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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (29)

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Ella decide… ¿Por si sola?

¿Por qué tanto silencio en mi esposo? Ninguna parte de su cuerpo se ha movido ni un milímetro. Tampoco a mi espalda, ya que en su respiración no percibo alguna molestia. Lo siento muy calmado y me invade la impaciencia. Francamente me esperaba una energúmena intervención suya, pero ha permanecido en silencio aguantando el suplicio de escucharme aceptar, –casi sin oponerme– acostarme con un hombre de avanzada edad por una cifra económica que desconoce. Un cheque de ocho cifras, que con seguridad superaba las ganancias de todo un mes de la mejor de las chicas prepago de los catálogos. ¡Es muy raro que no me haya dicho nada hasta el momento!

Observo como pasa muy cerca de mis pies, –tan despistado como yo lo estoy– un cangrejo ermitaño caminando de lado y observándome con precaución al parecer, cargando aparentemente sin dificultad con el peso de su hogar provisional. Se detiene un instante, seguramente buscando cual camino tomar, pero de repente mueve sus patas y continúa de manera apurada su recorrido, regresando hacia las rocas que dan consistencia al rompeolas, buscando mayor seguridad. Y ahora sí, siento como Camilo se acomoda diferente, y espero resignada su andanada de recriminaciones.

Un colorido y bullicioso «Truki Pan», se parquea sobre la calle desolada que está frente a mí, y hacer sonar sus bocinas para llamar la atención de quienes nos encontramos a estas horas en la playa. Con seguridad va retrasado hacia su destino final en Caracasbaaiweg, y como por arte de magia me crujen las tripas, captando toda mi atención. O por la cruda confesión de Mariana, es que necesito evadirme de aquí, unos instantes.

Al ponerme en pie para colocarme los shorts, me sacudo lo mejor posible la arena pegada a mi húmedo trasero, para ir hacia el pequeño camión de comidas y analizar lo escuchado. Igualmente para comprar algo y traerle a Mariana.

— ¡Espera ya regreso! Supongo que una buena porción de carnes a la parrilla, con papitas fritas, chorizo y pan, nos caerán de perlas ¡Voy por una picada para los dos! ¿O prefieres otra cosa? ¿Un taco o un burrito, si aún les queda? —Le digo a Mariana, mientras me tercio al pecho la mochila.

— ¿Tienes hambre? —Me pregunta ladeando cabeza y tronco.

—Me dieron antojos. Debe ser por el frio porque no creo estar embarazado. —Pretendo ser gracioso y vuelvo a preguntarle… ¿Entonces picada?

—Bueno, está bien. ¡Y con muchas papitas, por favor! —Me contesta finalmente y me apresuro en acercarme al camión.

Ahora cobra sentido aquella extraña fotografía, cuando desolado en la barra de aquel bar y envalentonado por el alcohol, le di una ojeada rápida al informe que me fue entregado, y en cuyos folios, –sobre todo en el último tercio– mis ojos se detuvieron en una imagen donde una pareja desconocida acompañaba a mi mujer y a Eduardo, a la entrada de un reconocido restaurante a las afueras de la ciudad. Los cuatro muy elegantes, y Mariana usando un escotado y entallado vestido de brillantes, que yo nunca le compré y que jamás se lo vi colgado en su armario, ni antes ni después.

Haciendo memoria, después de regresar de aquel viaje junto a don Octavio, Elizabeth, y los demás integrantes de la cúpula directiva, a la semana siguiente con poca alegría en su rostro, Mariana me informó de una repentina invitación a cenar, para concretar una venta. Y como siempre, la animé a hacerlo pues no la veía muy convencida de asistir, aunque eso significaría para ella subir otro peldaño en el escalafón de vendedores de la constructora. Era su sueño ser la mejor y mi deseo mayor, el que consiguiera ser muy feliz al lograrlo.

Recuerdo que me quedé la noche del jueves a disfrutar de la compañía de Mateo y de Natasha, con quien finalmente nos quedamos hasta muy tarde jugando en línea y en modo cooperativo, uno de los juegos que más nos divertían a los dos. Yo creyendo que le iba a enseñar, mientras cuidaba la integridad de su personaje en la pantalla de los inesperados ataques, y ella tan ágil con el mando, terminó por darme una lección de insospechados saltos y puntería letal, acompañados al final de la súbita victoria, con inocentes abrazos oprimiendo sus pechos contra el mío, más un fugaz y robado beso a mis labios. Y esperé en nuestra habitación despierto hasta que mi esposa regresara.

— ¿Buenas noches o ya buenos días? —Saludo al empleado y el muchacho me sonríe para responderme cortésmente… ¡Bon día señor!

—Dos picadas con todo, chorizo incluido. Suficiente salsita Barbacoa y mayonesa. ¡Y bastantes papitas a la francesa, por favor! —Culmino de hacerle el pedido.

He sido el primero en llegar, pero detrás de mí escucho algunas voces, y entre ellas percibo mezclados los acentos. Dos son mexicanos y el otro asumo que es chileno. Se acomodan a mi costado derecho para leer en el tablero lo que ofrecen en el sabroso menú, y observo como dos de ellos tambaleantes se apoyan entre sí, pues ya están algo perjudicados por el alcohol ingerido. Deben ser parte de la fallida lunada a la cual fueron invitadas, Verónica y sus amigos. Mientras espero que preparen mi orden, me alejo un poco para fumar sin molestar y pensar en lo que me ha relatado Mariana.

A mi modo de ver, ella siendo tan explícita al recordar aquella reunión, me confirma que no ha omitido nada y está siendo sincera. Por más que me duela saber que aceptó tan fácilmente aquella absurda propuesta, debo mantener la promesa que le hice a Rodrigo, y escucharla hasta el final. ¡Paciencia y tiempo! Me dijo cuándo le entregué las llaves de mi camioneta para que la vendiera, y luego por teléfono al avisarme sobre la decisión de Mariana de venir a buscarme para pedirme perdón. Sin embargo no me puedo mentir… ¡Me ha dolido saberlo! Llorar por dentro y sonreír por fuera al mismo tiempo si se puede, pues lo acabo de comprobar. Cuando se lo cuente a Rodrigo, con seguridad él con su pasada y similar experiencia, me dirá que estaba sumido en un estado de depresión, del cual podré salir tan pronto se levante el oscuro manto que ha cubierto todas mis dudas.

