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Entregada a los amigos de mi pareja (1)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Mi pareja volvió a jugar póker lo que para mí es sentarme frente a la tv, servirles un trago a ratos para no dormirme. Por suerte solo juega a veces. Con mi pareja nos vemos los viernes y sábados en su departamento. Él es casado. Juega con tres compañeros del trabajo, entre 45 y 50 años, casados, mineros, de pelo tieso, grandes y camionetas 4×4. Cuando les conocí recuerdo que pensé que estaban bastante bien.

Como buenos mineros bajando de turno lo segundo que te miran es el trasero, y un comentario por mi vestido abotonado todo por delante, pero nada más. Era la tercera o cuarta vez que les veían llegar a jugar. Ese sábado me senté en el sillón a ver tv y creo me dormí hasta que sentí a Jorge que me decía “vamos a la pieza a conversar”.

Lo seguí un poco durmiendo todavía. Estaba algo nervioso, Eusebio que era el que tallaba, es decir, que repartía cartas, me está ganando todo me dice y si te sientas en su falda me deja seguir… “que dices Peladita”. Jorge me dice Peladita cuando anda en algo malo.

-Si, -le dije- es lo que me has dicho en la cama, que te gustaría verme tirando con otros…

-Y tú nunca has dicho que no… ni te has enojado ni molestado. Vamos Peladita, tú sabes, son todos casados, no hay nada que perder. Queda todo entre nosotros. No vas a hacer nada que no hayas hecho antes….

-Sentarme en su falda, ese va ser el principio seguro, le dije como despertando de repente. Y sí, lo habíamos fantaseado antes, conversaciones calentonas en la cama, verme entre otros, cubierta de manos acariciándome, de besos, la reina de la noche, sacándome dos o tres orgasmos en una, poniéndome al día después de 24 años de un matrimonio asexuado. Pero era solo eso, fantasías, juegos.

-Mira Peladita, yo lo siento pero me ayudas o tomas tus cosas y llegamos hasta acá. Borramos números de teléfono y cada uno por su lado. Era cruel, él sabía que hace unos seis meses me habían dejado después de 25 años de matrimonio y ahora se repetía la historia.

Jorge Luis era dominante, de esos que te da una mirada y es sí o sí. Eso me seducía de él. Me subyugaba. Y era lo que yo buscaba un hombre casado varonil reservado que me hacía sentir una reina a su lado, que no me demandaba nada…, hasta hoy. Me armé de valor y avancé sumiéndome en el abismo más intenso de mi vida. Era probar la adrenalina con que soñé alguna vez casada.

-Si es solo sentarme y tu estas ahí, bueno, -le dije- aunque los dos sabemos que va a ser más que sentarse en su falda, quizás hasta… Y preferí quedarme callada. He descubierto que soy potencialmente una sumisa y ahora pasaba a serlo en la práctica. Y era cierto que antes lo habíamos fantaseado y como fantasía nunca me había parecido tan tan terrible… una es mujer siempre.

Ellos se dieron vuelta a mirarme cuando volví, el que había ganado echó la silla atrás y me dijo “acá Peladita”. Me senté con cuidado en su falda. Las rodillas juntas y giré las piernas para ponerlas bajo la meza de juego que es algo mas alta y sólida que otras. Inmediatamente sentí el bulto en mi trasero. Me rodeó con sus brazos, olió mi cuello y dejó las cartas vueltas abajo. Jorge pidió cartas.

Yo no entiendo mucho el juego pero seguí sentada allí y no tardó en poner la mano sobre mi pierna bajo la meza y comenzó lentamente a subirla.- yo estaba incómoda y Luis se daba cuenta pero no decía nada.

No sabía si los demás se daban cuenta que me manoseaba las piernas. Me iba a parar pero la cara de Luis era de “quédate allí”. Igual me paré y me fui a encerrar al dormitorio, estaba entre la indignación y la excitación, una mezcla de enojo, rabia y deseo, de incomodidad, de ardor y excitación (si la que me lee es mujer va a entender). A los pocos minutos Luis abrió la puerta.

