Nuevos relatos publicados: 6

El regalo: Un antes y un después (Vigésima octava parte)

  • 25
  • 7.594
  • 9,67 (3 Val.)
  • 0

—Mi amor… ¡Perdóname! Discúlpame por todo el dolor que te he causado. —Le dije a mi esposo aún ebria, por supuesto que sí, pero embriagada de un reconocido y profundo amor por él.

—Silvia, mi amor… Lo sé todo y aquí el único que debe pedir excusas soy yo. Me he portado como un hijueputa imbécil contigo. —Y se arrodilló en medio de un doloroso llanto ante mí, sujetándose con mucha fuerza a mis piernas, –tan necesitado de mi amor y comprensión– recostando posteriormente su cabeza de medio lado sobre mi vientre, implorándome perdón.

Martha permanecía estática en la entrada bajo el marco metálico de la puerta, recostada contra el larguero del pestillo, también gimoteando y con un brazo cruzado apoyando con la palma, el codo del otro y este último en vertical ascensión, ocultando en parte con su mano la palidez de su rostro, impactada por la demostración de amor y humildad de mi esposo.

—¡Mi vida!... —Le dije a Rodrigo acariciando sus cabellos y una parte de su rostro–. Los dos nos hemos fallado, pero mi amor por ti sigue intacto y al verte aquí de nuevo junto a mí, me demuestras una vez más que el tuyo sigue como antes. ¡Me amas! ¡Nos amamos! — Y mi esposo seguía allí postrado y avergonzado, expresando su sentimiento hacia mí, en una demostración no verbal de amor y entrega, con pequeños besos continuados a la parte superior de mi muslo izquierdo, cerca de la ingle y por sobre la delicada tela, que para nada aislaba la calidez de su respiración.

—Rodrigo… Ven mi vida. ¡Mírame! Hoy a solas, recordé que sin pedirte aún perdón por haberte fallado años atrás y a pesar de que te cambié por una estúpida ilusión, comprendí porque después de todo, con tan solo una llamada, tú regresaste a mi vida… ¡Me amas demasiado! Porque estando lejos y por supuesto herido por mi traición, volviste junto a mi cuando abandonada y sola, de manera egoísta al sentirme defraudada conmigo misma, yo te lo pedí y nunca preguntaste por qué lo hice ni mis razones, mucho menos me exigiste nada a cambio, tan solo que te diera la oportunidad de amarme.

—Mi amor… ¡Te ganaste a pulso este corazón! —Y diciendo esto, me fui arrodillando también, para tomar su mano derecha y colocarla sobre mi seno izquierdo, desnudo y tibio, palpitando por dentro, henchido de amor y juntamos no solo nuestros rostros en un beso que de nuevo sellaba nuestro pacto sino que al confundir sus lágrimas con las mías, –no las tristes anteriores que ya había gastado y qué por el contario todas eran nuevas y felices– brindamos con ellas por nuestro reencuentro como amigos y amantes, dichosa yo de que brotaran de mis ojos, como ríos hacia nuestros propios mares.

—¡Te amo, te amaré por siempre! —Me respondió mi esposo tomando mi cara entre sus manos y me ayudó a colocar en pie y fue en ese instante cuando Martha se acercó y nos abrazó a los dos, sonriendo con algo de timidez y pidiéndome ella, también un perdón.

¿Y por qué ella? ¿No debería ser yo acaso, por intentar meterme con su esposo?

—Martha, por favor pasa y siéntate. Bienvenida y disculpa todo este desorden. —La esposa de mi jefe y mí casi amante, continuaba sollozando sin moverse de su lugar, por lo tanto me separé de Rodrigo y me acerqué a la puerta.

—Pero no comprendo porque estás aquí a estas horas y más encima, has llegado en compañía de mi esposo. Acaso ustedes dos… ¿Ocurrió algo malo con tu esposo? ¿Hugo está bien? —Entre asombrada y preocupada le pregunté para luego tomarla de sus manos temblorosas y bastante frías, invitándola a pasar a la sala y de forma natural, retirar del brazo del mueble mis tanguitas negras.

—Silvia, yo estoy aquí porque te debo… ¡Te debemos una explicación! —Y me lo dijo apenada, pero eso sí, sin dejar de mirar a Rodrigo que se encontraba a mi lado rodeando con su brazo mi cintura.

—Yo he sido el génesis de todo este desastre. Tu esposo y tú misma, los sólidos muros blancos que fueron alcanzados por las esquirlas de mis desvaríos. — Rodrigo posó su mano en el hombro, para reconfortarla mientras su boca dibujo una breve sonrisa y luego si nos preguntó si deseábamos beber algo. Yo podría soportar un poco más de alcohol, pero decliné la oferta pidiéndole mejor un vaso con agua y nuestra invitada, con algo de frio aun, señaló con su índice la botella de vodka. Y nos dejó allí un momento a solas, mientras se desplazaba hasta la cocina por otro vaso y una botella de agua.

