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Hoy es viernes...

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Por alguna razón se tiene la idea que los viernes son un día especial. Quizá, ante la posibilidad de contar con unos días libres, sábado y domingo, el viernes brinda la excusa perfecta para emprender aventuras, aliviar tensiones, desfogar emociones o dar rienda a las más alocadas ideas y anhelos. Lo curioso es que, sin importar la situación o circunstancia que se viva, el fin de semana abre la puerta para lo improvisado, lo inesperado y lo desconocido.

Para salir de la rutina laboral y familiar, en compañía de mi esposa, decidimos realizar un viaje de descanso a una pequeña isla situada en el caribe colombiano, bastante lejos de la capital y un lugar donde la probabilidad de ser reconocido resulta bastante incierta y lejana, lo cual da pie para que las locuras que pasan por nuestras cabezas salgan a la luz y se vuelvan realidad.

La idea era disfrutar toda una semana en aquel lugar, aprovechando la estancia para conocer diferentes lugares, así que arribamos el lunes a primera hora, y viajar de regreso el domingo. En teoría ya teníamos coordinadas todas las actividades que iríamos cumpliendo durante la semana, de manera que lo imprevisto iría surgiendo sobre la marcha.

Ese primer día, acomodación, lo pasamos reconociendo el hotel donde nos alojamos, las instalaciones y los sitios cercanos, familiarizándonos con el lugar, el ambiente y su gente. El clima no ayudó mucho, porque el día estuvo algo nublado y un tanto lluvioso, de manera que no daban muchas ganas de hacer nada y estuvimos contemplando la vista del mar desde el balcón de nuestra habitación, ubicada en un tercer piso, y también desde el restaurante del hotel. Era nuestro deseo que al día siguiente la meteorología nos fuera más favorable y las actividades no se fueran a malograr.

Y así fue. El martes amaneció soleado, así que nuestra primera actividad, un tour por la isla, se desarrolló sin contratiempos. Otras parejas, quizá en el mismo plan nuestro, hicieron parte del recorrido y pudimos visitar los lugares que nos fueron sugeridos. Cada una de ellas, tal vez, evaluando el ambiente y su gente para pasarla lo mejor que se pudiera. Almorzamos en una playa, en un sitio abierto, donde la comida de mar, al decir de los lugareños, abría la posibilidad de desfogar energías, más tarde, con el llegar de la noche. Pero nada sucedió aquella noche y no vimos nada que nos indicara que así fuera.

El miércoles nos embarcamos para visitar un acuario situado en el mismo mar. Una vez más, vimos las mismas parejas que el día anterior, que, al parecer, también hacían parte del programa. El recorrido al lugar incluía navegar alrededor de la isla, de manera que el viaje tardó algo así como hora y media. Una vez llegados allí fuimos preparados para hacer “snorkel” y ver la gran cantidad de peces de colores que había en el lugar. También se nos dio la posibilidad de bucear para explorar algo más e ir un poco más profundo.

Allí tuvimos la oportunidad de conversar con una de las parejas. Yo entablé conversación con el marido y hablamos de lo relajante del paisaje, lo novedoso de la aventura con relación a la vida en la ciudad y temas de ese tipo. Su esposa, de cabello rubio, bastante guapa, entró en confianza con mi esposa y, según me comentó más tarde, la mujer tenía la expectativa de encontrar en la isla un hombre de color con quien tener sexo, pues esa era la expectativa que ellos habían contemplado para el viaje, y le preguntó a mi esposa, si ella sabía algo al respecto. Mi mujer dijo no saber nada y le pidió que, si esa era su idea, la mantuviera informada, porque le llamaba la atención y le agradecía inmensamente el que se lo hubiera compartido.

Ese día, en la noche, coincidimos nuevamente durante la cena. Al habernos conocido durante las actividades del día, nos pareció apropiado compartir con ellos en la misma mesa. Y quizá, sabiendo ella del interés que le había mostrado mi esposa a su prevista aventura, y en ese momento, tal vez también su marido, nos permitieron acompañarlos. Seguramente emparejamos por estar sintonizados en la misma frecuencia de pensamiento. Lo cierto es que estuvimos entretenidos y nos reímos bastante con las ocurrencias de cada cual, y hablamos sobre las anécdotas sucedidas en este y en otros viajes.

