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Festejo de cumpleaños

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Cuando leí la tercera parte del relato  “¿Qué será amor y qué lujuria?”, en el cual se aclaraba que era ficción, y contaba cómo la pasó un fin de semana una señora en compañía de su amante y su esposo, en casa, invitado por el matrimonio con el fin expreso de cogérsela juntos, me emocioné por la manera en la que estaba contada. Al terminar la lectura, lo primero que pensé fue “¡Qué fantasía ni nada! Éstas son buenas ideas para llevarlas a la realidad”. Pues sentí lo mismo que cuando terminé de leer el relato "Tumulto" que escribió Ber y el cual fue motivo de que llevara a la acción algo similar, lo cual hice y conté cómo festejé mis “Bodas de Oro”.

Esta vez no quería a todas mis parejas juntas. Quería una noche con mi marido y uno cualquiera de mis otros amores. Saúl, mi marido, aún me debía mi regalo de cumpleaños, el cual estaba en suspenso porque yo le había dicho qué pensaría en un buen regalo y después le diría, pero al leer el relato que mencioné y me calentó, supe qué le pediría a Saúl. Por la facilidad de comunicación y transporte, el macho elegido fue Eduardo, el macho más antiguo y vergudo que tengo, de quienes viven aún.

Para quienes no conocen mi historia, ya de 72 años cumplidos, la cual relaté en la saga “Ninfomanía e infidelidad”, les diré que fui ninfómana y, al final, el amor triunfó: me quedé con un cornudo consentidor a quienes lo asisten varios machos para que yo sea feliz.

–Ya sé qué quiero de festejo para mi cumpleaños –le dije a Saúl una mañana poco antes de que él saliera a entregar un trabajo a la editorial de Eduardo.

–Dime. Espero que me alcance, y si no, por ti soy capaz de endeudarme –contestó con mucha seguridad.

–Quiero que me hagas el amor

–¡Con gusto, mi Nena! Entiendo el asunto, sigues creyendo que yo sólo te cojo y que los otros sí te hacen el amor –dijo volcando su ternura en besos y abrazándome con delicadeza

–Sí me haces el amor, al igual que los demás, quienes también me cogen desaforadamente cuando están muy calientes –dije, aceptando que todos me trataban igual de bien–, pero quiero que hagamos el amor junto con Eduardo –concluí mirándolo a los ojos.

–¡Guau, otra vez como hace muchos años! –dijo relamiéndose, seguramente acordándose de Adriana, la esposa de Eduardo (relato contado en “Quiero hacer un gato”), a quien se cogió y seguro que embarazó aquella vez, hace ya más de un cuarto de siglo.

–¡No, sin Adriana!, quiero un festejo para mí, no para ti. ¡Qué chistosito, quieres cogerte a tu comadre casi veinte años menor! –reclamé enojada poniéndole un alto.

–Está bien, ya la festejaré a ella en otra ocasión, con marido o sola… –aceptó para no contrariarme, pero dejándome ver que yo debería ser justa.

–Sí, me pongo celosa sin tener cara para ello, pero quiero ese regalo –expliqué acompañada de un gesto de puchero.

–Bien, ¿cuándo será eso?

–No lo sé, propónselo a Eduardo y acuérdenlo mientras juegan billar, pues no te creo que vas sólo a entregar un trabajo que seguramente ya enviaste a tu ahijada por el correo electrónico –dije y él se rio, asintiendo con la cabeza.

–Por lo visto, él no sabe que lo quieres desenvuelto para regalo… –dijo moviendo negativamente la cabeza.

–No, enterarlo y convencerlo también es parte tuya, si me quieres festejar….

Volvió a sonreír, me besó muy rico mientras que levantó mi falda y, haciendo a un lado la pantaleta, me metió un dedo en la pepa que se me empezó a inundar con el mimo tan romántico. Al terminar de besarme, sonriendo, se lamió el dedo reluciente de baba y dijo “¡Rico!”, antes de salir.

