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La casada decente, hasta que llegó su hora

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Sebastián tenía veinte años y era moreno, alto, de ojos azules, delgado y estaba cachas, pero era un vago, un sinvergüenza y un mujeriego incorregible. Su hermano Miguel era cuatro años mayor que él, más bajo, menos guapo y no estaba cachas. Siempre fuera su ejemplo a no seguir, o sea, era formal y responsable, tenía trabajo estable y estaba casado con Eva, una mujer de veinticuatro años.

Sebastián se encaprichó de Eva la primera vez que la vio, y sus motivos tenía. Era una mujer muy alta, tenía larga melena pelirroja y rizada, grandes ojos azules, tetas gordas, cintura estrecha, caderas anchas y culo generoso. Intentó llevarla al huerto antes de casarse con su hermano, pero pinchó en hueso. Su hermano Miguel llevara a vivir con él a su casa nueva a Eva, a su suegra y a Sebastián y el cabronazo siguió en su empeño de follarla.

Cierto día estaba Eva lavando los platos después de comer cuando fue Sebastián a llevarle su pocillo de café, poniéndolo en el fregadero y hablando en bajito para que no lo oyera ni su hermano Miguel ni Teresa, la madre de Eva, una cuarentona, morena, de estatura mediana, rellena y de muy bien ver que había enviudado dos años atrás y que era la decencia personificada, le dijo:

-Qué culo más rico tienes, Eva.

También en bajito, le dijo ella:

-Un día le voy a decir a tu hermano que me acosas.

-A cosas jugaba yo contigo.

Después de soltar la primera tontería del día volvió a la sala junto a su hermano y Teresa... Así llevaba más de un mes, diciéndole tonterías. Eva, cómo no la tocaba, callaba, y Sebastián cada día se sentía más cómodo metiéndose con ella y esperando el momento de saltarle encima. Ese momento llegó un viernes por la mañana que Teresa se fuera al supermercado y Miguel se fuera a trabajar.

Eva estaba en su habitación haciendo la cama, estaba inclinada metiendo la sábana debajo del colchón y Sebastián le puso la mano en el coño. Eva se dio la vuelta le metió una hostia con la mano abierta que se debió oír el chasquido en el pueblo de al lado. Tenía cara de loca, cuando le dijo:

-¡Las manos quietas, desgraciado!

Sebastián puso una mano en la mejilla dolorida, después saltó sobre ella cómo un tigre y ambos cayeron encima de la cama. Eva, revolviéndose, le dijo:

-¡Quita!

Sebastián no estaba por la labor de soltar a su presa.

-¡Te voy a devorar!

Le agarró los pulsos y quiso besarla, Eva girando la cabeza hacia los lados y revolviéndose debajo de él, le dijo:

-¡Déjame, cabrón!

-Acabarás por dejarte.

El forcejear y la polla empalmada frotándose con su coño estaban poniendo a Eva cachonda. Se relajó un poco y Sebastián logró poner su boca en la de su cuñada, besarla, y después decirle:

-Deja que pruebe tu coño.

-¡Estás loco!

-Loco por ver cómo te corres.

Eva dejó de ofrecer resistencia.

-Suéltame.

-Deja que te lo coma.

-No.

-Solo olerlo por encima de las bragas.

-No.

Le dio un beso con lengua, largo, muy largo. Eva se dejó besar.

-Solo olerlo, mujer, solo olerlo.

Eva ya no dijo que no. Sebastián le soltó las muñecas, le levantó la falda, le olió el coño profundamente, y dijo:

-¡Dios, qué maravilla!

Le lamió la humedad que tenían las bragas.

-¿Dejas que te haga correr con mi lengua?

