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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (26)

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¿Vale más una imagen que mil palabras?

Su blanca mano se aferra con firmeza al cuello de la botella y bebe. Una primera libación breve, seguramente para que su paladar se acostumbre al sabor, y ya pasado el gesto del primer ardor, da un segundo trago más prolongado, sin que su rostro manifieste alguna desagradable conmoción. ¡Por el contrario, se saborea!

Entre el pulgar, el dedo índice y el del corazón, sostiene la botella por el gollete sin prisa alguna por devolvérmela. Una nueva cerveza destapo, e igualmente sin apremio alguno la sirvo dentro de mi vaso, inclinándolo un poco para no causar demasiada espuma. Dispuesto estoy a bebérmela muy despacio, mientras me dispongo a escuchar por su boca esta inesperada historieta con visos de infidelidad.

Mariana con ansiedad balancea la botella en el aire, –a escasos centímetros de la piel alba de su muslo derecho– y centra la mirada en el doblez de su mano con los dedos girando el envase, para proseguir desvelándome su maquinada aventura con aquella amiga suya. Tras de mí la rumba no cesa, pues la bulla se hace más intensa y efervescente, captando de momento mi atención, al ver como algunos ya descalzos bailan emparejados, y otros se mecen solos, –tanto los chicos como las «peladas»– en medio de risas y gritos, saltando sobre la arena de esta playa cuando se escucha por el parlante, el sonsonete pegajoso y champetúo de «El Serrucho», uno de los éxitos del cartagenero Mr. Black. ¡Con seguridad Mariana, a mí también me va a clavar!

—Como te venía diciendo, K-Mena se mantuvo callada por algunos segundos, asimilando con seguridad los alcances de mi respuesta, y se le alteró el color de sus mejillas, –casi siempre pálidas– tornándosele al instante en un rosa encendido mientras se iba acercando nuevamente a la cama, y de medio lado se recostó colocando su cabeza sobre mi regazo, buscando algún mimo mío; y tras recobrar un poco la tranquilidad, aquel exaltado rubor menguó y así como la palidez de su tez retornó a sus pómulos, la creciente curiosidad hizo lo mismo sorprendiéndome con su siguiente pregunta.

—Chikis… ¿Tú nunca has tenido sexo con alguien más, aparte de tu esposo? O… ¿Quizás te gustaría hacerlo con otro hombre, solo por probar?

— ¡Ufff! Hace años ya de eso. Con mi segundo novio tuve sexo por primera vez, y antes de que preguntes… ¡No! Para nada fue tan bueno como el que ahora obtengo con mi esposo. Aunque para serte sincera, en ese momento de mi vida al ser tan primeriza, no podía compararlo con nada ni con nadie, pues con mi primer novio tan solo experimenté los iniciales besos con lengua, y las caricias por encima de la ropa, por supuesto inexpertas e infantiles. Así que cometí el natural error de no exigirle que me complaciera mejor, y di por hecho que con lo que me hacía sentir era más que suficiente. ¡Y no! Claro que no me gustaría mantener relaciones sexuales extra matrimoniales y ponerle los cuernos a mi marido. ¿Por qué la pregunta?

— ¿Ahh?, por nada. Es solo curiosidad. —Me respondió con determinación, pero se quedó pensativa un instante y luego prosiguió hablándome, sin dejar de jugar a hacer espirales con las puntas azabaches de los mechones de mi melena, enroscándolas entre sus dedos.

—Chikis, ya sabes que en la oficina se escuchan comentarios sueltos por ahí, no en específico sobre ti, no te preocupes, pero sí sobre las mujeres casadas en general, que llevan años y años conviviendo con el mismo hombre. Y exponen con total naturalidad sus pensamientos sobre el sexo con sus parejas, y les escucho decir que aunque no sea del todo malo, sí se va convirtiendo en algo rutinario y casi que programado, ya sabes, por el exceso de trabajo tanto en el uno como en la otra. Y les he escuchado también decir que suele suceder con el transcurrir del tiempo, que las cosas en la pareja se van enfriando, o sencillamente las ganas de sexo no alcanzan a ser las mismas de antaño, y los horarios para la intimidad se van espaciando e incluso, tampoco coinciden esos momentos libres con las ganas retrasadas. —Calló nuevamente y antes de que yo pudiera intervenir, ella acariciando con sus finos dedos mi mentón, continúo hablándome.

—Y escuchar sobre esos temas maritales me preocupa viéndome con Sergio en un futuro, porque ellas dicen que eso las conduce inevitablemente a cometer con mayor facilidad una infidelidad, acostándose con algún amigo cercano, o buscando de nuevo al ex, y si no, lo hacen con un compañero de trabajo. Ehhh, yo me preguntaba si… ¿A ti no te atrae alguna otra persona? ¿No te has sentido atraída por un cliente, tal vez? ¿Nadie en la oficina te llama la atención?

—Al hacerme ese comentario, dudé. ¿Y sabes, cielo? Me hizo sentir bastante incomoda, logrando que yo titubeara al pensar en si K-Mena estaba enterada de algo, ya fuera por culpa del boquiflojo de José Ignacio, imaginándomelo por ahí en los pasillos, pavoneándose ante los demás, de lo sucedido entre él y yo, o si de repente Eduardo en alguna de sus salidas a tomar, le hubiera soltado prenda a José Ignacio sobre lo acontecido con aquel profesor, y este a su vez lo hubiese comentado con Carlos e incluso con el mismo Sergio, y por eso ella estuviera al corriente.

—Podría ser que los nervios te estaban jugando una mala pasada, y ella solo quería saber qué opinabas al respecto. O cómo bien dices, tu amiguita podría estar al tanto de todo, si por boca de su novio al compartir la vivienda con tu aman… ¡Con ese tipo!, el hijo de puta por vanagloriarse, le hubiese contado con detalle sobre todas sus conquistas, incluido lo que hiciste a mis espaldas.

Sin descruzar los brazos de su pecho y sosteniendo entre sus labios, –casi en horizontal– su cigarrillo sin encender, finalmente interviene Camilo.

—Puede que tengas razón, –le contesto. – Pero finalmente me quedé con las ganas de averiguarlo en ese momento, porque yo misma decidí cambiar el rumbo de la conversación al responderle más o menos así…

—Flaquis, pues por ahora estoy muy feliz al lado de mi marido y creo que no hemos llegado a ese punto donde como dices que has escuchado, la monotonía resquebraja la solidez de la convivencia marital, y nos puede lanzar, a él o a mí, hacia los brazos de otras personas.

—Y para dirigir el curso de sus indagaciones, tras aquel cuestionamiento, se cruzó una idea muy loca por mi cabeza, viendo a mí amiga ahí tan atenta y totalmente metida en el cuento. — ¡Te propongo algo, solo si tú quieres, flaquis! –Le dije. – Mejor realizamos una parodia, en la cual dejaremos volar nuestra imaginación. En tu caso para que te liberes y logres perder el miedo a tocarte, y en mi lugar, intentaré enseñarte a acariciar otro cuerpo y usar tus manos, diciéndote cómo, –en un hipotético evento– me gustaría que me abordara un amante pasajero, atreviéndome a tener sexo con alguien diferente a mi marido. ¿Te parece?

