Mientras avanzamos por la mitad de la calle, no tan cercanos como Mariana quisiera, pero si con la desnudez de su hombro rozándome el brazo y escuchándola con atención, intento mantener la cordura aunque me moleste demasiado convertir en imágenes su relato. Debo ser paciente, evitando cuestionarla antes de tiempo.
Le noto incomoda pero honesta, –elevando a veces el tono de su voz– animada narrando algunos acontecimientos que le deben de parecer importantes y en otros, escucho su voz endeble, desvanecida su mirada, demostrando con el flojo movimiento de sus manos y la contracción inusual en la comisura de sus labios, el temor y su vergüenza tanto por lo ocurrido como por lo que está verbalizando.
Pero yo continúo con mis dudas, mis recelos, mis miedos…, acentuados ahora con esta nueva información, produciendo descargas eléctricas que parecen intentar desconectar mis neuronas. ¿Por qué tuvo que ser infiel y más con ese güevón? ¡Hasta ahora solo he percibido que ella lo detestaba, como yo!
Entiendo que se sintió ofendida por los comentarios machistas, burlones e hirientes, y que por ello se le metió en su cabeza la idea de obtener una ejemplarizante venganza, llevándola a cabo al utilizar a su amiga Carmen Helena como carnada para acercarse y saber más de él. Pero si ya se me dificultaba comprenderlo, ahora con esta nueva sáfica declaración, la entiendo menos. ¿A que jugaba? ¿Impresionarlo para su bien? ¿O llamar su atención para mi mal?
Camilo se ha quedado pensativo e inclina su cabeza hacia abajo y con una expresión mohína, mira hacía el suelo. Me tocará traerlo de regreso, bajándolo de las nubes para poder seguir contándole esta parte de mi historia. ¿Será que lo pellizco? ¡No, mejor no hacerlo! Me respondo mentalmente y tan solo le aprieto un poco del brazo para reclamar su atención.
—Camilo, cielo… ¿Me escuchaste? —Le pregunto con voz cariñosa.
— ¡¿Qué?!… Ohh, lo siento. Me quedé embobado recreando en mi mente lo que me has contado y no te presté la debida atención. ¡Discúlpame! Me decías que la habías elegido por su inocencia y… ¿Entonces qué hiciste al final de cuentas? —Por fin me responde y entonces asintiendo, continúo con mi cuento.
—Pues le contesté… ¡Sí, tu! ¿Quién más? ¡Tranquila que no te morderé! Y la ayudé a ponerse en pie, pues se había puesto pálida por mi inusitada elección y más aún por lo que ello suponía. La llevé tomada de la mano hasta llegar al borde de la piscina, buscando un lugar más íntimo y con menos luz para estar más tranquilas. Además, con la clara idea de apartarnos del campo visual de Eduardo, al quedar nosotras dos en diagonal a su mesa y ocultas de esa manera, nos arrodillamos quedando ella en frente de mí. Sus nerviosos temblores y la angustia que demostraba su rostro, provocaron en mí una mezcla de sentimientos encontrados.
—Por una parte ternura, al ver en su carita el temor ante la próxima experiencia y por otro lado, un poderío soberano al mirar a través de sus ojos grises, las disimuladas ganas de experimentar, disfrutar y perder conmigo algo de su ingenuidad y extraña inocencia. Sentí la urgente necesidad de lucirme ante el idiota de José Ignacio, así que la miré con deseo y ella lo comprendió.
—Ladeé mi cabeza, solo un poco, y su mano zurda alcanzó a rozar mi mejilla pero continuó su recorrido para cumplir con su cometido de retirar mis cabellos, pasándomelo por detrás de la oreja, causándome un inusitado escalofrió. Sin dejar de observar cómo se encontraban de carnosos y deseables sus labios, acaricié con suavidad su mejilla derecha, sensualmente arañándola con la punta de mis uñas, provocando que K-Mena se mordiera el labio inferior al sentir como yo, poco a poco acercaba mis dedos a su boca.
—Dibujé el contorno de su labio superior con la yema de mi pulgar y ella sin dejar de acariciar con ternura mi oreja, entreabrió su boca y aproveché para introducirlo escasamente, –apenas apoyando un tercio sobre sus dientes– hasta sentir la humedad de su lengua. Duró un segundo o dos, y lo retiré. Pero aquella lengua salió de su húmedo escondite buscando con ansías humectarlo más y, sin embargo inconvenientemente para sus intenciones, se encontró con mi dedo índice y la decisión de apoyarlo sobre la abertura de su boca, para acallar los suspiros que ya se le escapaban de su garganta.
— ¿Nos queda ron todavía? —Le preguntó a Camilo de improviso. Se detiene para destapar la botella y me planto en frente de él para recibírsela. No es que tenga demasiada sed. ¡Es que yo necesito calmar los nervios!
— ¡Queda muy poco! —Me responde y me la entrega. Pensando en él, un sorbito apenas doy para dejarle algo. ¡Para ahora o para más tarde!, le digo y se la devuelvo. Lo medita pero no bebe, y le enrosca de nuevo la tapa.
—Me sorprendió con aquel gesto y ella aprovechó para chuparlo adelantando su rostro, –sin dejar de mirarle a los ojos prosigo relatándole.– aprisionándolo dentro de su boca, rodeándolo con su lengua, ensalivándomelo y de pasó, haciéndome sentir cositas raras en el estómago y sí, pequeños picores en mi cuquita. Mientras ella se entretenía succionando mi dedo, rápidamente eché una ojeada hacia nuestra mesa. Diana y Carlos se sonreían expectantes y él, bebiendo un trago de su cerveza nos miraba muy tranquilo, por encima del borde del vaso.
—Me fijé a la distancia en lo que hacía Eduardo y lo vi, distraído charlando con el administrador y otro señor que no se me hizo conocido. Posiblemente algún otro huésped del hotel. Y me tranquilicé. —Más no así le sucede a mi esposo, pues levanta su mano izquierda para retirarse la gorra. Sistemáticamente se rasca la coronilla y la nuca, para volver a colocársela, esta vez con la visera para el frente.
