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El puto cabronazo (El cabrón – Parte 3)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Habían pasado dos semanas desde el día en que Ricardo recibió la noticia de su triple paternidad. Carla, su compañera de trabajo, con quien llevaba liado poco más de un año. Lo de Andrea era una situación más compleja. Aquella camarera de 23 años con quien quedaba para echar un polvo morboso le había amenazado con tener que hacerse cargo del embarazo.

Ahora, tumbado en una de las hamacas junto a la piscina de la casa de la playa de sus suegros, fumaba mirando las estrellas algo preocupado por como afrontar el problema con Andrea. Todos se habían ido a dormir cuando apareció, Ana, su cuñada, y madre de su tercera paternidad:

-¿Qué pasa cuñado, te has quedado solo? –Tomó el paquete de cigarrillos y se encendió uno.

-No deberías.

-Te ha salido la vena de padre responsable… jajaja

Ricardo se le quedó mirando con media sonrisa:

-¿Por qué no me dijiste que querías quedarte embarazada?

-Porque no te quería involucrar.

-Joder Ana, para no querer involucrarme…

-A ver Ricardo, sabes que estoy enamorada de ti desde que era una adolescente. ¿Cuánto tiempo llevamos liado? ¿15 años?

Ricardo miraba a su cuñada, hermana menor de su mujer, y no podía dejar de recordar como quedó prendado de aquella adolescente que destilaba sensualidad en cada gesto. Ese carácter extrovertido, ese descaro canalla, ese humor con doble sentido que hacía sacar de quicio a su hermana mayor (su mujer) y que él le seguía con tanta facilidad. Todo aquello fue generando entre ellos una complicidad demasiado peligrosa. Ricardo, un hombre de 35 años, alto, fuerte y apuesto. Arquitecto reputado y muy bien considerado en la familia de su mujer. Ana, una joven a punto de cumplir la mayoría de edad, con un cuerpo de modelo de bikinis, con belleza pícara, labios carnosos, melena castaña y un culo espectacular.

El día antes de que Ana cumpliera 18 años, Ricardo estaba en el sofá de casa de sus suegros viendo la televisión cuando entró su cuñada en la casa:

-Hola cuñado, ¿dónde están todos?

-Han salido a merendar.

-¿Y tú no has ido con ellos?

-No, me he quedado viendo el partido.

-Pfff, pues yo quiero ver un programa –dijo con tono de niña mimada.

-Pues te aguantas, es un partido de la Eurocopa y lo voy a ver.

-Venga ya, joder, si siempre nos eliminan…

-Que no, Ana, que he dicho que voy a ver el partido.

La joven, que venía del gimnasio vestía un cullotte ajustado y un top deportivo que dejaba ver su barriga plana y ombligo, se lanzó encima de su cuñado para intentar quitarle el mando a distancia. Esto era un juego que solían tener desde siempre. Ella intentaba arrebatarle algo y él se resistía lo que convertía aquello en una especie de lucha. Al principio, el hombre terminaba haciendo cosquillas por todo el cuerpo a su cuñadita pero con el paso del tiempo ninguno de los dos se cuidaba de no tocar al otro. Aquella tarde, vísperas de su 18 cumpleaños, luchaba por arrebatarle el mando a distancia de la tele a Ricardo, cuando éste se lo colocó debajo de su cuerpo y asomando entre sus piernas.

Ana se le quedó mirando fijamente. La tensión sexual aumentaba al tiempo que las reacciones de sus cuerpos se hacían indisimulables. A la joven se le marcaron sus pezones en el top fucsia de manera escandalosa. En la entrepierna de Ricardo, el bulto provocado por la erección le impedía cerrar las piernas:

-¿Quieres el mando, Ana? Pues cógelo. –Dijo el hombre dirigiendo su mirada entre sus piernas.

Su cuñada quedó pensativa por un momento sin dejar de mirarle a los ojos. Frente a él, puso cara de enfadada, se echó el pelo hacia atrás y cuando entendió que su cuñado estaba confiado agarró el mando y echó a correr hacia su habitación. Ricardo corrió tras ella. En el dormitorio de la chica, Ana apoyó su espalda en la pared y se introdujo el mando dentro del top:

-¿Quieres el mando, Ricardo?… pues cógelo… –dijo en un sensual susurro ella.

El hombre avanzó hasta la chica. Dejó su cuerpo muy cerca del de ella y colocó sus manos a cada lado, apoyadas en la pared. Poco a poco fue acercando sus labios a los de la hermana de su mujer. El olor de su cuñada le resultaba excitante. Ella cerró los ojos cuando los labios de su cuñado rozaron los suyos. Abrieron sus bocas y se disfrutaron de lo que tanto habían ansiado, de la tensión sexual acumuladas durante años.

Sus lenguas se entrelazaron, sus labios se sellaron, sus manos comenzaron a recorrerse de una manera menos lúdica que lo hacían cuando jugaban en el sofá. Ricardo introdujo su mano por debajo del top haciendo que cayese el mando y alcanzando una de aquellas tetitas de su cuñada. Duras, proporcionadas, deseables, se entretuvo en pellizcar el pezón erecto. Ana le agarraba por la nuca obligándole a mantener su boca junto a la de ella.

