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Humillando a mi sumiso con una manada

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Era un sábado de abril. Yo había salido de casa a las 7.45. Sin hacer ruido desayuné algo rápido y me fui con mis amigos a jugar al golf. Sabes que cuando juego, estoy 4 o 5 horas fuera de casa. A veces me mandas mensajes para desconcentrarme o simplemente para hablar. Pero ese día recibí un mensaje que me descentró por completo y que incluso, me hizo plantearme dejar la partida en el hoyo 13.

“Cariño, a lo mejor se me ha olvidado avisarte de que hoy he quedado con 5 hombres que no conozco. Pero no te preocupes, princesa… sabes que no haré nada sin ti, así que para que te dé tiempo a jugar al golf, he quedado con ellos en un apartamento que he alquilado en Airbnb a las 5 de la tarde. Disfruta de la partida, zorra, y no te quedes de cervezas porque tienes que ducharte y tenemos que llegar al centro a por las llaves un poco antes de la hora fijada”.

Debí cambiar la cara, porque mi amigo Ricardo me preguntó si iba todo bien. Fingiendo que no pasaba nada, le dije que sí… que había recibido un mensaje tuyo para un plan de tarde que no esperaba, pero que estaba todo perfecto. Sin embargo no pude dejar de ver el teléfono cada 10 minutos por si habías vuelto a escribirme dándome más detalles de la idea que querías llevar a cabo. Mi juego cayó en picado, y terminé la partida con una mezcla de enfado y ansiedad. Odio jugar mal, y hasta tú mensaje había estado jugando genial… pero no pude mantener la concentración en los últimos hoyos.

Terminamos la partida y decliné la oferta de las cervezas del hoyo 19. Les dije a mis amigos que tenía que ir rápido a casa para comer algo, ducharme y salir para el centro. Y lo que estaba diciéndoles era rigurosamente cierto. Lo que no tenía claro era qué habías pensado hacer con 5 hombres. Porque además me sorprendió que me dieras el matiz de que no les conocías, lo que excluía a los “nadies” con los que jugamos habitualmente, o incluso a los que tenemos en cartera o seguimos conociendo, pero a quienes no has usado todavía.

Me metí en el coche, y conduje con una especie de urgencia impropia de un sábado a las dos de la tarde. Te llamé desde el coche un par de veces, pero como esperaba, no contestaste mis llamadas. Sin embargo, a los cinco minutos de mi última llamada, visualicé en la pantalla del coche que había recibido un Whatsapp tuyo. Presioné el botón para que el coche lo leyera en alto, y escuché cómo una voz metálica leía tus palabras:

“Hola guapito. Estoy ocupada ahora mismo y no puedo hablar”

Me quedé peor todavía. Imaginaba que estabas jugando conmigo. Que estabas apretando para dejar que mi mente se encargara de organizar todo tipo de escenarios. Y aunque traté de verlo desde esa perspectiva, la realidad es que por mi cabeza pasaron todo tipo de imágenes, y casi automáticamente, apreté el acelerador a fondo. Pero estaba jugando en Segovia, y me quedaba una hora de camino hasta casa. ¡¡Una hora!! Y mi cabeza sin dejar de imaginar qué habías querido decirme con eso de que estabas ocupada y no podías hablar.

Por supuesto todo lo relacioné con el mensaje que me habías enviado a mitad de mi partida de golf. Cinco hombres. En un apartamento de alquiler. Y me dices que estás ocupada y que no puedes hablar. Me estaba volviendo loco de ansiedad, así que -como si fuera a servir de algo- puse a los Rolling Stones a tope e intenté concentrarme en llegar a casa lo antes posible sin incumplir tus órdenes. No me dejabas superar los 130km/h, y a pesar de que mi pie derecho me pedía acelerar, renuncié a esa idea inmediatamente, ya que así me lo habías ordenado. Y yo jamás incumplo tus órdenes.

Una hora y pico después, estaba presionando el mando del garaje de nuestra casa de Boadilla. Casi instintivamente, mientras lo hacía, toqué el claxon dos o tres veces. Pitidos cortos que te advirtieran de mi presencia. ¿Pero qué estaba haciendo? No conseguía ni entenderme a mí mismo, así que olvidándome de bobadas, aparqué en el jardin y entré en casa.

“Hola mi niña. Ya estoy aquí. ¿Laila? ¿Estás en casa, cariño?”

Pero no se escuchó nada. En casa no había nadie, lo que me dejó todavía más descolocado. Aún así, me acerqué a la piscina por si estuvieras allí. No hacía como para tomar el sol, pero a veces te gusta leer en una tumbona, con una manta (y conmigo a tus pies). Tampoco. Definitivamente no estabas en casa. Miré el reloj y vi que eran las 14.45. Fuera lo que fuera lo que estabas haciendo, lo que tenía claro es que no quería enfadarte, así que subí a nuestra habitación para darme una ducha y vestirme.