Un grupo de chicas y muchachos, –con latas de cerveza en sus manos– pasan corriendo muy cerca de nosotros, tanto que alcanzan a empujarme contra el pecho de Camilo. Sus brazos me reciben, me rodean y como siempre, me protegen. Puedo aspirar el aroma a colonia que expele su cuello, anteponiéndose al olor del tabaco en su boca, y alejo mi rostro para mirarlo, sonriéndole agradecida por su noble gesto. ¿Será que la vida está empeñada en reunirnos de nuevo?
— ¡Gracias! —Le digo, y luego se me escapa un suspiro y tras de aquella sentida espiración le lanzó sin avergonzarme un ¡Te amo!, respaldándolo con una caricia tenue sobre su mejilla y mi mano con su tibia concavidad, va cambiando paulatinamente de forma; se aplana y resbala sin querer, rozando con mi pulgar la esquina de sus labios, para lanzarse de manera casi suicida desde el acantilado de su mentón hasta detenerse finalmente atravesada la palma entre el inicio de mis puchecas y el dorso con mi alianza matrimonial, rozándole su pecho.
Camilo inclina la cabeza y me mira. No hay palabras que se integren tan siquiera en una corta frase de respuesta por su parte ante mi amoroso gesto, pero a sus ojitos cafés le regresan los cariñosos resplandores y a sus mejillas algo de color. Tiritan sus labios y los aprieta. Le cuesta expresarse, pues se debate entre el amor que aun siente hacía mí y el odio que desea sentir. Entre el perdón que le indica su corazón que me otorgue, y la sentencia que todavía no se atreve a emitir por su cordura. Lo comprendo y lo asumo, separándome con suavidad de nuestra inusitada cercanía. Camilo necesita su espacio y yo he de dárselo, aunque dentro de mí, se esté librando una encarnizada batalla de sentimientos.
Y soy yo quien le agarra por el brazo, invitándolo a seguir caminando hacia la cercana plazoleta, con sus esbeltas palmeras erguidas como si fuesen cuatro gigantes que resguardan la cristalina fuente de agua, a estas horas iluminada por los interminables flashes de móviles y cámaras fotográficas de los turistas.
— ¿Seguimos? —Le pregunto tras dar el primer paso.
—Me parece bien. Continúa por favor. —Me responde, dejándose llevar por mí hacia adelante, sincronizando su andar con mi segundo paso.
—Cuando me centré nuevamente en lo que hacíamos, K-Mena ya chupaba con desespero dos de mis dedos. Los retiré con provocadora lentitud de su boca, –causando una imagen sensual para aquellos que nos observaban– y dirigí la mirada hacia José Ignacio, de manera rápida pero sarcástica, para que tuviera muy en claro mis intenciones. ¡Malas para él, pero muy buenas para K-Mena y para mí!
— ¡¿Y lo hiciste?! —Sin podérselo creer mi marido pregunta entre admirado, apenado y sorprendido.
—Pues mi cielo, tocaba hacerlo o quedar ante todos como la estúpida mojigata, dándole la razón a José Ignacio. Así que pensé… «A Santa Rosa o al Charco», y me lancé por ellos con mi boca abierta, sedienta de seguir con aquel ejemplarizante beso, acariciando antes su mejilla sin apartar la mirada de sus ojos grises, a la vez que deslizaba mi dedo índice hasta su gordito labio inferior ejerciendo presión sobre él, precipitándoselo hacia abajo. Mis ojos se desviaron hasta su boca al retirarlo y de inmediato posé mi boca sobre la suya. —Le respondo a Camilo y sin darle tiempo a procesarlo, prosigo con la historia.
—Al principio fue un beso tierno, podría decirse que para las dos fue un estreno lésbico moderado, rayando en la improvisada timidez, pues nuestras lenguas se resguardaron en el interior dejando que solo los labios disfrutaran; yo chupando el superior suyo y ella a su vez, el inferior mío, hasta que emocionada K-Mena con sus dientes me lo mordió con prudencia, estirando y jalando el labio y entonces con despreocupación, busqué nuevamente con mi lengua la humectada calidez de la suya, escondida en el interior de su boca.
— ¿Y ella no se apartó? ¿Te permitió que la besaras así como así? ¡Un beso entre dos mujeres! ¿Dónde carajos dejó sus estrictos y religiosos conceptos? —Me pregunta Camilo mientras vamos esquivando las mesas de madera con sus parasoles azules y colmadas de enfiestados grupos de personas sentados alrededor, y yo le respondo con naturalidad…
—Los dejó confinados muy profundo en su alma, por el susto o por la emoción de sentir algo nuevo. ¡Yo que sé! El caso mi vida, es qué recibió el beso con algún sobresalto inicial pero me permitió invadírsela con la punta de mi lengua, y sentí entonces su tibieza, aquella carnosa humedad con sabor a cerveza y con seguridad para K-Mena en la mía, a ron blanco mezclada con un toque de limón. Me separé unos centímetros de su rostro para admirarla. Tenía sus ojos grises cubiertos por el velo de sus parpados. No quería ver pero si sentir y así los mantuvo cerrados, agitada su respiración esperando a que yo continuara. —Pliego mis parpados para concentrarme en recordar. No sé qué puede estar pensando mi marido pero ya empecé mi confesión. ¡Él lo quiso y no puedo ni debo parar!
—Ella con su boca entreabierta esperaba mi siguiente movida, y yo con mis labios busqué hacer mayor contacto sobre la suave textura de los suyos. Escuchando sus gemidos, percibiendo su aliento y ella el mío, nos fundimos con mayor pasión y dedicación en un beso explorador, más prolongado, con mucha intensidad y más apasionado. Iba a cerrar mis ojos, cuando sentí que sus dedos abandonaban el lóbulo de mi oreja y posaba su mano sobre mi hombro y con la otra, se aferraba ya sin timidez, a mi cintura, acercando nuestros cuerpos más y más, hasta sentir que mis tetas hacían contacto con las suyas y su vientre se aplastaba contra el mío.