-Peladita -me dijo-, te toca irte a sentar allá. Y por como lo dijo era una orden

-Pero y los demás? Le pregunté.

-Los demás, no importan. Ya se van. Luego. Y tú sabes cómo son las cosas. Cuando decía: “tú sabes cómo son las cosas” debía de obedecer, obedecer o mandarme a cambiar, irme, desaparecer de su vida.

-Me está metiendo mano hasta el alma, le dije.

-No será la primera vez amor, quizás te hayas olvidado pero así es. Relájate. Además eras tan rica, cualquiera quisiera hacerlo.

-Y los demás se dan cuenta

-Bueno, somos todos adultos. Esa frase a mí me mata. Me la han dicho antes. Pero es cierto también. Me estaba portando como una niña.

-Bueno, le dije muy despacio, pero tu estas ahí, si?

-Si por supuesto Peladita, ya nunca te dejo sola, anda tranquila.

Me alisé el pelo, el vestido y volví humilde y callada al living al lugar donde estaba. Y siguieron jugando mientras él me hablaba al oído y me metía la mano por mi vestido hacia arriba. Yo tenía mis dos manos con las puntas de los dedos afirmadas en el borde de la mesa, los demás atentos a las cartas me repasaban de reojo y veían como me agitaba.

Ya era obvio lo que hacía y los tres estaban pendientes a como reaccionaba yo.

En un momento, antes de repartir las cartas, me dijo al oído: “anda al baño perrita y te sacas toda la porquería de ropa que tienes debajo y te vienes a sentar acá de nuevo”. Realmente no esperaba ni ese tono para hablarme ni que se refiriera así a mi ropa, pero obedecí, en esas circunstancias he aprendido pierdo la voluntad y obedezco consciente que me denigro, que me someto, que es algo que no debiera hacer… pero igual lo hago, “es que es mi naturaleza”, como le dice el escorpión a la rana.

En el baño me arreglé el pelo, me sequé la entrepierna, me saqué el brassier y el colalés húmedo ya, me estiré el vestido y regresé despacio. Él se puso de lado y yo me subí a sus piernas las rodillas bien juntas sin decir nada y quedé atrapada nuevamente entre su cuerpo y la meza, frente a Luis y al lado de sus otros dos compañeros.

Repartieron cartas y con la mano derecha medio las levantaba y con la otra desabrochaba jugando mi vestido hasta mi entrepierna, luego penetraba entre mis labios haciendo que me estremeciera. Todos se daban cuenta y yo no podía evitar apretar mis manos cuando pasaba un dedo un poco más adentro de mí, e imploraba “húndeme tierra”, mientras ellos me miraban socarrones, satisfechos de verme allí incómoda, de sentir mi respiración que se alteraba, del pelo que se me caía sobre la frente y de cómo juntaba los brazos y me iba hacia adelante de la meza tratando de doblarme sobre mi cuando uno de sus dedos ingresaba en mi rajita.

En un instante intenté bajar mi mano para detener la de él pero me ordenó al oído, secó, duro: “deja las manos sobre la mesa, ni pienses en sacarlas de allí”. Pensaba miles de cosas dispares en esos segundos: si me mojo mucho le mojaré los pantalones o, no puede ser que me deje hacer esto o, aún tendré perfume? o como llegue acá dios mío…, estaré muy despeinada?

Mientras mi hombre (el que era ahora mi hombre, mi dueño) les dijo a los tres con que jugaban. A ver… Si pierdo abro dos botones de acá, y mostró la pechera de mi vestido.

-Y si ganas?

-Ganó monedas, dijo.

-Veamos, acá “pago por ver”, dijeron los tres, Luis con ellos y se rieron. Ganó esa vez, pero perdió la próxima y abrió no dos sino cuatro botones dejando mi pecho al descubierto sin embargo mis pezones permanecieron tapados por el borde del vestido.

