Cuando estábamos en los postres, saboreando café y coñac, mi marido, bajo el mantel, metió su mano bajo mi falda y yo, calentita, le abrí las piernas para que me dedeara, ¡y lo hizo! Un minuto después, sacó los dedos húmedos y se puso a olerlos un poco antes de lamérselos.
–Creo que ya nos tenemos que ir a casa. Hueles a putita que quiere verga y ya se me paró –dijo y le apachurré el pene sobre el pantalón para ver qué tan duro estaba, y sí…
Solicitó la cuenta y yo fui al sanitario. Cuando me bajé las pantaletas para hacer pis, me entró de golpe al olfato el olor de mi panocha. ¡Eso era lo que había puesto arrecho a mi esposo! ¡Yo seguía con aroma a fornicación! Recordé que no pude asearme al llegar a casa como preveía en el hotel donde cogimos Mario y yo.
Me entró pánico. Antes de levantarme me tallé muy bien esa zona con papel higiénico, incluso metiéndolo en mi raja lo más hondo posible. Cada trozo de papel salía baboso, lleno de flujo y lefa. Al ir a lavarme las manos, tomé dos trozos de toalla de papel y los humedecí muy bien en el lavabo para irme al privado a limpiarme lo mejor posible los pelos de la cuca que seguramente también traía pringosos. y volví a repetir la operación limpieza con el papel higiénico.
–¿Por qué tardaste tanto? Ya pagué, estaba a punto de pedir ayuda para que alguna empleada te fuera a buscar al sanitario –dijo.
–¡Qué exagerado eres! –expresé con una sonrisa.
Al llegar a casa, lo primero que hizo fue magrearme las bubis y llevarme a la cama para encuerarme. Chupó las tetas y continuó encuerándome y encuerándose. Cuando bajó la pantaleta, el olor de mi panocha lo hizo lamer, primero delicadamente, pero luego me chupaba con fogosidad, metiendo y sacando la lengua lo más que podía.
–Sí que estás caliente, putita, el flujo te sale a chorros –me dijo mientras absorbía lo que salía– Además está más sabroso que otras veces –dijo, y yo recordé ese sabor
Mi marido se refería a la mezcla de mis jugos y el semen de Mario, el del líquido que pocas horas antes me había escurrido desde la vagina y el cual tomé para probarlo. ¡Le gustó!, no había duda. Se quitó la ropa, aproveché para subirme en él y cabalgar un poco. Me separé para colocarme en 69.
–A mí también me gusta chupar paleta… –le dije antes de meterme su pene en la boca.
Sí, la pátina del amor consumado entre Mario y yo, sabía deliciosa en el pene de mi marido, y éste seguía disfrutando en mi cuca el mismo sabor que yo. También se puso a lamer mi entrepierna, el periné y la parte inferior de mis nalgas, todo el lugar que su olfato le indicaba el olor a sexo. Al poco tiempo me acostó bocarriba y me penetró; me abrazó con pasión enfebrecida y se movió dándome muchos orgasmos antes de venirse abundantemente. Volví a sentir que el escurrimiento llegó a mis nalgas, ¡lo mismo que unas horas antes! Se bajó, se puso en la posición que acostumbra dormir: prendido de mi teta y yo acariciándole la cabeza como a un bebé. Quedamos dormidos.
A mí ya me andaba por volver a coger con Mario y se dio la oportunidad pronto. En la oficina se haría un inventario-auditoría para la cual sólo estábamos requeridos en el inicio del día con el fin de dejar archiveros y escritorios abiertos. Así como la relación de documentos. Por lo demás, era un día libre, pero no se lo comenté a mi marido, Mario y yo teníamos otros planes.
En la noche previa, le hice una rusa a mi marido y me unté bien las tetas, dejé a mi marido agotado con todos los juegos previos y durmió de corrido, pero esa mañana me desperté con él encima y me dio una cogida excelente. Se vino bastante y se metió a bañar porque debía llegar muy temprano a su despacho. Yo me puse mi bata y fui a prepararle el desayuno. En los preparativos del desayuno, me empezó a escurrir su semen en las verijas, de inmediato supe lo que haría al rato con Mario, así que decidí no bañarme.
Al legar a la oficina, ya había compañeros administrativos dando instrucciones sobre lo que deberíamos hacer. Fue sencillo y quedamos liberados.
–¿Quieres que vayamos juntos a otra parte…? –le dije a Mario.
–Dime a dónde –contestó alegre.
–Por el mismo camino que la vez pasada, pero vi un motel antes –le dije recordando uno que lo pasamos y yo pensé que allí se metería.
–Dime cuál, porque hay como cuatro o cinco antes –y recordé que sí, pero sólo se me quedó el nombre de uno.