Encima de la cama me encontré una nota tuya. Me senté en el borde y me puse a leerla:

“Hola mi amor. He salido a comprar. Tengo que preparar alguna cosa para nuestra cita de esta tarde. Como intuyo que no me va a dar tiempo a volver a casa, prefiero quedarme por el centro. Quiero que te duches y que traigas contigo la bolsa negra que he dejado en la mesa de la cocina. No se te ocurra abrirla, ni tampoco quiero que me llames para hacer más preguntas. Tampoco cuando vengas al centro. Tienes prohibido hacerme ningún tipo de pregunta sobre esta tarde. Te espero en la Tagliatella de la calle Hortaleza a las 15.30. Espero haber calculado bien los tiempos, pero si no es así, no te preocupes. Te espero tomándome una Pepsi. Te quiero, L”

Volví a mirar el reloj. Iba realmente justo de tiempo, así que me di una ducha rápida, me puse unos vaqueros, unos tenis y un polo, y volví a meterme en el coche para dirigirme al centro de Madrid. De camino no paraba de pensar lo que me gustaba esa cabecita. Cuando asomabas los colmillos todo mi mundo giraba a tu alrededor sin un eje rotatorio claro. Me descolocabas el 100% de las veces, e incluso las veces que acertaba con lo que tenías en mente, eras capaz de sorprenderme. Suspiré y pensé lo feliz que soy desde que te pertenezco… allá por diciembre de 2021.

Aparqué el coche en el parking y me acerqué caminando. Estabas en la terraza del restaurante, leyendo el móvil mientras el sol se posaba sobre tu preciosa cara. Me viste llegar y tu sonrisa iluminó más aún tu expresión. Dios mío! Eres preciosa. No puedo creer que me eligieras a mí, pudiendo tener a cualquiera. Me acerco a ti y te doy un beso en la boca mientras te digo:

“Hola, mi Dueña. No sabes las ganas que tenía de verte!”

Sonríes y te acercas para besarme. Colocas tus manos alrededor de mi cuello. Y entonces, en vez de un beso, me das un mordisco fortísimo en los labios y me dices;

“Veremos si te alegras tanto cuando sepas lo que tengo preparado para esta tarde, zorra”

Me miraste fijamente. Tenías fuego en los ojos. Adoro esa mirada, esa intensidad. Sentí que estabas excitada y colé una mano por debajo de la mesa, directa a tu entrepierna. Sin dejar de mirarme sentí como tus piernas se abrían para mí. Debajo de tu falda corta pude sentir el encaje de tu ropa interior, y cómo tenías el tanga completamente empapado. Jugué con mis dedos un rato y cuando empezabas a gemir discretamente, se acercó el camarero.

“¿Quería algo de beber el señor?”

“Una cerveza, le contesté”

Inmediatamente, posando tu mano sobre el brazo del camarero, dijiste:

“El señor tomará agua. Esta tarde tiene cosas que hacer y será mejor que no tome alcohol”

El camarero sonrió, y yo sentí que me ponía rojo de vergüenza. La forma de decir “señor” acompañado con la forma en la que decidías lo que iba a beber, no resultó indiferente para nadie. Tampoco para la pareja que estaba en la mesa de al lado, y que no nos quitaban el ojo de encima (especialmente a ti, pues estabas realmente espectacular).

Pedimos la comida y mientras comíamos estuvimos hablando de mil cosas distintas. Claramente querías evitar hablar de lo que tenías pensado para esa tarde, a pesar de que mis intentos por dirigir la conversación hacia allí, hasta que en un momento dado, colocando tu mano sobre mi antebrazo, me dijiste:

“Cariño. Déjalo ya. No voy a decirte nada. Tú relájate y disfruta. Sé obediente y complaciente. Es todo lo que tienes que hacer, y de todo lo que tienes que preocuparte… de hacer todo lo que yo te ordene. ¿Vale, zorrón?”

Controlas perfectamente mis emociones simplemente con una mirada, con una palabra o con el roce de nuestra piel. Involuntariamente, bajé la mirada, mordí levemente los labios y con la voz ronca de la excitación, susurré un imperceptible “Sí, Ama. Como desees”. Sonreíste y me preguntaste:

“¿Qué eres, corazón”?

“Soy la puta de Laila”

“Muy bien, princesa. Entonces ponte en mis manos y hazme sentir orgullosa de ti, ¿vale?”

Afirmé en silencio y volviste a reconducir la conversación a las compras que habías hecho esa mañana, y a cómo un dependiente de Intimissimi te había dado su número de teléfono de forma sutil. Me dijiste que te había gustado la manera de mirarte, y que te había provocado un pinchacito de excitación. Dijiste que quizás le llamarías algún día y me preguntaste si me parecía bien.

Una sensación de calor se apoderó de mí. Volví a mirar al suelo y dije que me parecía genial, pero sabías perfectamente que me estaba mordiendo el orgullo. Odiaba no tener el control de tu día a día. Sabía que muchos chicos se quedaban mirándote por la calle, o en los bares… pero que se te insinuaran descaradamente, me sacaba de mis casillas. Y tú, aprovechabas cada ocasión para recordarme que eras tú la que tenía el mando, pero que a la vez, era tuya y de nadie más. Suspiré y traté de recomponerme lo mejor que pude, pero me di cuenta que tu juego de presión estaba empezando.

En un momento dado, después de haber tomado el café, miraste el reloj y exclamaste:

“¡Pedro! Son casi las 4:30 y seguimos aquí de charla. Paga y vámonos. He quedado con la propietaria del apartamento. Por suerte está a menos de cinco minutos de aquí. ¿Trajiste la bolsa negra, verdad?”

Saqué la bolsa de debajo de mi silla y sonriendo, me soltaste un “buena chica” que no pasó desapercibido para el camarero, que se acercaba con el datáfono para pagar. Te sonrió y tú le sostuviste la mirada, mientras con la otra mano, metías tus dedos hasta el fondo de mi garganta. El pobre camarero no sabía dónde meterse, y yo sonreía medio avergonzado. Eres increíble. Me vuelves completamente loco. Nos levantamos de la mesa y fuimos dando un paseo, cogidos de la mano hasta la dirección que sólo tú conocías.