Su mano regresó a mi entrepierna a mis labios ya mojadísimos y sus dedos comenzaban a penetrarme levemente, yo estaba retraída, avergonzada, pero me manejaban los dedos de ese hombre haciendo removerme en el asiento y sentir su sexo más y más duro bajo mis piernas.

El pelo se me vino a los ojos y levanté una mano para subírmelo pero me susurro al oído: “te dije que dejaras esa mano sobre la mesa, no la saques de allí. O no entiendes?”

Los otros dos junto a Luis me miraban interesados y sonrientes, atentos ahora a cada detalle, habían dejado de jugar y estaban pendientes de mí, sabían que estaba en las últimas, que la situación me superaba.

Yo volvía a echarme hacia adelante y exhibía mis pequeños pechos sobre la mesa “que va, me dije, somos todos adultos y no es la primera vez que van a ver un par de tetas pequeñas” pero el irme hacia adelante le permitía clavarme mejor los dedos y jadeando volvía atrás.

Sentía como sus dos amigos me miraban sonrientes, indiscretos, con la maldad en sus ojos. Yo asesaba apretando y estirando los dedos de mi mano sobre la mesa, los ojos entrecerrados. En mis 24 años de matrimonio alguna vez entré a internet a mirar pelis porno frustrada por los 5 minutos de sexo que tenía con suerte cada 15 días, buscaba dueñas de casa, matrimonios y veía con asombro como podían hacer esas cosas con negros, en grupos, con la luz prendida, son películas me decía pero también me preguntaba si podría ser cierto. Pensaba en esas mujeres y me masturbaba en la ducha. Era cierto. Podía ser cierto, claro. Y así de fácil. En una casa en una playa, en departamento del centro. Hay estaba yo sentada en uno de ellos con mi pareja al frente que me miraba feliz cuando comenzaba a jadear rítmicamente.

En un momento sentí que mi hombre se echaba atrás con la silla y me empujaba hacia abajo dejándome a mí de pie con las manos sobre la mesa y sin atreverme a volver la cara, solo miraba la superficie de la mesa esperando expectante, toda roja, sobresaltada, con el alma en un hilo, presintiendo que ahora venía lo peor, tratando de recuperar mi respiración normal.

Me levantó la falda y sentí que su sexo duro y caliente entre mis nalgas. “ábrete me ordenó, y quédate quietita”. Yo obedecí. Separé mis nalgas con ambas manos y me relajé para dejarme penetrar, primero sentí una crema helada en el anillo de mi ano y uno, luego dos dedos que me abrían. Con las palmas de la mano sobre la mesa sentí luego como me levantaba, me abría las nalgas fuerte y me entraba la cabeza de su sexo duro. No pude evitar un grito de dolor, y miré a Luis que me decía “Aguanta Peladita, aguanta que tampoco es primera vez” y apreté con mis manos el mantel tirándolo y algo cayó mientras sentía que terminaba de atravesarme. “Dale tío” gritó el que estaba a mi derecha. Ya estaba empalada, quietita, hasta que dejó de doler, solo un poco de ardor y sentía palpitar su tronco en la entrada de mi ano.

Inmóvil pensaba que cualquier movimiento me haría gritar de nuevo. Entonces sus dedos volvieron por mi vagina, buscando mi clítoris que estaba duro de inflamado. Yo tenía los ojos cerrados, no quería ver nada, solo sentía el olor del alcohol, un perfume de hombre muy dulce y como me metía dedos y me humedecía que era una vergüenza, quería morir allí pero quería también que siguiera y era tan fuerte el deseo que me eché adelante y comencé entregada ya a jadear lentamente, las manos agarradas al mantel.

Disfrutaba que me mirase, en verdad, con extrañeza, con inmensa vergüenza disfrutaba que me viese cómo estaba de caliente. Me tenía abierta por atrás, apenas moviéndose pero sentía que me partía en dos y sus dedos me entraban y salían llenos de sabia mía, rodeaban mi botón, lo pellizcaban y comenzaba ese nudo en el bajo vientre que me hacía gemir.