Eva no le respondió ni se movió. Solo se movería para levantar el culo cuando le quitó las bragas. La lengua de Sebastián se metió entre los labios vaginales hasta que se enterró en su vagina, después subió lamiendo y se posó en el clítoris, lo apretó y lamió de modo transversal y vertical, para luego volver a lamer de abajo a arriba más y más aprisa parando en mitad del recorrido para meter la lengua en la vagina y acabando cada viaje con los movimientos transversales y verticales sobre el clítoris. Eva aguantó los gemidos hasta que sintió que se corría, en ese momento su respiración se aceleró comenzó a temblar y le dijo:

-¡Me voy a correr!

Sebastián estaba deseando tragar la corrida de su cuñada.

-¡Dámela, Eva, dámela!

Lamió de abajo a arriba a toda pastilla y Eva se corrió diciendo:

-¡¡Tomaaa!!

Después de correrse y viendo a su cuñado con la polla en la mano dispuesto a penetrarla rompió a llorar. Al verla con las lágrimas en los ojos a Sebastián se le cortó el rollo, guardó la polla, y le dijo:

-Lo siento.

Eva limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, se sentó en la cama.

-Debí de informar a tu hermano de tus intenciones desde el principio, si lo hiciera esto no hubiese ocurrido.

Sebastián estaba preocupado.

-No le cuentes a Miguel lo que te acabo de hacer, por favor.

-Si se lo cuento se rompe nuestro matrimonio. Sabría que me dejé.

Esa noche Eva, por primera vez después de casada, tomó la iniciativa en la cama, le echó la mano a su marido a la polla, lo besó y cuando se le puso dura, le dijo:

-Te voy a hacer una mamada que te voy a poner mirando para Cuenca.

-Habla en bajo que te pueden oír mi hermano y tu madre.

No la podían oír, ya la oyeran, puesto que las habitaciones de Teresa y de Sebastián estaban a ambos lados de la habitación de Eva. Teresa se había persignado y Sebastián había echado la mano a la polla. Miguel le dijo a Eva:

-Nunca me habías hecho esto.

-¿Te gusta?

-Mucho.

Al ser las paredes finas Sebastián y Teresa oían cómo mamaba. Algo más tarde oyeron cómo decía Eva:

-¡Qué rica está esta leche!

Teresa metió una mano dentro de las bragas y tocó con dos dedos su coño mojado, luego metió los dedos dentro y comenzó a masturbarse. Sebastián seguía meneando la polla. Habló Eva de nuevo.

-Cómeme el coño, Miguel.

-Yo no hago esas guarrerías.

-Pues métemela que aún no se te bajó del todo.

-Ya no me apetece follarte.

-En ese caso te voy a follar yo.

Miguel no reconocía su mujer.

-¡¿Vas a subir encima de mí?!

-Te voy a volver a empalmar y después te voy a follar hasta que me corra.

Eva volvió a mamar y a masturbar la polla. Miguel le dijo:

-Estás muy rara, Eva.

-Raro eres tú, eres más raro que un perro verde.

Al estar la polla dura Eva subió encima de su marido y lo folló sin prisa, pero sin pausa. Teresa y Sebastián sintieron los chirridos que hacían los muelles del somier y después los gemidos de Eva.

Teresa se estaba dando dedo a mazo y magreaba las tetas. Sebastián ya tenía la palma de la mano mojada de aguadilla, lo que hacía que su polla se deslizase de arriba a abajo y de abajo a arriba simulando un coño. Oyeron cómo decía Eva:

-Cómeme las tetas.

Miguel le preguntó:

-¿Qué haces?

-Meterla en el culo. Come, coño.

-Tú no eres mi Eva.

-¡Qué comas!

Teresa y Sebastián sintieron cómo Miguel mamaba y cómo Eva gemía mientras la polla entraba en su culo, y cómo Miguel le preguntaba:

-¿Qué haces ahora?

-Acariciar mi clítoris para correrme.

-¿A acariciar tú qué?

No le dio tiempo a contestar a la pregunta.

-¡Me corro!