— ¡Tranquila! –le susurré al verla tan emocionada. – Hagámoslo despacio pero sin tocarnos con las manos, tapemos la boca de los que nos están mirando. Ella se acercó a mi oído y me respondió que no podía.
— ¿Que no puedes?, le pregunté y K-Mena me respondió… ¡Es que no puedo dejar de acariciarte! —Y entonces, mi vida, la dejé que lo hiciera.
—Nos distanciamos unos centímetros para mirarnos las facciones, y con un delgado puente de saliva, manteniendo la conexión entre su boca y la mía. Excitadas, nos sonreímos y, aunque ya la lección de un beso pasional estaba dada, volvimos a juntar nuestras bocas, saboreándonos los contornos, haciendo ruidos al chuparnos los labios, desprendidas de la inicial vergüenza y, fue entonces cuando su mano, la que tenía en mi hombro, bajó hasta mis pechos, ahuecándola sobre mi endurecido seno por encima de la tela, acariciándolo, presionando con delicadeza y seguramente, sintiendo ella la excitada turgencia de mi pezón. —Sin querer, cierro mis ojos para rememorar el momento, quizá sintiendo un delicado placer al narrárselo y al mismo tiempo sin ser capaz de adivinar qué piensa mí marido de lo que le estoy contando.
—Me dejé llevar también por lo que sentía y tuve ganas de acariciarla y aunque obviamente no debía, mi cuerpo lo pedía. ¡Pero qué mierdas!, pensé y no me resistí más. La abracé con determinación y descolgando luego una mano le apreté la nalga, no recuerdo si la izquierda o la derecha, pero sí que le pegué su buen estrujón.
— ¡Y ya! –Abro los ojos, me atrevo y miro a Camilo. – La separé con cariño y pocas ganas la verdad, pero ya estaba hecho. Intenté mantener la compostura y el control de mis sensaciones después de aquel acto, sin embargo era mi primer beso con otra persona distinta a ti y de mí mismo sexo. ¡Una mujer, mi vida! Con ella, mi boca te traicionó por primera vez y fue, –para qué negarlo– diferente, delicioso y excitante para K-Mena y para mí. Lo lamento, en serio.
— No sé qué más puedo decirte, pues no salgo de mi asombro ya que no pensé que además de lo que ya sabía, tuvieras guardadas más sorpresas para ofrecerme, pero en fin… ¿Y ellos que decían o que hacían? ¿Supongo que el tumbalocas estaría muy animado de verlas a ustedes dos en acción?
—Por supuesto que estaban asombrados y excitados por igual. Diana con sus manos unidas por las palmas, metidas en el medio de sus piernas manteniéndolas bien apretadas, subiéndolas y bajándolas repetidamente. Carlos boquiabierto y en calzoncillos, no podía ocultar que lo había pasado fenomenal. ¿Me entiendes? Se le notaba que tenía la verga tiesa por debajo de su bóxer.
—En cuanto a José Ignacio pues… ¡Sorpréndete! Estaba serio y pálido. Me dio la impresión de que no le había gustado y si bien intentó disimularlo posteriormente detrás de una leve sonrisa, lo noté enojado. Sí, lo que has oído, él se veía enfadado.
—Hummm, cuando nos acercamos nuevamente a la mesa, fuimos recibidas por un admirado ¡Wow, chicas! ¡Eso fue súper-deli y re-intenso! de Diana, el característico silbido lujurioso por parte de Carlos, que sudaba excesivamente, y yo me esperaba el comentario burlón con sabor a frustración por parte de José Ignacio. ¿Pero sabes qué? Enmudeció, no dijo nada.
—Aquella reacción hizo que yo estallara por dentro de júbilo, me hizo sentir vencedora y empecé a sonreírle con ironía, mientras caminaba por detrás de él y estirando mi brazo, lo tomé descuidado y le quité de su mano la braga del bikini, diciéndole: ¡Creo que esto es mío! ¡Y esto también!, retirando del centro de la mesa mi fucsia sostén. Luego me ubiqué en mi lugar y le di un gran sorbo a mi Daiquirí para menguar lo alterado de mis pulsaciones.
Camilo prosigue caminando sin fijarse en mí y sin alterarse, lo cual me desconcierta. Esperaba un reclamo airado, alguna sentida objeción a mi comportamiento infantil, traicionero y lésbico, pero no me demuestra nada, salvo su desconcierto.
— ¡Jueputa Camilo, dime algo por Dios! –mirándolo extrañada, se lo reclamo airada. – ¡Cualquier insulto, alguna reacción a lo que te acabo de contar!
Por fin se detiene y me mira de soslayo. Me pongo nerviosa conjeturando que me va a responder algo así como que soy peor persona de lo que él pensaba, o que esto que ha escuchado de mí no se lo esperaba, ya que en su semblante puedo observar algo de asombro y frustración, quizá también ahora habité en su corazón mucho de decepción.
¡Y Dios me escucha!, pues mi esposo justo terminando la adoquinada calle, en la rotonda frente a la entrada al Fuerte Rif me habla finalmente, –pero en un tono muy calmado– para decirme que lo espere aquí un momento, y caminando con rapidez se adentra por el escarzano arco de piedra, –con sus retorcidas rejas abiertas de par en par– invitándole a perderse de mi vista dentro de su penumbra; perpleja me quedo a solas nuevamente, con los dos pilares maquillados de un amarillo mostaza frente a mí, sosteniendo entre sí, el gran letrero gris con sus letras vino tinto, dándome la bienvenida.
