Nuevos relatos publicados: 9

Infiel por mi culpa. Puta por obligación (24)

  • 32
  • 6.471
  • 10,00 (1 Val.)
  • 4

No pasa nada por probar y escuchar.

No lo puedo evitar, sencillamente me siento muy molesto sabiendo que ella hizo tantas cosas a mis espaldas, y como para fastidiarme aún más, ahora me entero de que con él, ella sí logró vencer su inculcada prevención a pasear en motocicleta. Presionada por las circunstancias, tan solo por aparentar valentía, según ella. ¿Pero y si no? ¿Si era lo que ella en verdad quería? ¿Demostrarle ser una mujer de decidida y empoderada? ¿Qué otras cosas habrá hecho por él o con él “por primera vez”?

Y justo ahora que cruzamos por el frente de uno de los tantos bares y restaurantes de esta calle, intempestivamente se abre la puerta y de ella sale visiblemente perjudicada por el exceso de alcohol, una adulta mujer mulata de gran melena ensortijada, caminando apresurada y de manera bastante descompensada, –al igual que el fuerte bamboleo de sus enormes senos a punto de escaparse de su escotado vestido de tirantes color salmón– para terminar tropezándose fuertemente con Mariana.

Por el impulso van a dar las dos contra la cuadrada jardinera de ladrillo a la vista, que protege el tronco de una garbosa palmera, cayendo Mariana de espaldas y la embriagada mujer de costado. Dos jóvenes morenos salen del local corriendo y levantan a su amiga embriagada, sosteniéndola uno por el brazo, y el otro abrazándola por la cintura; me acerco y rescato a mi mujer, tomándola con mis brazos por su cintura, logrando que con rapidez se ponga en pie.

Mariana sorprendida todavía por lo inaudito de esta situación, me observa con sus ojos abiertos de par en par. Y sin pensarlo, la giro un poco para sacudirle con mi mano la suciedad de su vestido, a la altura de sus nalgas. Entre tanto, la mujer se nos acerca e intenta hablar, quizá para pedirle disculpas a Mariana, pero antes de que pueda articular alguna frase entendible, se lleva las manos a la boca y sus mejillas se le abomban como si fuesen un par de globos color canela; los ojos amarillentos y vidriosos se le desorbitan, y lentamente se da la vuelta hacia la maceta, ubicada al lado de la cabina telefónica. Encorva su espalda y apoya las manos, no sobre los ladrillos, sino sobre la propia tierra que rodea el tronco de la palmera.

A pesar de no poderle ver, ya que sus amigos la custodian, a mis oídos y a los de Mariana, llegan con claridad los sonidos desagradables que emite, esforzándose por devolver a este mundo lo que se ha comido, y por supuesto todo lo que se ha bebido. Mariana «asquienta» como es, –por lo visto en esto no ha cambiado– lleva la mano derecha a su boca, cerrando sus parpados con fuerza, y observo como su rostro congestionado se descolora, con ganas de trasbocar también. Se acerca más a mí, buscando refugio su cabeza oprime mi pecho y con su brazo izquierdo rodeando mi cintura, me impulsa a caminar con mayor prisa para alejarnos, y poder tomar un nuevo aliento.

Nos vamos alejando de ellos. A la mujer no la oigo más, pero sí que puedo escuchar la música que ambienta el interior de aquel lugar. Frase tras frase de balada de Marvin Gaye, «Let´s Get It On» me lleva de inmediato a imaginar la cara de satisfacción de ese hijo de puta, sintiéndose ganador e intentando seducir a mi mujer con su pinta de machito rebelde, y expeliendo su aroma a testosterona motorizada para que Mariana se sintiera mucho más atraída hacia él, y un débil ¡Gracias cielo!, le escucho decir.

— ¿Gracias de qué? —Le pregunto mientras intento ubicar un lugar para que se pueda sentar.

—Por esto. Por lo de antes, y por todo. Gracias por estar todos estos años tan pendiente de mí. —Le respondo, y nuevamente arropada bajo su abrazo, la nostalgia se transmuta en silenciosas lágrimas, que mi esposo ni ve ni escucha.

— ¿Cómo te sientes? —Me pregunta amoroso y preocupado por mi estado, como siempre. Y su mano se aparta de mi hombro derecho para con sus dedos, levantarme la barbilla con delicadeza buscando confirmar visualmente mi estado. No le respondo con palabras ni con la mirada, pero hago un gesto negativo con la cabeza, ya que las náuseas aún no se me pasan.

— ¡Respira por la nariz, anda! Vamos a sentarnos por aquí. —Me anima a hacerlo y luego me augura un esperanzador… ¡Te sentirás mejor! Pero enseguida me sorprende con un desolador… ¡No te muevas de aquí, ya regreso!

Respiro profundamente y exhalo con lentitud, manteniendo los ojos cerrados y con mis dos manos apretándome la barriga, pues todavía percibo esa insidiosa molestia en mi bajo vientre. Escucho el ruido de los vehículos que vienen cruzando despacio, primero por mi izquierda y después por el frente, e igualmente puedo oír un taconeo apresurado y hasta el rozamiento de las suelas de los zapatos de algunos transeúntes. Voces hablando en papiamento, otras dos más cercanas de hombres dialogando en un inglés muy americano, y algunas risas a lo lejos, confundidas entre los gritos de niños a los que también imagino corriendo frente a mí.

Finalmente, decido levantar mi cabeza pero sin apresurarme, y abro lentamente mis párpados para darme cuenta de que estoy sentada bajo las ramas de un frondoso árbol de Marañón y sobre la barda amarilla que rodea al edificio de las oficinas de abogados. Buscando por los alrededores el camino que pudo haber tomado Camilo bajo la mirada, pero solo consigo que mis ojos se encuadren con las verdes figuras de las dos enormes iguanas que decoran a cada costado, la misma jardinera donde Mateo con la ayuda de su padre, –recién llegados a la isla– se divirtió al deslizarse varias veces por el rodadero que se encuentra en el centro acompañado por los dos modelados lagartos, la primera vez que estuvimos aquí en la plaza Guillermina, acompañados por William.

Por detrás de las esculturas permanecen verticales las cinco letras de la primera palabra extraña que aprendí en esta isla, y frente a las cuales, Camilo con nuestro pequeño príncipe sobre sus hombros, y yo a su lado bien abrazada, fuimos retratados por nuestro anfitrión, para enviar aquella fotografía, –entre otras más– a nuestras respectivas familias, para certificarles de que nos encontrábamos muy bien, disfrutando y conociendo este paraíso. ¡DUSHI! Tal vez el letrero más famoso de Curaçao.

Camino presuroso atravesando la plaza y la veo muy juiciosa sentada allí, en el mismo lugar donde la dejé. Está mirando para ambos lados, tal vez buscándome preocupada pero creo que no me he demorado casi nada. Su hermoso rostro es como un faro que a la distancia, resplandece con la luz propia de su par de zafiros guiándome hacia ella, donde anteriormente hallaba un refugio para descansar de mis pequeñas tormentas diarias. Mariana es hermosa, atractiva y muy, pero muy guapa. Su bosquejada sonrisa cuando ve que me acerco, termina por iluminarle la cara.

—Ya te veo mejor, tienes mejor semblante. Te traje agua y estas galletas de soda. —Y me recibe el paquete pero no la botella.

