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Es tiempo, es ahora
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Eran los últimos retoques antes de ir a encontrarme contigo y mientras tanto pensaba en una frase que decía  «Para la cólera y para el amor, todo lo que se aplaza se pierde» Y no, no estaba de acuerdo, habían pasado muchos años, sin embargo sentía que el deseo por ti, continuaba creciendo. Un deseo que me estaba llevando a cometer la mayor locura de mi vida, por primera vez y quizás por esta única vez.
Pero eso no era lo importante, no ahora, luego vendrían los arrepentimientos, las culpas por saberme infiel… ahora no. Me decía a mí misma “estaba escrito… merezco ser feliz… fueron muchos años sin ninguna esperanza”. Y dentro de tan solo unos minutos estaré frente a ti, finalmente.
El paisaje se iba desvaneciendo a medida que avanzaba o yo no estaba viendo a nada ni a nadie más que a ti. Y el mundo desapareció totalmente cuando mi timidez desfasada hizo que buscara refugio en tus brazos… Busqué tu oído para susurrarte “me quedaría a vivir en tu abrazo” y tus labios contestaron apresando los míos con el beso más hermoso que ningún hombre fue capaz de darme jamás. Dirás que soñadora estoy siendo, pues si y romántica y tantos adjetivos más que en mi vida apenas he sido, pero que ahora me definen completamente.
No sabía si caminaba o simplemente flotaba cuando entramos a aquel hotel de Toledo, del que no recuerdo su nombre, pero eso poco importa cuando se halla en la ciudad que tú y yo sabemos…
Al cerrar la puerta de la habitación, me preguntaste si quería beber algo… te contesté que no. No hubiera podido, como no podía hacer otra cosa que mirarte a los ojos, volver a tus brazos, a tus besos y ahora por fin a tus caricias, mientras nos íbamos desprendiendo de la ropa poco a poco, para ir reconociendo nuestra piel, nuestros sexos…
Cuando rozaste apenas mi seno debajo del sujetador no pude evitar suspirar y humedecerme más de lo que ya estaba. Con mi mano acaricié tu pecho, soñaba con acariciarlo, con enredar mis dedos en tus vellos… ah… perdí el control y mi mano bajó precipitadamente a tu pantalón, abriendo el cinturón, bajando la cremallera, dejando que cayera a tus pies. Yo quería, te miré, tú también querías.
Rápidamente bajé tu slip, cogí tu pene con mis manos, acerqué mi boca y con mi lengua fui recorriéndolo a lo largo, hasta que sentí tus dedos enredarse en mis cabellos. Y entonces me dijiste «ven». Te ayudé a quitarte los pantalones… la camisa abierta, con una aparente calma y tú, con suma delicadeza, quizá sabiéndome tan frágil por mis sentimientos hacia ti, me quitaste mi ropa. Es que tú eres así, cuidando hasta el más mínimo detalle para que todo sea perfecto.
Y con esa misma “calma” aquella que presagia la tormenta, nos tumbamos en la cama, yo queriendo satisfacerte y tú llenándome de besos y caricias, besando mi cuello, mis senos al tiempo que tus dedos se perdían en mi vagina tan, pero tan húmeda, que creí morir de placer cuando sentí tu lengua saboreando mi clítoris y no pude evitar gritar al correrme en ti no sé cuántas veces…
Y entonces me dejaste hacer y yo… yo quería hacerte tantas cosas… quería llevarte al mismo cielo y luchando con mi torpeza –a mi edad y con mi experiencia- volví a coger tu pene tan duro y tan hermoso para hacerlo completamente mío dentro de mi boca y acariciarlo con mi lengua cada vez con más intensidad, mientras los latidos de mi corazón se aceleraban y cogí tus manos y las coloqué sobre mi cabeza para permitirte llevar el ritmo… Y tú me diste tu semen y yo me volví loca si es que ya no lo estaba.
Me tumbé hacia un lado o caí… quedando a la altura de tu cintura. Me ladeé para ver tu cara y te erguiste un poco para llevarme hacia ti y me ovillé a tu lado, entre tus brazos, en ese silencio lleno de palabras, mientras acariciaba tu pecho hasta que dejé descansar mi mano y tú la cogiste para besarla.
Cuanto tiempo pasó hasta que acaricié tu rostro, no lo sé, el tiempo era ajeno a mí, como todo lo que demás, todo lo que no fueras tú. Y tus besos y caricias me volvieron a la vida, con más pasión de los dos, con ese deseo de buscar la entrega total y te colocaste frente a mí, abriste mis piernas y mirándome a los ojos pude sentir como tu pene se iba abriendo paso en mi vagina que volvía a humedecerse… quería que lo dejaras allí para siempre, quería no parar de moverme siguiéndote a ti, quería oír tus jadeos y no los míos… y nos corrimos al tiempo, mientras unas lagrimillas se escapaban de mis ojos, mientras tu cuerpo descansaba completamente sobre el mío y yo te abrazaba como si la vida se me fuera en ello. Así de esa manera, acariciando tu espalda, besando suavemente tu cuello, comprendí porqué siempre te había amado tanto.

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