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Elisa fue la culpable (II)

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Elisa se giró bajo el dintel, sonriente, y sin decir nada volvió a entrar en el baño. Leo y yo nos miramos y, seguidamente, me levanté y caminé hacia el baño.

¿Pero yo puedo ir? - Preguntó Leo.

Volví a la cama y me senté junto a Leo.

Ya sabes como es, lo mejor será que aparezcas en unos minutos, pocos. Ella se deja hacer, ya lo sabes, pero no te hará nada, eso debes respetarlo o se acabará la fiesta.

Lo entiendo.

Me pasó la mano por la polla.

¿Quieres que te la ponga a tono para entrar?

Me coloqué en buena posición y se la metió en la boca. Mi mente ya estaba excitada, así que no tardó mucho en reflejarlo en forma de erección. Leo se la sacó de la boca y la acarició con la mano, mirándome.

A punto, ve – me dijo.

Entré en el baño y Elisa estaba en el jacuzzi, hundida hasta el cuello con los ojos cerrados. Me senté frente a ella, en el borde, antes de meterme en el agua. Abrió los ojos y me miró, sonriéndome. Después bajó la mirada y vio mi erección.

Qué lindo – exclamó -. Entra, el agua está deliciosa.

Obedecí y me deslicé dentro, quedando frente a ella, con los brazos abiertos apoyados a lo largo del borde. Sentí sus pies buscando mi entrepierna, subiendo por mis muslos hasta encontrar lo que andaban buscando y comenzar a frotar.

Es agradable estar aquí, ¿verdad?

Lo es – asentí.

Acércate.

Me desplacé hasta ponerme a su lado y nos besamos suavemente en un beso entregado y largo. Tan así fue que cuando abrimos los ojos vimos a Leo mirándonos, sentada en el borde.

¿Interrumpo algo? - Preguntó irónica.

No – respondió Elisa -, me gusta que seas testigo ocular.

Leo entró al jacuzzi y Elisa y yo continuamos con el beso. Sentía su mano en mi polla, masajeándola despacio, mientras yo le rodeaba el cuello con mi brazo friccionándola contra mí. Vi a Leo meter las manos bajo el agua y supe que iba subiendo por los muslos de Elisa. Pronto la oí gemir, adivinando lo que las manos de Leo estaban haciendo. La boca de Elisa se abrió más, perdiendo un poco el hilo del beso, así que bajé a su cuello deslizando mi boca por su mejilla. Sus manos habían intensificado el ritmo de la paja como respuesta al placer que estaba recibiendo.

Métemela – me susurró al oído.

Me puse frente a ella y la penetré, bombeándola con rítmicas embestidas. ¡Qué dulce era su coño! Seguí besándola cuando las manos de Leo bajaron por mi espalda hasta mis nalgas y las apretó con fuerza. Pasó una mano entre ellas bajando hasta agarrar mis testículos, masajeando mi perineo. Me gustaba esa sensación, y ella sabía hacerlo. Después pasó sus tetas por mi espalda hacia arriba, para colocar sus manos sobre mi pecho y pellizcarme los pezones. Sus caricias me estaban encantando y Elisa lo notó.

Es buena, ¿verdad, amor? - me preguntó entre gemidos y una sonrisa pícara, mirándome como solo ella sabía hacerlo, con esa profundidad propia de quien se sabe cómplice de verdad.

Me encanta – le dije para volver a besarla son absoluta entrega, demostrándole todo el ardor que recorría mi cuerpo.