—Mis fantasías, –continuó Martha hablándome– y deseos me llevaron a causar un gran daño en mi esposo, una desastrosa decisión que casi arrasa con el matrimonio de ustedes y por ello quiero que me escuches, pues yo debo pedirte perdón por todo. —Y tomando un pañuelo desechable de su bandolera marrón, se sonó brevemente la nariz y luego prosiguió.

—Hugo es el hombre de mi vida. —Y yo la miré sorprendida–. Lo sé Silvia, por todo esto pareciera que no y que soy una completa hija de puta por mi comportamiento. Tal vez sea verdad y todos tengan la razón menos yo. Pero aunque me mires así te aseguro yo, que Hugo es el único hombre al que amo, pero desafortunadamente, nuestro diario vivir y la maldita rutina colándose a diario por cualquier rendija de nuestro hogar, asociado a la falta de interés de mi esposo por mejorar nuestras relaciones sexuales, siempre con la disculpa del trabajo y la urgente necesidad de sus constantes viajes, sencillamente yo… ¡Exploté! —Y volvió el llanto a bañar aquellos tiernos ojos, y suspiros, dos, tres tan seguidos y dentro mío, aflorando el sentimiento de compasión cuando días atrás solo sentía por ella una fuerte aversión.

—Silvia tu eres mujer, creo que me entenderás cuando la persona en este mundo que más amas, te hace sentir sola y abandonada, a pesar de tenerle algunas horas a tu lado y cuando dejas de ser el centro de su mundo, te apartan y ya no eres más la parte primordial de tu pareja. Sumado a ello, Hugo y yo nos conocimos de muy jóvenes y no nos dimos tiempo para conocer a nadie más y esa falta de experiencia fue la razón de nuestra aburrida vida sexual. —Te entiendo Martha, pero la verdad y con todo respeto, actuaste con tu esposo muy mal–. Le respondí con sinceridad.

—Lo sé preciosa, lo sé. Las ideas surgieron en mi cabeza una tarde, como era usual, mi esposo de viaje, yo tantas horas al día solamente encargada del hogar y del cuidado de mis niños, me llevaron a imaginar la posibilidad de hacer renacer en mi esposo la flama de la pasión, con más fantasías que con certezas. Necesitaba cambiar, Silvia. ¡Y lo hice! En la cama fui más fogosa y muy sexy me mostraba ante él, ya fuera noche o en la mañana antes de que se marchara a su oficina. Maquillaje diferente, peinados juveniles y con ropa nueva traté de seducirlo… ¡Reconquistarlo! Y a pesar del esfuerzo y mis ganas de que me tomara en sus brazos al regreso a casa, nada en él parecía cambiar. —Y Rodrigo acercándose a nosotras, nos ofreció un vaso a cada una. Ambos cristalinos pero el mío sin alcohol. Se sentó en el brazo del sofá, pero no a mi lado, sino detrás de ella. ¿Por qué? ¡Eso me confundió!

—En Hugo no sucedía ese cambio, no parecía ser necesario o primordial para él. Supongo que para mi esposo, sus prioridades eran otras y que con lo poco que me hacía uno o dos días cada quince al mes, «si estaba de humor», lo encontraba suficiente y era tan normal su manera tradicional de hacerme el amor, que nunca me preguntó si yo quedaba realmente satisfecha con su desempeño. —Ella bebió un sorbo de vodka y mirando a mi esposo le agradeció. Mi esposo por su parte se tomaba una cerveza y yo noté como al levantar el envase, su pulso vacilaba.

—Pero a mí me faltaba, Silvia. Y eso me hacía sentir mal con él, pues siendo un hombre maravilloso y buen padre, en nuestra intimidad era un tedioso amante. Yo al creer que ya todo seguiría igual por el resto de nuestros días, hice las cosas mal, de forma precipitada decidí buscarme un amante, era algo muy fácil para mí hallar alguno interesado en el gimnasio y lo hice primero con uno. Pero aunque arrepentida de obtenerlo y haberlo disfrutado en esos otros brazos, con un cuerpo nuevo y musculado, yo me sentí una mujer plena y satisfecha con la nueva sexualidad por mi descubierta, pletórica de orgasmos largos, seguidos de caricias y atenciones, en el fondo de mi corazón sabía que no era esa la meta ni lo que en verdad yo pretendía. Me faltaba el amor Silvia, el que Hugo había refundido. —Su confesión tan real y dolorosa a la vez, me conmovió y visualicé en un instante a mi jefe comportándose con su mujer como usualmente hacía con nosotras en la oficina. ¡Frio y distante!

