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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (20)

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20.    Luces sin colores, brillos en la oscuridad

Camilo echa hacia atrás su cuerpo y apoya el peso de su torso sobre los codos, posicionándolos sobre la alisada superficie de hormigón en la última grada, con sus piernas abiertas casi a cuarenta y cinco grados, pisando despreocupado la antepenúltima. Descuelga su cabeza hacia atrás, mirando hacia el cielo oscuro carente de estrellas y en su garganta observo como pasa saliva en una actitud pasiva, demasiada relajada para lo que está escuchando, confirmándolo con su respiración.

Parece disfrutar del mágico juego que mantiene la brisa con su pelo, que lo levanta brevemente y se le mantiene elevado, para luego de repente dejárselo caer de nuevo sobre las gotitas de sudor que cruzan su frente al amainar el viento, y así volver con otra nueva ráfaga a reiniciar el ciclo con otras hebras secas de cabello, pues las húmedas se le rebelan quedándose pegadas a la piel, sin ganas de entrar en el juego. Mi esposo cierra los ojos y se resigna a recibir otro duro golpe, dispuesto a escuchar algo que con seguridad ha de suponer, será finalmente mi completa entrega.

—Me alarmé mucho, pues pensé que algo grave le había sucedido. La llamé al móvil empresarial pues al recorrer con la vista las instalaciones del noveno piso, no la vi por ninguna parte. —Ahora sí, Camilo equivocado abre los ojos pero permanece con su postura extendida, mirando hacia las alturas.

— ¿K-Mena, donde estás? ¿Qué te sucede? —Le pregunté tan pronto escuché el tonito dulce de su voz al responderme con aquel acostumbrado… ¡Hola Chikis!, por saludo, seguido de un… ¡Te estoy esperando abajo, por favor no tardes!

—Tal y como me había dicho, me estaba esperando en el parking, recostada de espaldas sobre la puerta del copiloto de mi Audi, jugando con sus cabellos a enroscárselos con un dedo, en una actitud un tanto infantil. Doblado sobre el brazo pendía su abrigo de paño, pero su blusa beige con el discreto escote en V lucía extrañamente desordenada, ya que una esquina la tenía prácticamente por fuera y el otro lado si lo mantenía por debajo de la pretina de su falda blanca, que se envolvía ajustada sobre su cintura. Descolgado el brazo izquierdo por su costado, del puño cerrado descuidadamente colgaba su bolso marrón, hasta casi rozar el suelo. Yo la notaba extraña y en verdad me preocupé.

—Flaquis, ya estoy aquí. Cuéntame que te sucede. ¿Estas enferma? —Tan solo dejó de jugar con sus cabellos y como no me respondió de inmediato, me supuse lo peor.

— ¡Mierda! No me digas que discutiste con Sergio.

—Estoy bien chikis, no es nada de eso. Solo quería hablar hace días contigo pero no me atrevía y además no parabas de trabajar, sin dejar de entrar y salir de la oficina, en una frenética actividad que hasta a mí me llegaba a estresar. Por momentos llegué a pensar que estabas evitándome pero Nacho me hizo caer en cuenta de que solo era por estar ocupada finiquitando tus negocios. Así que esperé pacientemente hasta que hoy no aguanté más.

— ¡Cómo se te ocurre flaquis preciosa! Para nada. Es verdad que esta semana la he trabajado bastante, arriándome yo misma como si fuese una mula de carga. Necesitaba dejar lista la carpeta del negocio del fin de semana anterior. Discúlpame si no te presté atención flaquis, pero ahora ya tengo tiempo. Así que dime, ¿Cómo te puedo ayudar?

— ¡Aquí no! ¿Tomamos un café o algo por ahí? —Me respondió, pero no con aquella actitud tímida tan usual en ella agachando un poco la cabeza, si no de frente, sin apartar sus ojos grises de los míos.

— ¡Bueno, está bien! —Le dije y nos subimos al auto, para salir del edificio y encaminarnos hacia su casa. No encendí la radio para poder hablar con tranquilidad, mientras conducía pendiente del GPS para tomar la ruta menos transitada, pero sobre todo para poder prestarle toda la atención que de mí requería.

—Ok. Soy toda oídos, flaquis. Qué es exactamente lo que te sucede. ¿Qué necesitas?

— ¡A ti! —Su respuesta me tomó por sorpresa, hasta el punto que llegué a dar un ligero volantazo que sin llegar a ponernos en riesgo sí que hizo que se me encogiera el estómago.

— ¿A mí? No comprendo. —Le contesté intrigada. ¡Ajá, cielo, así como te está sucediendo ahora mismo! —Y es que Camilo, algo pasmado cuando se incorpora, se coloca de medio lado juntando las piernas, rozándome con sus rodillas y me presta mayor atención.

— ¡Me dejaste con tantas dudas, chikis! Sintiendo de todo donde antes pensaba que tenía prohibido sentir algo… Hasta estar casada. —Y agachando la cabeza, –muy apenada volviendo a ser ella– continuó diciéndome…

—Deli… ¡Deliciosa e inconfesable! Fue tan… Tan fuerte lo que me hiciste sentir con ese beso que no he podido olvidarlo. No pensé que pecar así fuera tan... ¡Desconcertante!

—Y apretando con fuerza mi mano derecha me dijo sin dilación…

— ¿Sabes? me arrepentí esa noche mientras intentaba dormir. Tener aquella extraña resequedad en mi boca, sintiendo cada latido de mi corazón y el no cesar de ese palpitar diferente dentro de mí… ¡Por allá abajo! Me comprendes, ¿Verdad? —Asentí y K-Mena prosiguió explicándose.

—Sentir todo aquello antes de llegar al altar estaba mal, mucho más al hacer algo así con una persona de mí mismo sexo. Pero haberlo hecho contigo… no sé. Me pareció muy lindo y lo que sentí, no me parece que esté mal. Tus labios me enseñaron una manera de besar diferente, intensa y… Qué pena decirte esto chikis, pero a mí… ¡Se me mojó bastante la cuquita!

