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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (25)

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Aprobar y dejar probar.

Escucharle hablar sobre su pasado, revelándome hasta ahora todos los acontecimientos que me ocultó de aquel presente suyo, no le hace bien y se le nota en la expresión acongojada de su rostro y en la mirada que se enfoca en la lontanza de su perfidia. Por supuesto que a mí tampoco, ya que me lastima saber al detalle lo que realizó con ese hijo de puta «siete mujeres». Cosas que quizá para otras personas desde su apartada perspectiva, las verían banales, estúpidas y sin mayor trascendencia, pero que para un hombre enamorado y traicionado, como es mi caso, todo cuenta y mortifica. ¡Todo duele!

Por eso intento sobreponerme emocionalmente, reconociendo que por más que lo intenté por mucho tiempo, pensando y deseando ser el único hombre de su vida, el mejor y el primero en todo, no pude serlo por completo, no lo fui totalmente y con seguridad no lo seré nunca más.

He sido sin embargo afortunado. Fui el primer hombre al que ella le dio el sí para casarse, tras dos cafés con leche y al menos media docena de donas de arequipe y chantillí. Así como también tuve la dicha de ser el primero en convertirla en madre y ella hacerme un padre primerizo y nervioso, pero feliz al tener entre mis brazos a nuestro hermoso Mateo. ¡Y se lo valoro! Sin embargo no puedo evitar sentir cierta inquina porque esto otro no lo hizo primero conmigo, por más que le insistí. Como lo de pasear en moto, ni lo de andar a mi lado, sin usar ropa interior. ¡No se atrevió o no la supe convencer!

¿Me ha dicho todo? O… ¿Se ha guardado algo? Existe la duda dentro de mí, pero por su expresión parece ser cierto todo, incluso el gusto que sintió al recordar su particular travesura, y que ella sin querer reconocerlo, con el timbre de su voz me lo hizo saber.

— ¡Pues no estuvo mal para ser tu primera vez! -Le digo inesperadamente.- Sin embargo Mariana, creo que fuiste demasiado lejos, aunque creas que por no haber besos ni caricias o algo más, no le impulsaras a querer seguir y conseguir más de ti. —Logro hacer que gire su rostro y sorprendida se fije de nuevo en mí, mientras sigo hablándole y me descalzo con parsimonia para colocarme posteriormente en pie, con el cuello de la botella de ron aferrada a mi mano derecha.

Mariana quiere excusarse o decir algo ahora, pero levanto mi mano, –la que no sostiene nada más que el peso de la brisa– y autoritario la agito indicándole que no quiero que me interrumpa todavía. Me alejo unos pasos sin dejar de observarla, por eso camino hacia atrás hasta la orilla, y continuo hablándole, acortando la distancia.

— ¡Claro! A no ser que eso fuera exactamente lo que deseabas que sucediera. Provocándole más, haciendo que le gustaras más, y siguiendo el guión de esa loca teoría de vengarte de su petulante ego, colocándote a su nivel y dejándole en claro que si él era un don Juan, libre y empedernido, tú para él, podrías ser otra mujer diferente, mucho más decidida y aventurera. Ni medianamente parecida a la mojigata que él creyó ver en ti al comienzo de todo esto, y que a pesar de estar casada, podías ser tan decidida como él, –mental y corporalmente– solamente cuando querías arriesgarte, a mi modo de ver, de una forma ridícula e infantil de doblegarlo.

—Pero fue tu decisión Mariana. Tú maldita y egoísta sentencia al iniciar esa cacería, provocándolo con un poco de dulce para después, acabar entregándole todo el manjar, y por supuesto socavando la confianza y fidelidad que tú y yo nos teníamos, creyendo que podrías manejarlo a él y a mí a tu antojo. Y ya ves que en esta vida, tarde o temprano todo se sabe y todo se paga. —Con este pronunciamiento culmino mi reproche y volvemos a permanecer en silencio.

¡Ya he llegado! Las plantas de mis pies humedecidas así me lo indican. Se van enfriando, como mi interior. El agua supera el nivel de mis tobillos, doy otro paso más y me agacho, para con algo de esfuerzo, medio enterrar la botella de ron girándola dos veces entre la arena, y más calmado o resignado, –que se yo, ya lo que siento– me regreso hacia donde está ella.

— ¡Sabes que sí Camilo! Tienes mucha razón. Eso era exactamente lo que quería esa noche. Mantenerle interesado en mí, para que se olvidara de ella. Con su novia y las demás mujeres de su vida podía hacer lo que se le diera la gana, pero con K-Mena no iba a permitírselo. —Le respondo aumentando el volumen de mi voz, pero no porque quiera gritarle, no. Es por la algarabía que proviene del lugar donde se encuentran nuestros vecinos de playa y la música con la que disfrutan de esta noche nublada, lo que me obliga a hacerlo así.

—Parece que te hubieras enamorado de tu amiga, para importarte tanto si perdía o no, su virginidad con tu…

— ¿Con Chacho? ¡Dilo! ¿Con mi amante? Pues no señor, no me enamoré de ella y mucho menos de él, ni de nadie más. Solo pretendía que ni K-Mena por estúpida, o él por abusivo, la cagaran con Sergio, haciendo peligrar su matrimonio y su amistad, si llegaban esos dos a acostarse por necesidad y por gusto.

—Bueno pues, como sea. Tú Chacho, tú bebé o tu amante. ¿Listo? Ya lo dije. Ahora sigue contándome lo que recuerdas de esa noche porque no me queda claro que más sucedió después de que dejaran aquel mirador, donde según lo que recuerdas, no pasó nada más. Pero… ¿Y en el hotel? Fue allá cuando tú y él finalmente… ¡Pufff! ¿Lo hicieron por primera vez? —Consigo decirle después de suspirar y sintiendo varias punzadas que me pinchan como afiladas agujas, la parte baja del vientre.

—No pasó nada más, te lo juro. No fue allí donde tuve sexo con Chacho por primera vez. Nada más llegar al parking, apresurada me bajé de la moto y le entregué el casco y su chaqueta. No quería habladurías ni comentarios sueltos más adelante en la oficina. Sencillamente le di las gracias y sin esperarlo, me dirigí hacia la piscina del hotel para encontrarme con los demás pero solo estaban Carlos terminando de beber su cerveza, y Eduardo sosteniendo en su mano el vaso de whisky, mirándome con suspicacia y sonriéndose maliciosamente.