Terminada la cena, nos despedimos cordialmente y quedamos de encontrarnos en otro momento. Pero nada se dijo sobre la mencionada aventura y la manera como aquella pareja la pretendía llevar a cabo. Pero, la verdad, no teníamos interés de averiguar nada si no era intención de ellos compartírnoslo. Incluso llegué a pensar que SONIA, que era su nombre, le había dicho aquello a mi mujer para ver su reacción y nada más. Creí que, si hubiese existido alguna complicidad, tal vez nos hubieran hecho partícipes de su aventura. Pero, no habiendo sido así, también llegué a pensar que querían manejar el asunto en secreto. Y quizá SONIA fue imprudente al compartirlo con mi mujer. Y ¿qué? Si mi mujer era una extraña hasta ese momento. En fin.

El día jueves teníamos programado un recorrido en un sumergible. Consistía en navegar en una especie de submarino, desde donde se podía divisar el fondo del mar durante todo el recorrido, llegando a una isla más pequeña, que funciona a manera de parque, donde almorzábamos y se pasábamos parte de la tarde disfrutando de la playa y apreciando desde allí la vista de la isla mayor, desde donde proveníamos. Curiosamente Sonia acudió sola al viaje y no tuvo inconveniente en hacernos compañía durante la actividad. Preguntada sobre la ausencia de Iván, su marido, manifestó que se levantó algo indispuesto de salud y había preferido quedarse en el hotel previniendo cualquier contratiempo. Lamentamos el hecho y seguimos con ella, como si nada durante la actividad.

Después de regresar al hotel, ya en las horas de la tarde, Laura, mi esposa, me confesó la verdadera razón por la cual Iván no había asistido al viaje. Según lo que le había dicho Sonia, su marido había quedado de encontrarse con los muchachos que potencialmente pudieran ser su pareja para el encuentro sexual que motivaba su viaje. Su esposo, de alguna manera, los había contactado y decidiría quién pudiera ser el compañero ideal para la aventura, reservándose ella la sorpresa por la elección.

También me contó que le había preguntado a ella el porqué de todo ese montaje para llevar a cabo el encuentro. Le contestó que no debería ser nada del otro mundo, pero que, tratándose de un negro, y la primera vez, habían preferido que fuera en su territorio, donde abundaban. Y que, al no conocer a nadie, pues tenían que ver cómo lo manejaban. Que la idea era no salir de la isla sin haber tenido la experiencia que los llevó a ese lugar. Así que Iván estaba en esas, porque a esas alturas ya las cosas deberían estar claras, dado que se regresaban el domingo.

Finalmente llegó el viernes. Ese día teníamos programada una visita al jardín botánico, la cueva del pirata Morgan y una laguna, situada en lo alto de la isla, que también estaba incluida en el recorrido. Almorzaríamos en algún lugar de regreso al hotel y pasaríamos la tarde, o lo que quedaba de ella, en la playa. Nada especial; actividades para distraerse y pasar el día. Iván y Sonia, también asistieron, pero estuvimos apartados y, al parecer, por alguna razón, no había intención de que nos juntáramos, así que no hicimos esfuerzo para estar en su compañía. Y así transcurrió la jornada, sin interferencias en los planes de los demás y también sin compromisos.

Después, al llegar al hotel, mi esposa me comentó que en algún momento tuvo chance de cruzar palabra con Sonia, y que ella le había comentado que estaba un tanto ansiosa porque, según Iván, su marido, ya todo estaba arreglado. Habían quedado de coincidir en el bar del Hotel y ahí, si era de su agrado el candidato seleccionado, proseguir con lo que fuera, tal vez subir a la habitación y consumar la experiencia. Al respecto, Laura le preguntó si había algún chance de conocer su pareja y que Sonia, muy abierta y desconfiada, le había dicho que se apareciera por el bar a eso de las 8:00 pm, que era la hora en que Iván había quedado de encontrarse con esos muchachos. Y no se dijo más.

