Gina y yo hacíamos de todo. Tirábamos en el baño, tirábamos en la escalera, tirábamos los mediodías, tirábamos en las noches. Nuestros cuerpos simplemente encajaban, ponerla en cuatro era mi profesión. Me encantaba ir a moteles con grandes espejos en las habitaciones, procuraba poner a Gina en una posición que me permitiera tener todo el plano para degustar a fondo los detalles. Su espalda arqueada y sus duras nalgas eran mi vicio. Su vicio era sujetar mi falo con ambas manos y tragarlo todo. Era una delicia, era complicidad. Era una vida paralela a nuestras relaciones.
Nos gustaba ser creativos. Por aquel entonces yo consumía drogas con cierta frecuencia y no tardamos mucho en hacer eso parte de nuestros encuentros. Fumábamos un porro antes de tirar. No voy a extenderme en moralismos, cada quien sabe que es bueno o malo para sí mismo, nosotros estábamos en un desenfreno alocado.
Le hablé a Gina del LSD, de las sensaciones, del voltaje.
– Quiero hacerlo contigo – me dijo un día.
El porro era una cosa, el LSD era un nivel completamente nuevo y no estaba seguro de si debería llevar a Gina a aquellos extremos, su interés por vivir cosas nuevas conmigo no conocía de límites y para ser sincero me parecía súper excitante tirar con ella en ese estado. Lo hicimos dos veces.
La primera vez ocurrió un viernes, le había dicho a mi esposa que iba a compartir un rato con la gente del trabajo y que llegaría tarde. Compré el LSD desde el día anterior y lo partí en 4 pedazos. Aun estando en la oficina le entregué su pedazo a Gina con el acuerdo de que lo llevaría a su boca a eso de las 6 de la tarde cuando saliéramos del trabajo. Yo hice lo mismo. Para mi mala fortuna tuve algunas tareas inesperadas y tuve que resolverlas ya viendo en multicolor la pantalla del computador, una pesadilla. Salí tipo 7:30 de la noche.
Me dirigí al supermercado en el que solíamos sentarnos los viernes a beber y donde prácticamente empezó todo entre Gina y yo. Había unas 8 personas, todas ya tenían unas cuantas cervezas encima. Fui por una cerveza para mi y me uní a la conversación.
Gina ya estaba volando, desvariaba un poco y se aferraba a un amigo. Se podría haber aferrado a mi pero siempre existía la sensación de que cualquier muestra de cariño entre nosotros nos dejaba en evidencia. Pasaron un par de horas y decidimos caminar un poco. Todos se fueron y solo quedamos Gina, Luis y yo. Luis sabía todo lo que pasaba entre Gina y yo. Tomamos un taxi los tres con la intención de dejar a Luis en un punto y seguir nosotros a un motel para repetir nuestra ya acostumbrada faena sexual pero esta vez volando por las nubes con LSD.
Al dejar a Luis se fueron las barreras. Aun en el taxi metí mi mano por debajo de la falda de Gina, corrí su panty y empecé a meterle los dedos. Ella abrió sus piernas, la falda se le subió hasta la cintura y su coño quedó al descubierto. El taxista veía todo por el retrovisor. Gina estaba en éxtasis con sus ojos cerrados y sus piernas abiertas y yo extraía sus jugos mientras la besaba.
Llegamos al motel. Pedimos una habitación y entramos tambaleándonos. Se acostó en la cama y quedó inmóvil. Yo me desnudé y fui sobre ella. Metí ambas manos dentro de su falda y le quité un panty blanco y húmedo. Metí mi cara entre sus piernas y empecé a mamarle el coño. Pronto estuvo desnuda. La luz del cuarto era de un rojo intenso, sudábamos intensamente y nuestros cuerpos resbalaban.
Me acosté en la cama con mi verga tiesa y Gina se puso de rodillas frente a ella para trabajarle con devoción.
– Cosita me encanta tu verga, que rico – Me decía mientras jugaba con mi glande.
