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Ella sólo quería bailar

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Después de varios días de aparente inactividad, mi esposa me confiesa que ha estado explorando en internet perfiles de muchachos que buscan tener una aventura sexual con maduras. Lo ha hecho un tanto por curiosidad, dice, y para espabilarse un rato y salir de la rutina. A ella le gusta revisar periódicamente el perfil que tenemos publicado en una página de encuentros y mirar los comentarios que colocan sobre nuestras fotografías. Por lo general, al hacerlo, se le activa el deseo y empieza a maquinar nuevas posibilidades.

En este caso, Kevin, un muchacho joven, de color, para variar, le ha llamado la atención. Me cuenta que ha chateado con él en algunas ocasiones y que existe la probabilidad de que se concrete un encuentro. Le pregunto si hay seguridad sobre esa posibilidad y me dice que, al igual que en otras ocasiones, una cosa es lo que las personas escriben en las páginas de citas y otra actitud muy diferente la que muestran a la hora de concretar algo. Ella dice que, si algo se da, bien, y si no, pues habrá otras personas y otras oportunidades.

Le pregunto qué le llamó la atención de aquel nuevo prospecto. Me dijo que su contextura y su rostro. Según ella se ve atractivo, delicado y muy varonil. Insisto en saber si lo ha visto desnudo. Me dice que no, que tan solo han chateado como consecuencia de los mensajes que se colocaron en la página de citas y a los cuales ella dio respuesta, pero que la comunicación, como siempre, no ha pasado de fantasear acerca de la posibilidad de realizar la tan ansiada cita y que, cuando se pretende programar algo, siempre han surgido inconvenientes con la disponibilidad de tiempo, el día, la hora, el lugar, etc.; quizás solo excusas.

Para esos muchachos no es un secreto la imagen de mi esposa, porque las fotografías que hemos colgado en la página son bastante explícitas y no solo dejan ver su cuerpo desnudo sino también su rostro. No hay nada que esconder. Pero quise saber si él le había pedido fotos actualizadas; algunos lo hacen. Me dice que sí y que curiosamente pidió que fueran fotos normales, así que le envió algunas que nos hemos tomado en actividades turísticas, fotos casuales y donde ella se ve vestida con atuendos normales.

Ella, entonces, me comparte las fotos de su potencial pareja, observando que le ha enviado fotografías donde se ve totalmente vestido. Me imagino que ya has visto su pene, comento. Ella, sonriendo, me dice, todavía no. ¿Y cómo te lo imaginas? Bueno, tal vez lo tiene grande, como todos esos muchachos. La verdad no le he puesto atención a eso, más bien me parece que tiene un cuerpo armónico y bien proporcionado. El muchacho se ve bien, me dice.

Bueno, pero a estas alturas ya habrá empezado a piropear y a decir que tú eres la mujer más hembra del mundo y cosas así. No de esa manera, dice ella, pero sí se le nota las ganas de galantear y decir cosas agradables para caer bien de entrada. Y ¿ya tiene claro que yo estaré en la escena? Si. Creo que todos los que ven nuestro perfil en la página lo tienen claro. Kevin me pregunta si tú no te molestas porque otro me haga el amor, que si tú no muestras celos porque yo prefiera estar con otro que compartir contigo, que si tú no has llegado a intervenir si ve que el otro está haciendo conmigo algo que tú no compartes o no te guste, que si tú tratas bien a las personas que van a estar conmigo, y cosas así. Yo le he dicho que esto es una aventura compartida y que tú respetas que las cosas vayan hasta donde yo lo permita.

En los días siguientes, cada vez es más frecuente que ella me comente que chateó con Kevin, que contestó una nota de Kevin, que habló con Kevin, pero nada en concreto sobre la posibilidad de definir cuándo sería el encuentro. En el pasado, me ha parecido que las cosas se han dado más rápido, pero, al fin y al cabo, es ella quien decide el qué, cómo, cuándo y dónde, así que me doy por enterado, y no indago más por el asunto. Me asalta la curiosidad por saber de qué tanto hablan y llego a pensar que ella está más que ansiosa y expectante por tener a aquel hombre entre sus piernas, pero nada apresurada a presionar que sea así.