Nosotros no teníamos plan alguno, pero ciertamente mi esposa sentía curiosidad por saber en qué terminaría la aventura que aquella pareja tenía en mente. Sin embargo, al parecer, no había mucho interés en hacer algo por nuestra cuenta, porque seguramente ya lo habríamos hablado para ese momento. Estuvimos visitando los comercios de artesanías durante el resto de la tarde y, llegados nuevamente al hotel, nos tomamos unos cocteles para refrescarnos. Y después de eso, subimos nuestra habitación.

Me causó curiosidad ver que mi esposa procuró arreglarse como para una ocasión especial, aunque no teníamos nada previsto hasta ese momento y no intuía que fuera a darse algo especial. Le pregunté el por qué la vestimenta, a lo cual me respondió que, nada raro, tan solo que quería sentirse bien arreglada cuando fuéramos al bar. Y ¿qué vamos a hacer allá? Pregunté. Tengo curiosidad por ver lo que pasa con Sonia y su aventura. Ah, ¡ya! ¿Y a qué hora es la cosa? Ella me dijo que me apareciera como a las 8 pm. Bueno, ya son las 7:30 pm. ¡Vamos! Le dije.

Ingresamos al bar cuando Sonia e Iván también lo hacían, pero hicimos que no les vimos y nos fuimos directamente a la barra mientras ellos se ubicaron en una mesa para cuatro personas, situada en el extremo opuesto a donde nosotros estábamos. El lugar no estaba tan concurrido, quizá una pareja y dos o tres personas más aparte de nosotros, de modo que era inevitable pasar desapercibidos, tanto los unos como los otros. Y, transcurridos unos minutos después de las 8:00 pm, entraron al bar dos morenos, bastante jóvenes, de contextura atlética, bien formados, que se dirigieron directamente a dónde estaba Iván con su mujer. Los vimos saludarse formalmente, como si se conocieran, y acomodarse, en la mesa, como viejos amigos. Pidieron bebidas y empezaron a conversar.

Era imposible no reparar en la contextura de los dos hombres, parecían basquetbolistas y contrastaban en físico en comparación a los que nos encontrábamos allí. Laura no dudo en decir que Iván tenía buen gusto y que seguramente Sonia la iba a pasar bien. Y yo, para no quedarme atrás, dije que seguramente, además de guapos, estarían bien dotados. Además, contrastaba el color negro de la piel de ambos con el color blanco, caucásico, de Sonia. Y pensé para mis adentros, que ella iba a ser atendida por los dos.

Eran casi las 9:30 pm cuando Iván se levantó y salió del bar, tal vez al baño, quedando Sonia sola con los dos muchachos, quienes, interactuaban con ella entre risas y charla. Apenas llegó Iván, ella se levantó, y también lo hizo uno de los muchachos, quizá el más alto de los dos, quien casi de inmediato la tomó a ella del brazo y la invitó a salir del lugar. Iván se quedó, al parecer, verificando y confirmando su cuenta. Una vez lo hizo se despidió del otro muchacho y abandonó el lugar.

El otro hombre quedó sólo en la mesa y continuó sentado allí, un rato más, terminando la bebida que le habían servido previamente. Mientras lo hacía, no dejaba de mirar hacia donde nosotros nos encontrábamos. Y, pasados unos minutos, quizá una media hora o más, se levantó dirigiéndose a donde nosotros nos encontrábamos. No más acercarse nos saludó con un hola, soy Christian. Hola, dije, ¿nos conocemos? Excuse, la señora Sonia me dijo que quizá podría servirles de guía para mostrarles algo de la ciudad, ya que, entiendo, ustedes, también como ellos, regresan el día domingo. Si, contesté. Y ¿qué nos ofreces, entonces?

