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¡Feliz cumpleaños!

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Miro el Facebook y en las notificaciones me avisa que es el cumpleaños de Betty.  Como en estos casos, me pongo a pensar en la canción de las mañanitas e imagino darle un abrazo “acostadita en su cama”. Seguramente ya se lo dio así su marido, pues sus carnes siempre se ven muy antojables para darles los “buenos días”, las “buenas tardes” y las “buenas noches”. No sé cuántas veces la habrán regado de amor abrazada de las piernas y mamándole las ricas tetas que muestra diariamente a todos en el escote que gusta usar; no sé si es por ostentación de su riqueza corporal o quizás sea simplemente una piadosa limosna de su generosidad.

El caso es que así la conocí cuando bajé a solicitar unos manuales al piso de abajo y me remitieron con ella, quien estaba sentada y trabajando en la redacción de algunos documentos. Me acerqué a su lado para saludarla. Vi sus chiches y se me paró la vega de inmediato. Mis ojos rodaron por la sinuosidad de su pecho y se perdieron en el canalito, como tiro fallido en los bolos. Ella acusó la intención de mi mirada, seguramente comprobando mi notoria erección y me sonrió, luego se agachó para recoger el lápiz que, sin querer, había rodado a mis pies y mostró un poco más de su belleza. Embobado, no se me ocurrió agacharme para ser yo quien lo levantara, pero al darme cuenta de que abrió las piernas para ejecutar la maniobra, me agaché a ayudarla. Ella ya había tomado el lápiz y mi mirada se quedó viajando por la seda de sus medias, saltó sus orillas y siguió hacia el túnel que terminaba en un triángulo blanco de los calzones, de donde trataban de escapar algunos vellos negros. Cerró de golpe las piernas y dijo “Gracias”, secamente, supongo que por mi tardía y tardada intención por auxiliarla.

–¡Perdón! –dije con la cara roja de la vergüenza por haber sido pillado y no me quedó más remedio que confesar el desliz de mi mirada– Es que me distraje mirando arriba primero y luego mirando abajo…

–No te preocupes, ¡estás rojo! –dijo muy sonriente y alegre festejando mi torpeza.

–Soy Ber y trabajo en el piso de arriba –expresé para presentarme, y antes de que yo explicara la razón por la que estaba allí, me interrumpió.

–Sí, ya te conocía, más bien, ya sabía cómo te llamabas y qué haces. Eres muy conocido por las damas… –expresó con coquetería, invitando a que me sentara.

Al sentarme, llegó una amiga que frecuenta a los compañeros de mi equipo de trabajo.

–¡Amiguito, qué haces por acá! –saludó, agachándose para darme un beso, dejándome ver buena parte de su pecho, del cual salió como vaho embrujante el olor de su perfume y buena dosis de feromonas– ¡Qué bonita camisa! –dijo al enderezarse recorriéndola insinuantemente con la palma de su mano desde mi hombro hasta la manga.

–¡Qué bonitos pantalones! –le contesté recorriendo con mi mirada las curvas, desde sus nalgas hasta el borde de sus dedos pues usaba pantalones entallados y unos zapatos de tacón alto y con correas.

–Adiós, los dejo trabajar –contestó con la cara roja de excitación, como si mi mirada hubiese hecho lo misma caricia que su mano hizo en mí, y se retiró.

–¿Ves que estoy en lo correcto?, todas te conocen y por lo visto tus ojos bonitos se inquietan fácilmente –me dijo, distrayendo mi mirada del vaivén que admiraba en mi amiga.

Otra vez, pedí disculpas por mis distracciones y pasamos a lo que debíamos resolver.

–Te envío por correo lo que me pediste, pero te advierto que aún no es la versión definitiva. Si tienes alguna observación conceptual o de redacción será bienvenida –dijo anotándome su correo y Nick en la red de la compañía.

–¿Y tu correo personal…? –pregunté en tono insistente.

–Ahí no atiendo cosas de trabajo, pero si lo quieres, dame el tuyo… –dijo sugerentemente extendiéndome una tarjeta para que le escribiera el mío.