—Tampoco me sentí plena. Necesitaba hallar la manera de que Hugo aprendiera a tener sexo conmigo. A tratarme como a una puta en la cama y hacerme o deshacerme, lo que se le antojara realizar conmigo. Si hablé con él en las noches, estoy segura de que más me escucharon las paredes de nuestra habitación. Su tradicional forma de hacer el amor no estaba mal pero yo quería sexo, emputecerme para él. ¡Con él! —Un nuevo dedo de Martha, estirado para limpiar de humedad ambos parpados, luego ambas dimos un trago para calmar la sed y apaciguar aquellos recuerdos, entre tanto observé que Rodrigo por fin se puso en pie, para recostado en la baranda del balcón, ponerse un cigarrillo entre los labios.

—Y luego se me ocurrió dejarme ver de Hugo, teniendo sexo con otro hombre, no para darle celos Silvia, no. Quería que viera como se me podía hacer gozar, deseaba en realidad que aprendiera a hacerme el amor diferente, más salvaje y rudo que su acostumbrada posición del misionero o aquella de medio lado tomándome por detrás. Otras maneras de tocar, acariciar y besar. Chupar, lamer, hurgar en mi interior y sacarme los quejidos que con otros hombres logré conocer y alcanzar nuevas sensaciones, ya que hablando con él, nunca me quiso escuchar. —Martha se giró de medio lado y le pidió a mi esposo compartir un poco de su cigarrillo y el sonriente se acercó nuevamente, para colocarlo con bastante familiaridad en aquella boca entreabierta. Y una punzada en la boca de mi estómago sentí. ¿Celos?

—Porque una mañana de tantas a solas, en la sala descubrí una pequeña cámara, instalada por mi esposo y revisé con cuidado el resto de nuestro hogar. —Y con aquellas palabras Martha volvía a tener mi plena atención–. No era la única en la casa, por lo tanto, supe que mi esposo me espiaba porque ya intuía mis andanzas y aun así no me decía nada. ¡No reaccionaba! Yo deseaba que me preguntara y hasta me insultara para responderle a sus preguntas con mis verdaderas intenciones pero no… Hugo calló y tragó. Hasta que llegó una noche con unos papeles en sus manos, solicitándome el divorcio. —Y de repente me sentí mal por haber sido yo la persona que le indicó ese camino. Rodrigo retiró con suavidad el cigarrillo de aquellos finos dedos y la ceniza con un leve movimiento de su mano, cayó en el fondo del cenicero. Y me miró con aquellos ojos cafés, de una forma cómplice que parecía querer quitarme toda mi culpa de encima.

—No supe que hacer para que cambiara su decisión. ¿Equilibrar la balanza de mi engaño con uno suyo? Pues sí preciosa, eso maquinó mi estúpido cerebro. Proporcionarle una amante, una mujer diferente a mí para que con ella Hugo reaccionara, tuviera sexo y de paso aprendiera en ese encuentro. Una prostituta no sería la solución pues conociendo su férrea educación y preceptos, jamás lo hubiera logrado de esa manera. Yo requería de alguien más cercana, otra mujer que para Hugo fuera… ¡Entrañable! Y llegaste tú a mi hogar, Silvia. Sí mujer, con una llamada que pude oír, una conversación entre ustedes dos, y en la cual escuché con claridad que Hugo aun me amaba. Te convertiste de repente en la solución, en mi oscura obsesión y no solo en el ángel de Hugo. —Y al escuchar esas últimas palabras, un escalofrió recorrió mi cuerpo por completo, desde la nuca hasta la parte baja de mi espalda. Y ellos dos, lo pudieron constatar en mi expresión de asombró y la palidez repentina en mi rostro.

—Tranquila cielo, no te preocupes por eso que como ya te mencioné, siempre he estado al tanto de todo. Se lo que sucede en esa oficina, el repentino cambio de humor en él, los arreglos florarles sin un claro remitente y sus salidas a almorzar o cuando fuiste con Hugo a tomar un café para hablar de mí, de los dos y sé de tus bonitos consejos. Me dolieron sus besos, pero era solo un pequeño precio para compensar el desequilibrio que causé en mi esposo. Gracias a ti, logramos volver a hablarnos y conducir nuestro camino hacia una terapia que en parte ayudó a sincerarnos. —Creo que ahora sí te recibo un vodka de esos. ¡Fuerte por favor! –. Le dije a Rodrigo, quien sonriente y caballeroso me lo sirvió en el mismo vaso que horas antes desprecié después de haberlo disfrutado.

—Silvia, yo lo noté diferente, más interesado en vivir... ¡Lograste animarlo! —La mano libre de Martha alcanzó intempestivamente mi rostro y sentí la tibieza de su piel sobre la mía, y en su mirada, la cálida expresión de agradecimiento por un cambio que yo inicié sin querer y que no concluí por temor a serle infiel de nuevo a mi esposo.