— ¿Qué locura es esa? Pero sabes… ¡Me gusta tu idea, chikis! —Me respondió, iluminándosele el par de plenilunios que tiene por ojos.

—Te dejo a ti escogerle el nombre, flaquis. ¡Incluso hasta ponerle rostro y cuerpo a mi amante imaginario! —Le dije para ver con quien se le ocurriría emparejarme.

— ¿En serio? Hummm, veamos… —Y se llevó el dedo meñique a su boca, mordiéndose levemente la uña mientras lo meditaba.

— ¿Qué tal Nacho? —Finalmente lo nombró.

— ¿Y él por qué y no otro? —Y sí cielo, por supuesto que también hice la misma mueca que haces tú ahora, arqueando las cejas y blanqueando los ojos. Por eso mismo, enseguida le propuse otros hombres.

— ¿Qué te parece Ricardo, el ingeniero de sistemas? Ese podría ser un buen amante. Es joven, alto, no muy delgado ni tampoco tan fornido. Y es muy servicial aparte de jovial.

— ¡Nahhh, pero que gusto tan maluco tienes chikis! Sí para mí, ese ingeniero lo único que tiene es una bonita sonrisa y una pestañas preciosas, pero esos ojos tan oscuros me intimidan mucho, ya que más de una vez, lo pillé desnudándote con la mirada, y para variar, todo el día se la pasa sudado, como si fuese un robusto percherón. ¡Guacala! Además debe oler a pescado.

—Ok. Entonces… ¿Qué me dices del arquitecto del undécimo piso? Ummm… ¿Camilo García, es su nombre? Ese tipo está que se pasa de bueno. Es un hombre inteligente, sereno, cordial y sumamente interesante. ¿No lo crees? —La observé de inmediato para saber su gusto, a pesar de que ya intuía su respuesta.

—Pues el arquitecto a pesar de tener distinción y un porte atractivo, es demasiado serio y muy analítico para mi gusto. Yo imagino que debe ser un tipo monótono en la cama, y además está comprometido. ¡Tiene esposa y un hijo! No chikis, él tampoco es para ti. A ver, creo que tu amante debe ser otro, con un talante distinto, más guapo y… ¡Explosivo! Uno con el que puedas disfrutar de un buen momento de sexo desmedido, y del que a pesar del engaño, no te arrepientas demasiado por haberle puesto los cuernos a tu marido. Sí, definitivamente debe ser un tipo con bastante recorrido. ¡Alguien como Nacho!

— ¡Jajaja! ¿En serio no se te pudo ocurrir alguien más? —En medio de una risotada franca le contesté, y enseguida la fustigué con una nueva pregunta.

—Muchas gracias por tu opinión, pero mejor doy un paso al costado y te lo cedo. También él se vería bien a tu lado, obviamente si no tuvieras novio. ¿A ti te gustaría estar con él y perder tu virginidad a su lado, sin esperar a que sucediera con tu novio?

—Nahhh, chikis. ¡Dios me libre! Creo que yo sería infeliz a su lado porque no le doy la talla debido a mi ingenuidad. Pero obvio que algunas veces sí que lo he llegado a imaginar. ¿Cómo sería acostarme con un hombre tan recorrido como él? ¿Cómo me haría sentir? ¿Me volvería adicta al sexo con él? ¿Me convertiría en una puta por él? Pero todo se queda allí en mi mente y me arrepiento al instante, persignándome y orando diez Padres Nuestro y nueve Aves María, pidiéndole mentalmente perdón a Dios y de paso a Sergio, por pecar con el pensamiento. —Momentáneamente silenció su voz, y después de unos segundos, hablo de nuevo.

—Sin embargo no sucederá nada, ya que Nacho tan sólo me ve como a una hermanita menor a quien debe cuidar y proteger, en consideración a la amistad que le une a Sergio. Y conmigo no sostendría jamás una relación duradera. Quizás solamente acceda a dejar que yo, si le insisto un poco, practique por unos minutos con su… ¡Cosito! Por lo demás, como mujer prácticamente soy invisible para él. Y además, Nacho solo tiene ojos para las mujeres casadas, pues le encanta el riesgo y la aventura, más si son aparentemente inalcanzables. ¡Como tú, por ejemplo! —Me respondió, dejándome ver su perlada dentadura al sonreír con amplitud, antes de enderezarse y recobrar su postura de niña buena, sentada al borde de la cama, sin cruzar las piernas pero con las rodillas muy juntas, y con los brazos echados hacia atrás de su cuerpo, tal si fueran un par de soportes.

—Él y yo somos como el agua y el aceite, flaquis. Incompatibles como un par de fichas sueltas, pertenecientes a dos rompecabezas con imágenes impresas de dos paisajes distintos, e igualmente con tamaños diferentes. Como dices, Nacho es un tipo inconstante y yo, yo estoy muy bien con mi estabilidad matrimonial. —Le contesté colocándome de pie, mientras que descargaba sobre una silla cercana, la cartera y la bolsa con los juguetes que había adquirido el día anterior en el sex-shop, colgando en el respaldo mi cazadora de mezclilla decolorada y estilo «oversize».

—Pues mi mamá siempre me dice que los polos opuestos se atraen y… ¿Quién quita que entre ustedes dos pueda surgir algo en un futuro? ¡En serio pienso que los dos se complementarían bastante! —Me habló de improviso cuando yo todavía le daba la espalda.

—La miré con detenimiento, –dejando de observar la ilustrada y explícita imagen de la caja de cartón que contenía el Strap-On, enseñando en la contra-portada como usarlo– pues deseaba adivinar por intermedio de sus gestos, si eran ciertas mis sospechas de que K-Mena estaba al tanto de algo, o simple y llanamente eran mis propios temores los que me hacían ver horripilantes demonios donde no había más que un inocente raciocinio.

— ¡Espera Mariana! Aguanta un momento que me perdí. ¿Mirando un qué? —Me pregunta Camilo.

—Ah, eso es un arnés, –Camilo arquea sus espesas cejas negras y echa la cabeza levemente para atrás– o sea, una especie de cinturón con correas que se ajustan a la cintura y en los muslos. En el centro lleva una anilla para adosarle un… Un pene de silicona, para… ¡Pues creo que ya podrás imaginar para qué se usa!

—Ummm, ya entiendo. Pero haber, Mariana… ¿Acaso tu preocupación no consistía en preservarle su virginidad? —Me sonrío ante la lógica inquietud de mi esposo.

— ¡Jejeje! Así es, y efectivamente no lo compré con la idea de penetrarla. Ya había pensado la noche anterior, mientras acariciaba con mis uñas tu espalda, para relajarte y que te fueras durmiendo, en darle otro uso. Sé que andas un poco despistado, pero por eso déjame terminar de recordar lo que hicimos ella y yo, aquel mediodía y parte de la tarde. ¿Te parece? —Le contesto con premura, aprovechándome de que no es propio en él, ser un hombre con poca sindéresis.