—Gracias cielo. Y sí, me encuentro mucho mejor. —Me responde, y con sus uñas desgarra el celofán de las galletas soda y yo desenrosco la tapa de la botella.

Sin dejar de mirarme, muerde con sus dientes apenas un cuarto. Mastica y luego lleva a su boca otro poco de la galleta. Al recibir de mi mano la botella de agua, deja de observarme y bebe un gran sorbo. Aprovecho para colocar la palma de mi mano sobre su frente, comprobando que su temperatura vuelve a estar normal.

Como me encanta esta cercanía. Su interés en cuidarme sigue intacto, tanto que me toca la frente con mucha ternura. Se preocupa por mi estado, porque sigue amándome, no obstante todo lo que ha sufrido por mi culpa. Termino de masticar las galletas y dos tragos de agua después, le entrego de nuevo la botella.

— ¿Me ayudas? —Me dice y une por el canto sus manos, ahuecándolas. Comprendo de inmediato y dejo caer dentro de ellas un poco de agua.

Mariana lleva a su rostro aquel pequeño pozo cristalino y se moja los ojos, también las mejillas y luego manteniendo algo de humedad en las manos, se golpea la frente repetitivamente con unas refrescantes palmaditas para volver a solicitarme con sus manos juntas, que de nuevo le surta de agua. Agacha la cabeza y esta vez el destino del líquido es la coronilla y de allí en cascada se desparrama por el resto de sus cabellos.

Observo como zarandea la cabeza de izquierda a derecha y las gotas salen disparadas de su azabache cabellera formando un arco, y luego a dos manos, con sus dedos forma surcos desde la frente hasta su nuca, acomodando y alisando los mechones hacía atrás, dando una forma distinta a su nuevo corte de cabello. Me obsequia una mirada intensa con el azul infinito de su par de cielos, arruga la nariz recordándome a la niña consentida que tanto amé, y sonríe mucho más calmada, húmeda y tan encantadora.

— ¿Mejor? —Le pregunto ya más tranquilo.

—Sí, mucho mejor. Gracias, mi vida.

—Ok, entonces acompáñame y vamos a buscar mis cigarrillos. —Le extiendo mi mano y Mariana me la toma, recoge su bolso colgándoselo al hombro y el sombrero con la otra mano, para luego impulsarse y ponerse en pie.

Cruzando la calle, me abandona el calor de su mano. Me deja libre nuevamente mientras transitamos lado a lado por el centro de la plaza, y a pesar de que no quiero ni lo deseo, debo respetar su decisión de querer andar libre.

— ¿Lo ves por alguna parte? —Le pregunto a Camilo.

—No. Tal vez si nos acercamos hasta allí… —Y me señala la esquina donde se encuentran bastantes personas, turistas principalmente, tomándose algunas selfies en frente de otro gran letrero cuyas letras forman el nombre de este paraíso.

Como para variar en mi marido, vuelve y acierta, aunque todavía no repara en el sitio donde se ubica el vendedor informal con su carrito de mercado convertido en una tienda ambulante. El «Mocho» Amado va caminando si afán, empujando con una sola mano por el andén, su fuente de ingresos. Se aleja y entonces chiflo con fuerza para que se detenga. Pero es mi esposo quien sorprendido se detiene y me mira.

— ¿Y eso? ¿Dónde aprendiste a silbar así como un albañil? –Tuerce la boca en señal de disgusto. – Ahhh, deja así no importa. Supongo que fue también con ese tipo. Finalmente, a quien anda entre la miel, algo se le pega.

—Error, mi vida. No todo lo nuevo en ese pasado tuvo que ver con él. ¡Fue con Diana! Ella me enseñó a hacerlo una tarde que salíamos de la oficina. Ese día tenía restricción vehicular y no pude llevar mi auto, coincidiendo con la falta de disponibilidad de los Uber, así que me tocó tomar un taxi para llegar a tiempo a casa. Aprovechó la ocasión para enseñarme a hacerlo. En realidad lo hizo ella. Lo detuvo con un silbido porque los míos salían de mi boca, estúpidamente débiles y fracasaba en mis intentos. ¡Es cuestión de ensayar!, me dijo. De hecho ahora que lo hice me sorprendí de que me saliera tan fuerte y claro. ¡Jajaja! —Me rio en señal de victoria más él no.

—Ajá, por supuesto. La práctica hace al maestro. —Me responde y no sé exactamente a que se refiere. Cualquier cosa nueva que hago, le molesta.

—Vamos, apúrate que se nos va el «Mocho». —Le digo y avanzó con rapidez para alcanzarlo e igualmente para evitar más reclamos.

Mientras tanto voy pensando en que aprendí a silbar para muchas cosas más que solamente detener un taxi. También lo hice para darle a entender a Chacho que su cuerpo desnudo me gustaba mucho. Aprendí a silbar al igual que fui tomando conciencia de que al vestirme de manera sugerente, me silbaban a mí y que con el tiempo lo hacía para llamar la atención de los clientes y no para gustarle mucho más a mi marido.

O al quitármela provocativamente de manera obligada en unos casos, para levantar pasiones en otros cuerpos recién conocidos y así cerrar los putos negocios para beneficiar finalmente a ese hijo de puta. Por supuesto que aprendí también a mentir para mantener a flote mi matrimonio, no distanciándolo sino acercándome más, haciendo más felices nuestros días juntos sin negarle nada, incluso concediéndole todo, ofreciéndole hasta lo que él no deseaba, a pesar de permanecer menos tiempo siéndole fiel. ¡Es que ser una puta infiel tiene un costo y yo, no hallé otra manera diferente para compensarle mis faltas!

Camilo y yo nos acercamos. Él lo hace por el costado y le palmea su espalda. El mocho se sorprende al comienzo pero después de reconocerlo le sonríe y lo abraza. Yo me quedo atrás, a unos cuantos pasos. Algo le dice mi esposo cerca del oído y el Mocho voltea a verme sin mostrarse sorprendido.

—Bon nochi, señora. —Me saluda con cordialidad pero no me reconoce, lo cual me desanima un poco. Hace más de dos años era yo quien le hacia el gasto, no solo de cigarrillos sino de algunos dulces y paquetes de papas fritas para Mateo.

Camilo toma del improvisado estante de madera dos paquetes de Marlboro y otro de Parliament para mí. Le extiende un billete y le toma la mano, obligándolo a cerrar el puño, evitando que el Mocho se apresure a devolverle el cambio. Otro abrazo le da Camilo por despedida y de mi boca sale un: ¡Danki Dushi! y buena venta esta noche. De vuelta recibo una sonrisa de su parte y un respetuoso… ¡Que disfrute la noche, señora!

—Bien… ¿Y ahora? ¿Para dónde vamos? —Le consulto a Mariana mientras vamos caminando por la acera empedrada hasta la otra esquina de la plaza, esquivando a las personas que se nos van cruzando.

— ¿A la playa? Allí podríamos descansar los pies un poco. —Le respondo, recordando a Emma y su consejo de caminar un rato sobre la arena para pensar.

—Y entonces… ¿Cómo fue? —Me pregunta, mientras observo como va destapando su nuevo paquete de cigarrillos y toma uno de ellos para llevárselo a la boca.