—Aunque conmigo actuara tan frio y distante como siempre, yo deseaba que pasara de todo entre ustedes. Su felicidad seria la propia mía y eso era exclusivamente por ti, por la conexión que en ustedes se creó, el cariño y la admiración que surgía en Hugo hacia su bella asistente. Y me dediqué a indagar sobre ti, con la clara idea de proponerte ser la oficial amante de mi esposo, así tuviera yo que pagarte con todo el oro de este mundo, para que mantuvieras una relación con mi esposo y obviamente que tú Silvia, le obsequiaras algunas horas de sexo y me lo devolvieras convertido en un amante mejor. —Y mi esposo por fin se acercó a mí, sentándose a mi costado, rodeando con su brazo izquierdo mi cuello y dejando descolgar su mano sobre el nacimiento de mi seno.

—Y aquí apareció este hermoso hombre tuyo, mi caballero sin armadura, para desbaratar con su amor y fidelidad hacia ti, mis planes de conocerte antes y hacerte esa propuesta. Porque Silvia, Rodrigo siempre se opuso al plan, inicialmente haciéndolo sin que yo supiera que el sabia en quien había fijado mis ojos para cumplir con la idea trazada. Incluso después ya revelado su papel en esta historia por mi amiga Almudena, buscó siempre la manera de que tu no te vieras involucrada, pero a espaldas de Rodrigo, mi amiga y yo proseguimos con esta estratagema. Tu esposo Silvia, es un hombre con principios, bastante analítico y a la vez muy divertido, locuaz y… se hace querer muy fácilmente. Rodrigo te ama con locura y ese es precisamente el amor que yo deseo encontrar en Hugo. —Y entonces caí en cuenta de que ellos ya se habían conocido mucho antes de aquel encuentro en el bar de nuestros amigos.

Giré mi cabeza y echándome hacia un lado observé el rostro de Rodrigo para contemplar su gesto de culpabilidad, tras aquella otra mentira. Pero Martha se acercó más a mí y con su mano sobre la de mi esposo y Rodrigo aun acariciando con sus dedos mi pecho cubierto por la delicada tela, con su voz dulce y suave me terminó por decir…

—Rodrigo es tan inocente en esta obra mía como tú. Por eso te pido perdón y también, ahora tú valiosa ayuda. Hugo se fue. Me abandonó. —Y recostando su cabeza sobre mi regazo, Martha angustiada, lloró.

—Silvia, mi amor… ¡Perdónanos! También debo pedirte disculpas por no haber detenido con mayor firmeza todo esto. Desde que percibí en ti un cambio en tu pensamiento sobre tu jefe, intenté saber más, mirar el otro lado de esta historia y no sabía cómo hacerlo sin que llegaras a pensar que era únicamente por tu pasado que aún me tenía marcado y que yo finalmente me había convertido en un celoso empedernido y que te agobiaba demasiado con mis preguntas. No te quise presionar y en un camino un día, el destino me puso de frente con esta mujer y decidí aprovechar la ocasión para ahondar en las causas y obtener las respuestas a mis inquietudes sin que sospecharas nada. —Silvia me escuchaba con atención pero mantenía sus manos acariciando el cabello y el cuello de Martha, la mujer de su jefe, que reposaba la cabeza sobre sus rodillas.

—Desconfié de ti, –continué la confesión– claro que sí, pero más de las intenciones de tu jefe y me involucré en una investigación personal para conocer todos los ángulos de ese triángulo que se fue formando entre un jefe, su asistente y yo. Y ahora a pesar de mis vanos intentos por evitarlo, sucedió que nada ocurrió en verdad, pero nos lastimamos todos, Hugo, tú, Martha y yo. Por eso estamos aquí para disculparnos por engañarte y necesitamos ahora tu colaboración para que todos los lados mantengan unidos ahora este naciente… ¡Cuadrado! —Martha se reincorporó después de que terminara yo mi declaración y tomando con fuerza a Silvia por los hombros le dijo…

—Preciosa, no sé dónde está mi esposo, no responde mis llamadas y estoy preocupada por no saber de él ni de su situación. ¿Sabes por causalidad de algún lugar donde pueda encontrarlo? —Y mi esposa dejando la botella de agua en la mesita auxiliar, se puso de pie y tomó uno de mis cigarrillos y el encendedor plateado para en el balcón, sin mirar a Martha ni a mí, encenderlo y dar un sorbo al vodka que tenía en su otra mano.

—Martha, con ese video lastimaste el corazón, el amor propio de Hugo. Lo mataste prácticamente y si te soy sincera, yo desee que él te abandonara. Ahora, después de escucharte, reconozco que la culpa también es de tu esposo por no entenderte y me siento mal por ti, por él, por mi esposo. Jugamos con fuego los cuatro y estuvimos a punto de quemarnos. Los disculpo a los dos y a ustedes también les pido perdón. A ti Martha por meterme con tu esposo y dejar que el sintiera algo por mí y no detenerle a tiempo y usarlo para darle al mío una lección. Y a ti mi amor, por provocar tus celos, humillarte tanto con mi loca venganza, frente a nuestros amigos. De Hugo no sé mucho Martha, él es un hombre muy reservado. No le conozco amistades aquí en la ciudad. Pero debemos pensar que está bien Martha, tranquilízate. No creo que quiera hablar conmigo después de todo lo que sucedió en tu casa con su amigo americano. —Terminó mi esposa por hablar, regresándose hasta sentarse frente a Martha en el otro sillón y le ofreció a Martha de su cigarrillo y esta se lo recibió con una sonrisa de amistad.