Un jueves en la noche, mientras veíamos televisión, ella me dice, parece que Kevin dispone de tiempo mañana. ¿Y…? Pues que mañana es el baile en el Tequendama y tenía muchas ganas de ir. Bueno, digo yo, pues, prioridades. Lo que pasa es que, si seguimos aplazando, de pronto la cosa no se da. ¿Y es que es muy importante? pregunto. Pues no, dice ella, pero le hemos dado muchas vueltas al asunto, así que ahora que se da la oportunidad, creo que habría que cerrar el ciclo y definir de una vez por todas lo que se quiere.

¿Y qué es lo que se quiere? Bueno, estar con él, dice ella. Eso me da a entender que ya está todo definido, replico, ¿dónde y a qué horas? No, todavía no. Quedamos de hablarnos mañana, en el transcurso del día, para coordinar. Y ¿qué has pensado? Pues, no sé, tal vez encontrarnos para conocernos, conversar un ratico y ver si podemos llegar a algo. Bueno, digo yo, coordina tú, ya sabrás qué es lo que quieres. O, ¿no? Pues, si. Pero siempre es mejor ir paso a paso.

Al otro día recién llegar a casa en la tarde noche, veo que ya está vestida y arreglada para la ocasión. Una chaqueta blanca, un top negro transparente, bastante escotado y sin tirantes en los hombros, una falda corta negra, medias negras y zapatos de tacón alto, también negros. Su cabello está suelto, pero bien arreglado. Lleva un collar en su cuello, aretes y pulsera, todo en color dorado. Se ve bastante atractiva y sensual y, al acercarme a saludarla, compruebo que huele bastante bien. Usa una fragancia que me gusta, J’adore de Dior. Reservé en el Hotel Tequendama, ¿te parece? Bueno, dije yo…

Su idea era sencilla. Había reservado habitación para pasar la noche en aquel hotel y, de paso, disfrutar del evento que había programado. Pretendía que llegáramos, nos registráramos, nos acomodáramos en la habitación y bajáramos a comer. Allí nos encontraríamos con Kevin. Y, dependiendo de lo que allí se acordara, nos dirigiríamos al evento o a la habitación. Ese era su idea original.

Tal como estaba previsto, llegamos al hotel y nos acomodamos en la habitación, comprobando que la cama y el mobiliario se ajustaban a la posibilidad de jugar e interactuar de variadas maneras. Estando allí, ella le llamó para saber por dónde iba. Cuando le contestó, él le indicó que ya estaba en la recepción, así que me dijo, ya llegó, voy a encontrarlo. ¿Nos encontramos en el restaurante? Si, le contesté. Ella salió y yo me quedé, haciendo tiempo para encontrarles después de un rato. Me tardé en bajar, dándoles tiempo para que se encontraran, se reconocieran y se familiarizaran el uno con el otro antes de que yo llegara.

Cuando llegué al restaurante les encontré acomodados en una mesa, ubicada discretamente detrás de una pared divisoria, protegida de la vista de otros comensales. No había mucha gente, pero aquel lugar estaba ideal, lejos de la curiosidad de la gente. Al verlos, ella procedió a presentarme de inmediato. Mira, Kevin, él es mi marido. Hola, dije yo estirando mi mano para saludarlo, Fernando. ¿Cómo estás? Kevin, me dijo, estrechando fuertemente su mano con la mía. Bien, gracias. ¿Llegó fácil? Si, me dijo.

Bueno… ¿y valió la pena? ¿Cómo así? dijo. Pues, ya está aquí, ya la conoció personalmente… entonces, pregunto, ¿valió la pena? Creo que sí, respondió. Y burlonamente pregunté, ¿Y de qué depende que esté totalmente seguro? No, de nada. Fue mi manera de responder, dijo. Okey, dije, pensé que tenía algún reclamo. No, contestó. Bueno, ¿ya pidieron? pregunté, desviando la conversación. No, te estábamos esperando. Yo quiero algo ligero. Con una crema de cebolla me conformaría, dije. Ella pidió una trucha y él, una crema de espárragos. ¿Y de beber? Habíamos pedido vino, “Dubonnet”. Sí, me parece, dije. ¿Y el Kevin si bebe vino? pregunté. Sí, a veces, respondió él.