— ¿Qué cosa? —Le respondo sin saber a qué se refiere.

— ¡Pues tu primera vez! —Mariana me mira extrañada, y entonces comprendo que debo aclarárselo.

—El paseo con él, en su motocicleta. —Y enciendo mi cigarrillo mientras que espero por su respuesta.

—Ahhh… —Camilo no lo pasa por alto, quiere saber… ¡Saberlo todo! Y entonces antes de responderle me detengo un momento para buscar dentro de mi bolso, la cajetilla con mis cigarrillos.

Verlo fumar me alienta creo yo, –adicional al nerviosismo que de nuevo comienzo a sentir– y me hacen buscar amparo en el tabaco. O tal vez, al tenerlo entre mis dedos sea la excusa perfecta para disimular mi repentino ataque de ansiedad. Tomo uno y lo enciendo esta vez con rapidez. Aspiro y exhalo el humo, por supuesto que también sin mirarlo, me desprendo dos simples palabras: ¡Era eso!

—Pues que te cuento. Recuerdo que al llegar los dos hasta el lugar donde tenía su motocicleta parqueada, tomó los dos cascos que estaban sobre las alforjas y me ayudó a colocar el mío, ajustándome la correa. Luego de colocarse el suyo se dio la vuelta para montarse en su moto, enderezando la máquina y dándole arranque al oprimir un botón. Al montarme sobre ella, entendí que era mucho más grande e imponente de lo que recordaba. ¡Y demasiado ruidosa!

—Con cuidado apoyé mi sandalia derecha sobre el reposapiés y me ayudó a montar ofreciéndome el apoyo de su brazo; levanté con rapidez mi pierna izquierda estirando la tela del vestido lo más que podía para no mostrar mi ropa interior y terminé por sentarme, colocando estratégicamente entre mis piernas y la parte baja de su espalda, el bolso bien sujeto por mi mano izquierda.

—Te juro que busqué a los costados algo de donde aferrarme. No pude encontrar nada, así que no tuve de otra que simular tranquilidad y colocar mi mano derecha sobre su hombro, para sostenerme.

— ¡Así no, puedes caerte! Mejor abrázame y despreocúpate bizcocho, que andaré despacio. No quiero que al llegar a donde vamos, de repente me encuentre solo sin mi paquete. —Recuerdo que me lo dijo con su característica fanfarronería.

—Lo pensé mejor y pase mis brazos por debajo de los suyos, entrecruzando mis dedos sobre su pecho y recostándome ligeramente sobre su espalda, solicitándole eso sí, que no fuera a salir disparado como un loco, pero empecé a pasar saliva tan pronto como aceleró al salir del parking para tomar la avenida. Tenía demasiado miedo y una extraña sensación me invadió, mezcla de nervios al ser la primera ocasión en la que viajaba en un aparato de esos, y un… ¡Un placer desconocido!

—No sabía exactamente el origen, y pensé que tal vez ese escalofrió se debía al recordar que cuando me lo propusiste, siempre me negué, diciéndote que jamás me montaría contigo ni con nadie en una motocicleta, así me ofrecieran pagarme un millón de dólares. Y justo en ese momento lo estaba haciendo… Con otro.

—Pero… ¡Finalmente lo hiciste! —Me dice Camilo utilizando un tono débil, como envolviendo sus palabras en un halo de tristeza y dolor.

Mientras rodeamos un templo por la acera opuesta, le respondo...

—Sí, y todo por jactarme ante él de ser una mujer decididamente diferente a la imagen bobalicona que al principio él tenía de mí. ¡Una mujer de armas tomar, sin miedo a nada!

—Pero por supuesto Mariana. Tan solo querías demostrarle a ese hijo de puta que eras una mujer de carácter, decidida y a la vez simpática y alegre. Completamente diferente a la recatada y fiel mujer casada que eras. ¡Ahh!, y de paso seguir luciendo tu cuerpazo al pasear junto a él en su motocicleta con ese vestido tan ceñido. ¿De verdad pensaste que esa era la mejor manera de empoderarte? ¡Por favor! Qué idiotez. Lo único que conseguías acompañándolo era llamar más su atención, gustarle más. —Le hablo con ironía pero con bastante sinceridad, así no le guste.

—No, Camilo, no fue por gustarle a él. Lo hice por mí. Quería romper con ese temor estúpido y sí, igualmente para disfrutar de la sensación de independencia y libertad que tú mismo me dijiste que se sentía, tratando de que aceptara montarme a una moto contigo. ¿Y sabes qué? Tenías mucha razón. A pesar de llevar mis ojos cerrados pude percibir todo eso, al ser golpeado mi rostro, los brazos y los muslos, por el templado viento de aquella noche, y notarme seducida por la desconocida conmoción física, al sentir desde las plantas de mis pies, subiendo por mis pantorrillas y ascendiendo por la parte interna de mis muslos, terminar con rítmicos estremecimientos, vibrando en… ¡En cada nalga!

Observo a mi esposo fumar, despacio pero dubitativo. Molesto y expulsando por la nariz solamente cada aspirada, y eso aunque me alarma, me hace decidir a continuar relatándole el resto de aquel viaje, con pelos y señales. ¿Eso igualmente contará para Camilo como una infidelidad?

—Y no sé si fue por ser la primera vez, pero yo… Esas vibraciones producidas por la potencia del motor, o al pasar la llanta trasera sobre los baches y cada irregularidad de la carretera, las sentía estremecerme aquí Camilo, aquí en mi cuca. —Lo observo sin pena, quizás con algo de rabia en verdad y me pongo la mano sobre mi pubis por encima del vestido para que me comprenda. Baja levemente su cabeza y me mira. Sin embargo no me dice nada y yo por lo tanto continuo rememorando aquella noche.

—Un miedito rico se fue apoderando de mí, producto del vértigo en mi vientre, al sentir más de cerca la fuerza de la gravedad, al tomar las curvas de tan inclinada manera; o al jaloneo hacia atrás que producía en mi cuerpo cada momento de aceleración para sobrepasar los automóviles, haciendo que los sintiera muy cerca. Sensación desconocida en mi corazón palpitando muy acelerado, similar a las miles de revoluciones por minuto de aquel cromado motor que bramaba como un toro cada vez que él cambiaba de marcha. Sí, cielo, tenías mucha razón cuando me decías que iba a sentir… ¡Adrenalina pura!

— ¡Ahhh, carajo! Ahora va a resultar que yo fui el culpable. —Me dice Camilo con algo de sarcasmo.

—No señor, la culpa plena es mía. Ya te lo he dicho. Así como igualmente te conté que a pesar de todo, siempre estabas presente en mi mente. ¿Puedo seguir? —Le contesto con una firme sinceridad y él asiente.

—En un abrir y cerrar de ojos, literalmente hablando, pues la mayor parte del corto viaje, los mantuve completamente cerrados, para serte sincera, pero sintiendo en mi cuerpo los giros a derecha o luego a nuestra izquierda, por calles sin saber a ciencia cierta si anchas o estrechas; silenciosas algunas y otras bulliciosas, unas más que otras. Y claro que a veces me atreví a abrirlos, pero únicamente cuando sentía que desaceleraba, rebajando las marchas en secuencia para frenar. Y así todo el camino hasta que frenó definitivamente y mi cara al igual que mis pechos, se estrellaron intempestivamente contra su espalda, y al estacionar me dijo:

— ¡Llegamos! Ya puedes abrir los ojos. —A pesar de estar detenidos, los dedos de mis manos seguían fuertemente atenazados, manteniendo mis brazos ya un poco por debajo de su pecho.