—Silvia, mi vida. Tú le manejas la agenda, las visitas y los viajes, los hoteles donde se hospeda. Piensa mi vida y si de algo estoy seguro es que a ti, él te va a responder. Tú sabes que sin pensarlo o sin quererlo mucho, él confía en ti; te aprecia y… Hugo te sigue deseando. Y yo que soy hombre te puedo asegurar que no despreciaríamos una segunda oportunidad con la mujer que queremos estar. Él te responderá la llamada, de eso estoy seguro. Necesitamos ubicarlo y hacer que regrese con su esposa. Ellos se aman y tú lo sabes. Se por Almudena que prometiste estar siempre para él y yo… Ahora te pido mi amor que ayudes a Martha y lo llames, lo ubiques y entre los cuatro como personas adultas busquemos una posible solución. —Martha fumó y devolvió lo poco que quedaba de aquel cigarrillo a mi esposa, yo terminé mi cerveza de un largo trago y Silvia… ¡Dudo!

—Mi amor, Hugo puede que me responda pero con seguridad te digo que él va a imaginarse otra cosa de mí si lo llamo, si lo busco. ¿Me comprendes? Martha… Tú sabes que él ha empezado a sentir algo más por mí que una sincera amistad y Hugo desea mantener una relación conmigo más íntima, no solo de una noche de sexo. Me dijo que me quería pero que entendía que yo no me separaría de mi esposo por él. Y yo no quiero que por mi culpa terminen ustedes dos separándose. —Todas aquellas palabras en su respuesta tenían mucho de verdad. Martha se encogió de hombros y me extendió su brazo con la intención de que yo le vertiera en aquel vaso ya vacío, más cantidad de alcohol.

—Eso lo sé muy bien Silvia, lo entiendo pero también sabes que en el fondo, Hugo me sigue amando, solo que no se siente capaz de demostrármelo en la cama. Si no quieres llamarlo está bien. Te entiendo, no quieres volver a poner en peligro tu matrimonio. ¡Tranquila! —Y bebió Martha un sorbo largo de su vodka, sin dejar de mirarme como buscando en mi un apoyo. ¡Yo su ansiado auxilio!

Más no dije nada en ese momento. ¡Callé! Pues aún estaba pensando y analizando el próximo movimiento, debatiéndose en una lucha, mi corazón contra varios encontrados sentimientos.

—Lo lastimé –continuó mi esposa hablando– también al dañarle su dichosa terapia, y dudo mucho que me escuche ahora solo hablándole como su amiga. El desea tener a su ángel entre sus brazos solo para él, sin compartirme. Y yo no puedo ser tu reemplazo Martha. Eres tú la causa de esta separación y por lo tanto creo yo, serás también la solución. Por el contrario yo deseo que entre ustedes se arreglen las cosas. Si lo llamo y me pide que vaya a buscarlo… ¿Cómo te vas a sentir? Y tu mi amor… ¿Cómo vas a actuar frente a su deseo por mí? ¿Estarás dispuesto a dejarme marchar y verme a solas con él, con el hombre que tanto te mortifica que yo sea su deseo, su obsesión? —Mi esposa tenía tanta razón como siempre y ese era uno de los aspectos que más me enamoraba de ella. La conciencia y la razón que a veces a mí me faltaba. Ella, mi Silvia era sin duda alguna, mí amado complemento.

—Silvia, como te dije días atrás, yo estoy muy cansado de esta situación y debemos entre los cuatro darle termino a todo esto. Tú me amas y yo te adoro. Martha ama a Hugo y él por lo que he escuchado, aún a ella. Ya que estamos en estas, creo que debemos ser totalmente sinceros. —Y tomando a las dos mujeres por sus manos, continué expresando lo que mi mente pensaba que era lo correcto y mi corazón simplemente se negaba a aceptarlo.

— Hugo no va a cejar en su empeño por tenerte para él en sus brazos, quiere hacerte su mujer en la cama para ver si contigo puede olvidar a Martha y contigo mi vida, superar su trauma. Y a mí me gusta Martha, física y emocionalmente. Me parece desde que la conocí, una mujer de sentimientos bonitos y pensamientos diferentes, es decidida, tiene unas ideas estúpidas eso si no lo podemos negar. —Y nos reímos los tres–. Como nosotros también hemos cometido muchas pendejadas estos últimos días. Silvia, he descubierto que esta preciosa española es una mujer muy agradable y he sentido con ella esa química que me hace sentir bien cuando estoy a su lado. —Y me acerqué a Martha para besarla en la mejilla y a mi esposa un pequeño beso en sus labios.

