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El calor y la ocasión

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Hace unos días, hice un comentario en el relato “Las coincidencias colaterales”. Después que leí la publicación me quedé pensando en que no es completamente cierto lo que comenté allí:

“Es padrísimo andar cogiendo, pero siempre cuidándose y cuidando a los demás (eso incluye a la pareja y a los cornudos), no sólo de enfermedades de transmisión sexual, sino también de embarazos no programados. Al menos a mí no me ha pasado, que yo sepa...”

Más bien sí es completamente cierto, porque… Mejor les cuento lo que me pasó cuando tuve que ir a una pequeña ciudad cercana a la capital de Yucatán para observar una elección sindical de mi gremio y su proceso. Después de haberme instalado y presentado, debía ir a Mérida ese día.

Dejo el link del comentario: https://www.cuentorelatos.com/relato/las-coincidencias-colaterales/

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Aun no son las diez de la mañana y el calor es sofocante en este lugar, llego a la llamada "terminal", el local donde expenden los boletos, con quince minutos de anticipación a que pase el camión. En el local de 25 m2 hay dos bancas y un televisor que, en volumen muy alto, nos informa sobre "cómo establecer el balanceo energético con nuestra pareja".

La dependiente me sonríe y deja asomar el perfil de la parte baja de su cuerpo por el hueco que hace de puerta del mostrador, examino extasiado ese perfil y lo recorro detenidamente desde sus sandalias. Las curvas por donde viaja mi mirada embriagan a mis pensamientos pues llevo una abstinencia de carne algo prolongada. Ella se da cuenta de la erección inmediata que deforma la caída en la tela del pantalón y recibo los destellos de sus ojos al ensanchar la sonrisa. Le correspondo de igual forma.

Solicito un boleto para Mérida y, a cambio, recibo un boleto y un octosílabo que parece la conclusión de una bomba (canciones locales con versos picarescos) "hasta allá, son… veinte pesos". Entiendo su pausa y vuelvo a sonreírle. Al abrir mi cartera pienso que me alcanza para llegar mucho más lejos.

A pesar de la alegría y el deseo que me trasmite la mirada de la mujer que me vendió el boleto, me da gran tristeza su preferencia televisiva y decido salir del local para comprar un periódico.

En pocas horas estoy de regreso en la pequeña ciudad. Después de descansar un poco —media hora en la cama—, bañarme y cambiarme de ropa, salgo a buscar a mis compañeros. Pero ambos grupos están sesionando para ajustar sus propias estrategias. Así que como solo en el puesto del mercado. Allí pregunto si conocen a alguien que puede lavar y planchar mi ropa. La dueña del negocio me dice que una de sus empleadas conoce a alguien, y le habla a su ayudante; ésta es una joven alta, de porte muy sensual que usa vestimenta ligera para facilitar la transpiración que provocan el trabajo en la cocina y el calor del medio en general. “A ver si quiere llevársela a su suegra, porque no se llevan bien”. Al saberla casada deduzco que está en periodo de lactancia ya que, al no traer sostén, el volumen y la caída del pecho así lo sugieren.

Después de las aclaraciones que hace la dueña para que la empleada sepa de qué se trata el asunto y nos deja solos. La chica se mantiene seria y yo, para romper el hielo, le pregunto cuántos hijos tiene.

—Todavía no tengo, y ya llevo más de dos años casada… —contesta sonriendo, aunque con cierto dejo de pesar, y al agacharse a tomar la bolsa de la ropa, no puedo evitar mirar una generosa parte de su exuberante pecho.

Ella sonríe al darse cuenta que miro más allá de su escote pues carece de sostén y, con intención expresa, tarda un poco más en levantarse. Al igual que en la mañana me ocurrió en la terminal, se me vuelve a levantar la verga por culpa de mis necesidades insatisfechas, acicateadas por el color de piel que veo en el gran hueco que me deja ver el holgado hipil, incluido el ombligo, además de las tetas.

—¿Usted es casado? —me pregunta viendo mi notorio bulto.

—Sí —contesto algo ruborizado y con temor de que esté maquinando una respuesta hiriente y que ya no me haga el servicio.