—Al abrirlos me fijé que de perfil me miraba con esa peculiar desvergüenza suya, plena de picardía y con cierto cariz a burla. Me sentí avergonzada y de inmediato aflojé mis manos y lo dejé de abrazar, pero sintiéndome a la vez molesta conmigo misma, por haberle dejado regocijarse de mi fragilidad.

—A ver bizcocho, dime que te parece este panorama. ¿Ya lo conocías? —Me dijo mientras yo hacía malabares para descender de la moto sin ser quien diera un espectáculo a las otras personas que se encontraban deambulando por allí, con la visión de mi tanga negra reluciendo entre mis muslos blancos, al tener que abrirlos más de cuarenta y cinco grados.

Nosotros, al igual que lo que me está relatando, igualmente tenemos en frente nuestro un hermoso panorama. La playa muy bien iluminada por bombillas incandescentes que cuelgan en hilera desde un cable tensado entre palmera y palmera, –oscilando caprichosamente ante la fuerza de la costanera brisa– alumbrando desde el inicio hasta la angosta pasarela de madera más allá, y que en forma de «L» bordea al rompeolas, donde dos altas fogatas ya se encuentran encendidas prácticamente juntas, y en la mitad de ellas allí están, mezcladas entre varias personas más, las tres compatriotas bailando descalzas sobre la arena blanca y los…

—Me giré sobre mis talones y… Camilo, ¿Sí me estas escuchando?

— ¿Ehh?... Sí claro, por supuesto. ¿Y entonces que sucedió? —Le contesto dirigiendo mi mirada hacia ella, prestándole de nuevo la atención requerida.

—Pues que todavía sin retirarme el casco, caminé hasta el muro y desde allí me fijé en aquella hermosa postal nocturna de una parte de la ciudad, con sus diminutas luces multicolores titilando lejanas, y varios metros más abajo, el rumor que parecía ascender desde el rio Magdalena cruzando el valle, alterado de manera colectiva y descoordinada por el croar de las ranas, o acallado de manera intermitente por el estrepitoso chirrido de las cigarras y otros insectos amparados por la oscuridad.

—Aquí no había estado antes. Es la primera vez que vengo por acá. —Le respondí mirándolo, al sentirlo llegar a mi costado.

—Espera, déjame ayudarte. —Me contestó y en seguida se apresuró a soltarme la correa que afirmaba aquel casco a mi cabeza, acariciando de paso mi mentón con su pulgar e inclinándose un poco, ladeo su rostro para un lado con la intención de besarme. Me aparté de él un paso hacia atrás y le pregunté…

— ¿Qué intentas hacer? ¡Atrás Satanás! —E interpuse mi antebrazo entre su rostro y el mío.

— ¡Darte un besito, bizcocho! El otro día me dejaste con las ganas y además como es tu primera vez, al igual que tu paseo en mi motocicleta, quiero que sea inolvidable para ti. —Me respondió estirando su brazo derecho para alcanzar mi cuello y con la otra mano aprovechó para revolcar juguetonamente mis cabellos, dejándomelos tan revueltos como un nido de pájaros.

— ¡Ajá! ¡Si claro, cómo no! ¿No te las calmó tu novia o alguna de tus otras mujeres? De hecho ahora que lo pienso… ¿No será aquí donde traes a tus conquistas para enamorarlas? —Le pregunté mientras de nuevo me separaba y buscaba dentro de mi bolso el cepillo para componer mi melena. No lo hallé.

— ¡Jajaja! ¿Eso crees? Pues no bizcocho, te equivocas. Aquí solo he venido con las dos mujeres que me interesan en verdad. Mi novia y tú. —Y al terminar su razonamiento, sonrió maliciosamente y se me abalanzó nuevamente con malas intenciones.

—Me resistí de nuevo echando para atrás mi cabeza, pero él adelantó un pie y se me acercó. Entonces me di la vuelta con rapidez para evitar aquel nuevo intento, pero de repente sentí como apartó hacia adelante mis cabellos, dividiéndolos en dos y echándolos por encima de los hombros; sus manos se posaron por detrás de mí nuca, ejerciendo presión con sus pulgares tibios sobre los músculos de mi cuello, circulando hacia los lados, presionando con lentitud y tensando la piel hacia la parte alta de mi nuca, deshaciendo las contracturas; bajándolos luego hacia los trapecios y acariciando luego con las palmas de sus manos mis omoplatos, realizó un relajante masaje por algunos prolongados segundos, que yo no pedí pero al cual no hice nada para apartarlo y que para no mentirte, lo estaba disfrutando. De hecho, en lugar del cepillo encontré mis cigarrillos y me decidí a fumarme uno, así al mantenerlo encendido y apretado entre mis labios, evitaría que insistiera en besarme.

—Vamos Meli preciosa, no seas esquiva. Es solo un piquito y ya. Con eso me contento. —Lo dijo con suavidad, cambiando el tono de su voz a uno mucho más sensual y provocador, muy cerca de mi oído.

—Pues te quedaras con las ganas, porque no se me antoja ahora serle infiel a mi marido. —Le respondí con socarronería, aunque la verdad, había logrado erizarme los vellitos de la nuca.

— ¡Pero qué dices Meli! ¡Por favor! Si conmigo ya lo fuiste, ¿o fue tan pésima la forma en que te lo hice que ya se te olvido? —Con unas palabras parecidas me confrontó, pero no me hizo claudicar y por el contrario yo le respondí...

—Hummm, a ver cómo te lo explico querido. Lo primero fue la consecuencia a ese beso que me di con K-Mena y porque estaba algo excitada por culpa de ese estúpido jueguito. Y la verdad, he decidido olvidarlo porque tienes razón. Fue tan efímero que no alcancé a darte una puntuación, ni buena ni regular, y después pensé que era mejor para tu ego masculino, que yo lo olvidara sin darle mayor importancia.

—Recuerdo que no puso buena cara y se acobardó un poco.

—Con respecto a lo segundo… Aquel beso fue una especie de compensación por tu esfuerzo, pero no te confundas querido, que no me estaba muriendo de ganas por besarte. Sencillamente sentí que te lo debía. —Le terminé por aclarar.

Camilo eleva los hombros al parecer resignado, y así mismo lo hacen sus espesas cejas negras. Sí está molesto, lo disimula bien jugando a hacer círculos con el humo de su cigarrillo al expulsarlo de su boca, para posteriormente mientras caminamos, rascarse la oreja con la otra mano y finalmente preguntarme...

— ¿Y es verdad que no te importó? ¿Qué no pensaste en lo que hicieron? ¿En ningún momento? ¿Ningún día o en las noches? —Me pregunta mirándome directamente a los ojos.

— ¡Mírame!... Es verdad. Ten en cuenta que psicológicamente me impactó más el hecho de haberme acostado por la fuerza con ese profesor, y el sentimiento de culpa y de temor a que te enteraras de alguna forma, me ayudó a restarle importancia a lo que hice y le obligué a hacer a José Ignacio. —Le respondo con sinceridad.