—Estoy decidido a hacerlo. Escúchenme muy bien las dos… ¡Yo podría ser el reemplazo de ese gringo manilargo! No sé qué opinan ustedes. Piénsenlo. También quizás tú, mi amor y yo, necesitemos dar el paso de compartir con otras personas para superar lo que sucedió años atrás. —Y las dejé a las dos mujeres allí, una sentada frente a la otra, mirándose fijamente, analizando la propuesta y mientras tanto me dirigí a nuestra habitación, para tomar de la mesita de noche, el teléfono móvil de mi esposa.

Cuando regresé a la sala, ya Silvia y Martha estaba juntas, fundidas en un cálido abrazo y por testigo de lo que hablarían entre ellas, tan solo aquel sofá.

—Rodrigo, –dijo mi esposa tomando la vocería– si continuamos vamos a incluir a nuevas personas en nuestro corazón, porque yo no soy una puta de lujo a la que se le va a pagar por tener sexo y tú tampoco, un playboy cualquiera. ¿Estamos? Mira mi vida, lo haré porque Hugo me interesa como persona, le aprecio no solo por ser un hombre inteligente y capaz que me ha brindado oportunidades para superarme laboralmente, sino que se convirtió en otro ser más amable cuando se fijó en mí y eso es bueno, para todos. Lo quiero hacer con Hugo porque es un hombre que me gusta, pero también porque me interesa su bienestar, como ese amigo que quiero que viva bien, que quede eso muy claro. —Y Martha recostó su mentón en el hombro de Silvia, no dejándome ver su expresión ante esa confirmación de cariño por su marido.

—A ti te amo loco mío, y si voy a estar con él no solo necesito que me des tu permiso y tan solo lo sepas, mi amor. Yo quiero que estés ahí conmigo cuando suceda, pues a pesar de todo, no es fácil para mí aceptar que me entregaré en otros brazos sin tu compañía. Necesito de ti, requiero estar segura de que no te sentirás mal y que yo por supuesto, después no me vaya a arrepentir de verte junto a Martha. Vamos a cambiar de parejas, ok. Pero no quiero que sea solo por el simple hecho de calmar las ganas de Hugo, o la que ustedes dos se tengan. Vamos a querernos los cuatro. Martha y tú, Hugo y yo. Pero antes yo… —Y mi esposa se contuvo para pensar en algo, medir sus palabras antes de expresarlas. ¡Sorprendiéndonos a Martha y a mí!

—Quiero verlos quererse, sí. Necesito saber que puedo llegar yo a sentir, estando con ustedes a nuestro lado, pero Martha y tú, queriéndose. Necesito verlos como se besan y acarician delante de mí. ¡Ven mi amor, siéntate aquí! Y dale un rico beso a esta mujer. —Y mi esposa se apartó cediéndome su lugar.

Yo me senté a lado de Martha y sin dejar de mirar aquellos preciosos ojitos acaramelados, retiré de su rostro el bendito mechón de siempre, que ocultaba en parte el rubor de su mejilla izquierda y me fui acercando a su boca ya entreabierta. Temblaba ella, algo más que yo.

—¡Relájate preciosa! —Le dije a la mujer que en próximas horas se convertiría en mi nueva amante.

Y posé con suavidad mis labios sobre los suyos, humedeciendo un poco con la punta de mi lengua aquellos tan carnosos pero resecos por su respiración agitada. Jadeo un poco, suspiró y me dejó recorrer discretamente la abertura de su boca. Martha desviaba nerviosa su mirada hacia el marrón de los de mi esposa, sentada en el sillón. No se concentraba aunque ya estaba entregada al sentir mis labios besar la punta de su respingada nariz. Tomé con mi mano su mentón y la obligué con suavidad a girar su cara. Con besitos cortos me aprendí de memoria la tersa curvatura de su mejilla primero, la otra la disfruté lamiéndola despacio hasta alcanzar sus labios nuevamente. Escuchaba los leves gemidos y los suspiros de mi mujer, que no perdía detalle de aquella demostración de afecto. Sudaban sus manos cuando se las tomé para brindarle tranquilidad y luego sí, mirándome a mi le escuchamos decir con claridad…

—¡Te quiero Rodrigo! —Y yo a ti preciosa–. Le respondí.

Después de eso, se relajó e inclinó hacia la derecha su cabeza y su boca se abrió lentamente, permitiéndome darle un leve mordisco a su labio superior, pasar a su interior mi lengua, rozando la suya, ya sincronizados y en principio discretos, yo fui absorbiendo la suya dentro de mi boca, como si de un cono de helado se tratara y luego ella con la mía, repitió la misma operación. Martha acarició mi rostro con una mano, la otra la mantuvo apretando primero con fuerza la mía, posteriormente la soltó y realizó alguna presión en mi pecho, como cuando no quieres pero deseas que siga ocurriendo. Quería apartarme por pena con mi esposa, pero las sensaciones de su cuerpo desobedecían obviamente las órdenes de su cerebro.

