Estaba tan excitada con el continuo roce de su cuerpo que mis manos empezaron acariciar mis pechos por encima de mi camiseta, mis nalgas continuamente se frotaban con su cuerpo, con su pene que a pesar del estado de reposo en el que estaba me lo imaginaba bastante grande, mi mano derecha busco mi tanga y apretando con mis dedos sentía la humedad que había en la tela, estaba loca, prácticamente no lo conocía y sin embargo me atraía de una manera increíble.
Me di la vuelta y le vi dormido plácidamente, no se había despertado ni con el tremendo ruido del viento, ni con los roces de mi culo sobre su pene, sus labios me llamaban a besarle y con sumo cuidado para no despernarle le empecé a besar, sus labios suaves al igual que el resto de su piel y su olor me excitaba.
Fuera la ventisca helaría los cuerpos en segundos, pero en el interior del hotel hacia bastante calor debido a la leña que ardía en la chimenea, eche el edredón hacia nuestros pies con delicadeza y empecé acariciar su cuerpo desnudo, musculoso sin prácticamente vello en su pecho, pasaba mis dedos dibujando sus abdominales hasta llegar a su bóxer, mis labios le seguían besando, mirando que no despertarse.
Mis manos buscaron la forma de entrar por debajo del bóxer, pero cada vez que lo intentaba él se movía, descubrí que tenía dos pequeños botones en el centro uno de los cuales estaba abierto, podía ver su vello y desabrochando el otro mi mano pudo entrar y buscar su premio, un pene que prometía, era suave y con glande por fuera, se lo saqué del escondite y lo empecé a lamer con suavidad y ni aun así se despertaba.
Empecé a besar su glande muy despacio con mis labios y poco a poco lo iba metiendo dentro de mi boca, chupándolo con suavidad, notaba como aumentaba de tamaño y de grosor hasta tener una verdadera campeona entre mis manos en forma de lápiz, que ahora subía y bajaba metiéndose en mi boca, saboreando aquel tronco duro y venoso mientras él, seguía durmiendo, pero ahora de vez en cuando su cabeza se movía de un lado a otro emitiendo pequeños gemidos.
La punta de mi lengua recorría todo su glande, bajando y metiéndomelo entre los labios como si fuera una mazorca de maíz, subía por él terminando mi exploración y volviéndomelo a comer, metiéndola despacio en mi boca, sacándola y metiéndola hasta que no quedara nada fuera, con suavidad para no despertarle, saboreando su líquido pre seminal que ya salía, llenándoselo de mi saliva a la vez que con mucha suavidad mi mano resbalaba por él, acariciando su piel suave.
Le hice una mamada que duró varios minutos hasta que su cuerpo empezó a moverse más de lo normal, pensé que al final lo había despertado, pero no, empezó a gemir y su pene empezó a expulsar chorros de su semen caliente en mi boca, tragándome su leche según salía y yo seguía chupando como un caramelo hasta que salió toda, mi lengua recogía cualquier rastro de su leche entre mis labios y con una sonrisa en ellos le volví a abrochar los botones de su bóxer, volví a cubrirnos con el edredón y con un beso cálido en su boca con sabor a él, sin que se hubiera despertado, me despedí del hasta el día siguiente.
Era la tercera noche que pasaba con él en aquel hotel de montaña, la tercera que pasaba con mi primo, un hombre de unos 27 años, cinco más que yo y al que prácticamente no conocía, salvo por esos dos días maravillosos en los que nos descubrimos nuevamente, mientras paseábamos por aquella montaña blanca, sin poder movernos de aquel hotel al estar incomunicados.
Hacia años mis tíos decidieron marcharse de la ciudad y lo único que recordaba de él es que era un chico flacucho, divertido y con el que me reía mucho y ahora ese chico se había convertido en un hombre alto y corpulento, bastante guapo, tenía el pelo castaño, unos ojos azules muy claros y una sonrisa muy bonita, su cuerpo musculoso y con unas manos muy suaves que tras estudiar en la universidad, se había convertido en el veterinario de los distintos pueblos pequeños de la región, donde nos dirigíamos cuando nos sorprendió la ventisca.
Al no poder continuar nuestro viaje nos tuvimos que conformar con la única habitación que había libre, una habitación con tan solo una cama y no precisamente grande, ninguno de los dos venía preparado para esa situación, yo desde muy joven dejé de utilizar camisón y pijamas porque me molestaban para dormir, con lo que en mi maleta no había nada para esa situación y él solo disponía de lo puesto, ya que simplemente me había ido a recoger al aeropuerto para llevarme a la reunión familiar en casa de sus padres donde nos esperaban todos.
Esta es la pequeña historia de cómo empezó aquella semana y de cómo descubrí a mi primo, de cómo pasaba los días enamorándome de él, la historia de sus noches, los dos en una habitación metidos en una cama con nuestros cuerpos semidesnudos, sintiendo el calor de sus piernas sobre las mías, de su cuerpo sobre el mío y de lo que paso el resto de aquella tercera noche ya lo sabéis.
