mucha gente. Saludó a alguno de los conocidos habituales y alcanzó su lugar en la barra. Una esquina junto a la entrada al interior de ella. Allí solía estar el dueño del bar, Pedro, muy amigo del cliente. El personaje, perro viejo de la noche (como se autodefinía) conocía los escarceos del arquitecto con su camarera. De manera que cuando lo veía llegar sabía que la chica se perdería durante un rato con su amigo.

Después de un par de horas (y varias copas), Andrea le hizo señas a Ricardo, antes de acercarse a la pareja de amigos y anunciarle a su jefe que salía un momento. Pedro le dio unas llaves y Ricardo siguió a Andrea, en medio de la masa de gente, hasta una especie de almacén que hacía de reservado.

La chica abrió la puerta y ambos se colaron rápidamente. El habitáculo eran apenas unos metros cuadrados donde se apilaban cajas de bebidas. En un rincón había un arcón frigorífico. Hasta allí llegaron los dos besándose. La joven se agarraba al cuello del maduro apretándole por la nuca contra su boca. El hombre recorría el cuerpo de Andrea con especial interés en sus impresionantes tetas. Le levantó la camiseta y empezó a comerle los dos melones de dureza casi virginal y tamaño inabarcable:

-Qué tetas tienes niña.

-¿Te gustan? Cómemelas.

El hombre no lo dudó y se las sacó del sujetador para morderlas y succionar aquellos pezones de fresa que formaba un precioso conjunto rosado con la aureola. Ella gritaba de placer y excitación mientras la voz de Liam Gallager entonaba Whatever al otro lado de la puerta del almacén. Ricardo buscó con su mano la entrepierna de la camarera. Separó el tanga y logró alcanzar los labios vaginales cubiertos por una fina capa de vellos negros.

Logró meter los dedos en el interior de aquel volcán en erupción:

-Estás caliente zorrita. Voy a follarte.

-Sí. Joder. Estoy deseando de tener ese pedazo de rabo entre mis piernas.

Ricardo se bajó los pantalones y su polla saltó como un resorte. Erecta, dura, ardiente. Con las venas marcadas y el capullo lagrimeando líquido pre seminal. Cogiéndosela por la base, la paseo por la raja de la camarera, que ya se había despojado de su tanga y esperaba la estocada subida al arcón frigorífico:

-Aaahhh, qué caliente la tienes, joder.

El hombre le metía solamente la punta de la polla. Lubricándola con el flujo vaginal. Pero sin penetrarla del todo:

-¿Tienes goma?

-Espera joder, que controlo.

-No quiero que me la metas sin condón.

Ricardo buscaba la boca de la camarera sin hacerle caso a las peticiones de la joven:

-Venga joder Ricardo. Ponte un condón...

-Déjame un momento metértela a pelo...

Sin darle más opciones se la clavó de un golpe. La chica gritó como una gata cuando notó como el pollón de aquel maduro le abrió el coño de par en par. Sintió como que la iba a partir en dos. Ella se agarró al cuello del tipo:

-Cabrón, te he dicho que sin condón no quería... Aaahhh.

-¿Quieres que te la saque?

-Nooo. Joder. No pares ahora. Dame fuerte.

Ricardo comenzó a bombear contra el coño peludo de aquella camarera 23 años más joven que él. El hombre aceleró el ritmo de la follada mientras Andrea berreaba de gusto atravesada por el inmenso trozo de carne caliente de aquel casado infiel. Ella le rodeaba con sus piernas evitando que se saliese de su vagina:

-Me corro, putita, me corro.

-Dentro no joder. Dentro no. Cabrón.

La chica intentaba zafarse del tipo pero él la agarraba ahora por la cintura para descargar sus últimas reservas de lefa en el interior del aquel coño joven.

Con un desgarrador grito el hombre soltó los últimos chorros de semen que le quedaban después de todo el día. Andrea muy enfadada le golpeaba:

-Cabrón, te dije que no te corrieras dentro. Hijo de puta.

-A ver niñata. Yo follo sin condón. Si no te quieres quedar preñada toma pastillas.

-Te odio cabronazo.

La camarera se limpiaba los restos de lefa de su coño antes de volver a la barra del bar. Ricardo se terminó de vestir y tras despedirse del dueño del bar le guiñó un ojo a la camarera y le hizo un gesto para una posterior llamada de teléfono. Ella le contestó levantando el dedo corazón de su mano derecha.

Sobre las 2 de la madrugada, Ricardo llegaba a su casa después de una larga jornada. Su mujer dormitaba cuando se metió en la cama:

-¿Qué tal el día...?

-Cansado...

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