Duramos así algunos prolongados segundos, respirando ambos con excitación y luego de separar nuestros labios, recorrí con los míos su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja y susúrrale un… ¡Que rico beso! Martha sin mirar a Silvia, dejándose explorar el cuello y su mandíbula por mi boca entreabierta, estiró su brazo en dirección a mi esposa y con su mano extendida, recibió la de mi mujer y con un ágil movimiento la jaló hacia nosotros, para terminar Silvia, sentada en su regazo y allí termino el beso. ¿O no?

—¡Hummm, que rico se besaron! —Nos dijo Silvia, con voz suave y el gesto en su carita de muñeca, arrugando su nariz, achinando sus ojitos cafés y arañando mi nuca con las uñas de sus dedos, causándome un delicioso escalofrió. —Es una sensación tan rara, muy difícil de definir. Una mezcla de celos y ganas. Celos de no ser yo la que es besada y besa. Y ganas de que no se terminara esa visión.

—¿Si te gustó mi amor? O… ¿Te sentiste incomoda por este beso? —Le pregunté.

—¡Sí, me gustó! Inclusive mi vida yo… Me excité. ¡Jajaja! —Y distendidos nos reímos nuevamente–. Martha estaba acalorada al igual que yo, por lo cual bebimos de la botella de agua, primero la dama y después el caballero.

—Y tu Silvia… ¿Qué tal besaras a mi esposo? —Le indagó una sonriente Martha, ya tan familiarizada que no se contuvo y pasando su brazo por la cintura a mí esposa, terminó por besarla en la frente y toqueteándole graciosa la punta de la nariz con su dedo, luego rozó sus labios con los de mi esposa con algo de timidez.

—Bueno, pues creo que él no tiene queja alguna, la pregunta correcta es como nos sentiremos después de que los cuatro juntos, demos el siguiente paso. —Le respondió mi mujer a Martha con mucha sinceridad.

—Pues mi amor, –intervine yo con inmediatez– ante eso ya no vamos a dar marcha atrás. Como dicen por ahí… «A Santa Rosa o al charco». —Le aseguré, mientras frente al rostro de Martha, yo literalmente me comía la boca de mi esposa hasta que esta con su otra mano alcanzó la mejilla de la esposa de su próximo amante y la instó a acercar la suya a nuestras bocas, para terminar por fin en un trio de bocas que con sus lenguas no se decían nada, pero se mezclaron sus sabores en un sexteto de labios húmedos compartiéndose cariños, en aquella insólita madrugada.

—¡Pufff! Pues esto entonces sella nuestro acuerdo. —Les dije yo a ambas, al terminar aquel raro beso simultáneo. —Solo falta un participante y ahora tendrás mi amor, que buscarlo, atraerlo y deleitarse.

—Rodrigo… mi amor. ¿Estas completamente seguro de que quieres que lo hagamos? —Me preguntó y yo asentí con decisión, mientras apretaba la mano de Martha y se la besaba por el dorso, justo sobre su alianza matrimonial.

—Escúchame bien lo que te voy a decir mi amor. Si se trata de vivir esta experiencia por conseguir una libertad separada de ti, yo no lo quiero. Prefiero estar por siempre a ti atada, aunque estándolo, tú compartas este cuerpo. Si no es contigo a mi lado, no sería feliz sintiéndome entregada. —Y Silvia se puso en pie y encendiéndose un nuevo cigarrillo, comenzó un pequeño recorrido a pasos cortos, entre el balcón y nuestro comedor.

—Si deseas que lo haga, que lo busque y que lo atraiga, lo haré. Pero tomada siempre por tu mano, sintiéndome unida a ti, aunque sea únicamente por el resplandor cómplice en nuestras miradas. Por qué sí mi amor, para poder hacerlo yo te necesito cerca. A pesar de que en esos instantes agitándose dentro de mí, horadada por su carne y mi cuerpo temblando, no solo él se satisfaga. Si con sus besos y sus caricias, con su verga templando las paredes de mi vagina, me otorga el orgasmo, debes hacerlo conmigo al mismo tiempo estando tu dentro de ella, como si fueras tu quien me poseyera, descargando tu semen en su interior, mientras él con su simiente se viene donde el prefiera. —Y me puse yo a su lado para robarle un beso de su boca y el cigarrillo de sus dedos.

—Porque si decides entregarme, yo quiero que sea completa. Nunca por partes ni a pedazos, mucho menos escondida o apartada. Y tú eres mi complemento mi amor, quien me da seguridad y confianza con todo el amor que me has demostrado al querer que yo con… Con tu esposo Martha, le haga de nuevo un hombre feliz y seguro de sí mismo. —Ya fue Martha, que con sus ojitos de miel algo aguados por las palabras sinceras de Silvia, poniéndose en pie nos abrazó con fuerza y su actitud de mujer agradecida.