—Uhumm, ok. Sigue contándome que más sucedió esa noche. —Me insta Camilo a continuar y lo hago mientras seguimos avanzando, sintiendo en mi caso, los granos de arena que se cuelan dentro de las sandalias por debajo de la planta de mis pies.

—Si mal no recuerdo, le dije algo así… «Y a ver Nacho, obviamente me pareces un hombre apuesto y muy guapo, estaría ciega si no lo admitiera, pero no las tienes todas contigo, te hace falta algo y no encajas por completo dentro del estándar de mis gustos personales. Para sentirme atraída hacía un hombre, debo sentir algo adicional. Qué me aprecien y valoren, como una mujer especial y sobre todo única». —Le contesté de forma sincera esperando que así se calmara un poco y se le bajaran las revoluciones, aunque él me respondió de inmediato…

—Pero a ver mamasota, es que tú no te dejas querer. Sí cambiaras tu actitud hacia mí un poco, podríamos llegar a tener entre nosotros algo. ¡Así es hijueputamente complicado! —Me respondió a la vez que abriendo su billetera, extraía de ella un cacho de marihuana.

— ¡Ahhh, pero que bonito! También nos salió marihuanero el hijo de puta playboy de playa. —Comenta Camilo ofuscado al enterarse, y yo desestimo su comentario para poder proseguir con la historia.

—O podríamos acabar con todo. Tú con mi matrimonio y yo con tu noviazgo. No Nacho, debes comprender que ese hombre tan atractivo para mí, ya no lo busco en nadie más, pues lo tengo a mi lado hace años. Porque mi esposo supo transmitirme desde un comienzo ese tipo de sensaciones. Hummm… Es que entre los dos hubo chispa, magia y… ¡Una conexión más sentimental que física! —Concluí ese tema y me recosté sobre el muro para fumar con tranquilidad.

— ¡Pues supongo que debo agradecerte por pensar de esa manera de mí, en frente de tu amante! —Le digo a Mariana y sin esperar por su respuesta, me alejo de ella para dirigirme hasta las rocas cercanas pisando descuidadamente pedazos de madera, empaques vacíos de snacks y hasta pequeñas cucharas de plástico. De un pequeño salto logro alcanzar la esquina lateral de la plaza del Fuerte, y dejar dentro del contenedor para los desechos, la colilla de mi cigarrillo.

— ¡Aunque no lo creas Camilo, eso le dije, y es lo que siempre he expresado a los demás cuando me preguntaban detalles sobre mi marido! —Me grita Mariana a mis espaldas y yo hago un gesto de insatisfacción con mi boca que ella no observa mientras que me regreso escuchándole decir...

—Me dijo que esa noche en el hotel, él por mi había dejado mucho de su orgullo allí arrodillado, con su… ¡Puff! Con su cara metida entre mis piernas y con… Con su lengua hundida dentro de los labios de mi «Panocha mojada». ¡Tal cual lo dijo! Y además que no le parecía que debiéramos dejarlo así como si nada y que a él, –a pesar de ser su primera vez– no le había parecido que lo hubiese hecho tan mal.

—Ok, Mariana. –Me interrumpe para expresar su inconformidad, sus dudas y lo que se imagina. – Supongo que te creíste todo lo que te dijo y por eso terminó sucediendo lo que paso entre ustedes dos.

— ¡Pero claro que no! Como se te ocurre pensar que yo me fuera a dejar convencer con ese discurso tan patético. Para nada fue así, simplemente le respondí con algo de ironía… « ¡Awww, tan lindo! Muchas gracias por lo que me atañe.», pero José Ignacio continuó con su palabrería, sincerándose conmigo creo yo, a medida que se fumaba su porro de marihuana.

—Mira Bizcochote, tú me gustas más de lo que crees, tienes una carita angelical y un cuerpo de infarto, pero es tu actitud hacia mí la que me enloquece. Y es obvio que yo te atraigo… ¡Aunque no lo quieras reconocer! —Se quedó en silencio mientras se acercaba a la parte trasera de la moto y de una alforja extrajo una botella de vidrio, sin marca alguna, y se devolvió para seguir diciéndome...

—Por eso pienso que es necesario que tú y yo probemos a tener algo. En verdad me atraes demasiado, ya que has demostrado ser diferente a las otras mujeres, que tan solo me buscan para desfogar sus bajas pasiones, liberándose de sus traumas, y que asedian hasta el cansancio. Son muy fáciles de complacer. En cambio tú me rehúyes, muchas veces ni me determinas, o cuando lo haces no demuestras ninguna emoción, logrando hacer que dentro de mi surja un sentimiento desconcertante. ¡Tampoco habrás probado esto! —Me dijo e intrigada le pregunté: ¿Qué es?

— ¡Aguardientico de caña! Anda, mamasota, prueba un poco. —Y me ofreció la botella pero sin destaparla.

—No, gracias Nacho. Sí lo probé alguna vez pero no me gustó. —Le respondí y de inmediato se la devolví. Él sí la destapó con agilidad y se tomó un buen sorbo para decirme enseguida...

— ¿Sabes una cosa mamasota? Desde ese beso en mi casa, sin que te hubieras lanzado a mis brazos al mostrarme desnudo frente a ti, me he puesto a pensar que una mujer como tú, es la que realmente necesito a mi lado. ¡En verdad!

—Pero ya tienes a tu novia. ¿Acaso con ella no es suficiente? Porque déjame decirte que por mi parte, cada día que paso junto a mi esposo y mi hijo, me colma de satisfacción. ¡Me basta y me sobra con él! —Así le respondí y empecé a notar en él un cambio en su actitud hacia mí.

—Nos quedamos en silencio por un instante y yo pensé entonces, que al saberme deseada por el hombre que anteriormente se burlaba de mí, me emocionó un poco. No te lo voy a negar. ¡Tan deseada pero inalcanzable para aquel hombre conquistador! Y por otra parte sentí bastante preocupación por lo que observé en el brillo de sus ojos. Me había convertido en su objetivo, en su… ¡Obsesión! Y yo no quería meterme en más problemas de los que ya tenía, así que finalmente intenté ponerle freno diciéndole…

—Ni siquiera te has logrado colar en mi mente. ¿Entiendes? No te has atravesado en ninguno de mis pensamientos para bien o para mal. Todo lo contrario. Me arrepiento de haber hecho lo que hice contigo. Actué mal, y con esas acciones te di tal vez falsas esperanzas. Lo siento mucho. No eres el tipo de hombre, amoroso y fiel, cariñoso y sincero, que yo siempre he querido para mí, y que afortunadamente todo eso ya lo encontré en mi esposo. —Y sin apartar mi vista del rostro de Camilo, observando su reacción, decido detenerme no muy lejos de una fogata para descalzarme y descansar los pies caminando sobre la arena fría.

—Y a que no adivinas que me respondió. Camilo levanta los hombros corroborando con ese gesto no tener idea, así que prosigo exponiéndole mis recuerdos.

—Me juzgas mal, bizcocho. No soy un mal hombre, lo juro. Sucede que no has hecho el intento de conocerme bien, y por lo tanto no sabes lo difícil que ha sido para mí llegar hasta donde estoy, y si soy así es por la vida misma que me ha enseñado desde pequeño que es mejor guardarme siempre lo mejor de mí para después. Se podría decir que soy como soy, por naturaleza. ¡Un hermoso soltero feliz sin tantas responsabilidades! Jajaja.

