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El secreto de tía Laura (Capítulo 2)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Domingo 25 de febrero del 2018

Querido diario, el plan era muy bueno, sino, que alguien me lo desmienta. El dieciséis fue el cumple de Cufa —Facundo abreviado y al revés—. Lo iba a festejar el finde en la quinta de sus viejos, y haría una fiesta de disfraces. Pero se me ocurrió que, aparte de eso, podríamos hacer algo entre nosotros, los amigos más cercanos, que somos cuatro.

Cufa, Nery, Fernando y yo, nos conocemos de la escuela primaria. Son como mis hermanos, y pasamos mil historias juntos. Cufa, al igual que yo, todavía era virgen.

— ¿Por qué no nos vamos de putas ese día? —les propuse sin vueltas.

— No sé, Acordate que estoy saliendo con Tami —dijo el maricón de Fernando.

— ¿Y cuál hay? Si no se va a enterar… —largué yo.

— Está buena la idea —me apoyó Cufa.

— ¿Y conocés algún lugar copado para ir Luigi? —Preguntó Nery.

— No me llames así, salame —le puse los puntos. Me gusta que me digan Luis, o como mucho Lucho. Pero Nery tiene la costumbre de ponerme apodos raros—. Y sí, conozco un lugar, en el microcentro.

— Pará, ¿Vos querés que nos vayamos a coger y después volvamos de allá a la casa de Cufa? —dijo Fernando, que siempre encontraba una excusa para poner piedras en el camino.

— Pero no es mala idea chicos —dijo Cufa, que probablemente tenía más ganas de desvirgarse que yo mismo—. Acuérdense que tenemos que ir hasta Once para retirar los disfraces. Microcentro nos queda ahí nomás.

— Sí, es verdad —Apoyó Nery.

— ¿Y qué lugar es ese? —preguntó Fer.

— Un departamento privado, donde trabaja esta tal Jade —dije.

— ¿Jade? Lindo nombre para una puta —dijo Nery, y los otros aprobaron su intelectual comentario.

— ¿Y vos ya estuviste con esta mina? —preguntó Cufa.

— Qué va a estar —se metió Nery—, no ves que todavía tiene cara de virgen.

— Cortala salame —me defendió Fer, no tanto por solidaridad, sino porque sentía aversión hacia cualquier clase de discusión.

— No. Nunca estuve con ella, pero miren lo que es esta mina —dije yo, y les mostré las fotos que tenía en el celular.

Jade aparecía en todas ellas media desnuda. En algunas mostrando las enormes tetas, que supuse eran operadas, pero que estaban muy bien hechas. En otras tantas, poniendo en primer plano su escultural orto, ejercitado a diario. A veces aparecía con un babydoll, en otras, la única prenda que la cubría era una diminuta tanga, que me hacía preguntarme por qué no se desnudaba del todo y listo.

— Está buenísima —dijo Cufa, a quien se le hacía agua la boca.

— Pero esperen ¿Ella trabaja sola? —Dijo Fernando—. Sería mejor que cada uno esté con una chica diferente ¿No?

Me contuve para no mandarlo a la mierda.

— ¿Te pensás que vas a encontrar muchas putas como ella? —dije—. Además, si nos enfiestamos los cuatro, nos sale más barato.

— ¿Y cuánto es eso? —quiso saber Nery.

— Setecientos dólares por una hora y media, donde le podemos hacer de todo —dije.

Los cuatro me miraron boquiabiertos, y después se miraron entre ellos.

— ¿Vos tomaste alguna sustancia alucinógena Lucho? —preguntó Nery.

— La mina es un avión, pero es demasiada guita Luis —dijo Fernando, visiblemente aliviado por estar a punto de librarse de cometer una infidelidad.

— No sean ratas, yo pongo trescientos —dije, esperando convencerlos, al poner una porción tan grande— No me digan que entre los tres no llegan a cuatrocientos.

— Yo puse todo lo que tenía para la fiesta —dijo Cufa decepcionado.