El hombre la levantó en vilo sobre sus brazos y agarrando su duro culo, donde clavó sus dedos. Ahora, la diferencia de altura quedó eliminada y Ana rodeó el cuerpo del marido de su hermana con sus piernas. La chica restregaba su sexo por el cuerpo del hombre provocándose un roce que la estaba llevando al éxtasis.

Ricardo la llevó hasta la cama y allí la tumbó. Inclinado sobre ella, levantó la prenda para poder lamer con más facilidad los pezones de aquella virginal criatura que lo había encandilado desde el primer día que la vio. Ana se mordía el labio inferior, suspirando mientras su cuñado seguía devorando sus pequeñas tetas. Suspiraba y gemía notando como él succionaba cada uno de sus pezones antes de introducirse toda la teta en la boca. La misma boca que la volvía loca y con la que había fantaseado esas noches en las que se aliviaba tocándose mientras los oía follar, en la habitación de invitados de aquella casa playera. Ricardo siguió descendiendo por el cuerpo de su cuñadita hasta quedar de rodillas entre las piernas de ella. Bajó el culotte de un tirón quitando también las braguitas. Ante él quedó un sexo cubierto por una sedosa capa de vellos negros del que emanaba un embriagador olor a sexo. Sin dudarlo, dirigió su boca hasta la rajita del coño de Ana. Caliente y húmedo, lo devoró como si lo necesitase para vivir. Su lengua se paseó por cada pliegue de aquel volcán juvenil.

La chica, instintivamente, agarró la cabeza de su cuñado y comenzó a mover su cadera contar ella. Tenía un nivel de excitación desconocido hasta ese día. Un hombre casi veinte años mayor, marido de su hermana mayor, le estaba dando placer oral… ¿cuántos dedos se había hecho fantaseando con ese momento? Un calambre recorrió su columna en ese momento. Desde su clítoris, trillado por los dientes de su cuñado, hasta su cerebro una corriente eléctrica hacía que su cuerpo comenzara a convulsionar ante un orgasmo como nunca antes. Un grito, casi animal, brotó de su garganta al tiempo que se aferraba con sus dedos a la cabeza de Ricardo para quedar casi desfallecida segundos después. Su coño, inundado por el flujo vaginal, palpitaba de excitación cuando su cuñado levantó la cabeza con sonrisa triunfal.

El hombre se puso de pie y comenzó a desnudarse. Su joven cuñada le observaba con ojos expresivos cuando pudo ver su pene erecto. Sabía que Ricardo estaba muy bien dotado por oídas pero al comprobarlo sintió un pellizco de nerviosismo y excitación. Ante lo inevitable, se confesó:

-Ricardo… yo… nunca… eh… que soy…

-Tranquila Ana, lo haré con mucho cuidado…

Ricardo sería el primer hombre de Ana. Él acariciaba el cuerpo tenso de la chica antes de besarla con delicadeza en los labios, se fue colocando sobre ella. Ana abrió sus piernas para acoger la corpulencia de su cuñado. Éste dirigió su glande a la entrada del coño virgen de la chica y lentamente comenzó a jugar con ella. Movía el capullo a lo largo de la raja, separando levemente los labios, aún sellados por el himen. Despacio fue introduciendo la polla dentro, en aquella gruta estrecha, caliente, húmeda, inexplorada.

Ana sentía la presión dentro de ella, dudaba que aquel trozo de carne duro como una barra de acero cupiera en su interior:

-Tranquila, Ana. –Ricardo besaba para tranquilizar a la chica.

Volvió a presionar, ahora sin marcha atrás, hasta que sintió como la barrera física le impedía avanzar se rompía. Un grito de verdadero dolor de su cuñada delataba la perdida de inocencia. Ricardo estrenó con su grueso miembro el conducto vaginal de su joven cuñada un día antes de cumplir la mayoría de edad, hasta correrse dentro de ella.

-¿En qué piensas…? –Llamo la atención de su cuñado, Ana

Ricardo volvió de sus recuerdos para mirar a la hermana de su mujer.

-Recordaba cuando lo hicimos por primera vez…

-Ufff, qué momento… –dijo Ana antes de mirarle risueña.

Tras suspirar, dio una calada a su cigarro y continuó:

-Sabes que al día siguiente me asusté mucho. Me dolía el coño y tenía los labios irritados y a amanecí con algo de sangre en las bragas. Pensé que me habías hecho daño…

-¿Cuánto tiempo ha pasado, Ana?

-Pues al día siguiente cumplí 18 años y ahora voy a hacer 31… Y después de 13 años me dejas embarazada, y mira que nos hemos arriesgado con tu puta manía de hacerlo sin condón. Pero no te preocupes, nadie lo sabrá nunca.

-Gracias… supongo… No todas piensan como tú…

-¿De qué hablas, cuñado? ¿No la habrás liado, no?

-Hay una cría de 23 años que se ha quedado preñada y me amenaza con contárselo a tu hermana si no me hago cargo…

-Joder, Ricardo, si es que eres un PUTO CABRONAZO….

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