Abandonada ahora por mi marido, me veo rodeada de amplias sonrisas y cordiales saludos de las personas que pasan por mi costado, mientras que algunas familias que se quedan cerca buscando urgidas una mesa libre para descansar, y otras parejas de enamorados que saciados de besos, caricias y alcohol, abrazados se marchan buscando tal vez mayor privacidad. Y así van transcurriendo los minutos, colocando en pausa no solo los agridulces recuerdos, si no esta conocida sensación de liviandad corporal y aturdimiento mental causado por el delicioso ron.
Muchos semblantes son de trotamundos que entusiasmados, se cruzan por delante de mí aguzada visión, compartiendo su alegría y algún que otro trago con cualquier desconocido, sin ningún tipo de egoísmo. Y rostros más serios pero respetuosos, demuestran que a pesar del cansancio de trajinar durante el día, están dispuestos como siempre a colaborar con alguna indicación solicitada. La gente local es muy Dushi y amable, a pesar de que a estas nocturnas horas, tan solo deseen llegar cuanto antes a sus casas para descansar.
Reviso el móvil mientras que regresa Camilo y al no tener mensajes, decido llamar por la aplicación de mensajería a Iryna para saber algo de mi hijo, y aunque la veo en línea, mi «amiguis» rusa no me responde. Espero unos minutos más y la sigo viendo conectada, tal vez ocupada chismoseando como de costumbre con alguna de las otras vecinas.
De piedra, como los fortificados muros de este fuerte quedo yo, al escuchar con excesiva claridad mi nombre, –lo oigo no demasiado lejos– y darme cuenta que haciéndose un hueco entre dos señoras que vienen carreteando un cochecito para bebes, y un señor de barba rubia, bastante panzón con tres o cuatro bolsas de las compras en sus manos, sale de la oscuridad mi marido presuroso, acercándose mientras sostiene en su mano izquierda una nueva botella de Ron Viejo de Caldas, y en la diestra su teléfono alejado unos treinta centímetros de su faz. ¡Feliz y muy sonriente!
—Bueno loquito mío, –es la conversación que le escucho a mi esposo y me siento gratamente sorprendida– te voy a pasar a tu mamá y me alegra que te divirtieras con Natasha y con Jorge en el centro comercial. Nos veremos pronto. ¡Ahhh! y te lavas los dientes después de cenar. ¡Te amo! —Con razón. ¡Por eso es que Iryna no me contestaba!
— ¡Loco túuuu! Chao, papito feíto. ¡Jijiji! —Observo en la pantalla como le responde mi hijo con su lengüita asomándose burlona por su rosada boquita y con sus cachetes inflados, feliz de ver y hablar con su padre. Mi be… ¡Mierda! En serio tendré que morderme la lengua. Cuando ya me ve en la pantalla, mi pequeño príncipe me saluda, cariñoso como siempre.
— ¡Mamiii, mamitaaa! ¡Mira lo que me compraron en el centro comercial! —Y mi pequeño me muestra un camión amarillo de construcción muy grande. Tan inmenso es, que creo que Mateo va a poder sentarse encima de él y no lo aplastará.
— ¡Qué lindo, hijo! ¿Diste las gracias a Naty y a Jorge? —Le pregunto y tan solo mueve su cabecita hacia arriba y hacia abajo, confirmándome eso sí, con carita de apenado.
— ¡Llego la pizza! —Escucho la voz de Naty gritar al fondo, por supuesto sin que la pueda ver en la imagen y mi travieso Mateo de inmediato salta de la dicha, dándome la espalda y echa a correr hacia la puerta.
— ¡Oyeee, al menos despídete de tu mama! —Le grito, pero mi pequeño muy emocionado ha decidido cambiar a su madre por su comida preferida. O sea, por un pedazo de masa con queso mozzarella, aceitunas verdes, alcaparras, salsa de tomate y unas sabrosas anchoas. ¡Perdonable su hambrienta inocencia!
—Meli, ya te lo traiga para acá de una oreja. ¡Niñito malcriado venga para acá a despedirse de la mami! —Le habla Iryna, caminando apresurada detrás de él, y la imagen que me brinda la cámara de su móvil se balancea bruscamente, logrando marearme un poco.
—Fresca amiguis, déjalo que ya mañana nos veremos. Y muchas gracias de nuevo por cuidármelo. —Le comento sonriente.
—Tu quédate muy tranquila, Meli. Y terminen de hablarlo todo con calma y mucho de comprensión. —Me responde serenándose, con su enredado acento.
—Ok. Ahora disfruten su pizza. Hasta mañana amiguis. —Y termino la videollamada, para darme cuenta de que Camilo, ubicado a mi costado, mantiene una expresión de felicidad y relajación. Le hago entrega de su teléfono celular y entonces él me habla pausadamente…
—Bueno Mariana, pues ya que estamos más tranquilos sabiendo que Mateo se encuentra bien, tú y yo podemos continuar donde lo dejamos. Si quieres seguimos caminando o si prefieres descansar tus pies, podemos sentarnos por allí. —Y me enseña con un gesto de su boca una mesita disponible, con cuatro sillas de madera justo al lado del muro de piedra.
—Me parece bien, cielo. De paso nos preparamos otro ron con Coca-Cola pues creo que lo vamos a necesitar. —Le respondo con seguridad y caminamos hacia el lugar, no muy apartado de las demás personas, pero ellos están felices en su cuento y mi marido y yo, por el contrario, sumidos en nuestra tragicomedia.
Me acomodo en la silla lateral cercana a la antigua pared de piedra, que desprende todavía el calor acumulado durante el día, y Camilo lo hace en la parte opuesta acomodando la suya para quedar mirando hacia la fuente, dándome cuenta que se encuentra demasiado relajado. ¡Pobrecito, no sabe lo que le espera!
—No creí que te lo fueras a tomar tan bien. Pensé que al contarte de cómo te había sido infiel por primera vez, te iba a afectar sobremanera. Pero ahora veo que no. ¿Es porque lo hice con una mujer? ¿Acaso con ella o con otra mujer no implica para ti infidelidad? O la traición se minimiza para ti, porque a la larga eres como todos los demás hombres, que fantasean y se excitan al ver a dos mujeres acariciarse y besarse. —Le cuestiono.