Bueno, hoy es viernes. Es el día de mayor actividad en las discotecas y bares de la ciudad. Si les parece bien podemos darnos una vuelta por allí y ver si hay algún lugar especial donde les apetezca disfrutar un rato. Miré a mi esposa, quien, sin decir palabra, asintió con su cabeza. Y la señora Sonia, ¿para dónde se fue? Pregunté. Sabe, dijo, creo que ella, su esposo y Jason tenían planes. ¿Cómo así? Repliqué. No entiendo. ¿Acaso tú no venías con ellos? Bueno, sí, contestó. El caso es que Jason me dijo que tenía una cita y me pidió que lo acompañara. Y eso hice. Entiendo dije. Y, entonces, ¿cómo resultaste aquí, con nosotros? Ella me dijo que habían acordado encontrarse con Jason y que lamentaba que yo no los pudiese acompañar, pero que quizá yo pudiera servirles de guía a ustedes y no perder la venida. Entiendo, dije.

Bien, ¿qué propones, entonces? Hay un hotel, el Sol Caribe, que tiene una discoteca de mucho ambiente. A la gente le gusta mucho y es muy concurrida. Después hay otros sitos, digamos, más reservados, pero igual, el ambiente se lo hace cada quien, ¿no les parece? Pues, sí, dije. Entonces, adelante, guíanos. No es muy lejos de aquí, podemos ir caminando. Y, dicho y hecho, Christian tomó la delantera y empezó a caminar hacia el mencionado lugar. De casualidad, nuestros amigos y Jason también estarán ahí. No lo creo, dijo, ellos, al parecer, tenían otros planes. Bueno, y, aparte de ir a discotecas, ¿qué otro plan hay para hacer? Imagínese, nos contestó, mientras se sonreía.

Llegamos al mencionado hotel y subimos a su discoteca. Y, ciertamente, el lugar resultaba cautivante de entrada. El ambiente estaba dispuesto con luces tipo “strober” que iluminaban de manera tenue el lugar, así que las parejas, al son del baile, podían hacer de las suyas si quisieran. Y era apenas normal imaginarlo porque, estando en un clima tropical, las mujeres casi que andaban desnudas y no era difícil para los hombres acceder a ellas y procurarse sus favores sexuales. Y, para un mirón como yo, aquello, de entrada, me gustó…

Christian no perdió el tiempo y, después de traernos unas bebidas, invitó a mi esposa, muy educadamente, a bailar. Y ella, ni corta ni perezosa, aceptó. Al alejarse, muy animada, al parecer encantada de la situación y tomada de su mano, me dijo, hoy es viernes. Y no fue sino ver cómo aquel la estrechó con su cuerpo al bailar para darme cuenta de que aquello iría más allá de eso. Estábamos en su territorio y vaya a saber cómo terminarían las cosas aquella noche.

Pasaron varias tandas en que ella y Christian parecían disfrutar de lo lindo, prácticamente haciendo el amor ahí mismo, en la pista de baile. El, seguramente, estaba disfrutando la oportunidad que se le presentaba y gozaba el cuerpo de mi mujer a sus anchas. Solo faltaba que la desnudara totalmente. Y Laura, indiferente a las conductas socialmente aceptadas, no rechazaba para nada las caricias que aquel hombre, aprovechándose de la situación y del lugar, le prodigaba. Eso sí, cuando se disponían a volver a la mesa, ella procuraba darse una vuelta por el baño, de modo que llegaba a mi encuentro totalmente arreglada y presentable.

Bailé con ella varias veces, dándole un respiro a nuestro entusiasmado guía, pero no mencionó nada que me hiciera intuir que ella estaba deseando algo más, aunque yo, en mi mente, ya la veía jugueteando con aquel como tantas otras veces la había visto deleitarse con otros tantos hombres. Y con este, ¿por qué no? En una de esas tandas, en medio de la bulla de la música, me comentó lo que había sucedido con Sonia. Y según lo que Christian le había contado, el marido había contemplado la posibilidad de que Sonia tuviera sexo con ambos aquella noche, pero ella se había mostrado contraria a la idea, manifestando que prefería ir paso a paso, vivir esa experiencia primero y luego, después, ver si le animaba ir más allá. Y que por eso él había estado ahí.

