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Esquivo amor

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La veía pasar cada día. Siempre caminaba ligera, como si alguien o algo la estuviese esperando.  Iba muy tapada; quiero decir, iba vestida casi sin enseñar partes de su cuerpo, más allá de las manos y la cara, que incluso ocultaba en parte debido a que llevaba mascarilla: un pañuelo sobre su cabello, jersey negro de manga larga, falda larga plisada se color morado; calzaba manoletinas. De su físico yo podía adivinar, quizá, unas tetas pequeñas y redonditas y un coño grande y acogedor: esto último, aunque de difícil percepción, era evidente cuando su falda a cada paso se le ajustaba a los muslos: intuición masculina. Lo poco que podía ver de su cara era unas cejas bien depiladas, unos ojos almendrados de color negro y una nariz recta. Yo sólo pensaba en abordarla, pero era una tarea difícil que además seguramente despertaría recelos en ella, y lo que yo menos quería era espantarla, que nunca más pasará por la acera, frente a mi portal. La ocasión no llegaría por sí sola, o sí, quién podría saberlo, que en esto del amor concurren a menudo circunstancias imprevistas. Como la que propició que al fin pudiese hablar con ella: el diluvio y consiguiente inundación acaecidos en mi ciudad.

Era una mañana grisácea. Durante toda la noche y primeras horas de la mañana había estado cayendo una lluvia persistente, a ratos torrencial, sobre la ciudad. Cuando salí de mi portal, a la hora que acostumbro, la calle presentaba un aspecto lamentable, con multitud de charcos considerablemente grandes, barro y restos vegetales, como troncos o ramas, esparcidos por doquier. La vi, por supuesto, e iba esquivando obstáculos con bastante dificultad; tras dar un salto para evitar un charco, cayó al suelo. Yo me precipité en su ayuda. "¿Estás bien, te has hecho daño?", le dije; "No nada, estoy bien, gracias", dijo ella mientras intentaba levantarse. Le alargué una mano, que ella tomó, y se irguió junto a mí. Mi corazón se desbocó y sus latidos me impulsaron a decir lo que dije: "Me gustas, dame tu teléfono". Ella, tras sonrojarse, contraatacó: "Intentas ligar conmigo..., soy una mujer comprometida"; "Bueno, dije lo que dije, pero ello no significa que haya algo más que una simple petición"; "Ya, vale, debo seguir caminando, tengo que hacer, ya te veré mañana, me caes bien".

Yo tenía la idea de que ella también me había estado vigilando durante días, cuando pasaba frente a mi casa. Era una vaga impresión, no sé, una sospecha quizá de que yo le había parecido interesante físicamente. Respecto a lo de su compromiso, albergaba mis dudas. Un día soleado la acompañé un largo tramo por la acera. Supe que por ese camino volvía a casa. Supe que se llamaba Antonia, aunque su gente cercana la llamase Toni; supe también que tenía treinta y dos años y que el compromiso que la ataba a un hombre no era una cosa muy declarada que digamos. "Yo supongo que él me querrá y yo también le querré", me explicó; "Pero ¿quién es ese ser misterioso?", inquirí; "Puede que aún no esté muy decidido"; "¿El qué?"; "Pues él, qué va a ser".

Su número de móvil no me lo daba, a pesar de mi insistencia. Muchas noches, ya acostado, a punto de coger el sueño, me hacía pajas pensando en ella: me imaginaba que entraba en mi casa, que se acomodaba junto a mí en el sofá y nos besábamos; que después de besarnos, ella, excitada, me desabrochaba el pantalón y me chupaba la polla hasta que esta crecía lo bastante para que ella se la metiera en el coño a horcajadas sobre mí, mágicamente desnuda; que la besaba las tetas pequeñas, me las metía en la boca y las degustaba a placer mientras ella gemía de gusto; y que, finalmente me derramaba en su coño, derrame real que caía sobre el dorso de mi mano y entre mis dedos.

Desesperaba. O, más bien, esperaba que hubiese un momento, un solo momento, largo o corto me daba igual, para estar íntimamente reunido con Toni. Y ese momento llegó.

