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La chica del Volvo Negro

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Recuerdo que era un martes, entre burocracia y pendientes, estaría una buena parte del día manejando de un lugar a otro.  Salí de casa tarde pues quería eludir algo del tráfico matutino, no tenía prisa por llegar a la primera parada pues sabía que ahí empezaban tarde a atender, me bañé con tranquilidad, desayuné y emprendí el viaje.

Hace unos días había decidido vender mi auto por lo que aquella jornada sería una buena oportunidad para mostrarlo, ya que en la parte trasera había colocado un letrero con mi teléfono por si alguien se interesaba.

Elegí el punto más distante a mi casa para de ahí ir acercándome al centro de la ciudad, donde sería mi último destino. Subí a mi auto, prendí la radio y decidí poner algo de rock y bandas clásicas para mantener el buen ánimo ante la tediosa jornada que me esperaba entre oficinas y avenidas.

En aquel momento transitaba por una de las avenidas más concurridas de la ciudad mientras sonada La Chispa Adecuada en mi auto y con el buen ánimo que traía, subí casi todo el volumen, subí los vidrios y comencé a cantar, sin importarme mucho mi entorno.

De pronto en una de las interminables esperas de un crucero, giré mi vista a la derecha y la sorprendí mirándome. Ella reía, genuinamente divertida mientras yo me desgañitaba cantando, en cuando la miré disimuló la sonrisa recargando en la ventanilla su brazo y tapando su boca.

Yo iba tan relajado y de buen humor que algo me impulsó a reír con ella y conectar con aquella desconocida al menos a la distancia de las ventanillas. Busqué su mirada, mientras yo continuaba cantando, sin embargo, unas amplias gafas de sol me impedían conectar con sus ojos, aunque estaba seguro que me miraba.

Era una mujer ya cercana a los 40, de facciones muy delicadas, tenía el pelo recogido en un chongo que permitía ver su estilizado cuello, al que una blusa fina y negra llegaba, encontrándose con una delgada gargantilla plateada. Sus muñecas al volante eran adornadas por un fino reloj y pulseras, sutiles pero elegantes.

Continuamos conduciendo lentamente en nuestros carriles detrás de una veintena de autos delante de nosotros. Accioné el botón y bajé la ventanilla del copiloto para que pudiera escuchar mejor y sobre todo entendiera la señal de invitarla a lo que yo suponía, un breve juego de tráfico. Ella no subió su ventanilla, pero retirando el brazo, fijó la vista al frente.

Con tu pelo enmarañado

Queriendo encontrar un arcoíris Infinito

Mis manos que aún son de hueso

Y tu vientre sabe a pan

La catedral es tu cuerpo

Cantaba cada palabra que parecía yo dirigirla al vehículo de junto, era un Volvo Negro, lujoso, que contrastaba con lo común de mi auto, un Jetta de año que si bien tiene todas las comodidades y está en excelentes condiciones, vale una cuarta o quinta parte del vehículo de la dama en cuestión.

Le cantaba a ella, mi intención era sacarle otra sonrisa, sin embargo, su rostro tenía contrastes, endureció su semblante al recibir una llamada telefónica que la absorbió, pero ante el ruido y mis gestos, asomaba una sonrisa.

El fuego que era a veces propio

La ceniza siempre ajena

Blanca esperma resbalando

Por la espina dorsal

Incrementé el descarado ataque a sus oídos, y volvió a voltear y sonrió más; noté que me miraba detrás de esas gafas, pude ver el reflejo de mi auto en ellas, sonreía, buscaba reconocerme. No me considero un galán de televisión ni mucho menos pero a punto de cumplir 35 años, me siento pleno y más allá de mi rostro, mi actitud refleja carisma y simpatía, virtudes que me han ayudado justo en días de burocracia y tedio con alguna que otra secretaria o recepcionista para acelerar algún papeleo.