—Me dejó sin habla, cielo. No pretendí cambiarla tanto al darnos ese beso. ¡Es más! No pretendía nada y sin embargo, ya vez en qué tesitura llegó a ponerme. Por lo que con ese comentario, en lugar de sentirme halagada, me hizo considerar que había abusado de su genuina inocencia y me apené muchísimo.

—Mariana, es lógico que ella siendo tan rigurosa con sus preceptos religiosos como me has comentado, después de probar ese beso contigo, se sintiera desubicada y pensara de manera diferente. Ese riesgo debiste tomarlo en cuenta antes de besarla. Sabes bien que jugar con fuego conlleva algunos riesgos, y no me refiero estrictamente a la posibilidad de quemarle con tus llamas, si no al hecho de que finalmente terminen todos por… ¡Añorar el calor de tus brasas! —Y este comentario suyo, que al parecer lo ha dicho con su segunda intención, me resbala pues de Chacho no extraño casi nada, en cambio de ella...

—Bueno… ¿Y entonces qué pasó después? —Me pregunta, no sé si con desgana, con indiferencia o con un mal disimulado interés.

—Me comentó, que si esas sensaciones en su cuerpo se las estaba perdiendo por mantener toda su vida en regla, y ya que la sentía desordenada después del beso, necesitaba experimentar mucho más antes de llegar al altar.

— ¡Ya lo tengo decidido chikis! ¡Quiero que me enseñes más! —Se le iluminaron los ojos y acarició con ternura mi mejilla, con el dorso de su mano.

—Pero flaquis, para eso tienes a Sergio. —Le respondí tajante. Háblalo con él y sincérate si realmente eso es lo que sientes y quieres, y se ponen de acuerdo para… ¡Practicarlo! Lo que pasó entre nosotras fue solo una calentura por culpa del alcohol y las pruebas de ese tonto juego. —Tan pronto le dije aquello, K-Mena cubrió la palidez de sus ojos grises cerrándolos, y echó la cabeza para atrás hasta golpearse contra él cabecero del asiento, para luego ocultar entre sus manos el rostro y ponerse a llorar.

—La luz roja de un semáforo nos detuvo y decidí aprovechar para abrazarla, sentía la necesidad de darle mi apoyo, brindarle ese ánimo que parecía faltarle, pero me apartó con su brazo. Le dolió mucho que yo le hubiese restado importancia al beso que nos dimos. Francamente me sentí mal por ella y la sensación de culpabilidad produjo que en los míos, igualmente brotaran lágrimas. Guardamos silencio mientras avanzábamos lentamente para tomar la calzada paralela a la autopista, y allí con tristeza me habló.

—Con Sergio lo intenté, dos veces esta semana. Me rechazó e incluso se extrañó por el novedoso movimiento de mis labios sobre su boca al besarlo. Le dije que así se debían besar las personas cuando se amaban, pero me respondió con vehemencia que no lo tentara y esperara mejor a que llegara nuestra noche de bodas. ¿Qué faltan pocos meses para ello? ¡Sí es verdad! Pero chikis, quiero llegar a ese día sabiendo más y conociéndome mejor. Definitivamente con Sergio no obtendré nada por ahora y yo, necesito explorarlo antes y que mejor que contigo, con la amiga que quiero tanto y me comprende.

—La verdad mi vida, no supe que responderle en el momento y afortunadamente el trancón por la autopista no permitía que anduviéramos rápido, porque sentí que se me congelaba todo y quizá hubiera podido causar un accidente. Me sentía nerviosa, desubicada, y afortunadamente la vi. No estábamos lejos y decidí que me detendría en aquella panadería donde te di el… ¡Sí, quiero!

Mi smartwatch alarmado, suena y vibra desviando hacia mi muñeca la atención que me prestaba Camilo, enfrascado en el azul de mis ojos.

—Hummm, ya es hora de mi medicamento, pero con tanto alcohol recorriendo mis venas, creo que por hoy la dejaré de tomar. ¡Ehhh, es para calmar la ansiedad y poder dormir relajada! —Le comento para aclararle y que se le quite esa carita de intriga y preocupación.

—Desconocía que estabas medicada, de lo contrario solo te hubiese ofrecido jugos naturales o agua mineral. Y… Mariana. ¿Es muy fuerte la depresión?

—No te preocupes, no es grave la cosa. Fue difícil al principio, lo reconozco. Pero mi mamá me llevó a donde la hija de una amiga suya, Ivonne, quién es una excelente psiquiatra. Pero tranquilízate, ya está controlada. ¿Vamos hacia allá? ¡Es que estoy que me fumo! —Y le señalo el centro de la plaza que se encuentra casi vacía.

—Ok, es buena idea estirar las piernas un poco. —Le respondo y tan pronto como tomamos nuestras cosas, le ofrezco mi mano para ayudarla a descender con cuidado los peldaños.

Siento su mano sudada, algo fría, y al afirmar sus dos pies sobre los adoquines se la suelto, dejando que avance unos dos pasos por delante, permitiéndome observar la esbeltez de su figura y el bamboleo de su recortada cabellera, algo desordenada por la brisa. Y me dan ganas de hundir mis dedos bajo esa lisa oscuridad y acariciar su nuca como antes lo hac…

—Dos cafés con leche, un muffin de chocolate con nueces para ella y una dona rellena de crema chantilly para mí, fueron testigos de excepción de los pormenores de aquella conversación entre un par de amigas, –una de ellas algo desubicada y la otra, quizá perdida– de mi franca respuesta a su petición y al terminar el ultimo bocado, de su absurdo vaticinio. Y todo por mi culpa, debido a mi personal disputa con José Ignacio. —Me va comentando Mariana sin mirarme, cortando de tajo mis intenciones, mientras la veo buscar en el interior de su bolso negro la cajetilla de cigarrillos.

—Haber flaquis, me estoy muriendo de la curiosidad por saber qué es lo que tienes pensado. ¡Mírame! —Le ordené con suavidad pues agachó su cabeza y encarceló por vergüenza su carita entre sus dedos, y le pregunté nuevamente…

— ¿Qué tanto es lo que quieres que te enseñe? —prosigue recordando y yo le acerco la llama de mi mechero a la punta de su cigarrillo.