En la puerta nos esperaba María, una señora con el pelo gris de unos 60 años, que nos acompañó a la casa y, mientras nos hacía la visita guiada, curioseó un poco de dónde éramos, a qué habíamos ido a Madrid y todo ese tipo de cosas. Fuiste tú quién tomó el mando y le contaste unas mentiras piadosas diciéndole que éramos gallegos y que habíamos venido a pasar unos días en Madrid, pero que había habido un error con el hotel, y necesitábamos donde quedarnos un día. María no pareció muy convencida, quizás al no ver maletas, sino una bolsa negra pequeña por todo el equipaje, pero después de decirnos cómo manejarnos en la casa, se despidió de nosotros y se fue.

Dejaste pasar un rato hasta escuchar el sonido del ascensor, y dirigiéndote a mí, dijiste:

“Cariño. Quiero que retires muebles del salón y que hagas espacio suficiente para colocar cinco sillas en círculo. Quiero que sea un círculo amplio. Voy a darme una ducha. Cuando termines y el salón esté como te he pedido, ven al baño”.

Saliste del amplio salón, y yo me puse a mover el sofá, una mesa grande que había y alguna otra cosa para que en el centro estuviera todo dispuesto como habías ordenado. No entendía muy bien lo de las sillas, pero me limité a obedecer tus órdenes. Al terminar me dirigí a la ducha. Tú seguías dentro y te pedí permiso para ducharme contigo.

“Pasa, mi amor. Vamos a disfrutar de un ratito juntos antes de que lo pases un poquito mal para mí, ¿vale preciosa?”

Contesté que sí y nos besamos como si fuera a acabarse el mundo. Mientras lo hacíamos, nuestras manos exploraban ansiosas el cuerpo del otro. Me encantaba ducharme contigo, pero cuando lo hacíamos juntos antes de una de tus ideas, siempre tenía una sensación de falta de oxígeno que no conseguía superar. Tú lo sabías bien, y te dejabas hacer.

Cuando terminamos de ducharnos, y mientras te secaba y te echaba crema por todo el cuerpo, me miraste fijamente y me dijiste:

“Corazón, sabes que siempre que quieras puedes parar lo que estemos haciendo. No quiero repetírtelo cada vez que siento esa angustia subir por tu pecho. Simplemente di en alto la palabra de seguridad y todo se terminará inmediatamente. ¿Lo tienes claro, verdad Pedro?”

“Sí, Ama. Lo tengo claro. Descuida. No te preocupes por mí y disfruta… sabré cuidarme, pero si no puedo seguir, lo pararé… sea lo que sea lo que tienes en mente”

“No voy a contarte nada. Lo único que tienes que hacer es obedecerme, zorra. Si vuelves a deslizar una indirecta haré que lo pases peor de lo que tengo previsto. No me gusta repetir las cositas”

Seguí echándote crema en silencio. Tu espalda, tus piernas… tus pies. Estaba excitado, y aproveché para acariciarte disimuladamente la entrepierna. Sonreíste y dijiste:

“Tú caliéntame más aún de lo que ya estoy, puta. Verás qué bien voy a pasármelo”

Sonreí, pero no dije nada. Me pediste que te alcanzara un frasco pequeño de perfume que siempre llevabas contigo en el bolso. Me ordenaste colocarme a cuatro patas y te sentaste en mi espalda. Te encantaba hacerlo cuando ibas a disfrutar de otros hombres. Perfumarte, acicalarte… que sintiera tu excitación y me humillara era algo que te volvía loca, y a lo que yo estaba acostumbrado. Pero eso de que habías quedado con cinco hombres a los que no conocías, no terminaba de entenderlo, ni conseguía sacármelo de la cabeza.

Después de que estuvieras perfectamente maquillada, me pediste que te pusiera la ropa interior. En la bolsa negra que yo mismo había traído desde casa tenías ropa. Enseguida me di cuenta de que ibas a feminizarme, pues había muchas cosas para mí. Te sentaste en la cama y te puse unas medias negras de rejilla que te llegaban hasta el muslo, un tanga de encaje precioso y me pediste que te echara una mano con las ligas. Estabas increíble.

“Bueno, cariño. Pues yo ya estoy”

Te miré sin entender nada. Ni siquiera llevabas sujetador. Pero no dije ni una palabra. Miraste el reloj y te diste cuenta de que quedaban 5 minutos para la hora en la que habías quedado, y me ordenaste que me vistiera con toda la ropa que había en la bolsa negra. Lo saqué todo apresuradamente y me vestí. Habías elegido unas medias negras, un tanga a juego que resaltaba mi culo respingón y un vestido suelto, también de color negro. En la bolsa había unos zapatos de tacón negros que no conocía. Me subí encima de sus 10cm de tacón y entonces me pediste que me pusiera de rodillas para maquillarme. Pintaste mis labios con el mismo pintalabios que habías usado tú. Un rojo intenso que me encantaba cómo te quedaba, y cuando terminaste, escuché sonar el timbre de la puerta.

“Cariño, han llamado. Deberían ser mis amigos. Escucha atentamente. Hoy no va a ser una sesión de juegos, y no vamos a volver a ver a esta gente nunca más. Hazles pasar y desnudalos a todos. Cuando estén desnudos, quiero que les pidas que se sienten cada uno en una silla, y cuando estén sentados, vienes aquí para avisarme. ¿Está claro, preciosa?”