Cuando regresó le pregunté sobre lo que habían acordado. “No es tan fácil sin Adriana, pero sí conmigo, una noche. Lo meterías en problemas”, me señaló. Yo me entristecí y Saúl continuó hablando.

–Le dije que le hablara con franqueza a su mujer, ya que ella sí lo deja cogerte con frecuencia, pero esta vez se trataba de festejar tu cumpleaños y le precisara que “después, si ella quisiera, se lo festejamos nosotros”, contigo o sin ti.

–¡Qué chistositos! –dije enojada, pero suponiendo que podría ser una broma, ¿o no?

A los pocos días me habló Eduardo y, después de los intercambios de saludos, me preguntó “¿Qué día quieres tu festejo?” Me quedé pensando en que quizá podría haber problemas.

–Cuando no te cause problema con Adriana –contesté.

–Ella no se opone, pero me echó en cara que te estás volviendo más promiscua ya que antes te los echabas de uno en uno, a veces tres el mismo día, pero nunca juntos. –dijo citando las palabras que yo decía hace muchos años ante los reclamos de mis amores.

–¿Ella supo que estuvimos en tu casa festejando mis Bodas de Oro? –pregunté, a sabiendas que seguramente Eduardo se lo contó.

–¡Claro!, ella misma aceptó ir a la casa de su hermana para pasar con ella el fin de semana en San Juan del Río esa vez para no importunar y dejó instrucciones a la servidumbre sobre cómo preparar lo necesario de viandas y hacer mutis cuando yo se los indicara. Por eso, esta vez hizo el comentario sobre la promiscuidad.

–¿Entonces está de acuerdo en que duermas acá esa noche? –pregunté.

–Sí, aunque no le pareció la idea de no participar…

–¡Qué celosa! –exclamé pensando en que me tiro a su marido y no se opone, porque ese fue parte del acuerdo que ella tuvo con Eduardo para que éste aceptara casarse, pero entonces me “cayó el veinte” y entendí que ella desea a Saúl, y que quizá mi esposo le corresponda…

–Sí, ya lo sabes, y no creo que se deba a mí. Pero le dije que, si ella quería podía invitar a alguien para que yo la festejara también así –comentó y recordé que esa era la propuesta que le dijo Saúl a Eduardo–, y la descarada me preguntó “¿Puede ser con alguien de mi edad o más joven?”

–¡Zape! ¡Desvergonzada! ¡Tiene a alguien más y tú no lo sabes! –exclamé airada de que la “mosquita muerta” fuera tan puta.

–¡Ja, ja, ja! ¿Y qué, si lo tiene? La menos indicada para juzgarla eres tú –me dijo burlonamente.

–… –me tapó la boca y los pensamientos.

–¿Hola? ¿Aún estás ahí? –me preguntó varias veces y solté un quejido, porque me sentía herida, antes de colgar.

En lugar de pensar en lo que me estaba ocurriendo, vinieron a mi mente escenas de amor que viví con Eduardo, eran de tal intensidad que volví a sentir el miedo de que Saúl descubriera la profundidad de mi relación, así como se me estaba revelando a mí. No me di cuenta que Saúl estaba a mis espaldas escuchando mi conversación. Lo supe porque me miró con esa mirada que vacía su ser dentro de mí a través de mis ojos; me abrazó con ternura y me dio un beso apaciguador en la frente. Lo abracé fuerte y a gritos empecé a llorar. Quedé dormida en sus brazos. Me recostó y salió de la recámara, cerrando la puerta. No cabía duda de que mi marido sí entendía mi confusión…

Más tarde sonó el celular de Saúl. Él se encontraba en su estudio, con la puerta abierta. Me levanté y, sin hacer ruido, salí de la recámara para escuchar con quien hablaba. Sólo escuché una carcajada antes de que él dijera “¡Ah qué Adriana! Sí, sé qué pasó, no te preocupes, ya se repondrá” y las palabras de despedida. Era Eduardo, ¿quién más?

–¿Qué te dijo? –le pregunté a Saúl.

–¿Ya estás bien, mi Nena? –preguntó sin contestarme.

