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Las coincidencias colaterales

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Pável es uno de mis clientes, a quien le hago su declaración anual de impuestos. Estudiamos juntos desde la primaria hasta el bachillerato y por tanto somos muy amigos. Esta historia la conocí conforme fue desarrollándose.

Pável y Yolanda se conocieron en una oficina gubernamental; ambos eran subdirectores y el esposo de ella director de otra área. Su amistad fue creciendo mientras se apoyaban mutuamente. En una reunión para festejar el fin de año ella le preguntó con antelación a Pável si él podría llevarla a su casa pues su esposo andaba fuera de la ciudad, atendiendo un asunto de trabajo y ella quería tomar un poco más que de costumbre y como llevaría carro, no quería manejar así. Pável, quien no acostumbraba tomar, aceptó pues su esposa saldría también a otra ciudad, con sus hijos, a visitar a su hermana y se llevaría el automóvil.

La fiesta estuvo alegre y, efectivamente, a Yolanda se le pasaron las copas, al grado de que le excitaba bailar con los compañeros de trabajo. Los más jóvenes se dieron cuenta cuando ella les pegaba su pecho en el baile y en los giros, con las piernas y las nalgas, les tallaba la erección que ella provocaba; evidentemente la manosearon lo mejor que pudieron, excitándola más. Cuando llegó la hora de retirarse, ella se veía muy ruborizada y sus feromonas atraían a cualquier hombre que pasara cerca.

–Ando muy borracha, ¿me dejas recargarme en tu hombro? –le preguntó a Pável cuando ya estaban en el automóvil, recargándose en éste sin esperar respuesta.

–Vamos a tu casa para que descanses –Expresó Pável, pero su miembro empezó a crecer por la concentración de los humores que despedía Yolanda y ella lo detectó pues había colocado su brazo en el regazo de Pável desde que se recargó en el hombro.

–¿Y vas a desperdiciar esto llevándome a casa? –Dijo ella apretando directamente con su mano la turgencia creciente de Pável.

–¿Y qué sugieres? – preguntó él acariciándole el pecho en el amplio escote del vestido.

–Vámonos a un hotel, también estoy muy caliente –le pidió metiéndose bajo el sostén la mano con la que Pável le acariciaba el pecho.

Pavel sólo se detuvo en una farmacia, de 24 horas abierta, para comprar condones. Cuando llegaron a un hotel de paso, el carro olía a sexo de tanto que se habían restregado mutuamente las viscosidades que habían estimulado. A Yolanda le brillaba la palma de la mano llena del presemen de Pável que brotaba gota a gota del miembro que ella había sacado de su guarida. Los dedos de Pável se llenaban con los flujos de la vagina encharcada de Yolanda y se los chupaba para limpiarlos. Yolanda se agachó para saborear la verga bajándole el prepucio y con su lengua recorrió el meato que goteaba exageradamente. Apenas entraron al cuarto asignado y se fundieron en un beso acariciando cada quien con fruición el sexo del otro. Así, besándose, se desvistieron mutuamente dejando regada la ropa en suelo, tal como había caído. Yolanda se acostó y Pável, una vez que localizó el saco, hurgó en los bolsillos para extraer los condones.

–Yo te lo pongo, hace muchos años que no pongo uno, desde que era la novia de mi marido –solicitó Yolanda extendiendo la mano.

–¿Y antes de eso? –le preguntó Pável, queriendo indagar si su marido fue el primero.

–Mi esposo fue quien, siendo novios, me desvirgó, pero después de un susto, usamos condones –contestó Yolanda, sabiendo a qué se debía la pregunta y, además, amplió la información–. También los usé con otros dos en un momento de calentura, mientras fui novia de mi esposo. Hoy me volví a calentar y le daré a mi marido unos cuernos en forma…

Pavel no captó la trascendencia de esas palabras: Yolanda no sólo estaba caliente, también declaraba que estaba enamorada y que quería una verga adicional para calmar periódicamente el deseo que sentía por Pável. Él por su cuenta, sólo pensaba en cogerse a esa hembra chichona, nalgona y de cara bonita con cuarenta años. Los condones sólo los usaba por profilaxis con algunas aventuras pasajeras y, desde hacía tres años, semanalmente con la joven mucama que lo sedujo a los pocos meses de entrar a laborar en su casa.

Esa noche fue una experiencia deliciosa para ambos. Se amaron de diferentes maneras. Ella tragó el semen de Pável que le pareció más fuerte que el de su marido. Le restregó la panocha en la cara llenándolo del flujo que manaba con cada venida que la lengua de Pável le estimulaba. El último condón fue con el mañanero. Se fueron a desayunar. Ella lo dejó en su casa y se fue para la suya a descansar.

–Anótame en tu agenda porque quiero tirarte unas dos o tres veces al mes… –Le dijo Yolanda a Pavel antes de subir el vidrio de la ventanilla y poner la palanca de velocidades en primera para avanzar.

En ese momento captó Pável el significado de “cuernos formales” que mencionó Yolanda. Así, ahora tendría que atender a una esposa, dos amantes y las espontáneas que se lanzaran al ruedo. Más que placer, se sintió abrumado porque se estaba buscando tareas extraordinarias a las normales.