Me causó curiosidad que, cuando llegué a la mesa, ellos estaban frente a frente y tenían sus manos entrelazadas sobre la mesa. Parecían pareja. Y, para ese momento, sin yo saberlo, el plan ya había cambiado. Cuando ella bajó a encontrarle, vio en el ascensor una publicidad que anunciaba la disponibilidad de una discoteca en alguno de los pisos del hotel y consideró que era mejor ir allí después de comer, quizá un lugar más discreto que la sala donde se iba a realizar la fiesta, beber algo, y de allí subir a la habitación si las cosas con aquel pintaban bien.

La estancia en el restaurante duró lo que gastamos en consumir la botella de vino. Fue algo más bien rápido. Kevin había procurado arreglarse bien para impresionar favorablemente a la dama y olía bastante bien, así que supuse que aquello había empezado de buena manera. Conversamos sobre cosas triviales, pero en ningún momento hicimos referencia al motivo que nos convocaba para ese encuentro, de modo que todo transcurría aparentemente normal. Cuando terminamos de comer, decidimos que era tiempo de cambiar de lugar. Ellos ya tenían claro que íbamos para la discoteca, así que mi esposa nos indicó que iba al baño a retocarse y que volvía en un momento, dejándonos solos.

Bueno, ¿cómo la ha pasado? dije. Espero que no se le suban los vinos a la cabeza, porque de pronto nos tiramos la velada. Pierda cuidado, me respondió. El licor, por el contrario, me envalentona. ¿Y es que va a pelear con alguien? apunté. No, para nada, pero siempre dan nervios. ¿De qué, pregunte? ¿Acaso no ha estado con otras mujeres antes? Bueno, sí, dijo. Con otras mujeres sí, pero nunca con una que estuviera acompañada por el marido. Las otras eran jóvenes. Y su esposa ya es una señora. Entonces, estoy un tanto nervioso. No se preocupe, le dije, haga lo suyo.

En ese instante llegó mi esposa de nuevo. Nos levantamos y salimos de aquel lugar con rumbo a la discoteca. En ese momento y con más luz, pude detallar a nuestro invitado. Era casi tan alto como yo, de cuerpo bien proporcionado, pecho ancho y brazos musculosos. Al parecer asistía al gimnasio y hacia trabajo de fisicoculturismo. Su rostro se veía limpio y juvenil. Empecé a darme cuenta porqué le había gustado a mi esposa. Era su prototipo de hombre de ébano. Y, estando en el ascensor, ella se colocó de espaldas frente a él, momento que éste aprovechó para rodear su torso con sus brazos. Era una forma de continuar con la tarea de seducir a su pareja.

No más llegar a la discoteca, comprobé que había sido la mejor elección. El lugar era más bien pequeño, con luces fluorescentes tenues, y bastante oscuro; ideal para amantes. La música estaba sonando con alto volumen, así que era muy difícil conversar; casi que tocaba gritar. Nos instalamos en una mesa, pedimos otra botella de vino y tratamos de charlar, pero era imposible. Entonces, le dije a mi mujer, bueno, charlar no es posible en este lugar, así que dedícate a lo tuyo y resolvamos si va a funcionar o no. ¿Te parece? Si, está bien, dijo ella.

Y, para romper el hielo del momento, entonces, se me ocurrió sacar a bailar a mi esposa. Mientras lo hacíamos, me fije en que Kevin nos estuviera observando, porque llegué a pensar que de pronto ponía sus ojos en alguna otra de las mujeres que allí estaba, pues, estando solo, él pudiera ser una pareja apetecible para alguna mujer sola en aquel lugar. Pero no fue así. Él estuvo atento a nosotros a todo momento, así que procuré manosear a mi mujer hasta que más para que él se diera cuenta.

Cuando terminó la tanda, volvimos a la mesa y, casi de inmediato, ella lo invitó a bailar, lo cual fue aceptado sin decir palabra. Fueron a la pista de baile y no volvieron. Al principio, el baile entre ellos dos se mostró muy respetuoso, pero, con el transcurrir de la música y los diferentes ritmos, las posturas empezaron a cambiar y Kevin, más temprano que tarde, comenzó a explorar con sus manos el cuerpo de mi mujer. Bailaban con sus cuerpos unidos, casi sin separarse, por lo que supuse que aquel ya le estaba haciendo saber a mi mujer lo que le esperaba y ella lo estaba disfrutando.

