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Encuentros y desencuentros
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Sus encuentros y desencuentros se fueron repitiendo semana tras semana. Sabían que no podían, que no debían, pero era coincidir de nuevo y aquella atracción los impulsaba a romper todas las promesas que ambos se habían hecho a sí mismos.

Aquella mañana habían quedado en verse, una vez más, como siempre entre aquellas cuatro paredes que se habían convertido en su pequeño mundo.

Querían más que esos encuentros a escondidas pero sabían que solo iban a tener siempre esos momentos y por eso decidieron que esta vez sería la última… un último encuentro

Dejaron que pasar unos minutos entre frases y conversaciones contenidas. Él mirándola con aquella dulzura de quien sólo desea ser amado. Buscando sus manos frías el contacto y el calor de las de ella, de su cuerpo… y ya, con el primer contacto, una vez más, surgió el beso. Un abrazo, el roce de sus cuerpos, de aquellos cuerpos que al sentirse de nuevo, se reconocieron y recordaron. Dejando que el camino recorrido y el sentimiento vivido entre los dos, hiciera el resto. Él la desnudo deseoso de aquel placer que únicamente podía proporcionarle su cuerpo.

Besándose, al contacto de piel con piel. Recorriendo su lengua los rincones más ocultos. Dejando que el deseo se reflejara en aquellos labios palpitantes que se abrían para recibir toda aquella dulzura. La suavidad del contacto de su piel que se erizaba cuando sus largos dedos la recorrían, dejando que sus cuerpos se fundieran, que sus ojos se encontraran, que sus labios se alimentaran uno con el otro. Dejando que el sabor a sal de sus cuerpos incrementara su sed y que todo aquel deseo de saborearse mutuamente, de lamerse, los llevara simplemente a emborracharse el uno del otro. Sintiendo en su interior un ardor incontrolable que quemaba. Que los impulsaba a moverse. Para Sentir su dulzura, su pasión. Saciando el deseo que momentos antes habían contenido.

Moviéndose ella lentamente lo guio hacia la ducha, el agua caliente recorría sus cuerpos, el empezó a enjabonarla llenándola de espuma, poco a poco fue quitándola, mientras sus labios recorrían todo su cuerpo, aprovechando el recorrido del agua junto a sus caricias… ella fue bajando el ritmo poco a poco y él, dejándola hacer. Dejando que fuera ella quien, por unos minutos, marcara el tiempo y así, convertir aquel éxtasis que a ambos los embriagaba en el elixir de su pasión. Él recorrió dulcemente con sus dedos su espalda como si éstos fueran atraídos como imanes por su piel. Agarrándola de la cintura con sus fuertes manos y apretando su cuerpo contra el de ella con ímpetu, dejando que fueran aquellos embistes los que les permitieran entrar en lo más profundo. Aquella sensación que tan locos los volvía.

Con su lengua recorría sus pezones, dando pequeños mordiscos mientras sus manos recorrían todo su cuerpo, llegando a su entrepierna, comienza a introducir sus dedos suavemente mientras esperaba ansiosa la llegada de su boca su lengua se sumerge en su clítoris provocando enormes placeres…

La penetra con toda su fuerza. Todo empezaba a descontrolarse. Todos los músculos de su cuerpo se tensaban. Como el calor que nacía de su entrepierna empezaba a recorrerla como descargas eléctricas, en solo unos segundos, saber que él estaba sintiendo exactamente lo mismo la volvía loca. Las contracciones de sus cuerpos se iban repitiendo, dejando que el placer y el sabor dulce del orgasmo inundaran sus bocas. Y ya como un todo, dejarse ir ambos completamente. Él sobre ella. Cuerpo contra cuerpo. Beso tras beso.

Y entonces la magia termina.

Su mirada cambia. Su ternura se queda entre aquellas sábanas que minutos antes los habían envuelto.

Vuelve a vestirse con su disfraz de hombre frío y distante, ella vuelve a vestirse con sus miedos e incertidumbres.

Una vez más se despiden, quizás el destino y la pasión vuelvan a juntarlos.

Una parte de ellos nunca dejará de ser con el otro. Quizás ella, un día en una cena con amigas, entre vino y carcajadas, se pierda en su propia mirada y sonreirá al recordar el tacto de las manos de él contra su piel. Y quizás él, sentado en su trabajo una mañana, con la mirada fija, recordará aquella mujer que tanto lo amó y esos ojos que le miraron con tanta dulzura y amor.

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