— ¿Y las chicas? —Les pregunté tomando de nuevo mi lugar alrededor de la mesa, y llevando a mi boca la copa con lo que restaba de mi coctel.

—Carmen Helena no se sentía bien y Diana la acompañó a la habitación. Pero cuéntanos Melisita… ¿Qué tal el paseo? Te gustó bastante por lo visto, pues se demoraron un buen rato. —Me respondió Eduardo reclinándose sobre la mesa.

— ¡Claro que me gustó! ¡Darme esa vuelta en la moto fue emocionante! —Le respondí después de tomar lo poco del licor que me faltaba, para luego ponerme en pie y decirle a Eduardo muy cerca de su oído…

—Para tu información, me llevó a un apartado mirador. ¿Pero sabes? ¡No me hizo ver más hermosas las estrellas! —Y me di la vuelta dejándolos solos, para dirigirme hacía la habitación y enterarme de lo sucedido con K-Mena.

— ¿Se emborrachó y la pateó el «sereno»? —Le pregunto a Mariana.

— ¡Jajaja! Ya me hiciste reír, cielo. No, ese no fue el motivo de su malestar, ni la causa fue el alcohol y mucho menos tuvo que ver algo la refrescante brisa. Tenía un ataque de cólicos y prefirió irse a recostar. Eso fue todo, en verdad. Salí al balcón para hablar contigo porque te extrañaba. Nos pusimos al día relatándonos nuestras respectivas actividades y aproveché para fumarme el último cigarrillo de ese sábado y desearle buenas noches a mi be… ¡A nuestro hijo!

— Ok. ¿Y entonces?

—Al dia siguiente en la mañana, nos fuimos a trabajar juiciosas a Peñalisa, esperanzadas en conseguir cerrar nuevos negocios. No sucedió nada más con Eduardo, que de hecho arrancó para Bogotá a medio día para cumplir con un compromiso familiar junto a Fadia, y tampoco ocurrió nada trascendental con José Ignacio, porque se «encarretó» con una de las chicas que trabajaban en la recepción del complejo y se olvidó de mí. Simplemente a todos se nos fue el día con rapidez laborando, y regresé a casa como siempre en la noche, a tus brazos y a los de Mateo sin ninguna novedad adicional.

—A quien noté extraño al regresar fue a ti.

— ¿A mí? ¿Y eso por qué?

—Pues es que recuerdo que me acompañaste en el estudio sin musitar palabra mientras yo revisaba mis apuntes. De hecho llegué a pensar que me espiabas, al notar como prestabas demasiada atención al movimiento de mis dedos sobre la pantalla del móvil empresarial, para revisar los apuntes sobre los clientes que pensaba que serían los mejores prospectos para ingresarlos a la base de datos. Y al mismo tiempo aproveché para echarle un vistazo las notificaciones de mis redes sociales pues recién durante el trayecto de regreso, había posteado otras fotografías mías en traje de baño, no muchas, solo seis que Diana me tomó en la piscina del hotel, y quise ojear las solicitudes nuevas de amistad en mi perfil falso de Instagram, a las que por supuesto acepté con vanidosa rapidez, sintiendo eso sí, temor de que hubieras llegado a enterarte de algo. Pero no era ese el caso. ¿No es verdad?

—No, claro que no. –Le respondo sin titubear. – Sucedió que la junta directiva me sorprendió al haber programado un viaje a Nuquí para el martes siguiente, por lo tanto permanecería lejos de ti y de Mateo hasta el sábado próximo, y no hallaba la manera de contártelo para no estropear la sorpresa que te tenia, así que…

— ¡Así que me mentiste! —Le interrumpo para dejarle en claro que a él también por obligación le tocó ocultarme algo, como yo lo hacía con él. En su caso era por algo beneficioso para nuestro futuro. En el mío, era para no lastimarlo con mi traición e interrumpirle el sueño de construir su anhelado proyecto.

— ¡No! Solo te dije una verdad a medias. « ¡Vamos a ver un terreno con los socios de la constructora y quieren que yo les dé mi opinión! ». Eso fue lo que te mencioné. No te mentí, tan solo me guardé cierta información. Por eso estaba pensativo, no quería que en la cama antes de dormir, comenzaras con tus juegos de seducción para hacerme confesar a punta de placer, lo que no te quería decir.

—Ajá, claro. ¡Cómo no! En fin… ¿Será que ya se enfrió? Deja yo voy a mirar.

Me pongo en pie para ir a buscar la semienterrada botella de ron, enroscando en una mano la parte baja del vestido y elevándola a propósito, muy por encima de la altura de mis rodillas. Sé que a Camilo le fascina la forma de mis muslos, así que le dejaré observarlos un poquito.

—Lo mejor era esperar al lunes y darte la noticia al medio día, cuando termináramos de almor… —Le escucho decir, pero se queda callado. Recojo la botella con cuidado, doy la vuelta para regresar y me percato de su silencio.

Junto a mi marido –que permanece arrodillado con el cigarrillo sin encender en su boca– se encuentra la chica rubia, conversando y riéndose con Camilo por algún comentario que no alcanzo a escuchar.

Se ha deshecho de su vestido y ahora luce ante la vista de mi marido, las sensuales curvas de un cuerpo muy bien cuidado, bajo un bikini blanco con canutillos bordados que lanzan variados destellos por el movimiento, arropando el volumen de sus senos, –de similar tamaño al de mis tetas– y con la escasa braguita tipo tanga, ajustada por pequeños lazos anudados a la parte alta de sus caderas.

Verónica sostiene en su mano derecha un six pack de Corona Extra y en su otra mano, aguanta pinzados entre su dedo índice y el pulgar, dos vasos de plástico transparente, colmados con hielo picado y rodajas de limón. Se percata de mí arribo y cambia su postura de forma aparentemente inocente, doblando levemente la rodilla de su pierna derecha, empinando el desnudo pie sobre la arena, y magnificando la redondez de su nalga izquierda, obsequiándome una blanca sonrisa. Pero con ese movimiento logra captar la atención de Camilo, que desvía de inmediato sus ojos cafés hacia su culo albo. Ella lo provoca y yo lo sé, porque también lo he hecho para otros. ¡Se luce ante mi marido!

— ¡Que hubo púess! –Relajada me saluda. – Que rico que se decidieran a venir y no despreciaran mi invitación. Los vi llegar hace un rato pero no quería interrumpirlos. Deberían acercarse un poco más para que nos integremos todos, y de paso les presento a mis nuevos amigos.