Y tal vez sea cierto, pero como no estarlo si la soledad y mi tristeza me han acompañado durante los últimos meses, deprimiéndome al no hallar las respuestas, por más compañía que han querido brindarme desinteresadamente mis amigos Eric y Pierre, William y Kayra, pero sobre todo, los consentidores y cálidos abrazos de Maureen.

— ¿Señor? ¡Señor aquí tiene su orden! —Me reclama el muchacho, alcanzándome el pedido.

—Gracias. Y para beber dos Coca-Colas frías. ¡En lata por favor! —Le respondo mientras le extiendo los florines necesarios para cancelar mi pedido, y sobre el pavimento a un lado de la llanta del camión, abandonada queda la colilla de mi cigarrillo, humeante todavía.

De regreso con ambas manos ocupadas, observo como Mariana ya se ha colocado su vestido, y ondea en el aire mi camisa rosada, sacudiéndola con fuerza. No se sonríe cuando se da cuenta que la miro, pero de inmediato tomas todas sus cosas, bolso y cigarrillos, las cervezas que nos quedan y se coloca su sombrero, disponiéndose a acercarse hasta una de las bancas de cemento donde he colocado las dos porciones de carnes, chorizo y las papitas que tanto nos gustan.

—Hummm, huele delicioso. ¡Ahora si se me ha abierto el apetito! —Me dice en un vano intento por sortear el momento en que retomaré mi acusación.

Pero antes debemos empezar a comer y al tiempo evitando mirarnos, lo hacemos utilizando nuestras manos. Engrasándonos las yemas hasta hacer brillar la primera falange, con restos de las salsas en la comisura de nuestros labios, y un penoso silencio entre los dos, roto solamente cuando nos chupamos los dedos.

— ¿No vas a decirme nada? —Valiente me mira y me cuestiona mientras destapa la lata de su bebida gaseosa.

—Es que ya lo sab… Presentía. Desde que me contaste como ese anciano, al tiempo que simulaba admirarte, te desvestía con la mirada. —Le respondo, sin mirarla pues estoy dejando lo más limpio posible, un huesito de la costilla. ¡Casi la embarro!

Ella se apodera de las papas a la francesa y las devora con gusto. Entre tanto yo termino mi festín, exterminando el último corte de carne, pero volteo a verla, al escucharle decir…

—No tenía otra salida, él tenía la sartén por el mango, y la verdad Camilo, me encontraba cansada de sentirme utilizada, ofrecida y vendida como una mercancía. ¿Hasta cuándo fungiría como su obediente puta? Debía ponerle fin a todo eso Camilo, sin que peligrara nuestro matrimonio. Por eso acepté aquella insensata propuesta pensando en hallar más adelante un maldito camino, una bendita salida a ese laberinto.

En el tinte añil de sus ojos observo el vacío de una persona atormentada y en el tono de su voz, una muestra más de su sinceridad. Mastica otra papa, una de las ultimas que quedan en su plato, yo apenas si he empezado con las mías. Y su mano algo temblorosa lleva hasta su boca la lata de Coca-Cola.

—No te voy a mentir, se me hizo un nudo en el estómago mientras hablabas. Es repugnante para mí, pensar en que permitiste que ese viejo decrepito te acariciara, lamiera tu cuerpo y besado tus labios. Que me lo hayas confesado, y por tanto te escuchara sin decir nada hasta ahora, no significa que lo acepte y así mismo, que por estar a tu espalda no hayas podido ver como estaba de afectado. Y si, entiendo que el hijo de puta de Eduardo te ofreció y prácticamente te obligó, pero tú Mariana, también fuiste culpable. Aceptaste esa oferta sin casi rechistar, es más, creo que al final lo disfrutaste. Una nueva venta que te representó una buena comisión y el canje por sexo, un dinero adicional. ¿Con esa ganancia ocasional, le hiciste ese costoso regalo a tu amante?

Mariana se sobresalta y se echa para atrás enderezando su espalda y de inmediato se sacude las manos, palmoteándoselas con fuerza. Busca dentro del bolso su billetera, y tomando con cuidado algo de su interior, me extiende unos trozos de papel. Ocho para ser exactos. Los acomodo sobre mi muslo y me dedico a ordenarlos. Ante mis ojos tengo ya armado el cheque que le entregaron. Por Dios. ¡Diez millones de pesos! Qué barbaridad.

—Esto es lo que para ellos, valía la entrega de tu esposa. Como ves jamás lo cobré. Y ese regalo al que te refieres, lo cancelé con mi sueldo. —Me responde sin que le imprima al tono de su voz, el timbre de su revancha.

— ¿Disfrutarlo? ¿En serio crees que pude sentir siquiera un ápice de gozo al dejarle recorrer las partes de mi cuerpo con esas manos arrugadas y callosas? ¿Piensas que me deleité al sentir como su boca babosa se paseaba por toda mi piel, besándola y lamiéndola? ¡Menos en mi boca, pues no le dejé! Y que yo… ¿Qué me divertí al tener sexo con ese anciano? Estás muy equivocado, mi vida. —Me satisface de cierto modo escucharla decir eso, y ver en sus ojos la determinación con la que me responde. Tan firme y segura en su respuesta. Pero Mariana tras suspirar prosigue recordando y me acomodo de medio lado para escucharla.

—No fue una patraña lo del periodo. Quizás debido a la impresión que me llevé al verme otra vez expuesta a traicionarte, los cólicos me atormentaron a la salida de aquella cafetería y apuré la llegada a nuestro hogar, pues la regla amenazaba con bajarme antes de tiempo. Mateo ya se encontraba en casa jugando en la sala y tras asearme, recibí la visita de Naty. Mi semblante no era el mejor y ella me preguntó la razón. ¡Cansancio y el periodo! Simplemente le respondí eso, y ella amablemente me preparó una agüita de hierbas, con jengibre, anís estrellado y canela, para calmar el malestar.