Ambos estábamos en un estado de locura. El rojo intenso me mostraba una escena muy caliente. El cuerpo moreno y menudo de Gina serpenteando sobre la cama entregándose a mi. La puse en cuatro en el borde la cama frente a un espejo que iba del piso al techo. Ensalivé mi dedo gordo y lo posé sobre su ano, empujé y se deslizó dentro de su culo. Me quedé un rato así, viendo en el espejo su cuerpo chocar contra mi mientras mi dedo gordo entraba y salía de su culo hasta la falange.
Al fondo del cuarto había una puerta corrediza no muy evidente. Gina fue hasta allí y la abrió. Para nuestra sorpresa encontramos un cuartito con unas cuerdas atadas al techo que sostenían una especie de arnés, parecía un columpio. No desaprovechamos, Gina se subió en el arnés y debido a su estado narcotizado falló una pierna y cayó al suelo con un pesado golpe. La ayudé a levantarse, no pasó a mayores.
Pronto logró subirse al arnés. Sus piernas quedaron flexionadas asomando hacia atrás su culo. La posición tan extrema hacía que incluso sus nalgas se separaran un poco y me daban una vista privilegiada de su ano. Veía cuatro anos yo en ese momento. Posé mi verga sobre su coño y empujándola un poco el columpio lograba un vaivén interesante que hacía que mi verga entrara y saliera de ella. Seguimos tirando por un par de horas.
La segunda vez que ocurrió aquello del LSD fue en una reunión del trabajo. Todos iríamos a un club de la ciudad a comer, beber y bailar. Gina y yo tomamos el LSD una hora antes de salir para el sitio. Ella estaba ida y yo tenía que hacerla reaccionar un poco de tanto en tanto para evitar que alguien notara la situación. Al terminar la comida y algunos tragos decidimos todos ir a un sitio más popular y menos costoso. Saqué a bailar a Gina.
– oye, ¿nos escapamos un rato?- le dije.
– ¿cómo hacemos para que no se den cuenta?- me respondió.
– Yo salgo y voy a caminar hasta la esquina, tu sales 10 minutos después
Y así fue. Ejecutamos el plan drogados hasta la coronilla. Salí del sitio y fui hasta la esquina a esperar ansioso. Pasados unos minutos pude ver el duro cuerpo tambaleante de Gina caminar calle arriba y hacia mi. Tomamos un taxi. El maldito carro tomó justo por el lugar donde se encontraban todos nuestros compañeros y nos tocó escondernos un poco entre risas.
Llegamos a un motel. A diferencia de la otra vez, ahora Gina estaba muy activa, encendió un equipo de sonido que estaba en el cuarto y puso música para bailar. Llevaba una falda de flores que se movía con el vaivén de su cuerpo. Me acerqué por detrás y bailé con ella incrustando mi verga entre sus nalgas.
Nos desnudamos y como era costumbre, lo primero fue acostarme en la cama y poner a Gina a chuparme la verga por largos minutos. Tiramos intensamente, fue delicioso. En un momento recuerdo que ella estaba de rodillas en la cama moviéndose al son de una canción y yo metí mi mano entre sus nalgas para encajarle un dedo culo arriba.
– Uffff cosita que rico, mi culito – dijo.
Pasó algo que no era común entre nosotros. Fruto del efecto de las drogas se dio la vuelta y me pidió que fuera yo el que bailara de rodillas en la cama. Metió un dedo en su boca y mientras yo bailaba me lo metió por el culo. Gemí y gemí como una perra en celo sintiendo como primero un dedo y luego dos escarbaban mi agujero.
Me vine dentro de su coño mientras le daba en cuatro. Siempre fue una preocupación para ambos el hecho de que nos encantaba que yo terminara dentro de ella. Pensábamos que un terrible desenlace de todo aquello podría ser un embarazo no deseado, nunca pasó pero algún susto pasamos.
Solo esas dos veces consumimos LSD. Fue otro detalle de esa experiencia de 5 años manteniendo un romance tórrido y prohibido con Gina. Una conexión que a pesar de la distancia en algún momento nunca desapareció durante ese tiempo. Pronto escribiré la conclusión y el final de mi historia con Gina. La extraño, cuando me hago la paja pienso en ella, en sus gemidos, en su cuerpo firme y la forma en que me lo entregaba, quisiera volver a verla alguna vez.