Nuevos relatos publicados: 13

Futuro

  • 4
  • 6.483
  • 9,55 (11 Val.)
  • 0

A las siete de la mañana, en cuanto ha sonado el despertador, la candidata a la alcaldía Conchita Dasolo ha abierto los ojos. Aún no es de día, así que enciende la lamparita de noche y apaga el despertador. Conchita mira a un lado de la cama y ve a su marido dormido. Conchita suele acostarse con un pijama short con camisa; sin sujetador por supuesto. Conchita sabe que tendrá un día muy ajetreado; quiere follar para relajarse. Mira otra vez a su marido. Decide follárselo. Conchita retira la sábana, alza las piernas para quitarse los shorts y las braguitas. Primero, piensa, debe empalmar a su marido; así que mete su mano bajo el calzón de este y acaricia la polla. Su marido dice: "Qué". Pero él ya sabe. Mientras la polla va creciendo y endureciéndose, Conchita se quita la camisa dejando libres sus carnosas tetas. Termina por quitarle el calzón a su marido y subirse a él. Coloca bien sus formidables muslos en uve sobre el pubis de su marido y se introduce la polla en el coño. Luego bota. Siente el placer al instante: el clítoris está plenamente excitado y roza estrechamente la invasiva dureza. "Aahh", gime Conchita lastimeramente. "Aahh, aahh", grita ahora. Su marido se deja hacer y jadea complacido. "Aahh", grita más alto Conchita sintiendo ya los primeros espasmos del orgasmo que le está sobreviniendo. "Aahh, aahh, aahh", se desgañita cuando se corre. Se detiene Conchita y se derrumba sobre el torso de su marido. "Oye, ¿te has corrido?", alcanza a decir Conchita; "Sí", la escueta respuesta de su marido. Después se yergue y se sonríe. Desmonta de su marido y se dirige a la ducha pensando en las pretendidas bondades de esta vida conyugal.

"Y sobre todo cuando votes piensa en el futuro". Con estas palabras termina Conchita Dasolo su discurso en el recinto situado en un parque, al aire libre, ante casi quinientas personas. Conchita oye los aplausos y aplaude ella también; oye los vítores: "¡Viva, Conchita!", "¡Viva, Dasolo!"; y ríe mirando a sus seguidores como si los conociese desde siempre. Uno de sus compañeros en la lista electoral, el más joven, el que está más cerca de ella, acerca su cara y le susurra al oído: "Muy bien, candidata". Ella le mira y sigue riendo, feliz. Luego va bajando de la tarima y saluda a diestro y siniestro, repartiendo besos, apretones de manos y abrazos. Sube al coche, que se encuentra aparcado cerca y sube en compañía de otros compañeros y compañeras de partido. "Lo hemos petado", comenta uno de ellos; "Sí, ha sido un buen mitin", dice otra; "Va a ser exitosa esta campaña, veréis", dice otro; "Y si te desabrochases algún botón de la camisa conseguiríamos más votos", dice ese que tenía tan cerca durante su aparición en el auditorio; "Oye, no seas machista", comenta una; "Joder, no aceptáis una broma", replica jocoso el anterior mientras guiña un ojo a Conchita, que baja la vista y observa su escote, donde el canalillo asoma. Conchita advierte: "Para acudir a estos eventos hay que venir ordeñados". Se dirige a los hombres, claro, y todos se carcajean.

En el despacho, sentada frente al escritorio, Conchita se relaja. Ha comprado un refresco en una máquina expendedora y se lo está bebiendo mientras mira los videos que la gente ha subido a las distintas redes sociales. Se ha fijado en una cosa. Algo que no había notado cuando había estado hablando en público. Su compañero, ese que tenía tan cerca, cuál era su nombre, sí, Alberto, no había dejado de mirarla durante todo el tiempo. Se la había comido con la mirada, literalmente, habiendo repasado cada contorno de su cuerpo. De pronto dio un respingo al oír la puerta de su despacho abrirse y ver la figura de Alberto. "Hola, Conchita"; "Qué tal, Alberto, qué te trae por aquí"; "Tú". Conchita está nerviosa. En fin, Alberto está bueno, pero... "Mira, Alberto, soy una mujer casada"; "¿Y?". "¿Y?", eso mismo se pregunta ella. Entonces piensa en las palabras que Alberto pronunció durante el trayecto en el coche y se desabotona un botón de la camisa, sólo uno. Gesto que Alberto interpreta como una aceptación y que le hace avanzar unos pasos harta estar frente a ella. La mesa los separa. Ella se levanta de la silla y rodea el mueble hasta situarse junto a él. Él adelanta sus manos y continúa la labor de desabotonar la camisa que ella había empezado. Cae la camisa al suelo y la sigue el sujetador. Lo siguiente es que Alberto ha metido su cabeza entre las tetas de Conchita y se las está chupando y mordiendo con hambre atrasada mientras susurra: "Conchita, Conchita". Las hermosas tetas de Conchita se funden con los labios de Alberto y los oscuros pezones humedecidos por la saliva despiertan. Está excitada Conchita y busca la polla de Alberto. Para ello se arrodilla y le baja el pantalón y los calzones. Sale la polla pujante; es una polla grande y preciosa, como nunca había visto a sus cuarenta y cuatro años; y Conchita no duda ni un segundo en abarcarla con la boca y mamarla. Suenan las chupadas de Noelia en el despacho, suenan los suspiros y jadeos de Alberto. "Oh, sí, Conchita, sigue, sigue, oohh". La lengua se Conchita se mueve por el glande, por el frenillo. Conchita da por hecho que Alberto se va a correr porque la dureza de su polla así se lo indica, así que acaba por engullir la polla y empujar hasta que siente el chorro caliente en su lengua. "Uff, Conchita, qué bien la chupas", le dice Alberto cuando la ayuda a incorporarse sujetándola por las axilas; "Gracias, Alberto", sonríe Conchita picarona. Alberto le planta una serie de besos más en las tetas como muestra de cariño y dice: "Ganaremos, candidata".

No han ganado, ni mucho menos. Conchita se retira cansada a su casa después del recuento y se abraza a su marido, que la consuela. Conchita se desnuda en el dormitorio conyugal y se apresta a recibir la polla de su marido. Exhibe ante un espejo su cuerpo bien formado provisto de las curvas necesarias para que un hombre se excite. Se acuesta, se abre de piernas y espera. Pero no es su marido el que entra y se desnuda, sino Alberto. "Alberto, ¿qué haces aquí?"; "Conchita, qué buena estás"; "¿Qué haces aquí?"; "El futuro, Conchita, el futuro, ¿recuerdas?" Este es el futuro y su marido no está. A cambio tiene a un joven semental como Alberto que la penetra con entusiasmo y la hace enloquecer de placer.

(9,55)