Mariana aspira fuerte y luego suelta el humo lentamente por la nariz para formar un denso muro de humo que se eleva por sobre sus marfilados pómulos, cubriendo momentáneamente sus ojos, disipándose al cruzar desordenado por su frente.

—Pues saber de todo. Ya sabes, –en ese momento, cielo, cambió la modulación de su voz y titubeando continuó con su charla. – aprender a sentirme más mujer, acariciarme y tocarme toda pero… bien hecho. ¡Meli!, ayúdame por fis a vencer mis estúpidos temores y a dejar esta vergüenza de tocar mi propio cuerpo. Pero también chikis, necesito aprender a besar un… ¡A lamer un pene! Y como cogerlo bien para tocárselo y masturbarlo. ¡¿Las peloticas también hay que chupárselas?! No sé chikis, son tantas cosas en las que he venido pensando todas estas noches y que necesito experimentar a la vez, así que yo…

— ¿Tú qué? —Le insistí pues se quedó pensativa bastantes segundos.

—Yo solo puedo pedírselo a las dos personas en las que más confío para que me enseñen sobre eso. ¡Nacho y tú!

—Ajá. ¡Si claro cómo no! Con seguridad que él se va a conformar con unas cuantas caricias y que le pegues una que otra mamadita, y no va a querer hacer nada más después. Ja-ja-ja. ¡Por favor nenita, no me hagas reír! A estas alturas no puedes continuar siendo tan inocente.

—Nacho me comprenderá, estoy casi segura de que no me pedirá nada más. Él me respeta. Además, ¿Quién aparte de él, tiene la suficiente experiencia para decirme si lo hago bien o no?

— ¿Y no es acaso una traición para con tu novio? ¿Te vas a arriesgar a perder a Sergio engañándolo con su mejor amigo? Cuando lo más lindo de ustedes dos, es que lleguen a la noche de bodas inocentes y en todo sentido, ¿se vayan descubriendo poco a poco? ¿Qué más quieres? ¿No te provoca que de paso te preparemos una limonadita de mango?

—Meli, creo que la inocencia no debe ser sinónimo de ignorancia. Quiero que Sergio encuentre en mi a una verdadera mujer, una amante completa y que no termine buscando por fuera, lo que dentro de nuestro nuevo hogar y por mi oscurantismo sobre sexo, él sienta que le hace falta.

—Pues mira flaquis, es que no veo la manera en que yo te pueda enseñar a tocar tu cuerpo. Tendríamos que estar a solas y vernos las dos casi desnud… ¡No, no creo poder! Me da vergüenza hacer lo que me propones. Créeme que ese beso también fue mi primera vez con una mujer y sí, fue rico y excitante, lo reconozco. Novedoso si te soy sincera, pero hasta ahí. Me he sentido mal con mi esposo, pues es como si le hubiese puesto los cachos. Además flaquis, para despejar esas dudas existen infinidad de libros y multitud de videos, no sé cómo yo…

—Sí, obviamente voy a ir a una biblioteca pública y en la sala, delante de todos voy a practicar. Ahh, y en la casa por las noches en mi habitación, justo al lado de mi hermanita menor, me voy a poner a ver videos pornográficos, esperando a que todos se duerman para que no me pillen mis padres y exponerme a que si lo hacen, me excomulguen o me envíen a algún convento. ¡Si claro, por supuesto! ¿Por qué no lo habré pensado antes? ¡Con lo fácil que era!

— ¡Chikis, podré ser inocente pero no estúpida! Por eso es que te necesito, ayúdame con la experiencia que has tenido con los hombres y que vives a diario, pues lo haces día tras día en tu cama con tu marido; podrías enseñarme y sí, creo que contigo será menos vergonzoso y peligroso. Por eso te necesito. ¿Acaso cómo empezaste a hacerlo tú? ¿Sola? ¿Nadie te enseñó o te ayudó? —Me preguntó, y recordé en ese instante a mi amiguita Laura, una vecina con la que jugábamos en nuestra casa.

— ¿Laura? ¿Y esa quién es que no la has nombrado antes? —Le hago las preguntas a Mariana, pues durante tantos años juntos, –varias semanas como amigos, catorce meses de novios y después de años ya casados– jamás la había mencionado.

—Ufff, eso fue hace mucho tiempo, cielo. Crecimos juntas y supongo que al tener las mismas dudas, propias de nuestra pubertad, en una de las varias pijamadas en su casa o en la mía, aprovechamos la oscuridad e intimidad de nuestras habitaciones, ya que nuestras muñecas y peluches siendo testigos no podrían divulgar nuestras conversaciones al hablar de sexo y mucho menos exponer a los adultos, los juegos de nuestras manos bajo las sabanas, inquietas por emprender la aventura de explorar lo desconocido, tocándonos por aquí y por allá, comentando entre risas lo que sentíamos y los gestos que habíamos visto aparecer reflejados en la cara de la otra.

—¡Pero éramos unas niñas!, en cambio en ese «ahora», se trataba de aceptar hacerlo en frente de la mujer que por debajo de la cuadrada mesita en esa panadería, me sujetaba con suavidad de la mano y, por encima de ella con sus ojitos grises entornados, prácticamente me suplicaba que la ayudara.

—Uhum. Y supongo que «Sor Mariana, Patrona de los Desamparados» no supo decir que no y abstenerse de seguir metiendo la pata con su marido, y servicial, salió corriendo al rescate nuevamente de una desconocida, sin pensar si con ello seguiría destrozando su vida y la de aquellos que la compartían con ella. ¿O me equivoco?

—Mi vida, pues porque a mí… ¡A mí, su amistad me importaba mucho! Y comprendo que K-Mena expuso en frente de mis ojos un problema de fácil solución, al cual podría negarme rotundamente, si no me importara su relación sentimental con Sergio. Pero cielo ya me conoces, la vi tan decidida y a la vez tan vulnerable, que me sentí obligada a buscarle otra salida para evitar que arriesgara su virginidad con José Ignacio, y frente a lo complejo del tema, terminara de suceder lo evidente. ¡Acepté, por supuesto!