— Yo no podría juntar ciento treinta dólares para el día del cumple —dijo Fernando, que además de rompebolas era bueno en matemáticas.

— Quizás otro día… La mina vale la pena, y sería divertido verlo debutar al Cufa —comentó Nery, que era tan degenerado como yo, sino más.

¡Qué dolor cuando te fallan tus hermanos, diario! En ese momento me dieron ganas de darle dos trompadas a cada uno.

La idea era simple: contrataría los servicios de Jade para el día del cumpleaños por la tarde. Ese día debíamos ir a buscar los disfraces, porque Fernando se había puesto en exquisito eligiendo un disfraz de emperador romano que en ese momento no tenían en el local, por lo que decidimos retirarlos todos juntos cuando llegase el dichoso disfraz de Fer. En fin, una vez que termináramos con esos trámites, podríamos estar en el departamento de Jade en menos de media hora. Convencería a los chicos de que usáramos los disfraces para cogernos a la escort. Sería un detalle divertido para una experiencia ya de por sí excitante. Quizás Fer y Cufa no se prenderían en principio, pero sería cuestión de convencerlos. Mi traje era de La casa de papel. Un overol rojo y una máscara. Si todo salía bien, y nadie me molestaba con quitarme la máscara, podría tener aquel encuentro con jade, y, en caso de que se confirmen mis sospechas, tía Laura no me echaría de su lupanar privado.

Era un plan casi perfecto, pero con la desventaja de que eran muchas las cosas que tenían que cuadrar para que funcione. Cufa y Fer no deberían poner demasiados palos en la rueda a la idea de usar los disfraces. Jade debería aceptar encamarse con cuatro pendejos, de los cuales, al menos uno no querría mostrar la cara. Un plan arriesgado, pero si funcionaba…

Pero fue todo al pedo. Me tuve que meter mis ideas ya saben dónde. El plan no pasó ni siquiera la primera etapa, que era la de convencer a los chicos de irnos de putas. Si únicamente me presentaba yo, disfrazado, eso sí podría parecerle raro a Jade. Por otra parte, presentarme de todas formas, a cara descubierta, era una idea muy tentadora. Suponiendo que realmente Jade fuera tía Laura ¿Cómo reaccionaría al verme? Se me ocurrió nuevamente, encararla, y decirle que mi silencio se pagaba de una sola manera.

Pero para qué voy a mentir. Si de solo pensarlo, me empezaban a temblar las piernas. No estaba preparado para ir de frente. Aún no.

Tranquilo diario, que no te desempolvé después de varias semanas sólo para confirmarte mi rotundo fracaso. Esto es apenas una introducción que antecede a lo más jugoso.

Ayer fui a lo de tía Laura, sí señor. Habíamos chateado un par de veces, y en la última ocasión me exigió que vaya a visitarla. “No te preocupes, tu mamá no va a venir”, me dijo. Era obvio que lo decía porque se daba cuenta de que me resultaba muy aburrido salir con mamá, pero aun así, esa frase despertó todos mis ratones.

No dudé en ir. Le pedí prestado el auto a papá. No pensaba visitar a mi querida tía, yendo en colectivo, sólo para llegar todo transpirado y lleno de olores. Por suerte el viejo no se puso en ortiva, como hace a veces.

Quedamos en que iba a ir a la hora del almuerzo. Estaba nervioso, como si estuviese acudiendo a una cita. Mi verga estuvo al palo la mayor parte del tiempo, mientras me imaginaba cogiéndola salvajemente durante toda la tarde.

En la garita de seguridad de la entrada de ese barrio privado, me pidieron el documento, llamaron a la casa para confirmar que estaba autorizado a ingresar, me abrieron la barrera y entré. La casa de tía Laura era tremenda. Incluso una puta cara no podría pagarla, salvo que haya trabajado desde muy chica. Era una construcción moderna: varios rectángulos de hormigón con ventanales enormes que daban mucha luz natural al hogar. Tía Laura estaba parada en la puerta de la casa, para recibirme.

— Hermosa casa —dije

— Qué bueno que viniste —comentó, para luego darme un efusivo abrazo.