Pregunté, entonces, ¿y qué esperaba Christian ahora? De seguro quiere estar conmigo, respondió. Y tú, ¿qué quieres? Pregunté. Pues me gustaría estar con él, por qué no, si no te incomoda y estás de acuerdo. Y ¿por qué habría de incomodarme? Es que esto no lo habíamos hablado, no lo teníamos previsto, no estaba en nuestros planes. No me siento bien del todo. ¿Y por qué debería estar de acuerdo? Porque, si no te parece, o no quieres que eso pase, no importa. No ha sido la primera vez y ya habrá otras oportunidades.

Y si estuviera de acuerdo ¿qué sigue? Bueno, pues sería buscar un sitio para estar con él. No sé dónde pudiera ser. Pues, pregúntale. Que mejor que él para decirnos dónde quiere que aquello suceda. ¿No te parece? Si para él es claro su deseo de estar contigo, la que tiene que dar la luz verde eres tú y ahí sí, que nos indique en qué lugar pudiera ser. Voy a preguntarle, dijo ella. Solo pongo una condición, dije. ¿Cuál? Respondió ella con cara de sorpresa. Que me pida permiso. No creo que haya problema por eso, contestó riéndose. Le haré saber lo que quieres.

Siguieron bailando varias tandas más. Para mi ya era evidente que aquello, en teoría, estaba más que consumado. Después de esa conversación Christian se mostraba más atrevido que antes, acariciaba y besaba con notoria lujuria a mi mujer, especialmente cuando estaban próximos a mí, tal vez, probando si yo le reclamaba algo, pues para eso no me había pedido permiso. Y ella, gozaba del momento y de las circunstancias, y solo se reía de su comportamiento.

Al finalizar una de esas tandas, ya avanzadas las primeras horas del sábado, como a las 2 am, al llegar a la mesa, Laura me dijo, Christian me comenta que podemos ir al hotel, que no hay problema. Lo habitual es que cargan a la habitación el costo de un huésped extra por una noche. Y yo le dije que me parecía bien, pero que lo iba a consultar contigo. Yo no tengo inconveniente por eso, respondí.

Salimos a las 2:30 am de allí en dirección al hotel, nuevamente caminando, ya que nuestro alojamiento estaba a tan solo tres cuadras de distancia. En el trayecto, caminaba yo detrás de ellos cuando, de un momento a otro, Christian se retrasó un tanto para caminar a la par conmigo. Ella quiere llegar primero a la habitación, me dijo. Y eso ¿por qué? Pregunté. Tal vez quiere ir al baño y desea privacidad. Entiendo, respondí.

Ella llegó al hotel unos instantes antes que nosotros y, al llegar a la recepción, Christian me dijo que ella le había pedido que esperáramos su llamada para subir. Bueno, dije, haciéndome el sorprendido, ¿de qué se trata todo esto? Pensé que ya lo sabía, dijo él. ¿Saber qué? Respondí. Que su esposa tiene la idea de estar conmigo. Pero ¿acaso no ha estado con usted toda la noche? Me explico mejor, dijo él, su esposa quiere tener sexo conmigo. Entiendo dije, y si ella y a lo dispuso, ¿qué tengo que ver en el asunto? Bueno, quería pedir su consentimiento para satisfacer los deseos de su esposa. ¡Ya! Entiendo.

¿Y fue ella quien se lo pidió o usted estuvo toda la noche sugiriéndoselo? La verdad, no sé si sabe, la mayoría de las continentales viene a esta isla buscando ese tipo de aventura, así que un supone que si aceptan nuestra compañía es porque ya tienen decidido lo que quieren hacer. Uno no pide nada. Simplemente, bailando y coqueteando con las damas, uno ya supone lo que viene. Y usted, dije, sonriendo ¿Qué supuso? Que ella quería estar conmigo. Bueno, respondí. Sólo una condición. ¿Cuál? Dijo él. Hágala gemir, de tal manera que se escuche hasta aquí en la recepción. De seguro no se va a arrepentir, contestó.