—Un hombre hermoso pero irresponsable e inmaduro. Arrogante, pedante, sarcástico, emocionalmente inestable y de paso para completar, infiel a su novia sin mostrar un poco de arrepentimiento. ¿Todo eso lo aprendiste en tu duro recorrido por esta vida? ¿O también es culpable la naturaleza? —Se lo dije así, en su cara con franqueza y sin anestesia.

Camilo se detiene, mira hacia el grupo de personas –la mayoría muy jóvenes– que felices hablan, ríen y hasta saltan de alegría al ritmo de la música bailable, y luego mi esposo me sorprende al desabotonarse su camisa.

— ¿Qué vas a hacer? —Me pregunta Mariana cuando se da cuenta de que me estoy quitando la camisa.

—Pues sentarnos por aquí para descansar y poder escucharte con tranquilidad. —Le respondo y tiendo a lo ancho mi camisa sobre la arena y de la mochila extraigo la botella de ron y los dos pequeños vasos. Lo demás lo dejo allí, oculto todavía a su mirada.

— ¡Ven, ya puedes sentarte! —Le ayudo a arrodillarse primero, y luego Mariana con su habitual elegancia, acomoda sus piernas de medio lado, arremangándose un poco el ruedo de su vestido, dejando a un lado el bolso, las sandalias y el sombrero.

— ¿Brindamos? —Le pregunto mientras le hago entrega de su copa rebosada de ron.

— ¿En serio? ¡Jajaja! ¿Y por qué motivo, razón o circunstancia? —Me contesta algo intrigada pero iluminada su cara por una sonrisa amplía.

— ¡Por tus verdades y por nuestro dolor! —Le respondo devolviéndole una leve sonrisa.

—Pues… ¡Salud! —Y chocamos las copas con delicadeza pero con el movimiento de nuestros brazos, me brincan levemente los senos y a Camilo, la cadena de oro con su alianza enhebrada.

— ¿Ya viste? Allí está la rubia que te comió con la mirada. —Le indico con mi dedo índice a Camilo.

—Sí, ya las había visto. Ojalá no se den cuenta de que estamos acá para que nos dejen seguir charlando. Y entre todas las cosas, me estabas diciendo como es que te conquistó con su parla de Don Juan Tenorio.

— ¿Qué? ¡Nahh, cual que me conquistó! Para nada cielo. Tal vez lo intentó pero no fue de esa manera. Humm, recuerdo que me dijo…

—«Mamasota, debes comprender que si estoy con una o con otra, es porque tengo mis necesidades, y no he logrado con ninguna llenar esas expectativas, y pienso que si me quedo solo con una, me voy a perder de conocer a otras que quizá me puedan colmar esas carencias. ¡Cómo me sucede contigo! Por eso creo que debemos conocernos más… Íntimamente. ¡Podrías ser tú el amor de mi vida!»

—Me solté a reír mirando el oscuro panorama iluminado por las pequeñas luces en la lejanía, para responderle posteriormente sin mirarle…

— ¡Jajaja! Tienes dos problemas, querido. Uno: Estoy felizmente casada. Y dos: No estoy tan necesitada para requerir de tus servicios. —Y con el porro sujeto entre su pulgar y el índice, aspiró largamente meditando su respuesta, para luego ir soltando una espesa humareda e inundando el alrededor con su aroma amaderado y terroso, antes de responderme…

—Bahh eso no importa porque primero que nada, las cadenas de una relación se oxidan con el tiempo, y al final se pueden romper con facilidad. Y en segundo lugar: Estoy seguro de que mientes y a ti también te gustaría probar estar conmigo, al menos una temporada.

—Y me giré por fin para enfrentarme a su mirada, acomodando de paso los cabellos revueltos hacia mi espalda, y en un tono pausado pero sarcástico le respondí algo así:

— ¡Pues casi, querido! Casi que me apena el haber llegado a tu vida tan tarde. No sabes lo triste que me siento al saber que, como en la canción de Arjona, llegamos a destiempo a este cruce de caminos. ¡Jajaja! Pero ahora si en serio… ¿Sabes lo que creo? Pienso que por mi bien y por el tuyo, debemos dejar todo tal y como estaba. Olvídate de mí… De mi boca y de ese beso… E igualmente de todo lo demás. Nacho, no fastidiemos nuestra existencia ni destruyamos lo bonito que tenemos con nuestras parejas. Nos aman y no merecerían que los traicionáramos. Bueno, al menos yo hablo en nombre de mi marido. No sé si tú puedas decir lo mismo de tu novia. —Entonces se le desdibujó de su rostro la sonrisa, y se llevó una mano a la nuca para frotársela, colocando una expresión de seriedad para decirme…

— ¡Solo respóndeme algo Meli, pero con sinceridad! ¿Si eres feliz con tu marido?

—No… ¡No lo dudes ni por un segundo! —Y tras darle una rápida calada al cigarrillo, le lancé el humo por su cara, sonriéndome ligeramente por mi travesura.

— ¡Tan graciosa, mi mamasota! Sin embargo te aseguro que en esta vida antes de morir, es mejor probar de todo. Lo suave y azucarado, y por igual mezclarlo con lo duro y lo amargo. Viviendo siempre del mismo lado, uno termina por cansarse y aburrirse, por eso es que en la cama te enroscas, te estiras y al final, te das la vuelta para acomodarte de manera diferente. —Me contestó.

— ¡Vaya, vaya! También nos salió filósofo el Playboy de playa. —Me hace el comentario Camilo, y yo sonriéndole le respondo…

—Sí, es verdad. Pero él tenía sus motivos para pensarlo. E igualmente me dijo que vivir platónicamente fiel debía cansarme, y que si no lo sentía en ese momento, lo viviría con seguridad algún día. Ya fuera yo la culpable o tú, mi victimario. Pero por favor Camilo, no me interrumpas hasta el final, que estoy intentando recordarlo tal como sucedió. ¿Vale?

Camilo de rodillas todavía asiente, y con sus dedos sobre los labios me hace el gesto de coserse la boca y callar, mientras sirve otra tanda de ron, y aunque me gustaría que estuviese más frio, se lo recibo y bebo un poco. La colilla de mi cigarrillo la abandono a mi derecha, al fondo de una huella en la arena. Mi pisada o la suya la han formado, y decido utilizarla como mi cenicero personal, antes de proseguir recordando aquella conversación casi a oscuras, los dos, Chacho y yo allí de pie, tan cercanos nuestros cuerpos, como alejados nuestros puntos de vista ante la fidelidad, sobre aquella cuadriculada plaza y bajo una noche espectacularmente llena de estrellas, gracias a que la luna se encontraba iluminada a medias.