—Claro, dale. ¡Adelante! —Me responde Camilo, haciéndome la venia al estilo militar, al llevar su mano con la palma hacia abajo a la sien derecha.

Ahora observo como la baja, para colocarla en frente de su boca, rascando finalmente la rueda dentada de su mechero con el pulgar. Y así, la amarillenta flama consigue su cometido y arde la punta del cigarrillo, iluminando las leves arrugas en las comisuras de sus labios, y en los hoyuelos que se le forman en sus mejillas al aspirarlo concienzudamente.

—Y… ¿Cómo lo harías con él? —Me preguntó K-Mena sin darme un respiro con curiosidad, y sin dejarme responder insistió al decirme...

—O sea, quiero decir en qué lugar te parecería más cómodo estar a solas con Nacho, hablando solo imaginariamente, por supuesto. ¿Irías a su casa y lo harían en su cama? O… ¿Te dejarías invitar a una habitación de un motel como este?

—Pues creo que lo más adecuado sería en un lugar que me ofrezca intimidad. Sí, vendría con Nacho a un sitio como este. —Le contesté de inmediato y luego las dos guardamos un cómplice silencio, que aproveché para observar a mí alrededor, buscando el lugar más adecuado para relatarle mi imaginario encuentro sexual con nuestro compañero de trabajo.

—Las pesadas cortinas de terciopelo escarlata permanecían completamente cerradas, brindándonos la intimidad necesaria, –cierro mis ojos y visualizo en mi mente aquella habitación. – aunque detrás de ellas no existiera realmente un ventanal sino una fría y alisada pared. Esperando a mi derecha, acomodado en una esquina de la habitación, flanqueado por un ovalado espejo en la pared y encima de este, otro de forma circular adosado al techo, un «sillón del amor». Con las sinuosas curvas tapizadas en negro y rojo, similar al que de novios dimos tan buen uso tu y yo en tantas ocasiones, para saciar nuestras ganas de explorar nuestros cuerpos, entregándonos completamente y obtener placeres más intensos, probando tantas posiciones como nos era posible, hasta alcanzar varios orgasmos durante las tres horas de alquiler. Sin embargo aquel, era un mueble al cual yo no le podría dar en esos momentos un uso adecuado con K-Mena, así que la mejor opción para nuestra primera vez, seria utilizar el jacuzzi, así que me dirigí hacia el baño para abrir los grifos y ponerlo en funcionamiento.

—Mira K-Mena, –le dije cuando regresé a su lado. – Tú te vas a convertir en él, en mi amante. Y juntas, vamos a recrear ese encuentro ficticio. Harás exactamente lo que yo voy a ir diciendo, actuando como si esta fuera la primera vez que le fuera infiel a mi esposo junto a Nacho. ¿Vale?

Abro mis ojos para encontrarme con el marrón de los suyos, bien clavaditos a mi cara, esperando quizás que algún gesto le revele mi interés en que fuese con Nacho.

—Y no cielo, no me mires así pues yo no fui quien propuso que aquel juego fuera con él. Además, pensé que era la oportunidad perfecta para poder conocer si mi amiga estaba enterada de algo o eran solo imaginaciones mías. ¿Continuo?

—Por supuesto, haz de cuenta que estas en el confesionario de una iglesia, declarando tus pecados para obtener la piadosa sentencia. ¡Prosigue por favor!

—Ok, entonces como te venía contando, le dije a ella…

—Flaquis, antes que nada, necesitamos crear el ambiente adecuado. Es primordial que ambas estemos cómodas y nos pongamos en situación. Presumamos que en esa hipotética cita, yo estuviera vestida justo como ahora, recién escapados los dos de la oficina. ¿Qué cosas te imaginas que ese hombre tan diestro y aventurero como dices, me haría ya estando aquí los dos a solas?

—Pues chikis, imagino que él… ¿Te daría un beso? —Me respondió segundos después de meditarlo un poco.

—Ajá, sí. Es probable que nada más cerrar la puerta Nacho se me eche encima, me acorrale contra la pared y me bese. Y entonces flaquis… ¿A que estas esperando? ¡Ven y me lo das! —Le ordené, y ella entre sorprendida e intimidada, se me acercó con cautela.

Noto a Camilo bastante interesado en mi relato, pero guardando un prudente silencio mientras fuma de manera apurada; por el contrario bebe su cerveza muy despacio y el café de sus ojos expectantes, escudriña cada mueca mía. Intenta en silencio detallar mis emociones y por lo mismo se acomoda diferente sobre la arena, de medio lado recostado para descansar sus brazos y cambiar la posición de sus piernas, estirándolas. Y yo con algo de vergüenza, me dispongo a continuar relatándole lo que falta.

—Vi como su rostro se colocaba directamente frente al mío algo tensa, y tras cerrar sus ojos, ladee mi cara y temblorosos sus labios se juntaron lentamente con los míos, ejerciendo una suave presión que duró muy poco, como aquella vez en la piscina del hotel. Yo igualmente me encontraba nerviosa pero me sobrepuse y continué en mi papel de instructora dominante.

— ¡Así no! Hazlo con determinación, con ganas y gusto. Metete en el papel de ser él, el tipo de hombre conquistador y dominante que se supone desea «culiarse» a una mujer casada y prohibida como yo. ¿O es qué Nacho no te ha dicho que le gustaría llevarme a la cama y «culearme» hasta hacerme ver las estrellas?

— ¡Noooo! Con Nacho nunca hemos hablado de eso. No te ha mencionado chikis, lo juro. Solo escuché alguna vez y sin querer, estando en el bar esperando a que Sergio me fuera a recoger, que le decía a Carlos lo mucho que le atraes, y que tarde o temprano, lograría seducirte y hacer cochinadas contigo. —Cada una de sus palabras, las pronunció con una vocecita de niña regañada, aunque sentí que me había respondido con franqueza, y yo con fingida despreocupación le respondí más o menos así…

—Ah, ok. Discúlpame flaquis, es que has insistido tanto con él y además como lo conozco, supuse que él te hubiera hablado alguna vez de mí y de paso, como suele ser común en él, fanfarronear diciendo que ya había logrado calmar sus ganas de acostarse conmigo. ¡Bueno sigamos en lo que estábamos! —Le dije, ya saciada mi curiosidad.

—Como no se decidía, con mi mano izquierda la tomé por la cintura atrayéndola hacia mí, y con la derecha le acaricié con ternura su mejilla intentando calmarla, e inclinando mi cabeza un poco, y con mi boca entreabierta… ¡La besé!

—Pude sentir la calidez de su aliento. Advertir su respiración agitada cuando forcé la rendija de sus labios y toqué su lengua húmeda varias veces con la mía, hasta que finalmente ella se decidió a enroscarla, entregada y más apasionada. ¡Pufff! —Y se me escapa un suspiro al recordarlo, y el cual no logro ocultárselo a Camilo.