—Hola… ¿Verónica, es cómo te llamas? –Ella asiente coqueta. – ¡Muchas gracias por la invitación! Quizás en un rato vayamos, después de que terminemos de hablar, mi esposo y yo, de un asuntico que tenemos pendiente. —Le termino por responder haciendo énfasis en nuestra relación sentimental.

La nena rubia permanece con sus ojos claros auscultándome de arriba para abajo. No se azora ni se incomoda ante mi parco saludo, y por el contrario, con naturalidad me dice…

— ¿Me colaboras con esto? —Me sorprendo ante su pregunta y me hace entrega de los dos vasos plásticos, los cuales recibo de forma instintiva, para verla agacharse sin doblar las piernas, –mostrándole todo el culo a Camilo– y coloca la caja justo al lado de mis sandalias. Con presteza destapa dos botellas, se gira de nuevo, ofreciéndole a mi esposo la vista posterior de su cuerpo y se me acerca.

Me mantengo serena ante el video que se desarrolla en mi cabeza. ¿Le está coqueteando a mi marido en mis narices o será mi impresión?

— ¡Haber preciosa, déjame servirte! —Me dice mientras me sonríe, y derrama con precisión la cascada dorada de cerveza en uno de los vasos hasta que la espuma sube peligrosamente sin superar el borde.

— ¡Listo! ¡Ahora este otro! —Y repite la operación en el vaso vacío, vertiendo similar cantidad con la otra botella.

Una vez concluida su actuación de bartender, adelanta su rostro y me guiña coqueta el ojo derecho, dejándome percibir el aroma de su perfume. Lo reconozco de inmediato porque cuando lo recibí de sus manos, Chacho me pidió que lo usara exclusivamente el día que me decidiera a salir con él a solas. Las fragancias florales y amaderadas, envasadas en un luminoso frasco negro con noventa mililitros de Black Opium, que mantuve dentro de la guantera de mi Audi, lejos de la vista de Camilo para no tener que mentirle, sí le daba por averiguar su procedencia.

— ¡Ve y llévale este vaso al papacito de tu marido! Brinda con él y calmen su sed de noticias. Luego los espero allá a los dos, pero para que me lo prestes por un ratico. — Me susurra y posa brevemente sus labios brillantes en mi mejilla.

—Ehh… ¡Claro, por supuesto! —Le respondo asombrada por su desparpajo y descaro.

Y Verónica se da la vuelta, para dejar a un lado de la caja, las dos botellas de cerveza con su contenido a la mitad, y se despide de mi esposo con el movimiento circular de su mano, acompañado por un… ¡Ya nos vemos!, con ese acentico paisa que se le escucha muy arrastrado y sensual, así como el vaivén excesivo de sus caderas, –en el que nos fijamos Camilo y yo– al alejarse con pasos parsimoniosos, dejando impresas sus huellas sobre la arena y en nuestras retinas, lo voluptuoso de su cuerpo juvenil.

—Bueno, creo que le hemos caído bien a la «paisita». —Le digo a Mariana que se encuentra con su mirada ajena a la mía, detallando con seriedad, como se aleja de nosotros la chica rubia.

—Ajá, si claro. ¡Cómo no! Creo, cielo, que tanta amabilidad hacia nosotros no es más que una excusa para acercarse a ti. Está claro que esa nena está buscando lo que no se le ha perdido y quiere tener algo contigo. Sí hasta me pidió que más tarde le conceda pasar un rato contigo. ¡Y no solo creo que sea para charlar o bailar! —Me responde con cierto sonsonete molesto en su voz. ¿Se ha puesto celosa?

—Vamos a ver Mariana… ¿No estarás equivocada? La muchacha sólo quiere ser amable con los dos. De hecho, es contigo con quien más se ha tratado. A no ser Mariana, que como dice el viejo y conocido refrán: ¡La que las hace, se las imagina!

Camilo me ha dejado estupefacta e inanimada con su respuesta, como sí después de convivir durante tanto tiempo, él no supiera quien soy realmente y quedara expuesta a su escrutinio, pillada «in fraganti» con mi intuición para él, incorrecta. Camilo muy pocas veces me ha hablado tan crudamente, pero cuando se decide a ser sincero, puede resultar ofensivo y hasta malévolo. No creo estar exagerando, aunque es probable que al estar separados durante estos meses, sienta más de cerca el peligro de perderlo ante cualquier mujer que se le ponga a tiro. Y esta rubia, –estoy segura– está pidiendo guerra.

—Pues para que veas que no estoy juzgándola mal, déjame terminar de contarte lo que sucedió con K-Mena y vamos a reunirnos con ellos. Pero solo un rato porque aún debo sincerarme contigo en otros aspectos de esa vida pasada que te oculté por necesidad. —Le respondo un tanto altanera.

— ¡Ok! Sé que es inevitable, así que cuando quieras quiero. —Le contesto y tomó mi encendedor para darle vida por fin a este cigarrillo, con el fin de que me acompañe a beberme despacio esta refrescante y obsequiada cerveza.

Con el garbo que la caracteriza, Mariana de medio lado se acuclilla para tomar la cajetilla blanca con la mano izquierda, y con presteza, del paquete apresa entre sus labios un cigarrillo. Inclinada como está, se gira observándome y espera. Comprendo de inmediato y le ofrezco candela. Aspira una sola vez y luego expulsa el humo por la boca, inclinando a la vez su cabeza, fijando el azul de mirada en las arremolinadas estelas blancas.

—Resulta que en la reunión del lunes en la oficina, convine con Diana en acompañarla por la tarde a visitar a una pareja interesada en adquirir una de las casas ya terminadas de la segunda etapa. La reunión de Diana sería en un restaurante por la zona de La Candelaria y yo la esperaría sentada en otra mesa. De allí ella me acompañaría a la mía, –que era una hora y media después– concertada a pocas calles de allí, en un antiguo edificio de oficinas, donde yo había acordado encontrarme con el joven abogado aquel, en el centro de la ciudad.

— ¿Recuerdas que te escribí al WhatsApp en la mañana, para preguntarte si sería factible ir en mi automóvil o mejor debería solicitar un Uber para que nos trasladara, por el tema de los trancones y sobre todo debido al temor que sentía por los ladrones? ¡Pero te demoraste en responder!

Camilo aprieta la colilla de su cigarrillo entre los incisivos centrales, y con los dedos extendidos como un trinche, arregla un poco sus cabellos echándolos hacia el lado derecho de su cara, para luego asentir con el movimiento de su cabeza, ratificando que recuerda bien lo que le acabo de preguntar.