Desde ese día, platicamos con más frecuencia y nos desbordábamos en confidencias por el correo electrónico. Hasta que un día, después de muchas insinuaciones, me lo pediste directamente: “El sábado no me toca ir a apoyar al asilo de la parroquia, en mi casa no lo saben. Quiero escaparme varias horas contigo. Vamos a donde tú digas y hacemos lo que tú quieras. Espero que sea lo mismo que yo.”

Te contesté de inmediato “No sé lo que tú quieras, pero yo sí sé qué me gustaría hacerte hasta quedarnos rendidos, uno sobre otro…”. “Me gusta de todas formas, abajo, arriba o cargada…”

Ese sábado tú “saliste al asilo” y yo a “dar unas asesorías a los estudiantes”. Fuimos directo al motel donde te desnudé besando tu cuerpo, acariciando cada centímetro de tu piel, lamiendo tus pezones, tus nalgas y tu vulva. Mi verga y mis huevos quedaron cubiertos con tu saliva. “No necesitas ponerte condón” dijiste retirándome de la mano el paquete que había tomado del buró, cortesía para los clientes del motel. Te acosté para besarte y tú dirigiste mi pene hacia lo caliente de tu anhelante e inundada panocha… Sólo gemiste de gusto cuando te penetré y me abrazaste. Sabías perfectamente cómo hacerme disfrutar y nos abrazamos fuertemente cuando vino el orgasmo simultáneo. Fueron muchas las posiciones en las que cogimos. Ambos estuvimos felices, orgasmo tras orgasmo, a pesar de que habíamos dado y recibido los “buenos días” en casa.

“Es la primera vez que le pongo cuernos a mi marido, y espero que no sea la última”, me dijiste cuando te vestías con una sonrisa de satisfacción al llegar la hora de regresar de nuestras supuestas labores. “Te gustó tanto como a mí?”, preguntaste dándome un beso y restregando mi pene por encima del pantalón. “Sí, ya veo que sí” dijiste al sentir cómo me crecía. “Así me pasó a mí: me volví a mojar. ¿O será que se me está escurriendo tu amor?, terminaste de decir antes de abrir la puerta para salir de nuestra primera cita.

Hoy es tu cumpleaños. Ya son más de diez años que llevamos encuentros casi mensuales. Estás con más carne, pero toda bien puesta, tu pecho empieza a caerse, pero mi boca sigue diciéndote que estás bella y mis golpes de pubis en tus nalgas dan fe de que estás más buena. Eso también dice tu marido cuando te pones arrecha antes y después de nuestras citas. Tu panocha mojada la disfrutan mis labios y los del cornudo, conocemos y nos gusta tu sabor de mujer enamorada y muy amada. El único que te reprende es el confesor, y no logra ser convincente contigo. Qué va a saber él de lo que es el Paraíso.

Estoy escribiendo "Deseo que el día esté muy alegre para tu vida, desde que amanezcas con el sol de la felicidad dentro de ti para compartirlo con el mundo." Me imagino dándote un abrazo y, antes de que imagine más y sea capaz de escribirlo, volteo a la pantalla y ya no está el mensaje. En su lugar aparece el letrerito de que ya lo escribí. "¡Ah, caray, ¿qué habré puesto?" pienso que quizá sí completé de describir todo el abrazo de "los 'buenos días' acostadita en la cama" que dice la canción y eso sí lo verían mal en tu muro, más los luminosos "rayitos de felicidad" escurriendo al compás que marca tu sonrisa alegre y satisfecha.

Preocupado voy a tu página para borrarlo de inmediato y veo que no, en algún momento "piqué" "Enter" y sólo aparece “Deseo que el día esté muy alegre para tu vida, desde que amanezcas con el sol de la felicidad” respiro tranquilo, pero sigo pensando en el abrazo y sus consecuencias. Te explico en el Messenger lo que creí que había pasado y remato con “¡Feliz cumpleaños!”

De regreso, me escribes “Qué lindo, gracias. Recibe un muy fuerte abrazo”

“¡Uy, gracias!”, contesto con una erección, sé lo que es ese abrazo, fuerte y de felicidad simultánea.

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