—No es por eso Mariana. Por supuesto que estoy sorprendido y sin embargo al escucharte con atención, no me siento traicionado pues era parte de una respuesta tuya hacia ese estúpido que te retó por aquel juego, y además porque ese beso no implicó ningún sentimiento en ti, fuera de darle un escarmiento. O tal vez es porque a tu historia le falta una parte importante. ¡Lo presiento!
—Y es como si ahora reviviera dentro de mí la angustia, similar a la que sentí aquella noche, cuando me acosté con Mateo en nuestra cama, apagando todas las luces para intentar que se durmiera pronto y yo a pesar de intentarlo, intranquilo no podía descansar, porque un presentimiento en mi interior me alertaba de que contigo algo no anda bien. ¿Me equivoco? —Mientras que está hablándome, Camilo procede a destapar la botella de ron, y de su mochila extrae dos copitas plásticas que seguramente adquirió en la tienda, para verter en ellas la bebida hasta colmarlas. Luego con cierta parsimonia, en el usado vaso de cartón sirve hasta la mitad, la ya caliente gaseosa.
—De nuevo estas en lo cierto. —Le respondo, y a pesar de que los dos llevamos esta conversación tan calmada, los nervios nos traicionan.
A Camilo el ansía por saber más detalles, le provoca que el cigarrillo que toma de su cajetilla, al darle golpecitos al filtro contra la superficie de la mesa para apretar más el tabaco, salte de sus dedos por el aire y se le caiga al suelo. Y a mí, por querer alcanzarle mi encendedor para que lo encienda, en un momento de torpeza, riego igualmente sobre la mesa el contenido de mi copa, al tropezar sin querer con mi codo el pequeño envase.
— ¡Oopss, que torpe! —Le digo cuando clava su mirada de extrañeza sobre el amorfo charco de ron, después de recoger su cigarrillo, y tomo del interior de mi bolso, los pañuelos faciales para limpiar este desastre. ¡Ojala todo lo que he destrozado en mi vida, fuese tan fácil de arreglar!
—Tranquila, Mariana. ¡Que este primer trago, sea para aquellos que ya no están entre nosotros! —Y con su dedo índice, –repitiendo la operación hasta tres veces– encausa el pequeño pozo hasta lanzarlo por el borde de la mesa hacia los adoquines.
Yo sonrío y le ayudo secando con dos pañitos faciales los restos de mi estropicio, mientras él enciende su cigarrillo y sosteniéndolo entre sus labios sirve, nuevamente, el ron en mi copa. Sin afán toma uno de los pañuelos de papel desenvolviéndolo, lo dobla en dos a la mitad y lo envuelve con cuidado en su dedo índice, para terminar dándole forma de cucurucho y lo coloca aplastándolo por la base en el centro de la mesa para utilizarlo como cenicero.
De manera humilde le doy las gracias y tomo mi copa elevándola frente a su rostro, para libar con serenidad, mojando de a poco mis labios cual si fuese un ritual religioso, saboreando este exquisito ron antes de pasármelo de un solo envión y de clavarle a mi esposo el puñal que no esperaba recibir de mí en su pecho. ¡Pufff! Suspiro y tomo aire, necesitada de un impulso para continuar.
—Cómo te decía y tú lo sospechas, esa noche ocurrió algo más. Diana propuso seguir jugando pero yo tras dar el último sorbo al coctel, me puse en pie y les respondí a los cuatro que para mí ya estaba bien de juegos. K-Mena retirando por fin las manos de su rostro me miró angustiada, como si creyera que era por su culpa que yo me marchaba e hizo el intento de detenerme agarrándome de la mano.
— ¡Te queda la mitad de la cerveza, flaquis! Tómatela con calma y nos vemos en un rato. Voy a llamar a mi marido para saber cómo se ha portado nuestro hijo. —Le dije y ella con su bonita sonrisa, manteniendo el rubor en sus mejillas, aflojando el agarre se volvió a acomodar en su asiento. Fui directamente a la recepción para solicitar la llave de la habitación y reclamar de paso las tres toallas.
—Como sabes nuestra habitación estaba ubicada en el tercer piso, así que deseché la idea de subir por el elevador y utilizar las escaleras. En el rellano del segundo piso tuve la sensación de ser perseguida, por lo que me arrimé hacia la alfarda agarrándome nerviosa de la barandilla y me detuve un instante para observar si alguien me seguía o era simple y llanamente un temor irracional, más no ví a nadie. Unos escalones antes de llegar al tercer piso, todo permanecía a oscuras y al colocar mi pie sobre el último peldaño, el detector de movimiento se activó, iluminando por completo el pasillo.
— ¿Me sirves otro trago, por favor? Lo necesito. —Se lo solicito pues me siento ahora bastante apenada con Camilo. Mientras destapa la botella, yo me llevo a la boca un cigarrillo y nerviosa lo enciendo. Luego recibo la copa y doy un corto sorbo, mientras mi mirada no abandona la tristeza de sus ojitos cafés.
—Descuidada, dándole vueltas a lo vivido con K-Mena, caminé hacía la habitación con la llave en mi mano derecha, apretando bajo el brazo las toallas, colgando del hombro mi pequeño bolso y en la mano izquierda bien agarradas las dos piezas del bikini fucsia que me había quitado delante de ellos. Con la llave puesta en la cerradura a punto de girarla para abrir la puerta, sentí el ardor en mi nalga derecha de una palmada bien dada, sonora y obviamente no esperada. Instintivamente me giré hacia ese costado para ver quién era él chistoso o la graciosa. No vi a nadie y al volver mi cabeza hacia el otro lado, me encontré con un rostro que se aproximó al mío en fracciones de segundo. Apuntó su boca hacia mis labios y me besó. Me sorprendió. ¡Te lo juro, mi vida que fue así!