Pasados los minutos, más bien pocos, ellos terminaron besándose apasionadamente mientras bailaban y para nada reparaban en la presencia de las parejas que les rodeaban. Ellos parecían estar solos en aquel lugar. Kevin seguía masajeando con sus manos la parte baja de la espalda y las nalgas de mi mujer, por encima de la ropa, y de cuando en vez, sus manos visitaban su torso y se aproximaban a sus senos. Sin embargo, al estar juntos sus cuerpos, la caricia se limitaba a delinear la silueta de su cuerpo, arriba y abajo, terminando en un fuerte apretón de nalgas.

No pasó mucho tiempo cuando, finalizada una tanda de música, abandonaron la pista de baile y se dirigieron a la mesa. Yo creo que ya es hora, me dijo ella al llegar, ¿subimos a la habitación? Tú eres la que decide, dije yo. ¡Si! dijo ella. Voy a arreglarme y ya vengo. Paga y nos vamos. Kevin dijo, yo también voy un momento al baño. Así que procedí a pedir la cuenta y esperar. No más volver ellos a la mesa le dije a mi esposa, vayan subiendo, yo pago aquí y les llego allá en un rato. Bueno, dijo ella, no te demores.

El mesero tardaría unos cinco minutos en aparecer después que ellos se habían ido, pero a mi me parecieron eternos. Pagué la cuenta y salí de aquel lugar rumbo a la habitación. Al entrar les encontré de pie, a un costado de la cama, abrazados y besándose, aún vestidos. Cuando ella se percató que yo había entrado, comenzó a desvestirlo, empezando por retirar el buzo de lana que llevaba puesto, debajo del cual encontraría un torso trabajado y desnudo, que ella acariciaba mientras seguía prendida a sus labios en un beso que parecía no tener fin. Y él, tal como lo había hecho mientras bailaban, seguía acariciando su silueta, solo que esta vez sus manos se atrevieron a llegar hasta sus nalgas por dentro de su falda.

Ella no dudó y, ante esa incursión de su pretendiente, rápidamente se desabrochó la falda, cayendo esta al piso. Kevin se apresuró a despojarla también de su chaqueta, dejando el cuerpo de ella a la vista, solo cubierto por el body, sus medias y zapatos. Ella, en respuesta, soltó el cinturón y desabrochó la cremallera de su pantalón, exponiendo a la vista el miembro de aquel muchacho que, a primera vista, parecía algo delgado, pero firme, erecto y curvado hacia arriba, terminando en una punta abultada, con forma de hongo.

Mi mujer procedió a inclinarse para bajar sus pantalones y, en ese movimiento, llegar con su boca al glande de su pene que, sin demora alguna, empezó a chupar, mientras con sus manos acariciaba sus testículos, sus muslos y sus nalgas. Kevin solo atinaba a masajear los hombros de mi esposa que, en posición de cuclillas, frente a él, seguía dedicada a trabajar en aquel miembro.

Poco después ella se incorporó. Se subió a la cama, colocándose de rodillas, mientras él permanece de pie, ya totalmente desnudo, parado al lado. En esa posición, ella se inclina nuevamente y sigue mamando aquel miembro que le resultó provocativo y gustoso. Y él, aparentemente controlado, deja que ella continúe con su trabajo, solo que ahora puede acariciar su espalda y llegar hasta sus nalgas.

Al rato él la hala por sus hombros para que se incorpore, y ahí, de rodillas sobre la cama, la abraza y la empieza a besar. Unen sus cuerpos. Ella, aun con su vestimenta y él, totalmente desnudo a su merced. En esa posición, y mientras se besan, él se las arregla para quitarle el body. Su torso queda ahora desnudo, y su cuerpo tan solo vestido por sus medias y zapatos, que jamás se va a quitar. Ella se ve muy sexy de esa manera, y me sorprende la devoción con la que aquel masajea el cuerpo de mi esposa y mama sus senos, como un bebé alimentándose de la madre.

Así, en esa posición, el empieza a restregar su pene erecto contra el sexo de mi mujer. Siguen enlazados en un estrecho abrazo y besándose a más no poder, pero aquel ya insinúa querer ir más allá y penetrarla. Y ella, quizá interpretando lo que debiera seguir a continuación, se tumba de espaldas frente a él y abre sus piernas, ofreciéndole su húmeda vagina a Kevin, quien continúa de pie a un costado de la cama. No duda, atrayendo el cuerpo de ella hacia sí, y agarrándola por las caderas, procede a penetrarla. Lo hace muy rápido y su miembro entra sin dificultad en el sexo de mi esposa, que ya lo estaba esperando.