–Sí, ya estoy bien, pero quiero saber qué te dijo Eduardo –insistí.

–Me contó lo que había pasado con Adriana y lo que él te contestó. Para no aumentar su preocupación por tu comportamiento, le dije que no se preocupara.

–No entiendo que pasó…

–Que su comentario te traumó severamente, pero no lo hizo con mala intención y que lo de Adriana se trata de un asunto lúdico entre ellos dos, en el cual no debemos meternos.

–¿Lúdico? ¿Te parece un juego que esa puta tenga a otro? –le grité y Saúl se atacó de la risa –¡¿Por qué te ríes?! –le grité aún más fuerte y me quité la sandalia para golpearlo, pero eso sólo aumentó el volumen e intensidad de sus carcajadas, hasta que me detuvo de las muñecas.

–Cálmate, Nena, te voy a contar lo que te pasa… –dijo calmadamente, pero su rostro continuaba con una sonrisa hiriente.

–Uno de tus más severos problemas es lo posesiva que eres. ¡Eso lo he vivido en carne propia! Sólo que esta vez fueron Adriana y Eduardo el centro de tu ira, a ambos los amas, cada uno a su manera, pero para ti y para nadie más.

Continuó señalándome mis momentos de celos y todo lo que decía caía en una explicación muy racional de algo que yo entendía cabalmente, pero que me resultaba imposible de controlar. Ya calmada completamente, me saqué una de las tetas y se la ofrecí.

–Ten. Gracias por explicarme y por permanecer a mi lado soportando mis enfermedades y contradicciones. No creo que alguno de los otros lo hubiese resistido tanto tiempo, pues por mucho amor que me tuviera no tienen la inteligencia –le confesé mi admiración mientras él me mamaba y me iba quitando la ropa.

Después fue mi raja la que gozó con su lengua hasta sacarme lágrimas de felicidad en un tren de orgasmos que me dejó noqueada. Cuando desperté, repuesta de las dos experiencias fuertes, mala una y deliciosa la otra, yo estaba en la cama. Al rato se asomó Saúl llevándome una taza de café y unos panecillos de los que más me gustan.

–¿Qué día quieres tu festejo? –me preguntó, dejándome claro que no se había cancelado.

–Lo bueno es que Adriana no quiere que lo pagues tú…

–¿Tú qué sabes? y, además, no es asunto tuyo cómo hemos de pagar Eduardo y yo tu fiesta –dijo y me quedó claro que podrían ser ambos, y alguien más, en una noche para ella.

–Tienes razón –dije resignada–. Este sábado los quiero a los dos para que me amen al mismo tiempo –precisé–. También los quiero rasurados del sexo. Yo te rasuraré a ti y pregúntale a Eduardo si viene para que lo rasure o él lo hace en su casa.

Saúl asintió con un beso y después, mostrándome su vega enhiesta me preguntó “¿Quieres hacerlo de una vez y practicamos un poco?”

Toda la mañana del sábado, Saúl y yo, ayudados por mi hija y mi nieta, estuvimos preparando la cena y los bocadillos para la reunión. Después de la comida, mi hija se retiró diciendo “Me saludan a sus compadres”. En la tarde, llegó Eduardo con unas botellas de vino, un ramo de flores y un regalo. No pude evitar agradecerlo con un beso, acompañado de mutuos magreos que duró el tiempo que tardó Saúl en colocar las flores en el florero y a éste en el centro de la mesa.

Senté a Eduardo en el sillón y yo me senté en sus piernas.

–Perdona que me siente yo aquí, pero… –le dije a Saúl señalándole el sofá para que él se sentara allí.

–Sí, ya me di cuenta cómo le creció el pene a Eduardo con tus caricias, ni modo que desperdicies ese regazo –me dijo Saúl, extendiéndome el regalo.