La reacción en mi cara frunciendo el ceño, le dará la sensación de que nuevamente me anticipo a los hechos, o de que analizo algo, reconstruyendo sin tener todas las piezas listas; eventos que obviamente sucedieron pero que desconozco totalmente, y por ello ahora, solo puedo dejar este puzzle sin armar, en espera de que mi esposa se digne a continuar martirizándome con sus recuerdos.

—Se nos hacía tarde, así que salimos con algo de afán, agarradas de la mano como un par de novias y con una sonrisa de satisfacción en K-Mena, de oreja a oreja, mientras que en la mía un gesto de aceptación con mis labios, ocultaba mi verdadera preocupación. La dejé en su casa solicitándole tiempo para planear ese encuentro y al llegar a la nuestra, –todavía pensativa– ingresé por la entrada lateral de la calle, justo iluminando con los faros de mi auto, la parte trasera de tu camioneta, que buscaba tomar la curva para girar por la carrera hacia la entrada principal.

Camilo con el cigarrillo apretado entre sus labios, parece no querer prestarme atención y con una mano agarra la driza, mientras que con la palma de la otra, golpea dos veces con algo de fuerza el asta de la bandera, –que a estas horas por la poca brisa que se deja sentir, parece resignada a echarse una siestecita– mientras con seguridad, debe estar pensando en lo que le acabo de decir.

—Creo que no me viste llegar, –y voltea a mirarme sin soltar la cuerda– ni tampoco sentiste mis pasos cuando prácticamente te sorprendí por la espalda saltando sobre ti, cercando tu cintura con mis piernas y cubriéndote los ojos con mis manos, mientras dabas vueltas en círculos para defenderte de la graciosa esposa que te asaltaba entre besos a tus mejillas y sonoras carcajadas cerca de tu oreja, con las llaves de la casa tintineando en tu mano derecha y los dedos de la otra pellizcándome las nalgas, para conseguir que bajara de mi cabalgadura. —Y logro finalmente que Camilo, retirando el cigarrillo de su boca, se sonría al recordarle aquel encuentro.

—Felices, enamorados y juguetones como siempre. Ambos lo necesitábamos después de laborar tan duro aquella semana. Tú, cansado de asistir a reuniones con los ingenieros para darle el visto bueno a los costos y a las obras de paisajismo, y yo cielo, necesitando con urgencia desconectarme de los problemas en los que me había metido, el reciente con K-Mena y el pasado con él, sin atreverme a revelarte ninguno de ellos.

—Sí, ya veo que te mostraste como una auténtica artista, representando tu papel sin dar muestras de ser diferente a lo que eras hasta entonces para mí y para todo nuestro entorno. Pero en fin, sí que es verdad que descansamos por fin juntos todo ese fin de semana, –le comento a Mariana al recordarlo– junto a tu familia el sábado, y el domingo con la mía visitando la Catedral de Sal de Zipaquirá. El lunes celebramos el día de San Pedro y San Pablo llevando a Mateo al centro comercial y al entrar en la zona de las atracciones mecánicas, nos encontramos con nuestra pelirroja vecina, a quien por ese entonces casi no distinguía, y que se encontrada un poco ofuscada ya que no aparecía por ninguna parte su querida hija.

— ¡Jajaja! Si es verdad. Iryna no es una persona malhumorada pero aquella vez estaba ofuscada porque Natasha se le había escabullido mientras ella se probaba unos vestidos y luego no le respondía las llamadas. Afortunadamente la vi recostada sobre la barandilla del segundo nivel, hablando por su teléfono y le hice señas con los brazos en alto para que nos viera. Y cuando a los pocos minutos observé que venía ya hacia donde nos encontrábamos, te la enseñé.

— ¡Mira amor, allí viene Natasha, la rubia que tiene dos trenzas! Te dije y obviamente despreocupado giraste a ver a quien me refería y te quedaste embobado.

—Creo que exageras, Mariana. ¡Impresionado, sería la palabra correcta! —Le respondo con franqueza y en seguida le aclaro el por qué.

—Es solo qué yo esperaba encontrarme con la imagen de una «mocosa» asustada, de entre doce o catorce años, por la angustia que se reflejaba en el rostro de nuestra vecina al no encontrarla, y lo que vi a la distancia, era la silueta de una atractiva adolescente, casi tan alta como tú. De piernas largas y torneadas bajo aquellos ajustados jeans azules deshilachados y rasgados por todos lados; con aquellos brazos de piel muy pálida, desnudos desde los hombros con infinidad de vellitos dorados en sus antebrazos, que brillaban por los matutinos rayos de sol. Unos pechos redondos y grandes, saltando a cada paso con la firmeza propia de la juventud, por debajo de un top blanco de anchos tirantes.

— ¡Es tan hermosa como la madre! En poco tiempo va a estar conquistando uno que otro corazón y te van a decir suegra. —Le dijiste a Iryna y la felicitaste por tener tan buenos genes y haberle heredado su belleza.

—Muchos gracias señor Camilo, pero esa belleza se la debe a su padre, que en paz descanse. Y sí, tiene mucho de razón usted. Es bonita mi niña pero está en esa etapa de la vida en la que no se la aguanta si no mi Jorge. Ya sabe señor Camilo, donde quiere tenerlo todo, exclusivo y de marca, esperando a que sus amigas no lo tengan y probarse todos los atuendos, pero con ninguno se siente a gusto ni a la moda. ¡En fin, que con nada se siente cómoda y a mí sí me tiene de los nervios! —Te respondió y luego agradeció tu galantería.

—Era más que evidente que me sorprendiera al verla caminar hacia nosotros de manera tan seductora. No era ninguna pequeñita perdida y desamparada, sino una preciosa y esbelta muchacha, eso sí, dotada de un rostro ovalado pero todavía con rasgos infantiles. Y de graciosa sonrisa, con una carcajada bulliciosa, y que con su mano cubriéndose la boca, intentaba ocultar los brackets metálicos que usaba para su tratamiento de ortodoncia.

—Ummm, pero que escaneada le pegaste. ¡Jajaja!