La chica del Volvo se quitó las gafas, permitiéndome ver sus profundos ojos negros, enmarcados por unas cejas perfectamente delineadas, me quedé absorto, hasta que ella me señaló hacía el frente de mi auto, el semáforo más adelante había cambiado y yo había dejado mucho espacio delante de mi, al tiempo que los pitidos de claxon no se dejaron esperar. Ella rio con la situación, pero trató de mantener su auto junto al mío.

La canción terminó, pero el playlist parecía ser mi cómplice:

Y por fin he encontrado el camino

Que ha de guiar mis pasos

Y esta noche me espera el amor

En tus labios

Seguí cantando, mientras no dejaba de ver y sonreír a aquella mujer, tenía su interés por unos minutos en mi y con la confianza que brinda el anonimato, ambos nos dejamos llevar al juego. Yo cantaba y ella me miraba.

En la prisión del deseo estoy

Junto a ti

Me atreví aún más y la señalé, ella sonrió cómplice, ruborizada y nerviosa, la miré fijamente, de pronto, el semáforo cambió, estábamos ambos hasta el frente y los claxonazos detrás nuestro nos invitaron a dejar el juego, una calle sin autos estaba frente a nosotros, no quedaba pretexto alguno. Aceleré, aceleró, continuamos algunos metros juntos, sin embargo, ella redujo la velocidad, se incorporó a mi carril, quedando detrás de mí. Un alto nos detenía, mientras yo la buscaba por mi retrovisor, había activado su direccional para dar vuelta, mi destino me obligaba a seguir al frente, avanzamos, saqué la mano y le dije adiós. Sonreímos. Había sido divertido.

Durante todo el trayecto no podía dejar de pensar en ella, en sus ojos, en sus labios delgados y expresivos, en sus pómulos duramente marcados. Continué mi camino, el estéreo era ya sólo un casi imperceptible fondo musical de mis pensamientos. Detuve el auto, llegué a mi destino, entregué los papeles y me senté a esperar las firmas y sellos. Sentado en la sala de espera, entró a mi teléfono un mensaje.

“A mi también me gusta búnbury”

Pude leer desde un número desconocido. Inmediatamente supe de quien se trataba, ahora yo estaba nervioso, no daba crédito, ¿Cómo dio con mi número?, me apresuré a observar su perfil, ¡era la la chica del Volvo! los mismos ojos, la misma boca se mostraban más sonrientes casi de cuerpo entero junto a 2 enormes perros en un jardín, era ella, en la foto portaba un vestido blanco de verano, entallado a media pierna y un enorme sombrero de playa. Era una mujer muy atractiva, delgada, pero con busto generoso que se asomaba a través del escote y unas pantorrillas sumamente torneadas.

“Hola, ¿cómo obtuvo mi número?”

Contesté nervioso el mensaje, con la respuesta más absurda que pude pensar. Me envió una foto de la parte trasera de mi automóvil donde había puesto el letrero de venta.

-¡Cierto! Espero no haberle importunado, estaba muy relajado cantando y verla reír me dio cuerda.

-me hiciste el día, andaba desde muy temprano muy tensa y fastidiada por algunas situaciones del trabajo y verte cantar me contagió de buena vibra

-ahora yo la necesito, tengo que esperar sentado en una aburrida sala de espera a que llegue un licenciado a firmarme unos documentos.

-Ponte a cantar otra de búnbury, seguro te firman pronto.

-No a todos les gusta búnbury, seguro que me corren

-Yo no te correría

-Ojalá usted fuera quien me firmara los papeles, la esperaría toda la semana sentado en este sillón feo hasta poderla ver de nuevo.

-Eso se arregla fácil, termina tu papeleo, te invito a comer

Resultaba increíble lo que estaba pasando, la chica del Volvo me estaba invitando a salir, ahora ella dominaba todos mis pensamientos, olvidando incluso que tenía más citas y visitas que hacer ese día.

-¿Va a comer con un desconocido?