—Prácticamente me obligó a recostarme sobre sus piernas, descuidadamente descubiertas por la falta de tela en su falda tableada de colegiala. Hablamos bastante esa noche, ya sabes, cosas de chicas. Le pregunté por su vida amorosa, muy pocos noviazgos me confesó, a pesar de ser ella una niña tan preciosa y atractiva. Iryna no le quitaba el ojo de encima y le espantaba los pretendientes, se me quejó. Y esa era la razón por la cual Naty se mantenía todavía virgen.

Mariana concentrada, intenta limpiarse la grasa de sus dedos, utilizando dos servilletas. Yo tomó solo una, y con ella decido frotar primero el borde de la lata de mi gaseosa antes de destaparla, y luego si la utilizo para quitar lo mejor posible, las boronas y el aceite de los míos.

—La otra causa es que los chicos de su edad no le atraían demasiado, le gustaban mayorcitos y con mayor experiencia. Me recordó a mí, que pensaba de manera similar por aquellas épocas de adolescencia. La diferencia era que mientras yo estudiaba en un colegio de monjas, Naty lo hacía en uno mixto. « ¡Quiero perder mi virginidad con un hombre experimentado!». Me confesó mientras sus dedos entretejían trenzas con mis cabellos. « ¡Con alguien que sepa complacer mi inexperiencia, delicado y atento, cariñoso pero osado!». —Puntualizó.

—En ese momento pensé en ti, pues ella había descrito a la perfección tu personalidad y manera de ser, y entre risas le hice el comentario… ¡Un hombre como mi esposo! Asintió con la cabeza y en voz baja, pero para nada apenada, Naty me lo confirmó. « ¡Sí, con gusto le abriría las piernas a un papacito como él!».

—No me sentí celosa, cielo, por el contrario. Se me infló el pecho de orgullo al ser yo la única mujer en el mundo, capaz de disfrutarte, de amarte y ser por supuesto, bien correspondida. Eras mío, egoístamente exclusivo.

—Y mira qué curioso, pero recibí al instante tu llamada, como si ella y yo te hubiésemos contactado telepáticamente. No estabas en el hotel, pues andabas tomándote unas cervezas cerca a la playa, acompañado por tu admirada Elizabeth y los directivos. Por eso recuerdo claramente que tu voz se entrecortaba. Naty fue en búsqueda de Mateo para avisarle de tu llamada, y mientras tanto te dije que te extrañaba demasiado.

— ¡Me haces mucha falta también! —Amoroso como siempre me respondiste, y ambos al unísono dejamos salir de nuestro interior un muy sentido ¡Te amo! Naty quería quedarse a dormir conmigo esa noche para cuidarme, pero los deberes escolares eran lo más importante, así que convinimos en que haríamos una pijamada la noche del viernes y se quedaría conmigo, jugando las dos con Mateo, hasta que tú regresaras el sábado a mediodía.

—El jueves en la oficina al presentarle a Eduardo la carpeta con el contrato firmado, ante la mirada de todos mis compañeros, fui muy aplaudida. Fingí una sonrisa ante aquella desabrida victoria. Los dulces y bombones que estaban sobre mi escritorio, obsequiados por mi «amigo secreto», los guardé en mi cartera para entregárselos por la noche a nuestro hijo. Y a mí, se me había pasado por alto endulzar al mío. Evité encontrarme a solas con Eduardo para no hacerle mala cara, quizás también temerosa de que me presionara más, y afortunadamente ese dia, laboré en la sala de ventas de los apartamentos al sur de la ciudad, acompañada por Diana y con sus conversaciones amenas, más las acostumbradas bromas, me alegró la tarde. K-Mena, Carlos y José Ignacio, lo harían al día siguiente, y así pensé que podría negarme con mayor facilidad, al cotidiano encuentro en el bar para festejar por los negocios realizados.

—Fue ese el día en el que Diana me informó que junto a las muchachas del otro grupo, ya habían planeado la fiesta de fin de mes, para la entrega de regalos por el mes del Amor y la Amistad, y que por supuesto, José Ignacio comedidamente había ofrecido su casa para realizarla allí.

Veo a Camilo echar para atrás la cabeza y en su cuello, el esternocleidomastoideo se le flexa, rodeando la prominencia de la manzana de Adán. Es la señal inequívoca de que hace memoria y suspira pero de mala gana. Sí, recuerdo que no fue grato para él, tampoco aunque no lo pareciera en el momento, lo fue para mí. Discutimos horas antes por una estupidez mía y pasamos unos días sin dirigirnos la palabra, escasamente para lo indispensable. Todo por una decisión vanidosa, egoísta y errada al elegir mi vestuario. ¡Yo y mis putas cagadas!

— « ¡Ballenas, ballenas, ballenas!». Exclamó admirado. Los cinco, nuestra vecina rusa y su hija, Mateo, tú y yo, no hablamos más que de eso, cuando te envié los videos que había conseguido filmar en altamar y los descargaste en tu computador portátil para verlos mientras charlábamos. Nuestro pequeño muy emocionado al ver los lomos emerger de las profundidades, y escuchar como exhalaban con fortaleza, no hacía más que ametrallarme con infinidad de preguntas. « ¿Papito, son muy grandes? ¿Tienen barbas largas? ¿Muerden? ¿Las tocaste? ¿Cuándo me llevaras a verlas?». —Y después de responder a todos sus interrogantes, interviniendo todas ustedes de vez en cuando, para aclarar alguna que otra respuesta de mi parte, vi como el cansancio lo venció y se fue quedando dormidito sentado en tu regazo.