Fue entonces que leí la tarjeta y supe que era de Adriana: “¡Feliz cumpleaños, comadre! (aunque sea sólo para iniciar el festejo y después no sepas dónde quedó)” Me dio curiosidad y lo abrí viendo un envoltorio en papel seda que tenía escrito “Está nuevo, pero ya está lavado para usarse”. Lo abrí y era un juego de lencería color vino, hermosísimo y tan fino como el que me regaló la hermana de Joel (que relaté en “El arquitecto”). El dato me obligó a recordar el amanecer del festejo en mis Bodas de Oro con ropa nueva y limpia. Supe entonces que fue ella quien cuidó ese detalle y no Eduardo, como lo había creído yo. “Adriana sí merece que la festejen como ella quiera”, me dije. Sonriendo, les mostré el regalo y de inmediato comenzaron a gritar “¡Que se lo ponga, que se lo ponga!”. “Sí, pero mientras yo me lo pongo, ustedes sirvan el vino”, dije poniéndome de pie para ir a cambiarme a la recámara.

–¿A dónde crees que vas? –dijo Eduardo deteniéndome de la mano–. Aquí te desvistes.

–Sí, mi compadre tiene razón, además lo harás al ritmo de la música –dijo Saúl cambiando el ritmo al aparato de sonido.

Al escuchar la música, volví a recordar a Joel y cómo bailé para él quitándome la ropa. Lo recordé desnudo con la verga sumamente tiesa y quise revivir la escena por lo que les advertí que mi estriptís comenzaría cuando ellos estuvieran encuerados. No pasó ni un minuto cuando ya estaban desnudos y con su copa de vino en la mano. Recreé el baile sensual que recordaba haberle hecho a Joel y me despojé una a una las prendas; cuando me quité el sostén se lo lancé a Eduardo en la cara, quien después de olerlo y besarlo con cariño se lo puso amarrado en la cabeza, como sombrero. Al quitarme los zapatos, me agaché haciendo oscilar mis chiches en cada uno. Cuando por fin salió la tanga, después de unos pases provocativos, la besé y se la lancé al rostro a Saúl quien gritó “¡A esta hermosa Nena le gusta aventarles el calzón a todos! ¡La amo así!” y terminando de hablar se lanzó a chuparme la raja, que yo también me había rasurado. Eduardo, por su parte, se apoderó de mis tetas y pegándolas mamó juntos ambos pezones.

–¡Calma! –grité separándolos de mí como pude– Recuerden que me voy a poner el regalo de mi comadre, “aunque sea sólo para iniciar el festejo y al rato no sepa ni dónde quedó” –concluí repitiendo lo que decía la tarjeta del regalo.

Se volvieron a sentar, con los pitos crecidos y babeantes, deslizando sus manos por sus respectivos troncos. Volví a bailar provocativamente, estirando mis labios interiores, acercándolos a sus glandes para humedecerme aún más con su presemen y me puse la tanga. después bailoteé las tetas y las fui cubriendo con el sostén; por último, en unos pases como si manipulara una capa, me puse el neglillé para concluir mi baile con el fin de la música. Vinieron los aplausos y los abrazos, metiendo mano donde podían. “¡Qué hermosa hembra!”, dijo Eduardo tomando una teta en cada mano. “Ni Tongolele nos la hubiera podido parar así”, exclamó Saúl golpeándome con su verga la cicatriz de la cesárea que tengo en el vientre. Y sí, bien decía mi comadre, no supe dónde quedó mi ropa, ya saldría a la mañana siguiente…

Tomamos el vino de muchas maneras, pero siempre resbalando de nuestros cuerpos. Después, Saúl y Eduardo sentados juntos, y yo sobre ellos, acabamos con la botella: yo tomaba un trago con el que hacía un buche y se lo vaciaba en la boca a ellos de manera alternada, y ellos, cuando no les correspondía trago, chupaban el pezón que les quedaba cerca.