-Después de comer ya no seremos desconocidos

-Cierto, bueno y a todo esto, ¿cómo se llama?

-Me llamo Sonia.

Después de decirle mi nombre, acordamos vernos en el restaurante de un centro comercial y quedamos de confirmar la hora en cuanto mi papeleo se resolviera y sus pendientes laborales disminuyeran. Los mensajes terminaron, y durante la media hora que esperé la firma de los documentos, y el trayecto a otra oficina a realizar otros trámites, hice todo en automático, pensando sólo en la comida con Sonia, la chica del Volvo.

Nos desocupamos casi al mismo tiempo, intercambiamos mensajes para llegar al restaurante en cuestión, dejé el auto en el estacionamiento del centro comercial y accedí al lugar. Llegué primero así que busqué una mesa que me permitiera verla a su llegada y a ella también le facilitara buscarme.

Pedí un vaso de agua, mi boca seca era la señal del nerviosismo ante tan inusual momento. Al cabo de unos minutos ella apareció en la entrada del restaurante. Se quitó las gafas obscuras con el mismo ademán que lo hiciera en la mañana, su vestido en efecto, era negro y entallado, cubría desde su cuello hasta abajo de la rodilla, permitiéndome ver su silueta rematada en unas pantorrillas cubiertas de unas delicadas medias y unas zapatillas de tacón discreto. Mientras se aproximaba a mi con una fina cartera en las manos, pude notar que una sutil abertura al frente dejaba mirar la línea de sus redondos senos.

-Hola Sonia- Balbuce mientras buscaba apartar la silla frente a mi para ayudarle a sentar.

-Mejor aquí- pronunció firme mientras buscaba el asiento que se encontraba a mi derecha, más próximo.

-Mucho gusto- Ya sentada me tendió la mano a manera de un saludo formal

-¿Lo ves?, ya no somos desconocidos, ahora relájate y comamos.

Pedimos y mientras llegaba la comida y mientras comíamos, platicamos como dos grandes amigos de toda la vida, ella heredera de una de las empresas hoteleras más grandes del país, llevaba la gerencia comercial de la cadena. A pesar de su marcada posición social su carácter era muy afable, firme pero muy respetuosa y amigable, estaba acostumbrada a mandar y decidir. No daba lugar a titubeos.

Hablamos de música, de su gusto por algunos grupos a los que las influencias familiares en su época universitaria le permitía acceder a lugares VIP o convivencias privadas. Me contó que conoció a Búnbury en un viaje a Madrid, y que como buena “grupy”, sin mencionar el nombre había terminado en la cama de otro rockero en Buenos Aires.

Su firmeza, su carácter y su cercanía, no dejaban dudas de lo que nos depararía después de la comida. Pidió la cuenta y aunque el mesero me la extendió a mi, ella la tomó de inmediato.

-Relájate, estamos en el siglo xxi

Se apresuró a pagar con alguna de las múltiples tarjetas doradas y plateadas que guardaba en la cartera.

No había mucho que decir, para ambos estaba claro, me invitó a acompañarla a su Volvo, me abrió la puerta del pasajero, mientras ella se preparaba a conducir. Tan pronto cerró las puertas del auto se acercó a mi para besarme, me tomó del rostro y lo hicimos largo, pronunciado y muy apasionado.

Mi bragueta revelaba la intensidad de aquel beso, mientras ella encendía el motor y maniobraba para salir con mucha pericia del estacionamiento, tomar una de las avenidas principales y acelerar a toda velocidad con rumbo a las afueras de la ciudad.

Durante el camino me agarraba la pierna, y me sonreía, mientras activaba el estéreo de su auto.

Que termine un momento precioso

Y le suceda la vulgaridad

Y nadar mar adentro

Y no poder salir

Sonaba la misma canción de la mañana, mientras el Volvo negro se enfilaba al interior de un motel discreto y lujoso.