"Hola, Norberto", me dijo un día, "acompáñame a mi casa, tenemos que hablar". Por supuesto que sí, la acompañé. Su casa estaba en un bloque de viviendas bastante lujoso. "Guau, aquí vives", me sorprendí; "Sí, es una buena casa, ¿verdad?"; "Desde luego, Toni, debes tener un buen trabajo"; "Soy comisionista, ¿y tú?"; "Creativo", dije, y se rio. Entramos en su piso, muy amplio aunque decorado con sencillez. Por primera vez, pude ver su rostro completo, tras quitarse la mascarilla: la boca la tenía pequeña; los labios gruesos, como un redondel carnoso, como una flor a medio abrir; los dientes, pequeños, y se le formaban dos bonitos hoyuelos junto a la comisura de los labios cuando sonreía; y su cabello, ya sin el pañuelo: una media melena ondulada color avellana. Yo me dije: "Esos morros son el forro perfecto para mi polla", e imaginé la escena. "¿En qué piensas?", interrumpió Toni mi pervertido hilo mental; "Oh, no, en nada", disimulé. Trajo, entonces, dos latas de Coca-Cola. Nos sentamos frente a una mesa camilla, en un saloncito austero. "Oye, Norberto, me voy a casar pronto, ¿sabes?, y... he pensado que tú y yo, en fin, antes de que yo..., he pensado que podríamos tener algo, no sé, sexo, follar y todo eso..., yo, en fin, soy virgen, y quiero llegar virgen al matrimonio, sin embargo..."; "Sin embargo, ¿qué?, ¿qué me harás una mamada, insinúas?", interrumpí algo fastidiado; "Eso, de seguro, que te lo haré, pero, aparte, quiero que me des por el culo", terminó. Me quedé petrificado.

Fuimos a su dormitorio. Toni se desnudó de espaldas a mi, iluminada por la claridad que se filtraba a través de las persianas. "No quiero que me veas las tetas, me las verá y saboreará el hombre que se va a casar conmigo", explicó Toni con timidez mientras se iba acercando a la cama con los brazos cruzados sobre su torso. Las piernas las tenía finas y bellamente moldeadas; conforme se iba acercando más a mí, que la esperaba junto a la cama, observé que el color de su piel tenía un tono bronceado, muy exótico. Yo también me desnudé. Ella se arrodilló frente a mí, acercó la cabeza a mi pubis y me fue mamando la polla de poco a poco, sin emplear las manos: primero, aún blanda, la atacó desde abajo; luego, horizontalmente; finalmente, me la chupaba en un ángulo agudo, desde arriba, con devoción. Cuando comprobó la dureza del miembro con la lengua, se subió a la cama, despacio: se acostó bocabajo. La espalda y la nuca ofrecidas. No quise negarme a hacer lo que me pedía que hiciese: follarla por el culo para evitar que su virginidad se viera comprometida; aunque hubiese preferido amarla de otra manera más delicada. Era lo que se me ofrecía y punto: no debía desaprovechar la ocasión de echar un buen polvo. Toni se puso a gatas sobre el colchón, apoyándose en los antebrazos, con las rodillas adelantadas y el culo alzado. Me sitúe de rodillas, por detrás. Le separé las nalgas para atisbar el tierno agujero oscuro por donde debía entrar la hinchada polla que un poco antes, para que estuviese dura como piedra, ella mamó, y la penetré. "Uff, Norberto", soltó ella arqueando la columna hacia abajo; "No ha entrado toda, espera, empujaré un poco más, a-aho-oh-ra", dije; "Uff, sí, ahora, Norberto, la siento-oh, siento tu polla dentro de mí, me gus-ta", dijo. "Oh, oh, oh", follaba yo ; "Hu, hu, ah, uff", y ella. Me agarré con fuerza a su cintura para no perder la profundidad que había alcanzado con la polla en su agujero y seguí dándole. "Guay, qué placer me das, Norberto, uff, sigue más, más, si-gue, estoy a punto-oh de tener un orgasmo, hu, hu, uff", me animaba ella, no obstante no me hiciese falta, pues la calentura de la punta de mi capullo iba en aumento embestida tras embestida, hasta que expulsé el semen con bestial fiereza; me derramé dentro de ella, como en mis ensueños: "¡Qué bieenn, oohhh!".