—Así es. Te recomendé dejar el Audi en un parking de un antiguo cliente, que justamente se ubicaba equidistante de las dos direcciones que habías mencionado. Y también te dije que por la zona no te preocuparas tanto, pues al ser tan visitada por turistas nacionales y extranjeros, siempre contaba con presencia de la policía. Y por si se te olvida, aquella mañana estuve reunido con el personal del onceavo piso y los demás arquitectos e ingenieros, atendiendo la invitación de Aurora, la señora del departamento de relaciones públicas, encargada de organizar el juego del amigo secreto.

—Si, por supuesto. Afortunado tú, que te tocó en el sorteo endulzar todo el mes a tu asistente.

—Y dale con el mismo tema. Al menos no me salió en el dichoso papelito al gran jefe pluma blanca, porque no sabría que se le regala al que ya lo tiene todo. A ti tampoco te fue mal, pues en suerte a quien debías sorprender a diario con chocolates y confites, fue al pesado playboy de playa. Y no me lo quisiste decir, hasta que llegó la noche aquella de la fiesta de entrega de regalos.

— ¡Uhum! ¡El destino interfiriendo, nuevamente! Ok, y entonces después de vernos a la hora del almuerzo, físicamente tan distantes, tú en la mesa acostumbrada junto a los ingenieros y tu asistente, y yo al otro extremo, compartiendo con mis compañeros, mediante una discreta video llamada te dije que te haría caso, –dejando el miedo a un lado– y que nos estaríamos comunicando al terminar la tarde para que estuvieras más tranquilo. Te noté inquieto por algún motivo desconocido por mí en esos momentos, pero no le presté mayor importancia. Sin embargo antes de finalizar esa semana, Eduardo me puso al tanto de lo que se te olvido mencionarme. Tomarías un vuelo al otro día muy temprano, demorándote varios días, y como detalle adicional a tus medias verdades, tampoco me dijiste que en aquel viaje irías acompañado por Elizabeth.

—Ya te expliqué cuáles fueron los motivos. Y en su momento te aclaré que era necesario que Liz me acompañara, ya que planeaba dejarla a cargo como arquitecta residente, supervisando la ejecución de las obras. Nunca pasó nada entre ella y yo. Siempre me gustó ella físicamente y supe por su propia boca que yo tampoco le era indiferente, sin embargo el respeto hacía nuestras respectivas parejas primó por encima de la atracción que pudiéramos haber sentido en algunos momentos. ¿Comprendido?

— ¡Uichh! Sí señor. ¡Perdóname pero discúlpame! No pretendo ahora reprocharte nada, ni revivir aquellos celos, como dices, injustificados. ¿Continuamos? —Le respondo con un tono de voz bajo y apacible, haciendo un alto para beber un trago de cerveza.

—Creo que es lo mejor. ¡Al mal paso darle prisa! Cuando quieras Mariana, soy todo oídos. —Le digo e igual que ella, le pego un sorbo largo a mi bebida y una profunda calada al rubio que se humedece un poco soportado entre mis labios.

—Ok. Déjame decirte que llegamos un poco tarde a las puertas del restaurante tras perdernos por entre los callejones, al girar dos cuadras antes. Al entrar nos recibió amablemente la joven hostess, y Diana se encargó de indagar por la ubicación de la mesa. A nuestra izquierda y en una esquina del local, estaba sentada la dichosa pareja, y ruborizada por la tardanza, Diana levantó su mano con timidez para saludarlos a la distancia. Yo me separé de ella mencionándole que la esperaría sentada en la barra y hacia allí me dirigí sin dejar de echarle una ojeada a la decoración tan costumbrista de las paredes del local.

—Pasaban los minutos y mientras ellos bebían en copas altas la sangría, yo repasaba en mi computadora portátil los planes de financiación que le expondría a mi cliente. De vez en cuando levantaba la mirada y le echaba un ojo a Diana. El hombre, con un aspecto algo hippie, usaba sus manos para acomodarse el cabello castaño, –largo como la barba que le adornaba el rostro– con gestos un tanto afeminados, hablándole algo a Diana demostrando su entusiasmo.

—Por el contrario, la mujer giraba su cabeza de un lado para el otro, meneando los rizos rubios de su alborotada melena con elegancia, observando con su aguda mirada de ojos claramente azules, los alrededores de aquella mesa sin prestarle atención a la conversación que sostenía Diana con su pareja. Al parecer intentaba ubicar a otra persona en el primer piso del local, o simplemente se hallaba poco interesada en asumir aquella negociación, dejando que transcurrieran los minutos fisgoneando a su alrededor.

—O eso llegué a pensar en un comienzo, pues cuando el perfil de su rostro se giró hacia su izquierda, por encima del hombro de Diana, sus redondos ojos de un azul más claro que los míos, conectaron de inmediato conmigo y allí se quedaron bastantes segundos, auscultándome con detenimiento y esbozando una leve sonrisa en sus labios rosa, marcándosele en la comisura de la boca algunas arrugas a cada lado, propias de su edad, mientras yo le aguantaba la mirada sentada en la barra bebiendo sin afán, un trago de té negro Hatsu.

—Al rato esa mujer se acercó a su pareja y le dijo algo al oído, para luego levantarse y dirigirse hacia el lugar donde yo estaba. Caminando con distinción, enseñaba su par de piernas un tanto musculosas, –por debajo de una minifalda de piel caoba– a base de trabajarlas con seguridad en el gimnasio, y al pasar por mi lado solamente me miró sonriéndose vanidosa, y aunque no me dijo nada, si me dejó al pasar, envuelta en la fragancia fresca y ligera del perfume que usaba. Era el mismo que le regalamos a tu hermana para navidad y el cual querías obsequiarme otro a mí también, pero te sugerí que me regalaras uno diferente y desde entonces solo utilizo ese.

— ¿Y quién era ella? —Le pregunto a Mariana, solo por curiosidad.

—Humm, pues en ese momento no la reconocí. Sabes bien que no soy asidua telespectadora de programas de entrevistas, y menos aún si tratan sobre asuntos de política, por lo tanto hasta que no hablé mucho tiempo después con Diana, no me enteré de quien era ella ni a lo que se dedicaba. Una ex reina de belleza, que se hizo famosa como presentadora de noticieros en la radio, y luego dio el salto a los programas de entrevistas en televisión.