-¿Traicionando el negocio familiar?- Le dije bromeando

-Este también es nuestro- sentenció giñando el ojo.

En efecto, nadie nos detuvo, llegamos hasta la habitación del fondo, señalada como "Suite", detuvo el auto en el garaje, bajamos del auto, subimos a la habitación y mientras yo observaba la amplitud y el diseño de la misma, Sonia, hablaba por teléfono ordenando que le subieran unas bebidas.

La habitación no parecía la de un hotel de paso, verdaderamente parecía la suite de un hotel, con una pequeña sala, muebles y cuadros modernos, decorados discretos, perfectamente iluminada, un lugar sofisticado.

El momento pareció romperse unos instantes, cuando un par de llamadas telefónicas la distrajeron algunos minutos, asuntos laborales que ordenó se resolvieran al día siguiente.

Un sutil toque en la puerta fue señal para que al abrir sólo se encontrara un carrito de servicio con una botella de vino espumoso en hielo, unas copas y algunos bocadillos, artilugio que yo sólo había visto en películas clásicas.

Comenzamos a beber y nos comenzamos a besar y acariciar. No podía esperar más, si la situación se me había presentado así, me dejaba llevar, y si era un sueño, esperaba despertar mojado.

Acaricié sus brazos, su cintura, sus caderas y nalgas, su busto, todo por encima de aquel vestido negro, que no dejaba ver huella de algún cierre. Sonia besaba mi cuello, y me retiraba la chaqueta, yo quise tumbarla en la cama para iniciar la batalla contra su vestido, pero en un hábil maniobra ella me tumbó a mi, de espaldas.

Permaneció de pie, y con tranquilidad comenzó a desnudarse. Empezó por quitarse una a una sus zapatillas. Después maniobró en su cuello para retirar su fina gargantilla, relojes y pulseras y ponerlos en una cómoda. Luego, sin saber cómo, desató del cuello su vestido, que dejó caer lentamente sobre sus pies, dejando ver su fina lencería negra, sus pechos atrapados en un sostén que desbordaba, un fino calzón le cubría, no era una tanga, pero con ciertas transparencias permitía ver la firmeza y redondez de sus nalgas, que culminaban en unas piernas gruesas y torneadas cubiertas con unas finas medias.

Sonrió. se acercó a la orilla de la cama, yo me senté y la tomé de la cintura, comencé a lamer su vientre, su ombligo, el túnel de sus pechos, los tomé entre mis manos, no cabían, eran grandes pero no operados, tenían una ligera caída, se separaban entre ellos, bajé los tirantes y perdí la noción del tiempo chupándolos, lamiéndolos; retiré la tela que cubría uno de los pezones, era una aureola pequeña y un pezón grande, sus senos eran muy blancos. Lo hacía despacio, suave alternaba mis manos entre sus pechos, su cintura y sus nalgas, distinguí algunos pequeños gemidos cuando lamía sus pezones. Bajé mis manos, acaricié sus muslos, sus pantorrillas y piernas, disfruté la gran sensación de la suavidad de sus medias. Ella giró, me puso sus nalgas en la cara, se reclinó, tenía su trasero y entrepierna a mi altura, mordí sus nalgas, estiré mis manos para seguir masajeando sus pechos, el espectáculo era maravilloso.

Me incorporé y con prisa me quité la camisa, los pantalones y los zapatos, ambos nos pusimos de rodillas sobre la cama y seguimos besándonos, ella terminó de quitar su sostén, sus pechos libres caían y se veían increíbles, pude notar un pequeño tatuaje justo entre ellos, lo besé, la besé, llevé mi mano a su entrepierna, la acaricié por encima de su calzón, comenzaba a sentirse húmedo. Sin duda era una mujer con experiencia, disfrutaba con calma, se dejaba llevar unas veces, otras tomaba el control. Agarró mi mano y mis dedos y con la suyas y guiaba mis caricias, controlaba la velocidad de mis masajes, se mojaba más.