—¿Y tiene hijos? —pregunta ahora cambiando la expresión a una de genuino interés.

—Sí, cuatro —contesto.

—Qué bonito ha de ser tener familia, pero yo… —dice mostrando un rostro desolado.

—Ya vendrán, solamente hay que seguir intentándolo —digo interrumpiéndola.

—Sí, pero mi esposo a veces no quiere subirse y otras llega borracho —me contesta con inusitada franqueza—. ¿Usted toma? —pregunta y me deja desconcertado.

—Sí, pero cuando me emborracho me duermo —le advierto para defender el honor de su marido.

—Y aun así tiene hijos… —insiste.

—Será porque sólo me emborracho una o dos veces al año, los demás sigo practicando… —le contesto bromeando, pero sigo con la verga tiesa.

—¿Y sólo tiene cuatro? —pregunta donde advierto que no entiende lo del control natal.

—Sí, pero ya me da el cuarto para mantenerlos a todos —haciéndole ver las dificultades de tener una familia numerosa.

—Pero si son poquitos... —dice con mucha convicción—. ¿Va a estar mucho tiempo por acá? — pregunta volviéndose a agachar para descansar de la carga de la bolsa con ropa, y, al volver a ver cómo cae su pecho, mi verga da un respingo.

—Unos ocho días más —contesto embobado en sus tetas de las que no separo la mirada.

—¡Qué bueno que le va a tocar la feria!, a ver si nos vemos —dice presionando su blusa y cerrando mi panorámica visión para obligarme a verla a la cara.

—¿Para qué, si no me gusta bailar? —digo para hacer más larga la plática.

—No solamente se puede bailar, yo puedo invitarlo a hacer otra cosa… —me dice sonriendo pícaramente al atar la bolsa, después de volver a contar la ropa.

—Gracias —contesto pronto, y me despido sonriéndole antes de tratar de precisar a qué puede invitarme. Como respuesta obtengo un suspiro causado por lo que ve en el frente de mi pantalón cuando imaginé cómo cumpliría su propuesta.

—Yo creo que mañana en la tarde ya está lista su ropa. ¿A dónde se hospeda para llevársela? —pregunta y le doy el nombre del hotel y el número de búngalo.

Al siguiente día, atiendo todos los asuntos con la mayor rapidez para dejar libre la tarde. Vuelvo a comer en el mismo sitio y al terminar, ella va a mi mesa y me dice “En hora y media le llevo su ropa”, lo cual agradezco.

En el refrigerador del cuarto tenía ya una variedad de refrescos y carnes frías. También me había proveído de un par de diferentes rones y vinos, por si los ocupaba.

Puntual, la muchacha tocó a mi puerta. Al abrir me quedé impresionado pues la puerta daba hacia el poniente y a esa hora el sol dejaba ver el perfil de su cuerpo bajo las ropas. Portaba un hipil completamente blanco con una cinta multicolor bordeando al cuello, tejida con gran minuciosidad y otra en la base, sobre las rodillas. ¡Era una ropa de gala! que sólo se completaba con unas zapatillas de tacón muy bajo, forradas de seda negra y también con bordado.

—Aquí está su ropa —dijo extendiéndome un paquete donde venía doblada.

—Pasa, por favor —dije al tomarla. Ella entró y cerró la puerta

—Cierro para que no se salga el fresco”, precisó.

—Por favor, toma asiento… —y caí en cuenta que no sabía su nombre—. Perdón por no haberlo preguntado antes. ¿Cómo te llamas?

—Muunek Ku, ¿y tú? —contestó cambiando al tuteo con el que yo inicié.

—Isaías Rendón —respondí haciendo una ligera caravana y extendí mi mano señalándole el sillón para reiterarle mi ofrecimiento de sentarse—. ¿Tu nombre y apellido son mayas?

—Sí, así es. Quizá yo no te parezco muy maya, pero sí, mi madre lo es —dijo soltando la cinta de su cabellera negra ondulada y abundante.

—Pero, el apellido Ku, ¿es de tu madre? —pregunté suponiendo que era hija de madre soltera.