—El caso cielo, es que ella siguió de largo dirigiéndose por las escaleras hacia la segunda planta, y allí perdí de vista los tacones cuadrados de sus costosos zapatos beige, pues recibí un mensaje al móvil empresarial de José Ignacio, pidiéndome un consejo para el obsequio del juego del amigo secreto, y de paso invitándome a salir el jueves siguiente.

— ¡Vaya, vaya! El viejo truco de solicitar un favor a una amiga, intentando un posible contacto para después.

— ¡Ajá! Pues claro cielo. Esa era la intención de aquel mensaje. ¿Y tú lo hiciste conmigo? O… ¿Con otras?

—Ayyy Mariana, por favor. Obviamente contigo lo hice, algunas veces en el colegio y en pocas ocasiones en la universidad. Por eso es que te he dicho… «Perro viejo late echado». En fin, ¿Y entonces que sucedió?

—Le respondí al WhatsApp proponiéndole dos o tres posibles opciones para regalarle a su dichosa amiga secreta, y de paso rechacé su propuesta, utilizando como excusa que ese día estaría ocupada con un compromiso escolar de mi hijo. Obviamente insistió en su deseo de que le diera una oportunidad, y propuso que fuera entonces el viernes a la salida del bar. Para quitármelo de encima le escribí que me lo iba a pensar y estando ocupada en ello, no me di cuenta de que Diana se encontraba ya a mi lado, sola y con cara de pocas amigas. Su cita de negocios no había salido como ella pretendía y el cierre de la venta había sido postergado para unos días después. Intenté consolarla y con gusto le hubiera invitado a beber algo pero el tiempo apremiaba para cumplir con mi reunión.

—Salimos apuradas, pero cuando las cosas están por suceder… —Hago una pausa para darle un sorbo a la cerveza y una nueva calada a mi cigarrillo.

— ¿Qué sucedió? —Intrigado por su repentino silencio, le pregunto a Mariana.

— ¡Humm! Pues que recibí una llamada del abogado aquel, cancelándome la cita porque se le había presentado un inconveniente en el juzgado con una audiencia, y no alcanzaría a llegar a tiempo a su oficina. Me prometió buscarme un espacio en su agenda y su secretaria se encargaría de avisarme. Obviamente me ofusqué mucho, pero Diana con su ánimo ya recuperado me propuso aprovechar el tiempo para pasear por la zona.

—Para resumirte, dimos varias vueltas por las calles empedradas, hasta que entre risas, terminamos entrando a un discreto local donde vendían «cositas» para parejas. Nunca había estado dentro de un sex-shop y ver todos esos artículos con tanta variedad de juguetes sexuales colgando en las estanterías, me hizo sentir avergonzada y subir los colores al rostro, provocándome un ataque de risa nerviosa que intenté disimular sin mucha fortuna. —En el rostro de mi esposo alcanzo a vislumbrar igualmente su dentadura tras una sonrisa baja y eso me da ánimo para continuar relatándole lo sucedido en aquella tienda.

—Diana preguntaba por los precios de unos vibradores rosados, y dos bolas verdes bellamente decoradas, una de ellas con la imagen de un tigre y la otra con la figura de un dragón, doradas las dos y ligadas entre sí por un delicado cordel, por las cuales, ella preguntó interesada a la muchacha que nos atendía por su utilidad.

— Y entonces en medio de una vitrina, exhibido vi lo que a mi parecer, podría servirme para lograr cumplir con tu fantasía y la mía, por ello terminé por adquirirlo, atendiendo con sumo interés las indicaciones de la chica, que explicaba con seriedad y profesionalismo el uso de aquel kit para iniciarme en el sexo anal, y tan pronto terminó, pregunté por otros juguetes que me interesaron para usarlos… ¡Con K-Mena al siguiente día!

Mariana calla de nuevo, tomándose un tiempo para beber su cerveza y fumar otro poco. Aprovecho la interrupción para mentalmente retroceder hasta aquellas fechas, recordando lo felices que estuvimos y pienso que algo bueno salió entonces de aquella malograda visita de negocios, al rememorar como un sábado en la noche, casi finalizando aquel septiembre, me tomó por sorpresa al enseñarme, vestida únicamente con un sexy Baby Doll rojo con transparencias decoradas con encajes florales, la espalda descubierta por completo, y un delicado lazo de satén en medio de sus senos. Un triángulo diminuto que escasamente cubría su pubis por debajo de un liguero igualmente carmín y que rodeando su cintura, descolgaba sus ligas para incrementar la belleza de sus piernas con unas delicadas medias casi translucidas. ¡Definitivamente se veía muy sensual y glamurosa!

Pero la mayor sorpresa para mí, permanecía oculta a mis ojos incrustada al interior de su culo. Fue una noche inolvidable de besos dóciles, disfrutando la tersura de su piel desde su frente bajando por la raíz y con la punta de mi lengua recorriendo el recto dorso, para terminar besando la coqueta punta respingada de su nariz y saltándome sus labios ya disfrutados, prolongué el recorrido por la longitud de su cuello y las oquedades en sus clavículas, –continuando con esmero y pequeñas pausas– rozando con mis labios el valle de la piel por toda su espalda hasta llegar a la loma de su cadera izquierda. Y allí mis dedos exploradores al abrirse paso por entre la mitad de sus nalgas, se encontraron con un obstáculo circular y diamantado, que impidió su el avance, sorprendiéndome con aquella risa traviesa y mirada de niña mimada.

Sí, lo recuerdo muy bien. Fue una madrugada inolvidable para los dos, acompañada por caricias profundas y audaces, lamidas y chupones en los escondidos rincones de sus pliegues, jadeantes los dos probando posiciones, más por pura intuición que por la guía explícita de las gráficas del Kama Sutra, y que repetiríamos innumerables veces más.

Agradecí aquel gesto suyo, –con tan llamativa entrega– a pesar de que siempre he pensado que no se debe dar las gracias a tu pareja por hacerse querer y amar. Amarse es un sentimiento intrínseco en la vida de una pareja, íntimo, compartido, y que así como se ofrece, igualmente se recibe sin pedir algún tipo de contraprestación. Pero después de descubrir su infidelidad, y alejado de ella aquellos quince días y todos estos meses, analizando sus sutiles cambios de comportamiento y otras actitudes que pasé por alto, me devané los sesos pensando en ese sexo que manteníamos los dos, que a mí me parecía el súmmum de nuestro idilio, pero al parecer para Mariana, era insuficiente.