—Déjame adivinar. Era ese hijo de puta. ¿No es así? ¡Dime por favor que al menos le diste un merecido bofetón! —Camilo se enfurece y me habla fuerte sin importarle que las personas se enteren de nuestra conversación.
—No pude cielo, pero lo intenté. –Le respondo y un… ¡Malparido abusivo!, se le escapa de la boca a mi marido. Más bajo de tono, eso sí.
—Sin embargo fue más ágil que yo y me sujetó de la muñeca, dejándome el brazo derecho en lo alto. Aún sorprendida, mantenía la otra mano con el puño cerrado, ocupada con la braga y el sostén. Aprovechando su corpulencia, terminó él por darle vuelta a la llave y me empujó hacia el interior de la habitación, trastrabillando en medio de la penumbra, me vi sometida ante su fortaleza y terminé con mi espalda recostada contra la puerta cerrada del baño.
Camilo se levanta un poco de la silla y apoya sus dos manos sobre la mesa, inclinándose hacia mí, –con la mitad del cigarrillo consumido entre sus dedos– rojo de ira, totalmente enfurecido para preguntarme por algo que podría usar para justificarme, si continuara siendo deshonesta con él. Si volviera a ser la de antes.
— ¿Te forzó? ¡Mariana, dime!… ¿Ese malparido te violó?
— ¡No! —Monosilábica le respondo y observo como su semblante cambia en este instante. Palidece y se derrumba mi marido en medio de sus erradas suposiciones nuevamente en su silla, la desdicha lo vence por la corta pero sincera contundencia de mi respuesta. Sus ojitos cafés de nuevo le brillan pero esta vez por la dolorosa humedad que le causa conocer mi verdad y yo, avergonzada, cubro de a cuatro dedos por ojo los míos, para hacerle un sentido coro a su llanto con mis lágrimas.
Transcurren los minutos, entre el festivo ruido circundante y nuestro incomodo silencio. Le escucho llorar quedamente, aspirando oxigeno por la boca y expulsarlo nuevamente por allí con fuerza, igual a como lo hago yo, suspirando de la misma manera como sollozo yo, sorbiendo con un ruidito fuerte y corto, igualito a como succiono la humedad de mi nariz. ¡Mi esposo descargando en llanto su dolor y yo, cargando de pena y remordimiento cada lágrima que derramo!
—No sé qué decirte, ni siquiera sé cómo debo de tratarte de ahora en adelante Mariana, –suspira hondamente. – ¡Pufff! Porque una cosa es haberte imaginado haciéndolo con él y otra muy distinta es escucharlo de tus labios.
Resignado, claramente decepcionado me habla Camilo, retirándose la gorra de beisbolista con una mano, sosteniéndola por el borde de la visera, abanicando con ella el espacio vacío entre sus rodillas y manteniendo clavada su mirada hacia el piso; con la colilla apagada en el medio de sus dedos, sin arder y sin vida. ¡Como ahora se encuentra él!
—Camilo yo… ¡Yo te entiendo y me pongo en tu lugar! Comprendo tu dolor, tu rabia e impotencia. Es lo lógico ¿No? Y puedes llamarme como lo sientas o prefieras. ¡Puta!, ¡Ramera!, ¡Sinvergüenza! Sin embargo, tus suposiciones están erradas, al igual que las expectativas de José Ignacio esa noche. ¡Porque no sucedió lo que te imaginas! No al menos tan complejo y de la forma que lo has recreado en tu mente. —Levanta mi esposo su cabeza, la gira y me observa con detenimiento. Su mano izquierda se desplaza sobre ambas mejillas para retirar el cauce de sus lágrimas y deposita dentro del cucurucho de papel los restos de su cigarrillo, luego con sus ojos aguados y enrojecidos me observa y contrae los labios, con la clara intención de preguntarme algo que todavía oscurece su razonamiento.
— ¿Qué intentas decir? ¿Acaso es qué no sucedió? ¿Qué más te falta por contar? —Dispara sus inquietudes en seguidilla.
—Te digo que lo puse en su lugar. Tal vez en uno que es distinto a lo que sospechas y que él mucho menos se lo esperaba. Y te aclaro de antemano, que yo en esos instantes no pensé que José Ignacio lo aceptaría, así como así.
—No entiendo nada Mariana. A ver, explícate mejor o terminaras por hacerme explotar la cabeza.
—Camilo, me da pena contártelo porque lo único es qué… ¡Fue mi culpa! Maldita sea, saqué el valor necesario para enfrentarlo, para minimizarlo. Solo quise vengarme y sobreponerme a su prepotente actitud. Por querer hacer más esa noche con él, hice menos el resto de mis días contigo.
—¿Me sirves otra copa, por favor? Y de paso bebe conmigo otro trago, porque lo necesito para darme valor, porque te va a hacer falta para que me entiendas y tengas algo de claridad. ¡Al menos un poco, por ahora!
Y me sirve. Espero a que colme su copa. Levanto la mía y el la suya. Bebemos al tiempo, sin decirnos nada pero mirándonos nos decimos todo. Camilo con su orgullo herido y su amor por mí, agonizando. Espera a que continúe y yo con vergüenza, sin poder borrar ese absurdo pasado y siendo rehén de mis acciones, prosigo con los recuerdos.
—Después del estupor que me causó, le dije: ¡Oyeee!… ¿Pero qué mierdas crees que haces? ¡A mí no me tratas así! Que confiancita la tuya. ¿Qué quieres Nacho? Y le grité con bastante enojo, mientras él me mantenía sujeta con mi brazo derecho en alto y su rostro a pocos centímetros del mío. Su torso bien pegado a mí y con su otra mano libre sin brusquedad pero con determinación, apoderándose de mi cuello.
—Me han dicho que las feas como tú, hacen el amor como locas. ¿Es verdad? —Me habló sonriéndose, enseñándome su dentadura perfecta y enrareciendo con su respiración el aire que entraba por mi nariz, con su aliento a cerveza.
—Por supuesto. ¿Te gustaría comprobarlo? —Le respondí franca y directa, intentando demostrarle que para nada me sentía intimidada.