—Sí, y cuando terminamos la videollamada, Naty destapó unas cervezas sin el permiso de Iryna, –me sonrío al recordarlo– pero al estar en nuestra casa no puso problema y nos acompañó un rato más, hasta que una llamada de su esposo le obligó a marcharse para su casa. Y nos quedamos por fin a solas, Naty y yo, comiendo palomitas de maíz, salchichas y gaseosa, haciendo un maratón visual de una serie que ella quería ver, pero entre capítulo y capítulo me relataba algunas cosas de su día de clases, hasta mencionar de nuevo su parte emocional y uno que otro secreto muy personal. Yo por igual le confié algunas intimidades mías, aunque me dejó rondando en la cabeza una idea.

Camilo se muestra muy extrañado y me mira de forma inquisidora, abriendo demasiado sus ojos cafés.

— ¡No cielo, no me mires así! Pues no fueron tantas, ni muy explícitas o comprometedoras, pero así nos entretuvimos y dejamos de prestarle atención a la televisión, y pasamos enseguida a la sección de maquillaje, enseñándome ella algunos trucos que había aprendido mirando videos por internet, e inventando para mis cabellos largos nuevos peinados, más juveniles y modernos, actualizándome por igual, en los tonos de moda para pintarme las uñas… Y fotos, cielo. Muchas fotos.

—Es que Naty encontró tu compacta cámara digital, la que habías dejado abandonada en un estante del estudio, como si fuese una reliquia del pasado. Hasta la madrugada estuvimos modelando, una para la otra, probando mis vestidos. Se colocó una minifalda, la de cuero marrón. Esa me la ayudaste a escoger. ¿Recuerdas? Y Alabé la imagen tan sexy que brindaban sus piernas a medio cubrir, pero ella me respondió un tanto contrariada…

—Es una verdadera lástima que no pueda salir a la calle con una de estas, sin recibir silbidos indebidos o piropos subidos de tono. Ni dejar de recibir ese tipo de miradas, que a pesar de tener la misma intención, me incomodan cuando provienen de muchachos que no me atraen y si me desagradan. Pero es que al mismo tiempo quisiera que de sus ojos provinieran. ¡Pero para él nos soy nada más que una «culicagada»!

— ¿De quién hablas? —Le pregunté intrigada, pero ruborizada Naty evadió mi súbito interés, mirando hacía el suelo y tan solo me comentó…

—De un amor imposible, Meli. De un ser de otra época que se me adelantó en el tiempo, o quizás fui yo la culpable al retrasarme y encontrarlo enamorado de otra. ¿Sabes? Es un hombre especial y divertido, tan tierno y amoroso con su… –Calló por unos segundos mientras daba un rodeo con su mirada al interior de nuestro vestier. – ¿Y aquí que guardas? —Arrepentida me preguntó, cambiando de tema.

—Tenemos prácticamente la misma altura y medidas similares, por lo tanto ya un poco achispadas por las cervezas, el cajón con mi ropa íntima fue asaltado por sus curiosas manos, y modelamos para la lente y el flash de tu camarita, en ropa interior. Las viste. ¿No es así? —Le pregunto a Camilo y con el movimiento de su cabeza, lo confirma.

—A su figura, todo lo mío le sentaba de maravilla, y se enamoró de uno de los últimos conjuntos que había adquirido aconsejada por Diana, para sorprenderte con una noche apasionada. Uno verde, en tela sedosa brillante y con indiscretas transparencias, de los más sexys y atrevidos que elegí. Se lo obsequié, haciéndole prometer que lo guardaría para usarlo únicamente cuando decidiera que era el momento adecuado y con el hombre indicado, para disfrutar su primera vez. ¡Y vaya si me hizo caso! ¿No fue así, cielo?

— ¿Y cómo iba a saber que era un obsequio tuyo? Y no me refiero a la ropa interior. —Finalmente tras responderle sin apartarle la mirada, me pongo en pie para en seguida, sin esperar por su respuesta, tomar mi mochila por la ancha correa y colgármela al hombro. Las dos botellas de cerveza restantes con una mano, y la gorra de los Yankees, la acomodo sobre mi cabeza con la visera puesta al revés, ocultando las ondulaciones de mi melena, miro a mi esposa y le ofrezco mi mano para que se levante. Lo hace, su delicada y tibia mano se aferra a la mía pero no se levanta, tan solo me auscultan los preciosos topacios de sus ojos, y se me ocurre decirle para deshacer el hechizo…

— Y pues sí. ¡Hacían juego con el color esmeralda de sus ojos! —Por la cara que ha puesto Mariana, creo que la cagué, pero curiosamente, mi mujer me responde muy calmada…

—No tenías por qué saberlo, es verdad. Ni ella tampoco. Ninguno de los dos tuvo la opción de elegir. Intervine con discreción para que así sucediera, pero no fue cosa de un día, cielo, sino qué se fue dando con el tiempo. Yo la escogí a ella para ti, por su atrayente adolescencia y la graciosa afinidad que tenían ustedes dos, divirtiéndose como un par locos con aquellos videojuegos y las películas de acción que a mí me aburrían. Con algo único y especial que ella si podía ofrecerte. Una joya que yo jamás podría entregarte. ¡Su virginal tesoro!

— Y para Naty te escogí a ti, al descubrir que eras su amor platónico, –y no precisamente por mi «sexto sentido»–, sino por el brillo que observé varias veces en sus ojos verdes, cada que su mirada adolescente se le perdía en el limbo de tus masculinos gestos cuando estabas cerca, o en su carita emocionada, tan pendiente del movimiento de tus labios cuando hablabas y embobada como quinceañera enamorada cuando sonreías, fijándose en un hombre que no se daba por enterado al estar perdidamente enamorado de mí. Su admiración por ti era mayúscula, creciendo en su interior desde aquella vez que por cosas del destino, terminó ocupando mi silla en el cinema del centro comercial, salvándome de presenciar tantos autos estrellándose sin sentido. ¡Gustos y aficiones similares! Coctel peligroso para una chica con tantas hormonas alborotadas, liberando feromonas cerca de ti.