—En cambio desde mi perspectiva, –me dijo mientras bebía de la botella otro trago de aguardiente– y con las experiencias que he tenido, la traición con buen manejo, al contrario de lo que puedas pensar, ha servido para el disfrute posterior del esposo engañado. Te lo aseguro. Algunos de esos tipos, esperan confiados y otros enojados en su casa, la llegada de sus mujeres después de haber estado conmigo. Ellas, para ocultar a sus maridos las culpas, arrepentidas o no, le meten ganas para intimar con ellos y hacerles olvidar con sexo, su desconfianza o su enojo. Se desviven en atenciones para ellos y no les niegan nada. Se ofrecen de la manera tradicional y conocida, inicialmente para posteriormente incluso, dejarse hacer hasta lo que ellas jamás se atrevieron a explorar con sus cornudos esposos. Cómo puedes ver, esos traicionados son más felices así. ¡Comiendo sin saberlo de mis sobras!

—Uhumm, ya veo. Según tú, esos maridos cachoneados deberían darte las gracias por arreglarles sus monótonas vidas maritales. ¡Jajaja!

—Me burlé de él, cielo. ¡Lo Juro! Pero no pareció incomodarse por mi comentario y al igual que yo, recostó el culo contra el muro de piedra, para seguir aspirando su cacho de marihuana, así que terminé por decirle...

—Bueno, ahora sí en serio. Es un punto de vista diferente y puede que sea así para algunas de esas mujeres tan urgidas de emociones fuertes, pero en mi caso, acostarme con otra persona y mentirle a mi esposo, va en contra de mis principios morales y de la ética que debe mantenerse en una relación ya establecida.

—Tal vez estas equivocada y el que seas infiel conmigo no sea malo para ti ni tan desafortunado para tu esposo. Piénsalo un poco, o mejor... ¡Déjame adivinar! ¿Acaso no llegaste a tu casa arrepentida de lo que habías hecho conmigo y lo buscaste esa noche? Lo convenciste fácilmente y tuvieron su buen revolcón, ya que a pesar de que el cachón de tu marido no sabía nada, te sintió más cariñosa y arrecha que de costumbre. Tú y él terminaron por disfrutar lo que los dos iniciamos y dejamos a medias. ¡Qué tal! ¿Adiviné? —Y creo que al acertar no me sonroje y por el contrario con toda la seriedad del caso le respondí…

—A medias. Si tuvimos una noche de pasión, pero no porque hubiese llegado a mi casa sintiéndome culpable, si no debido a que persiste entre nosotros todavía, las ganas de una buena sesión de sexo, después de no tenernos por un tiempo, porque nos hacemos falta. Eso es amor, querido Nacho. ¿Y tú? Apostaría a que te mataste a punta de pajas esa noche pensando en mí.

— ¿Yo? ¡Jajaja! ¡Pero que abusiva! Pues para ser sincero me dejaste con la verga tiesa pero con Carlos durmiendo en la otra cama no pude masturbarme, pero sí pensé en ti y en que debía terminar por hacer contigo eso que jamás se lo había hecho a ninguna mujer. ¿Me gustó? Contigo sí, y por eso quiero que me dejes hacértelo bien.

—Que caballeroso de tu parte Nacho, pero en serio, no tienes por qué preocuparte, ya mi marido me la besa y lame con dedicación, y se la come todavía con agrado. Mejor practica con tu noviecita o con cualquiera de tus conquistas. ¿Qué tal con K-Mena? Mira que hoy la he visto muy acarameladita contigo. ¡A ella podrías echarle el cuento!

— ¡Jajaja!... Con Grace claro que podría intentarlo, pero hasta cuando regrese de su viaje. Con las otras ya sabes que me da mucho asco, y pues con Carmen Helena… No debo meterme con ella. Se va a casar con mi amigo, mi hermanazo del alma. Y además bizcocho, aquí entre nosotros, te cuento que ella es virgen todavía. ¡El marica de Sergio no se ha atrevido todavía a hacerle la vuelta!

— ¿En serio, Nacho? Quién lo diría. ¡Porque ella hoy ha estado muy desenvuelta y hasta paseo en moto te pidió! —Le respondí colocando mi rostro de sorprendida e intentando sonsacarle algo más.

— ¡Upaleee! Ya veo que eres muy observadora. —Y terminó por botar hacia el abismo, los restos de su cacho de marihuana, para contarme lo que yo quería escuchar. ¡Sus sentimientos por K-Mena!

—Es verdad que hoy esa loca anda con las hormonas alborotadas, y esta tarde en particular me ha estado insistiendo en que yo le deje hacer... ¡Bahh! Olvídalo. Aunque si continúa suplicando pues tocará no hacerme de rogar. ¡Jajaja! ¿No estarás cabreada y por eso me has evitado?

— ¿Yoooo? ¡Jajaja! Para nada. Allá tú si quieres dañar esa bonita amistad, y además estaba ocupada con Eduardo atendiendo unos clientes que estaban algo molestos porque alguien no los atendió de buena manera. —Le contesté.

— ¡Bahh! Quizás te refieras a una pareja de un anciano flaco y una vieja gorda y desabrida con dos «culicagaditas» que no hacían más que molestar. No me interesaba perder el tiempo con ellos. Espero que al menos te distrajeras atendiéndolos. ¡Jajaja! Y volviendo con el tema de Carmen Helena, es para que te des cuenta que muchas solo quieren ensartarse en esta estaca. —Y mientras lo decía, se agarraba con su mano izquierda el bulto por encima del bluejean.

—Meli, debes entenderlo desde otro punto de vista. La infidelidad es solo otra cara de la misma moneda. Una que aguarda escondida en lo más profundo de la intimidad de las personas. ¡De todas! Forma parte de mí, de tu esposo y de ti. Tarde o temprano, física o mentalmente a ustedes dos también les va a ocurrir, si es que ya no ha sucedido. Es como la muerte misma, que va caminando de la mano de la vida. Puede que se demore un tiempo o se precipite por algún accidente imprevisto, pero sabemos que llegará. Así que no debes atemorizarte por lo que pueda llegar a suceder entre los dos.

— ¿Entre tú y yo? ¡Ja-ja-ja! Permíteme que me ría. Humm, pienso que te encuentras muy seguro de ello, y la verdad Nacho, no veo en este momento que tus sueños de llevarme a la cama se vayan a cumplir. ¿Y sabes por qué? Porque creo que ser infiel en lugar de hacerme llegar a sentir bien, me haría vivir atormentada todo el tiempo, al causar un gran perjuicio a mi estable relación, tan solo por saciar un deseo sexual primitivo y secundario, y sufriendo al saber que si lo hago, arriesgaría mi presente, –bueno, regular o malo– todo por un futuro incierto con otra persona, sobre todo si es con alguien como tú.

—Conmigo te sentirías distinta, como ahora. ¡Y lo sabes! Tan autónoma como yo, que no me ato a nada ni a nadie. Soy libre y esa libertad es la que te ofrezco para que disfrutes más de ti misma, pasándola bueno conmigo entre otras cosas, y en distintos momentos sin complejos ni reservas. Luego regresas a tu casa bien bañadita y oliendo rico a los brazos de tu marido, y notarás que al romper con la rutina, tu matrimonio mejorará, si es que lo quieres conservar.

—Bonito discurso querido, pero guárdatelo mejor para tus otras conquistas, esas que puedan estar desatendidas o aburridas, y que no se sienten plenas con la vida que llevan. Las que dudan del amor que en sus hogares les ofrecen. Tu ofrecimiento déjaselo a las inconformes que por lo pronto para mí, no me aburre para nada vivir con el esposo que tengo.