Me estiré enderezándome y volví a echarme adelante en la mesa permitiendo que me lo clavara aún más profundamente, los brazos estirados hacia Luis que estaba frente a mí y las manos como garras doblando el mantel, ahora si jadeando a mas no poder, volví a estirarme para evitar sus dedos dentro y al agacharme nuevamente me terminó de empalar y yo grité de dolor. Y placer.

Estaba de pie detrás mío, vestido. Yo dejé de resistirme y entregada ya me iba, me corría cuando sacó los dedos de mi vagina muy muy mojados y me dijo “chupa puta” y yo sumisa lo hice, los otros se rieron. Dejé de hacerlo y volvió repetirlo: “chupa”, miré su mano, sus dedos juntos y volví a chuparlos y sentí mi sabor dulzón de mujer caliente.

-Quién quiere ver cómo termina la peladita?, preguntó

-Vamos reviéntatela que está lista… Dijo alguien a mi lado. Le cambio la carita de muñeca que tiene por la de muñeca inflable, de puta caliente tiene cara ahora.

-No señores, es mía por esta noche la Peladita, así que si quieren verla jadear, poner los ojos blancos, lo jugamos a la carta mayor.

Entonces me lo sacó. Yo miré a Jorge Luis que se sonrió y escuché que me ordenaba sentarme en una banca de bar a su lado “y cuidadito con dedearte” me dijo. Quedé como ida. Se había guardado su sexo y cerrado el cierre del pantalón y obedecí sin decir palabra, me cerré el vestido y sentí como por mi pierna corrían mis fluidos hasta mojar la rodilla.

Ganó otro y siguieron jugando. Estaba perturbada, mareada, entre el deseo la humillación y la sorpresa. Y estaba entregada, avergonzada del deseo que sentía, de mi calentura. Era una forma de someterme pero eso lo entendí meses después. Jugaron y permanecí inmóvil todo ese eterno rato. Hasta que me llamó y me enderecé con un salto y cuando estaba a su lado me dijo, anda a traer crema. Yo me volví y le traje una de manos que tenía. Me puso delante de él, frente a la mesa doblada hacia delante con las manos en el mantel y me levantó el vestido y puso sus dedos en mi ano untados en la crema, “espero que sea sin alcohol” me dijo, “no”, le respondí tímidamente, “es sin alcohol” mientras sentía como me entraba esa suavidad.

Él se abrió su pantalón sacó su sexo. Ábrete me ordenó y me recosté sobre la mesa, doble la cara hacia un lado y abrí mis nalgas para mostrarle mi cavidad que palpitaba. Cuando sentí su cabeza en ella cerré los ojos y relajé mi anillo y esperé a que me clavara su verga dura y caliente. Esta vez resbaló su verga con un dolor soportable hasta atravesarme de una. Y luego sentí como entraba y salía atravesándome cada vez y cada vez que le apretaba con mi ano que tendía a cerrarse por naturaleza me volvía penetrar mas duro, jadeábamos los dos hasta que no lo resistí y me enderecé apoyando solo las manos en la mesa y sentí que me entraba mas al fondo. El vestido arrugado en la cintura y abierto delante me dejaba desnuda frente a Luis y al lado de los otros dos que me miraban avispados. “ahora te vas a correr perrita, delante de todos”, me dijo riéndose.