—Pero mi vida, así como quieres que yo lo haga con él, tú mi amor, harás lo mismo con Martha. Su esposo me quiere en sus brazos para amarme, pero yo estoy segura de que aún te ama preciosa. Y entonces te juro Martha, que solo me dejaré querer por él pero para que ustedes dos vuelvan a amarse. Y tú mi amor, –me dijo mi esposa acariciando mi mejilla derecha– solo vas a querer a esta mujer, será tuya pero al igual que yo, no por completo. Pues después de compartir debemos las dos asegurarnos de concluir con la persona que en verdad amamos… ¡Como tiene que ser! Le harás el amor con ganas, con las mismas mías al hacerlo con Hugo, con todas tus fuerzas para que sea Martha quien obtenga de ti varios orgasmos y sea feliz. Yo entre tanto a Hugo le enseñaré a romper los moralistas esquemas que le aprisionan en su interior. Así lograremos tú y yo, que ellos dos se brinden después a solas, la pasión y el deseo por el goce que cree Hugo, nunca poder darle a su mujer. —Martha besó de nuevo a Silvia, primero en la frente, luego en las dos mejillas y por último en su boca, aunque ya más casto, más sublime y enternecedor.

—Lo mejor para todos será que nos queramos juntos, viéndonos lado a lado, alegrándonos por los gemidos escuchados y el clímax alcanzado, eso sí, sin faltarnos nunca a la verdad y nos recordemos con especial cariño sí después de cruzar ese umbral, alguno de los cuatro desea que solo sea esta, la única vez. —Le devolví el cigarrillo a Silvia, aunque para ser sinceros, ya no quedaba casi tabaco por quemar. Serví más vodka en los vasos, coloque algunas hojitas de menta y dos o tres rodajas de limón en su interior. ¿Hielo? ¡No! El calor que habitaba en los tres nos causaba sed, pero de la otra, de aquella que deseábamos saciar en otros cuerpos, humedecidos por el sudor de otra piel.

—Si aceptas mis condiciones mi amor, y volvemos luego a este hogar abrazados y en nuestra cama, yo desnuda por tus manos y tu desvestido por las mías a pesar del cansancio y aun tú con el aroma de Martha y yo impregnada de la colonia de Hugo, nos haremos los dos el amor con todo nuestro amor, a nuestra intima manera o mejor que antes, hasta que la piel se nos desgaje a tiras por las orgasmos alcanzados. —Y la besé con mucha pasión, sin nervios ni celos y así se lo hice saber hablándole muy cerca de su oído, terminando con un franco… ¡Te amo!

—Te amo, Rodrigo. Y si me llevan al clímax, unas o más veces que las obtenidas junto a ti, no temas ni te preocupes, pues esos momentos no opacaran para nada, los orgasmos que ha sentido mi corazón junto a ti, y que en el fondo de tu ser sabes bien, que es solo tuyo. Este cuerpo si así lo quieres, o el tuyo mi vida, si nos gusta o si así nos place, los podremos conceder juntos a Martha y a Hugo, si nos sentimos cómodos y a ellos les agrada por igual. Porque Rodrigo mi amor, si iniciamos este camino, quiero que entiendas y sepas que el alma mía ya tiene tu impronta tatuada y sé con plena seguridad que en la tuya, con fuego grabada, mi nombre está ya. —Martha aplaudió emocionada por estas últimas palabras de mi amada esposa.

Tomé el móvil de mi esposa y se lo alcancé a Martha, quien tomando el teléfono de mi esposa, buscó en la agenda el nombre de su esposo, más Silvia no lo tenía guardado así, por el nombre de pila. —«Mi Jefe» Búscalo así–. Le indicó mi esposa y una vez hallado, Martha mirándonos nos dijo…

—Bueno pues… ¡vamos a probar! Ojalá a ti si te responda. —Y marcó. Una, dos, tres veces y a la cuarta con resignación desistió y lo colocó de revés sobre la mesita auxiliar y dejó su caer su mirada hacia nuestra alfombra, triste y sin esperanzas.

Pero casi en seguida, la vibración y el sonido fueron amplificados por la madera de aquella mesa y mi esposa tomándolo con rapidez, nos mostró la pantalla iluminada, tan clara y brillante como los ojos acaramelados de Martha.

—¿Hugo? —Y nadie hablaba–. Hugo, háblame por favor. Hug… Cariño, quiero verte, necesito que hablemos. Dime algo por favor… Mira, dime donde estas y voy a tu encuentro, porque… ¿Sabes algo, Hugo? Tu ángel no está sola ahora, pero quiere hacer diabluras y necesita un acompañante. ¿No te gustaría ser tú, ese alguien?

Continuará...

(9,67)