Yo la estreché con intensidad. Sentí sus hermosas tetas en mi torso. Me hubiese quedado así durante horas, pero mi verga ya se quería levantar, así que lo mejor era separarme de ella.

El interior de la casa era tan impresionante como el exterior: el living decorado de manera minimalista, con lindos sofás y una televisión de cincuenta y cinco pulgadas con pantalla curva.

— Es hermosa tu casa —repetí, aunque lo que en realidad quería decirle era que la casa era casi tan hermosa como ella.

— Gracias —dijo, alargando exageradamente la letra a—. ¿Vamos al comedor?

La seguí por detrás, aprovechando para mirarle el culo. Perdón diario, si carezco del lenguaje lo suficientemente amplio como para hacer justicia al reverendo ojete de mi tía. Esta vez llevaba un pantalón de jean ajustadísimo, que le calzaba como guante.

Lo que tenía de malo el hecho de que vistiera pantalón, era que no podía ver el tatuaje de su pierna. Pero ya me las arreglaría para, por fin, develar ese misterio.

El comedor era otra locura. Una elegante araña de cristal colgaba encima de la mesa de vidrio. Las sillas acolchadas tenían un respaldar alto. Sobre la mesa había una bandeja con una gran variedad de sushi, una jarra de agua y una botella de gaseosa. Supuse que el agua era para ella, pues cuidaba su cuerpo en demasía. Y el refresco era porque había pensado que yo solía beber eso.

— Espero que te guste el sushi. Ahora pienso que te tendría que haber preguntado antes.

— No te preocupes, me encanta —dije yo, sin mentir, aunque nunca iba a preferir el sushi antes que una buena hamburguesa con papas fritas—. Vivís como una reina —comenté después.

— Bueno, gracias —dijo ella sonriendo tímidamente, quizás porque se dio cuenta de que puse mucho énfasis en la palabra reina.

— Y cómo van tus cosas —dijo, para romper el hielo.

— Digamos que bien, aunque no sé cuánto tiempo papá y mamá van a soportar que esté en casa sin trabajar ni estudiar.

— Y a vos ¿Qué te gustaría hacer? —preguntó ella.

— Por el momento nada —respondí. Laura rio, como si hubiese contado un excelente chiste. Cuando lo hizo, en sus mejillas se hicieron dos pocitos, que me parecieron muy tiernos—. Seguramente vas a encontrar pronto algo que te guste, sino, hacé alguna carrera corta, para contentar a tus viejos.

— Buena idea —dije. Me gustaba su actitud compinche.

— Y novia, me imagino que tenés —dijo ella.

Traté de dilucidar si la voz que estaba escuchando desde que llegué era la misma que la de Jade, quien me había explicado que cobraba trescientos dólares por el servicio completo: masajes, caricias, sexo oral sin globitos, sexo anal, en resumen, podía disponer de ella durante una hora por ese precio. Era demasiado loco pensar que aquella chica que intentaba congraciarse conmigo fuera también la puta que se expresaba sin tapujos sobre sus servicios.

— Ay qué lindo, te pusiste colorado —dijo Laura.

Me di cuenta de que tenía razón. Mi cara ardía, pero no por la pregunta que me acababa de hacer, sino por no poder dejar de pensar en ella de manera lujuriosa.

— No pasa nada —dije con una sonrisa estúpida—. Y no, no tengo novia ¿Y vos?

— No, tampoco tengo novia —dijo, imitando la seriedad con la que yo acababa de hablar. Ambos nos reímos de su chiste—. Y novio tampoco —dijo después.

— Qué raro —dejé caer yo, esperando que Laura haga la obvia pregunta ¿Por qué raro? Y así poder decirle algún piropo. Pero la tía no era ninguna tonta.

— A veces es mejor estar sola —contestó, misteriosa.

— ¿Te molesta que te haga una pregunta? Esta casa ¿cómo la conseguiste?