A pesar de que disfruté con ella haciendo realidad aquel deseo mío y siendo el primero en penetrarla por atrás, no he podido evitar imaginarla ofreciéndoselo a ese… ¡Jueputa vida! Es que me duele y me ofende, ya que no creo haber sido el único en aprovecharse de aquel invento que nos allanó el camino hacía el sexo anal, y eso me martiriza, pues siento haber quedado en entredicho como macho, dejando mi ego lastimado y herido de muerte, hasta el día de hoy.

— ¿Y entonces, Camilo? ¿Un roncito y así aprovechamos el hielo para tomárnoslo frio, antes de que se convierta en agua? —Le digo a mi esposo que permanece callado y extrañamente pensativo.

— ¿Ehh? Ahh, si por supuesto. A ver si coges impulso y continuas con tu historia pues casi se nos viene encima la medianoche. —Observando mi reloj le respondo a Mariana, alcanzándole mi vaso desechable y depositando la colilla de cigarrillo dentro de la botella desocupada de cerveza.

—Esa noche cuando nos encontramos en casa, después de cenar titubeando me diste la noticia. ¡¿Toda la semana?! Te pregunté sorprendida, y agachaste la cabeza para responderme que era necesario y de carácter obligatorio. Te abracé y te dije que Mateo y yo te íbamos a extrañar. También mencionaste que tu vuelo saldría de madrugada, así que los dos nos reunimos en la alcoba de nuestro hijo para esperar a que se durmiera mientras le leías una de las fabulas de Esopo.

—Recuerdo que me ofusque un poco pues quería al día siguiente, darte la sorpresa mostrándote el juguetico que había comprado para empezar a acostumbrarme, pero como no sería posible, decidí quedarme callada y no decirte nada a la espera de tu regreso. Así tendría tiempo para probar con los diferentes tamaños. Los otros artículos que adquirí los mantuve lejos de tu vista, guardados dentro del baúl del Audi.

—Al otro día muy temprano, luego de tu partida, llamé a K-Mena para confirmar el lugar donde nos encontraríamos. Esperé a que la nana llegara de dejar a Mateo en la parada de la ruta escolar y salí para cumplir con la cita. En la entrada principal del centro comercial me encontré súbitamente con tu hermana, hablamos por un rato, poniéndonos al día con los chismes familiares y además le pregunté por su nueva apariencia, alabándole que le sentaba muy bien aquel cambio.

—Cielo… ¿Por qué no me habías dicho nada con respecto a la operación de aumento del busto de tu hermana?

—Pues a ver… Es que no le di mayor importancia. Además Mariana, fue muy reciente y se me pasó por alto comentarlo contigo.

—Ajá. Sí claro cómo no. ¿No sería tal vez para que yo no me antojara?

—No, por supuesto que no. Sencillamente se me olvido. Tanto tú como yo estábamos demasiado ocupados con las cosas del trabajo. Al regresar del viaje pensaba darte la sorpresa al reunirnos en familia para el almuerzo dominical.

—Ok, bueno te creo. El caso es que al ver a tu hermana así, se me hizo agua la boca y le saqué toda la información pertinente. En aquel momento fue cuando decidí operarme lo antes posible. Como ves, no influyó para nada los comentarios que José Ignacio había hecho sobre mis bubis, pero te confieso que sí llegué a pensar en la cara que pondría al verme con unas tallas de más. E igualmente pensé en ti y en tu renuencia a que lo hiciera. Pero yo lo quería, era mi sueño desde que culminé el periodo de lactancia. ¡Por eso tomé la decisión de hacerlo a escondidas tuyas!

—Tu hermana debía asistir a una cita oftalmológica y se despidió de mí, justo en seguida recibí la llamada de K-Mena, informándome que ya estaba fuera esperándome. Al reunirme con ella nos saludamos con normalidad y tomándola por el brazo nos dirigimos hacia la galería de arte y allí nos demoramos muy poco, menos de media hora, pues me decidí rápidamente por un bodegón precioso del maestro García. Cancelé su costo con agrado y les encargue que me lo hicieran llegar el sábado siguiente por la mañana. De allí salimos tomadas de la mano, teniendo ya en mente lo que iba a hacer, claro que después de desayunar en uno de los restaurantes de la zona, y con algo de nervios, sin decirle nada a ella, me dirigí hacia el norte de la ciudad. Tenía el día libre y prácticamente hasta después de la hora nona para cumplir con lo pactado, así que sin dudarlo, entramos al motel que está ubicado sobre la autopista.

— ¿La llevaste a un motel?

— ¿Y adonde más? ¿A nuestra casa?

—Pensé que usarías el apartamento de soltero de Eduardo, donde se supone que vivías.

—Ese lugar tiene, aparte de malas vibras, pésimos recuerdos para mí. Además necesitaba un lugar adecuado, con la intimidad y comodidades necesarias para actuar conforme a las circunstancias. No se me ocurrió nada mejor.

Camilo de un solo sorbo culmina con el ron y destapa una nueva cerveza. Abre la cajetilla roja y blanca, extrayendo un cigarrillo. Espero con calma a que lo encienda y se acomode nuevamente, juntando sus piernas y sobre la rodilla izquierda, ubica el envase de cerveza y me mira, esperando a que prosiga mi relato.

—En la habitación del motel tras cerrar la puerta y quedar las dos a solas, encendí la televisión y como era de esperarse, estaba sintonizado en un canal porno, con una película ya avanzada. Opté por bajarle un poco al sonido pero no cambiar de canal. Aquellas actuadas imágenes podrían servirnos a las dos como inspiración para calentar el ambiente. K-Mena ruborizada sin apartarse de mi lado, miró por unos segundos aquella explicita escena de dos bocas con labios carnosos, brillantes y carmesíes, disputándose el sabor de una verga rígida y venosa, gruesa y ensalivada, lamiendo cada una por su lado, el tronco y un rosáceo glande en primer plano. Un instante después, dejó de observar la pantalla, para repasar con la vista la tonalidad de las paredes, y escudriñar por todos los rincones, detallando la decoración y el mobiliario, sin dar crédito a lo que por primera vez en su vida, sus ojos grises veían.

Permanezco en silencio observando la reacción en el rostro de mi esposo, mientras bebe un sorbo de su refrescante cerveza. No da señales de incomodidad, por lo tanto doy otro sorbo al exquisito ron y aspiro mi cigarrillo, a la vez que me acomodo mejor en frente de él para continuar con este cuento.