—El beso duró bastante. Tanto tiempo que ambas probamos a recorrer externamente varias veces, cada uno de nuestros abullonados y carnosos labios, tan jugosos como apetecibles, lamiéndolos sin pausa. El superior suyo contra el inferior mío, o al revés, lubricándolos con nuestras salivas; reteniéndolos y estirándolos más de una vez con los dientes en una erótica mordida, para continuar la labor de exploración con nuestras bocas bien abiertas, abarcando por completo nuestras «cumbambas», e incluso dándonos tiernos besitos sobre los parpados, hasta llegar a chuparnos la punta de nuestras narices.

—Desaparecida ya su pena, y con sus nacientes jadeos floreciendo, decidí no desaprovechar la oportunidad y la abracé con fuerza, descolgando mis manos hasta alcanzar sus firmes nalguitas, presionándolas y arañándoselas, jalándola hacia mí hasta poder juntar nuestras bubis y los vientres, frotando mi abultado pubis, continuamente contra su pierna, demostrándole igualmente mi creciente grado de excitación.

— ¡Ahora sí! ¡Así si es como debe ser! Éste sí es el macho que me va a poseer, y colmará las ganas de sexo que me ha provocado con esos besos tan deliciosos e intensos, y con el que me voy a convertir en una esposa infiel. —Le dije tan pronto como nos apartamos para tomar un respiro.

Y precisamente Camilo, todavía de medio lado toma bastante aire. Su pecho desnudo se expande y el vientre se le hunde, pero no lo retiene en sus pulmones por mucho tiempo, y lo deja salir produciendo un curioso sonido que no puedo determinar si es de aceptación o indignación. Se le ha consumido el cigarrillo entre sus dedos sin darse cuenta, más pendiente de mis palabras y de mis gestos. Llevo de nuevo el pico de la botella de ron a mis labios resecos, para darme valor con un nuevo trago. Mi esposo por igual, levanta su mano con el vaso de la dorada cerveza y bebe, saboreándola parsimonioso. ¿Disfrutando de mí historia? ¡No lo puedo asegurar, pero sea o no así, continuaré!

— ¿Lo hice bien? —Me preguntó K-Mena con timidez.

—Shhhh, sí. ¡Mucho! –Le respondí enseguida. – Pero recuerda flaquis, que ahora no eres tu quien está aquí conmigo. Estoy a solas con él, y un amante tan experimentado, como suponemos que es Nacho, no rompería el hechizo del momento haciéndome esa pregunta tan tonta. Un hombre tan habituado a complacer a tantas mujeres, sabe reconocer de inmediato el nivel de excitación que ha proporcionado con sus caricias y esos besos. Ese macho presumido y adiestrado, sin hablar o solicitar permiso, continuaría el proceso de seducción, dando el siguiente paso. Cierra los ojos y usa tu imaginación. ¿Adivinas cuál es?

—Justo antes de que ella pudiese responder, la melodía de mí teléfono móvil sonó, vibrando dentro de mi bolso. Sé que no puse buena cara. ¡Para que te voy a mentir! En ese preciso momento tu llamada era inoportuna, pero finalmente la tomé sorprendida, caminando hacia la esquina más apartada de la cama, recostando mi espalda contra la empapelada pared, para poder charlar con algo de privacidad en frente de ella. Sin embargo no dejé de mirarla y te saludé menos efusiva que de costumbre, eso sí, sin mencionar tu nombre, saludándote con un… ¡Hola mi cielo! ¿Cómo te fue? —Y me asusté más por aquel imprevisto cambio de itinerario, por tu llamada fuera del horario que habíamos previsto.

— ¿Medellín? ¿Pero cómo así? ¿Acaso no ibas para el Chocó? —Prácticamente te acribillé con mis preguntas, desentendiéndome por un breve instante de la compañía y del lugar donde me encontraba, preocupada por tu situación. Y extrañada por aquel cambio en tu itinerario, enseguida tú me respond…

— ¡Te escuché en la voz, un tono de angustia! –Interrumpo a Mariana de súbito. – Y te expliqué que era necesario tomar el vuelo de allí hasta Nuquí, pues desde Bogotá estaba todo copado por la alta demanda de turistas, colombianos y extranjeros, interesados en disfrutar aquella temporada del avistamiento de las ballenas jorobadas. Tontamente creí aquella vez, que mi amorosa mujer se encontraba preocupada por el nuevo paradero de su esposo, pero ahora que me estas describiendo en donde estabas y para hacer con tu amiga lo que me imagino, me siento un completo estúpido, el tonto que no se enteraba de nada.

— ¡Pero no me hagas caso y continua por favor! —Le digo ahora y observo como Mariana desplaza con los dedos sus cabellos, desde adelante hacia atrás, deformando la alta onda sobre su frente, y avergonzada ante mi afirmación, lleva la misma mano hasta su boca, para en un acto cotidiano en ella, pensativa desviar su mirada hacia el distante malecón y morderse nerviosa, la punta de la uña del pulgar.

—No pretendo ignorar algún detalle de mi pasado, pues mi intención no es otra que ser lo más sincera que pueda contigo. No para que te duela o incomode, si no para que reconozcas que estoy siendo completamente honesta en mi arrepentimiento, al despejarte todas tus incógnitas, y al final de toda esta confesión, puedas darme un veredicto justo.

—Pues bien, aclarada tu situación, con algo de intranquilidad terminé tu llamada deseándote un buen viaje y haciendo que me prometieras hacerme una videollamada en la noche, para que Mateo y yo pudiésemos verte y quedar más tranquilos. Pero igualmente, con la finalidad de no desaprovechar el tiempo de alquiler. K-Mena me observaba, sentada a un costado de la cama, con su semblante serio y en su mirada un halo de curiosidad.

—Era mi marido, que como ahora ya sabes, se encuentra en otro de sus viajes de trabajo. Y esta llamada me ha hecho caer en cuenta de que deberé ser más precavida y silenciar los móviles para que nadie me interrumpa mientras concluyo con mi imaginaria infidelidad. Apaga los tuyos también flaquis, y sigamos con lo nuestro. ¿Te parece? —K-Mena obediente se puso en pie, y de su bolso beige tomó tanto su móvil personal como el empresarial, para silenciarlos.

—Me arrimé a ella y sonriente tomé su mano. La llevé de nuevo hasta la cama y en la esquina nos sentamos, cada una de medio lado, y cerrando mis parpados, entre abrí mi boca ofreciéndole la imagen de una mujer sedienta por volver a disfrutar de sus labios. Pero K-Mena tenía otra idea metida en su cabecita, y comenzó por devorar con besos, la extensión lateral de mi cuello, al tiempo que su mano izquierda se colmaba con la redondez de mi teta derecha.