Contesté que sí, y subido en mis tacones, me dirigí a la puerta. Me sorprendió que no me hubieras puesto una máscara, pero cumplí tus indicaciones. Abrí la puerta y se quedaron sorprendidos de verme allí, y vestido de mujer. Varios se miraron entre ellos, y uno de ellos exclamó:

“¿Tú quién coño eres? ¿Dónde está la tía a la que vamos a follarnos?”

“Yo soy la puta de Laila, y ella está dentro del apartamento. Me ha ordenado que os reciba y os dé unas instrucciones, pero si no queréis entrar, estáis en vuestro derecho”

Todos se miraron, pero ninguno se quedó fuera, así que les acompañé al salón y les di las indicaciones que me habías dado.

“Mi Ama me ha pedido que os diga lo que tenéis que hacer. Quiere que os desnudéis y que cada uno se siente en una silla. Cuando lo hayáis hecho, he de ir a la habitación para avisar que ya está todo a su gusto”

Uno de ellos me miró con desprecio y dijo:

“¿Tu Ama? ¿Qué eres, un sumiso? ¿Y te ha contado tu Ama para que estamos aquí? Ja, ja, ja. ¿Vamos a follar con ella y tú te vas a quedar mirando? Menudo imbécil”.

Sin alterarme, y mientras ellos se iban desnudando, comenté:

“Sí. Ella es mi Ama, y si estáis aquí es porque yo lo consiento. Somos uno, y Ella sabe que podrá hacer siempre lo que quiera para obtener placer y para humillarme con ello. Ambos disfrutamos de mi humillación, y vosotros no sois más que objetos. No sois nada… pero puedes verlo como quieras”.

“Ja, ja, ja… mírate. Vestida de mujer y maquillada. Das pena, chaval. Pero como quieras… tú eres su sumiso, y yo pienso follármela hasta que no pueda andar”.

Mientras decía esto, se agarraba la polla. Una polla enorme incluso sin estar duro. Esperé a que todos estuvieran desnudos mientras echaba una mirada furtiva a su “armamento”. Los cinco tenían buenas pollas. Gruesas y grandes, como a ti te gustan. Tragué saliva y me dirigí a la habitación para avisarte.

“Ya están desnudos en sus sillas, Ama”

“Muy bien preciosa. Coge dos cajas de condones de la bolsa negra y llévalas al salón. A cuatro patas, detrás de mí. Vamos, aligera, que no tengo todo el día”.

Entraste en el salón en tacones, con las medias negras de rejilla, el tanga de encaje y tus tetas mirando al cielo. Los cinco se quedaron mirándote. Alguna de sus pollas se alegró de verte. Entonces, te colocaste en medio del círculo en el que todos estaban sentados y dijiste:

“Buenas tardes a todos y gracias por venir. Lo primero que quiero saber es si alguno tiene dudas sobre lo que he hablado con vosotros de forma individual. El juego es muy sencillo. Voy a follar con todos vosotros en ratos que irán variando. La primera ronda durará un minuto con cada uno. Cuando termine ese minuto, me moveré hacia la derecha para subirme encima del siguiente. Después de follarme a los cinco durante un minuto, haré lo mismo de dos en dos minutos. Cuando os haya follado a los cinco, subiremos a tres, y repetiremos el juego. Iremos aumentando minutos. Cuando uno de vosotros se corra, habrá perdido, pero recordad que el juego tiene una segunda parte. Yo seguiré follándome a los que queden y seguiremos aumentando los minutos hasta que os vayáis corriendo. Eso significa que habrá un momento en el que queden dos… no sé cuánto tiempo estaré follando con vosotros a esas alturas, pero cuando quede un único ganador, lo haré salir de la silla y follaremos en medio de este círculo”.

Algunos de los hombres empezaron a tocarse para prepararse, fruto de la excitación del juego que les habías propuesto. Me miraste y supe que tenía que repartir condones entre los participantes, y cuando lo hice, me dijiste:

“Cariño, eres el responsable del tiempo. Tú y solo tú indicarás cuando caduca el tiempo que estaré follando con cada uno. Lo único que tienes que hacer es decir en alto la palabra tiempo. En ese instante, saldré de la polla en la que esté subida y me follaré al siguiente. Si alguien intenta retenerme, está fuera del juego y fuera de esta casa. Mi sumiso se encargará de acompañarle a la entrada… espero que por las buenas. ¿Todo claro, chicos?”

Contestaron que sí casi al unísono, y siguieron poniéndose duros. Alguno se puso el condón y te miraba intensamente, deseando ser el primero. Entonces, moviendo tus caderas descaradamente te acercaste a un chico moreno con barba y acariciándole la cara, le dijiste:

“¿Estás listo, guaperas?”

Él contestó que sí, y mirándome, me pediste que estuviera atento para poner el cronómetro en marcha. Sin ningún tipo de preámbulo, te colocaste dándole la espalda y abriendo tus piernas dejaste caer tu bonito cuerpo encima de su polla. Él te agarraba de la cintura y manoseaba tus tetas mientras subías y bajabas rítmicamente. Tu boca se abrió, tu mirada se volvió fuego, y vuestros gemidos inundaron la habitación.

Pero apenas dio tiempo a nada, porque enseguida dije: “Tiempo”, y saliste de su polla, para acercarte al siguiente. Era un chico alto y no muy guapo, pero creo que tenía la polla más grande de todos. Te acercaste de frente a él. Colocaste tus tacones en la parte de atrás de la silla y, agarrándole del cuello, comenzaste a follártelo de frente. Desde donde yo estaba, la vista era increíble. Una polla envuelta en un condón azul y tu coño haciendo que desapareciese y volviera a aparecer rítmicamente. Otra vez un intercambio de gemidos y al rato, el tiempo del siguiente.