— ¡Obvio, bizcocho! —Como lo supuse, me respondió confiado e hizo de nuevo el intento de besarme. Giré mi rostro y sus labios fueron al encuentro de mi oreja. Allí se entretuvo soplando con cálida suavidad, recorriendo con la punta de su lengua la curva del hélix, humectando con su saliva cada cavidad; posteriormente chupándome el lóbulo, jugó con su lengua a balancear mi candonga de oro, una y otra vez. No pude evitarlo y algo sentí revolcarse en mi estómago y, te puedo jurar que no fueron mariposas, esas sensaciones solo las sentido contigo. Sin embargo he de reconocerte que desde mi vientre bajó una corriente eléctrica hasta mi entrepierna, pero no se lo demostré.
—Jajaja. Claro, claro. ¡Ya quisieras y hasta brincos dieras! En serio, déjame en paz que las otras no demoran. ¿Qué quieres? —Le pregunté, a la vez que apretando el puño de mi mano izquierda, –sin soltar las piezas del bikini– intentaba ejercer sobre su pecho, la fuerza necesaria para apartarlo y liberarme de su acoso.
— ¡Enseñarte cómo es que un macho como yo, besa a una hembra como tú! Y por ellas no te preocupes, que le recomendé a Carlos que las mantuviera bien entretenidas. —Me contestó con su característica forma de hablar de los demás, soberbio y petulante.
Camilo termina de beber su copa de ron y luego toma un poco de la gaseosa, inquieto y divagando con seguridad entre lo que le estaba revelando y las ilusiones que él tenía, reflejadas en su rostro, de que esa noche con Chacho, no hubiese ocurrido nada inconfesable.
—Sí cielo, esa fue su respuesta. Normal en él por su alborotado ego. Pero para un adonis altanero, su contraparte sería yo. ¡Una blanca diosa pero muy oscura! Tan deseable como prohibida, inalcanzable para él siendo mujer ajena y hasta ese instante digna. Le pondría en su lugar arrebatándole sus narcisistas ínfulas, poco a poco. Y meditando con celeridad, pensé… ¡Sí tanto lo quiere, que se esfuerce y le cueste!
—Jajaja, si por supuesto. Ya vi como de apasionado es que besas tú y se me hace que no me pierdo nada raro ni estimulante. «Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir.» Citando aquellas palabras terminé por contestarle.
—Extendió su brazo izquierdo a mi costado derecho apoyando la palma de su mano en el marco de la puerta del baño y tras liberarme de su agarre, con los dedos de su mano derecha acarició mi mejilla izquierda para posteriormente pasear las huellas dactilares del dedo índice por el borde bermellón de mi labio superior, deteniendo el tacto al llegar a mí arco de venus, deslizándolo después por la contigua arista hacía mi labio inferior, presionando el lugar que tanto te gusta de mí, como aprendiéndose de memoria los senderos hacia mi boca.
— ¿Tu lunar? —Me pregunta, aunque sé que mi marido conoce con claridad la respuesta.
—Sí, cielo. Lo más sexy de mi boca, según tú. Y no me opuse, le dejé que lo hiciera. Pero le sonreí de manera sarcástica y con un lento movimiento, aparté hacia el otro lado mi rostro y su dedo apenas si rozó el mentón, para terminar apoyando los demás dedos de su mano en la base de mí cuello. Poderosa me sentí, pues teniendo su boca a escasos centímetros frente a mí, –buscando y deseando algo más– aquel estúpido que me había ofendido tanto, no logró su fin; no le brindé mi boca ni le dejé saciar su sed en mis labios, para que continuara sintiéndose el «siete mujeres», deseado por todas. Y rechacé con diplomacia esa petulancia de siempre, con sus aires de conquistador flotando en aquel beso que intentó darme y yo… ¡Se lo desprecie!
—Con soberbia le aparté aquella mano, que ya deslizaba por mi cuello con la intención de agarrarme una de mis bubis, –aprovechando que la oscuridad reinaba nuevamente en el pasillo– la de la izquierda, que era cubierta por la tela azul con el escudo estampado de tu equipo del alma. Por eso lo recuerdo bien.
— ¿Que intentas hacer? —Volví a preguntarle, con serenidad.
—Sentir como tienes de duros este par de garbancitos. Se nota que estás «arrecha» y me deseas. ¡Ya no mientas, ellos hablan por ti! —Me respondió excitado.
—Es verdad, Lo estoy. Pero ni creas que sea por ti. Por supuesto que me excité y se me humedeció todo, pero por el beso que nos dimos con K-Mena. —Le respondí altanera, rebajándome a su nivel, utilizando su mismo lenguaje soez, y él se arrimó más a mí, introduciendo su pierna en medio de mis muslos.
— ¿En serio te gustan las mujeres? Hummm… ¿O juegas a dos bandas? En fin, a mí no me importaría compartirte en la cama con otra mujer, como supongo que a tu esposo tampoco. Si es que él está al tanto de tus amplios gustos. ¡Pero en verdad lo dudo! Y sí, estuvo bien pornográfico ese beso pero yo lo hago mejor y más completo. —Me comentó en un tono bajo, casi susurrando al estar su boca muy cerca de mi oreja.
— ¡No me disgustó probar! Así que puede que de ahora en adelante, si se presenta la ocasión por supuesto que lo haré con ella o con otra mujer, pero no a escondidas sino con el consentimiento de mi marido y ante su presencia. Y deja de intentar tocarme las tetas, que ya estoy enterada de que no te agradan este par de huevos fritos, y ya que no traes encima ni un solo gramo de sal, he decidido no dejártelas probar. —Murmurando como él, yo le respondí. Burlona, honesta, desafiante.
— ¿Pero quién te dijo esa mentira? Si hoy al ver como se te mueven al caminar, no hiciste más que hacerme desear pasarme las horas de esta noche chupándotelas sin descanso alguno. —Me dijo, mintiendo con pasmosa serenidad, aunque si me sentí halagada.