—Con seguridad podría sentir la dureza de mi excitado pezón, y juraría que con esa acción suya, mis piernas temblaban de ganas por estar ya abiertas. Entre tanto, permití que su mano derecha explorara por debajo del borde de mi blusa, el camino desde el costado hasta mi ombligo. En algún momento, mientras nos comíamos las bocas, sus dedos intentaron sobrepasar la frontera de la pretina de mi minifalda, por lo cual le facilité las cosas ahuecando mi abdomen, y por fin rozaron sus dedos la parte superior de mi tanga.

— Ummm… ¡Lo estás haciendo muy bien! ¡Sigue así Nachito! —Le susurre al oído y de pronto las dos nos quedamos petrificadas, mirándonos fijamente, y en seguida nos echamos a reír, cayendo en cuenta de lo graciosas que aquellas palabras mías, –verdaderas y sentidas– habían salido de mi boca con la intención de premiarle a ella su buen papel de amante en nuestra mentirosa cita amorosa.

—Entonces K-Mena de improviso, engrosando la voz, en un chistoso intento por imitar a José Ignacio, me dijo…

— ¡Bizcochote! Esto apenas es el comienzo. ¿Entiendes? No voy a dejar de saborear con mi boca, cada centímetro de tu piel. ¡Te voy a comer enterita, por todos tus rincones! —Y volvimos a carcajearnos las dos, hasta que las lágrimas asomaron en nuestros ojos y así, luego de unos minutos tomándonos con las manos nuestros estómagos, recostadas una al lado de la otra, respiramos profundamente y callamos.

—La pillé dándome un repaso y la miré, pero no lo hacíamos a los ojos, cielo, si no a nuestras bocas. Se irguió sobre mi rostro y con ansias me besó. Me entregué por completo a la sensación de sentir el grosor de sus labios circulando nuevamente, húmedos sobre los míos. Abrí la boca y le ofrecí mi lengua. Ya aprendida la lección, con ternura la absorbió al principio, luego con decisión la succionó y con ello provocó qué me dieran ganas de tocarla en medio de sus piernas, palpándole su cuquita por encima del pantalón.

— ¡Sembraste vientos donde antes existía solo calma, era apenas lógico que recogieras tempestades! —Le comento a Mariana, obligándola a iluminarme con la mirada azul de sus esplendorosos ojos, que hasta hace un momento los había mantenido distantes, –incluso hasta cubiertos por el velo de sus parpados descoloridos– durante algunos instantes rememorando aquella situación con anhelo, pues noté que mientras lo narraba, dos coquetos paréntesis se le habían formado en la comisura de sus labios, enmarcando una tímida sonrisa. ¡Le había gustado besarse con esa mujer!

Sin musitar palabra alguna, debatiendo mi razonamiento, Mariana toma de la cajetilla un cigarrillo y lo enciende inhalándolo dosificadamente. Ahora muy cerca de mi rostro, exhala el humo con su habitual elegancia y extraña calma. Levanta la mano izquierda con la botella aunada a ella, da medio giro a su muñeca y bebe un corto sorbo de ron. No deja transcurrir muchos segundos para fumar nuevamente, y sin demostrarme remordimiento alguno, continúa hablándome con desconcertante normalidad.

— ¡Eso me encantaría, papacito rico! —Le respondí así a K-Mena, siguiendo el curso de nuestra actuada cita amorosa. Y sí, Camilo, ella comprendiendo la idea continuó en su rol de amante masculino, y encaramó por completo su cuerpo sobre el mío. Con una mano desplazó mis cabellos extendiéndolos sobre el blanquecino cobertor, dejando desnudo mi cuello. Comenzó a pasear su boca entre abierta, ascendiendo por el con besitos espaciados, desde la clavícula hasta por detrás de mí oído izquierdo, para detenerse y catar el lóbulo, sorbiéndolo un poco, empapándomelo de su saliva.

—Sentí muchas cosquillas, –sabes de sobra que me ocurre eso porque me lo has hecho– pero de allí, se ensañó su lengua al humectar de saliva los cartílagos y hurgó su lengua con inclemencia en la concha de mi oreja, y aunque en ese momento al cerrar los ojos para disfrutar, tu imagen haciéndome lo mismo se apareció por mi mente, aquella evocación no fue suficiente para arrepentirme por lo que estaba dejándome hacer, sintiendo muy rico y similar a lo vivido hasta entonces sólo contigo, pero era eróticamente diferente, pues a pesar de que en su carita los rasgos suyos tan inocentes y característicos seguían presentes, aquel aspecto casto ya no habitaba en ella, y supongo que K-Mena en el mío advertiría lo mismo. ¡Solo fogosidad y deseo! Únicamente ganas de sexo, y por eso se difuminó tu imagen al abrir mis ojos y atreverme a decirle…

—Es hora de que Nacho me desvista y observe por completo lo que tanto ansía. ¡La hermosa desnudez de la mujer prohibida que por fin se le va a entregar!

—Comprendiendo mi orden, con desesperación las manos de K-mena tensaron la tela de mi blusa por el frente, y sus finos dedos consiguieron desabotonar los tres botones restantes del costado izquierdo, dejando expuesta la piel de mí pecho y el sujetador blanco, con su coqueto encaje decorando el borde de las copas que cubrían mis senos. Entre tanto los míos con algo de dificultad, –sin dejar de observar el brilloso gris de luna en sus ojos– consiguieron desenganchar el garfio metálico que aseguraba su pantalón de lino, y bajarle la cremallera, esa sí sin aprieto alguno.

—Paseé mis dedos por el borde elástico de su braga y pude percibir en su respiración la excitación que le causaba aquello. Mi mano se aventuró a bajar un poco más, palpando y frotando suavemente su vulva por encima del calzón. Estaba muy mojada, como yo. Imitando mis caricias, mientras continuaba encima de mí, dándome piquitos de lado a lado del cuello, bajó una mano y la introdujo por debajo de mi falda, en medio de mis muslos. La otra la mantenía entrelazada con la mía, acalorada y sudorosa. ¿O era yo?

—La cuestión cielo, es que K-Mena seguía arañando con sus uñas la piel a una cuarta de mis rodillas, –exageradamente delicada para ser el amante afanado que suponía sería José Ignacio– por varios minutos sin decidirse a posarla sobre mi vulva, hasta que ya desesperada, le di la vuelta recostándola hacia el lado contrario a donde me encontraba yo, y sin perder el tiempo me apoderé de la tela de su pantalón y lo deslicé hacia fuera, halándolo de la cintura, besando un muslo y enseguida el otro, hasta llegar a los tobillos y detenerme allí para descalzarla con premura, lanzando sin mirar y a cualquier lugar, aquella prenda.

—Embelesada con aquella imagen, me lancé a tomarle de un pie, el derecho creo recordar, y lo besé. Empecé por allí, la planta primero y después su empeine, dejando que mi boca entreabierta recorriera palmo a palmo la piel de su pantorrilla hasta llegar a la ingle, esquivando la protuberancia carnosa del pubis, y sin apartar su calzón, dejé que mis fosas nasales inhalaran el fuerte aroma de su excitación.