— ¿Cómo se te ocurrió esa locura? No solo por su edad ni por mi estado civil. Simplemente yo te ama… ¡No tenía ojos para nadie que no fueras tú, Mariana! Ni tenía espacios disponibles en mi corazón para alquilar a nadie más.

—Una confesión entre dos amigas, cielo, que no podía pasar por alto ni echar en el olvido, pues me permitiría más adelante, darle un rumbo nuevo a nuestras vidas, si manejaba con cuidado e inteligencia los hilos de su compenetrada afición por los videojuegos de acción y mucho vértigo, superando pruebas para vencer entre ustedes dos y sus amigos, a los enemigos aparentemente imbatibles. Me gustaba verlos festejar sus logros hasta altas horas de la noche, entre gritos emocionados de ella y sobresaltos tuyos, con cervezas para ti y limonada o jugo de Lulo en su caso. Y así fui maquinando en mi mente una estrategia para que fueran más cercanos y de alguna manera, retribuir tu lealtad y amor, en compensación por mis infidelidades. Premiar a Naty por su amistad y compañía, ofrendando al mejor y único hombre de mi vida, como la señora Margarita lo hizo, permitiéndole a su esposo después de muchos años, disfrutar de unos pocos instantes conmigo.

Camilo niega varias veces al mover su cabeza de izquierda a derecha, sin poder dar crédito a mis palabras. No lo culpo, pero tampoco me voy a excusar por ello, aunque si debo aclararle mis motivos. ¡Será lo mejor para los dos!

—Bastaba con un simple empujón, o colocar como carnada descuidadamente la cámara al alcance de tus ojos. Un pequeño adelanto visual de unas formas femeninas, nuevas y tiernas, atractivas y tentadoras, para que aquel hombre con más edad y experiencia, se fijara en la bella mariposa que con sus alas extendidas, estaba dispuesta a aventurarse en su mundo, y así mi vida, dejaras de verla como la maravilla recién surgida del complejo ovillo de seda, intocable para tus manos por lo delicada, y prohibida para tus ganas por su mocedad.

—Qué curioso, Mariana, que para una misma virtud, tuvieras en mente planes diferentes. Para una de ellas, la más extraña y ajena, buscar a como diera lugar preservársela, ofreciendo tu cuerpo en su lugar. Más para la otra, la más pequeña y cercana, sembrabas en su mente adolescente la semilla de vivir un momento placentero e inolvidable, hasta lograr inculcarle que ella debería ser para mí.

—Y no me arrepiento por eso, mi vida. Era un sueño para Naty y una oportunidad para ti. Acaso te olvidas las muchas veces que tras hacerme el amor, ¿te imaginabas siendo el primer hombre de mi vida? ¿Qué añorabas tanto de mí? ¿La oportunidad perdida de ser el hombre que me desvirgó? Pues como te lo había respondido siempre, eso para mí no fue ni placentero ni inolvidable. Me importan más otras cosas donde tú no solo has sido el primero sino el único, convirtiéndote para mí en ese hombre imperecedero.

— ¡Mis primeros orgasmos encadenados, por ejemplo! –Le sigo mencionando, sin dejar de acariciar su mano. – ¿Obtenidos gracias a quién? A ti por supuesto. Mi único esposo y padre de nuestro hermoso hijo. El primero en sacarme de la comodidad de mi hogar y la rutina de la ciudad, convenciéndome en seguirlo y viajar a esta isla, alejándome de todo para iniciar una aventura. Has sido para mí el primero en todo, mi cielo, y sin poder remediar lo otro, lo que tanto añorabas, al menos pude entregarte por vez primera mi culito. ¡Ese momento Camilo, si fue importante y primordial para mí!

— ¿Y entonces me comprendes ahora, cielo? ¿Quién mejor para la pequeña y soñadora Natasha que tú, mi adorado esposo, para volver realidad su sueño de convertirse en mujer y así de paso, cumplir también con el tuyo?

Desfilan risueñas frente a nosotros, Verónica y sus amigas, húmedas de pies a cabeza, sonrientes y hambrientas. Detrás se acercan sus otros amigos de camino hacia el Truki Pan. El alcohol y los chapuzones en las aguas frías de este mar en nocturna calma, logran ese efecto, y a eso se suma el delicioso olor de la parrillada y las papitas fritas. Pero no alcanzo a escuchar sus voces realizando su pedido, pues Mariana se ha puesto en pie, y sin soltar mi mano, colocándose bien pegada a mi costado, al oído me susurra con su voz delicada y cariñosa, lo que para ella fue nuestro reencuentro, tras regresar de mi viaje.

—Volviste a mis brazos cuando regresé a la casa al atardecer del sábado, –continúo haciendo memoria– agradecidos al poder aferrarme de nuevo al contorno de tu cuerpo, sintiendo en la fortaleza de aquel abrazo, tu pasión por mí, tu necesidad de mí, y dentro de mi alma y el corazón, la mía de ti. Aferrarme al único hombre que me brindaba tanta paz y tranquilidad era lo que más deseaba y con Mateo ya durmiendo, aprovechamos el tiempo los dos bajo la regadera de la ducha besándonos descontrolados, reiniciamos nuestras vidas al bañarnos juntos, sin sexo por el obstáculo de mi periodo, aunque tus manos inquietas no abandonaron su intrépida costumbre de acariciarme toda. ¡Tú has sido siempre mi refugio, y el polo a tierra que en esa época me mantenía cuerda ante tantas locuras mías, sin que obviamente lo supieras!

—Tengo frio todavía, Mariana. Aprovechemos que ellos ahora están comiendo y nos acercamos a su fogata para terminar de secarnos. ¿Te parece? —Se sonríe y pasa su brazo por debajo del mío, pero respetuosamente no inclina su cabeza sobre mi hombro. Mantiene con prudencia su distancia y camina con elegancia a mi lado, llevándome de gancho.

—Comiste muy rápido. ¿Tenías hambre? —Le pregunto asombrada pues pocas veces lo he visto con tan buen apetito. Y Camilo antes de responderme, justo al lado de los leños que arden, destapa nuestras dos últimas cervezas.