Después de mi pequeña travesura, de haberme alimentado de mi primo, desvelada por completo la noche transcurría y no sabía cómo dormir, la ventisca golpeaba en las ventanas, fuera en la calle estaba cayendo una nevada impresionante, la habitación iluminada a penas con la leña que todavía ardía en la chimenea, se sentía calor no obstante debido a la calefacción central del pequeño hotel en el que nos tuvimos que refugiar.
La mañana siguiente amaneció un día muy soleado, por fin después de cuatro días volvíamos a ver el sol y podríamos salir de allí, pero a eso de las once de la mañana nos dieron la mala noticia que hasta el día siguiente no estarían las carreteras despejadas, esa noticia realmente yo la cogí como una buena noticia.
Pasamos todo el día paseando por la montaña, sabía que algo había cambiado, mi primo estaba más sonriente y yo como era evidente estaba feliz, hablábamos y reíamos de cualquier cosa, jugábamos a guerras de bolas de nieve, corríamos entre la nieve a pesar de que en muchos sitios la nieve nos llegaba por las rodillas, nos tirábamos al suelo y hacíamos Ángeles de nieve, fue un día realmente maravilloso.
Como colofón para ese día, ya atardeciendo hicimos un muñeco de nieve al que le pusimos ojos, nariz, boca y unos brazos con unas ramas y cuando estuvo terminado cogí una bola de nieve estampándosela en la cabeza a mi primo y este reacciono cogiéndome y cayendo al suelo los dos.
Reíamos y nos mirábamos a la los ojos, mi primo pasaba sus dedos por mi cabello, quitándomelos de la cara, el silencio se había apoderado de nosotros, sus ojos miraban mi pelo, mis labios, le sentía acercarse a mí, estábamos allí a los pies de nuestra creación y yo soñaba con que me diera un beso, pero eso al final no paso, desde la casa nos llamaban y mi primo se levantó como un resorte, me ayudo a levantarme y una vez más de pie nos quedamos mirándonos a escasos centímetros el uno del otro.
Nos habían llamado para comunicarnos que las carreteras ya estaban limpias de nieve, pensé lo peor pensé que al estar tan cerca la casa de sus padres nos iríamos esa misma tarde, no nos llevaría más de una hora en llegar, pero mirándome me dijo que si a mí no me importaba partiríamos al día siguiente para ir más descansados.
Aquello aunque no se me noto, bueno quizás un poco si, me alegro enormemente, aquella noche cenamos y nos sentamos a hablar con otras personas que estaban hospedadas y junto con la pareja que regentaba el pequeño hotel.
Estábamos todos reunidos en la gran sala con una enorme chimenea encendida, me encontraba muy cansada y recosté mi cabeza sobre el pecho de mi primo, él me abrazo y sentí una enorme emoción, mi primo hablaba con todos, discutían de esto y aquello mientras que jugaba con las puntas de mi pelo yo le miraba atentamente a la vez que mis ojos se cerraban.
Ya en la habitación, como siempre le esperaba metida en la cama esperando a que él saliera del baño, estaba reuniendo las fuerzas necesarias para besarle y repetir lo de la noche anterior, pero estando despiertos los dos, estaba tan cansada que el ulular del viento, el chisporroteo de la leña al arder me fueron acunando y cerrando los ojos hasta que me quede dormida.
No sé el tiempo que dormí, pero daba igual porque me despertaron sus manos acariciando mis pechos, yo estaba girada sobre mi lado izquierdo y sentía su cuerpo desnudo pegado al mío, podía sentir los músculos de su pecho sobre mi espalda, su vientre y sus piernas pegadas a mí, sus dedos acariciando mis pechos por debajo de mi camiseta recorriendo mis areolas y mis pezones, notaba como sus dedos bajaban acariciando mi vientre y como las yemas de sus dedos con suavidad recorrían la goma de mi tanga, metiéndose por debajo y acariciando mi monte de Venus, acariciando mi vello, como salía de allí y volvían a mis pechos, sus labios empezaba a recorrer mi cuello besándolo a cada centímetro, notaba como empezaba a mover su cadera y su pene rozaba sobre mi cuerpo, en mi culo, queriéndose meter entre mis nalgas.
Como una orden que me daba mi deseo mi pierna derecha se dobló hacia mí, mi rodilla casi rozando mis pechos, dejando mi sexo más accesible, con la respiración acelerada sintiendo pequeños jadeos, pequeños gemidos cuando su pene me rozaba mi vulva por encima de mi tanga, rozando su glande contra la tela húmeda, gire mi cabeza buscando sus besos, mi mano las suya encontrándola enseguida, mis dedos se entrelazaban con los suyos y mi lengua con la suya fundiéndonos en un beso tan profundo que diferentes escalofríos recorrieron mi cuerpo como si del primer beso que me daban se tratase.