—Un hoyuelo, solamente uno se le forma en la parte superior de su mejilla derecha cuando se ríe con ganas o gesticula con vehemencia para hacer valer su opinión. Sí, tambien me fijé en ese detalle, ya sabes como soy. El caso es qué se me hizo exagerada tanta algarabía de nuestra rusa vecina, y al presentarnos escuché en la tonalidad de su voz un español fluido y diferente, sin el acento extranjero tan marcado de su madre. Me fijé en sus cabellos dorados y rizados, tan diferentes a los lisos y pelirrojos de su madre. Ahhh, y en los ojos tambien, pues Natasha los tiene de un verde esmeralda muy intenso, y los de Iryna son tan azules como los tuyos.

—Quién se quedó embobado con ella fue Mateo y ella con él, pues Natasha prácticamente lo secuestró esa mañana, acolitándole todas las ideas para subir donde podía, de atracción en atracción. La verdad que los dos igual de caprichosos, congeniaron mucho y creo que desde esa mañana nuestro hijo se encariño con ella. Tanto así qué hasta le compartió en el almuerzo, la mitad de su waffle, y eso en él es bastante extraño.

—Ajá, Tal cual. Y luego Naty nos comentó que había abandonado a su madre para ir hasta los cinemas esperanzada en encontrarse con sus amigas del colegio para ver una película y las compañeritas la habían dejado con los crespos hechos. Y casualmente, era la misma película que tanto deseabas ver, por lo tanto te insté a que la invitaras a ella, mientras que con Iryna cuidaríamos de nuestro pequeño y daríamos algún paseo «vitrineando» por ahí, en las tiendas de zapatos, y luego nos encontraríamos por la noche en nuestra casa.

— ¡Y así fue como metiste a Natasha en nuestras vidas! —Le recalco a Mariana.

—Y tú en nuestra cama también. No se te olvide ese pequeño detalle, mi cielo. —Le replico a Camilo en un tono muy suave, para que no parezca un airado reclamo.

—Pues te imaginas lo que no es, o te informaron mal. Siempre respeté nuestro hogar y sobre todo nuestra cama. —Le respondo su ataque, intentando ser lo más sincero posible, sin faltar a la verdad. Con ella no lo hice, pero con…

—Uhumm, ¿estás bien seguro de eso? En fin, la verdad no es importante ahora abordar ese tema. Ya te lo dije antes. Solo he venido aquí a hablar de mí y mis putas cagadas. —Me interrumpe lo que estoy pensando, pero dando claramente en el clavo. También lo sabe todo o casi todo, como yo.

—El caso es que sí, disfruté mucho la paz y la calma de aquel fin de semana, pero a la siguiente yo…

Mariana se queda en silencio y eso me preocupa, pues ahora se gira y vuelve su cabeza hacía el otro lado, con su mirada perdida, enfocada en algún punto más alla del muelle y entrecruza los brazos frente a su pecho; con dos dedos de la mano izquierda sostiene casi en vertical el cigarrillo casi consumido, y la quemada ceniza extendida peligrosamente a punto de caer, como a ella le sucedió. Lo presiento, pues su actitud la delata, arrastrando hacia el infierno nuestro matrimonio.

— ¿Qué te pasa Mariana? ¿De qué te has acordado?

—Sucedió el martes siguiente, mi vida. Durante y después de la reunión mensual en la oficina de Eduardo. José Ignacio desde que llegó, retrasado como siempre, esa vez sin usar sus lentes oscuros, no dejó de mirarme de aquella manera intemperante y lujuriosa, con sus ojos de un verde aceituna resplandeciente, más vivaces, haciéndome sentir con claridad sus ganas de mí. —Le hablo ocultando mi rostro de su campo de visión, desplazando mi mirada hacia las personas que transitan por la plaza de camino al puente, perdiéndome en mis recuerdos e intentando ser lo más precisa y honesta posible, sin dejar por ello de estremecerme.

—Me siguió hasta mi escritorio, –tan pronto Eduardo finalizó la reunión con las recomendaciones pertinentes al mes de julio– diciéndome que era necesario hablar, invitándome a que nos escapáramos por ahí más tarde, a la hora de salida. Le pedí educadamente que no me molestara más con ese tema, ya que por mí estaba olvidado y que me dejara en paz porque tenía muchas llamadas por hacer.

—Intentaba mantenerme alejada de él para evitar en primer lugar, esa conversación que con seguridad él quería retomar sobre lo que dejamos en suspenso, y por otra parte, para evitar recordar cómo me había expuesto y dejado chupar mi intimidad, finalmente triunfando sobre él, pero tambien para no mostrarme vulnerable, pues todavía no lograba superar el hecho de haberte traicionado a medias.

— ¡Por favor Mariana, no insistas con eso! Simple y llanamente me traicionaste, en todo el sentido de la palabra, aunque no hubieran llegado a besarse ni te lo hubiera metido hasta los ovarios, según tú. Te abriste de piernas para él, para el deleite de sus ojos, de su boca y tú… ¡Lo estabas disfrutando! Yo, y cualquier hombre en su lugar, también hubiese insistido después de eso. —Le respondo airadamente, pero Mariana, dándome la espalda, tan solo levanta los hombros por respuesta y utiliza sus dedos para darle forma a su despeinada melena y proseguir relatándome lo sucedido ese día.

—Me enfrasqué en revisar mi agenda de contactos y después de evaluar a los más interesantes, me concentré en llamarles para concertar citas e intentar cerrar las ventas. Sin embargo no pasó mucho tiempo cuando empezaron a llover sobre mi cabeza, –y caer luego en el escritorio– casi una docena de bolitas de papel. Volteé a mirarlo con seriedad y negué con el movimiento de mi cabeza, cuando estirando sus labios, me enviaba besos y se reía taimadamente.

—Intenté no prestarle atención a sus niñerías y continué escarbando en mis apuntes, analizando a los posibles candidatos para invitarlos a las oficinas, con la intención de que observaran las maquetas, las perspectivas a full color y los planos, pretendiendo así convencerlos de comprar las casas. Antes de la hora del almuerzo él volvió a la carga, enviándome en esos momentos algunos avioncitos de papel. Dos o tres, no recuerdo bien, fallaron al girar de tirabuzón en el aire y devolverse hacia su escritorio, perdiendo altura antes de alcanzarme.