—No, ese es el de mi padre. Mi madre se apellida Canul.

Me quedé sorprendido, ambos apellidos son mayas, pero ella tiene un tono de piel más claro, ojos grandes, su cabellera no es lacia, aunque su sonrisa y párpados sí que tiene esa belleza maya.

—Y, por lo que veo, algún pariente anterior te heredó esa belleza —dije lanzándome al ruedo.

—Gracias, aunque la belleza es subjetiva, pero sí, mi padre biológico no era maya y salí distinta a mis hermanos —dijo sin ambages dejándome callado—. Mis dos papás son muy amigos, hasta la fecha, pero una noche, según me cuenta mi madre, los dos durmieron con ella; no sé si borrachos o de común acuerdo, pero así ocurrió. Mi papá me trata igual que a todos sus demás hijos. Los más chicos y los mayores a mí sí se parecen mucho entre sí. Lo supe hace poco que mi mamá me lo dijo.

—¿Gustas tomar algo? —ofrecí sin querer meterme en más de sus asuntos personales.

—Gracias, pero no tomo licor, con lo que toma mi marido es suficiente—explicó con un mohín de desagrado—. ¿Tienes refresco?

—¡Claro! —dije poniéndome de pie y abrí la nevera para mostrarle los que había.

—¡Ah, tienes Xtabentún frío! —exclamó Muunek al descubrirlo— ¡Quiero Xtabentún!

Me extrañé de su entusiasmo por el licor que se produce en el estado de Yucatán, a partir de miel de abejas alimentadas con la flor del xtabentún, porque unos segundos antes había dicho “no tomo licor”. Tomé un vaso, le pregunté si le ponía hielo y ella asintió, le serví.

—A ver si no te hace daño el licor… —le advertí al darle la bebida.

—Aunque raras y especiales veces, es la única bebida que tomo. Me pone muy contenta —afirmó, en tanto me serví lo mismo.

—Mmmh —dijo oliendo la bebida y me invitó a sentarme en el mismo sillón dándole unas palmadas al asiento—. ¡Salud! —dijo chocando su vaso con el mío cuando me senté.

—Es muy rico. Un amigo me pidió que le llevara una botella y no resistí la tentación de probarlo, por eso estaba en el refrigerador —dije después de dar un trago.

Me paré al refrigerador por el plato de carnes frías que había preparado. Al voltear para regresar a mi asiento, vi a Muunek con las piernas cruzadas y su enorme sonrisa esperándome. Al regresar platicamos sobre nuestras ocupaciones. “Aquí, casi todas las mujeres sólo terminamos primaria o secundaria, pero muchos hombres sí terminan el bachillerato o la universidad, uno de mis hermanos es matemático” comentó dándole el último sorbo al vaso y me lo extendió como una solicitud implícita de que le sirviera más, lo cual hice.

—Hoy me dijiste que era bella, pero no se te notó tanto como ayer que me viste —dijo ya achispada, poniéndose de pie, luego se agachó para pegar su frente a la mía—. Mírame bien otra vez.

Bajé la vista y miré bajo el hipil por el escote. Entre el canal delas chiches se miraba no sólo el ombligo, sino también algo de su densa mata, ¡no traía calzones! Mi erección fue inmediata. Muunek lanzó una carcajada al mirarme empalmado.

—¡Ja, ja, ja! Así te ves mejor, ja, ja, ja —rio sonoramente y se sentó en mis piernas sin soltar el vaso— ¿Quieres? —preguntó ofreciéndome el vaso, al cual le di un sorbo—¿Sólo eso quieres…? —volvió a preguntar, dándome un beso —¡Mucha ropa! —exclamó al terminar de besarme y comenzó a desabotonarme la camisa— Tú ya no tomes, porque te dormirías —dijo quitándome el vaso.