El día siguiente, yo estaba completamente enamorado. "Bah, un creativo como yo, que dispongo de mujeres a espuertas, bah, ¿yo, enamorado, de esa, de una mujer comprometida, y virgen?, bah", me decía. Pero salía cada día a la hora en que Toni pasaba; sin embargo, había un inconveniente: Toni, ya no pasaba. No la veía, y eso me volvía loco. Mi habitual calma se había visto alterada por culpa de una mujer, de Toni. Busqué consuelo en las muchachas que trabajaban conmigo en el gabinete: gordas, flacas, tetonas, escurridas, jamonas, escuálidas; mas nada: no podía olvidarme de Toni: seguía, pues, enamorado de un esquivo amor.

Comencé a enviarla caros ramos de flores a su domicilio, el cual había memorizado, con notas, amorosas a veces, apasionadas otras veces, no obteniendo respuesta ninguna.

Una mañana temprano, sonó el timbre del tefefonillo: "¿Quién es?"; "Toni". Pulsé de inmediato el botón de apertura. Los pocos minutos que esperé a que sonara el timbre de la puerta se me hicieron eternos. Me preguntaba: "¿Qué querrá?, ¿cómo habrá conseguido mi dirección?, ¿seguirá igual de atractiva?". Sonó el timbrazo como un disparo y abrí de sopetón. "Hola, Norberto, voy a pasar", diciendo esto empujó la puerta, me apartó a mí y pasó. Algo era distinto en Toni: los ojos le chispeaban, el vestido palabra de honor rojo que esplendorosamente lucía hacia que pareciese una princesa de cuentos. "¿Có-cómo has conseguido mi dirección?", tartamudeé; "Vaya, Norberto, ¿acaso me crees estúpida?, recuerda que soy comisionista, ¡y de las mejores!..., he venido a anunciarte mi compromiso, me caso..., he estado este tiempo arreglando papeles y demás..., también los tuyos"; "¡Los míos, qué, qué...! ", tartamudeé otra vez; "Nos casamos, tú y yo, hoy".

Reía alborozado durante el convite de la boda. Saludaba y hablaba con todo el mundo sin dejar de mirar con el rabillo del ojo a Toni, guapísima, que se movía por el salón de celebraciones como pez en el agua, teniendo detalles con todo aquel a quien se acercaba. Yo me había tenido que vestir con rapidez, con la ayuda de Toni: cepillamos un traje que tenía en el armario, dimos lustre a mis zapatos. Ella me anudó la corbata, dándome besos en los labios y sonriendo; era un goce ver sus picantones hoyuelos después de tanto tiempo sin... "Oye, Norberto, qué callado te lo tenías, si ayer mismo tú y yo...", me decía una jovencita de mi gabinete"; "Sshh", cortaba yo.

Y llegó la noche de bodas. Fuimos a un céntrico hotel de la ciudad. Una vez en nuestra habitación, nos desnudamos el uno al otro, o el uno a la otra o la una al otro y nos acostamos en la espaciosa y cómoda cama de matrimonio. Nos besamos y acariciamos. Quise hacer real mi ensueño, y me metí las tetas, derecha e izquierda, muchas veces y por turnos, de Toni en la boca: como imaginé, me cabían enteras, y ella suspiraba de placer. Me adentré en su coño también con la boca, alargando la lengua todo lo que podía para pulsar su clítoris; Toni gemía, gemía y daba cortos grititos "ahh, aahh, ahh", a punto ya se correrse; un inconfundible sabor dulzón inundó mi boca y me interné con más ritmo: "Ay, aahh, aaahh". Era para mí delicioso hacer que se corriera Toni, como al fin lo hizo: "Huuu, ohh, ah". Entonces, me acordé. "Toni, tú... tú no eres virgen". Ella se irguió apoyándose en los codos. "Pues claro que no, guapo", dijo; "Y... en tu casa, lo que dijiste, lo que pasó en tu casa..."; "Bueno, verás, me gusta mucho que me den por el culo, de alguna manera tenía que convencerte de que lo hicieras, no todos los hombres quieren hacerlo así, porque se necesita una polla de cierto tamaño y bien dura, como la que yo supuse que tú tenías, pura intuición femenina, y a ti te gustó, ¿eh?"; " Sí, Toni, mucho"; "Venga, pues no se hable más, me pongo en pompa".

"Ah, ay, uff, ah, Nor-berto, me gusta-ah, me gus-ta". Y me vertí en su agujero tan feliz como nunca lo había sido.

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