Nuestros labios ya no se separaban, y ahora sus dedos habían profundizado más allá del monte de Venus, acariciando y masajeando mi clítoris, dibujando como si fueran pinceles mis labios vaginales, metiéndose entre ellos derritiéndome cuando rozaron y se metieron en mi vagina.
Su cadera no era la única que se movía, también la mía, su glande poco a poco se iba abriendo camino entre la tela y mi cuerpo, sus dedos también habían ayudado a despejar el camino, sentía su glande sobre mi vagina, solo unos milímetros la separaban para abrirse paso dentro de ella, de navegar en mi interior y de ella de hacerme el amor, sintiéndole dentro de mí, sintiendo que parte de su cuerpo se fundía con el mío.
Y en ese momento cuando su pene empieza a penetrar en mi interior, en ese momento en que mi cuerpo experimenta todo tipo de sensaciones de placeres, en ese momento en que te sientes como te va llenando, como tu vagina se expande y abraza su pene, en ese momento mi primo rompió su silencio.
-Te quiero Lara, desde que te vi en el aeropuerto, sabía que estábamos destinados a estar juntos.
-Quiero que disfrutes, como tú me haces disfrutar a cada momento que estoy contigo.
-Quiero que disfrutes como tú me hiciste disfrutar anoche.
Todas aquellas palabras me emocionaron, todas las sentía yo también, todas menos las últimas, mi primo estaba reconociéndome que no había estado dormido la noche anterior y que durante un día me lo había estado ocultándomelo que durante un día ¡¡aahh!! Los primeros gemidos salían de mi cuerpo olvidando todo lo malo, aunque lo malo fuera tan solo eso.
-Yo también te quiero Eduardo.
-Quiero ser tuya, hazme tuya, mmm
Mi primo saco su pene y poniéndose encima de mí me empezó a besar, sus labios empezaban a cubrir todo cuerpo y por cada parte que recorría mi cuerpo se estremecía, mis pezones estaban tan sensibles que un solo roce creaba nuevos jadeos y gemidos, se arrodilló entre mis piernas y elevo mi pelvis quitándome el tanga a la vez que yo me quitaba la camiseta, quería sentir su piel contra la mía, sus ojos no paraban de mirarme, sus manos no paraban sé acariciar mis pechos, mi vientre, mis nalgas, cogió su pene colocándolo en el centro de mi vagina y de un solo golpe me la metió hasta el fondo.
Me movía y desplazaba con sus manos puestas en mis caderas acercándome y alejándome de su cuerpo, metiendo y sacando su pene de mi vagina, mis gemidos empezaron a rivalizar con el viento, mi corazón parecía salirse de mi pecho, su pene siendo empujado tan dentro de mí, llenándome por completo que poco a poco nos acercaba más al un resultado final.
No quería que se apartara, quería sentirle tan dentro de mí, que mi cuerpo solo tenía un fin, moverme con él siendo uno, mis pechos bailaban sobre mí en cada empujón, cada vez que salía y entraba pequeños gemidos salían de mí, mis ojos se clavaban en él veía el placer en su cara con los ojos cerrados, luego los abría y se posaban en mí, nuestros cuerpos empezaban a sudar, mis manos cogieron las suyas en mis caderas cuando sentí no poder más, demasiado había aguantado, mi vagina empezaba a inundarse y como una tempestad golpeaba su pene en mi interior.
Con un grito mudo saludé al orgasmo, un grito que rompió la barrera de silencio y no había puertas que lo encerraran no dejaba de gritarle mientras me corría y jadeando le decía.
-Si, si, si así ¡aahh!
-Sigue, sigue Eduardo sigue.
-No te apartes, sigue metiéndomela, sigue así, así, así.
-Así Lara, te gusta así Lara.
-Lara me voy a correr, Lara, Lara mmm
-Si, si, si así.
-No me importa, no te separes, así, así mmmm
Mi primo empezó a llenarme con su esperma, su semen caliente navegaba dentro de mí, mi cuerpo estaba recibiendo diferentes espasmos de placer, su cuerpo se derrumbó sobre el mío, resbalando por mis pechos sudorosos, uniendo nuestros labios, buscando con mi lengua su boca, su pene poco a poco se iba retirando de mi vagina, Eduardo poco a poco se iba tumbando extendiendo sus piernas y las mías abrazándole al igual que mis brazos.
La noche no había hecho más que empezar, Eduardo siguió amándome esa noche, la noche siguiente y la otra, ya no recuerdo las noches ni los días, lo único que recuerdo bien aparte de lo que paso en aquella habitación fue mi sonrisa, su sonrisa al día siguiente y lo colorada y avergonzada que me puso María la dueña del hotel y ahora amiga, cuando por la mañana me decía.
-No le dejes escapar hija mía y espero que te siga haciendo gritar durante muchos años.