A Teresa se le escapó un gemido y se corrió cómo una fuente, a Sebastián lo que se le escapó fue un chorro de leche que casi llega al techo y Miguel se corrió dentro del culo de Eva.

A la mañana siguiente Teresa les puso el desayuno como de costumbre y hablaron entre ellos cómo si Eva no se comportara cómo una puta y como si ella y Sebastián no se corrieran cómo conejos. Al irse Miguel a trabajar y Teresa a comprar, Sebastián se encontró con su cuñada en medio del pasillo y le dijo:

-Ayer me hice una paja sintiendo cómo follabas con mi hermano.

-¡¿Estabas despierto?!

-Sí, e imaginé que era yo el que estaba follando contigo. ¿Te pasé en algún momento por la cabeza?

-Puede.

Aquella respuesta merecía una reacción inmediata, y la tuvo. La empotró contra la pared, le metió la lengua en la boca y la besó con ganas atrasadas. Metió las manos debajo de su falda y le bajó las bragas, ella las apartó con los zapatos. La levantó en alto en peso y al tener la espalda apoyada en la pared se la clavó a tope. Le entró apretada, se veía que solo follara con su hermano y Sebastián la tenía más gorda. Con los brazos de su cuñada rodeando su cuerpo y comiéndole la boca le dio caña de la buena, pero al rato estaba cansado. Abrió la puerta de la habitación de Teresa, que estaba justo al lado de ellos, y después la echó sobre la cama, cama que aún estaba sin hacer. Allí le sacó la polla, le subió el vestido y le lamió el coño. Eva ya estaba tan cachonda que al ratito se corrió en su boca.

Al acabar de correrse, le dijo:

-¡Quita, quita, quita que puede volver mi madre!

Mostrándole del empalme que tenía, le dijo:

-¡¿Me vas a dejar así?!

Se levantó de la cama, y le respondió:

-Eso lo puedes bajar tú solo.

¡Qué remedio le quedaba más que pelarla! Pelándola estaba cuando se abrió la puerta de la habitación y apareció en ella Teresa. Al verlo, exclamó:

-¡Sebastián!

Imaginad la situación. Teresa con la mano en la boca, Sebastián tapando la polla con las dos manos y Eva que llega y poniendo cara de sorpresa, dice: "¡Hay que ver cómo está la juventud!". Sebastián no pudo hacer otra cosa más que salir corriendo de la habitación. La verdad era que a él, que era un sinvergüenza se le caía la cara de vergüenza. Teresa le preguntó a su hija:

-¿Crees que estaría...?

-Si mamá, sí, estaba pensando en ti, si no estuviera no se tocaría en tu cama.

La mujer se persignó, y después exclamó:

-¡Jesús!

Sebastián se fue al bar y no volvió hasta bien entrada la noche. Entró sin hacer ruido y al pasar por delante de la habitación de Eva sintió los ronquidos de su hermano. Una hora más tarde, más o menos, se despertó con algo húmedo en la boca. El olor era inconfundible, era el de un coño. Tenía que ser el de su cuñada. Su hermano dormía y venía a que la hiciera correr de nuevo comiéndole el coño. Lamió y poco después el coño se ponía sobre su polla erecta y bajaba por el empapándolo de jugos. No le cupo duda de que era su cuñada, ya que en nada le bañó la polla con una tremenda corrida y porque al acabar se iba a ir dejándolo con las ganas de correrse. No dejó que se fuera, la agarró por la cintura y la folló a toda hostia hasta que se corrió, y llenándole el coño de leche se volvió a correr ella. Cuando la mujer se levantó de la cama para irse, oyó a su cuñada decir en la otra habitación:

-Despierta, Miguel.

-¿Qué quieres?

-Tengo ganas de echar un polvo.

-¡Déjame dormir!

Sebastián vio la silueta de la mujer que lo follara saliendo de la habitación, y dijo:

-¡Quién lo diría!

Se oyó: "Chist", y la mujer desapareció.

Quique.

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