Sin desclavarme me despojó del vestido por la cabeza y solo quedé sobre mis zapatos taco alto que me encumbraban hasta su sexo dejando mi culto redondo y parado abierto ahora su antojo. Los otros tres no se habían movido de sus asientos alrededor de la mesa y miraban mis pezones duros e hinchados y mi pelo pegarse a mi frente transpirada, mis brazos tensos sujetarme, mi cara inflamada. Mi hombre ahora puso crema en sus dedos que pasó por mi clítoris y mi vagina, una crema helada, fresca que resbalaba como espuma y me devolvía a la calentura anterior sin preámbulos. Y mi resistencia duró segundos, sus dedos helados pellizcaban mi vulva inflada como globo, me penetraba los dedos y los sacaba deseando que los volviera a clavar, los hizo tres cinco diez veces mientras yo me doblaba hacia adelante de la meza ya no jadeando, roncaba, emitía un ruido como gutural de mi garganta y sabía que de un momento a otro me iba delante de todos, allí sobre la mesa, a centímetros de las caras de esos dos que me daban vuelta, con el pelo revuelto mojado de transpiración mientras sentía una gota caerme por el cuello.

Mi respiración se volvió entrecortada, el corazón se me apuró, me bajaba algo del estómago hacia mis piernas cuando se detuvo. Yo había doblado los brazos doblados y tenía los codos sobre la mesa y las manos apretadas al mantel, palpitando, vibrando, tensa como cuerda de violín, jadeando como perra.

-Quieres que siga Peladita, me preguntó

-Yo no podía decir palabra, por la sorprendente de su pregunta, y no me podía imaginar cómo estaba allí entregada como un corderito.

-Peladita, quieres que siga o que te mande a sentar a la esquina de nuevo?

-Sigue, le contesté

-No te escucho.

-Sigue por favor, le dije apocada, humilde. Y ahora, acá escribiéndolo, debo decir. Debo reconocer. O de reconocerme a mí misma que eso me excitaba más, que me tuvieran así, allí, me hacía sentirme mujer, femenina, una hembra que les daba lo que ninguna otra les daba, el placer de sentirse machos, poderosos. Que ninguna por mina que fuese, por muy mujer que se creyera, llegaba allí donde yo estaba. Con esos cuatro mirándome, pendientes de cada detalle mío. Y quizás por eso le rogué, le supliqué, le imploré que me hiciera terminar.

Entonces volvió al juego del meter y saca sus dedos y en segundos sentía que volvía ese fuego dentro de mi estómago, yo sola le acomodaba mi ano, le movía mis caderas para que me lo ensartara más adentro y jadeaba como perra, como a cuadras de distancia escuchaba que uno de ellos decía “esta roja esta mina” o, “mira, se le abren las narices”.

Luis que estaba delante de mí, al otro lado de la mesa me tomó de las manos y yo apreté las suyas como garras, tiritando. Estaba yéndome, un calambre dulce me embargaba, me diluía calada hasta los riñones, en ese éxtasis uno me pellizcó el pezón hasta casi rompérmelo pero fue terriblemente excitante mientras convulsionaba uno, dos minutos. Boqueaba con los ojos blancos, verdaderamente boqueaba y espasmeaba como pescado recién sacado del agua dijeron después.

Cuando sentía que terminaba, que se me salía todo por mi entrepierna, que me abandonaba parte de mi cuerpo me dejé caer sobre la mesa exhausta. Fue el orgasmo más grande que he tenido junto a uno en que me masturbaran en una casa en la playa, también delante de otros.

Pasaron varios minutos en que se volvieron a sentar y abandoné medio cuerpo sobre la mesa, la cabeza doblada y los ojos cerrados, los brazos lacios a los lados. Mi hombre se sentó y me sentó sobre el doblada, ida, alelada eché la cabeza atrás dejándola descansar junto al cuello de mi hombre y me topé con su cara. Si me hubiera besado lo hubiera aceptado. Aunque Luis estuviera a mi lado, total, él me puso en esta situación. Pero no lo hizo, me dijo “vamos al baño para que me limpies” y con dificultad me paré y lo seguí desnuda y cabizbaja al baño mientras mi vestido quedaba en el suelo y los demás me miraban desnuda riéndose sentados a la mesa.

En el baño le lavé ese fierro que aún estaba duro con el agua fría corriendo y bastante jabón y se le puso más duro, luego lo sequé y me dijo que me sentara en la taza del baño.