—Es hora de que obtengas tu premio y contemples lo que tanto has deseado ver. —Le dije, y con sensualidad me deshice de la blusa y el sujetador, dándole la espalda. Contoneando mis caderas y cubriéndome los senos con el antebrazo izquierdo, le lancé a la cara el sostén, provocándole una sonrisa.

— ¡Por fin! Déjame verlas. —Me respondió feliz, pero esa vez no simuló la voz de él, sino que me habló con la normal dulzura de su voz. Por lo tanto comprendí que al igual que Nacho, era igualmente un deseo reprimido en ella.

—Aparté mi brazo con premeditada lentitud y con algo de soberbia, llevé mis manos hacía atrás, para deslizar la cremallera de la minifalda, dejándola caer a mis pies y quedar ante su mirada ardiente, desierta de atuendos, solamente con mi tanguita blanca. Era ya su turno, y no tuve necesidad de sugerirle u ordenarle nada. También K-Mena tenía ganas de que la observara desnuda, y el buzo de lana que cubría su torso fue levantado a dos manos, sacándoselo con facilidad por encima de la cabeza, revolcando su peinado, y quedó ante mí con un poco revelador brassier de crudo color crema, que no dudó ni un segundo en deshacerse de él, y permanecer en las mismas condiciones que yo.

Camilo sigue bebiendo de su vaso, pero ahora se recuesta de espaldas sobre la arena. Ya no me mira. Sus ojos cafés observan el nublado cielo sobre nosotros por un instante, y los cierra. Cruza los brazos sobre su pecho, respira hondo y queda en aparente calma.

—Ya al tenerla frente a mí, parcialmente desnuda, no pude contener mi femenina vanidad y mi interés de compararme. —Continúo relatándole e igual que él, mojo mis palabras con otro poco de ron y me estiro boca arriba con inmediatez. Junto mis parpados y me dejo llevar por las imágenes, rememorando aquella escena.

—Su cuerpo es… ¿Cómo explicártelo? ¡Tal vez menos obsceno y provocador que el mío! El suyo me encantó por su juvenil delgadez e inocencia. El mío creo, más curvilíneo y de por sí dotado de mayor sensualidad. Un cuerpo de mujer hecha y derecha, más acariciado o usado si lo quieres ver así. Bello cuerpo de mujer, aunque algo pubescente. De complexión fibrosa y atlética, con su torso estrecho, naturalmente marcados los costados y los músculos del abdomen; atrayente me pareció su ombligo, circular y protuberante, muy diferente al escondido mío. Y las caderas estrechas, que apenas si bosquejan una sutil curvatura, quizá debido a ello, la redondez prieta de sus nalgas bajo la tela de la ropa, no las hacía tan visibles para los ojos que pugnaran por visualizárselas desvestida.

—No así sus senos de impresionante lozanía y firme redondez, sin ser exagerados. ¡Muy hermosos! De una bonita perfección, formando un semicírculo que altivo, descuelga su volumen por encima y ensombrece levemente las costillas. Los pezones más prominentes que los míos, un tanto descentrados pero de un rosado tentador como el color de sus circulares areolas.

—Clandestinos permanecían nuestros pubis, ocultos bajo la tela de su calzón de abuela y del triangulito de mi tanga. Quería verla desnuda por completo, pero reprimí las ganas y no hice el intento por exponer aquella parte de su anatomía. Eso lo dejé para después, ya que lo primordial era que K-mena disfrutara de la mía, enfrascada en su papel de Nacho, y mientras recorría con sus ojos grises la blancura de mi piel, de pies a cabeza, ella aprendiera viéndome cómo… ¡Mamar una verga!

Camilo se sobresalta por mi lenguaje soez, pero no me dice nada y tan sonrojada como apurada, aprovecho su silencio para continuar.

—Falta un pequeñísimo detalle, flaquis, para que esta lección sea completa. —Le dije sorprendiéndola.

—Me dirigí hasta el sillón y de la caja extraje el arnés junto a aquel realístico falo de silicona, dándome vuelta enseguida para enseñárselo. Asombradísima quedó K-Mena al verlo, y mucho más cuando se lo entregué en sus temblorosas manos, mientras yo me apresuraba a asegurar con las cintas negras su cintura, al igual que arrodillada, lo hice con las otras correas alrededor de sus muslos. Ataviada a medias, le pedí que me entregara el dildo para asegurarlo en el frontal anillo y al hacerlo, K-Mena me preguntó con curiosidad…

— ¿Así de grandes son los penes? Algo así no me va a caber, chikis.

—No todos, flaquis. Los hay pequeños, medianos, grandes como este, y extra grandes como los de algunos actores porno. Y si, créeme que te lo vas a poder «comer» por completo.

— ¿Y así lo tiene él?

— ¿Quién? ¿Nacho? ¡Jajaja! Ni idea flaquis.

— ¡Pero tú se lo viste! ¿O fue una mentira lo que nos contó aquella tarde, y no sucedió nunca aquella broma pesada?

— ¡Eh, pues!… Lo tenía delgado y circuncidado, muy blanco y con el glande rosáceo. Sí, él me lo mostró tal como se los contó, pero lo tenía flácido. Supongamos que lo puede llegar a tener a sí de largo, grueso y duro, pero será mejor que continuemos con lo nuestro. ¿Dónde estábamos? —Le pregunté para no dejar que se nos bajara el nivel de excitación.

— ¡En que tienes unas tetas preciosas, bizcochote mío! —Me dijo con aquella simulada voz gruesa, retomando su papel de José Ignacio. Esa vez no me rei y menos ella, que aprovechando mi cercanía, se apoderó por segunda vez en mi vida y en la suya, de la tibieza de mi teta izquierda, con su mano derecha.

—Con sus labios y su lengua ensalivando la mitad de mi pecho, palpité de sexual emoción, y por supuesto, mis dos hinchados senos despertaron pasiones irrefrenables en K-Mena, pues succionó como pudo, consumiendo entre su boca mis areolas, y mordisqueó cuanto quiso la dureza de mis pezones, mientras mis dedos se hundían entre sus cabellos, meciéndoselos agradecida con sus atenciones.

—Chikis, esteee… ¡Tengo ganas de besarte alla abajo! ¿Será que puedo? —Inocentemente me preguntó K-Mena, después de tomarse un descanso.

—A ver Nacho, que parte de… ¡Nunca preguntes! ¿No entendiste? Solo tírame a la cama y haz conmigo lo que deseamos, eres el macho, domina a tu hembra. —La regañé por su desatención y enseguida simulé que, –extendiendo uno de sus brazos– me empujaba y me dejaba caer boca arriba y patiabierta en la cama. A horcajadas se acomodó encima mío, para besarme una y otra vez. Y entre beso y beso me suplicaba perdón por sus torpezas. La perdoné mentalmente, más sin embargo de forma física, mi deseo era castigarla, pero me llevé la sorpresa de ver en su rostro de pómulos sonrosados, la decisión de querer hacerme «la miné», y por supuesto que la dejé abriéndome para ella.