Te acercaste a un chico delgadito y pequeño. Me preguntaba cuántos años tendría, porque parecía un niño. Sin embargo subiste encima de su polla con la misma avidez que con los dos anteriores y (esta vez de espaldas) comenzaste a follártelo con un ritmo bastante más alto que a los dos anteriores. Te conozco perfectamente y estabas alcanzando ese punto de ebullición que te hace imparable y que puede darte decenas de orgasmos en pocos minutos. Imaginé que no estarías lejos del primero de muchos, y efectivamente no me equivoqué, porque cuando el reloj marcaba 45 segundos, sentí que te corrías por primera vez. Fue un orgasmo intenso, que apenas duró los 15 segundos que quedaban de tiempo. Entonces, yo avisé de que era la hora de cambiar, pero seguiste follándotelo hasta que tu orgasmo llegó a su fin.

Mirando al resto dijiste:

“Rigores del directo, chicos. No pienso salir de ninguno hasta que termine de correrme. Nueva regla”

Y sin perder más tiempo, te dirigiste al siguiente. La escena era increíble. Cuatro hombres masturbándose para mantenerse duros para ti, mientras tú follabas con un hombre de unos 50 años, con buen cuerpo pero evidentes signos de su edad. Después del minuto reglamentario volví a indicar que había pasado el tiempo, y te fuiste a por el último de la primera ronda. Era el que se había reído de mí, y debiste saberlo porque sentándote dándole la espalda, susurraste:

“Tú vas a ser el primer perdedor. En menos de un minuto, como un eyaculador precoz”

“¿Eso crees, zorra? Ven aquí y verás lo que es una buena polla”.

Di un respingo al escucharle llamarte zorra, pero me miraste calmándome, y apretaste los labios mientras te colocabas de frente a él. Sentí que presionabas tu coño sobre su polla. Había visto cómo podías hacer que me corriera en 10 segundos, y supe que ese tipo estaba sentenciado. Subías y bajabas a toda velocidad mientras él gemía y gemía, hasta que te pidió que por favor bajaras el ritmo. Pero no lo hiciste. Seguiste cabalgándole salvajemente hasta que se corrió justo cuando quedaban tres segundos para llegar al minuto. No hizo falta avisar de que el tiempo de la primera ronda se había acabado. Se quedó frustrado, con el condón lleno de su semen, mientras tú te dirigías al primer chico y me recordabas que ahora serían dos minutos por cada uno de ellos. Ni siquiera te molestaste en mirarle. Sabías que estaría frustrado, pero aprendería a no volver a meterse conmigo.

Yo afirmé y tú volviste a follarte al guaperas. Esta vez te colocaste de frente, y acercaste tus tetas a su boca. Él lamió mientras seguías follándotelo… y entonces, sentí tu segundo orgasmo. Fue largo e intenso. Adoro tus “sí, sí, sí, sí, sí” cuando estás a punto de correrte, y me sorprendió ver que en vez de bajar el ritmo seguiste aumentándolo hasta volver a correrte de nuevo justo antes de que se cumplieran sus dos minutos. El tipo aguantó perfectamente. Sentí una punzada de celos cuando antes de salir lamiste con tu lengua su cuello y le dijiste un “me encantas”.

Sin esperar apenas un segundo, te dirigiste al siguiente. Estuviste follándotelo pausadamente durante los dos minutos correspondientes. Él aguantó mientras lamía tu cuello y con sus manos no dejaba de manosear tus tetas, tu clítoris… aprovechando que estabas sentada dándole la espalda, mirándome fijamente y haciendo evidentes tus gemidos cada vez que su polla entraba y salía de ti.

Así estuviste hasta terminar la ronda. Quedaban cuatro, y cuando terminaste con el último, con quién volviste a correrte, me miraste y me dijiste:

“Cariño, vamos a cambiar directamente a 5 minutos. Se me están cargando las piernas de tanto cabalgar, y con tiempos tan cortos no puedo comprobar el aguante de estos muchachos. Espero que estéis de acuerdo… pero si no lo estáis me da exactamente igual. Vamos a jugar un poquito más duro”

Se me estaban haciendo los minutos interminables. Vestido de mujer, subido en unos tacones de más de 10cm y sin dejar de ver como te follabas a cinco desconocidos en mi cara, empezaba a mirar el reloj nervioso, y varias veces se me pasó por la cabeza avisar con la palabra tiempo antes de que el reloj llegara al minuto establecido. Pensé que nadie se daría cuenta, pero por nada del mundo podía romper tus normas, así que descarté la idea en el mismo instante que volviste a correrte mientras follabas con el guaperas. Era la tercera vez que te corrías con él, le habías dicho “me gustas”, y sentía que realmente tenías un ganador en mente. Aguantó los cinco minutos correspondientes y cuando avisé de que era el momento de cambiar, te agarró suavemente de la cadera y te dijo algo al oído. Después te mordió el lóbulo suavemente y tú te reíste escandalosamente. Miré la forma en la que le mirabas, y después me dedicaste una de esas miradas que hacen que se me de la vuelta el estómago. En tus ojos leí perfectamente que volveríamos a quedar con ese chico, y no pude evitar la humillación subir por mi cuerpo mientras una erección asomaba debajo de mi falda.