Mi pene estaba ya muy duro, y sobresalía de mi trusa, ella también de rodillas al girarse, mientras yo le besaba el cuello y pesaba sus senos, lo tomó entre sus manos, lo exploraba, lo medía, lo acariciaba por encima de la ropa, lo repegaba en sus nalgas.

Nos separamos, nos acostamos frente a frente y maniobramos para despojarnos mutuamente de los calzones, ella con un hábil movimiento utilizó uno de sus pies para despojarme del calzón, su suave rodilla, su media acarició mi pene y mis testículos, me enchinó.

Lentamente aproximó su cara a mi pene, me tiré de espaldas mientras ella arrodillada comenzó a lamerlo, suavemente, lo empezó a chupar, mientras yo le acariciaba con una mano sus nalgas y tomaba su cabeza con la otra, ella introdujo uno de sus dedos en su vulva, mientras seguía la felación. Poco a poco fue acercando sus piernas a mi cabeza para rodearla, iniciamos un 69. Con ella sobre mi, tenía a mi disposición todo su centro. Lo lamía despacio, besaba el contorno, sus muslos, acariciaba sus pantorrillas, sus nalgas, lamía muy suave, milimétricamente en torno a su clítoris, abrí sus nalgas, seguía lamiendo, cuando ella mostraba algún espasmo de placer, podía sentir como apretaba su boca en la felación, o la detenía pare escapar un gemido.

Con la boca y la lengua aceleré el ritmo, sentí sus fluidos vaginales escurrir por mis mejillas, incluso escurrir en mis orejas, estaba muy excitada, de pronto ella sólo sostuvo con una mano mi pene, mientras gemía y respiraba agitado, ya no podía seguir la felación, estaba muy caliente.

En medio de su excitación, probé metiendo la punta de mi dedo índice en su ano, quería ver su reacción, no hizo nada, lo mantuve, continué el masaje. Expulsó más líquido, debajo de mi cabeza ya estaba mojado el colchón, ella se incorporó se sentó en mi cara y arqueó la espalda, sentí que me ahogaba. Afortunadamente aguanté esa posición sólo un par de segundos, gritaba y de pronto se dejó caer a un lado de la cama con la respiración agitada.

-Eres bueno con esa boca- Me dijo agitada y sonriente.

Nos separamos, ella se sentó en la orilla de la cama, abrió las piernas en señal de invitación, me puse frente a ella, puse mi pene en la entrada de su vagina, y con él acaricié todo el entorno, lo froté en su clítoris, a veces suave, a veces rápido, cuando aceleré el ritmo ella dejó salir un chorro de fluido, me atrajo rodeándome con sus piernas, la penetré suavemente, quise sentir cada centímetro de su cavidad, ella acompañaba nuestros jadeantes movimientos apretándome contra ella con sus piernas en mi cintura, le agarré los pechos, rebotaban, caían cada uno de lado, gemía, seguía bombeando, puso sus piernas en mis hombros, entré más, gritó más, me agarró las nalgas, incrementamos la velocidad, y ella gemía, sentí que estaba a punto de venirme, ella volvía a tener un orgasmo, yo reventaba. Se detuvo de un golpe, se alejó, me empujó. Yo no daba crédito.

-No amigo, nos falta mucho- me dijo mientras se levantaba. Me besó, mi pene palpitaba, ella caminó hacia la cómoda, sacó algo del cajón. Me indicó que me acostara boca arriba en la cama. Me montó. Tomó con una de sus manos mi pene, lo talló en la entrada, gimió, lo introdujo en su vagina, se dejó caer sobre mi, me besó, me repegó sus senos contra mi pecho, me besaba.

-Sentí lo que querías hacer, pero es con cuidado y con paciencia- Me susurró al oído, llevó a su boca un pequeño dildo triangular, lo lamió, me sonrió y comenzó a introducirlo en su orificio anal, sonreía y gemía.