Mariana termina por despejar sus rodillas de la tela negra de su vestido y las afirma sobre mi camisa extendida. Bebe un poco de su vaso, mientras que descansa las nalgas sobre sus talones, –todavía decorados por un ocre centenar de pequeños gránulos de arena– y tras escucharle hablar, con su voz pausada e impregnada de un halo de melancolía, me decido a intervenir.

—Es apenas comprensible, Mariana. Supongo que fue la primera visita de ella a un lugar de esos. ¡Y la tuya también! ¿O me vas a sorprender de nuevo y me vas a confesar que ya habías estado en una situación similar con otra mujer?

—Para nada cielo, yo jamás había pisado un motel para parejas… ¡Con otra persona! Fuiste tú el primero en llevarme a un lugar de esos. Nunca te lo conté porque nunca lo preguntaste, pero con Javier las veces que tuvimos sexo, lo hacíamos en la casa de sus padres, aprovechando que ellos dos trabajaban hasta tarde en el negocio familiar. ¡Bueno, ¿puedo seguir contándotelo?! No es para que te enojes, –le digo al ver que se intranquiliza– pero es que interrumpiéndome a cada rato, pierdo el hilo de los acontecimientos.

— ¡No, pues qué pena con la señora! La próxima vez que quiera opinar sobre algo tendré en cuenta qué como en el aula de clases, debo levantar la mano para realizar una pregunta. ¡Continúa por favor! —Le termino por responder, algo seco y sarcástico lo sé, pero no me gusta el tonito fuerte de su voz.

—Tan poco es para tanto, Camilo. Y por supuesto que puedes preguntar lo que gustes, solo que… ¡Compréndeme un poquito! Ahora me siento muy incómoda revelándote estas intimidades y preciso concentrarme para utilizar las palabras correctas y menos dolorosas. —Por fin Camilo se decide, relajado deja su vaso a un lado y toma su mechera para darle fuego al cigarrillo, cruzando sus piernas.

—En fin, que según como lo recuerdo, K-Mena anticipándose, me pidió que la disculpara por las probables torpezas que podría llegar a cometer. En verdad que las dos estábamos muy nerviosas, así que decidí que mejor sería sentarnos y tomadas de la mano, lo hicimos al costado izquierdo de la cama, en mi caso para hablarle despacio, –casi cuchicheándole al oído– diciéndole que no se preocupara y que todo saldría bien, o que si llegaba a sentirse inquieta por algo, podríamos detenerlo todo en ese mismo instante sin problema alguno, y para transmitirle mayor seguridad le coloqué mi mano derecha sobre la zurda suya.

Mariana se entrega a sus memorias y observo con detenimiento en su hermoso rostro, la natural gestualidad con la que se expresa y que me enamoró de ella. Abre los ojos, me mira para luego desviar su mirada hacia el otro lado de la playa. Y en el azul de sus iris se alcanzan a reflejar las lenguas de fuego de la fogata, que con seguridad danzan al vaivén de la brisa, y se escucha levemente el chisporroteo de los troncos de madera, recostados unos contra los otros, ardiendo estoicamente como lo hago yo; resistiendo un poco antes de convertirnos en brasas al rojo vivo, tal cual lo hace mi pecho, quemándose tras cada nueva revelación de mi esposa. Ahora sus párpados se interceptan, y así logra concentrarse para seguir… ¿Mortificándome?

— ¿Sabes, cielo? Fue ella misma, quien rompiendo el silencio que nos asediaba, –abstrayéndome de mis pensamientos– me habló sin rodeos...

— ¿Y ahora qué hacemos? ¿Nos quitamos la ropa?... ¡Chikis, no te veo muy convencida para comenzar a explicarme! Creo que fue una mala idea haber venido contigo. Quizás con Nacho no sería tan complicado y todo sería para mí, mucho más fácil.

—Por unos cuantos segundos, qué se me hicieron eternos dentro de aquella habitación, una súbita disfonía se apoderó de nuestras gargantas, alterando el timbre de nuestras voces, mientras las dos continuábamos indecisas. K-Mena temblorosa y sin decirme nada, levemente movía la cabeza en un claro gesto de negación, casi de arrepentimiento, y yo apretaba mis muslos con fuerza, apoyando la punta de mis zapatos en el suelo, despegando un poquito los tacones de la alfombra esponjada, pues a pesar de sentirme incomoda y perturbada, tan solo analizaba la forma o las maneras de cómo emprender aquella enseñanza sexual.

— ¡No es eso flaquis! Por supuesto que quiero enseñarte, pero la verdad ahora teniéndote aquí de frente, no sé por dónde empezar. —Con sinceridad le respondí así, y entonces K-Mena, –quien tras suspirar con profundidad– soltó mi mano y se puso en pie, para empezar a caminar con lentitud, rodeando la cama y tras colocarse en frente del mini bar, se agachó para abrirlo y curiosear, hablándome sin tener que mostrarme los rubores en su cara.

—Estaba pensando que lo mejor sería si me vas relatando alguna experiencia tuya. Ya sabes, una donde hayas tenido un sexo espectacular con tu esposo o con alguno de tus novios anteriores. ¡No lo sé! Sólo cuéntame algo que te haya impactado y que logre hacer que lo recuerdes cuando tú te acaricias… ¡Cuando te tocas la cuca! ¿O cómo ya eres casada no tienes necesidad de masturbarte? —De forma inocente me preguntó mientras revisaba el interior, sin atreverse a tomar ninguna de las botellas de agua o de licor.

— ¡Por supuesto que a veces me masturbo! –Le respondí con firmeza y enseguida le puntualicé...

—No es algo usual hacerlo, pero cuando mi marido está de viaje, solemos hacernos video llamadas, hablamos sobre lo mucho que nos hemos extrañado y nos expresamos con palabras bonitas nuestro amor. Luego me voy desvistiendo lentamente porque sé cuánto le excita que me quede en ropa interior, sorprendiéndolo algunas veces con algún modelito nuevo y así, ¡jejeje!, empezamos a crear el ambiente propicio para iniciar una conversación subidita de color.

—K-Mena me observaba en silencio, seguramente recreándolo todo en su cabeza y seguí contándole lo que tú y yo solíamos hacer.