—Sujetó mis piernas con ambas manos y corrió la tela blanca de mi tanga a un costado de mi cuquita, y pasó cautamente sus dedos sobre mi hendidura, acercando luego su boca y posar la punta de su lengua por todo el borde de mis labios mayores, e introduciéndola con exquisita consistencia, recorrió desde mi clítoris hasta la abertura de mi vagina. La tomé del cabello y apreté su cabeza contra mi entrepierna para que continuara lamiéndome, con algo de timidez al principio y luego con mayor soltura y presteza, succionó toda mi rajita.

—Puedo recordar con claridad cómo me hacía sentir y vibrar, jadeando y gritando su nombre, el del hombre que tanto detestas, sin temor a que me escucharan, camareros o amantes pasajeros en el pasillo, tras la puerta de aquella habitación, cuando logró hacerme alcanzar el primer orgasmo.

—Sí, lo mencioné, mi cielo. –Le digo, pues noto la mueca de disgusto en su rostro. – Pero no ocurrió por desearlo como lo estarás suponiendo, sino para que K-Mena se emocionara y se metiera aún más en el papel. Recuerda que era un juego que propuse y ella exclusivamente escogió representar aquel papel. ¡Otra más de mis estúpidas tonterías!

Y observo como Camilo levanta la cabeza, pienso que va a contradecir mis palabras con un movimiento negativo, pero sorprendentemente, tan solo lo hace para culminar con su cerveza de un solo trago y tomar de su cajetilla otro cigarrillo. Lo enciende y de nuevo regresa a su anterior posición, más un brazo lo acomoda por detrás de su nuca, y con la otra se acomoda… ¿Un bulto en sus bermudas?

Ya no queda mucho ron, es mejor guardarle un poco a mi esposo por si se decide a cambiar de sabor. Destapo una cerveza y bebo directamente de la botella un sorbo, y urgida por tener entre mis dedos algo para paliar mis nervios, también extraigo de la cajetilla mía un cigarrillo, pero no lo prendo. Lo utilizaré como un juguete desestresante, ante lo que me falta por declararle.

—Ahora recuerdo como eché para atrás mis caderas, apartando su boca de mi vagina, pero ella continuó empecinada en seguir jugando con sus labios alrededor de los pliegues de mi vulva, hasta que después de unos segundos, se levantó triunfante, manchada su boca de mis ambrosías, echándose sobre mí, y yo, necesitada del sabor de su saliva mezclada con mi flujo, la besé de nuevo.

—Ven Flaquis, te enseño algo. Un hombre, mi marido o Nacho, en estos momentos ya estaría desesperado por abrirme las piernas y así como estamos, meterme su pene. Cógetelo con una mano y llévalo hasta mi vagina. Haz que su hinchada cabeza, rocé mis labios. Ábrelos con los dedos de tu mano libre y pasea el glande por la abertura de mi raja, de arriba para abajo y súbelo de nuevo hasta ejercer presión sobre mi clítoris. ¡Hazlo así varias veces, hasta verme suspirar!

—Así lo hizo, retirando con ambas manos mi tanguita. La fui guiando hasta donde ya no podía resistir más, y en serio le dije que ya me lo metiera dentro, tomándolo con una mano y con firmeza lo hundiera dentro de mí. Después de algunos movimientos dubitativos de su cintura en intentos vanos por penetrarme, empezó a mover su cadera con mayor decisión y por fin pude sentir como me invadía poco a poco, aquel pene artificial, imaginando que era uno de carne y hueso. El tuyo tan conocido y deseado, o el de Nacho, tan imaginado por las dos.

—Acompasé el movimiento lento de sus caderas con las agitadas mías, levantando mi culo y llevando la pelvis a su encuentro, al sentir cada invasión de aquella verga falsa en las paredes de mi vagina, introduciéndomelo por completo, bajando después las caderas hasta sentir la colcha bajo mis nalgas, y la longitud de aquel pene de plástico, retirándose tan solo unos cuantos centímetros para regresar con mayor ímpetu, colmando con su grosor, todos los rincones de mi interior. Hasta que el sudor en nuestros rostros y por todos los poros de nuestro cuerpo, humedecidos los mechones de sus cabellos, y el chapoteo producido por el contacto de su vientre sobre el mío, le recordó a mi cuerpo mediante leves espasmos en mi vientre y electrizantes ráfagas de placer en mis muslos, que un nuevo orgasmo se avecinaba para mí.

—Pude sentir como un escalofrío recorría mi cuerpo, desde mis pies hasta el cuero cabelludo, y prácticamente me deshice frente a sus ojos, entre jadeos y gemidos. No aguanté mucho, por más que intenté demorar el clímax, y un grito que amenazaba por escaparse de mi garganta, finalmente se escabulló cuando abrí la boca para tomar el aire que me faltaba, colmando de sonidos apasionados aquella habitación, y alentándola a continuar penetrándome con ese falo de silicona, unos segundos más pero a mayor velocidad, y para ello de las nalgas con mis manos la obligué a moverse con mayor rapidez.

—Abrí los ojos para observar aquella escena, procurando retener en mis retinas lo que estaba sucediendo en medio de mis piernas, y me encontré con la visión de su cabeza gacha y los ondulados cabellos tinturados de aquel rubio ceniza, libres y sueltos ocultándole el rostro, pues estaba embobada mirando como el glande de aquel ariete siliconado y brilloso por mis fluidos, se abría paso y luego salía con asfixiante rapidez, –para mí desesperado bienestar sexual– desde el refugio rosa y humectado de mi cuquita.

—Cuando K-Mena aumento el ritmo de aquel «mete y saca, saca y mete», me di cuenta que tanto el diámetro como la extensión de su pezones había aumentado ostensiblemente, haciéndolos más perceptibles, tanto a mis ojos como a la dureza de los propios, que por momentos se rozaban entre sí, al brincar sus tetas hacia adelante y hacia atrás, sincronizadas con el pendular de sus caderas sobre mí vagina, ya muy hinchada y abierta. Eso logró que mi excitación fuera incrementándose por lo que le dije al oído, aunque en verdad fue prácticamente gritándole…

— ¡Me estás haciendo venir delicioso, papacito rico! ¡Muévete más por favor y dame más duro! Así, Nachito, así. Píchame más fuerte, sigue así. ¡Húndeme bien esa vergota que tienes, porque estoy a punto de llegar! Y K-Mena se esmeró, ondulando su cintura con mayor rapidez hasta que alcancé un prolongado orgasmo y después de susurrarle al oído un… ¡Ufff, flaquis que rico me hiciste venir!, desfallecí bajo el peso de su cuerpo, con sus bonitas tetas pegaditas a las mías, con los brazos extendidos sobre mi cabeza, y nuestras manos entrelazadas y sudorosas.