Un segundo después la recepcionista, con una pícara sonrisa en su rostro, nos dice que la señora del 310 indica que ya podemos subir. Muchas gracias, respondí. Y, al llegar, a la habitación la encontramos como antes, sin cambio alguno. De manera que me sorprendió un tanto la situación y pregunté ¿cuál era el misterio de subir primero a la habitación? Para que Christian pudiera hablar contigo, me dijo. Bueno, y ahora ¿qué? Ella tomó a Christian de la mano y le dijo, ¿te parece si nos bañamos? Yo me siento bastante incómoda, sudada como estoy. Si, me parece bien, dijo él. Adelante, les dije…

Entraron ambos al baño, dejando la puerta abierta, de manera que les observé todo el tiempo. Laura, antes que nada, acarició aquellos brazos musculosos antes de empezar a desvestir al que sería su corneador esa madrugada, principiando por despojarlo de la camiseta. Al hacerlo expuso un torso bien trabajado. Se veía que ese hombre se ejercitaba de manera disciplinada en el gimnasio. Y, posteriormente, a continuación, desabrochó su cinturón y bajó sus pantalones, dejando ver un miembro inmenso, que casi no cabía en sus manos al pretender aferrarse a él.

Christian hizo lo propio y, dándole un húmedo beso en su boca, procedió a desabrochar su liviano vestido, que cayó a sus pies sin ningún trabajo, dejándola a ella solo con su corpiño y bragas, las cuales se apresuró a despojar para que quedaran ambos, frente a frente, totalmente desnudos. Seguramente ya se habrían besado aquella noche varias veces, pero ahora estaban los dos abrazados, totalmente desnudos, y los besos parecían sentirse diferente y excitarlos a los dos. El miembro de Christian empezó a crecer, pero Laura, tal vez un poco escrupulosa con el tema de la higiene, le sugirió que se bañaran.

Ella abrió la llave de la ducha y ajustó la temperatura del agua. ¿Cómo te gusta el agua, fría o caliente? Pregunto ella. Como a ti te guste, princesa, respondió él. Pues para mi está bien así, dijo ella metiendo sus manos dentro del chorro de agua. Y él, haciendo lo mismo, asintió y estuvo de acuerdo. Ella, antes que nada, se puso sobre su cabellera un gorro de baño, pues no quería mojarse el cabello. Y así, ambos se colocaron debajo de la ducha. Él tomó el jabón y, sin dejar de besarla, empezó a enjabonar su torso, dedicando especial a tención a sus senos. Y ella, devolviendo el favor, hizo lo mismo, pero centrando su atención en frotar aquel inmenso pene. Después de unos instantes, ambos, por su cuenta, terminaron de bañarse y salieron de la ducha.

Ella frente al espejo, se despojó del gorro de baño y procedió a cepillarse el cabello, y a maquillarse. Y él, después de secarse, salió del baño y, para mi sorpresa, desnudo, como estaba, salió al balcón, esperando que ella estuviera lista. ¡Claro! La baranda de seguro restringía la mirada de curiosos. Pero ¿qué curioso habría a las 03:30 am?

Al poco rato ella salió un tanto vestida con un corpiño negro, sin bragas y montada en sus zapatos de tacón, que ella bien sabe resaltan la figura de sus piernas. Y, al llegar a la pequeña sala, se siente en el sillón. Christian entra y se dirige a ella, se acurruca en medio de sus piernas, las aparta a los lados y se dispone a llegar hasta su clítoris con su boca. Y empieza allí, con ese trabajo, delicadamente, saboreando el sexo ya humedecido de ella. Yo los estoy mirando, encantado con la escena, pero la percibo a ella un tanto inquieta, como preocupada, como queriendo decir algo. ¿Qué pasa? Pregunto. Amor, dice ella, no tenemos condones. Vaya lío, preciso en ese momento. Okey, dije, voy por ellos.

Bajé a la recepción y pregunté si, de casualidad, ellos disponían de condones para la venta, haciendo evidente con quién estaría mi mujer en esos momentos. Y creo que, de maldad, me dijeron que no, pero que los podía conseguir en una farmacia cercana, casi una cuadra. Salí a buscarlos, entonces, aparentando tranquilidad, pero, la verdad, iba a paso rápido, pensando en lo que pudiera estar pasando entre aquellos dos mientras duraba mi ausencia. Habré tardado una media hora entre ir y volver a la habitación, que me pareció una eternidad.