–Ya chuparon mucho, ahora yo quiero chupar mis paletas –dije y los agarré del pene. Los junté y comencé a mamar uno a uno, luego junté sus glandes, y los recorrí con la lengua, les tallé uno contra otro, tal como lo había hecho en mis Bodas de Oro, y me calenté mucho viendo sus caras con los ojos cerrados disfrutando el roce de sus capullos. Luego Tomando ambos troncos juntos y con ambas manos los masturbé con lentitud, ahora bajando y subiendo sus pellejos o frotándolos entre mis manos como se hace con el molinillo para darle vueltas y mis amores seguían arrechos, con cara de putos, sintiéndose uno con el otro. Sin dejar de manipular ambos penes juntos, bajé mi lengua recorriendo el pubis rasurado y liso de Eduardo, llegué al testículo que me quedaba cerca y jugando al mete y saca, saboreé el ovoide. Después hice lo mismo con Saúl. Ellos seguían en éxtasis. Como pude, me metí entre sus piernas para tener las cuatro bolas sobre mi cara y las lamí. Ellos, al no poder separarse, porque yo seguía con los movimientos masturbatorios donde las manos juntaban y friccionaban un pene contra el otro, no les quedó más que apoyarse uno en los brazos del otro, pero sin abrir los ojos abandonándose a las sensaciones… “¡Putos!”, exclamé cuando los solté y me quedaron las manos mojadas de los líquidos que ellos soltaron facilitando mi trabajo de amor.

–Ahora, quiero ver qué tanto pueden controlarse: Cójanme juntos como la vez anterior, ambos por la vagina, pero sin venirse, hagan que me venga yo hasta que les escurra mi flujo en sus huevos –les pedí, deseando que no eyacularan al sentir sus penes acariciándose, a fin de que duraran más tiempo para mi disfrute.

Eduardo se colocó detrás, con su brazo izquierdo rodeó mi cuerpo y se agarró de mi chiche derecha para penetrarme y, asegurándome el vientre con la mano derecha, me levantó para que Saúl, dificultosamente y ayudándose de la mano, metiera su pene dentro de mí. Una vez que lo logró, metió la mano izquierda atrás de mí, con el dedo medio en mi ano y los restantes en las nalgas, para sostenerme también. La mano derecha le sirvió para apretar la teta izquierda y ponerse el pezón en la boca. Empezó el chaca-chaca, con mi mano derecha acaricié la cabeza de Eduardo y con la izquierda la oreja de Saúl. Sentí mi lóbulo de la oreja mojarse con la lengua de Eduardo y aumentar la frecuencia del ritmo coital.

Me sentía como se ha de sentir un acordeón siendo jaladas sus partes en dirección contraria. Pronto entendí que Saúl me tiraba hacia arriba cuando Eduardo lo hacía hacia abajo y luego el movimiento se invertía y mi vagina lo registraba exactamente como mi piel. ¡Ellos se friccionaban los penes uno al otro dentro de mí! Me empecé a venir y sentir “la muerte chiquita” una y otra vez.

Estoicos mis machos, resistieron el placer que se daban sin venirse y suspendieron el movimiento cuando aflojé mis brazos y me dejé caer, pero no caí pues la prensa en la que me tenían hacía muy bien su función. Sin sacar sus penes, aún muy erectos, me llevaron a la cama y, sin soltarme, prácticamente, se echaron un clavado en el colchón, donde descansamos y pude besar a Saúl, quien al terminar el beso me dijo ¡Feliz cumpleaños, mi Nena! Volteé la cabeza para recibir el beso de Eduardo, quien también dijo “¡Feliz cumpleaños, mi mujer!

Seguimos descansando, noté que yo estaba mojada del sudor de mis amores y me puse a recordar que desde el principio de nuestra relación Saúl me dijo “Nena” y, también, una vez que hicimos el amor Eduardo y yo, éste me dijo “mi mujer”, recordándome una y otra vez que me penetraba que yo era su mujer, sin importar los papeles de matrimonio. Como pude, los obligué a salirse de mí, porque ya estaban otra vez disfrutándose uno al otro adentro de mí.

–¡Si ya les gustó el pene del otro, pónganse a hacer un 69 entre ustedes! –les dije y ellos se rieron–. ¿No me creen? Véanse las caras. Pon la repetición de las cámaras –le pedí a Saúl que no pierde grabación de los coitos con mis machos cuando lo hago en casa.

