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Follaba conmigo pensando que follaba con su marido

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Cuando entró por la puerta de la tienda pensé que iba a hacer una buena venta, ya que casi seguro venía a comprar una cama reforzada, pero la muchacha venía por otra cosa. Al llegar al mostrador me preguntó:

-¿Es usted el dueño?

-No, no soy el dueño, soy el transportista, el que lleva los muebles a su destino después de que los vendemos. ¿En qué puedo ayudarla?

La muchacha luciendo su mejor sonrisa me respondió:

-Leí el letrero de la puerta y dice que necesitan una vendedora.

-Un momento.

Saqué el móvil del bolsillo e hice una llamada.

-Jefa, tengo aquí a una chica que viene a por el puesto de trabajo.

-"¿Cómo es, Enrique?"

-De mi estatura, morena de piel, de ojos oscuros, con el cabello negro y corto, guapa y voluminosa?

-"¿Gorda?"

-Sí.

-"Pregúntale cómo se llama y si tiene experiencia en ventas."

Mire para la muchacha y le dije:

-Dice si...

La muchacha que había oído a mi jefa, me dijo:

-No tengo experiencia en ventas, este sería mi primer trabajo, mi nombre es Gabriela y soy venezolana.

-Dice que este es su primer trabajo, jefa, que se llama Gabriela y...

-"La oí. ¿A ti que te parece, Enrique?"

-Que tengo que llevar unos muebles y podía quedar en mi sitio si quiere empezar ahora.

Gabriela me dijo:

-Puedo.

La jefa la oyó.

-"Que quede a pruebas."

Le explique a groso modo cómo iba la cosa y fui a hacer mi trabajo.

Un mes más tarde Gabriela había aumentado las ventas un trescientos por ciento y ya estaba fija.

Gabriela era una veinteañera, casada, gruesa, medía cerca del metro setenta, tenía cara de niña. Tenía una caída de ojos que enamoraba al verla y una manera de hablar que cautivaba al tratarla.

El primero en quedar prendado de ella fui yo, que en aquellos tiempos era un cuarentón y estaba separado.

Un sábado por la noche que estábamos haciendo inventario en el almacén, le entré:

-¿Qué tal tu vida sexual, Gabriela?

-¿Por qué lo preguntas, Enrique?

-Porque la mía es inexistente.

-¿De verdad?

-Sí, me hago más pajas que un mono.

-Vaya, es una pena, aún estás de muy bien ver.

-¿Alguna vez has pensado en hacerlo con otro hombre?

Me respondió con otra pregunta.

-¿Le metiste tú los cuernos a tu mujer?

-Por eso estamos separados. ¿Y tú?

-Eso no se le pregunta a una mujer.

-Ya, aunque fueras infiel no me lo ibas a decir.

Gabriela cambió de tema.

-También hay que pedir más fundas de almohadas.

Hice una anotación en la libreta y después le acaricié el culo. Gabriela me dijo:

-Estate quieto.

Al no tomárselo a la tremenda me envalentoné y le pregunté:

-¿Te da tu marido toda la caña que necesitas?

-Esas son cosas íntimas.

-Eso quiere decir que no. ¿Echamos un polvo?

Gabriela empezó a abrirse de piernas en el momento que me dijo:

-No digas tonterías, paso hambre, pero no tanta como para ser infiel a mi marido.

-Quitémonos el hambre.

Volvió a cambiar de tema.

-Vamos a mirar cómo andamos de alfombras.

-¿Por qué no miramos por nosotros?

-¿Qué quieres decir con eso?

-Que yo hace tiempo que te deseo, y...

No me dejó acabar la frase.

-Si estoy gorda cómo una vaca, que carajo vas a desearme, lo que quieres es hacer otra muesca en tu pistola.

-Mi pistola ya disparó varias veces mientras te follaba con mi imaginación.

Estaba a su espalda. Le levanté el vestido, le metí la mano dentro de las bragas, con la yema del dedo medio de la mano derecha le acaricié el ojete y con la otra mano le magreé teta izquierda. Gabriela no se mosqueó, al contrario, me dijo:

-Estás jugando con fuego y vas a salir quemado.

-¿Quemado? Mi segundo nombre es bombero.

Gabriela debía pasar más hambre que yo, pues hizo falta bien poco para que se desatase.

-Tú te lo has buscado.

Me empotró contra un armario, me agarró las manos y la libreta cayó al piso. Su lengua se metió en mi boca y me besó con lujuria, después me soltó las manos, me bajó la cremallera del mono y se encontró con la polla empalmada, ya que no llevaba calzoncillos puestos. Me cogió la polla y la meneó mientras me besaba en la boca y en el cuello, después me besó las tetillas, y por último y en cuclillas me mamó la polla con ganas atrasadas. Cuando se volvió a poner en pie, la puse a ella contra el armario, le bajé la cremallera de su vestido blanco y después se lo quité, le quité el sujetador negro y unas tetas grandes con areolas negras y gordos pezones quedaron al descubierto. Las cogí con las dos manos y le lamí y chupé tetas y pezones. Después le bajé las bragas y vi su coño, un coño gordo y peludo.

Bajé besando su barriga, sí tenía barriga, besé sus michelines, sí, tenía michelines, besé sus estrías, sí tenía estrías, tenía cartucheras, tenía celulitis en sus gordas piernas y tenía..., y tenía un polvo grande cómo un mundo. Mi lengua se perdió en medio de sus labios mojados. Subiendo y bajando entre ellos hice que soltase sus primeros gemidos. Luego le abrí el coño con dos dedos y lamí de abajo a arriba, arriba estaba el gordo glande de su clítoris, glande que chupaba al llegar a él. Gabriela lubricaba muchísimo, era cómo si se estuviera corriendo continuamente. Me encantaba sentir mi lengua pringada de jugos. Cuantos más tragaba más me daba... No paré de comerle el coño hasta que aquel monumento de mujer me dijo:

-Voy a acabar.

Le enterré la lengua en la vagina. En segundos se corrió y lo hizo riendo, temblando, moviendo su pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo y tirándome de los pelos.

En una esquina había un colchón que habíamos retirado por haber venido defectuoso. Sonriendo me llevó hasta él con cariñosos empujones. En un plis plas me tenía desnudo y empalmado sobre el colchón. Dándome la espalda se sentó sobre mi polla. Tenía el coño estrecho y mi polla entrando y saliendo de él no tardo ni un minuto en querer derramar chorros de leche. Se lo hice saber para no dejarla preñada.

-Me voy a correr, Gabriela.

Sacó la polla, la metió en la boca y mamó, poco tiempo, ya que en nada le llené la boca de leche, leche que se tragó.

Al acabar de correrme siguió mamando para que la polla no perdiese cuerpo, después me montó. Con la polla metida hasta el fondo de su coño me dio las tetas a mamar, más tarde me folló, despacio al principio y a toda mecha al final. La veía con los ojos cerrados. Veía sus tetazas volar de atrás hacia delante y delante hacia atrás. Oía sus gemidos y me excitaba más y más. Gabriela se volvió a correr y al hacerlo dijo:

-¡Acabo, Vicente!

Se corrió cómo con la fuerza de un ciclón, yo no, no me gustó que estuviese follando conmigo y pensando en su marido.

Al acabar nos vestimos y seguimos haciendo inventario, al rato me dijo:

-Perdona por acordarme de Vicente cuando me corrí, pero es que yo soy leal a mi marido, aunque me cueste trabajo ser fiel.

Después de oír sus palabras me di cuenta de que en mi puta vida entendería a las mujeres.

Quique.

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