— Bueno, ya lo preguntaste, así que no importa si me molesta o no —dijo ella, emulando un tono de reproche—. Gané la lotería hace un par de años —dijo, sin mirarme a los ojos—. Pero no preguntes cuánto gané por favor.

— No, está bien, pero qué suerte que siendo tan joven ya tengas todo esto.

— Soy una chica con suerte… al menos en lo económico —dijo Laura, con un puchero.

— ¿En el amor no pasa lo mismo? Me resulta difícil creerlo.

De repente, tía Laura se cruzó de brazos, cubriendo sus pechos. Parecía incómoda. Me di cuenta de que mientras le hacía la última pregunta, no pude evitar posar la mirada en sus tetas, que, con el ceñido suéter que llevaba, parecían querer explotar. Llené el vaso con gaseosa, y dejé de mirarla por un rato, fingiendo que no había pasado nada. Por suerte, pareció recomponerse enseguida. Había actos que, en los hombres, eran casi un reflejo. Ella debería entenderlo.

— En el amor no me va tan bien como aparentemente creés —dijo ella, usando el mismo tono cordial de siempre, por suerte—. Pero prefiero no hablar de eso, al menos por hoy.

— No te preocupes, cuando seamos más amigos a lo mejor podemos hablar de eso.

— Claro.

En lo que siguió del almuerzo, hice todo lo posible para disimular la calentura que tenía. No quería que se sienta incómoda. Tenía un plan para hacer que se quite el pantalón, y no iba a funcionar si se daba cuenta de la tensión sexual que había de mi parte, como lo había hacho hacía un rato.

— ¿Te contó algo tu mamá de mí? Digo, sobre por qué no nos conocíamos de antes —dijo, cambiando a un tema serio, para mi desgracia.

— Sé que se enteró de que tenía una hermana hace apenas un par de años.

— Sí. Ella me pudo contactar hace unos meses. Es divina tu mami —dijo Laura. Se llevó un bocado a la boca, y los movimientos que hicieron sus mandíbulas al masticarlo, me parecieron muy sexys —. Tardamos en conocernos personalmente porque… —Laura dudó antes de hablar. Se me hizo que estaba a punto de mentir— porque bueno, yo crecí como hija única, y tu mamá también. Era muy fuerte que aparezca una hermana siendo las dos tan grandes. Había mucho para procesar.

— Sí, me imagino.

Hablamos un rato más sobre eso, cosa que me aburrió bastante. Lo que yo quería saber era si mi tía era una escort o no lo era. Me las ingenié para llevar la charla hacia la música.

— Y qué tipo de música te gusta.

— De todo —contestó. Pero esa respuesta no me servía —. ¿Y vos?

— Rock nacional más que nada —dije—. La Renga, Bersuit, Los redondos…

Al último grupo, Los redonditos de ricota, lo nombré con mucho énfasis, ya que la frase del tatuaje que había leído de la pierna de Jade, “Si no hay amor que no haya nada entonces…” era de una canción de esa banda. Esperé a que me dijera que ese era su grupo favorito. Luego debería decir, de lo más natural, que le gustaba tanto que hasta se había hecho un tatuaje de un verso de la canción El tesoro de los inocentes. Y con eso, listo, estaría confirmado: ¡mi tía era una puta!

— Sí, son buenísimas esas bandas. Sabés que estoy viendo una serie buenísima…

¡Pero la reputísima madre que la parió!, maldije para mis adentros. Laura era otra millenial obsesionada con las series. Traté de volver al tema de la música, pero no me salió. Además, ya me estaba poniendo nervioso, y si ella se daba cuenta de que estaba insistiendo mucho con el asunto, se me iba a ir todo a la mierda. Igual, tenía un último plan. Le seguí la corriente un rato.

— ¿Querés ir al living, o salimos afuera? —preguntó, después de que terminamos el sushi, que por cierto, estaban exquisitos.

— El día está muy lindo, vamos afuera —dije. — La verdad que todo esto es impresionante —comenté después, cuando estábamos en unas sillas de madera, frente a la pileta.