—Quizás sí, o por lo que estaba mojado. No lo sé. Últimamente mi vida se ha basado en saltarme las horas de comida, bebiendo mucho hasta perder la noción del tiempo, dormir muy poco y cuando lo logro, soñar contigo mucho. Pesadillas en realidad, te lo confieso, donde te pierdo una y otra vez, alejándote de mí, arrastrada por una mano de hombre con una buena imitación de un Rolex dorado en su muñeca.

Bebemos los dos un corto sorbo y después de hacerlo, al tiempo estiramos nuestros brazos hacia el calor que nos brindan las llamas. Estamos casi solos aquí, tan solo la pareja de enamorados que nos observaron anteriormente, han decidido regresar desde el otro extremo del rompeolas caminando por la pasarela de madera, y mientras los observo venir, los vellos de mis antebrazos y la nuca se me erizan sin alguna carga electrostática de por medio, pero tal vez mi sexto sentido me esté avisando sobre la pendiente pregunta de Camilo, para despejar aquella otra duda. Y preciso sus ojos cafés conectan de inmediato con los míos y…

—Fue aquel dia entre semana, ¿no es verdad? Lo antecedieron unos días de amor en familia y buen sexo en la intimidad de nuestra alcoba, para distraerme mientras que yo ocupado en otros temas que debía de atender… ¿Esperaste a que me fuera de viaje nuevamente a Peñalisa para cumplir con tus obligaciones?

—No lo recordaba así, pero tienes razón. Sucedió al dia siguiente de tu partida por la noche, cuando al lunes siguiente por la tarde, en la oficina nos enviamos varios mensajes cariñosos después del almuerzo para conocer cómo transcurría nuestro día laboral, y me enteraste de tu obligado viaje semanal a la agrupación, de nuevo acompañado por tu eficaz y guapa asistente. —Se lo menciono con cierto desdén.

—Ya te lo he explicado infinidad de veces, Mariana. Con Elizabeth nunca sucedió nada. Creíste encontrar algo comprometedor cuando escuchaste su voz, a mi lado dentro de mi habitación del hotel, efectivamente algo tarde en la noche, pero estábamos trabajando. Revisábamos junto al ingeniero, la cimentación más recomendable para un terreno algo blando, cercano al arroyo sur. Pero como él no habló, supusiste que yo estaba a solas con Liz y te enfadaste. Imaginaste un poco de cosas por… ¡El que las hace, las imagina! ¿Esa fue la excusa que necesitabas para marcharte?

—No, cielo, no fue así. Sí, en efecto me enfadé contigo, sentí celos de ella y tienes razón, no tenía motivos para dudar de ti, es solo que preciso al otro día debía cumplir con aquella cita y se me hizo extraño que tu llamada fuera tan normal, y que no utilizaras el video para vernos. Escuchar esa risa, y luego su voz llamándote, reclamando tu atención… Supongo que todo se juntó y me traicionaron los nervios. ¡Lo siento! —Le respondo y de nuevo siento que se humedecen los ojos.

—Y sí, pacté con la señora Margarita y con el hijo de… Puta ese, –miro a Camilo, pero ya no me hace mala cara por la grosería– que en la noche de aquel jueves cumpliría con mi parte. No te voy a mentir, cielo ya que no he olvidado esa noche, y la verdad no me gustaría explayarme mucho en los detalles, pues como ya te dije, no lo disfrute cómo tal vez llegaste a creer. La recuerdo más bien por otras escenas que me fueron imposibles de no contemplar, y por algunas frases interesantes de una disertación que escuché con atención y sobre todo por tu madrugadora sorpresa.

— ¿Acaso que escuchaste o que viste? —Le pregunto a Mariana.

—Espera cielo ya te cuento, déjame recordar paso a paso. ¿Ok? Y mejor vamos a caminar. Demos un paseo hasta el fondo del malecón, que ya vienen para acá las chicas con tu amiga, la rubiecita esa que te quiere «echar a la muela». —Y Camilo, se gira preciso para levantar su mano y saludarlas sonriente. Yo no lo hago, y pienso que es mejor irme adelantando.

—El lugar del encuentro fue de nuevo en el apartamento de soltero de Eduardo, donde se supone que yo vivía. –Le comento a mi esposo, tan pronto escucho sus pisadas presionar las tablas diagonales del maderamen, un paso detrás mío. – Allí Fadia por supuesto, se encargó de animarme comentándome que deberíamos salir juntas de compras, para invertir aquella suma de dinero en nuevos vestidos de diseñador, joyas importadas y tratamientos corporales de última tecnología. Me maquilló los ojos con colores fuertes, y en los parpados utilizó escharcha. Delineó mis labios de un rojo intenso, el mismo tono para las uñas de mis manos y los pies. Igualmente se demoró bastante, indecisa entre peinarme con ondas sueltas o dejármelo todo lacio. Y hasta me ayudó a vestir pues me tenía preparado sobre la cama, un modelito en verdad demasiado ajustado, corto e impúdicamente escotado. Decorado con diminuta bisutería acrílica e hilillos plateados, y complementando aquel diseño de princesa discotequera, un par de guantes brillantes que me llegaban dos dedos por encima de los codos. Camilo no aparenta estar sorprendido, por lo tanto continúo comentándole.

—Aquella pareja nos recogió en una limusina americana negra, y fuimos a cenar. Habían apartado mesa en un restaurante elegante, el que está ubicado por la salida oriental, construido a las faldas de la montaña, eso sí, con una hermosa vista sobre la ciudad iluminada.

— « ¡Querida, estas divina!», me saludó ella, y don Fernando tras besarme el dorso de la mano al ayudarme a subir al auto, –mirándome como a la última tajada del pastel, con hambre retrasada– igualmente me dijo que estaba preciosa y que con aquel vestido, le parecía estar viendo a la más hermosa de las ninfas.