Y llegué a tiempo, pues cuando entré a la habitación, encontré la escena que había dejado a la inversa; Christian estaba sentado en el sillón y Laura, en medio de sus piernas, chupaba con gusto su pene y frotaba arriba y abajo el tronco de aquel miembro con su mano derecha, mientras que con su mano izquierda estimulaba su clítoris. Bueno, por lo que veo, no sé si todavía sirvan, dije mientras le pasaba a ella un condón de color transparente. Claro que sí, todavía no ha pasado nada, dijo. Pero va a pasar, dije para mis adentros.

Mi llegada con los condones fue la apertura de su real encuentro sexual. Ella vistió aquel pene erecto con el condón y, sin pausa, procedió a montarse en él, embistiendo con los movimientos de sus caderas el cuerpo de Christian, que ahora sí parecía animarse. El acariciaba sus nalgas mientras ella rítmicamente lo cabalgaba, empezando a gemir con cada embestida, porque el miembro de aquel penetraba bien adentro de su cuerpo. Christian, mientras ella continuaba su faena, descargando toda la ansiedad que había guardado toda la noche, hasta ese momento, la despojó de su corpiño y empezó a amasar sus senos con inusitada pasión. Le gustaban los senos de mi mujer. Era evidente.

Laura controlaba sus embestidas y, con cada embestida, gemía más y más a medida que se excitaba con la sensación que le generaba el roce del aquel pene dentro de su vagina, la cual parecía pequeña para tan inmenso y erecto miembro. Nunca la había visto cabalgar a un hombre de esa manera, y el sillón y la disposición de Christian lo permitían. Siguió así en interminables movimientos hasta que lanzó un gemido intenso, y agachó su cabeza para besar a ese macho, en agradecimiento por estar allí, disponible para su goce y satisfacción.

Ella siguió retorciendo su cuerpo sobre el de él, pero ya no con tanta intensidad, así que Christian asumió el control. Le indicó que le permitiera levantarse. Ella obedeció, dejó que él se incorporara, pero se apoyó sus rodillas en el sillón y sus manos en el espaldar, por lo cual su corneador entendió que ella quería que la penetrara desde atrás, en posición de perrito. Y así lo hizo. Prácticamente, sin darle tregua ni descanso, acomodó la punta de su pene en la vagina de mi mujer y, sin demora, la penetró mientras dedicaba sus manos a explorar todos los rincones del cuerpo de mi esposa.

Me fascinó ver que su miembro no entraba del todo en la vagina de mi hambrienta Laura. Era evidente que el tamaño de aquel tronco superaba en mucho la capacidad de esta para alojarle, pero su elasticidad le permitía ajustarse al grosor de su virilidad. Christian empujaba dentro de ella, una y otra vez, y me parecía que la excitación de ella llegaba mucho más rápido que la de él, a quien se le veía relajado y posesionado en su papel de macho corneador. Todo un macho alfa, viril y aguantador. Ella, en la plenitud de su goce, estaba otra vez gimiendo a viva voz, expresando la inmensa emoción que aquel hombre le estaba proporcionando. Y, una vez más, alcanzó su orgasmo acompañado de un profundo grito.

Christian se retiró, sentándose en el borde de la cama. Y ella, dándose un respiro, le hizo señas de que esperase, y le diera tiempo para tomar aliento. Yo, entendiendo la situación, invité a aquel a que se tomara un trago mientras tanto. Yo le dije que no se iba a arrepentir, me dijo. No lo dudé por un instante, le contesté. Bueno, brindemos por la oportunidad de conocerle y tenerle aquí. ¡Salud! Y ¿qué hicieron mientras yo fui por los condones? pregunté, porque me imagino que no se dedicaron a conversar. No, ciertamente no, respondió él.