Al terminar de desvestirme y quitarme los zapatos, se puso de pie y se quitó el hipil. No pude evitar mamarle las chiches mientras ella, a dos manos, me acariciaba todo el aparato reproductor. Me volvió a sentar en el sillón y ella sobre de mí, de cucharita, y el pene le entró resbalando fácilmente por lo mojada y anhelante que ella se encontraba. Puso mis manos sobre su pecho para que la morreara y se comenzó a mover como un remolino. No hice el menor esfuerzo de contenerme y eyaculé una cantidad tremenda que ya me urgía descargar. “Así, papito, así” decía cada vez con más lentitud, conforme terminaba ella también su orgasmo. Sudorosos quedamos mejilla con mejilla, tomando aire a bocanadas.

—¡Oh, se me hace tarde! —exclamó poniéndose de pie y se puso otra vez la única prenda de vestir que traía.

Mientras se calzaba le pregunté cuánto le debía. “A mí, nada, ya lo traigo aquí”, dijo poniéndose una mano en el abdomen. “Mañana vengo por lo de mi suegra, y por otro traguito de Xtabentún”, exclamó antes de darme un beso y salir precipitadamente, dejándome exprimido, desnudo y con una promesa.

Al día siguiente, puntual fue por el dinero que le debía a su suegra. Ella sacó el licor y lo sirvió para los dos. Ya no hubo plática de preámbulo y pasamos a las caricias. Yo le quité el hipil y me desvestí.

—¿Se cargaron estas bellezas? —dijo acariciándome los huevos y brindamos, yo con una mano sobre sus nalgas y ella envolviendo mi tronco con la suya.

—Sí, claro que se cargaron, me diste muchos estímulos en mis sueños —Le contesté y la cargué para llevarla a la cama.

—Yo no pude dormir, pero sí logré convencer a mi marido, quien llegó sobrio por alguna extraña razón, y como yo me quedé con ganas de seguirle…

—¿Qué le dijiste? ¿No se dio cuenta que ya habías hecho el amor? —pregunté al depositarla en la cama con las piernas abiertas y antes de abrirme paso en la ensortijada maraña para probar sus jugos.

—¡Ay, qué rico! ¡Con razón mi marido no pudo decir que no! ¡Sigue, Isaías, sigue! Me quedé con ganas de mamártela y como se parecen tanto la verga tuya y la de él, me la metí a la boca pensando en ti. Cuando sentí que ya se iba a venir, me monté en él moviéndome con muchas ganas hasta que sentí el calor del chorro de semen —me contaba Muunek mientras soltaba los ríos de sus orgasmos y yo los paladeaba como si tomara el dulce Xtabentún…

Cuando su respiración se normalizó, me subí en ella y la penetré limpiamente. Ahora me moví hasta darle otro orgasmo más y de inmediato la puse “de perrito” para sentir el golpe de sus nalgas en mi pubis y me vine generosamente.

—Bien, ya traigo mi ración de hoy, sólo dame lo de mi suegra porque ya debo irme.

—Quédate un poco más —supliqué.

—Tengo muchas ganas de seguir ordeñándote, pero mañana nos vemos para lo mismo.

—Ojalá que logres una ordeña más en tu casa —le dije, al tiempo que le daba mi ropa de tres días.

Me dio un beso más y salió dejándome encuerado y con la verga flácida.

Mientras yo estuve ahí, unos días tuvo suerte de repetir con su marido y otros sólo se conformó con la eyaculación mía, la cual nunca quiso que fuera en la boca, ¡aunque mama riquísimo! ¡Qué mujer tan hermosa y deseosa de ser madre!

A los diez meses, recibí una llamada en mi trabajo, ¡Era Muunek!, quien con engaños había conseguido ese número telefónico con un primo de ella, el cual Muunek sabía que yo tenía comunicación esporádica. Ella comenzó a hablar de corrido y, después de decir adiós, colgó.

Me dio gusto saber que logró el embarazo deseado y que su marido tomara menos para estar en forma. “Fue niña y se llamará Ixchel”, que según Wikipedia era la diosa del amor y de la gestación, hermana de Xtab, de donde se deriva el nombre de Xtabentún. “No sé si sea tuyo o no, pero ojalá que sea de mi marido, quien sin tu ayuda no lo hubiera tenido. Adiós”.

Bien es claro que fue una hija deseada y planeada.

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