—La pasaste muy bueno entonces esa tarde, mientras que yo me peleaba con el desesperante calor, la excesiva humedad del Chocó, y uno que otro mosquito, –que esquivaron burlonamente la palma de mi mano– mientras esperábamos en el muelle turístico en Nuquí, a que una vetusta lancha recogiera a nuestra delegación, para que casi una hora después, zarandeados por el fuerte oleaje durante el trayecto, pisáramos tierra firme en aquella playa del corregimiento, y de allí caminar con nuestros trastos al hombro hasta el hotel. —Sin levantarse, ni tan siquiera ladear la cabeza hacia mí, Camilo refunfuña, sacándome los trapos al sol.

—En serio que lamento mucho que te enteres de lo que hice con K-Mena, pero creo que de esta manera, franca y directa, es lo mejor. —Le respondo y enseguida doy otro sorbo a mi cerveza. Aspiro de nuevo mi cigarrillo y aprovecho este breve instante para recomponer la tela de mi falda, que por el viento ha descubierto bastante mis muslos, y medito sobre lo que me ha dicho.

De nuevo y con razón, el sentimiento de culpabilidad me estremece, al igual que lo hace ahora esta brisa fría, pero así fue como sucedieron las cosas, o casi todo, las dos primeras veces que lo engañé, y aunque la idea es no mentirle más, al menos debo maquillar un poco la verdad, suavizándola con leves trazos de pasión y otro tanto de erotismo, –aunque mi mente lo visualice, en el fondo, como algo pornográfico– para que no le duela tanto mi infidelidad. Y sin dudarlo, me aviento a relatarle el final.

—Creo que nos quedamos dormidas algunos minutos, cansada yo de aquellos orgasmos y ella de proporcionármelos. Sobresaltada me levanté. No quería que aquella tarde se tornara monótona y aburridora, o que el desaliento se apoderara de nuestros cuerpos prontamente, así que decidí llevarla conmigo hasta el baño, –agarrándola por una mano y del falso pene– y sumergirnos en la reparadora calidez de las aguas del jacuzzi, liberándola de un probable desasosiego. Ninguna decía nada, y ese silencio denso, como el vapor tórrido que flotaba sobre aquella semi-circular bañera formando una suave neblina, lo corté de tajo al decirle…

— ¡Ya es hora de que observes como se hace! —Y ella sin comprenderme hizo el intento de separar el dildo del cinturón, más no era esa mi intención. Por lo tanto aparté su mano con delicadeza y llevé ambas manos a su cintura para acomodar longitudinalmente mi vientre sobre aquella imitación de verga, y así de cerca, comencé a tocársela imaginando que era… ¡La suya!

—Entonces le pedí que me alcanzara una de las toallas y se mantuviese de pie, para enseñarle como se debía dar sexo oral al hombre para excitarlo, y coloqué, –como testigo de mi decisión– la toalla sobre las ajedrezadas baldosas y me arrodillé sobre ella para empezar con la clase.

— ¡Mírame bien, flaquis! Porque así es como lo tendrás que hacer después.

—De manera muy tierna lo comencé a besar, iniciando por la hinchada punta del falso glande, y sin dejar de mirarle a sus almendrados ojos grises, lo fui metiendo despacio en mi boca hasta donde pude hacerlo debido al tamaño. Sobre aquella venosa superficie, –perdurando el olor y el sabor de mi cuquita– hice el transito habitual como lo he hecho contigo, recorriendo el tronco desde la base hacia el orificio de la uretra con mi lengua, simulando acariciar y plegar hacia atrás, la tibia piel que lo debería de cubrir, mientras con la otra mano acariciaba por encima de la tela de la braga, su vulva, imaginando amasar los inexistentes testículos y le indiqué…

—Debes hacerlo más o menos así, recorriéndolo centímetro a centímetro, con tus labios y las manos. Y que sepas que en tu posición, un hombre cualquiera, como mi esposo o Nacho, movería el culo buscando atragantarme cuando tenga este pedazo de carne metido dentro de mi boca. ¡Anda, papacito rico, mueve bien ese culo!

—La puyé, y terminé la explicación, manteniendo mi papel de instructora y amante infiel, mostrándole como mis labios rodeaban el grosor de esa verga, y sintiendo como el glande falso tocaba mi campanilla. Oprimiéndole las nalgas con mis manos, la obligué a moverse hacia adelante y luego hacía atrás, hasta que cogió ritmo y confianza, follándome la boca pero la verdad, cielo, sin prestarle a la felación, demasiado entusiasmo.

—Imagino que a Nacho le encantaría «culiarte» nuevamente dentro del jacuzzi, así que será mejor para las dos, meternos dentro. ¿No te parece? —Y sin esperar por mi respuesta a su propuesta, ella misma con prisa se retiró aquella braga mata-pasiones, dejando antes mis ojos la visión de su felpudo pubis, y con cuidado de no resbalarse, apoyada en mi antebrazo se introdujo hasta dejar su espalda semi-sumergida, apoyada contra la pared opuesta a la escalinata.

—Suaves y tersos, el volumen de su par de senos los exhibía ya sin vergüenza frente a mí, hinchadas la areolas, endurecidos y altivos los pezones, toda mojada la piel, brillaban más hermosos que nunca ante mis ojos. Y ya no me pude resistir a tocárselos, sintiendo al tacto de mis dedos, su esponjosa firmeza y la dureza de sus pezones. ¡Quería acariciárselos más! Hasta que no aguanté y acercando mi boca, se los chupé, saboreando su salado sabor con mis labios, y milimétricamente mí lengua se dio un paseo por toda aquella epidermis.

—Suspiraba con sus ojitos cerrados, hasta que sorprendida por el toque que mi par de dedos, como torpedos lanzados por un oculto submarino navegando bajo las aguas burbujeantes del jacuzzi, impactaron con precisión en el medio de su raja, localizando de inmediato el apreciable clítoris. Con circulares movimientos sobre su pepita, y separando sus protuberantes labios vaginales, con esmero la fui masturbando hasta que sus tímidos gemidos se convirtieron en un placentero lamento, y sus ojos se cerraron, tan firmes con la tensión que pude observar en sus dedos aferrados a mis hombros y de su boca abierta surgieron varias expresiones que me alegraron y asustaron a la vez.

— ¡Queee ricooo! ¡Diosito santo, que delicia! Ummm… Cuanto había soñado con esto. Te quiero mucho flaquis. Muchooo… ¡Aghhh!

—Mientras K-Mena recuperaba el aliento, cambié de posición dentro del jacuzzi arrodillándome en frente de ella, y acerqué mi boca a la suya con precaución, para besarla tiernamente por algunos minutos, y al separarnos le pedí que se estirara y pasara sus largas piernas por mis costados, levantando sus caderas para dejar sobre la superficie y a mi alcance, aquel mástil de silicona con el fin de poder cumplir con una fantasía mía, y que no había podido llevar a cabo contigo.

Camilo abre los ojos súbitamente, me mira asombrado echando la cabeza hacia atrás y se sienta precitadamente, dando un vuelco a su vaso de cerveza y alejándose un poco de mí. Me da la impresión de que la piel de su rostro palidece, y en sus ojos observo las pupilas dilatadas, a la vez que un leve temblor sacude sus mandíbulas.

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