—Y yo les sonreí a ambos, pero individualmente a mí misma, pues con agilidad mental jugué con el significado de esa palabra, y para nada me veía como una mitológica deidad griega, sino como una simple y vulgar prostituta, negociando comisiones a cambio de alquilados placeres carnales, y aunque yo no lo sintiera, para ellos y los demás quizá yo sufría un poco de ninfomanía.

Camilo le pega el último sorbo a su cerveza, mientras que en la botella mía queda todavía más de un cuarto. No tengo sed y se la paso. Mejor será para mí continuar por el siguiente tramo, el más largo, fumándome un cigarrillo.

—Parecían ser ellos una pareja reconocida y clientes asiduos del restaurante, pues nada más llegar se saludaron a la entrada con varias personas. Escasas las personas jóvenes, abundantes los hombres de avanzada edad, luciendo trajes muy elegantes, al igual que las señoras presumiendo sus vestidos, como si fuesen famosas divas en algún evento benéfico.

—Entre plato y plato, me iba indicando con prudencia la señora Margarita, a quienes conocía. «Aquel es el Ministro de…» Un ministerio que no recuerdo. «Este otro es el pastor de…» Alguna iglesia que tampoco me importó saber. «Y la de la mesa del fondo, es la cirujana cardiovascular de…» Mucho menos presté atención en cual renombrada clínica prestaba sus servicios. En fin, cielo, que al parecer la crema innata de la sociedad capitalina estaba esa noche cenando allí, y el «hijueputica» de Eduardo parecía niño chiquito en un parque de atracciones, feliz de codearse con aquellas personalidades.

—De allí salimos hacia La Calera, hasta un chalet ubicado en una vereda, no muy lejos de la vía principal. Nos recibieron una jauría de perros. Siete alcancé a divisar. El cuidandero con un fuerte grito los espantó y luego de correr la verja de madera, se apartó para darle paso a la limusina y no lo volví a ver. La casa de ladrillos a la vista, ventanas pequeñas cubiertas por pesados velos, y el techo de paja cubriendo esa única planta, ya tenía encendida en el salón, la chimenea.

—Se miraron los dos y sonriéndose, se ubicaron cada uno a mis costados y me tomaron de gancho llevándome hacía el interior de aquella sala iluminada tenuemente, dispuestas varias decenas de espigadas velas rojas y gruesos velones amarillentos, cercanos a un gran ventanal. Y cerca de este, un sofá semicircular de tres cuerpos y dos mullidos sillones isabelinos ubicados diagonalmente en el frente. Me ofrecieron brindar con champagne, Eduardo declinó la invitación y en lugar de ello, haciendo de DJ, colocó en un equipo de sonido antiguo y bastante alto, un disco de música bailable y me invitó a bailar. La señora Margarita hizo lo propio con su esposo y después de dos canciones, para la tercera que sonó, hicimos un forzado cambio de parejas. Nerviosos él y yo, hablamos de cualquier cosa menos de aquello para lo que nos habíamos reunido, quietos en el mismo sitio, sobre los «encerados» listones de madera. Finalmente se relajó y bailó conmigo dos o tres temas de salsa. Guayacán y el grupo Niche eran sus preferidos por lo visto, al igual que los míos, aunque el vestido tan ajustado y los zapatos de tacón tan alto, no me permitieron bailar con la soltura de siempre.

—Luego ellos dos se acomodaron en el sofá y Eduardo en una de las sillas, y aparentemente entre brindis y sonrisas, festejaron por la conclusión de nuestro negocio. Me acerqué hasta el mesón y serví un largo trago de ron, adicionándole únicamente dos cubitos de hielo. Necesitaba calmar mis nervios y ponerle buena cara a mi molestia. No lo deguste en realidad, pues de un solo sorbo lo envié con ardor hacia mis entrañas. Don Fernando se acercó hasta la esquina donde me encontraba, nerviosa y pensativa, con demasiadas ganas de fumar, y de tener la posibilidad de abrir las ventanas, –pensé– con gusto me escaparía rumbo a nuestro hogar.

—No lo hice pues de nuevo me invitó a bailar, una melancólica melodía entonada en portugués. Como un inexperto colegial me preguntó por mi vida privada, mientras me apretaba nerviosamente por la cintura, asombrado por el trato que recibía de mi esposo. No el real por supuesto, sino aquel inventado por Eduardo. Por supuesto que le seguí la cuerda un poco, sin brindarle tanto detalle, pero sí explicándole que aquello que estaba haciendo, a pesar de todo, era mi primera y sería la última vez.

—En medio de la canción intentó besarme en la boca. Fue la primera vez. Logré esquivar aquel intento girando la cabeza, pero ofreciéndole de manera coqueta mi mejilla y la extensión desnuda de mi cuello. Me dio varios besitos con su boca cerrada y al tiempo que lo hacía, le dejé muy claro que tendría de mi cuerpo todo, menos besos en la boca, pues me sentía como una fulana callejera y había escuchado decir por ahí, que a las putas no les agradaba que las besaran en los labios de arriba. ¡Con los de abajo, –le dije– puedes hacer lo que quieras!

—Antes de finalizar el baile creí sentir su erección, e ingenuamente creí que todo terminaría pronto, si lograba erradicarte de mi mente y dedicarme solo a complacer a ese hombre. Fue una falsa alarma. Y ni modos de darle una pastillita de las azules, pues el Sildenafil estaba prohibido para las personas que como él, sufrían de problemas renales y afección al miocardio. Eso lo había dejado muy en claro la señora Margarita, al preguntárselo con curiosidad durante la cena. Y yo con ese afán de terminar pronto con esa obligación y regresar a casa para estar con Mateo, decidí jugarme la penúltima carta, la de mis manos acariciando su rostro, deshaciendo el nudo de su corbata y desabotonando su camisa. ¡Insinuándomele!

Ya hemos llegado hasta el final del largo tramo, y Camilo sin decir nada, se ha deshecho del agarre de mi brazo y ahora apoya un pie sobre las irregulares piedras del rompeolas. ¿Enojado y resentido? No me lo parece, a pesar de suspirar y tomar del bolsillo de su camisa lo cajetilla roja y blanca para extraer con los dientes un nuevo cigarrillo, se me antoja muy tranquilo. Yo sin darme cuenta he permitido que entre mis dedos, el mío se consumiese solo.