En cuanto lo tuvo totalmente dentro, empezó a cabalgarme, entraba y salía rápido, con fuerza, apoyó sus pies en mi pierna, yo masajeaba sus nalgas, acariciaba sus piernas y mordía sus pechos, estábamos fundidos en un gran abrazo, sudando, entregándonos como si nos conociéramos de siempre.

Inclinó su espalda y abrió sus piernas, me incorporé un poco, para observar el magnífico espectáculo, Ella penetrada con mi pene adentro se movía con velocidad, tallaba su clítoris con una de sus manos, y con s acariciaba un pecho, seguía gimiendo, ella era total dueña de la situación, yo sólo recibía cada una de las embestidas de sus sentones, con esa posición podía sentir en mi pene la pequeña presión del dildo anal que tenía por dentro.

Cuando pareció cansarle la posición, sin sacar mi pene se giró sobre su propio eje, ahora me montaba con las nalgas hacia mi, y comenzaba a bombear, sus nalgas se movían de arriba a abajo mientras ella se sostenía de mis pantorrillas. Pude observar que el dildo anal tenía una punta brillante, como si fuera una joya en su pequeña agarradera.

De vez en cuando ella lo sacaba y lo volvía a meter, gemía más, seguimos así un rato. Después ella se separó. Se sentó en la orilla de la cama y me jaló para darme un beso, parecía un pequeño respiro, lo tomamos ambos mientras nos besamos y acariciamos.

Volvió a su cajón y sacó un pequeño tubito, era lubricante; cuidadosamente lo untó en mi pene, de rodillas sobre la cama extrajo el pequeño dildo, lo embarró también de lubricante, lo volvió a introducir en su ano, después tomó un dildo más grande que no había notado, lo empezó a lamer, se puso de nalgas en la orilla de la cama.

-Dame por atrás- fue más una orden que una petición.

Extrajo el pequeño dildo, tenía su ano a mi total disposición y no iba a dejar pasar tremenda oportunidad, con mucha paciencia y algo de experiencia empecé por penetrarla con mis dedos, primero uno, luego el otro, la ayudé a dilatar, y cuando sentí que estaba lista, empecé a penetrarla. Estrecho, fantástico, tibio, palpitante, la sentía, me sentía, ella daba un pequeño quejido, me detenía cuando sentía que entraba rápido. Después de un poco de tiempo finalmente la base de mi pene tobaba sus nalgas, estaba hasta adentro de su ano, comencé a moverme muy lento, y ella puso su dildo en la entrada de su vagina, era un vibrador, lo encendió. Gemía, se retorcía, yo empecé a bombear y acelerar el ritmo. Ella gemía aún más, y comentó a introducir el vibrador en su vagina, yo podía sentir las vibraciones en mi pene, ya no podía más, estaba a punto de reventar, seguí bombeando, y disfrutando cada momento.

Comencé a sentir los espasmos de la eyaculación, estaba a punto de venirme dentro de ella, de sus entrañas, y entonces me salí, ella gritó fuerte, se arqueó, se su vagina salía otro chorro, de mi pene y de su ano salía líquido blanco, puse mi pene cerca de su espalda, terminé de venirme sobre de ella. Fue tanto el placer que no dejaba de salirme semen.

Ambos jadeantes nos tumbamos en la cama.

Blanca esperma resbalando por la espina dorsal.

Vino esa canción a mi mente, sonreí.

Ambos tirados boca arriba intentábamos recuperar la respiración, nos sonreímos.

Estuvimos ahí desnudos un rato. Ella siguió poniendo música, desnudos platicamos más, y la tarde se hizo noche, más tarde volvimos a coger.

Era la media noche y yo me bajé del Volvo negro, tomé mi auto y manejé a casa. Volví a encender la radio, volví a cantar, cuando recibí otra vez la llamada de la chica del Volvo, supe que no fue un sueño.

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