Saúl tomó el control remoto del sistema de grabación y prendió la pantalla. Retrocedió la cámara de la sala y me dijo “Mira qué bien bailas”. Se lo quité y avancé las tomas hasta la parte donde estoy chupándoles los glandes y restregándoselos uno contra el otro. “¡Mírense las caras, putos! Se nota que les gusta el calor de otro falo”, les indiqué. “Y mírate la cara de pervertida cuando juegas con las vergas y nos volteas a ver”, dijo Saúl. “Pues la verdad, a mí sí me gustó sentir esas caricias”, replicó Eduardo. “Pero no tanto como para venirte, ¿verdad?”, reclamó Saúl. “Pues en las Bodas de Oro, tú y yo nos venimos, ¡y mucho!, cuando la penetramos juntos, hasta las piernas le quedaron chorreadas de semen. Yo sentí muy rica la fricción de tu glande”, insistió Eduardo. “No voy a negarlo, pero ahora no nos dejó venirnos”, aceptó Saúl. “Ya ven que sí son gays”, les retobé. “Bisexuales incipientes”, acotó Eduardo y Saúl soltó una carcajada.

–Ahora sí van a venirse –dije acostándome al centro de la cama y abrí las piernas–. Pero el invitado sobre mí y tú haciéndote una chaqueta mientras ves cómo fornicamos –precisé de inmediato, dirigiéndome a Saúl, al ver que ya se disponían a acomodarse para penetrarme al mismo tiempo.

–Bueno, tú eres la festejada… –aceptó Saúl, y Eduardo lo vio burlonamente, levantando rápidamente las cejas y sonrió como diciendo “yo soy el elegido”.

–Ahora podrás pajearte en vivo, sin tener que recurrir al video –rematé antes de recibir en mi interior al pene de Eduardo.

Ambos estaban con muchas ganas de eyacular. Pobres, se habían aguantado para darme gusto. Eduardo me penetró y sus manos fueron a mis tetas, en tanto que abrió enormemente la boca para mamarme un pezón y lo que siguiera… Saúl, por su parte, veía la acción y comenzó a menearse el palo. Cuando me di cuenta que Saúl eyacularía le pedí que me llenara la boca de su leche. Eduardo me soltó las chiches, se agarró de mis nalgas y apresuró el ritmo para venirse casi al mismo tiempo.

–¡Te amo por ser mi mujer! –gritó al venirse.

Yo retuve buena parte del semen de Saúl en mi boca y, cuando Eduardo se quedó quieto para disfrutar el final de su orgasmo, le di un beso blanco pasándole la venida de mi marido a su boca, moviendo mi lengua para que se le distribuyera bien el sabor en toda la cavidad bucal. Eduardo se quedó sorprendido, pero tuvo que aceptar el contenido de mi beso. “¡Cómo eres mala, mi mujer!, reclamó en voz baja en tanto que Saúl se aguantaba la risa. “Al rato te tocará un beso así, cornudo”, dije, y ambos soltaron una carcajada. “No te preocupes, sabe rico, pues viene en beso”, le dijo Eduardo a Saúl. “Será… A mí me gusta el semen, pero en el atole” Contestó Saúl lanzándose a chuparme la pepa en cuanto Eduardo se salió de mí. Mientras Saúl me limpiaba la vagina, Eduardo me besaba, y ambos sobaban una teta con su mano.

Al rato, le pedí a Saúl que hiciera un café para fumarnos un cigarro. Mientras él estaba entretenido, yo le dije a Eduardo que quería tirarme a Saúl, y como a éste también le fascina mamarme las tetas mientras me coge. “En ese momento, quiero tu verga en mi boca y que te vengas mucho”, le precisé. Eduardo supo entonces que yo besaría a Saúl para que estuvieran parejos. Cuando Saúl regresó, platicamos recordando los tiempos en los que yo no entendía lo que me pasaba, pero que ahora me había ocurrido algo similar al lanzarme Eduardo en cara mis contradicciones cuando hablamos por teléfono, pero también mis celos de que Adriana estuviese con Saúl, “que se reduce a una puta celosa y posesiva que quiere todas las vergas del mundo para ella sola”, concluyó mi marido.