— ¿Y cuál fue la última, si puedo saber? —Me pregunta Camilo, expulsando una doble hilera de humo por la nariz.

—Ya te voy a contar, espera. Tomé la decisión de llevármelo para una habitación, un lugar más privado, dejando a la señora Margarita y al morboso de Eduardo en el salón, y tras cerrar aquella puerta, ir desnudando sus ganas con cautela, desvistiéndome sin prisas, antes de que por su temor y torpeza, don Fernando apurado al arrancarme mis ropas, las convirtiera con sus manos temblorosas, en inservibles harapos.

— ¡Entonces sí pudo! ¿Te penetró? —Me pregunta desilusionado. ¡Mierda! Será mejor explicárselo.

—En la alcoba, después de dejarme adorar todo el cuerpo por sus piropos y sus caricias, sin evidenciar algún atisbo de erección, tuve que… Tuvimos que recostarnos y mientras le brindaba a su cabeza un espacio entre mis muslos, yo a él… Ya sabes, se lo chupaba. Le estrangulé con una mano, el tronco desde la base, y con la otra le subía y bajaba el pellejo. Pasaban los minutos, se me cansaba la quijada, me estaba desesperando, hasta que su… ¡Reaccionó! —Camilo impaciente, se rasca la barbilla con el pulgar y el anular, sosteniendo entre su dedo medio y el índice, el cigarrillo.

—Obtuve una mediana consistencia de su verga y el de mí, con sus dedos y su boca, un único orgasmo. Y creo que exageré un poco mis gemidos, para que negarlo, pero esos ruidos más el movimiento de mis caderas al retirar de sus labios mi vulva para descansar, terminó por envalentonarlo más, y lo estábamos intentando, en la clásica pose del misionero pero por querer besarme en la boca nuevamente, no atinaba a meterlo. Cambié de pose haciéndome de lado y ofreciéndole mi grupa y ocupados en ese intento, fue cuando escuché chirriar la puerta y crujieron las tablas de la entrada.

—Bajo el marco de la puerta, las figuras a contraluz de la señora Margarita y Eduardo nos observaban expectantes. Me fijé en su mirada. En la de la mujer que había entregado a su muñeco, en los brazos de otra mujer para que se recuperara. Y vi luces, felices brillos enamorados. No me preocupé por mirar a Eduardo, era apenas obvio que disfrutaba del espectáculo. Y aquí es cuando me jugué la última carta, cielo.

—Que… ¿Qué hiciste? —Le escuchó muy bajito preguntar.

—Me puse en pie y así completamente desnuda estiré mi brazo y avancé dos pasos hacia ella. La señora Margarita no lo dudó, y comprendiendo mis intenciones, empujó a Eduardo fuera de la habitación y le cerró la puerta prácticamente en las narices. Nos acercamos a la cama, ancha y de madera de fuerte guayacán, y le pedí a don Fernando que me ayudara a desnudarla.

— ¿Hiciste un trio con ellos?

—Es lo que parecía, cielo. A ellos también, y eso los emocionó, sumiéndolos en un frenesí de pasiones abandonadas más nunca olvidadas. Pero no era esa mi intención. Los reuní, sí, pero me aparté y en primera fila los vi hacer el amor. Finalmente don Fernando pudo volver a tener sexo con una mujer. ¡Con la suya! Y al final no tuve que entregarme… ¡Entera! Pero si aprendí junto a ellos una lección, mi vida.

—Entregas sin reserva al amor de tu vida, cuando tu amor parece no alcanzar. Pero recuperas tu confianza, cuando la depositas en alguien más, para que esa persona disfrute con el único ser que amarás por el resto de tus días. ¡Sin egoísmos, sin prejuicios, sin vacilaciones!

—Y mientras aquellos dos cuerpos se entregaban caricias, entre palabras apasionadas, me fui vistiendo en silencio y con prudencia me retiré de la alcoba. Sin despedirnos salimos con Eduardo y el conductor de la limusina nos regresó a la ciudad. Me cambié en el apartamento de Eduardo y sin responderle a sus incomodas y morbosas preguntas, me fui directo a casa, para llevarme la sorpresa de encontrarte, sentado y a oscuras en nuestra habitación, obviamente con cara de pocos amigos.

—Sí, es verdad Mariana. Pero en tu rostro no vi señales de amarga sorpresa si no de sincera preocupación. « ¿Mi cielo estas bien? ¿Qué te sucedió?» Y con aquellas dos frases, desataste los nudos de mi molestia. No era demasiado tarde para desearte, tampoco muy de madrugada para soñar con hacerte el amor, así que solo te comenté que me había devuelto para cambiar unos planos que por el afán, había confundido con los necesarios.

—Tu aliento levemente alicorado, y en tu semblante la felicidad de una cita de negocios exitosa, me hicieron pensar en un final afortunado, así que dejamos el cuestionario de preguntas y respuestas para un después más calmado, y mejor nos entregamos primero bajo las sabanas, luego con ellas arrugadas a un costado de la cama, al insaciable deseo de devorarnos, y finalmente obligados por tener que ir a trabajar, dormimos cansados pero sonrientes, y yo agradecido por tenerte a mi lado.

—Camilo… Yo no dormí muy bien. A pesar de lo mucho que me hiciste sentir, no fue bastante. Y aunque bastante placer me diste, no fue suficiente para lograr apartar de mi mente la sensación de odio hacia mí misma, por haber pactado sumisamente y a tus espaldas, esa nueva perfidia. —Le contesto compungida.

—Actuaste tan bien que no me di cuenta de nada. Los siguientes días seguiste tan amorosa como siempre. Conmigo y con Mateo, hasta que llegaste con ese par de bolsas, advirtiéndome que eran nuestros disfraces para asistir a la maldita fiesta en la casa del pedante ese, y a la cual yo no había sido invitado. ¡Todavía!

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