—Pero uno de los últimos si alcanzó con su afilada punta a estrellarse contra mi pecho, aterrizando entre mis manos. Entonces si me sonreí, lo admito, cuando levanté mi vista y lo vi, y el a mí; se encontraron nuestras miradas, los dos sonriéndonos por su travesura, pero luego aprovechó el momento y colocando su dedo índice y el del corazón, abiertos en «V» sobre su boca entreabierta, sacó la punta de la lengua moviéndola como si fuese una ondulante serpiente, haciendo que rememorara con su accionar lo ocurrido esa noche, su lengua en el interior de mi vulva. Entonces me arrepentí de haberle mirado y de obsequiarle esa sonrisa.

— ¡Te lo dije! Iniciaste con aquel jueguito un incendio descontrolado, cuyas flamas encendieron su pasión, así creyeras que con el tiempo y manteniendo cierta distancia, ese playboy de playa lo dejaría extinguir. Pero ya ves que soplando y soplando, con paciencia avivaría tus brasas.

Sus palabras como finas hebras separadas, retorcidas firmemente unas a otras, formando un mismo lazo de verdad, surten el efecto deseado y logran lastimarme, envolviendo mis sentimientos, removiendo mis angustiantes memorias, haciéndome girar para mirarlo y responderle…

—Era la única solución que tenía a la mano, sin arriesgar mi matrimonio. Guardarme aquel engaño e intentar alejarlo y con ello, poder desecharlo.

Parpadea una vez lentamente, dos o hasta tres, mucho más rápido. A la cuarta, sus redondos ojos azules desconsolados, cercados tanto arriba como abajo por la negrura humedecida de la curvatura espesa de sus pestañas, se hacen muy grandes y más hermosos, intimidándome. Sin dudarlo se me acerca y planta sus manos ya más tibias sobre mis mejillas, –inquieto espero un beso que no llega– y sus labios de fresa se abren suavemente, para decirme…

—Entiéndeme, Camilo. ¡No quería mentirte, pero tampoco podía exponerme a perderte! Pensé que podía manejarlo todo a mi antojo. A él y a ella, sin que a ti y a mí nos afectara demasiado. Pasé por alto que las mentiras tienen las patas largas y corren tan deprisa como lo hace en estos tiempos la tecnología, actualizándose, volviéndose más experta y ágil en dejar atrás la versión anterior, ocultando la verdad inicial.

Y la cálida presión de sus manos se desvanece cuando las aparta de mi rostro, y se descuelgan junto a los brazos hacia cada costado, elevando el hombro derecho para acomodar con gracia la cinta de su bolso en un ágil movimiento, y retirar de mis dedos con los suyos, –sin que se lo haya solicitado– la colilla consumida para juntarla con la suya. Echa a andar sin decirme nada, hacia la esquina derecha de la plaza donde permanecen abiertos varios contenedores de basura y la sigo, respetando su silencio sin que me lo pida.

Dejamos atrás los colores vibrantes, audaces y cálidos de las edificaciones que nos despiden de Otrobanda y nos dirigimos hacia el puente, haciéndonos un espacio entre la multitud de personas, juntándonos demasiado, su hombro contra el mío, la cimbreante cadera friccionado la tela de mi corto pantalón, pegados como siameses. Recuerdo la desconfianza que le causa cruzar por aquí hacia Punda. La sensación de movimiento del tablado bajo nuestros pies siempre la ha asustado y por ello espero a que se tome de mi brazo como solía hacerlo, pero no lo hace, no se detiene. ¡Es extraño! Quizás se deba a que el mar esta calmo y los pontones de la estructura, se balancean muy poco.

—Durante el almuerzo en el comedor del décimo piso, –le continúo relatando– intentó sentarse a mi lado pero gracias a Dios, K-Mena lo hizo primero, desafortunadamente para mi tranquilidad, ella llegó con la intención de hablarme sobre su propuesta y preguntar si ya había pensado en algo. A él le tocó conformarse con hacerle compañía a Carlos en la otra mesa, junto al grupo de los otros asesores, pero no te miento al decirte que me sentía atrapada entre la espada y la pared; todavía más cuando de reojo yo te observaba a ti almorzando alejado de nosotras, y al llevar el tenedor a mi boca, tu mirada preciso estaba fija en mi cara.

—No sé por qué, pero me hiciste sentir que lo sabias todo y me turbé bastante. Quizás fue mi subconsciente que me traicionaba por la culpa, y sin poder quitarme de encima la asfixiante compañía de Diana y de K-Mena, solo te pude enviar al móvil, un te amo decorado con un inmenso corazón rojo por mensaje y tú por respuesta, me respondiste con un ¡YO TAMBIÉN!, en letras mayúsculas y varias caritas amarillas que me lanzaban múltiples besitos. Algo que sabía de sobra, se te desbordaba del corazón.

A un tercio de estos 167 metros me detengo, y por supuesto lo hace mi esposo. Me da por colocar mis dos manos sobre la baranda superior, doblar la espalda, descolgar mi cabeza entre los brazos y estirarme un poco.

— ¿Estás bien Mariana? ¿Ya te mareaste? —Me pregunta angustiado, caballeroso como siempre. Nada ha cambiado en él, aunque intente ser duro y distante, no sabe serlo, sigue siendo el hombre cortés que me deslumbró, y al que prometí amar por siempre.

—Estoy bien cielo, no te preocupes que ya no sufro de mareos. ¡Qué vista tan hermosa!, ¿no te parece? —Le pregunto. ¡Mente ocupada no extraña a nadie!

—En la tarde de vuelta a la rutina laboral, José Ignacio continuó enviándome notas de voz al teléfono empresarial, pidiéndome un tiempo para hablar de lo nuestro. ¿Lo nuestro? ¡Pero que estupidez es esta!, pensé ya enojada y me decidí a llamarlo para confrontarlo, hablándole con un volumen moderado para que nadie pudiera escucharme, sobre todo K-Mena que estaba sentada en el cubículo de al lado.

— ¿Qué te pasa Nacho? Entre los dos no existe ningún «lo nuestro». —Le dije tan pronto atendió mi llamada.