–Te toca pasar por esta puerta, mi amor –le dije a Saúl, acostándome y abriendo las piernas.

–Te amo puta, mi Nena… –dijo al penetrarme y me agarró de las tetas.

Cuando Saúl estaba muy entretenido en el movimiento, Eduardo me ofreció su pene para que lo mamara. Al poco tiempo mi marido me dejó de chupar las tetas y gritó “¡Te amo, Nena, te amooo…!, soltando su calor en el interior de mi vagina, entonces Eduardo y yo aceleramos el ritmo que concluyó en una venida de chorro en la garganta. Le exprimí el resto y cuando Saúl volteó a ver lo que hacíamos, se dio cuenta lo que le esperaba. Cerró los ojos y aceptó mi beso, el cual disfrutó mucho por mi calentura de besarlo por primera vez con toda la carga ordeñada de mi amante.

Ya antes le había dado un beso después de que Eduardo u otro se había venido en mi boca, pero sólo con resabios de semen, nunca con un buche. Siempre los disfrutó, pues sus sospechas las comprobaba metiendo su lengua para constatar que mi boca sabía a leche, pero no tanto como ahora que lo hice expresamente para que paladeara junto a mí el sabor del semen. ¡Rico!

–A descansar, mis amores, ya tuve lo que quería. Sin embargo, si a alguno se le antoja tomarme, hágalo, aunque yo esté dormida –dije acomodándonos todos bajo las cobijas.

Ninguno protestó, sólo se acomodaron para dormir como bebés: con su teta en la boca. Más noche, sentí en el ano la turgencia de Eduardo y me separé las nalgas para que entrara. No me penetró completamente pues se volvió a dormir con cuando sólo había entrado el glande.

Al amanecer, Saúl me cogió enardecido, se vino pronto y se bajó para que Eduardo se resbalara en nuestros flujos, haciendo lo propio y volviéndose a dormir. A la hora, desperté con las chupadas que mi marido me daba y sentía en mis piernas cómo se movía su nuez al deglutir con deleite; me abrí completamente y le acaricié la cabeza con ambas manos. Recordé que Eduardo estaba allí cuando sentí su boca y manos en mis chiches. Me sentí feliz y me abandoné a las caricias que con la boca me daban mis amores. Después, otra vez dormimos todos.

Más tarde sentí a Eduardo penetrándome con enjundia y me creí estar sola con él pues no veía a Saúl. Mi pensamiento me llevó a creer que estaba en mi juventud, a las pocas veces en las que habíamos dormido juntos, cuando Saúl salía de viaje de trabajo. Después de sentir el fuego de su semen, vinieron los “te amo” y quedamos dormidos, él sobre de mí.

–Disculpen la molestia, jóvenes amantes, pero ya está el desayuno. Quédense así, ensartados. Ahorita termino de traerlo –dijo al colocar una de las charolas de servicio a cama en el banco del peinador.

Al regresar con una charola más, Eduardo y yo estábamos acostados normalmente para desayunar en cama y colocó una charola sobre cada uno antes de ir a correr una de las cortinas.

–Gracias, me hubieras dicho que te ayudara a hacer el desayuno –expresó Eduardo.

–Me hubieras dicho que lo querías hacer tú, y yo me hubiera quedado sobre mi esposa, es decir, tu mujer, haciendo lo que le hiciste tú –retobó Saúl.

–Gracias, así estuvo muy bien, ¿verdad, mi mujer?

–No sé si sería igual, pero a mí me hubiera dado exactamente lo mismo… –contesté sabiendo que erar ciertas mis palabras.

Al terminar de desayunar, los tres retozamos un poco más en la cama, y luego Eduardo preparó el yacusi, mientras Saúl tomaba el postre que hice con Eduardo antes del desayuno. Nos bañamos haciendo el amor de muchas formas. Al terminar, los vestí y despedimos a Eduardo. ¡La fiesta había concluido!

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