Las manos de Leo se desplazaron de mi pecho al de Elisa, masajeando sus tetas con el mismo buen hacer que había demostrado en mí. Pasó sus dedos suave por sus areolas, rodeando sus pezones erectos para después atraparlos con sus dedos y jugar con ellos. Noté la excitación de Elisa que levantó sus caderas en respuesta, permitiéndome entrar más a fondo en ella. Entonces Leo se desplazó a un lado y yo separé mi cuerpo del de Elisa para facilitarle el acceso y la vista. Ella se empezó a recrear, acariciando su vientre, besándolo, también sus tetas, lamiendo y mordisqueando sus pezones. El nivel de excitación que había generado Leo era descomunal, ambos lo sentíamos entregados. Después hizo lo mismo en mi pecho, subiendo a mi boca para entregarme su lengua con devoción. Cuando se separó salí de Elisa y le pedí que se pusiera de espaldas, sacando el culo del agua, ese hermoso y apetecible culo que podría definirse como la gran obra maestra del todopoderoso. Lo acaricié, me perdía esa descomunal forma caprichosa del deseo. Separé sus nalgas y metí la boca, lamiéndoselo con fervor. Después me erguí para volver a metérsela, pero Leo me detuvo y se metió mi polla en la boca mientras colaba sus dedos en el coño de Elisa. Después volví a metérsela, y me recibió con la mejor acogida, caliente, sabrosa y jugosa, expectante. Leo jugaba con sus dedos en el culo de Elisa, me indicó que me elevará y así lo hicimos, poniéndonos de pie sin perder la postura. Entonces ella se coló debajo y empezó a lamer el clítoris de Elisa. Su lengua llegaba en ocasiones al tronco de mi polla. Yo estaba muy excitado ya, sentía que iba a estallar, aunque intentaba evitarlo para darle un orgasmo a Elisa, pero a veces las circunstancias traicionan y mi cuerpo no atendía a lógica alguna, salvo a la naturaleza más salvaje y desmesurada. Se me escapó un gemido a modo de señal. Leo debió notarlo porque salió de abajo y se colocó a mi lado, besándome el cuello como una ninfa prodigiosa. Bajó su mano por mi espalda hasta colocarla entre mis nalgas otra vez.

Disfrútalo, guapo, no te prives – me susurró a la vez que introducía un par de falanges de su dedo medio en mi culo -, dáselo.

En ese momento enloquecí, mi cuerpo agudizó las embestidas con rapidez, empujando dentro de Elisa y recibiendo el dedo de Leo. Mi mente se nubló, sentí mi polla más dura que nunca, como un metal rígido. Empecé a correrme llenado a Elisa que, a esta altura, estaba tanto o más entregada que yo. Tuve convulsiones imparables durante varios segundos en los que descargaba gran cantidad de semen en su interior.

Pasados unos segundos me detuve, aún dentro de Elisa, dejé caer mi cuerpo sobre su espalda y mi cabeza junto a la suya, con mi boca a la altura de su oreja.

Eres la mejor – la besé -, tengo que quererte, ¡uf!

Ella giró la cabeza para mirarme y vi su satisfacción sonriente. Después juntó los labios en señal para que la besara. Lo hice. Salí al fin de ella y me senté a su lado, ambos reposando. Ella volvió a mí y me besó de nuevo. Muy dulce. Con nuestras cabezas separadas escasos milímetros, nuestros ojos se centraban fijamente el uno en el otro. Estaba todo en esa mirada.

Tú me haces ser mejor – me dijo.

Nos abrazamos y quedamos así un rato. Ahora todo era silencio. Entonces sentimos las manos de Leo repasar suavemente nuestros cuerpos.

Buenos días – dijo bromeando -, creo que alguien lo ha pasado muy bien.

Ambos sonreímos.

Brutal – alcancé a decir.

Ahora hay una dama que debe correrse – añadió.

Al decir esto empezó a acariciar el cuerpo de Elisa. Yo me hice a un lado para dejarla hacer, en ese momento estaba fuera de juego, era un mero espectador. Me senté en el borde del jacuzzi y las observé. Sin duda Leo era toda una artista de las caricias, así lo reflejaba la cara de Elisa que, había cerrado los ojos intensificando las sensaciones. Elisa era una máquina sexual, con una sensibilidad extraordinaria, su cuerpo se abría con facilidad cuando se entregaba, y no tardó nada en estar de nuevo a punto, ansiosa, sintiendo aquellas manos sobre ella. Leo empezó a masturbarla con su buen hacer y ella volvió a gemir. Estuvo así un buen rato, dejando que Elisa disfrutara con lentitud la sensación. Después la puso de espaldas y jugó con su coño desde atrás, mordiendo su envidiable culo, pasando la mano por su espalda, por sus tetas, recorriéndola entera. Le dio unos azotes que marcaron sus manos en las nalgas. Yo observaba el espectáculo con admiración propia de un voyeur, sintiendo que no tardaría nada en estar otra vez erecto. Leo giró a Elisa y, abriendo sus piernas, se coló entre ellas, atrapándola en una tijera y frotándose. La sorpresa de Elisa fue visible en su rostro y su mirada se clavó en mí. Le cogí la cara y la besé.

Dame tu polla, por favor – me suplicó.