—Le incito a que se desvista y me demuestre con su desnudez, con cuanta firmeza su verga desea penetrarme, –le dije imprimiéndole un toque de sensualidad a mi voz– e iniciamos por tocarnos en los lugares donde sabemos que nos enloquece más sentir; por ejemplo, sus manos sobre la parte posterior de mis muslos, y las mías con las uñas recorriendo los costados de su espalda. Yo le digo por donde lo besaría, y él en qué lugares me chuparía con ganas, y vamos viéndonos por la cámara del móvil, como si lo hiciéramos presencialmente. Apasionados nos hablamos con palabras fuertes, una que otra grosería para hacer las frases más excitantes, y terminamos escuchando nuestros gemidos a la distancia, mientras que intentamos retrasar lo más posible el orgasmo. Por lo general soy yo la que llega al clímax a lo último.

— ¿No es capaz de resistir demasiado? —Me preguntó curiosa.

— ¡Jajaja! Mi esposo aguanta bastante, flaquis. –Camilo mantiene su postura rígida y suspira, exhalando a la par una bocanada de humo. – Pero sucede que a veces el pobre está muy urgido de sexo, y al ver cómo me penetro con los dedos, simulando con tres de ellos el grosor de su pene, abro bastante mis piernas para que él pueda observar con claridad cómo se vería su verga entrando y saliendo de mi interior, ofreciéndole un primer plano de mis dedos humedecidos con el viscoso flujo estirándose entre ellos, y advirtiéndole lo que le esperará cuando nos encontremos de nuevo en la casa y estemos solitos… ¡Frente a frente!

—Que rico debe ser eso. ¿Si ves chikis? Ya me estas enseñando cositas para hacer en un futuro con Sergio. ¡Sigue, sigue que esto me está gustando! —Me dijo más animada y la verdad, yo igualmente me fui estimulando y seguí contándole más cosas de nuestras vidas.

—Flaquis, algunas veces después de terminar la llamada, continúo con ganas y de nuevo me dedeo antes de dormir, recordando lo que hemos acabado de hacer o imaginándome otras escenas, con otras poses diferentes en frente de la cámara y hasta nuevas palabras groseras que no le dije pero que pudieron haber servido para hacerlo excitar aún más. En otras ocasiones, a solas y sin la presencia de mi esposo, lo hago en el baño mientras me ducho. Para ello uso mi imaginación y el chorro de la regadera, recordando algunas locuras realizadas con mi marido y en otras, incluso pienso en alguna escena romántica y sensual que he visto en alguna película erótica. O… ¡Jejeje! Simplemente me acuesto y coloco en la computadora portátil algo de porno duro, mientras me masturbo.

—Vaya, vaya, Mariana. ¡No tenía idea de que te dejara a medias! —Apesadumbrado ante esta nueva información, la interrumpo bastante contrariado.

—No te lo confesé pensando en que quizás te hiciera sentir mal. Obviamente, cielo, no sucedía a menudo. –Le aclaro al ver como frunce el ceño. – ¿Sabes? ¡Creo que también me han dado ganas de fumar!

—Y volvemos al tema de la confianza. No me hubiera molestado que me lo comentaras y así, creo que hablando podríamos haber buscado otras maneras de lograr que terminaras tan satisfecha como yo. Pero ahora veo que no nos conocíamos tanto, ni nuestra intimidad era tan gratificante para ti.

— ¡Ayyy por favor, Camilo! Tampoco es para que exageres. Siempre me he sentido plena contigo, en todos los aspectos. Ya te comenté que no fue por esas raras ocasiones, que yo terminé encamada con otras personas. A ti también te sucedía. En los últimos meses yo llegaba cansada a casa, llena de preocupaciones y con poca disposición para sostener relaciones sexuales, y tus intenciones en nuestra habitación eran muy diferentes a las mías. Yo ansiaba utilizar la cama para dormir a pierna suelta, y tú por el contrario deseabas abrírmelas para desfogar tus ganas. Obviamente terminaba cediendo a tus caricias, pero eso sí, sin fingirte nada, tan solo deseando que alcanzáramos rápido nuestro orgasmo para poder descansar.

—En tu mirada muchas veces atisbé que tu sed de sexo no menguaba, y me reproché el hecho de que mi entrega en esas ocasiones, no fuera similar a otras noches más apasionadas y me sentí culpable de dejarte a medias. Te calmabas en el baño, lo sé porque te escuchaba gemir a solas masturbándote, sin invitarme a presenciarlo, y yo recostada esperándote, me sentía mal por ello. Pero era tu privacidad, el espacio que buscabas y no quería perturbar tu intimidad. Nunca me hiciste mala cara ni me lanzaste algún reproche por mi falta de pasión. Fíjate que tú tampoco fuiste muy honesto conmigo.

—Por qué te amaba y reconocía que mi apetito sexual por ti, en lugar de decrecer se intensificaba más al tener menos tiempo para los dos, por culpa de nuestros viajes de trabajo. Cada ocho o quince días eran demasiado tiempo de abstinencia para mí, pero era consciente de que llegabas extenuada e imaginaba que con un poco de sexo, lograría yo aliviar un poco tu estrés.

— ¡Que estupidez la nuestra! Por mi parte, cielo… ¡Te pido mil disculpas!

—Pienso lo mismo y lo lamento Mariana. Debimos hablar y mencionar sin temor nuestros miedos, todas las dudas, y por supuesto hablar de nuestras ocultas fantasías. ¡Como la que realizaste con tu amiga!

—Uhum. ¡Sabes que sí! –Le respondo con firmeza, algo altanera. – Honestamente quería saber cómo era tener sexo con una mujer, y después de aquel beso entre las dos, creo que se me intensificaron las ganas de llevarlo a cabo… ¡Completamente! Pero deja te sigo contando como fue que la materialicé. ¿Quieres? ¿O prefieres que siga de largo y obviemos esta femenina traición?

—Ya que mierda le vamos a hacer. No voy a llorar sobre la leche derramada. Dale que la noche es joven y la verdad Mariana, me intriga saber cómo la volviste realidad.

—Pues ya que insistes te seguiré contando mi experiencia. Acomódate bien y pásame por favor la botella de ron para darle un trago y tomar impulso.

— ¿Vas a mezclar? —Le pregunto, pero acatando su deseo destapo la botella y se la alcanzo.

—Lo hemos venido haciendo todo el día y no nos han cogido los tragos. Uno más o uno menos, no creo que hagan mayor diferencia. ¡Y en verdad lo necesito! —Le respondo para luego llevar a mi boca el pico de la botella, sedienta por darle un sorbo largo que caliente mi garganta, animándome a continuar.

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