— No me puedo quejar —dijo ella—. Sos bastante callado vos —comentó después—. Pareciera que sólo hablas cuando te conviene.

— ¡Qué! —respondí, alarmado—. Nada que ver, es que soy muy tímido —dije después, agachando la cabeza.

— Era una broma, Sonso —de repente sentí su mano en mi cara. Empezó a acariciarme con ternura—. Me encanta cuando te ponés colorado. ¿Estás contento de tener una nueva tía?

— Obvio ¿A quién no le iba a gustar tener una tía con una casa como esta?

— ¡Sos un maldito! —dijo ella, riendo a carcajadas.

— Claro que estoy contento de conocerte —dije yo.

— Yo también. ¿Querés meterte a la pileta? —preguntó, para mi grata sorpresa—. Veo que no podés sacar la vista del agua.

— Me descubriste —reconocí yo.

— Te voy a buscar una maya, ya vengo.

Había llegado el momento de la verdad. No tenía idea de qué iba a hacer si confirmaba que Lura era Jade. Pero preferí no pensar en eso, porque cada vez que lo hacía, me imaginaba forzándola a que pague mi silencio con sexo, y la verdad que me daba un poco de pena, porque parecía muy buena mina. ¡Pero la carne es débil!

— No preguntes de quién era —me dijo Laura, entregándome la maya—. Te podés cambiar en el baño del living. Yo ya vengo.

Me fui a cambiar, y después volví a la pileta. Laura llegó al rato, con un bikini azul. Se había atado el pelo. Su cuerpo bronceado era una escultura bajo el sol de febrero. Me costó mucho no recorrer su cuerpo de punta a punta con la mirada. En pocas circunstancias podría verla así, con tan poca ropa, era lo más parecido a verla desnuda, así que tenía que comportarme para que la cosa se repitiera. A pesar de que disimulé todo lo que pude, no pude esquivar esas tetas, que parecían prisioneras debajo del biquini. Tampoco pude evitar mirar el sensual movimiento de sus caderas, y sus piernas musculosas avanzando hacia mí. Su silueta sinuosa se recortó mágicamente cuando el sol me dio en los ojos y ella se convirtió en una voluptuosa sombra.

— ¿Qué estás esperando? —dijo, pasando a mi lado —dale ¡Vamos!

Cuando me dejó atrás, vi el tatuaje. Eran dos líneas en letra cursiva, igual que el de Jade. Pero no pude leerlo, porque empezó a correr, para llegar a la pileta.

Fui con ella. Me tiré dando un saltito, cosa que hizo que le salpicara agua a la cara. Ella me devolvió la gentileza, salpicándome, pero se me metió en el ojo un poco de agua con cloro.

— Ay, perdoname —dijo Laura. Se me acercó y me acarició debajo del ojo—. Soy una bruta.

— No fue nada —dije.

Ella seguía cerca de mí. Sus piernas tocaron las mías.

— Hacés mucho ejercicio —dije, sintiendo la dureza de sus gambas.

— Sí, me encanta.

— Y te da resultado. No hay muchas mujeres como vos.

Laura me agradeció. Se dio la vuelta y se zambulló. Yo la imité. Cuando llegó a la otra punta, me acerqué a ella de tal manera, que por un instante pude apoyarme en sus nalgas.

Disfrutamos del agua un buen rato, hablando poco, haciendo chistes tontos. En un momento se escuchó el sonido de un teléfono.

— Ay, tengo que atender —dijo tía Laura.

Fue hasta el extremo en donde estaba la pequeña escalera, y subió. Yo me acerqué a ella. La bikini se había metido en la raya del culo más de la cuenta. Laura agarró la tela y la sacó para afuera. Me miró avergonzada, y siguió subiendo.

— Lindo tatuaje —comenté— ¿Qué dice?

— “Si no hay amor, que no haya nada” —recitó ella— Conocés la canción ¿No?

— Claro, es del Indio Solari.

— Ya vengo —dijo. Se metió con su perfecto cuerpo mojado en la casa.

Querido diario. Está confirmado, ¡mi tía es una puta!

Continuará.

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