—A ver bizcocho, por más que lo niegues sabes que si existe algo. Te gusto tanto como a todas, y tú a mí me has encantado. ¡Cuanta más brava sea la novilla, mejor saldrá la corrida! —Me respondió, recostándose por completo en su silla.

—No sé qué video te estas montando en la cabeza, pero en serio ya te estás pasando. Deja la pendejada y a mí déjame en paz. Sabes que eso solo fue un juego entre los dos y un gran error por mi parte. Mejor querido, ponte a trabajar y deja de ser cansón que me aburren los hombres intensos.

—Anda Meli, dame cinco minutos que tengo que decirte algo. —Insistió, pasando la mano por su mejilla, mirando con seguridad su reflejo en la pantalla apagada del ordenador, para terminar acariciándose el mentón.

—Ya veremos cuando. Ahora estoy muy ocupada y a la salida debo encontrarme con mi marido para realizar unas compras, así que por ahora no se va a poder. ¡Que lastima! —Le respondí de forma sarcástica.

—Bahh, invéntale una excusa y nos vemos para hablar un ratico. Ustedes las mujeres son expertas en eso.

—En serio Nacho, no insistas y déjame tranquila. Cómo te lo explico, ¿con plastilina? Desfoga tus energías con tu novia o llama a alguna de tus amiguitas. ¡Chao! —Y colgué la llamada para seguir con mis cosas.

—Supongo que no se conformó, y al sentirse espoleado por tu manera de ponerle en claro su lugar, te siguió molestando. —Le digo a Mariana, imaginándome la situación y confiando en su criterio.

— ¡¿Que comes que adivinas?! Precisamente estaba hablando con un cliente por el teléfono fijo, un abogado si mal no recuerdo, – ¡Maldita sea, claro que lo recuerdo bien!– y de reojo ví que se acercaba nuevamente, me giré un poco y continué escuchando las evasivas, refutando cada una de ellas hasta lograr el consentimiento de realizarle una visita en su oficina. Sentí su presencia al sombrear con su corpulencia, la claridad que antes ingresaba por el ventanal y percibí el aroma de la madera de roble mezclada con un toque fuerte a limón, cuando se agachó sobre el escritorio y me habló muy cerca de mi oído izquierdo. Escuché con claridad cómo me dijo:

— ¡Vengo a traerte algo que dejaste sin probar! —Y a la vez, el abogado por mi oreja derecha me anunciaba que aceptaba verme, así que con el estilógrafo en la mano, me dispuse a escribir en mi agenda la fecha, la hora y la dirección de su oficina en el centro de la ciudad. José Ignacio se enderezó, y yo manteniendo inclinada mi cabeza hacia la derecha, –sosteniendo el auricular entre mi oreja y el hombro– lo miré de reojo, extrañada porqué en el almuerzo yo no había pedido postre.

— ¿Y entonces que fue lo que te llevo? —Le pregunto a Mariana y en su cara puedo notar de nuevo ese gesto de vergüenza, que se le ha vuelto tan recurrente y colocándose de medio lado me responde…

—Es qué él… ¡Pufff! Me da pena contártelo Camilo, pero... Él continuaba plantado frente a mi escritorio, flanqueado por las dos sillas tapizadas de paño gris, y yo seguía allí, con mi cabeza agachada dispuesta a escribir el número del piso y el de la oficina. Entonces observé por el rabillo del ojo, qué colocó sus dos manos sobre la mesa justo al borde. Me fijé, de derecha a izquierda en sus manos tan bien cuidadas y el brillo en las uñas de los dedos tan pulidas, menos en uno que estaba en el medio de los diez.

— ¿Once? Y volví a repasarlos como si hubiera contado mal, mientras escuchaba al otro lado de la línea, la voz del cliente que me iba dando las respectivas indicaciones.

— ¡Ehh, claro Abogado, estoy entusiasmada de ir a verlo! —Le respondí al cliente mientras asombrada se lo veía. Era blanco, más grueso que los demás dedos y con la punta del champiñón rosácea pues lo tenía circuncidado.

— ¡Si, cielo! No me di cuenta en que momento lo hizo, pero se había bajado la cremallera del pantalón e intrépidamente colocó su pene sobre mi escritorio, cubriéndoselo entre sus dos manos para que nadie más aparte de mí, se diera cuenta de su osadía. —Camilo cambia de posición y ahora se acomoda de espaldas contra las barandas y extiende sus brazos como Cristo crucificado.

—Inmediatamente, atónita por aquel absurdo atrevimiento, subí mi mirada y arqueé mis cejas extrañada y furiosa; tanto así que bajé la vista, pero no para regodearme con la visión de su verga flácida recostada sobre la encimera de formica gris de mi escritorio, como él lo supondría, si no con la intención de anotar en mi agenda, la hora en la que me podría atender y por supuesto de menospreciarlo.

—Nuevamente se inclinó hacia mi izquierda y susurrando me dijo…

—Yo cumplí con mi parte y sé que tú quedaste loquita por probarlo.

—Por supuesto, claro que sí. —Le respondí una petición al cliente.

— ¿Entonces decidiste escaparte conmigo esta tarde? —Escuché con sorpresa esa pregunta, mientras escribía la dirección y negué con mi cabeza a su estúpido comentario.

—Ehhh, sí señor, me vendría bien a esa hora.

— ¡No me vas a dejar plantado porque detesto a las indecisas! —Exclamó.

— ¡Como se le ocurre, obviamente allí estaré sin falta! —Y me aseguré de hacer un círculo alrededor de la fecha y la hora.

—Te espero abajo y nos subimos en tu auto. Vamos luego por ahí a un lugarcito que conozco y en el camino te puedo ir tocando esa cuquita para ir calentando.

—Como usted diga abogado. Para mi será todo un placer atenderlo. —Y por fin pude terminar la llamada para enseguida girarme en la silla y mirarlo fijamente con seriedad para decirle: ¡Deja de estar molestándome y más aún cuando estoy hablando con un cliente! En verdad que pareces un loco depravado. —Pero él seguía allí tan sonriente y despreocupado, encorvado con sus manos sobre el escritorio y su pene sin guardárselo, intentando intimidarme.