Puedo contarle, le preguntó a mi esposa. ¡Cuéntale! Respondió. La invité a que miráramos el mar desde el balcón y, mientras estábamos allí, y con las ganas que tenía, le pedí que me dejara penetrarla con la seguridad de que nada iría a pasar y que no era necesario tener el condón. Así que me dejó hacerlo y pasamos un rato muy rico. ¿Cierto? Amor, le dijo. Si, estuvo rico, dijo ella. Y, entonces, ¿para qué me hicieron ir a buscar condones? dije yo. Uno nunca sabe, dijo ella. Pues sí, pero entonces, cuál era el propósito de buscar los condones si ya tenías decidido dejarlo hacer eso. No lo tenía decidido, pero me dio pena hacerlo esperar. Vea pues, dije yo.

Al poco rato, ella misma, ya repuesta del agite, se acomodó de espaldas en la cama, esperando que su macho la embistiera de nuevo. El se acercó a un costado de la cabeza de ella, colocando su pene casi sobre su cara. Ella comprendió el mensaje y agarrando su pene flácido, se lo llevó a la boca y empezó a chuparlo con dulzura. No tardó en crecer y endurecerse y, entonces, Christian, que había estado estimulando el clítoris de mi mujer con sus dedos, se dispuso a penetrarla de nuevo. Pero esta vez, en la posición del misionero.

Se acomodó en medio de las piernas de ella para hacerlo y, en vista que ninguno dijo nada con relación a que usara o no condón, procedió a penetrarla. Ayyy, dijo ella, el condón. Ya deja así, respondí. Espero que Christian no se vaya a venir dentro de ti, dije. Tranquilo señor, dijo Christian, yo sé cómo controlarme. Y así, con esa pequeña incertidumbre, empezó de nuevo su faena.

Fue evidente la excitación de mi mujer al ver que yo permitiera que su macho la penetrara así, al natural, y mucho más cuando este la penetró con inusitado vigor. Sus piernas se abrieron y agitaron como las alas de una mariposa acompañando cada embestida de aquel. Sus manos se posaron en las nalgas de Christian y, apretándolas con fuerza, le insinuaban que siguiera empujando cada vez con mayor velocidad. La escena fue memorable. El atlético cuerpo de aquel hombre cubriendo el cuerpo de ella que, debajo de él, se contorsionaba de placer.

Christian empujó y empujó hasta que más no pudo y, tal vez por la falta del condón, por fin llegó a su orgasmo, sacando rápidamente el miembro de la vagina de mi excitada esposa, como había prometido, proyectando el chorro de su espeso y blanco semen sobre su pecho. Ella, lo animó, para que llevará su miembro hasta su boca y, hambrienta de semen, chupo su miembro hasta no dejar rastro. Yo me acerque a ella para preguntarle si lo había disfrutado y, asintiendo, me besó haciéndome participe del sabor de su macho a la vez que me decía, sí, amor, estuvo rico. Muy rico. Gracias Christian. Yo también la pase bien, gracias a los dos, dijo él.

Bueno, se ganó otro trago antes de irse, dije yo, ofreciéndole un vaso con ron. Él lo aceptó y lo bebió casi que de un solo sorbo. Esta noche estuvo agitada, dijo. Mucho voltaje para una noche. Laura tiene lo suyo y sabe utilizarlo. Se mueve rico y lo pone a uno a mil. Uno que es prudente, pero si hubiera dado chance la penetro ahí mismo, en la discoteca. ¿Así de excitante es la señora? ¿O es que usted también se traía lo suyo? Ambas cosas, tal vez, pero agradezco a los dos que lo hayan permitido. Y me gustaría que me permitiera estar con ella, una vez más, antes de que se marcharan. Pero eso sería hoy, más tarde, porque hoy es sábado. Paso a buscarlos a las 8:00 pm, les parece. Me parece bien, se apresuró a responder mi esposa.

Después de aquello, y no muy convencidos si nos veríamos con él ese mismo día, más tarde, nos despedimos. Y ahora sí, a dormir un rato, porque había que reposar para lo que se vendría. Y, como se dijo al principio del relato, como siempre, fue un viernes especial.

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