–El primero, se llama “Costa del Sol” –contesté.
–Vamos a ése, pero el primero en la carretera se llama “Villa Nueva” –me enmendó.
–¡Uy, qué conocedor…! ¿Cuántos conoces? –pregunté.
–Sólo unos cuantos, a donde vamos mi hermana y yo –precisó.
–Quiero uno con yacusi, yo pago el excedente porque no me bañé hoy y hay más tiempo para retozar, incluso en el agua – me apresuré a contestar con doble intención: que no fuera a creer que yo quería aprovecharme de su calentura, y dejarle ver que iba a encontrarse con un sabor extraño.
–El que mencionaste tiene habitaciones con yacusi y otras con alberca, tú dices.
–Lo que cueste menos. Nos vemos en el estacionamiento de Perisur, sígueme – contesté al separarnos para subir cada quien a su auto.
Al llegar a Perisur, dejé mi auto y me subí al suyo y continuamos charlando. Yo tenía curiosidad de que él tomara muy naturalmente que cogiera con su hermana, además de platicármelo sin pisca de rubor.
–¿Alguno de tus familiares o amigos sabe que ustedes, tu hermana y tú tienen relaciones sexuales? ¿Cuántos años tiene ella? –pregunté con suma curiosidad.
–Bertha, mi única hermana, tiene tres años menos que yo, acaba de entrar a la menopausia. Tiene un hijo, del cual no se quiso hacer responsable el novio cuando la embarazó. Nadie sabe que cogemos, sólo tú –me dijo en tono de advertencia.
Al notar mi interés, siguió contándome del asunto. Me confesó desde la juventud estaban enamorados uno del otro, al grado de que, cuando desapareció el novio, Mario desistió de casarse y dedicarse a cubrir las necesidades de ellos, pero ella no lo permitió y me animó a continuar mi noviazgo, que pronto concluyó en matrimonio. Por su parte, Bertha le dijo que ella no vería a nadie más, pero que sí le encantaría que siguiera cubriendo sus necesidades sexuales. “Por dinero no hay problema”, dijo, pues Bertha ha ganado lo suficiente, además de que los padres estipulan en su testamento que, salvo una propiedad que será para Mario, todo lo demás será para ella. Ella vive con sus padres, en su casa y prácticamente ahorró todo su sueldo, que no era poco, e invirtió una parte en un negocio que ahora administra su hijo. “Me gusta hacer el amor con ella”, insistió. “También con mi esposa y con esta chichona” señaló apretándome el seno cuando llegamos al hotel.
Entramos a la villa asignada, al bajar del auto él tomó una botella de vino blanco y dos copas que traía en el auto. Subimos las escaleras y comenzaron los besos cuando descorchó la botella.
–¿Me dejas bañar? –le dije abriendo la llave del yacusi al tiempo yo que me quitaba la ropa y él servía las copas.
–Primero lo primero –dijo, al quitarse la camisa y ofrecerme una copa– ¡Salud, por la chichona más hermosa! –dijo y chocó mi copa con la suya. Mario continuó quitándose su ropa y mostrando toda su turgencia.
–¡Salud! –contesté y tomé el primer trago–. ¡Está frío!, ¿a qué hora lo enfriaste? –pregunté y me quité la última prenda.
–Estuvo toda la noche en la nevera y lo traje en una bosa para cosas frías –Me dijo, y apuró todo el contenido. Yo hice lo mismo y dejamos botella y copas sobre el buró.
Me jaló hacia la cama, donde él se acostó antes y me monté en su pene de un sentón. Me inclinó hacia él para mamar mis chiches, abriendo la boca enormemente. “¡Qué rica estás!”, me dijo y siguió mamando a gusto.
–¿Te está gustando? –pregunté para saber si había notado el sabor.
–¡Son divinas estas tetas, claro que me gustan! ¡Qué bueno que no dejé que te bañaras antes! –Expresó solo dejando de mamar cuando hablaba.
–Es que son tetas con crema… –dije y miré para observar su reacción, pero él siguió lamiendo con mucha glotonería.
–Bienaventurado tu marido que sabe usarlas muy bien –dijo al soltármelas– Nunca había probado este postre, no con mi crema… –expresó moviendo su pubis– También me encantó la mamada que me diste la vez pasada, ¿lo harás otra vez? –preguntó y di varios sentones en su tronco.
Me levanté para cerrar la llave del agua pues el yacusi comenzaba a desbordarse y regresé a la cama, directamente a chupar su falo. “De una vez quiero probarte”, dije. “Yo también, antes de que te bañes”, expresó sabiendo que se iba a encontrar.