Semanalmente, por lo general los viernes en la tarde, Yolanda y Pável se encontraban en un estacionamiento cercano al hotel que frecuentaban y de ahí salían en un auto hacia su rutina de amor. Rutina porque estaba sistematizado el trayecto de ida y vuelta, pero las dos horas de amor eran muy creativas: ejercitaban las mejores posturas que habían tenido con sus consortes o amantes, ella le platicaba de las formas de los penes que conoció y él de la variedad de los pezones que mamó. Ponían en práctica algunas posiciones que habían descubierto en Internet, lamían los postres que ponían en las partes pudendas del otro, se contaban fantasías. En fin, cogían mucho y variado, pero siempre con condón pues uno nunca sabe de las actividades que con otros tengan sus parejas sexuales.

–No, no quiero que te pongas condón –exclamó Yolanda–. Quiero sentir cómo me llenas de calor…

–Pero te puedo embarazar… –replica Pável.

–No, el condón es para cuidar a nuestras parejas, yo tomo anticonceptivos –explicó Yolanda–quiero que me bañes de tu amor por dentro y sentir la fuerza de tu eyaculación.

Así, desde ese día, cogieron pelo con pelo. Pero pronto tuvieron que separarse. Al marido de Yolanda lo asignaban a dirigir las oficinas regionales en el sureste y aceptó si también reasignaban a su esposa. Así, se conformarían a retozar cuando pudieran. De cualquier manera, la mucama le seguiría dando servicio a Pável.

–Señor, ¿qué cree? –dice la mucama a Pável una de las tardes en que se daban “mantenimiento corporal” en el hotel después de reponerse de los orgasmos continuos que solía tener. y aún encima de él.

–No sé, dime ¿qué pasa? –pregunta Pável intrigado, haciéndola rodar hacia la cama.

–Estoy embarazada…

–¡¿Quéee?! –exclama Pável–, ¡pero usamos condón!

–Nosotros sí, pero a mi novio no le gusta ponérselo…

Pável y la mucama continuaron amándose aún después de que ella se casó. Ella sólo tuvo que cambiar su rutina de trabajo evitando esfuerzos.

La primera oportunidad de verse Pável y Yolanda otra vez, se dio cuando ésta tuvo que acudir a una reunión de trabajo a las oficinas centrales. En la primera tarde libre se vieron en el hotel acostumbrado.

¿Te acuerdas que hace medio año cogimos y te dije que no era necesario el condón? –le pregunta Yolanda cuando entran al cuarto del hotel.

–Sí y seguimos haciéndolo así durante un mes, hasta que se fueron a vivir a Mérida, hace como cinco meses –contesta Pável, dejando la llave en el buró.

–Pues mira… –dice Yolanda abriéndose el grueso abrigo y queda expuesto su abultado vientre– Sí era necesario…

–¡Pe… pero tú dijiste que to… tomabas pastillas anti…ticonceptivas! –exclama Pável tartamudeando después de reponerse del asombro y acaricia la panza de su amante.

–¿Alguna vez viste la película “Prudencia y la píldora”? –Pável asiente con la cabeza al recordar que la vio en la adolescencia, y entonces ¡la película tenía como veinte años de haberse estrenado!– Pues me pasó igual. Mi hija tomó para su uso las pastillas de mi pastillero y las sustituyó con aspirinas –explicó Yolanda.

–¿Qué dijo tu marido? –pregunta Pável quitándole el abrigo a Yolanda.

–Mi esposo está feliz de ser papá, y lo será, pues también cogí con él esos días de la sustitución. Bueno, la verdad no sé de quién es, pero mi marido será el papá –concluye jocosamente Yolanda.

–Bueno, pasaré a darle un saludo –le dice a su amante abrazándola por atrás y rodeándole el vientre cariñosamente a la vez que deja caer sus pantalones.

–¿A quién?, ¿a mi marido? –interpela ella con voz airada, justo cuando Pável le baja los calzones.

–No, putita, al bebé… –le contesta tiernamente dándole un beso en el ombligo.

–Para eso quería verte, para que entraras a saludarlo –dice Yolanda metiendo la mano en la trusa para jalonearle el tronco a Pável.

Estando en pleno saludo del bebé, Pável succionó las tetas de Yolanda y se quejó.

–Aún no tienes leche.

–En pocos meses ya habrá calostro, que tendré que ordeñar con una bomba y a veces con la ayuda de mi marido. Pero se me ocurre que entonces veré que tengas que acudir a dar una asesoría a mi equipo de trabajo y, al menos una semana haré la ordeña sin la bomba clásica…

–Sí, este putito quiere mamarte ese calostro y saludar al bebé.

Pável tuvo oportunidad de ordeñar a Yolanda, tal como ella lo previó y comparó el sabor del calostro, y después, en su oportunidad, el de la leche, con los mismos productos que la mucama le proporcionaba… Ambas tuvieron niño varón, con un día de diferencia, los niños eran casi idénticos a los pocos años. Uno podría ser su hijo, pero el otro… ¿Se habrá roto el condón?

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