—Se te podrá parar durante las horas de esta noche todo lo que quieras, pero vas a tener que hacerte una paja pensando en cómo las tengo en verdad, si al caso en un descuido te dejara verlas. —Le contesté, burlándome de él, amparada en la penumbra de la habitación.
— ¡Jajaja! Cómo eres de quisquillosa. Está bien preciosa, dame entonces ese beso, déjame chuparte esas téticas así quedamos en paz y de paso compruebas que no lo hago tan mal como crees. —Me desafió, esperanzado en que cayera rendida a su labia y a su encanto.
—Hummm, primero debo verificar que sea cierto lo que dices. —Le contesté, y a pesar de que no podía verle bien, estaba segura que sus ojos avellanas se le tuvieron que agigantar por lo sorpresivo de mi respuesta, y debido a lo fuerte de su respiración, percibí que acercaba nuevamente su boca hacía la mía con la intención de besarme.
Observo a mi esposo que ahora inquieto, se enciende un nuevo cigarrillo.
—Pero otra vez le contuve. Las dos piezas de mi bikini cayeron a mi lado sin que él se diera por enterado, y con los dedos de mi mano izquierda le apreté la nuez de Adán y le clavé un poco las uñas para decirle con autoridad…
—A ver Nacho, ¡¿qué parte de no, no entendiste?! —Y fue entonces cuando se me ocurrió, así de repente, una locura con la que intentaría, literalmente, ponerlo de rodillas en frente de mí.
—Vamos a probar como besas unos labios, pero no me refiero a estos, no. A los que tengo como dices que te imaginas, bien mojados aquí abajo. Arrodíllate y me demuestras como besas. Si lo haces bien, puede que te deje probar estos de aquí arriba. Si no me apetece cómo los haces, ve olvidándote de obtener el resto de mí cuerpo. —De improviso Camilo se pone en pie, como si un resorte ubicado en el asiento lo hubiese eyectado.
Me asusto pensando que quiera marcharse y dejarme allí, a punto de revelarle nuestro comienzo. El del inicio de mi relación con Chacho y el génesis de mis continuadas mentiras, extendidas en el tiempo para con el único hombre que debería haberme importado, mi marido. Por ello también me levanto de la silla y decidida, rodeando la mesa me acerco lo suficiente para tomarle por las manos, apretándoselas con fuerza porque siento que él no quiere escucharme más; sentirme la piel sobre la suya, mucho menos.
— ¡Lo lamento mi amor! Sé que te duele escuchar mis verdades, como si fueras un simple amigo y confidente, y no el abatido esposo enamorado al que yo le fallé. Pero lo necesito mi vida, en serio. Me urge explicarte todo, ahora que me has concedido por fin la oportunidad de encontrarnos para confesarme, después de casi siete meses sin saber nada de ti. ¡Ya falta poco mi cielo, para terminar de contarte como putas fue que inicié todo esto!
—Yo lo lamento más Mariana, créeme. Que injusta que a veces es la vida, pues para obtener tu perdón, ahora te ves obligada a lacerarme con los recuerdos de tus fallas y de tu traición. Y sin embargo como lo juras, tuviste que llevarme siempre en tu corazón incluso en múltiples ocasiones, por encima del amor que le profesas a nuestro hijo.
—Duele mucho Mariana, no te imaginas cuánto. Prometí a Rodrigo y a Kayra escucharte y es lo que intento hacer. No es fácil para mí y comprendo que para ti debe ser vergonzoso. Sigue hablando y terminemos con esto. —Me dice Camilo sin apartarse, dejando que sin hablarle, lo invite a sentarse nuevamente y yo me acomodo en la mía para continuar con lo que me falta por contarle.
Y soy yo quien ahora llena las dos copitas con el ron y el vaso de cartón con lo que nos queda de Coca-Cola. Un cigarrillo para mí, otra calada para él. Fuego para el mío suministrado por su encendedor.
—Pensé que diría que no, que yo estaba loca si creía que él se atrevería a chuparme la vagina. Pero silenciosamente se apartó hacia atrás un paso y dejé que sus manos se apoyaran respetuosamente en mi cintura. Resopló y agachó la cabeza intentando observar en medio de la oscuridad, cómo lentamente mis dedos desabotonaban el short.
—Cielo, te juro que lo hice pues no creía que él se atreviera, ya que si tanto alardeó de que nunca lo hizo con ninguna de sus conquistas, pensé que así el desistiría y me dejaría en paz. Que equivocada estaba, José Ignacio había perdido una batalla conmigo y por eso precisamente, deseaba continuar guerreando contra mi propuesta e intentando mantener intacto su orgullo.
—Separé hacia los lados cada extremo, los tres botones dorados hacia la izquierda, las alargadas aberturas de los ojales hacia la derecha. Dudé esperando su reacción y crucé sobre mi pecho los brazos. ¿Y sabes Camilo? Él se arrodilló, lo hizo hincando solo la rodilla derecha sobre la baldosa de cerámica y pude sentir el lento recorrido del tacto de sus manos por mi silueta, bajando por los costados hasta mis caderas. Luego dobló sus pulgares, enganchándolos dentro los bolsillos, jalando hacia abajo mi short, con algo de esfuerzo para evadir la amplitud de mis caderas y la redondez de las nalgas.
—Sí cielo, lo hizo sorprendiéndome y así me quedé de pie ante él inmóvil, exponiendo a media luz mi desnudez al escrutinio de sus ojos, de cintura para abajo.
— ¡Jueputa vida! Creo que me urge otro trago y esta vez sin rebajarlo con nada. Puro y duro como lo que me acabas de confesar ¡Tú necesitas otro! ¿O me equivoco? —Expresivo y grosero como casi nunca lo había escuchado hablar, me pregunta mi esposo sin levantar demasiado el tono de su voz, y yo asintiendo simplemente atino a desplazar la copa hacia su lado, sintiéndome muy avergonzada.