Me acerqué y se la metió en la boca. Aún no estaba erecto, pero pronto lo estaría. La visión de ellas frotándose me encendía el deseo a una velocidad atroz, y la mamada de Elisa ya me estaba endureciendo. Leo era multiorgásmica y ya se había corrido una vez, aunque seguía frotándose con esmero. Estuvieron un rato más así, hasta que Leo, con la cara completamente encendida por el deseo, se separó y le pidió a Elisa que se sentara en el borde del jacuzzi. Ella obedeció y abrió sus piernas dejando el acceso libre, era maravilloso verla así, entregada, dispuesta, ardiente y hermosa como una diosa griega. Leo se inclinó sobre su coño y empezó a comérselo con auténtica devoción. Vi como disfrutaba en esa labor, le gustaba tanto como a mí. Elisa me agarró la cara y me empujó hacia ella para besarme. Cuando nos separamos volvimos a mirarnos con esa intensidad única.

Me separé y me puse detrás de Leo, que tenía el culo erguido. Lo azoté, recreándome, con ganas, hasta verlo rojo, sintiendo que le gustaba. Después lo masajeé, lo mordí y lo lamí. Introduje un dedo despacio, dilatándola. Después otro. Entonces lo hice. Me puse tras ella y, empujando despacio, con tacto, se la metí por detrás. Al mirar a Elisa me encontré con la mejor de las sonrisas, entre gemidos y expresiones de placer, afirmaba con la cabeza.

Fóllale bien el culo, amor – inquirió.

Un gemido vino de entre las piernas de Elisa, Leo estaba gozando por partida doble. Me esmeré en aquel culo con entusiasmo, entrando y saliendo con buena cadencia. La fricción era precisa, tremenda. Elisa y yo intercambiábamos miradas cómplices constantemente, lo que además de gustarme y confirmarme la complicidad que existía entre nosotros, me excitaba a nivel máximo.

No pasó mucho tiempo más cuando Elisa empezó a correrse, era una gozada verla así, soltando todo el placer y llenando toda la estancia con sus gemidos y algunos gritos. Leo bajó el ritmo de sus lamidas pero quedó entre sus piernas. Yo seguía follándome a Leo con absoluto gozo. Entonces Elisa se levantó y Leo tuvo que apoyarse en el jacuzzi para no caerse. Para mi sorpresa Elisa se acercó a mí, abriendo sus piernas se sentó sobre la espalda de Leo, de frente a mí, dejando su coño justo donde acababa el culo de Leo. Acariciaba mi pecho, mi cuello.

Me gusta verte así, me gusta mucho – me decía.

Yo sentía una punzada de placer intenso cada vez que me decía cosas así. A veces me besaba, me sonreía, bajaba su mano por mi espalda, incluso algún azote me dio. Debió ver los gestos de mi cara contraerse de placer.

¿Te vas a correr, amor?

Asentí.

Pronto, sí – le dije.

Quiero verlo salir, ahí, entre sus nalgas, que explote y me salpique – me dijo mirándome fijamente -. ¿Ves lo cerca que está mi coñito? Échalo todo ahí, lo deseo.

Diciéndome esto no dejaba de acariciarme, sus manos en mi cuello, por mi cara, en actitud absolutamente seductora, como solo ella sabía hacerlo. Mi cabeza rebosaba de lujuria y no pude más. La saqué y la coloqué entre las nalgas de Leo, pajeándome con ellas.

Así, eso es – confirmó -, córrete.

Estallé en escasos segundos, disparando todo sobre el culo de Leo y alguna salpicadura sobre el vientre de Elisa, escurriéndose hacia abajo. Entonces seguí frotándome suave sobre su culo, para elevarme un poco más y dejar mi polla sobre el comienzo de la espalda. Elisa se acercó un poco más y me atrapó la polla entre sus labios vaginales, sentándose sobre ella y pegando su cuerpo a mí, acariciándome y besándome. Leo había quedado atrapada debajo, apoyada con sus brazos en el borde del jacuzzi, no decía nada.

Nos separamos y nos sentamos los tres, exhaustos.

¿Has disfrutado? - Preguntó Leo a Elisa.

Mucho, ha sido genial – me miró -, ¿verdad?

Sin duda, un espectáculo.

Leo pasó una de sus manos por los pechos de Elisa.

Él ya sé que ha disfrutado – le dijo -, me interesa especialmente tu opinión sincera.

Lo he disfrutado – le hizo saber Elisa -, mucho, ha sido genial y ultracaliente.

Leo sonrió satisfecha.

¿Quién sabe? - Preguntó retórica -. Propongo repetirlo las veces necesarias hasta que...

¿Hasta que...? - Inquirió Elisa curiosa.

Hasta que me pidas ser mi novia - concluyó.

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