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La buena obra

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“Como tu esposa considero que nunca te he faltado, bueno, he hecho unas cosas que te quiero decir porque mi consciencia debe estar tranquila y porque me has pedido muchas veces que te platique todas las cosas que me han pasado, mis cochinadas según dices, bueno, hoy te voy a contar una de estas.

Una vez hice una buena obra, no sé si se puede considerar como algo malo porque creo que fue por una buena causa. Una vez conocí a un viejito con el que trabajé en lo de las encuestas y siempre me insistía, me invitaba a bailar, a comer o a tomar un café, nunca le hice mucho caso, era un acoso suave, me veía de lejos, me regala cosas baratas, me decía que estaba muy linda.

Así pasó mucho tiempo en que lo dejé de ver hasta que una vez me encontré a una de sus hijas y me dijo que su papá estaba enfermo, que lo iba a ver por la tarde cuando podía encargar a sus niños, por eso lo fui a ver por las mañanas para poder verlo con calma.

Cuando llegué a su departamento, toqué pero me gritó que pasara, ya no se podía parar a abrir, le gustó mucho que lo visitara. Se veía nervioso pero contento dentro de una cama llena de cobijas y en un departamento descuidado.

Me paré a ver un poco más el departamento y sus condiciones, me di cuenta que veía mi cadera y mi colita, me dio ternura verlo así, ganoso, excitado, pero indefenso. Me paré para irme y me agaché un poco para que viera mis nalgas mejor, un pequeño regalo. Antes de irme me dijo que tenía algo que decirme. Me dijo que estaba muy mal, que posiblemente ya no se parara de esa cama, su pelvis estaba hecha polvo y su corazón podía fallar en cualquier momento. Me dijo que tenía algo que pedirme pero tendría que decírmelo al oído. Me acerqué y sentí su aliento tibio en mi cuello cuando sentí su aliento entrecortado con las frases llenas de deseo que mencionó.

Al terminar sus frases, me quedé en silencio, lo miré de frente y no pude negarme, me quité la blusa y luego me di la vuelta y, poco a poco, me fui bajando los mallones a la vez que paraba mi trasero lo más que podía mientras el viejo se jalaba su cosa, me abrí las nalgas para que las viera mejor mientras me tocaba y giraba mi cabeza para verlo; se escuchaba la manera en que su mano chocaba con su cuerpo, varios gemidos ahogados y palabras como “Menéate sabrosa, que rica nalgona”, al ver su miembro con esa cabeza amplia con su tronco delgado y rojo me vino un placer que me empapó; comencé a golpearme las nalgas, a hacer círculos con ellas, a ponerme en cuatro y parar todo lo posible mi cadera, lo que provocó que el viejo derramara todo lo que tenía. Me toqué de frente a él mientras me sostenía la mirada y sentí una vibración que me vino desde dentro.

Cuando terminé me subí los mallones, me puse la blusa y me despedí. Fue el día que no quise acostarme contigo porque te dije que me dolía la cabeza. ¿Sabes? Ahora que lo pienso creo que tengo más cosas que contarte”.

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