—Te voy a dar un tiempo para que lo pienses bien, bizcocho, y comprendas que por más que creas que lo tienes todo, siempre habrá algo dentro de ti que te hará sentir incompleta y entonces puede que si te decides, yo aún quiera darte un espacio en mi cama y puedas despertar desnuda y bien abrazada a mí, con una sonrisa de satisfacción en tus labios. —Me respondió tan altanero y petulante como siempre. Pero no me amedrenté y enseguida le dije…

—Si llego a serle infiel a mi marido, no creo que seas tú mi primera opción. Para tu información, en el menú diario, afortunadamente tengo bastantes opciones de donde escoger. Cuando sienta hambre comeré lo que más me llame la atención y si no me gusta lo que me ofrecen en el plato, o su sabor es desabrido, quizás más tarde se me antoje probar un poco del postre que me ofreces. No te ofendas ¿Bueno?

— ¡Jajaja! Pero que abusiva me saliste. ¿No te han dicho que así como eres de hermosa, también lo eres de hijueputamente franca? Pero esa es la actitud que me gusta. Por eso es que me fascinas, obviamente además de esos ojos tan azules y sobre todo, ese culote que te gastas y con el que sueño dándole unas buenas palmadas. —Y tomándome desprevenida me palmeó una nalga pero con poco vigor.

—Bueno querido, ya va siendo hora de regresar que se puso a hacer frio. —Le dije y tiré hacia el vacío la colilla de mi cigarrillo.

— ¿Y ya? ¿Eso fue todo, Mariana? ¿Solo palabrería y nada de… ¡Nada!?

—Uhum, créeme que eso fue lo que sucedió. Ni un beso ni una caricia. ¡Nada! Pero si tengo que confesarte algo. Luego de que me entregara su chaqueta de cuero, que me quedaba holgada, al colocar mi pie sobre el soporte se me enredó la cadena de oro que llevaba puesta en el tobillo derecho y que no me quitaba desde que tú me la regalaste; al verla rota exclamé un ¡Jueputa!, que hizo que él se diera la vuelta y me ayudara a recogerla. Observó el corazón y pasó la yema de su pulgar sobre las dos iniciales. Una sonrisa maliciosa apareció en sus labios y al entregármela me dijo…

— ¡Sí ves bizcocho! El destino nos está diciendo que tu marido por más que te encadene, no podrá mantenerte atada a él por siempre.

—No le respondí nada porque sencillamente nunca me he sentido ni me has hecho sentir así. Al contrario, al haberte mentido por lo sucedido entre él y yo, y luego lo peor con ese profesor, era yo quien quería mantenerte unido a mí, inocente y ajeno a mis desgracias.

—La tomé con cuidado y por el afán de que arrancáramos para el hotel, la coloqué dentro del bolsillo lateral de su chaqueta. Por eso no me la volviste a ver puesta y te mentí al decirte que la tenía guardada en mi cofrecito con las demás joyas. La verdad es que por todo lo que enseguida me sucedió, la dejé allí y se me olvidó después pedírsela para llevarla a reparar. Lo lamento, cielo.

No solo es su voz, mucho menos el tono con el que me ha revelado lo que sucedió con aquella cadenita de oro y el dije en forma de corazón lo que me lleva a calmarme y no recriminarle nada. Ha sido la expresión de su rostro, visiblemente entristecida y en sus ojos marinos, acuoso el desconsuelo renace gradualmente, en conjunto con la vergüenza que se le empieza a desbordar nuevamente en forma de luminosas lágrimas.

Mariana suspira y de manera firme pasa el dorso de la mano que tiene libre por ambos ojos, la gira luego y extendida con la palma limpia por igual ambas mejillas. Se acomoda diferente, sentada dobla ambas piernas y las acerca hasta su pecho rodeándoselas con los brazos y con la cabeza gacha, bebe de su copa hasta vaciarla, para continuar hablándome.

—Como al inicio, se acercó a mí con el casco en su mano, mientras yo desenredaba con los dedos mis cabellos. No quería que se me esponjara demasiado con el viento, así que busqué una de mis bandas elásticas dentro del bolso pero no encontré ninguna para sujetármelo. Y sin dudarlo hice otra tontería que sé muy bien que no te va a gustar saber. Otra cagada de las mías, pero qué te confieso desde ya, que lo hice tan solo para… ¡Impresionarlo!

—En frente de él, –bastante cerca para que nadie más se diera cuenta– llevé una mano primero por debajo de la tela del vestido y con cuidado de no mostrarle de más, me bajé de ese lado la tira elástica del tanga y luego con la otra realicé la misma operación, hasta bajármela por completo desde los muslos hasta mis tobillos y posteriormente levantando un pie, luego el otro, la tomé con cuidado pinzándola con dos dedos y se la entregué diciéndole... ¡Sosténmela un momento por favor!

Supongo que Camilo estará haciendo mala cara, tan sorprendido con mi confesión, como Chacho lo estuvo con aquel sorpresivo acto, pero ahora es preciso culminar de contarle como finalizo mi primer paseo en motocicleta con el hombre que tanto ha detestado. Con seguridad deberé brindarle más explicaciones cuando acabe de relatarle lo sucedido esa noche.

—Tomé mis cabellos con una mano desde mi nuca y los retorcí para hacerme una moña simple y baja, la que me gusta hacerme para salir a trotar por el parque o ir al gimnasio. Y entonces de la palma de su mano, abierta como tenía igualmente en esos momentos sus ojos avellanas y la boca, tomé de nuevo el pequeño triángulo de tela negra y la enrosqué con rapidez, usándola como si fuese una coleta para asegurar mi melena. Le recibí el casco y yo misma me lo coloqué, ajustando sin demora la correa. Sorprendido por mi acción se sonrió y antes de que me dijera algo morboso, me anticipe y le dije…

— ¡Finalmente te hice caso! Ya estoy lista y sin calzones como querías. ¡Vámonos ya, que aquellos deben estar pensando que estamos haciendo quien sabe que cosas y después empieza el chismerío en la oficina! Ahhh, y cierra esa boca que de pronto por el camino se te puede meter alguna mosca. —Se rascó la cabeza y paseó su lengua húmeda por los labios, mirándome con deseo los muslos y seguramente recordando lo que ya le había dado a probar.

—Tan pronto enderezó la motocicleta, me encaramé lo más rápido que pude acomodando de nuevo el bolso en medio de mis piernas, cubriéndome mejor con la holgada y pesada chaqueta de harlista, y abandonamos aquel mirador para regresar al hotel, pero ya manteniendo mis ojos bien abiertos para deleitarme con el recorrido e intercambiando algunas miradas pícaras y sonrisas cómplices con él, a través del espejo retrovisor y apartando más de una vez, el peso de su mano sobre mi pierna cuando avanzábamos por alguna recta, y la presión de sus dedos, comprimiendo la piel de mi muslo derecho cuando el tráfico de las calles o alguna luz en rojo nos detenía.

— ¿Y también se los apartaste? —Me pregunta mi esposo bastante desanimado, pero no quiero mentirle, así que le respondo…

—No. Le dejé que lo hiciera las veces que quiso. ¡Por qué a la vez que él lo hacía, yo le clavaba mis uñas con fuerza en su endurecido estómago!

(10,00)