—Y se me ocurrió asustarlo. Con la punta del bolígrafo, fui dando golpecitos, la verdad un poco fuertes, –tanto que se escuchaba el toc - toc sobre la mesa– justo al frente de cada uno de los dedos de su mano izquierda, comenzando por el meñique hasta culminar en el pulgar, haciendo que los fuera retirando precipitadamente encogiéndolos. Hasta que llegué a aquel gordo dedo falso que no tenía uña y que por obvias razones no podía apartar tan ágilmente como los otros. La punta de mi estilógrafo Waterman quedó a pocos milímetros de su glande, suspendido en el aire y mis ojos clavados en los suyos, yo muy sería y él tan altivo, con su arrogante sonrisa dibujada en su rostro.

— ¡Dime por favor que se lo perforaste! —Le digo, aunque sé muy bien que Mariana no sería capaz. ¡Y efectivamente no lo hizo!

— ¡Nooo! ¿Cómo se te ocurre? ¡Jajaja! Sencillamente se lo guardó nuevamente y se alejó dejándome en paz, no sin antes advertirme que seguía en pie la invitación. —Le respondo a mi esposo mientras se endereza.

Camilo engancha los dedos de su mano izquierda con los de la derecha, –formando un fuerte eslabón– y estira sus brazos por encima de la cabeza, elongando su torso como si estuviera desemperezándose, pero a la vez mirándome desencantado.

Y yo me fijo en los arcos coloridos con luces fluorescentes, –quizás para evadirme de su amargura– espaciados a lo largo de este puente, y también en la superficie del mar, que como un espejo brinda los reflejos de las luces multicolores que provienen de la otra orilla, atractivos, centelleantes y bailarines al vaivén de la suave marea. Tan diferentes sus brillos y tonalidades en cada suave cresta de las olas, a la apagada iluminación en el café de sus ojitos entristecidos.

—Casi a las cinco de la tarde, cansada de tanta habladera, decidí acercarme hasta la máquina expendedora por una bebida caliente que me relajara pues realmente me sentía agotada. Curiosamente en el noveno piso me encontraba sola y no me había dado cuenta. Al llegar al décimo, pude verlos a todos reunidos precisamente frente a la maquina prestándole atención a José Ignacio, recostado contra el gran letrero rojo de la publicitada gaseosa en uno de los laterales.

—Podía escucharle hablar insolente como siempre, carcajeándose con los demás compañeros por algo que les comentaba. Me pareció oír que me nombraba y me dio pavor pensar que estuviese revelando lo que habíamos hecho o lo que me había mostrado, porque los demás al ver que me acercaba, callaron por completo tragándose sus risas, –como si hubiesen visto a un espanto– y él se giró para ver quien llegaba a sus espaldas. Cruzamos fugazmente nuestras miradas y en frente de todos nuevamente con sus labios estirados me lanzó un beso.

—Me incomodó su actitud de macho prepotente y comprendí que efectivamente estaba de nuevo burlándose de mí. De repente vi que tomaba del suelo su maletín de cuero y se despedía, comentando a viva voz que tenía una cita inaplazable con una nueva conquista, y que por la noche tendría que hacer un esfuerzo para cumplirle en la cama a su novia. Allí escuché por primera vez su nombre. Una tal Grace.

—Antes de que se diera vuelta me acerqué a todos y sin saludarlos, dirigí mi comentario directamente a él, pero con la voz fuerte para que los demás escucharan:

— ¡Una se imagina!, le dije colocando mi mano derecha de canto sobre el inicio de mi antebrazo izquierdo. —Tanto K-Mena como Diana, Carlos y los demás me miraron sorprendidos sin saber de qué hablaba.

— ¡Se conforma!, y continué deslizando la mano ladeada hasta apoyarla sobre mi muñeca por encima del hilo rojo y las vistosas pulseras que me regalaste, para luego retirarla y tras doblar mi pulgar sobre el comienzo de mi dedo índice estirado, –cerrando los demás dedos– terminé por decirle…

— ¡Pero no hay derecho!, mirándolo con severidad.

Y entremezcladas las risas de ellas, de Carlos y los compañeros del otro grupo, se dejaron escuchar sin timidez ni recato sus burlas hacia él, haciendo que todos los demás en aquella oficina nos voltearan a mirar. José Ignacio, con el calor de la vergüenza tiñendo de rosa encendido sus mejillas, acomplejado se echó para atrás contra la máquina expendedora.

—Ahora querido, dame permiso que he venido por mi capuchino, que ese sí me parece placentero saborearlo. —Y cuando se apartó, introduje el billete y oprimí la tecla correspondiente para esperar con bastante calma mi bebida preferida.

—Unos minutos después ya dentro de mi automóvil, con K-Mena ajustando su cinturón, te envié una nota de voz anunciándote que pronto nos veríamos en la casa. Me miré en el retrovisor, retocando un poco el tono rojo carmín de mis labios y al terminar de hacerlo, de repente vi en el espejo una leve sonrisa iluminando mi rostro, sin saber exactamente el por qué ¿O tal vez sí?

— ¡Cómo eres de mala!, me recriminé mentalmente al recordar los últimos acontecimientos de ese día, y K-Mena inocentemente también sonrió al verme tan complacida y enseguida me preguntó…

— ¿Y entonces, chikis? —Y levantando hombros y cejas, aguardó en silencio esperando a que le respondiera.

— ¿Entonces qué, flaquis? —Le contra pregunté.

—Pues… ¿Cómo es? ¿Es verdad que lo tiene pequeño como dijiste?

Y dando arranque al automóvil entre risas le respondí bromeando…

—Depende. ¡Quizás podría hacerlo crecer un poco más!

Creo que no debí ser tan específica, pues mi esposo recoge del enmaderado suelo su mochila y se la tercia sobre el pecho, desplazándola hacia el costado. Sin decirme nada comienza a caminar cabizbajo por el costado derecho hacia el final del puente sin esquivar a las personas, lento, pensativo. Y su dedo índice, un poco retrasado al resto de su corporeidad, recorre a su costado derecho, –igual que él, sin prisas– el tubo de aluminio de la baranda.

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