Te colocaste frente al chico alto con la polla enorme y le masturbaste con tu propia mano para que cogiera algo más de firmeza. Cuando pensaste que estaba bien para ti, te subiste a su polla y dejaste que entrara en ti muy despacio. Pude ver cómo desaparecía por completo dentro de tu precioso coño centímetro a centímetro. Cuando sentía tu culo empujar sus huevos, te escuché decirle:

“Fóllame duro, campeón. Aunque te corras, quiero que me hagas disfrutar de ese pedazo de polla que calzas. Vamos… dame varios orgasmos”.

Y sin esperar ningún tipo de acción por su parte, comenzaste a cabalgar subiendo y bajando de su polla con gran velocidad y un poco violentamente. Mientras tanto, él te agarraba de las caderas, haciéndote subir y bajar. En un momento dado pensé que iba a empotrarte contra el techo, pues estaba cumpliendo tus deseos y a la vez que te empujaba contra su polla, movía las caderas hacia arriba, provocándote un orgasmo casi en el primer minuto. Entonces, te escuché:

“No pares. Quiero más. Oh, por Dios… me encanta. Sigue, sigue… sigueee”

Y tu segundo orgasmo prácticamente consecutivo te hizo retorcerte, pero lejos de parar seguiste cabalgándole. Miré el reloj y vi que quedaban más de dos minutos. Eras increíble, y el tipo alto parecía aguantar sin problemas, hasta que te escuché:

“Ahora vas a sentir mi poder. Te correrás en esta ronda, por mucho que quieras aguantar”

Y noté que te concentrabas, y supe perfectamente que habías activado en tu coño el modo “boa constrictor” con el que bromeábamos cuando querías que me corriera, o cuando querías que cualquiera de los juguetes con los que follabas para humillarme, llegara al final. Subías y bajabas violentamente, y noté que el tipo alto dejó de subirte y bajarte con sus manos… no quería correrse, pero igual que el chulito, estaba sentenciado.

Apenas unos segundos después le dijiste:

“Avísame cuando vayas a correrte. Quiero hacerlo a la vez que tú. Te lo has ganado por sacrificar tu placer por el mío y ser obediente”

El contestó un escueto “sí, Señora” que apenas le salía del cuello, y tú seguiste subiendo y bajando rítmicamente hasta que, quedando apenas 40 segundos, te dijo:

“No puedo más… voy a correrme”

Y tú aceleraste un poco el ritmo y en su primer gemido sentiste que estaba a punto de correrse y le dedicaste un orgasmo antológico. Notaba los músculos de tu espalda tensarse, tus rizos cubriendo la espalda moviéndose rítmicamente y casi pude ver cómo ponías los ojos en blancos en un orgasmo intenso y delicioso que parecía no tener fin. Después de terminar con él, saliste de su polla y le quitaste el condón, haciendo un nudo con él. Mirándome, dijiste:

“Acércate, preciosa. Tengo un regalito para ti. Abre la boca, y no lo saques de ahí hasta que yo te lo diga. Quiero que sientas toda su leche caliente… y que puedas saborear mi orgasmo. ¿Te apetece, zorra?”

Me acerqué pausadamente y asintiendo, abrí la boca. Depositaste el condón lleno de leche en mi lengua y tú misma cerraste mi boca, haciéndome volver a mi sitio y pidiéndome que pusiera el cronómetro en marcha cuando te pusieras a cabalgar al siguiente. Te acercaste a uno de los tres “concursantes” que aún seguían disponibles para ti y colocándote de espaldas a él, pusiste ambas manos en tu culo y separándolo un poco, se lo ofreciste diciéndole.

“Fóllame el culo. Me muero de ganas de sentir esa polla dentro de mí. Quiero que aguantes los cinco minutos… aunque no tengo mucha confianza en que cuando sientas como te aprieto la polla con mi culo consigas aguantar sin correrte. ¿Probamos?”

Él te miró y, sujetando su polla dura con una mano, fue deslizándose dentro de tu precioso culo. Inmediatamente le escuché al chulito que se había corrido primero, decir:

“Joder, menuda zorra. Tiene un culo increíble”

Me dieron ganas de acercarme y agarrarle del cuello para sacarle a rastras del apartamento, pero mirándome fíjamente me hiciste una señal para que no le diera importancia. Apreté la mandíbula. Cerré los puños e intenté concentrarme en ti. Me estabas mirando fíjamente. Podía ver las gotas de sudor en tu canalillo. Tu boca abierta, señal inequívoca de tu excitación. La forma en la que te mordías los labios cada vez que tu culo quedaba completamente lleno. Tu cuello no sabía hacia donde mirar. Mirabas al techo con los ojos casi en blanco, y seguidamente, colocando tus manos sobre sus muslos, mirabas hacia abajo. Te encantaba ver cómo te follaban. Entonces, me sorprendiste diciéndome:

“Ven aquí, zorra. Ponte de rodillas y, sin sacar ese condón de la boca, quiero que me comas el coño mientras me follo este pollón. Vamos. Olvídate del reloj… quiero correrme con tu lengua en mi coño y con mi culo lleno. Ahora, puta”

Me sorprendió que tú misma rompieras las normas que habías establecido, pero era evidente que estabas completamente excitada, y que lo único que te importaba en ese momento era disfrutar de esos hombres que, sin conocerte de nada, se habían presentado durante unas horas en un apartamento que dejaríamos vacío por la noche.