Me lo metió en la boca y se masturbo en mis labios hasta que iba a terminar y me separó y escupió todo su semen en la cara, en el pelo, era mucho, mucho, que me chorreó por el cuello por el hombro por la frente.

Se guardó la polla aun sucia y me tomó del brazo a la altura del hombro y así, casi colgando de su mano, (el mide más de 1.80 y yo me empino a 1,45, y pesa seguro el doble de mis 45 kilos) así, casi en el aire me sacó afuera, donde estaban los otros sentados aun a la mesa de póker. Yo hice el ademán de limpiarme pero me lo impidió.

-Ya está bautizada, les dijo, casi colgada por mi brazo mostrándome a los tres, y me sentó en el sillón.

-Si alguien quiere darse el gusto con la Peladita, ahí está.

-Para todo uso?

-Ya viste… Para todo uso

El Chico Nano se puso de pie, miro a Jorge Luis “permiso” le dijo y se abrió la bragueta y se sacó su sexo que estaba parado como un palo y se sentó al lado mío, luego me montó encima de cara a él clavándomelo en profunda humedad y me dijo mastúrbate. Yo cerré los ojos doblé mi cuello y con su sexo dentro mío comencé a acariciarme frente a él, aun sentía mi cuerpo tenso, palpitante, mis labios inflamados y mi botón rígido, sus manos pellizcaban mis pezones, apretaban mis senos que cabían pequeños en sus manos, las sentía recorrer mi espalda y mi cadera se refregaba rítmica sobre sus piernas, hasta que sentí que me iba nuevamente y al mismo tiempo que el terminaba dentro de mí inundándome de semen.

-Sale con cuidado que me ensucias los pantalones, me dijo y me sacó en el aire casi hacia atrás dejándome de pie desnuda frente a esos cuatro hombres vestidos y hasta con zapatos. Yo me mojaba las piernas.

El que le dicen El Otro (no quiero decir su nombre) se paró y con una mano en mi espalda me empujó hacia el baño, allí me hizo lavarme la entrepiernas y en el mismo baño me puso frente a la pared se sacó un pene rojo y duro y parado detrás mío me dijo que me pusiera mis zapatos taco alto y me lo introdujo entre mis piernas sin dificultad. De pie detrás mío con todo su impulso me lo ensartaba levantándome con cada penetración, era fuerte y violento cada espolonazo que me atravesaba. “Tócate tú misma” me ordenó mientras con ambas manos en mi cintura me sujetaba.

Yo debí afirmarme con una mano contra la pared y con la otra abrir mis labios y buscarme hasta sentir mi hinchazón, mi dureza, que en un instante me llevó hasta volver a sentir que las piernas me fallaban y mientras me desmadejaba sentía que me llenaban de nuevo de semen. Terminó y me dejó allí. Yo recuperé mi vestido me lo puse, me arreglé algo el pelo y cuando volví a salir ellos se habían ido.

Me senté en la esquina del sillón con los ojos que se me cerraban de cansancio.

Creo que me dormí hasta que sentí a Jorge que me decía “vamos a la pieza a Peladita”. Lo seguí de su mano casi durmiendo todavía, allí me usó hasta la madrugada, estaba desmadejada y me uso como creo se debe usar una muñeca inflable, yo no tenía fuerza para responder pero sentía como me penetraba de todas las formas imaginables, como me atravesaba hasta sentirlo en mis riñones, llenarme la boca, los oídos, doblarme y colgarme, abrirme empalarme con consoladores y collares de metal, con pinzas en los pezones y colgantes en los labios, con vibradores dobles y con su sexo hasta la garganta.

Hoy lunes estoy destruida, fui a trabajar como zombi mas solo sé que me siento bien. Que “me la puedo” con cualquier hombre. Que si me dejaron, si el maldito de mi ex me dejó, no supo nunca la mujer que se perdió. Eso me hace sentir bien.

Zarina

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