–¡Qué rico exprimiste a tu marido! ¡Estás con los pelos pegados y las piernas chorreadas! –gritó y se puso a chupar y lamer con mucho ahínco.
–¡Ah, ah, ah…! –decía yo a cada orgasmo, pero continué haciendo lo que Mario quería.
–¡Qué puta tan experta! –gritó al venirse y siguió lamiendo hasta que me dejó limpia.
Serví otras copas de vino, mientras Mario estabilizaba su respiración. “Puta”, dijo al chocar su copa con la mía. “Puto”, le respondí. Sentados, recargados en la cabecera y acariciándonos, se terminó la segunda copa. Mario sirvió la tercera y nos pusimos a platicar.
–Sólo recuerdo haber tomado atole de flujo y semen cuando mi hermana andaba de novia, y me gustó mucho. Pero nunca había probado las tetas con crema, también me gustó el sabor, más en estas que tienen la suavidad precisa para adaptarse a toda la cavidad bucal –dijo saboreando el vino y jalándome un pezón.
–Y yo que quería bañarme para no molestarte –dije mintiendo vilmente –¿Entonces sí se nota el sabor del semen en la vagina? –pregunté, recordando que Miguel me chupó muy rico tres horas después que Mario se vino en mí.
–¡Claro que se nota la diferencia!, te dije que venías muy cogida, con los vellos pegados y las piernas chorreadas… ¡No me digas que la vez pasada…! – se quedó mirándome con gesto de interrogación.
–¡No!, la vez pasada sí me había bañado en la mañana, cuatro o cinco horas antes de que mi marido me cogió –le informé.
–Pregunto por él, mi vaquita… –aclaró.
–Pues sí, no tuve tiempo de bañarme porque me llevó al restaurante apenas llegué, pero ya había pasado tiempo, eso fue cuando regresamos a casa –expliqué, tratando de disminuir su temor–. Además, en el restaurante me limpié lo mejor que pude con papel sanitario y toallas mojadas –concluí.
Pues las toallas habrán limpiado tus pelos y las chorreaduras, pero el sabor no se va fácilmente, menos con la cantidad que me ordeñaste –aseguró incrédulo–. ¿Te dijo algo al chuparte? preguntó curioso.
–No, pero sí me chupó más gustoso que otras veces… –aclaré.
–Es que tú sabes muy rica, y venida, sabes más rica –dijo entornando los ojos–, y no me refiero a la venida de otro, sino a la tuya. Pareces río cuando te vienes.
Continuamos cogiendo, platicando y chapoteando en el yacusi, hasta que se acabó la botella y nos retiramos a la hora acostumbrada. Por si las dudas, yo me tallé muy bien para quedar limpia.
Al llegar a mi casa, terminé de hacer la comida que inicié a preparar desde la noche anterior, como es frecuente, y me puse a esperar a mi marido, como buena ama de casa hacendosita.
Ya en la cama, al parecer, yo aún andaba con las feromonas libres pues mi marido se fue con la nariz directamente a la vagina. Yo abrí mis piernas y su lengua entró a explorarme. ¡Me calentó! Le tomé la cabeza y me tallé la concha con su cara para pajearme recordando las chupadas que me dio Mario.
–¡Ya cógeme! ¿O es que necesitas otro más para eso? –le grité y me penetró dándome un beso.
Antes de abrazarme se metió una teta a la boca y se movió hasta venirnos. Quedamos sudados. Apagué la lámpara y me abracé a Miguel.
–Tu panocha olía y sabía riquísima. Ya me la imagino cómo la dejé ahorita, mañana en la mañana quiero chupártela. También imagino cómo te quedaría con dos o más leches distintas –confesó.
–Eso de que me coja otro sólo me lo has dicho cuando me estás cogiendo, y supongo, porque quieres calentarme con la calentura que en ese momento tienes, pero en este momento, me suena extraño. ¿De veras quieres que me coja otro junto a ti? –pregunté azorada.
–Sí, he imaginado verte cogiendo con otro, y que después de que te deje cogida, meterte la verga y resbalarme en tu pepa para darte toda la carga de mis huevos –contestó mientras me dedeaba la panocha.
–¿Y ya has pensado en quién te va a dar ese gusto? –dije jalándole el pellejo del falo.
–Sí, pero no sé si tú quisieras a alguien en particular –preguntó, abriendo otra posibilidad.
–¿Ya has hablado con el que tu pensaste? –pregunté asombrada.
–Aún no, pero si tú quieres, sugiéreme a alguno de mis amigos, o de los tuyos… –expresó.
–Mañana sábado, después de que te tomes tu atole, seguimos platicando –dije y le di un beso en la nariz, reseca por los jugos que abrevó.