Sin dudar, me puse de rodillas y contoneando mis caderas exageradamente, me dirigí hacia donde estabas. Me agarraste la cabeza y sujetándola con tus dos manos, la dirigiste a tu coño. Estabas completamente empapada. Tus muslos estaban llenos de tus fluidos, pero dejé de pensar en nada para darte placer como a ti te gustaba. No sé cuánto tiempo pasó, pero los dos os corristeis en un orgasmo super intenso que hizo que aplastaras varias veces mi cabeza entre tu coño y sus pelotas.

Cuando terminó, te quedaste un rato con su polla dentro y me pediste que limpiara tu coño y tus piernas despacio. Se te notaba agotada. Ni tú misma imaginaste que podrías cansarte tanto follando. Te escuchaba respirar agitadamente, mientras apoyaste tu espalda contra su pecho y gemias suavemente al ritmo de mi lengua. Pasaste así un tiempo, y cuando sentiste que habías recuperado el resuello saliste, volviste a hacer un nudo con su condón y repetiste lo mismo que con el anterior. La depositaste en mi lengua mientras me dijiste: “Cuídamelo, ¿vale?

Me pediste que me pusiera de pie y arrastrando los pies te acercaste a uno de los dos que seguían allí. Le susurraste algo al oído y él frunció el ceño. No sabía lo que le habías dicho, pero parecía evidente que no le había hecho mucha gracia. Le diste un beso en el cuello… le mordiste mientras tu mano masajeaba su polla y le dijiste:

“Si quieres volver a verme, es mejor que hagas lo que te he pedido. ¿Lo harás, verdad?”

Él asintió con la cabeza, y después de pajearle un poquito más, te colocaste en el centro de las sillas y dirigiéndote a todos, dijiste en voz alta:

“Chicos. Estoy agotada físicamente. No puedo con las piernas. Llevo una racha algo floja físicamente y vamos a cambiar de planes… parcialmente. Sabéis que el plan inicial era follaros a los 5 hasta que solo quedara uno. Quedáis dos, pero yo estoy muy cansada para volver a follaros en una silla… y además, he de reconocer que este guaperas se ha ganado mi favor, y quiero follármelo tranquilamente.”

Todos afirmaron, pero nadie dijo nada. Sentí que algo no encajaba del todo, pero seguiste hablando y lo entendí todo:

“Pero sabéis que el juego no terminaba follándome a mí. Cariño, quiero que te quedes simplemente con los zapatos de tacón y que te pongas de rodillas en el suelo. Estos machotes van a pajearse mientras yo me follo a este guaperas bien pegadita a ti. Y tú, zorra… tú vas a abrir la boca y vas a tragarte toda su leche. Les he pedido que, en la medida de lo posible se corran a la vez sobre ti, pero claro… alguno acaba de correrse y a lo mejor le cuesta un poquito más. Lo que quiero que te quede claro es que no vas a moverte hasta que el último de ellos se corra en tu boquita… sin sacar esos dos condones que llevas”

Varios de ellos sonrieron y comenzaron a masturbarse. Yo me quité la ropa y a cuatro patas me dirigí hacia el centro del salón. Tú no habías perdido el tiempo y te habías acercado al que -desde el primer minuto- sentí que era tu favorito. Te diste cuenta que te estaba mirando y me dijiste:

“Me muero de ganas de follarme a este machote, mi amor. Si me folla bien, voy a contar con él con cierta frecuencia. Entenderás que no hay punto de comparación entre tu mini pollita y esto, ¿verdad?”

Y agarrando su polla, comenzaste a chupársela. Era enorme, y no pude evitar comparar la situación con la escena cuando me comías la polla en casa. Mi pollita cabía entera en tu boca… y con este hombre, apenas llegabas a meterte un tercio dentro. Además era dos o tres veces más gruesa. Asumiendo la situación, te contesté:

“Disfruta mucho, mi amor. Si lo hace bien le invitaremos siempre que quieras, preciosa”

Sonreíste y me dijiste, “eres perfecta” con su polla entrando y saliendo de tu boca.

Entre tanto, sentía que los otros cuatro hombres se acercaban a mí agitando sus pollas. Quería verte follar, pero ellos me rodeaban, quedándose apenas a medio metro de mí. Sentía sus pollas a centímetros de mi boca. Alguno me agarró de la cabeza para acercarme a su polla, pero debiste darte cuenta y dijiste:

“Nadie toca a mi puta. Podéis correros en su cara, pero nadie va a tocarlo. No quiero repetirlo”.

Y, escuchando algunos quejidos del tipo que quiso que le chupara la polla, escuché un gemido en el sofá. Pude intuir que estabas tumbada boca arriba y que el guaperas te estaba comiendo el coño, pues vi que estaba de rodillas en la alfombra, pegado al sofá. Pero apenas pude ver nada más, porque el idiota que se había corrido primero se corrió en mi cara, llenando mis ojos con su leche. Tú me habías dicho muchas veces que cuando alguien se corriera en mi cara, tenía prohibido retirarme la leche. Te gustaba que me sintiera como una zorra, llena de leche, así que simplemente cerré los ojos mientras escuchaba cómo los demás sacudían sus pollas, sus gemidos eran cada vez más intensos y sus respiraciones más agitadas. Entonces noté una polla en mis labios e instintivamente abrí la boca y me la llenaron de leche. Te escuchaba gemir y no tardé mucho en sentir otro de tus intensos orgasmos. Pero no podía concentrarme en tu placer, porque volví a sentir leche en mi pelo, en mis ojos y en mi boca. No estaba seguro si quedaba uno más o ya estaba, pero entonces, uno de ellos me sacó de la duda:

“No vayas a moverte hasta que termine, como te ha ordenado tu Ama”.