Él se aferra a las pantorrillas de mi mujer, que tiene las piernas abiertas y estiradas, y apoyadas sobre su pecho, para meter y sacar rítmicamente su verga de la vagina de mi esposa que, de a poco, empieza a emitir unos tímidos gemidos, señal inequívoca de que aquello le está gustando, excitando y llevando al clímax. Kevin mete y saca, y mueve su miembro de un lado a otro, al compás de los gemidos de ella que, con cada nuevo embate, pareciera subir el volumen de su voz. Su cara se ve roja, contraída de placer y su cuerpo se contorsiona con cada movimiento de aquel muchacho.

Kevin sigue empujando y ahora masajea con especial dedicación las tetas hinchadas de mi mujer, quien contorsiona su cuerpo, jadea, gime y explota de placer con el contacto de aquel hombre. Ahora el deja caer su torso sobre el de ella, y sus pechos entran en contacto mientras el sigue bombeando dentro del sexo de la excitada señora. Y así sigue. La empuja ahora, para que ella se corra más al centro de la cama, permitiendo que él pueda seguir haciendo su trabajo, poniendo todo su cuerpo en contacto con el de ella, sometiéndola bajo sus embates. Ella aprieta sus labios, mueve su cabeza de un lado a otro y aprieta las nalgas de Kevin para alentarlo a que siga haciendo lo suyo, y cada vez más profundo.

Mi mujer estira sus brazos por encima de su cabeza, como entregándose al momento y al placer que aquel hombre le proporciona, y grita más alto, contorsionando su cuerpo. Y él, de repente, en respuesta, acelera sus movimientos, y en medio de ese frenesí, la vuelve a besar y, de un momento a otro, parece quedar paralizado sobre ella, apretando sus nalgas y empujando profundo dentro de su sexo. Y ella, por su parte, lleva ahora sus manos a las nalgas de aquel y palpa con detalle su piel en la parte baja de la espalda, mientras abre y cierra sus piernas alrededor del cuerpo de aquel. Él también llegó al punto máximo. Fue un orgasmo en simultáneo.

Ambos quedan tumbados sobre la cama después de esta faena. Kevin, como no queriendo acabar el momento, sigue delineando con sus manos la silueta de mi mujer y no para de mamar sus tetas. Y ella, rendida por el esfuerzo, solo deja que aquel disfrute de su cuerpo, sin decir una sola palabra. Al rato, él también deja de acariciarla y queda inmóvil a su lado. Ambos parecen dormirse.

Al rato, es mi mujer quien parecer recuperar el aliento, pero, atenazada como está, bajos los brazos de aquel muchacho, sigue inmóvil a su lado. Le mira de reojo, me mira, y hace la señal de todo bien, con el pulgar arriba. Eso indica que este encuentro respondió a sus expectativas. El orgasmo que experimentó debió ser muy intenso para que califique de bueno el resultado de su aventura, pero sigue teniendo en mente la idea de ir a bailar.

El muchacho también abre sus ojos, mira el reloj, se incorpora, toma su ropa y se mete al baño. Serían como las once de la noche. Me quedo un poco sorprendido por la actitud de Kevin, así que miro a mi esposa con ojos interrogadores. Ella me dice, Kevin tiene un compromiso y nos deja. Es que era hoy o si no nunca lo íbamos a hacer. Y ¿por qué no me dijiste que ese era el plan? No importaba, dijo ella. Por eso arreglé para quedarnos aquí esta noche y poder asistir a la fiesta. Tenemos mesa reservada. ¡Tan calculadora la señora! pensé. Y yo pensando otras cosas, como que el muchacho iba a pasar la noche con nosotros.

Kevin salió del baño, ya vestido, se despidió de nosotros sin muchas palabras, agradeció y se fue. Laura, por otra parte, entró al baño a ducharse y arreglarse de nuevo, porque lo que tenía en mente para ese viernes era ir a bailar. Lo de Kevin fue tan sólo un inconveniente que tuvo que resolver por el camino, sin perder el objetivo inicial, pues ella lo que quería era bailar. ¡Cosas de la vida!

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