Vale, ahora era evidente. Quedaba uno por correrse sobre mí. Noté cómo los demás se retiraban y comentaban algo entre ellos, y pude escuchar mucho mejor tus gemidos. El ansia por verte follando hizo que abriera los ojos, y la leche que tenía en mis ojos hizo que me picaran muchísimo y que -instintivamente- la retirara con la mano. Al hacerlo conseguí abrir los ojos y verte a cuatro patas en el sofá, mientras el guaperas bombeaba con fuerza y con muchísima velocidad. Pude escucharte perfectamente decirle:

“Ohhh… siii. No pares, no pares. Joooder… me corrooo”

Y como si de una orquesta perfectamente sincronizada se tratara, el último hombre se corrió en mi cara mientras emitía unos sonidos guturales de puro placer. Cuando terminó frotó su polla contra mi mejilla y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la cocina, donde los otros cuatro estaban charlando y bebiendo algo.

Yo me quedé como estaba. De rodillas, con mi cara llena de semen de cuatro extraños a los que, después de habértelos follado de uno en uno y varias veces, se habían corrido sobre mí casi a la vez. Me sentía humillado. Tenía ganas de llorar. No sabía dónde meterme, y además escuchaba el sonido rítmico de las pelotas del guaperas impactar sobre tu culo mientras seguía follándote y te provocaba un orgasmo tras otro. Perdí la noción del tiempo que llevabais follando, pero el tipo seguía bombeando con fuerza a pesar de todo. Después de todo -pensé- me gustaba que disfrutaras, aunque fuera otro quién te diera un placer que yo, sentía que no podía darte de la misma forma.

No me atrevía a moverme, y no me moví de allí. Me tumbé en el suelo en posición fetal y cerré los ojos. Seguí escuchando tus gemidos rítmicos, mientras su polla entraba y salía de ti como si se tratara de un robot. Volviste a correrte una vez más y le dijiste:

“Acércate a mi puta y fóllatelo. Córrete follando su culo. Ahora”.

Él te miró sin entender nada. No parecía querer, pero mirándole le dijiste que si quería volver a follarte, tendría que follarme a mí. Me miraste y me dijiste:

“Ven aquí, zorra. A cuatro en el sofá. Ofrécete a mi nuevo amigo”

Sin dudar un segundo, y a cuatro patas, me dirigí hasta el sofá y asomando el culo apoyé la cabeza y me abrí el culo con las dos manos. Enseguida sentí una polla abrirse camino dentro de mí. Pensé que iba a romperme en dos y balbuceé:

“Por favor, por favor… despacio. Duele”

Pero tú no parecías de acuerdo y corregiste:

“Fóllatelo fuerte. Tienes dos minutos para correrte en su culo. Rompe ese culo que me pertenece con esa polla que voy a usar tan a menudo. Vamos, guaperas… obedece y tendrás la recompensa que esperas”.

Cerré los ojos y sentí sus embestidas en mi culo. Me estaba rompiendo por dentro y las lágrimas comenzaron a abandonar las cuencas de mis ojos y a deslizarse por mi mejilla, mezclándose con el semen que todavía tenía. Me sentía una puta. Me sentía tu puta. Me sentía lo que era: La puta de Laila. Lloré en silencio mientras tu amigo seguía follándome, y entonces sentí que te acercabas a mí y pasando tu mano sobre mi cabeza, dijiste:

“Buena perra. Estoy muy orgullosa de ti, mi amor”

Y mirando a tu amigo, le dijiste:

“Ahora. Quiero que te corras ahora”

Y como si un automatismo se hubiera activado en su cabeza, se corrió dentro de mi culo de una forma salvaje. Apretó mis caderas contra su polla mientras su pecho se apoyó en mi espalda. Sentía su sudor. Sentía mi cara llena de leche y lágrimas, y para rematarlo todo, escuché las risas de los otros cuatro que, ya vestidos, observaban la imagen a escasos metros de donde estábamos nosotros tres.

Vi que te acercaste a su lado y les dabas las gracias. Ellos bromeaban, diciéndote que eran ellos los que te daban las gracias, y que habían sido tres horas muy divertidas y de una forma u otra, todos se ofrecieron a repetir contigo cuando quisieran. Igual que cada hombre que te follas desde que nos conocemos, todos querían repetir… pero sabía que eso no iba a ocurrir con ninguno de ellos cuatro.

Sentí la puerta del apartamento cerrarse justo en el momento en el que el guaperas salía de mi. Me hice una bola en el sofá y metí la cabeza entre mis manos. Quería desaparecer de allí. Me habías llevado al límite. Al límite de los límites, y sentía que no podía más. Que no tenía fuerzas. Me quedé dormido. No sé cuánto tiempo estuve en el sofá hecho una bola. No me enteré de que habías despedido al guaperas, y habías intercambiado vuestros teléfonos para volver a veros. Para volver a vernos.

Un rato después sentí tu mano en mi pelo. Me estabas besando y me dijiste:

“Ven mi amor. Acabo de preparar un baño. Nos bañamos y nos vamos a casa, vale preciosa? Estoy orgullosa de ti. Me haces muy feliz. Adoro ver lo zorra que eres, Pedro.

Asentí y sonreí, pero sentía un agujero por dentro. Tenía ganas de que pasara el tiempo y que tus besos y caricias volvieran a recomponerme. Me habías llevado muy abajo y te habías encargado de romperme en mil pedacitos… para después volver a hacerme crecer más fuerte, más seguro, más puta… más tuyo.

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